Antonio Tabucchi
Anagrama. Edición 2012, 267 páginas
Es raro que en la era de la televisión por cable (¿Por cierto, vieron en Netflix el documental China salvaje, otra maravilla de la BBC?), la literatura de viajes -escrita en el siglo XXI y cuya materia no sea la guerra o la desesperación- capture nuestro interés de una manera tan intensa como lo hace esta joya, tallada por uno de los orfebres más interesantes que ha dado Italia.
Antonio Tabucchi murió en 2012. Dos años antes, recopiló, modificó o reescribrió una serie de artículos que había publicado en revistas, diarios o libros. Su materia son “muchos doquieres vividos o visitados“, desde Kyoto a Buenos Aires, de Canberra a Maramures, donde se encuentra uno de los cementerios más alegres del mundo. El hilo dorado que va engarzando las cuentas lo describe el propio autor. Escuchádlo con atención:
“Nacidas en circunstancias de lo más variado, siempre a partir de viajes pero nunca de viajes realizados para convertirse en literatura de viajes después, estos textos vagaban como islas en un archipiélago fluctuante, esparcidos aquí y allá en lugares de lo más variopinto y bajo diversas banderas, casi sin conciencia de pertenencia ni de identidad, a su propia manera a la deriva. Reunirlos ha sido como hacer de todos ellos una embarcación única, una canoa, una barquichuela; calafatear las hendiduras de la quilla, y desde las corrientes a las que habían sido confiados encaminarlos en una dirección única: el viaje de un libro”.
La metáfora es justísima (los lectores de fuste lo sabemos). Un buen libro siempre es como una travesía a lo desconocido. Corremos peligro de naufragar en cualquier punto; leer el primer capítulo, por caso, y, fastidiados, estampar el libro contra la pared. Una dicha incomparable embarga al lector, por el contrario, cuando llega a su destino, es decir, a la última página tras haber navegado por aguas torrentosas o calmas, entre meandros o marasmos, en un mar luminoso o con tormentas de opacidad que ponen a prueba nuestra paciencia y nuestra virtud.
“El viaje halla su sentido sólo en sí mismo, en el hecho de ser viaje”, dijo Konstantinos Kavafis en un poema sublime titulado Itaca, se nos recuerda aquí. Tenemos entonces la primera clave de la erótica del libro. Tabucchi es un glosador extraordinario, un maestro de lecturas. La poesía ocupa un lugar muy destacado. Ambas líricas, el álgebra alada que nos proporcionan los libros y aquella que se desprende de la vida misma. Oíd mortales esta tremenda cuarteta de un poema de Wislawa Szymborska que nos conmueve en la página veinticinco:
“Nada ha cambiado
el cuerpo es doloroso
tiene que comer y respirar y dormir
tiene una piel delgada y, justo debajo de ella, sangre
tiene una considerable cantidad de dientes y de uñas
sus huesos son frágiles, sus articulaciones moldeables.
En las torturas, se tienen en cuenta todo eso“.
Al mismo tiempo, Tabucchi propone a los viajeros sin prisas esas verdaderas paradas que se encuentran a la vuelta de la esquina, allí por donde no suelen transitar las marionetas que mueve el Dios del Turismo Global. El libro es rico en periferias. Y esta narrado por un verdadero hedonista, por un alma que suele ceder a las tentaciones tanto físicas como intelectuales. Por eso le interesan también la arquitectura, la contemplación de la pintura, la gastronomía, las pequeñas culturas, el arte de la amistad. Escribe, por ejemplo, sobre las hierbas de la isla de Creta y sobre el chile mexicano, acaso el único elemento unificador de esa gran nación. Me pregunto y pregunto a los amigos de este blog: algún ilustre escritor argentino ha escrito con igual amor sobre las hierbas de nuestra querida Córdoba o sobre las diferentes empanadas del territorio nacional.
Han merecido más de un capítulo Portugal, la India, Estados Unidos y Brasil. Con Borges recorremos Buenos Aires, “una ciudad metáfora” (¡si lo sabremos sus habitantes!). Digamos, por último, que la magnífica travesía permite aprehender una ética cosmopolita. Todos somos turistas en este caos al que nos ha arrojado el azar o una mano celestial. La xenofilia (el amor por la ajeno), por consiguiente, es la única actitud razonable. La única patria es el mundo en que vivimos, como decía Meleagro.
Guillermo Belcore
Escalofriante poema.
ResponderEliminarGenial reseña! Me encanta Tabucchi y definitivamente voy a leerlo en cuanto termine "Viajera Crónica", de Hebe Uhart.
ResponderEliminarSaludos Guillermo, me encanta tu trabajo como crítico.