Novela, Zona borde, 106 páginas.
La figura del oficinista mediocre es un tópico universal. Quizás, la primera manifestación artística del hombre castrado y gris haya sido un memorable cuento largo de Nikolai Gogol. “Todos crecimos bajo el capote de Gogol”, sentenció alguna vez Dostoievski, en alusión a ese texto canónico de 1842. Desde entonces, Akakiy Akakiyevich Bashmachkin, con ligeras o profundas variaciones, ha poblado todas las literaturas nacionales. En la Argentina del siglo XXI, inspiró dos novelas de desigual ejecución: El encierro de Ojeda de Martín Murphy (pinche aquí), muy bien escrita, armada y resuelta. Y la monocorde y tediosa El oficinista de Guillermo Saccomano (pinche aquí), que ganó en 2010 el premio Seix Barral, lo que corrobora que este tipo de galardones no vale un comino. Bien, el hecho es que en 2017 una escritora de la Patria ha decidido refrescar tan manido personaje.
Flor Canosa (Buenos Aires, 1978) trabajó bajo la sombra de Kafka, nada menos. La teoría de las influencias del indispensable Harold Bloom quedó, una vez más, reivindicada. ¿Qué es esto? Básicamente, que cualquier obra literaria trascendente lee de manera creativa -pero errónea- un texto o textos precursores. Poesías, relatos, novelas, obras de teatro nacen como respuesta a anteriores poesías, relatos, novelas u obras de teatro y esa respuesta no es sólo un amable proceso de transmisión sino también una tremenda lucha entre el genio anterior y el nuevo aspirante al Parnaso. Bolas, digámoslo de entrada, sale airosa del desigual combate.
Imagina Canosa que un oficinista misógino, pelado y de mediana edad se levanta una mañana y descubre que ha perdido sus testículos. La lisura absoluta desde el pene hasta el ojo del culo. No hay nada oculto en la ingle y el abdomen. Ni un rastro. Increíble. Naturalmente, el pobre diablo se sume en la desesperación y el pánico: “El miedo es la sensación de que a partir de ahora algo se terminó para siempre y nada será igual. (…) Miedo es despertarse y no tener pelotas”, clama Federico.
La metáfora esencial del libro es sencilla. Federico nunca tuvo “las pelotas bien puestas”, no es extraño que una mañana de cristal que se hizo añicos las haya perdido. No abundaremos en el punto. La autora -que aún no ha podido desprenderse del vicio de decirlo todo, ni de bajar línea- se encarga de entregarle al lector el paquetito bien atado. Hasta el mas distraído entenderá los simbolismos. No es Kafka.
Malditos machos
“Toda mi formación como guionista me preparó para poder construir personajes totalmente alejados a lo que soy yo”, ha explicado Canosa en un reportaje. Es cierto, en un aspecto no menor. Evidencia la autora en su segundo libro una destreza admirable para exponer los pliegues de la psicología masculina, esas pequeñas miserias que conforman el universo del hombre mezquino. Desde su relación con el trabajo no creativo hasta el odio amoroso que le suscitan las mujeres dominantes y avinagradas, esa categoría que con fino oído para lo popular Canosa designa como “las conchudas”.
El lenguaje, en efecto, se nutre de las calles, del habla plebeya. Es la porteñidad al palo. He ahí la grandeza y la limitación de una prosa que se enriquece con dos elementos picantes: el humor y la pornografía boca sucia.
Hay un elemento cuestionable en la parodia. Si por un lado, Canosa construye los personajes masculinos de manera magistral -fruto de la intuición o la observación-, por el otro coloca en boca de Federico sus propias opiniones políticas. Es ridículo que un eunuco de mente obtusa tenga semejante nivel de lucidez (de lo que Canosa considera lucidez, en todo caso). Es un ripio, un injerto al que se le notan las costuras. Manchitas en el papel que desnudan una compulsión, acaso sea la necesidad de complacer al Círculo Púrpura de la comunidad intelectual (¡Ey, amigos, soy uno de ustedes, odio a Clarín y a Macri, hablen bien de mí!). Surgirán alguna vez escritores argentinos que se atrevan a ir -aunque sea un solo paso- más allá de la corrección política.
Estableció Borges que la indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables. La señora Canosa no carece de esa cualidad. El hombre malvado, abusador, sexópata es el infierno de millones de mujeres.
Guillermo Belcore
Probablemente, y teniendo en cuenta tu reseña, no sea tan espantosa como parece, pero si quisiera empaparme de todo ese discurso barato e hipocrita pseudo progres y con toda esa cantinela anti mercado, anti empresa, etc etc etc me bancaria todos esas propagandas invasivas de la izquierda cuando querés mirar un video de Youtube, ya el título me parece desagradable, y esa comparación de la contratapa con Kafka....no será mucho? Me parece que el amigo Franz tenia un poco más de ingenio y sutileza en sus metáforas y alegorías...
ResponderEliminarAbrazo,
Ignacio.