Una de ellas proviene de una gran nación que si bien suele abominar de lo que llama mundialización de la cultura estadounidense, siempre ha estado muy atenta a las tendencias artísticas que soplan desde el otro lado del Atlántico. El profesor de Historia Ivan Jablonka (París, 1973) ha querido engrosar su currícula con una novela-documental, que reconstruye el asesinato de una mesera de dieciocho años en la región del Loira, una aberración que en 2011 sacudió al Hexágono, por su eco político y flujo mediático. Esta columna no incurrirá en la tontería de afirmar que Jablonka no es ni de lejos un Capote, pero postulará la hipótesis de que Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama, 419 páginas) difícilmente resulte de interés a quien no sea ciudadano de Francia.
El autor se define como un "escritor en ciencias sociales". No desea ser malinterpretado, explica (siempre se explica, el suyo es un yo fastidioso y entrometido) sus propósitos claramente. Dice que ha querido "rehabilitar en su existencia a Laëtitia Perrais, dar testimonio por ella". Convertirla en una heroína a una muchachita que tuvo una vida desdichada y la mala suerte de toparse con un depredador sexual que la secuestró, asesinó y arrojó a un estanque su cadáver trozado. "Revelar ese misterio y esa fosforescencia que se hallan en el fondo de cada persona" (las palabras son de Patrick Modiano) sería la tarea primordial del novelista y "el rol de un historiador-sociólogo" como él.
Otra intención manifiesta fue "abrir el crimen", demostrar que no debe ser reductible a homicidio, sino que remite a algo más vasto: "el espectro de las masculinidades descarriadas del siglo XXI, tiranías machas, paternidades deformes, el patriarcado que no termina de morir". Jablonka, adalid de la corrección política, llega a decir: "Por primera vez, tuve vergüenza de mi género".
El tercer cometido es oponerse al discurso "populista" del entonces presidente de la República, Nicolás Sarkozy, cuyas declaraciones a favor de la mano dura contra la delincuencia provocaron una huelga de magistrados sin precedentes.
La prosa de Jablonka está perlada con giros elegantes, no obstante, la sensiblería rebaja su calidad. Si bien no comete el desatino de enamorarse (literariamente) de un criminal -como hizo Capote-, convierte en un hada a la hermana gemela de Laëtitia. Es que la pobre Jessica Perrais accedió a convertirse en su principal fuente informativa.
Es sencilla la estructura narrativa, va intercalando capítulos, unos con la investigación del caso policíaco y el drama nacional, otros con la biografía de las gemelas. Los primeros son los más interesantes. Hay un tono de insinceridad, de sobreactuación, de pedantería en el estilo narrativo que causa desaliento. Es éste un libro para agradar, a tono con el espíritu de la época, que cubre de elogios a personajes secundarios del drama, como periodistas, abogados o funcionarios.
Como se dijo más arriba, Laëtitia o el fin de los hombres ha usado una receta probada que, incluso, en estos años exploró en Francia un narrador tan desparejo como Emmanuel Carrre. Alfaguara nos recuerda que Jablonka ha recibido por esta obra el Premio Le Monde, el Premio Médicis y el "Prix des Prix". Resulta inevitable preguntarse sobre la vitalidad y dotes creativas de la literatura francesa contemporánea, en especial en relación con la que adopta como modelo, la magnífica literatura estadounidense.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa
Calificación: Regular
PD: Todos los diarios importantes han cubierto de elogios a este libro que, como expliqué más arriba, me resultó muy tedioso. Sugiero complementar está reseña con la lectura de aquellos comentarios amables (¿cobardes o cuestión de gustos?).