domingo, 21 de enero de 2018

Laëtitia o el fin de los hombres

Algunos eruditos -como Wendy Lesser- sostienen que la literatura estadounidense contemporánea comenzó en 1965 con la publicación por entregas de la novela A sangre fría en la revista New Yorker. Esto no significa que Truman Capote (1924-1984) haya sido el primero en usar técnicas novelescas para narrar, de manera minuciosa, un hecho dramático de la vida real; ni que se trate del mejor libro de la década; ni siquiera que marque el comienzo del interés por el asesinato como tema literario. Simplemente fue un parteaguas. Y de aquella explosión inicial hace casi cincuenta y tres años, aún nos alcanzan esquirlas de diferente calidad.

Una de ellas proviene de una gran nación que si bien suele abominar de lo que llama mundialización de la cultura estadounidense, siempre ha estado muy atenta a las tendencias artísticas que soplan desde el otro lado del Atlántico. El profesor de Historia Ivan Jablonka (París, 1973) ha querido engrosar su currícula con una novela-documental, que reconstruye el asesinato de una mesera de dieciocho años en la región del Loira, una aberración que en 2011 sacudió al Hexágono, por su eco político y flujo mediático. Esta columna no incurrirá en la tontería de afirmar que Jablonka no es ni de lejos un Capote, pero postulará la hipótesis de que Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama, 419 páginas) difícilmente resulte de interés a quien no sea ciudadano de Francia.

El autor se define como un "escritor en ciencias sociales". No desea ser malinterpretado, explica (siempre se explica, el suyo es un yo fastidioso y entrometido) sus propósitos claramente. Dice que ha querido "rehabilitar en su existencia a Laëtitia Perrais, dar testimonio por ella". Convertirla en una heroína a una muchachita que tuvo una vida desdichada y la mala suerte de toparse con un depredador sexual que la secuestró, asesinó y arrojó a un estanque su cadáver trozado. "Revelar ese misterio y esa fosforescencia que se hallan en el fondo de cada persona" (las palabras son de Patrick Modiano) sería la tarea primordial del novelista y "el rol de un historiador-sociólogo" como él.

Otra intención manifiesta fue "abrir el crimen", demostrar que no debe ser reductible a homicidio, sino que remite a algo más vasto: "el espectro de las masculinidades descarriadas del siglo XXI, tiranías machas, paternidades deformes, el patriarcado que no termina de morir". Jablonka, adalid de la corrección política, llega a decir: "Por primera vez, tuve vergüenza de mi género".

El tercer cometido es oponerse al discurso "populista" del entonces presidente de la República, Nicolás Sarkozy, cuyas declaraciones a favor de la mano dura contra la delincuencia provocaron una huelga de magistrados sin precedentes.

La prosa de Jablonka está perlada con giros elegantes, no obstante, la sensiblería rebaja su calidad. Si bien no comete el desatino de enamorarse (literariamente) de un criminal -como hizo Capote-, convierte en un hada a la hermana gemela de Laëtitia. Es que la pobre Jessica Perrais accedió a convertirse en su principal fuente informativa.

Es sencilla la estructura narrativa, va intercalando capítulos, unos con la investigación del caso policíaco y el drama nacional, otros con la biografía de las gemelas. Los primeros son los más interesantes. Hay un tono de insinceridad, de sobreactuación, de pedantería en el estilo narrativo que causa desaliento. Es éste un libro para agradar, a tono con el espíritu de la época, que cubre de elogios a personajes secundarios del drama, como periodistas, abogados o funcionarios.

Como se dijo más arriba, Laëtitia o el fin de los hombres ha usado una receta probada que, incluso, en estos años exploró en Francia un narrador tan desparejo como Emmanuel Carrre. Alfaguara nos recuerda que Jablonka ha recibido por esta obra el Premio Le Monde, el Premio Médicis y el "Prix des Prix". Resulta inevitable preguntarse sobre la vitalidad y dotes creativas de la literatura francesa contemporánea, en especial en relación con la que adopta como modelo, la magnífica literatura estadounidense.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa


Calificación: Regular

PD: Todos los diarios importantes han cubierto de elogios a este libro que, como expliqué más arriba, me resultó muy tedioso. Sugiero complementar está reseña con la lectura de aquellos comentarios amables (¿cobardes o cuestión de gustos?).

sábado, 13 de enero de 2018

La India tiene una cara siniestra

Desde hace más de tres décadas, se libra al pie de los Himalayas una guerra hedionda y olvidada, cuya crueldad "se volvió tan natural como el paso de los estaciones". El sur de Cachemira, o al menos una porción importante de su población, desea separarse de India, para establecer una nación independiente, o bien unirse a Pakistán. El gobierno indio ha perpetrado toda clase de aberraciones con el fin de conservar ese pequeño territorio, de donde provienen los tejidos más finos del mundo.

Así, nos informa El ministerio de la felicidad suprema (Anagrama, 512 páginas), una novela extraordinaria, voluptuosa, con un claro propósito moral que -según reconoce su autora- se ha escrito bajo la sombra eminente de John Berger.

En 1997, la señora Arundhati Roy (Shillong 1961) había obtenido el Premio Booker con El dios de las pequeñas cosas, a esta altura un clásico de la anglósfera, según dicen. En los siguientes veinte años, la actriz, guionista, intelectual comprometida se dedicó a la militancia ecológica y política y sólo entregó a la imprenta textos de no ficción, que recogían sus luchas vocingleras. En 2017, retornó a la novelística. Y lo hace, a lo grande, con una obra ambiciosa, de andadura no lineal y narración algo desprolija que recuerda al Salman Rushdie de Los versos satánicos.

El centro emocional de la obra son dos mujeres. La primera se llama Anyum y es una fémina atrapada en un cuerpo masculino, cuyas peripecias le permiten a la señora Roy revelar el calvario de ser hermafrodita o transexual (hijra) en Delhi y, de paso cañazo, denunciar el brutal ascenso del ultranacionalismo hindú, aficionado a la limpieza étnica y la cacería religiosa, como en la era de las esvásticas (desfilan en el libro, apenas camufladas, personalidades de la política real).

Designa El ministerio de la felicidad suprema a una pequeña comunidad solidaria edificada por Anyum en un cementerio, que recoge perdedores sin remedio como un intocable, un perro usado para experimentos farmacéuticos, un imán ciego y tolerante, y la coprotagonista del libro, Tilo, enamorada de uno de los ideólogos de la rebelión cachemira (Por cierto, Tilo es de origen siriocristiano de la provincia de Kerala, al igual que la propia madre de la señora Roy).
 

SANGRE DERRAMADA


"Mientras haya sangre derramada existirá buena literatura", sentencia la señora Roy. En efecto, la indignación que le han provocado los centenares de miles de víctimas a causa de la represión militar en el Valle de lágrimas de Cachemira y en los pogroms perpetrados por la marea de color azafrán del Partido Popular Indio es el motor eficiente de una novela que seduce por la magnitud de los temas que baraja y las historias que relata.

También por sus personajes secundarios. Hay un malvado memorable, el comandante Amrik Singh, La nutria, por su eficacia como depredador. Es un sikh largo como una estaca que lleva un turbante verde oscuro y se especializa en perseguir y eliminar insurgentes sin misericordia en Cachemira, donde la tortura y los centros de detención y exterminio, al parecer, han sido tan comunes como en la Argentina de los setenta. No obstante sus nobles intenciones, por momentos da la impresión de que la señora Roy comulga con un mito contemporáneo: considerar que los crímenes de la guerrilla y el terrorismo son siempre menos graves que aquellos cometidos por los mastines que se dedican a combatirlos. Polémico, ¿no?

VIEJO TRUCO

En lo que al estilo se refiere, la prosa no carece de poética ni de filosofía, aunque -como si de un improvisador se tratase- bascula entre la belleza y la filosofía perspicaz por un lado, y las cursilerías y las obviedades, por el otro. La autora incurre, además, en ese viejo truco postmoderno que consiste en embutir elementos de diferentes procedencias como cartas, manifiestos políticos, artículos periodísticos, informes médicos, microcuentos, entradas en un diario, comunicados de prensa, declaraciones judiciales, entre otras fruslerías. El pastiche se ha usado tantas veces que ya aburre. En cambio, la alternancia entre distintas voces y puntos de vista es muy agradable.

Insistimos, más allá de virtudes y defectos en la forma, el novelón relumbra en su carácter de lección histórica. Siempre resulta atractivo, porque la India -una enormidad con veintidós idiomas oficiales y en fase de modernización despiadada- es una entidad platónica fascinante, donde abundan "la locura épica como la que se puede dar en un lugar como Macondo" y los horrores de naturaleza y dimensiones bíblicas como la fuga de gas tóxico en Bhopal (maldita seas Unión Carbide). Ojo, con idealizar a la gran nación, nos advierte la señora Roy, que compara a su patria con un huevo duro: "...su inocua apariencia esconde en su centro una yema de violencia atroz...".

Cada tanto, ese núcleo de locura y destrucción, "de cuya presencia somos intensa y constantemente conscientes en la India, emerge de repente, vociferando desde las profundidades y se comporta exactamente como se esperaba que lo hiciera. Una vez saciado su apetito, vuelve a ocultarse en su guarida subterránea y queda enterrado bajo la normalidad. Los desquiciados asesinos esconden sus colmillos y regresan a sus tareas cotidianas (funcionarios, sastres, plomeros, carpinteros, tenderos) y la vida vuelve a ser la de antes".

Dios proteja a las minorías de India y el mundo entero.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

domingo, 7 de enero de 2018

Titán

Por John Varley

Novela de ciencia ficción. Edhasa Nebulae. 471 páginas. Edición 2004.


Desde que Homero -o quien haya sido- cantó las andanzas de Ulises, a las personas les encanta leer o ver buenas narraciones sobre viajes colmados de peripecias, con un héroe que supera todas las pruebas. No hace falta la rara excelencia de Don Quijote (una íntima virtud, que se abre paso en una forma vulgar, como notó Borges) para atrapar nuestro interés. Empresas literarias menos ambiciosas son, incluso, más entretenidas y también embellecen la literatura universal. Venimos aquí a recomendar otra trepidante odisea.

El libro se titula Titán, fue entregado a la imprenta por primera vez en 1979 y pertenece a la magnífica estirpe de la ciencia ficción inteligente. El autor es el señor John Varley. Nació en 1947 en Austín (Texas) y se doctoró en física por la Universidad de Michigan. Fue hippie y novio de Linda Ronstadt. Sus conocimientos de balística, astrofísica, psicología y biología dan a la novela un aire de verosimilitud que la imaginación agradece.

La heroína es la capitanía Cirocco ‘Rocky’ Jones, un metro ochenta y cinco metros de alto, pura energía pero con escrúpulos, como corresponde a su rango. Comanda una tripulación de siete personas a bordo de la nave ‘Ringmaster’. Su misión es investigar Saturno y sus lunas. En la órbita del colosal planeta descubren el más prodigioso artefacto que han vistos ojos humanos: un satélite artificial, de mil trescientos kilómetros de diámetro, cuatro mil en el borde exterior. Lo llamarán Temis y, luego Gea cuando descubran de qué se trata en realidad la bestia.

En el interior de Gea es donde corren las aventuras. La criatura toroide es un mundo en sí mismo, con sus continentes dispares, una peculiar flora y fauna, una guerra implacable entre ángeles y centauros inteligentes, paisajes asombrosos y peligros mortales. Detrás de todo, hay un demiurgo que manipula a la tripulación y que la comandante Jones intentará contactar. Para ello deberá viajar cientos de kilómetros y ascender hasta los cielos artificiales. La lectura resulta más adictiva que cualquiera de esas drogas infernales que consumen los débiles de espíritu. No podemos abandonar la novela: ¡el poder magnético de una buena historia!

Hablemos de las virtudes del narrador: es un magnífico constructor de escenas y personajes, en primer lugar. Como se dijo, cuida con esmero el verosímil literario y añade un sabroso condimento: el sexo. Creo que nunca he encontrado tantos coitos en una trama de viajes espaciales.  Todo el mundo hace el amor con todo el mundo. Se nos explica, que la NASA así lo prefiere, siete personas viviendo juntos durante dieciocho meses en un pequeño espacio necesita de ese alivio como del oxígeno y el agua. Otra de las claves estupendas de la obra es la mitología griega.

Hoy en día, muchos críticos esnob nos aseguran que el procedimiento literario es más importante que la historia. Yo no estoy tan seguro. Soy el primero en reconocer que el estilo es lo que convierte al texto en obra de arte pero el deleite que provocan los John Varley, que nos permiten evadirnos por un rato de ese fastidio llamado realidad, es lo que nos impulsa en última instancia a seguir leyendo y leyendo. Hasta que anochezca.
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno