"Hoy, 1 de mayo, quiero anunciarles que el diario La Prensa expropiado por disposición del Congreso Nacional, será entregado a los trabajadores en la forma que ellos indiquen. Este diario, que explotó durante tantos años a sus trabajadores y a los pobres, que fue instrumento refinado al servicio de toda explotación nacional e internacional, que representó la más cruda traición a la patria, deberá purgar sus culpas sirviendo al pueblo trabajador".
Juan Domingo Perón, 1 de mayo de 1950.
Cómo pasa el tiempo, por Dios. Hace casi treinta años, Francis Ford Fukuyama anunciaba el triunfo definitivo de la democracia liberal. Sepultado el odioso comunismo bajo los escombros del Muro de Berlín y desacreditado desde hace décadas el fascismo europeo y sus incompetentes versiones tercermundistas, el modelo que incluye respeto por la propiedad privada, división de poderes y garantías a las libertades individuales estaba destinado a conquistar todo el planeta. Puede que aquí o acullá sobreviviera por un tiempo algún enclave del atraso y el fanatismo como el fundamentalismo islámico pero su atractivo universal era nulo, ese era el punto. La Historia de las ideas (no la de los hechos) había concluido.
Tres décadas después, el paisaje ha cambiado. La triunfante democracia liberal ha incubado en su propio seno un enemigo formidable, al calor del miedo y el resentimiento que han provocado en todo el mundo la globalización (Estados Unidos y Europa), la frustración económica (América latina) y la pérdida de la seguridad personal (en ambos). Hablamos naturalmente del populismo.
Puede compararse a esa corriente política con un virus o con el parásito Alien. "En lugar de un ataque frontal, como el comunismo, opera desde las entrañas de sistema democrático de manera gradual neutralizando sus anticuerpos naturales y, si no es frenado a tiempo, evoluciona gradualmente hacia el autoritarismo", describe el profesor Emilio Ocampo, en un libro que aquí venimos a recomendar a viva voz.
Mire el planisferio nos dice Ocampo. El populismo ya no es un fenómeno típicamente latinoamericano. Se ha globalizado tanto en sus versiones de derecha, izquierda o camaleónica (el peronismo). Es un tsunami. Gobierna en Estados Unidos, Italia, Grecia, la mitad de Europa oriental, Filipinas, Turquía, los dos países más grandes de América latina (y podría retornar en el tercero), además de haber arruinado hasta la hambruna y la peste a Venezuela, el país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Además causó el Brexit y casi la secesión de Cataluña. Podemos irrumpió en España. Se trata pues del tema del momento. Y tiene una importancia crucial para la Argentina, pues "ningún otro país abrazó con tanto fervor el populismo en el siglo XX y en lo que va del siglo XXI". Resulta imposible exculparlo de la decadencia nacional.
EL LIBRO
Acaban de cumplirse cuarenta años de la fundación del Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina (CEMA), usina de las ideas liberales más concienzudas. Para celebrarlo, la Universidad del CEMA publicó un libro que atesora excelentes miniensayos de ciencia política sobre, justamente, el fenómeno del populismo. Fue compilado y editado por Emilio Ocampo y Roque Fernández, el ex ministro de Economía de Carlos Menem (un populista que intuyó la necesidad de abrazar a algunas ideas correctas).
El primer texto de El populismo en la Argentina y el mundo (413 páginas) lo escribió el economista Jorge Avila. Apela a un obra clásica de Samuel Huntington (El orden político en las sociedades en cambio) para renombrar al elusivo sujeto de estudio. Pretorianismo de masas, prefiere designarlo. En el caso de nuestro país ha sido una consecuencia deletérea de la ausencia de un sistema de partidos eficiente, capaz de estructurar la participación de los nuevos grupos sociales en política. Así, mientras la UCR fue alumbrada por el aluvión inmigratorio externo, el peronismo es hijo de la Gran Depresión y de la enorme migración del Interior al Gran Buenos Aires (cerca de un millón de personas entre 1936 y 1945). La Argentina quemó etapas. No hubo tiempo para que desarrollar un "orden político moderno de bajo riesgo país".
Vale decir, el subdesarrollo de un sistema de partidos nos condenó a la intervención militar, el atraso económico y el populismo. "El pretorianismo de masas tiene a manejarse con alto déficit fiscal pues, en virtud de la alta participación ciudadana, debe satisfacer grandes demandas de gasto de su base política y tiene una expectativa política que se reduce a tan sólo años. un alto déficit fiscal genera un tembladeral jurídico del cual la propiedad privada es una víctima de muchas maneras".
Muy esclarecedor, por cierto, el texto que firman Roque Fernández y Paula Monteserín: Fundamentos atávicos del populismo argentino. Exploran un arco de tiempo que va desde la llegada de los europeos a América hasta la Generación del Ochenta. Hay taras que arrastramos desde el vamos, como la viveza criolla. Hay instituciones nefastas que provienen de la Colonia caso La liga, remates judiciales arreglados a lo largo y ancho del país. Qué decir de ese antiquísimo ingenio porteño de utilizar condiciones de necesidad y urgencia para violar la ley: "Al monarca (hoy el Estado o el cuerpo jurídico) se reverencia pero no se cumple".
Los autores establecen que tanto la ambición desaforada por establecer un liderazgo hegemónico como el relato épico mediante la construcción de enemigos externos o internos (quintaesencia del populismo) eran también moneda corriente en el siglo XIX. ¿Otros dos atavismos? La creencia de que sólo centralizando y controlando la caja se asegura la gobernabilidad va desde Rivadavia y Rosas hasta Cristina. Además, aun hoy en día una proporción notable de los argentinos comparten la primitiva esperanza en un personalismo carismático con poderes místicos para resolver los problemas.
SOMOS COMO SOMOS
En un texto notable de más de cien páginas, Ocampo advierte encarecidamente sobre la tendencia natural del populismo -esa parte que reclama ser el todo- a socavar las instituciones de la democracia liberal, e intenta responder una duda angustiante que había formulado Juan José Sebreli: ¿Somos un país culturalmente condenado al populismo? ¿Y que implica si así lo fuera?
Tras una fascinante travesía por eminencias de la ciencia política, sociología, antropología, psicología y filosofía (se aplica el modelo teórico del Nobel Douglass North), el compilador concluye que la Argentina es un país especialmente propicio para "la solución facilista, simplista y arbitraria que pretende imponer una mayoría con su voto, cuando es concientizada, estimulada y movilizada por el discurso antagónico de un líder populista que apela al chauvinismo y a ciertas creencias y ansiedades predominantes cuando la sociedad enfrenta problemas estructurales que generan una divergencia creciente entre las expectativas de esa mayoría y la realidad. Es decir, cuando surge una brecha de frustración".
La hipótesis de Ocampo es que somos campo orégano para el populismo por cuatro rasgos psicológicos-culturales típicamente argentinos:
a) El narcisismo colectivo: la idea de que somos un país excepcional destinado a la grandeza.
b) La indolencia pretenciosa: la idea de que somos un país rico y no es necesario trabajar para vivir bien y/o que vivir bien es un derecho inalienable.
c) La anomia: el desprecio por las normas de convivencia y las leyes.
d) El caudillismo: la idea de que sólo un líder fuerte puede resolver los problemas del país.
¿No tenemos arreglo entonces? Bueno, entre 1853 y 1930 una minoría ilustrada impuso a los argentinos una cultura (como la define Freud) y la Nación se convirtió en una de las más ricas del mundo. Mientras los generosos frutos que de esa cultura resultaban fueron asequibles para la mayoría no hubo dificultades, explica el investigador. Sin embargo cuando sucesivas crisis -1914-1930- pusieron en duda la continuidad de ese círculo virtuoso, las pulsiones primitivas renacieron con fuerza. Lo mismo ha ocurrido entre 2001-2003, uno está tentado de colegir.
El problema serio se suscita cuando sobre esa base cultural filopopulista aparece una opción política atractiva que la refuerza ya en el poder mediante un poderoso aparato de propaganda, como el peronismo de los cincuenta y de esta década. Crear las condiciones que sustentan la demanda electoral de populismo es una diabólica condición que ostentan para su beneficio ciertos líderes de masas. "Perón peronizó la Argentina de la misma manera en que Hitler nazificó a Alemania", nos advierte el libro.
Y el liderazgo populista ha surgido en nuestro país no sólo cuando hubo una dislocación económica o social como la de los años treinta o la del colapso de la convertibilidad: Ocampo verificó estadísticamente la hipótesis de que en la Argentina los ciclos de populismo se explican por la variación de los precios internacionales de los productos agropecuarios. Da escalofríos pensar que nos hubiéramos ahorrado lo peor del kirchnerato si no hubiera habido un espectacular suba del precio de las materias primas por la demanda china.
Otro punto de interés para entender lo que nos rodea es el rescate de un texto fundamental de Torcuato Di Tella que concluye que el populismo nace siempre del descontento, en particular de una frustración colectiva, del "abismo entre las aspiraciones y las satisfacciones en la esfera ocupacional en particular en las personas educadas". De hecho, los incongruentes, económicos o de estatus parecen ser el sostén principal de Cristina en la clase media y más arriba aún de la pirámide social.
Finalmente, Ocampo discute con Ernesto Laclau, el filósofo militante que moldeó las mentes de Correa y los Kirchner: "La historia demuestra que el populismo es un cáncer que, si no es neutralizado por los anticuerpos institucionales y culturales de la sociedad, destruye la democracia y revela su verdadero semblante autoritario (a veces totalitario). Es decir termina matando la democracia y, en su mutación final, deja, por definición, de ser populismo -ya que conceptualmente éste no puede existir sin elecciones regulares y libres- y se convierte en una autocracia. No se trata de una hipótesis sino de una realidad comprobable, cada vez hay menos diferencias entre la Cuba de los Castro y la Venezuela de Maduro, y, entre ésta y la Nicaragua de Ortega".
Anticuerpos institucionales y culturales dice el erudito. Funcionaron bien en la Argentina en 2009, 2013 y sobre todo 2015. Veremos que pasa en 2019, la brutal pérdida de bienestar que trajo aparejado el ajuste y la mala praxis de Cambiemos revivió a los zombies.
Publicado en el Suplemento de Economía de La Prensa