martes, 24 de junio de 2025

El peregrino secreto


En la producción de aquellos escritores sublimes cuya obra nos vemos obligados a agotar se encuentran algunos títulos que tanto la crítica distraída como la Inteligencia Artificial consideran menores, pero que a la sazón resultan fundamentales para cerrar todos los cabos. Es el caso de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez; los Textos recobrados de Borges; o Underground de Murakami.

El cuarto ejemplo es el libro que hoy nos gustaría sugerir: El peregrino secreto, novela corta pero clave de John Le Carré (Poole, 1931-2020).

El maestro de la novela de espionaje, cuyo verdadero nombre era David John Moore Cornwell, entregó el texto a la imprenta por primera vez en 1990. Tres razones explican su estatus de imprescindible para el amante de Le Carre (probablemente no sea indicada para el lector neófito, aquel que nunca tomó contacto con el autor inglés).

En primer lugar, cae el telón sobre George Smiley, la creatura más relevante del universo Le Carre. Se retira ese viejo soldado de la guerra fría, el analista que, entre otras proezas, descubrió un topo en la cúspide del Servicio de Inteligencia de Gran Bretaña (Circus, el nombre ficticio del MI6).

Este agente miope, regordete, cornudo, infatigable, siempre con "el aire de llegar tarde a un sitio al que preferiría no ir", da una serie de charlas a los graduados de la Sarrat Academy, invitado por Ned, uno de sus antiguos discípulos, ahora a cargo de la escuela de entrenamiento de espías (“… el que puede, hace; el que no puede, enseña”).

El bueno de Ned es el narrador del libro, no sin ironía. Las palabras de Smiley gatillan sus reminiscencias y aquí encontramos la segunda de las fortalezas de The Secret Pilgrim. Encierra la trama diez u once casos fascinantes de la mitología del espionaje, entre la década sesenta y los meses posteriores a la caída del Muro de Berlín, todos con Ned como protagonista. Desde Londres, viajamos a Alemania, Polonia, Camboya, Tailandia, El Líbano, e Israel.

Algunos comentaristas superficiales han criticado la supuesta estructura fragmentada del volumen, es decir la falta de unidad. Discrepamos. La sutil arquitectura induce a leerlo como si de una colección de cuentos se tratase.

Aparecen personajes muy interesantes. Como el ex sacerdote jesuita y estudioso de Extremo Oriente, reclutado por Circus para la contención del comunismo en Indochina. O un torturador polaco que quiere cambiar de bando. O el profesor húngaro, de noble cuna, que tima a ingleses y estadounidenses. O el empleado gris de la Sección Claves del Foreing Office que entrega materiales secretos a los rusos a cambio de afecto y respeto.

"Un traidor a la Patria -nos explica Smiley- necesita dos cosas. Alguien a quien odiar y alguien a quien amar". También nos anoticiamos de que se puede perder una red de espionaje -digamos en Berlín oriental- "con la misma facilidad con que se pierde un manojo de llaves o un pañuelo... es un asunto sin la menor dignidad".


ELEGANCIA E INTELIGENCIA


La tercera potencia estética de la décimotercera novela de La Carre es la panoplia de ideas que despliega y sus preocupaciones éticas. El lector curioso encontrará meditaciones sobre la naturaleza del espionaje, el amor, el sentido de vida, la Guerra Fría, el marxismo, el capitalismo, la clase gobernante inglesa, la Rusia eterna, entre otros asuntos.

Hay un recurso narrativo muy bien logrado: conversaciones filosóficas -o mejor dicho teológicas- donde uno de los interlocutores abre su alma, se confiesa como si estuviera procurando una absolución. El libro está dedicado a un católico eminente, Sir Alec Guinness.

Digamos que, a comienzos de la última década del siglo XX, Le Carre era una escritor maduro en la cumbre de su talento como estilista, aunque no de su inventiva (sus voluminosas creaciones habían quedado atrás). La prosa seduce por su elegancia e inteligencia, esas dos virtudes tan escasas hoy en día, ¿no es cierto? Servida, para mejor, con un tono melancólico, triste por momentos.

La novela episódica nos deja una advertencia: el espionaje es eterno porque los agentes secretos no están para iluminar al pueblo sino a los gobiernos. "Y mientras los bellacos lleguen a gobernantes, espiaremos", avisa el inolvidable Smiley.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


lunes, 16 de junio de 2025

La tradición republicana


En una conversación con Osvaldo Ferrari, conjeturaba J. L. Borges que ser argentino (una especie de “europeo en el destierro”) es una ventaja para el intelectual. Al no estar aherrojados a una tradición particular, “podemos heredar, heredamos de hecho todo el Occidente, y decir todo el Occidente es decir el Oriente, ya que lo que se llama cultura occidental es, digamos, simplificando las cosas, una mitad Grecia y la otra mitad Israel. Es decir, que somos orientales también, y debemos tratar de ser todo lo que podamos; recibimos esa vasta herencia y tenemos que tratar de enriquecerla y de proseguirla a nuestro modo, naturalmente”.

Natalio Botana (Buenos Aires 1937), el eminente historiador de las ideas, es un ejemplo de esa ambición global del argentino. El pensamiento de grandes figuras como Hamilton o Tocqueville, y de nombres menos conocidos u objeto de la curiosidad del erudito, como el conde Pellegrino Rossi, le han servido como materia prima para escribir un sobresaliente ensayo en el que sienta a conversar, a través de sus obras, a nada menos que a Domingo Faustino Sarmiento y a Juan Bautista Alberdi. Aquellos prohombres fueron también “complacidos interlocutores del universo”.

El ensayo se titula La tradición republicana. Botana lo entregó por primera vez a la imprenta en 1983. El sello Edhasa acaba de publicar una cuarta edición (491 páginas), con unos añadidos leves. Hilda Sábato arriesga en el prólogo que es “una obra que ya ha devenido en clásica”. El autor asegura dos veces en la nota preliminar que la de 2025 es la edición definitiva.

DOS HEMISFERIOS

El material se organiza en dos hemisferios, claramente diferenciados. La primera parte (“El horizonte de las ideas”) ocupa doscientas páginas. Botana, minucioso, rastrea las influencias ideológicas e intelectuales de Sarmiento y Alberdi. Es un viaje por el siglo XVIII y el XIX entre Europa y Estados Unidos. Nos acerca a textos clásicos de la filosofía política y el arte de conducción de los hombres, “escritos a punta de buril de Tucídides”, como recordaba Sarmiento en su vejez.

El primer capítulo, por ejemplo, identifica los tres genios tutelares de la democracia moderna: Montesquieu (la división de poderes), Rousseau (la voluntad general), Adam Smith (el orden de la libertad moderno).

Hay que destacar que en la mayoría de los casos no se trata de letra muerta. Ayudan a pensar el presente. Vale decir, cuarenta años después La tradición republicana no ha perdido un gramo de vigencia.

En el Capitulo II, Botana comenta las ideas de los Padres Fundadores de Estados Unidos. Las advertencias de Madison sobre el "espíritu faccioso" deberían aleccionarnos. Lo vimos obrar en Venezuela, donde, justamente, una facción política destruyó la democracia. Nos alertan sobre la peligrosidad del kirchnerismo.

Otro caso. Leer a Tocqueville de la mano de Botana, induce a concluir que la República Argentina ha degenerado en un sistema aristocrático con sus señores feudales (caudillos políticos) que alimentan con la teta del estado a una casta privilegiada (militantes, empresaurios, paraperiodistas).

Podría entenderse a Javier Milei como la respuesta airada de la ciudadanía, imbuida por esa pasión igualitaria que tan bien describió Tocqueville, a la disfuncional República Aristocrática que han creado las elites populistas desde 1983.

Por cierto, el pensador francés avisaba que no puede haber democracia sin religiosidad popular. Cumple una función importantísima: educar a los dirigentes.

EN EL CONO SUR

Es muy ameno y claro el estilo narrativo de Botana, tanto al examinar las corrientes intelectuales como al exponer el contrapunto entre los dos próceres. Nunca decae el interés, a pesar de que trata los temas con la rigurosidad profesional que corresponde al historiador de fuste. De tanto en tanto, aparece alguna frase cuyo fulgor tiene un dejo literario. Como esta: “Al borde del río Luján, en aquel 'osario de las razas extintas', nacía la paleontología argentina…".

En la segunda parte, entran en escena, pues, Alberdi y Sarmiento. Las polémicas y diferencias entre estos dos “creadores espontáneos del pensamiento político”, a los que “les obsesionaba escribir”, se ordenan siguiendo la cronología de sus obras. Pero no se trata sólo de un análisis prolijo del pensamiento abstracto y de los eventos históricos, Botana se las arregla para entregarnos dos personajes conmovedores de carne y hueso que atrapan nuestra imaginación.

Hablábamos al principio de la vocación universalista de los argentinos. Qué decir de un Sarmiento despotricando contra François Guizot: he ahí al enemigo de la democracia; o un Alberdi atisbando los peligros que conllevaba la racionalización belicosa de Otto Von Bismarck. Sí, el genio tucumano -entre otras agudezas- previno al mundo sobre el furor teutonicus: “Alemania ha hecho de la guerra una política, una industria y una moral”.

Recalca Hilda Sábato en el prólogo que este libro, más allá de sus méritos académicos, tuvo un objetivo político: fue una contribución de Botana a la transición democrática que se abría en 1983. Podríamos decir que, al igual que Sarmiento y Alberdi, el historiador buscaba “llenar el vacío abierto por la guerra y crear una nueva tradición política”.

El autor afirma que La tradición republicana quiso “plantar el problema eterno e inagotable de la libertad”, siguiendo la huella de Raymond Aron.

Leer el ensayo en 2025 promueve el amor a la Argentina y ofrece nociones para entenderla. Uno se queda pensando, entre otros cosas, en las costosas y dolorosas que han sido nuestras demoras. Tardamos cincuenta años en plantar los cimientos de la organización nacional (1810-1860); otro medio siglo casi para establecer una democracia sólida (1930-1983). Tomando el Rodrigazo (1975) como punto de inicio, podríamos conjeturar que nos costó cincuenta años (con marchas y contramarchas) dejar atrás el populismo económico y sentar las bases de la prosperidad generalizada. Como en los tiempos alberdianos estamos “en una transición lenta y penosa de un modo de ser a otro”.

Guillermo Belcore

Publicada en el Suplemento Cultura de La Prensa

Calificación: Muy bueno

sábado, 7 de junio de 2025

Las guerras que perdiste mientras dormías

 


En el siglo XX, una mujer extraordinaria explicó -mejor que nadie- el origen y la naturaleza del totalitarismo en Occidente. Hanna Arendt se llamaba. En nuestro tiempo, ha aparecido otra pensadora formidable para denunciar y esclarecer "una ideología fundamentalista que ha colonizado nuestra cultura, nuestras principales instituciones y, en muchos casos, los gobiernos". Esa ensayista nació en la Argentina y acaba de publicar su primer libro. Su nombre es Karina Mariani (1).


Las guerras que perdiste mientras dormías. Como la ideología woke invadió tu mundo sin disparar un solo tiro fue entregado a la imprenta en enero de este año (1). Desmenuza esa corriente de ideas -hija maldita de la hegemonía progresista del último cuarto del siglo pasado- que predomina hoy en casi toda Europa occidental, la Anglo Oceanía y las Américas. Básicamente, explica Mariani, el wokismo "considera que la cultura occidental es inherentemente injusta y que necesita una deconstrucción radical de todos sus cimientos porque son esos los que reproducen las injusticias".

Para ello, es menester un lavado de cerebro, orquestado desde el poder: 

"...la vieja y conocida ingeniería social que todos los totalitarismos de la historia han adoptado para que las personas se ajusten a su guion ideológico".

Este libro imprescindible nos advierte que, justamente, hay una terrible novedad del siglo XXI: las democracias liberales pueden imponer también condiciones totalitarias. Ya no es necesario un Stalin para aplicarle a una comunidad macabros experimentos ideológicos.

"Basta que se organicen algunos lineamientos desde algún organismo multilateral, que estos lineamientos sean avalados por expertos cuidadosamente elegidos y que se apele a algún grupo de justificaciones con buen marketing, sistemáticamente repetidas a través de las venas culturales de un país: medios y escuelas", explica Mariani.

QUEMA COMO LA FIEBRE

La fiebre woke ha infectado, además de la política y a la educación, a la ciencia, la medicina y el entretenimiento. La ideología -basada en el voluntarismo, la intolerancia y la frustración camuflada de derechos humanos- no reconoce ningún principio limitante. El Cielo es el límite, recalca Mariani.

Se suele criminalizar a quienes no comulgan con el dogma. Es una verdadera guerra cultural que se despliega contra la biología (el terrorismo de la autopercepción), contra la inocencia (hay una especie de obsesión por la sexualidad infantil), contra la condición femenina, contra la masculinidad y contra la familia burguesa que se percibe como un afrenta ético-ideológica.

Cada una de estas ofensivas se describen en detalle en el libro, con referencia siempre a casos concretos de imperialismo woke, como la bochornosa apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024. El lector del diario La Prensa conoce la destreza conceptual y expresiva de la autora. Karina Mariani una rara avis entre los ensayistas argentinos. No desdeña el dato y su prosa es una sabrosa claridad.

Filosóficamente, aclara, "el fenómeno woke niega la complejidad de la vida humana y la capacidad de los individuos para tomar decisiones, superar desafíos y ser responsables de su destino”. A partir de la llamada identidad colectiva quiere pulverizar a la noción de persona. Se trata de una venganza sin fin y sin redención.

En la práctica, la lucha es en gran medida por dinero, figuración, ascenso social, pero uno concluye que la principal motivación no es económica. Dejemos un lado a Marx y volvamos el Nietszche: el resentimiento por un lado, y la voluntad de poder por el otro puede que sean los principales motores de este totalitarismo de nuevo cuño.

Mariani se pregunta por qué mansamente las sociedades occidentales han aceptado dogmas que no sólo no tienen ningún basamento científico, sino que su simple declaración ofende el sentido común. ¿Por qué se acepta, por ejemplo, la normalización del secretismo entre padres e hijos, el poder brutal del Estado, una Educación Sexual Integral que no es otra cosa que un proyecto político? ¿Cobardía? ¿Comodidad? Al final del libro, se conjetura que el wokismo no es causa sino consecuencia de la destrucción de los lazos familiares, “y de la familia como espacio de contención, socialización, protección y pertenencia. Tal vez la cultura identitaria tan divisiva sea la solución tóxica a un problema que viene creciendo dede hace décadas”.

LA BUENA CAUSA

El propósito del libro es luminoso. Se trata de la misma pasión por la verdad que había inspirado a Juan José Sebreli a escribir El asedio a la modernidad. También Mariani quiere salvaguardar los logros de la civilización occidental. Le alarma que el wokismo haya erosionado tres pilares laboriosamente edificados durante siglos: el pensamiento crítico, los derechos individuales y la libertad de expresión. Todos estos años de locura y bobería no serán inocuos, avisa Mariani.

Intelectual al fin, le duele a Kariani la traición de las universidades, tanto públicas como privadas, tremendamente condicionadas por la intolerancia ideológica. Como hemos comprobado en la Argentina, son éstas el bastión primordial del wokismo, incluso en sus variantes más rabiosas de anticapitalismo y antisemitismo.

En el capítulo tres, la investigadora expresa su pesimismo sobre los partidos tradicionales: "Respecto de la política es necesario abandonar toda esperanza, la comunidad política baila al son de cualquier moda, por más aberrante que sea, sin ser alcanzada nunca por cualquier consecuencia…", escribió.

No obstante, uno podría decir, esperanzado, que los pueblos están reaccionado, hay millones de ciudadanos que creen que las cosas han ido de demasiado lejos. De hecho, los triunfos de Donald Trump, Javier Milei y Giorgia Meloni responden en buena medida al hartazgo con esa ideología chirle.

Naturalmente, la obra puede ser leída como un llamado a la acción. Esa extraña confabulación entre minorías intensas, burocracia internacional y poder económico ha puesto todo patas para arriba, pero no se trata de un triunfo definitivo. Es un tigre de papel, que necesita para perpetuarse de la sobreactuación de las agencias de la ONU, las empresas, las OnG, los políticos, los académicos y los artistas.

El cambio es una tarea urgente de todos modos. La civilización occidental -ese milagro- no sólo está bajo asedio de sus enemigos históricos, también se ha embarcado en una cruzada culposa y autodestructiva. Nuestras libertades, nuestro derecho a la intimidad, son frágiles, en tiempos de omnipotente Inteligencia Artificial. “Nada como la arbitrariedad y el sinsentido para que florezca el autoritarismo”, nos recuerda Karina Mariani.

Guillermo Belcore

lunes, 5 de mayo de 2025

Theodoros

 


Es curioso como la obra de arte se abre su camino en el mundo. Parece que tuviera vida propia. Una carta fechada en 1883 inspiró una de las mejores novelas de la tercera década del siglo XXI. Su composición fue el proyecto de toda una vida, confiesa Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), un escritor neobarroco que merece el premio Nobel de Literatura tanto o más que Thomas Pynchón, Haruki Murakami o John Banville.


La epístola decimonónica arriesgaba la posibilidad de que un bandido de la Valaquia (hoy Rumania) se haya convertido en señor de la guerra en Etiopía y, después de pactar con el Imperio británico, el osado impostor accede al trono de esa tierra de maravillas en 1855, fingiendo que es descendiente de la semilla del rey Salomón. El sanguinario Tewodros II gobernó trece años hasta que Londres, como suele hacer con sus peores vasallos, le retiró sus favores. Cercado por los casacas rojas del barón Robert Napier en la fortaleza de Magdala, el Negus se pegó un tiro en la boca con la pistola nacarada que le había regalado la reina Victoria.


Sobre esa endeble conjetura, pues, Cartarescu edificó su obra maestra: Theodoros (Impedimenta, 645 páginas), entregada a la imprenta en 2024.


Su autor la define como "una novela pseudohistórica de ficción". Lo que usted debe saber es que se trata de Su Majestad la Novela Oceánica, escrita por un literato en su nivel óptimo. Una catedral de palabras henchida de sublime poesía y alta filosofía, ornamentada con teología, realismo mágico y sutiles anacrónismos, refrescada por un torrente de relatos, personajes de fábula y de la Historia real, homenaje al mundo decimonónico ("un siglo verdaderamente asombroso") y al arte literario (¡qué final!).


El narrador de las aventuras de Tudor-Theodoros-Tewodros II es un arcángel que nos advierte sobre un peculiar rasgo humano:


"... algunos, destinados a no tener destino, se forjan solos su propio destino pues ese es su deseo, y su deseo es férreo y tajante".


Las riquezas de este libro son innumerables. Nos pasea por cuatro mundos fascinantes: a) La Valaquia ocupada por los otomanos, donde nació el protagonista como siervo de la gleba. b) el archipiélago griego que Theodoros, a los 21 años, puso patas para arriba aterrorizando los lugareños y labrándose una gran fama como pirata buscando de isla en isla el sagrado nombre SAVOATH. c) La bendita Etiopía cuya dinastía de más de dos mil años cayó en manos de un don nadie llegado del frío. d) La Judea del Rey Salomón. 


Narrador voluptuoso, Cartarescu añade otros escenarios, como el San Francisco del emperador Norton I, para describir años clave: 1827, 1830, 1834 1838, 1857...


Mil historias, entonces, atesoradas en una trama que no es lineal; va y viene en el tiempo.


Aunque conviene leer el libro sin prisas, la atención nunca flaquea. Es que -como establece Cartarescu- "las leyendas con su rareza y con la ofuscación de las mentes que las producen, no cesarán jamás pues la débil mente de los hijos de Adán busca alivio en lo inaudito y lo desconocido".

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

martes, 29 de abril de 2025

La estructura psicológica del fascismo


Por Georges Bataille

Fondo de Cultura Económica. Ensayo de política. 97 páginas


He aquí un auténtico libro de bolsillo. Mide 17 por 11 centímetros, tiene 97 páginas y atesora un poderoso artículo que George Bataille entregó en 1933 a la revista La Critique Sociale, un bastión del comunismo disidente, es decir crítico de Stalin. Por entonces, nos explica Margarita Martínez en el estupendo prólogo, Bataille era un ensayista en ciernes de 36 años que “pensaba invirtiendo las posiciones clásicas del análisis económico y social”.


Entendía al hombre "no como un ser para la acumulación, sino para la pérdida”, por causa de la nefasta represión de los instintos, que había causado la Modernidad. Desde esa atalaya, edificada con los fangos de Freud y de Marx, Bataille quiere ser "el primero y el único en Francia que intente elucidar el fascismo por medio de una conceptualización predominantemente psicoanalítica", de acuerdo a su biógrafo Michel Surya.


Pero tanto o más instructivas que esa genealogía del fascismo que propone Bataille son algunas categorías de análisis que aplica, herramientas que pueden utilizarse, incluso, para interpretar fenómenos políticos de nuestra era como el kirchnerismo, Trump o Milei.


Muy interesante, por ejemplo, es su "descripción psicológica de la comunidad" que divide al cuerpo social en elementos homogéneos y elementos heterogéneos. La primera parte está conformada básicamente "por aquellos hombres y mujeres que poseen los medios de producción o el dinero destinado a su mantenimiento y adquisición". Hoy podríamos prescindir de ese reduccionismo marxista y extender la homogeneidad a todo el statu quo, no sólo al aparato de producción. Es el mundo del trabajo, del dinero, de la autoridad y la adaptación.


En la parte heterogénea se encuentran las vidas inasimilables, las existencias válidas para sí mismas (sin utilidad social), el lumpen proletariado, los revolucionarios.y los criminales, el gasto improductivo, el mundo sagrado, lo inconsciente... "Todo lo que la sociedad homogénea rechaza como desecho o bien como valor superior trascendente", escribe un Bataille que nos da casi siempre una impresión de actualidad.


"La violencia, la desmesura, el delirio, la locura caracterizan en distintos grados los elementos heterogéneos activos, en cuanto personas o en cuanto multitudes, que se producen quebrando las leyes de la homogeneidad social", añade el filósofo epicúreo. Naturalmente, Bataille ubica al fascismo en el mundo de la heterogeneidad. Es "lo completamente otro".


Pequeño en dimensiones, pero rico en ideas es pues el miniensayo. A los fatigados, pero igualmente crédulos, habitantes del siglo XXI, la voz cautivante de Bataille nos advierte desde los tiempos de Stalin y Mussolini: la fuerza de un líder es análoga a la que se ejerce en la hipnosis.

Guillermo Belcore

lunes, 10 de marzo de 2025

Belacqua

 


El héroe zaparrastroso o antihéroe es una de las grandes invenciones literarias
. No nos mueve a admiración, sino a risa, a lástima o a reflexión. No encarna lo que nos gustaría ser, sino lo que realmente somos: seres patéticos, ridículos a menudo, seres para la muerte como nos advertía Heidegger.

Puede que el paladín harapiento más famoso de todos los tiempos sea ese hidalgo de rocín flaco que fatigó los caminos de La Mancha. El favorito del autor de este artículo es un curioso lector de Boecio que vivía en Nueva Orleans con su madre. Ignatius J. Really para más señas.

Samuel Beckett (1906-1989), premio Nobel de Literatura en 1969, creó un antihéroe delicioso en su primer libro de ficción. Lo bautizó Belacqua Shuah. Tomó su nombre del espíritu más holgazán de la Divina Comedia y el apellido del abuelo de Onan en el Antiguo Testamento. Ese libro fue entregado por primera vez a la imprenta en 1934. Como las editoriales resistieron la idea de una novela, Beckett escribió diez cuentos hilvanados entre sí, que narran la vida de Belacqua desde el colegio hasta su entierro. Un sello argentino ha tomado la decisión de reimprimirlo. Tres hurras para Ediciones Godot.

COMEDIA GROTESCA

Publicado con el apoyo de Literature Ireland (la isla esmeralda es ahora una sociedad desarrollada), Belacqua (220 páginas), la edición argentina 2025, es francamente un libro magnífico. En primer lugar por la traducción, prólogo, aclaraciones sobre el título (el original era un juego de palabras) y notas de Matías Battistón. Hay 354 aclaraciones a pie de página que permiten entender ese sublime torrente de expresiones en distintos idiomas, alusiones librescas y guiños a personajes y lugares de su época que Beckett embutió en esta suerte de comedia grotesca.

Ya es hora de hablar de Belacqua Shoah. Un gordito de cara pálida y anteojos enormes, bueno para nada, algo así como "un intelectual protestante de costumbres retorcidas", como el vouyerismo. Su guarida crapulosa es el pub, aunque "no tenía recursos suficientes para consagrar su vida a la éxtasis ni siquiera en el más mísero de los bares".

El narrador —omnisciente o un amigo de Belacqua— lo describe así: "...no es tipo feo. Más bien una especie de Tom Jones cretinoide..." Lo cierto es que al gandul nunca le ha faltado mujer, incluso contrajo matrimonio tres veces lo que le permitió engordar la faltriquera. Lo seguimos a la escuela, a un paseo por la campiña, al pub, a una fiesta de la elite intelectual dublinesca, a un intento de suicidio, al accidente de su primera esposa, a sus segundas nupcias, a un hospital con un tumor en el cogote, a sus funerales.

COMICO Y ERUDITO

Es importante que el lector sepa que estos cuentos son muy divertidos. Incluye una de las galerías más copiosas de personajes estrafalarios de la literatura moderna. Seres enfermos de irrealidad, como diría Juan Marsé. Por momentos, el estilo del Beckett temprano recuerda a Thomas Pynchon.

Como se dijo, también es un libro erudito. Battistón lo resume como "respuesta moderna, joyceana al género de los centones". ¿Qué es esto? Centón, dice la Real Academia Española, es la obra compuesta con fragmentos de otras obras. Beckett se nutre de la Biblia, Plutarco, San Agustín, Dante, Ovidio, Shakespeare, Horacio, Tomás de Kempis, Stendhal, Swift, Carlyle, Richard Burton, Nietszche... y siguen las firmas.

El texto exige una lectura atenta. Como escribió Battistón: "Uno lo lee con cierto suspenso, y con cierta frustración también, como si en cualquier momento hasta la maceta del rincón pudiera citar a Horacio sin que uno se dé cuenta". Es decir, no es fácil porque se trata de una escritura excelente. Pero los dedicados serán recompensados. Hay pasajes de intensa poética, también.

Al parecer, los libros son como los jugadores de fútbol: tienen sus propios tiempos. La primera edición de esta obra fue destripada por la crítica y sus 1.500 ejemplares tardaron 14 años en venderse. Con el correr de las décadas, la calidad se impuso y se tradujo a todos los idiomas occidentales, cada uno de los cuales dio una respuesta diferente al enigma del título original (More Pricks than Kicks). El Belacqua argentino se entiende y se lee con mucho placer. Si mañana terminara 2025 podríamos decir que fue el rescate del año.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa

Calificación: Muy bueno

jueves, 6 de marzo de 2025

El gran show de Robert De Niro


 Por Guillermo Belcore 

Zero Day. Producción de seis episodios de 53 minutos cada uno. Creadores: Eric Newman, Noah Oppenheim, Michael Schmidt. Dirección: Lesli Linka Glatter. Actores: Robert De Niro, Jesse Plemons, Angela Bassett, Lizzy Caplan, Bill Camp. Disponible en Netflix.


Majestuoso. El adjetivo que, quizás, mejor le cabe a Roberto De Niro en su primer papel protagónico de una serie. A los 81 años, uno de los grandes actores de nuestro tiempo salió airoso de su papel en un thriller conspiranoico que Netflix acaba de subir.


Los seis capítulos de Zero Day parten de un supuesto inquietante: qué pasaría si un ciberataque terrorista paraliza por un minuto todos los sistemas informáticos de Estados Unidos. El malware causa más muertos que el 11-S, en quirófanos, accidentes carreteros, ferroviarios y de aviación. Un mensaje ominoso aparece en todos los teléfonos celulares: “Volverá a suceder”.


Estados Unidos quedan en manos de la conmoción y el pavor. Gobierna la Casa Blanca Evelyn Mitchell (Angela Bassett), una mujer afroamericana, del Partido Demócrata supuestamente. Crea de inmediato una comisión investigadora con ingentes recursos y poderes ilimitados, por encima incluso de la Constitución estadounidense. Es decir, puede arrestar y encerrar a sospechosos sin orden judicial. Puede aplicar tormentos a los detenidos, si lo cree imprescindible para resolver el enigma y evitar una nuevo ataque.


Al frente de la Comisión Día Zero es designado el expresidente independiente George Mullen (justamente Robert de Niro), un político confiable para todos, cuya popularidad se mantuvo intacta tras haber renunciado a un segundo mandato en la Casa Blanca para retirarse a un bucólico refugio en el interior del estado de Nueva York. Adujo entonces razones personales: debió enterrar a un hijo muerto por sobredosis de drogas.


Mullen corre una carrera contra el tiempo. Debe encontrar a los responsables del peor atentado en la historia de Estados Unidos. El Pentágono y un sector del Congreso impulsan una guerra contra Rusia. Para peor, su hija Alexandra (Lizzy Caplan) es nombrada presidenta de la comisión parlamentaria que controlará a Mullen, quien empieza a sufrir alucinaciones visuales y auditivas. Los medios lo critican y un partisano de la televisión -tipo Roberto Navarro o el Gato Silvestre- encabeza una feroz campaña personal en su contra. No obstante esa presión colosal, el hombre del momento empieza a tirar de los hilos hasta develar, en cuestión de días, una gran conjura política y económica.


La trama es un caldero burbujeante que cuece todos los ingredientes que aman los aficionados a las teorías conspirativas: la CIA, hackers indomables, el Kremlin, tiburones de Wall Street, sectas de ultraderecha, el Mossad, armas neurológicas, los moguls de las nuevas tecnologías, a lo Mark Zuckerberg. Se entremezclan el gran drama nacional con los problemas familiares de Mullen, a quien su esposa Sheila (Joan Allen, ¿recuerdan a Pamela Landy?) en un momento cree loco.


LOS AGUJEROS


En Estados Unidos, Zero Day recibió el favor del público y críticas mixtas. ¿Hay que recordar que estamos ante un entretenimiento de calidad, que no puede ser juzgado con los mismos parámetros que el cine de Bergman? La serie va de menos a más; el suspenso está muy bien dosificado y la tensión y el frenesí logran, en última instancia, rellenar las inconsistencias del guion. Una historia bien narrada no debe ser necesariamente verosímil sabemos desde los tiempos de las cavernas. ¡Ah!, y el final de la serie. Pero sobre eso no podemos escribir.


Zero Day, además, reflexiona sobre los dilemas morales (¿el fin justifica los medios?) y familiares, y sobre el deterioro de nuestras democracias, pervertidas por los grupos de interés, los extremistas de la política y del público, los payasos hipócritas de los medios masivos y las redes que buscan amasar una fortuna sembrando la discordia. “Lo mejor que puedes hacer por la República y por el pueblo de tu país es hacer lo correcto” es una de las enseñanzas de este atrapante producto.


Y, como decíamos al principio, está la gran actuación de De Niro, con sus muecas tan características. Pero no está solo. Está muy bien acompañado por los actores secundarios. A los ya nombrados agreguemos a su asistente personal Roger Carlson (Jesse Plemons, ¿recuerdan la segunda temporada de Fargo?); a su jefa de gabinete y antigua amante Valerie Whitesell (Connie Britton); y al jefe de la bancada republicana Richard Dreyer (Matthew Modine). Por mencionar a algunos. “El reparto es demasiado bueno para que no se pueda ver”, escribió, no sin razón, The Hollywood Reporter


Hay un asunto de fondo inquietante en la serie: la tremenda vulnerabilidad de las sociedad modernas ante los apagones tecnológicos, ya involucren la energía, las comunicaciones o los sistemas de pagos. El director de la CIA Jeremy Lasch (Bill Camp) le dice a Mullen que, según sus estudios, el colapso de una civilización acaece después de 28 días de apagón total. El monstruo de la anarquía se encuentra al acecho.


Calificación: Buena


jueves, 30 de enero de 2025

Nexus




Cada década suele elegir su pensador de moda. Después de la caída del Muro de Berlín, Francis Ford Fukuyama nos persuadía del fin de la historia. En los primeros años del siglo XXI, todos aludíamos a la modernidad líquida que Zigmunt Bauman había establecido (y estirado la idea luego hasta el absurdo). Llegó el colapso financiero de 2008 y un economista francés de izquierdas se convirtió en el nuevo gurú. Algunos medios tan frívolos como influyentes, incluso, designaron a Thomas Pikkety como “el nuevo Marx” que asustaba a Occidente con un espantajo: la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso, y eso socava las democracias.


Hoy podríamos decir que el historiador israelí Yuval Noah Harari (Kiryat Atta, 1976) es el intelectual más leído y comentado de nuestra época. Sus ensayos, modelo de claridad conceptual y expositiva, examinan los macroprocesos desde las estadísticas de masas. El darwinismo y la psicología evolutiva son dos de sus herramientas favoritas.


Harari, un autor para todos los públicos, entregó a la imprenta en 2024 un ensayo formidable, que aquí queremos recomendar. Nexus (Editorial Debate, 602 páginas) resume la historia de las redes de información desde la Edad de las cavernas hasta la Inteligencia Artificial, prodigio que el ensayista vislumbra con extrema desconfianza pues se trataría de la mayor revolución tecnológica de la historia, la primera que puede escapar completamente de nuestras manos.


¿Podemos confiar en los algoritmos informáticos para tomar decisiones sensatas y construir un mundo mejor?, nos interpela el autor.


El libro abre con un baño de humildad: “A pesar de la ingente capacidad de información que tenemos a nuestra disposición, somos tan susceptibles a la fantasía y al delirio como nuestros antepasados más lejanos...” ¿Y eso por qué, profesor? Porque somos “muy buenos a la hora de acumular información y poder pero tenemos mucho menos éxito a la hora de adquirir sabiduría”.


Una añosa fábula griega ha anticipado nuestra imperfecta naturaleza mental: El mito de Faetón. Un muchacho que persuade a su padre Helios de que le permita el privilegio de conducir el carro del Sol y termina causando una catástrofe planetaria. El riesgo fatal de manipular las fuerzas que nos exceden. Como la Inteligencia No Humana.


JUSTO CENTRO


Por supuesto, hay cierto abuso macluhiano en el último libro de Harari (aunque resulta inevitable la simplificación) al querer sostener toda la historia de la humanidad sobre un sólo pilar: el desarrollo de las redes de información. Pero el recorrido es fascinante y las conclusiones, útiles.


El pensador pretende colocarse en un punto medio entre "la idea ingenua de la información" (el libre flujo os hará sabios pues conduce a la verdad) y la visión populista-marxista de que “toda información que circula masivamente es mero engaño de los poderosos”.


El argumento principal de su libro es que la humanidad consiguió prosperar mediante la construcción de grandes redes de cooperación, pero la forma en que se construyen dichas redes las ha predispuesto a hacer un uso imprudente del poder. “Por lo tanto las redes son también un problema”.


El rasgo decisivo de la red es la conexión y no la representación (es decir la verdad) y la información es cualquier cosa que conecte puntos diferentes en una red, lo que crea nuevas realidades.


LA NOBLE MENTIRA


La primera tecnología de la información que desmenuza Harari en este ensayo fascinante es el relato. Sin él, los Homo Sapiens no nos hubiésemos convertido en la especie dominante del planeta, al conferirnos una ventaja decisiva no solo sobre leones y mamuts sino también sobre otras especies humanas remotas como los neandertales. De todos los tipos de relato los que crean realidades intersubjetivas han sido los más fundamentales para el desarrollo de redes humanas a gran escala. Es el caso de las grandes religiones, el dinero o las naciones, por ejemplo. La noble mentira, en palabras de Platón. Todo sistema político humano se basa en ficciones, pero unos lo admiten y otros no, sentencia Harari descarnadamente.


A menudo, la historia es moldeada no tanto por relaciones deterministas de poder -como sostiene el marxismo- como por errores trágicos que derivan de creer en relatos cautivadores pero dañinos, explica el pensador israelí.


Uno de los grandes atractivos de los libros de Harari es que nos examina como especie. Aquí señala un rasgo decisivo de nuestra psiquis: la memoria humana a largo plazo está particularmente adaptada a la retención de relatos (los políticos y las empresas se aprovechan de ello). Es decir, pensamos en términos de relatos. Nos encanta encontrar en el arte y el entretenimiento de masas los llamados dramas biológicos, héroes que enfrentan depredadores, adversarios amorosos, rivalidades fraternales, etc.


Pero con la memoria no alcanza, la segunda gran tecnología de la información que ha creado el Homo Sapiens es el documento escrito. El subproducto (muchas veces indeseable) del texto escrito es la burocracia, que le ha impuesto al mundo un orden nuevo y artificial. Cuando un sistema burocrático nos coloca una etiqueta, aunque ésta pueda no ser más que una convención, determina en muchos casos nuestro destino. Lo hace en pro del orden, por buenas y malas razones.


Históricamente hablando, hay un aspecto benigno en la burocracia, que es proporcionarnos asistencia sanitaria, seguridad y justicia. Pero todos conocemos sus tremendos excesos, que han costado cientos de millones de vidas. Hacemos un salto de varios capítulos del libro para destacar una de las grandes amenazas que las nuevas tecnologías plantean a la humanidad: reforzará las burocracias estatales y privadas en detrimento de las libertades individuales. La IA es un banquero o un policía que puede trabajar las 24 horas del día y que, lo que es más grave, podrá tomar sus propias decisiones.


El historiador de moda quiere que usted sepa que los algoritmos de inteligencia artificial pueden aprender por sí mismos cosas que ningún ingeniero humano ha programado, y pueden decidir cosas, que ningún ejecutivo humano ha previsto. “Esta es la esencia de la revolución de la IA”, avisa.



El otro gran peligro que vislumbra este sofisticado pensador refiere a la manipulación de las conciencias. La inteligencia artificial está adquiriendo también la capacidad de componer relatos mejor que la mayoría de los humanos. Y los algoritmos crean nuevas mitologías. Información no es per se verdad, martillea el libro.


Para que la verdad tenga éxito -explica Harari- es necesario crear instituciones de organización y conservación con el poder de inclinar la balanza a favor de los hechos. Los diarios como en el que trabajo, que duramente sobrevive hoy con todos los vientos en contra, es una de esas instituciones. Es una tecnología creada en la Edad Contemporánea como mecanismo de autocorrección de las Repúblicas.


Los medios de comunicación claro está, no son el único mecanismo de autocorrección institucional. También podemos mencionar al Poder Judicial y a las entidades científicas y profesionales que contribuyen año tras año para mantener ese delicado equilibrio entre verdad y orden que ha hecho nuestras vidas más dichosas en las repúblicas liberales.


Para Harari, la diferencia entre democracia y dictadura es, básicamente, entre tipos opuestos de redes de información. El totalitarismo es una red de información centralizada que carece de mecanismos de autocorrección sólidos. Una democracia es "una conversación constante entre diversos nodos de información", que, a su manera y con fallos, buscan la verdad. Mientras seamos capaces de conversar podremos encontrar un relato compartido que nos acerque, enseña Harari a los argentinos.



La IA, con su pavorosa eficacia, podría apuntalar a las dictaduras de nuestra era, nos advierte el libro. Allí donde fracasaron Hitler o Stalin, las computadoras podrían tener éxito. Pero no solo eso. Hay una posibilidad incluso más aterradora que Harari desea anticipar: "...en la política del siglo XXI la división principal podría no darse entre democracias y regímenes totalitarios sino entre seres humanos y agentes no orgánicos". Se vislumbra en el horizonte un Telón de Silicio. Es hora de actuar. La historia no es determinista.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

Publicado en el Suplemento Economía del diario La Prensa.

domingo, 12 de enero de 2025

La nieta


 Ya que el Cielo no nos ha dado la posibilidad de salvaguardar el mundo (ni siquiera la Patria o el barrio), al menos nos puso al alcance de nuestras fuerzas la posibilidad de poder salvar a una persona. Este es el mensaje primordial de la penultima novela de Bernhard Schlink (Bielefeld, 1942), uno de los escritores idolatrados por la prensa europea.


La nieta (357 páginas) fue entregada a la imprenta en 2021 y ahora el sello Anagrama cree oportuno lanzar una segunda edición. La novela recibió el favor del público y de la crítica diarística que lo cubrió de elogios desmesurados. Nicolás Weill de Le Monde la comparó con Guerra y paz de Tolstoi. ¿Se entiende por qué la prensa tradicional está en crisis, verdad?

Pues bien, qué tenemos aquí. Un formato que le encanta a los alemanes, un bildungsroman (novela de formación) que plantea la clásica antinomia civilización vs. barbarie. Pasajes interesantes no faltan, pero la escritura no es gran cosa y nunca se logra evitar ese feo vicio de la cursilería.


El protagonista es un librero de Berlin, quintaesencia de la respetabilidad burguesa. Kaspar es su nombre. Una noche llega a su casa y se encuentra con su esposa muerta en la bañera. Birgit era alcohólica, con el alma entristecida por alguna razón oscura. Kaspar la había rescatado de Alemania oriental, casi cincuenta años atrás.


Desolado, el viudo hurga en los papeles de Birgit. Busca una novela que supuestamente escribía. En su computadora descubre Kaspar que se esposa le ocultaba información sobre su vida. El secreto más impactante es que en el “paraíso socialista” había abandonado a una hija recién nacida. Y desde hace tiempo, el deseo de encontrarla y ponerse a su disposición la desgarraba. El miedo no se lo permitió.


Kaspar decide buscar a la hija de Brigit. Después de una minuciosa indagación encuentra a Svenja en un comunidad rural de Mecklemburgo-Pomerania occidental. Es una ama de casa amargada, con ideas neonazis, al igual que el bruto de su esposo. Pero tiene una hija luminosa de catorce años. Sigrun conecta de inmediato con Kaspar. Ganar un abuelo la ilusiona.


A cambio de una herencia abultada pero entregada en cuotas, Kaspar consigue que el matrimonio de palurdos acepte que Sigrun pase cinco semanas por año con él en Berlín. A los setenta años, el librero ha encontrado una misión redentora: abrir la mente de la niña, mostrarle la belleza del mundo, acercarla al arte, rescatarla en fin de esa horrible secta de ultraderecha que admira a Rudolf Hess y cree que el Holocausto es una invención creada por los enemigos de Alemania para avergonzarla.


EL BUEN JUEZ


Bernhard Schlink es un ex juez del Tribunal Constitucional de Renania del Norte-Westfalia y catedrático de historia metido a escritor de ficción. Comenzó con novelas policiales y luego dio un gran salto de calidad con El lector que se convirtió en un bestseller global e, incluso, saltó a la pantalla grande. Algunas de sus obras fueron comentadas en este blog (1).


En su decimosexto libro, Schlink confirma que es el pináculo de la corrección política; ha publicado un texto que parece haber sido diseñado para no ofender a nadie ilustrado. Nunca hay que minimizar en la literatura posmoderna el papel del editor.


La trama se describe con indulgencia al comunismo alemán. Lo pinta como un estilo de vida diferente; un punto de vista equivocado aunque comprensible, cuando en realidad se trató de una aberración histórica impuesta a punta de bayoneta por las tropas de Stalin.


Más cercano a la realidad es el fresco de las tribus volkish. La participación de Kaspar de una fiesta pagana en el municipio de Lohmen redondea uno de los puntos altos del libro.


Hay algo también de buena filosofía en las reflexiones del librero acerca de esa controversia ética en torno a si el civilizado todavía debe dominar a lo salvaje.


Cuando observamos en el el siglo XXI adultos incluso educados, adorando a las esvástica y a la runa, reemplazando la Navidad por la festividad de Yule uno no puede dejar de admirar la clarividencia de G.K. Chesterton. quien hace unos noventa años advertía al mundo sobre los peligros de las “herejías raciales del prusianismo”, una especie particular de idolatría que envenenó Alemania desde los tiempos de Federico el Grande. El hitlerismo fue su última expresión en el poder.


"Quiero hacer constar -escribió el pensador ingles- que jamás dije que Alemania fuese una tribu bárbara. Tan sólo he dicho que en Alemania hay una tribu bárbara. Los destinos de ese gran pueblo heterogéneo, y a veces muy estimable, han dependido casi siempre de hasta qué punto se le ha permitido a ese elemento tribal ser punta de lanza o se la ha usado como tal". (2)


Así pues, las tribus bárbaras aparecieron de nuevo en Alemania y en su penúltima novela Schlink quiso advertir al fatigado lector europeo que está emergiendo la vieja antinomia germana de modernidad cosmopolita vs. ideología volkisch; es decir, Alemania integrada en la corriente de civilización europea versus el cruel dictamen nórdico.


Para resumir, este texto desparejo permite una lectura fácil pues carece de densidades estilísticas. Narra una historia atractiva, pero no es una gran novela. Podría decirse, además, que es un libro útil. Usted dirá.

Guillermo Belcore

(1) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2012/06/mentiras-de-verano.html

(2) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2015/12/chesterton-y-la-cuestion-alemana.html


Calificación: Regular