Moscardón Imaginario II
Con la fuerza del lugar común, se ha escrito que el gran relato estadounidense pasa hoy por la televisión, en desmedro de los libros. La sentencia tiene -como siempre ocurre- algunos grumos de verdad. Lo cierto es que desde hace unos años observamos deleitados algunas series magníficas, de gran factura y verosimilitud o con una prodigiosa imaginería. Soy adicto a ellas, lo confieso de entrada. Pero siempre una novela o cuento excelente (el lector de este blog sabe que se siguen escribiendo) estará por encima de cualquier capítulo de la pantalla chica. Hecha la salvedad, añado que uno de mis programas favoritos para una noche fría de un sábado es quedarme en cama con la persona amada viendo tres o cuatro capítulos de House o de Los Soprano. Los alquilamos en el videoclub. Soy capaz también de aislarme en una reunión familiar si pesco, en casa ajena, un episodio de Monk o La Ley del Orden, en cualquier de sus variantes, excepto la floja Criminal Intent. ¡Qué aparato!, dirán algunos.
De dónde proviene este fanatismo, me he preguntado los últimos días. De la tierna infancia. Como casi todos nosotros, la primera serie -si es que esa es la palabra- que seguí con fruición fueron Los Tres Chiflados. Milagro del universo, a mi hijo también le encantan Moe, Larry y Curly o Shemp. Luego, vino El Zorro con sus deliciosos personajes. Con la pubertad, me atrapó Tarzán, con Ron Ely; y casi todas las expresiones del camp: Batman, Los Locos Adams, El superagente 86, Mi marciano favorito y Mister Ed. El orden es el correcto.
A fines de los setenta, fue el turno de El hombre nuclear. ¿Quién no se imaginó ser un Steve Austin? La mujer biónica, en cambio, me supo a tontería o, peor, a traición. Maticé la pasión cibernética con El santo, Ladrón sin destino, Los vengadores y La mujer maravilla.
En la adolescencia, creo, descubrí el delicioso sabor de los policiales. SWAT era mi preferida. Vi, no sin desgano, alguna peripecia de Las calles de San Francisco, Mujer Policía, Manix, Kojak y Starsky y Hutch. Nada para cortarse las venas. Años después, con el paladar enriquecido por la novela negra, descubriría en un canal nostálgico al imposible inspector Columbo. Recuerdo con saudades, ya en el terreno del Western, La conquista del Oeste y Jim West. El hombre del rifle, en cambio, me pareció algo zonzo. Debo confesar que en casa, influencia de mamá, se veía La familia Ingalls. Mi hermana odiaba profundamente a la señora Olson y le tenía miedo al señor Edwards. No puedo dejar de mencionar con cariño a El agente de Cipol, Dos tipos audaces y El túnel del tiempo.
Ya en los ochenta, me abdujo la ciencia ficción. Disfrute Cosmos 1999, UFO (de procedencia británica) y sólo los primeros capítulos de V, Invasión extraterrestre. Estaba algo grandecito para los lagartos disfrazados de espléndidas hembras. Y arribo entonces a la madre de todas las pasiones: la saga de Star Trek, una mejor que otra.
Aun hoy me considero una versión light de los trekkies. Juzgo a muchos seres humanos con categorías de Gene Roddenberry. ¡Aj!, ese político es un romulano, el barra de Boca se parece a un klingon, aquél es perverso como un oficial cardasiano. Mi favorita es la tercera versión: Abismo Espacial 9. Ambientada en una estación orbital, llega a su climax con una guerra interestelar (la lucha contra el Dominio) que opaca cualquiera de las fruslerías de George Lucas. Solo Andrómeda (creación póstuma de Roddenberry) está a la altura de las Enterprise.
HAY ALGUIEN AFUERA
Los noventa me trajeron también algunas maravillas. Los expedientes X, por supuesto, pero también Milenium y División Miami. Tengo sentimientos encontrados con Jag. Descubrí una perla, por ahora interminable que divulga Universal en la Argentina: La ley y el orden. Soy un incondicional de esas historias atrapantes de policías y fiscales. Van por la temporada 17. Me apenó muchísimo la muerte de Jerry Orbach, el inolvidable detective Lennie Briscoe. Me estremezco con los casos escalofriantes de La ley y el orden, unidad de víctimas especiales. Hace un par de años me sedujeron dos policiales de corta vida: Dragnet (remake fallida de un éxito de los cincuenta) y Los Angeles Robbery and Homicide División, cuyo papel protagónico cumplía el atormentado y talentoso Tom Sizemore. Con mi actual mujer disfrutamos CSI Las Vegas y Medium. Pero es sólo de ella la fascinación por Lost (está enamorada de Sawyer) o Héroes (está enamorada de Nathan Petrelli).
Llegamos al presente. En qué ando hoy. Bueno, como decía al empezar, soy otro fanático de Los Soprano y Doctor House. Monk me resulta delicioso. Pero la repetición de cualquiera de las gemas aquí señaladas me tendrá como fiel televidente allí donde sea necesario. Las series, como los libros, acaso no me hayan mejorado. Pero me han hecho inmensamente feliz.
Guillermo Belcore
PD: Amigos de todo el planeta, estoy abierto a conocer series nuevas. Soy todo ojos y oídos.