Hay una especie literaria (
porque la filosofía es también una forma de literatura elevada) particularmente atractiva, tanto para la sensibilidad artística como para el intelecto: el aforismo. “Retazos de púrpura”, la llamó
Jorge Luis Borges, teniendo en mente a
Oscar Wilde. Y fue
George Steiner, ese crítico al que todos deberían parecerse, quien reflexionó a fondo sobre la “estética del fragmento” a partir de Heráclito, y notando el hecho de que ha llamado la atención en todas las artes. El boceto, la maqueta, el borrador, lo inconcluso en general (piénsese en Gaudí) han sido valorados por encima de la obra acabada. En verdad, todo Heráclito, Nietzsche y Wittgenstein es fragmento, pero en el año del Señor 2014 los argentinos podemos descubrir que un pensador esencial (nunca mejor usado el adjetivo) cuya obra a priori es todo lo contrario de la especie aforística, también la ha cultivado.
Hablamos nada menos que de Martin Heidegger (1889-1976).
¡Qué hermosa sorpresa! El sello
El hilo de Ariadna acaba de publicar
Acerca de Ernst Jünger, obra fragmentaria de Heiddeger que
refulge tanto como ejercicio de crítica literaria como en su carácter de bosquejo de Alta Filosofía. La traducción es impecable. Casi nada hay de jerga impenetrable. Contiene el libro notas de los años treinta, un manuscrito de 1954, así como numerosas y detalladas acotaciones marginales que el pensador alemán realizó sobre obras de Jünger como
El trabajador o
Los acantilados. Vaya par de gigantes, ¿no? Heidegger y Jünger.
Pero hay un tercero eminente invitado a la mesa: Nietzsche. La indagación filosófica se va engarzando sobre el hilo conceptual que había aportado el creador de Zarathustra; hilo deformado, enriquecido, solidificado mediante un imperativo categórico:
Todo es metafísica. Incluso la política. Para Heidegger, el dirigente debe aspirar a convertirse en “figura”; alcanza el éxito si es leído “metafísicamente” por la masa.
UN EXAMEN ATENTO
Postula Heidegger un principio que destruye el comentario chirle de la mayoría de los opinadores de suplementos dominicales:
“Toda auténtica interpretación es confrontación en sentido literal“. Confronta entonces a un novelista que “piensa desde el ámbito de las gigantescas batallas de desgaste” de la I Guerra Mundial; en el que ha devenido como “realidad decisiva” esa contienda infernal; y el que propone como experiencia fundamental “el realismo heroico” en el sentido de “un desarrollo acabado de la metafísica de Nietzsche“. Pero lo confronta desde la admiración. El autor de
Tempestades de acero es para el filósofo de la Selva Negra “un indicador con formato propio y por ello un artista esencial entre sus contemporáneos“.
El libro, riquísimo, en ideas e inferencias ofrece incluso, como se dijo, una metodología de análisis de la Alta Literatura. Sugiere el método heideggeriano al crítico seis aproximaciones, cuanto menos:
1) Ver (leer) pensantemente.
2) Reconocer el andamiaje de la obra y concebir este andamiaje como la estructura sobre la que se asienta una posición metafísica fundamental.
3) Examinar las experiencias del ente que proporciona la novela. ¿El ente es más que ente?
4) Descubrir influencias, entendiendo que sólo puede ser influido por un pensador esencial quien por sí mismo aporta y lleva a su encuentro un auténtico preguntar. Ser influido por grandes pensadores y poetas -nos recuerda Heidegger- es sólo la dicha de quienes han abandonado el circuito de lo pequeño.
5) Meditar sobre tres aspectos de la composición: a) Lo que el autor hace visible en sus descripciones. b) La posición fundamental sobre dentro de la cual la descripción ya ha sido realizada. c) El modo en que esta posición fundamental es fundamentada.
6) El escritor ante la voluntad de poder. ¿El autor ve lo real como fenómenos de poder? ¿Hay en él ese querer adivinar nietzscheano de lo que es fundamento del primer plano? ¿El escritor domina lo real mediante el desenmascaramiento?
LA VOLUNTAD DE PODER
Si el libro habla de política, el comentarista no puede ignorar la política, plantea el gran crítico español Ignacio Echeverría. Esta obra conversa sobre Alta Filosofía, algo hay que añadir al respecto. Básicamente, Heidegger se aupa sobre los hombros de Nietzsche para establecer que “nada es sin la verdad sobre el ser (Seyn)”. Y esa verdad radical no es otra que la siguiente:
“La voluntad de poder es el carácter fundamental de lo real, la esencia de la vida“. Poder para Heidegger no es algo abstracto, “es decir nunca un ente en sí presente ante la mano, hallable y asible a voluntad“, sino “el ser mismo“. Nos advierte que “el poder no necesita portadores, él es lo portante (el ser)”.
Desde esa base firme, el libro -cual diccionario de Alta Filosofía- va hilvanando valiosas definiciones conceptuales: trabajo, trabajador, figura (“como núcleo del campo de fuerza situado en torno de él“), burgués, heroísmo, tipología, técnica. El derrotero es apasionante, pues deviene de la fijación del pensador con el lenguaje. Fuerza a pensar. Verbigracia: ¿cuál de estas siete categorías heideggerianas de trabajo se encarna en ti amable lector?:
1) como medio (trabajar para).
2) como meta (realización por el trabajo).
3) como modo fundamental del ser humano (el trabajador).
4) como subjetividad incondicional.
5) como objetividad ilimitada que determina el punto 4
6) como ser del ente en totalidad.
CONTRADICTORIO Y ACTUAL
Apenas se asoma el Heidegger totalitario; como por ejemplo cuando plantea la cuestión de la raza o cuando escribe que las SS son “ejemplo de construcción orgánica”. No va más allá, en rigor. Son verrugas feas pero diminutas sobre un texto por lo demás muy inspirador que se extiende por quinientas cincuenta y seis páginas y que, en su mayor parte, se forjó durante el Tercer Reich. Aquí hay también un Heidegger que se rebela contra las interpretaciones de “los nietzcheanos tornados salvajes” y de “los investigadores de lo racial“ (bien mirado otra forma de materialismo como el marxista) que no captan lo esencial. Y un Heidegger que define al ‘superhombre’ no como la bestia rubia conquistadora sino como el
“hombre que históricamente excede al vigente y último hombre en otra figura” (es decir, no lo mueven las modas ni las ideologías demenciales de su tiempo). Se evoca una máxima decisiva de Nietszche de 1886:
“No tratar a ninguna persona que tenga participación en el mentiroso vértigo racista”.
Uno se va del libro pensando que el Heidegger que se expresa en forma aforística, y por lo tanto es fácilmente aprehensible (la técnica del rayo que cae, según Steiner), se configura
en pensador con absoluta vigencia. Acaso hoy, el autor de
Ser y Tiempo hubiera definido a las fruslerías de las redes sociales como “obstinación plenamente enceguecida en la subjetividad". ¡Je! Pero lo que no ha perdido vigor, tal como muchos eminentes franceses de posguerra han notado, es la invitación filosófica a reflexionar sobre lo trascendente, por debajo de los ropajes discursivos de la era en que nos toca vivir. Dice en la página 302:
“Saber lo real sin encubrimiento es preciso; y por ello nos hacemos un camino hacia tal saber; pero se hace más necesario reconocer que todo ente y toda referencia a él nada es sin la verdad sobre el ser (Seyn), tan sólo a través de lo cual todo ente es acaecido en lo que es y como es”.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Excelente