Mario Bunge
Edhasa. Ensayo de filosofía, 167 páginas. Edición 2011.
El superhombre que Nietzsche propuso no es la bestia rubia disfrazada de negro y calaveras plateadas, sino algo más pedestre: el individuo con convicciones filosóficas, ajeno a las modas y al oportunismo, que no siente miedo para expresarse y respeta a los más débiles. Alguien como el Mario Bunge que redondean estas páginas.
Un sello editorial reunió artículos que el filósofo argentino ha publicado en dos diarios. El conjunto resulta estimulante pues fuerza al lector a meditar sobre asuntos políticos (¿es el presidencialismo el cáncer de la democracia?), sociales (el inmigrante nos enriquece) y culturales (¿a qué se debe la creencia tan difundida de que la oscuridad indica inteligencia, originalidad o profundidad?). El libro atrapa porque -como notaba Borges- la mera sensatez también tiene capacidad de resplandecer, aunque Bunge, de tanto en tanto, guste provocar con caprichosas generalizaciones. No es del todo descabellado postular que Heidegger fue uno de los mayores macaneadores de la historia moderna, pero repudiar en bloque a toda la filosofía existencialista suena a injusticia, cuando menos. Implica ignorar rotundamente el espíritu de una época. En segundo lugar, la pretención de Bunge de igualar todo el psicoanálisis al bla-bla-bla parece indigno de un pensador de fuste, si bien la psicolabia porteña -que me perdonen nuestros cincuenta mil graduados universitarios- merece ser azotada en público, entre otras cosas, por su absoluto desdén hacia la investigación.
Bunge se considera un cientificista cuyo modelo de país y sociedad es su patria adoptiva, la pacífica y civilizada Canadá. Hace revisionismo histórico en serio (¿por qué no hay en Buenos Aires una avenida Bernardo Houssey?), no como el que cunde en la Argentina de estos años, puesto de rodillas al servicio del gobierno de turno. En síntesis, los ensayos a vuelo de pájaro están muy bien, porque quien los ha escrito tiene vista de águila. Los recuerdos del autor tampoco carecen de interés. En cambio, los escritos que aspiran a ser literarios pueden tarcharse de pueriles.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Bueno
Este es un blog sobre libros para amantes de los libros y las series. Se rige sólo por el hedonismo de un tal Guillermo Belcore.
lunes, 27 de febrero de 2012
sábado, 25 de febrero de 2012
La luz es más antigua que el amor
Ricardo Ménendez Salmón
Seix Barral. Novela, 175 páginas
El asturiano Ricardo Menéndez Salmón -crítico, licenciado en filosofía, autor de no pocos libros- propone que esta novela sea leída como "una obra que se pretende inteligente". Para ella, la carga de sesudas reflexiones no siempre magníficas. Aparece, de tanto en tanto, la fastidiosa primera persona bloguera. No escatima sentencias como la siguiente: "la historia es un auténtico río caudaloso en el que la desmesura y el talento compiten con el azar y el ridículo". Entremezcla géneros y amplía el vocabulario (acaso para demostrar el dictum de Wittgenstein de que la inteligencia puede medirse según la cantidad de palabras que maneje una persona), incluso con jerga de claustros como "ontológico", "anagnórisis" o "aporético". Se asume, por lo demás, como remedo de Thomas Bernhard en cuanto a "exegesis del trabajo ajeno". La apuesta es muy respetable, aunque no ha podido evitar un desagradable vaivén entre genialidad y tedio.
El libro une vida y obra de tres pintores, dos de ellos productos de la imaginación: Adriano de Robertis (1300-1400), Mark Rotkho (1903-1970) y Vsévolod Semiasin (1925-2005). El castillo de San Sepolcro es el factor común, donde "un pintor blasfemo transformó el sufrimiento ante la pérdida de su hijo en un acto de dignidad". Le añade las vivencias del narrador Bocanegra, quien escribe justamente La luz es más antigua que el amor (una metanovela). Los personajes sirven como excusa para meditar -no sin talento- sobre cuestiones trascendentes, caso la naturaleza del arte, la rebeldía ante los poderes establecidos, el amor, la muerte, y la locura.
Atento a las tendencias en boga de la literatura hispanoargentina, o acaso por la urgencia de publicar, o quizás porque sólo le dio ganas de hacerlo así, Menéndez Salmón es otro escribidor que apuesta a la brevedad, la concisión, el capitulito, a dejar con hambre al lector. Idea un personaje fascinante, Pierre Roger de Beaufort -veinte años, cardenal diácono, futuro Gregorio XI- pero lo despacha en pocas páginas. ¡Qué desperdicio, caray! También podría haberse extendido un poco más en la recreación de Stalin. Esa notoria falta de ambición, se compensa, en parte, por la excelencia de la expresión. Hay frases bellísimas y delicadamente sonoras, párrafos forjados con esmero y luego -suponemos- corregidos hasta que refulgen. El estilo es el hombre afirman, con razón, los ingleses.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
PD: El autor de este libro cae en la tentación de describir fotografías, "filosóficamente", uno de los caminos más trillados entre los intelectuales. Es un remedo superfluo de Barthes, se ha establecido. A mí, este lugar común, me aburre soberanamente. Como se señala en la página ciento veintinueve, "detesto a cierto romano llamado statu quo".
Seix Barral. Novela, 175 páginas
"Todo este esfuerzo, toda esta lucha de vanidades, toda esta ingente escenificación, ¿para qué? De los demonios que acechan al creador a lo largo y ancho de su tarea, ninguno tan angustioso como la carencia de sentido".R.M.S.
El asturiano Ricardo Menéndez Salmón -crítico, licenciado en filosofía, autor de no pocos libros- propone que esta novela sea leída como "una obra que se pretende inteligente". Para ella, la carga de sesudas reflexiones no siempre magníficas. Aparece, de tanto en tanto, la fastidiosa primera persona bloguera. No escatima sentencias como la siguiente: "la historia es un auténtico río caudaloso en el que la desmesura y el talento compiten con el azar y el ridículo". Entremezcla géneros y amplía el vocabulario (acaso para demostrar el dictum de Wittgenstein de que la inteligencia puede medirse según la cantidad de palabras que maneje una persona), incluso con jerga de claustros como "ontológico", "anagnórisis" o "aporético". Se asume, por lo demás, como remedo de Thomas Bernhard en cuanto a "exegesis del trabajo ajeno". La apuesta es muy respetable, aunque no ha podido evitar un desagradable vaivén entre genialidad y tedio.
El libro une vida y obra de tres pintores, dos de ellos productos de la imaginación: Adriano de Robertis (1300-1400), Mark Rotkho (1903-1970) y Vsévolod Semiasin (1925-2005). El castillo de San Sepolcro es el factor común, donde "un pintor blasfemo transformó el sufrimiento ante la pérdida de su hijo en un acto de dignidad". Le añade las vivencias del narrador Bocanegra, quien escribe justamente La luz es más antigua que el amor (una metanovela). Los personajes sirven como excusa para meditar -no sin talento- sobre cuestiones trascendentes, caso la naturaleza del arte, la rebeldía ante los poderes establecidos, el amor, la muerte, y la locura.
Atento a las tendencias en boga de la literatura hispanoargentina, o acaso por la urgencia de publicar, o quizás porque sólo le dio ganas de hacerlo así, Menéndez Salmón es otro escribidor que apuesta a la brevedad, la concisión, el capitulito, a dejar con hambre al lector. Idea un personaje fascinante, Pierre Roger de Beaufort -veinte años, cardenal diácono, futuro Gregorio XI- pero lo despacha en pocas páginas. ¡Qué desperdicio, caray! También podría haberse extendido un poco más en la recreación de Stalin. Esa notoria falta de ambición, se compensa, en parte, por la excelencia de la expresión. Hay frases bellísimas y delicadamente sonoras, párrafos forjados con esmero y luego -suponemos- corregidos hasta que refulgen. El estilo es el hombre afirman, con razón, los ingleses.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
PD: El autor de este libro cae en la tentación de describir fotografías, "filosóficamente", uno de los caminos más trillados entre los intelectuales. Es un remedo superfluo de Barthes, se ha establecido. A mí, este lugar común, me aburre soberanamente. Como se señala en la página ciento veintinueve, "detesto a cierto romano llamado statu quo".
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lunes, 20 de febrero de 2012
Crímenes
Ferdinand Von Schirach
Salamandra. Edición 2011, 189 páginas
Básicamente, la industria editorial adora esta clase de libros por dos motivos. El best seller de calidad es un espléndido negocio que permite, al mismo tiempo, librarse de la fastidiosa sensación de estar vendiendo basura escrita para complacer a los perezosos. La fraternidad crítica, en cambio, los aborrece (o simula hacerlo) por mero esnobismo: los tiquismiquis piensan que nada que se venda como pan caliente puede ser bueno. Por eso repudian a Eco o a Murakami.
Crímenes se ha convertido en un fenómeno de ventas, primero en Alemania y luego en el resto de Europa. El cine ya se le puso el ojo encima a un libro que tiene algo de la formidable saga Law & Order. Ferdinand Von Schirach es un prestigioso abogado penalista de Berlin, hijo de un jerarca nazi, que ha decidido, supuestamente, narrar sus casos extraordinarios. Emplea una prosa elegante, sobria, de una belleza clásica. Como cualquier manufactura germana, como un Mercedes Benz. Su propósito declamado es mostrar que la culpabilidad es un asunto peliagudo; hay que mirar al asesino con ojos misericordiosos. La clave en la vida es tener suerte.
Las historias son fascinantes; se han urdido como cuentos que suelen tener un final que deja pasmado. Hay un muchacho con ganas de devorar a la novia, y otro al que aterra el número dieciocho. Hay un hombrecillo insignificante que se despacha a dos vándalos neonazi sin siquiera despeinarse. Hay una prostituta reventada a golpes; hay un respetabilísimo medico de provincias que un buen día estalla con un hacha en la mano. El robo a un cuenco de te del Japón del siglo XVI desemboca en la espantosa muerte de dos maleantes. Hay más fábulas terribles. Los relatos tienen un núcleo estrictamente literario que generan dudas sobre su autenticidad, ¿pero qué importa? ¿No dijo Oscar Wilde que la vida termina copiando al arte?
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Muy bueno
PD: Como buen argentino que soy, siempre me resulta interesante la descripción de cómo se procesa y castiga un delito en un país civilizado. Leo que en el distrito de Nordeck, al norte de Berlín, no se había producido un delito de sangre en ¡veintidós años! A pesar de su clima espantoso (parece que llueve siempre), he ahí un lugar donde me encantaría vivir.
PD II: Se ha publicado un excelente reportaje al autor en El País de Madrid. Pinche aquí.
Salamandra. Edición 2011, 189 páginas
“Nos pasamos la vida danzando sobre una fina capa de hielo; debajo hace frío y nos espera una muerte rápida. El hielo no soporta el peso de algunas personas, que se hunden. Ese es el momento que me interesa. Si tenemos suerte, no ocurre nada y seguimos danzando. Si tenemos suerte”.F.V.Sch.
Básicamente, la industria editorial adora esta clase de libros por dos motivos. El best seller de calidad es un espléndido negocio que permite, al mismo tiempo, librarse de la fastidiosa sensación de estar vendiendo basura escrita para complacer a los perezosos. La fraternidad crítica, en cambio, los aborrece (o simula hacerlo) por mero esnobismo: los tiquismiquis piensan que nada que se venda como pan caliente puede ser bueno. Por eso repudian a Eco o a Murakami.
Crímenes se ha convertido en un fenómeno de ventas, primero en Alemania y luego en el resto de Europa. El cine ya se le puso el ojo encima a un libro que tiene algo de la formidable saga Law & Order. Ferdinand Von Schirach es un prestigioso abogado penalista de Berlin, hijo de un jerarca nazi, que ha decidido, supuestamente, narrar sus casos extraordinarios. Emplea una prosa elegante, sobria, de una belleza clásica. Como cualquier manufactura germana, como un Mercedes Benz. Su propósito declamado es mostrar que la culpabilidad es un asunto peliagudo; hay que mirar al asesino con ojos misericordiosos. La clave en la vida es tener suerte.
Las historias son fascinantes; se han urdido como cuentos que suelen tener un final que deja pasmado. Hay un muchacho con ganas de devorar a la novia, y otro al que aterra el número dieciocho. Hay un hombrecillo insignificante que se despacha a dos vándalos neonazi sin siquiera despeinarse. Hay una prostituta reventada a golpes; hay un respetabilísimo medico de provincias que un buen día estalla con un hacha en la mano. El robo a un cuenco de te del Japón del siglo XVI desemboca en la espantosa muerte de dos maleantes. Hay más fábulas terribles. Los relatos tienen un núcleo estrictamente literario que generan dudas sobre su autenticidad, ¿pero qué importa? ¿No dijo Oscar Wilde que la vida termina copiando al arte?
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Muy bueno
PD: Como buen argentino que soy, siempre me resulta interesante la descripción de cómo se procesa y castiga un delito en un país civilizado. Leo que en el distrito de Nordeck, al norte de Berlín, no se había producido un delito de sangre en ¡veintidós años! A pesar de su clima espantoso (parece que llueve siempre), he ahí un lugar donde me encantaría vivir.
PD II: Se ha publicado un excelente reportaje al autor en El País de Madrid. Pinche aquí.
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sábado, 18 de febrero de 2012
La novela del año (2011)
Diario de un lector apasionado XXIII
No sin tristeza, hace dos meses afirmaba en Eterna Cadencia que si bien en 2011 anegó las librerías, como siempre, una abundante y sabrosa oferta editorial no hubo -hasta donde yo sabía- una obra maestra que mereciera la dignidad de Novela del año, tipo Contraluz de Thomas Pynchon que en 2010 se había alzado indiscutida y rutilante sobre todas sus congéneres como el lucero de la tarde. Bien, vengo a admitir que estaba equivocado.
En este febrero porteño en que el estío -como escribió Borges en There are more things- no sólo hace sentir al hombre maltratado y ultrajado sino hasta envilecido, ha caído en mis manos un libro grande y suntuoso, de esos que deseamos de corazón que nunca se termine. Data de 1954, pero creo que recién ahora llega al español. En tren de buscar parecidos, lo primero que me viene a la memoria es El gatopardo, pues también retrata, con prosa admirable, un trascendente momento histórico y fue compuesto por un aristócrata en decadencia, esa entrañable condición social (dado que se han perdido los privilegios históricos, por qué no sobresalir de la masa mediante un refinado trabajo artístico). Me refiero a Edipo en Stalingrado de Gregor Von Rezzori (Chernovitz, 1914-1988), hijo de un conocido funcionario del Imperio Austrohúngaro de Bucovina, que pasó (el hijo, no el padre) los años de la Segunda Guerra Mundial en Berlín aferrado a la barra de un bar decrépito.
Debo preparar la reseña para el diario La Prensa, por lo que no me extenderé demasiado, pero aquí les anticipo que Edipo en Stalingrado satisface, largamente, las cinco condiciones estéticas que Harold Bloom señala como imprescindibles para forjar una obra perdurable, es decir, propia del canon. Tiene originalidad, sabiduría, poder cognitivo, exuberancia en la dicción y dominio de la metáfora.
Digo que es original porque narra al nazismo de manera oblicua, desde el punto de vista de una casta pasada de moda, que frecuenta el bar de Charly, uno de los últimos sobrevivientes de los cabaret y cafés berlineses de los locos años veinte. Véase el estilo magnífico de Von Rezzori; disfrútese la excelencia de sus tropos:
Y así todo el libro. Establecido con este párrafo el dominio de la metáfora y la exuberancia del autor (y acaso la sabiduría por aquello de que “la mejor moda de todos los tiempos es lo pasado de moda”), hagamos hincapié en la delicadeza del uso de la segunda persona (ligeramente ebria) en la narración de la historia del junker Traugott von Yassilkovski, alter ego del autor, vinculado amorosamente con una “alazana de cabellos dorados”, cuya descripción me la reservo para otra entrada, pues es una de las mujeres rubias "de raza" más fascinantes que he conocido.
Estoy contento en poder decir pues que Edipo en Stalingrado es la mejor novela publicada en 2011. Tiene, como señale, el irresistible atractivo de lo decadente, entre muchas otras virtudes. La exhumó el sello Sexto Piso, del que nada sabía -¡ay!- hasta ahora. El trabajo de traducción es impecable. El libro fue impreso en España; pienso que el gobierno argentino lo debe haber dejado dormir en la Aduana durante meses como parte de su discutible orgía de proteccionismo comercial. Establece el dandy de Von Rezzori que “lo único distinguido en esta época sudorosa es lo absolutamente inútil”. Como la Alta Literatura, añado yo. Pero sin novelas extraordinarias como ésta, amigos, la realidad me haría pedazos.
Guillermo Belcore
No sin tristeza, hace dos meses afirmaba en Eterna Cadencia que si bien en 2011 anegó las librerías, como siempre, una abundante y sabrosa oferta editorial no hubo -hasta donde yo sabía- una obra maestra que mereciera la dignidad de Novela del año, tipo Contraluz de Thomas Pynchon que en 2010 se había alzado indiscutida y rutilante sobre todas sus congéneres como el lucero de la tarde. Bien, vengo a admitir que estaba equivocado.
En este febrero porteño en que el estío -como escribió Borges en There are more things- no sólo hace sentir al hombre maltratado y ultrajado sino hasta envilecido, ha caído en mis manos un libro grande y suntuoso, de esos que deseamos de corazón que nunca se termine. Data de 1954, pero creo que recién ahora llega al español. En tren de buscar parecidos, lo primero que me viene a la memoria es El gatopardo, pues también retrata, con prosa admirable, un trascendente momento histórico y fue compuesto por un aristócrata en decadencia, esa entrañable condición social (dado que se han perdido los privilegios históricos, por qué no sobresalir de la masa mediante un refinado trabajo artístico). Me refiero a Edipo en Stalingrado de Gregor Von Rezzori (Chernovitz, 1914-1988), hijo de un conocido funcionario del Imperio Austrohúngaro de Bucovina, que pasó (el hijo, no el padre) los años de la Segunda Guerra Mundial en Berlín aferrado a la barra de un bar decrépito.
Debo preparar la reseña para el diario La Prensa, por lo que no me extenderé demasiado, pero aquí les anticipo que Edipo en Stalingrado satisface, largamente, las cinco condiciones estéticas que Harold Bloom señala como imprescindibles para forjar una obra perdurable, es decir, propia del canon. Tiene originalidad, sabiduría, poder cognitivo, exuberancia en la dicción y dominio de la metáfora.
Digo que es original porque narra al nazismo de manera oblicua, desde el punto de vista de una casta pasada de moda, que frecuenta el bar de Charly, uno de los últimos sobrevivientes de los cabaret y cafés berlineses de los locos años veinte. Véase el estilo magnífico de Von Rezzori; disfrútese la excelencia de sus tropos:
“Así podrá entender, por fin, la fineza que entraña haber escogido el bar de Charley justo en aquel momento. ¿Acaso aquel sitio no era lo que era: un local nocturno apolillado y cargado de fama, que vegetaba gracias a su clientela diurna, establecimiento de lujo a precios de descuento, una especie de Gran Dama entre varias damiselas? De una manera orgánica, allí se reunían ciertas camarillas de la ’jeunesse doreé’, las cuales con su ‘haut gout’, daban su toque picante a la parte alta del Kurfürstendamm: toda la verdura fresca con las raíces hundidas en la madre tierra de las banderas rojiblancas y blanquiazules, bien sazonadas con las aceitunas y los dientes de ajo salidos de las embajadas del sudeste europeo; y luego estaban los musculitos de las carreras de automóviles en el Avus y de los campos de tenis; la crema de la bohemia elegante, se entiende, los jefes y subjefes de redacción y lo mejor de los estudios de Babelsberg, que sabían apreciar que la mejor moda de todos los tiempos era lo pasado de moda… Querido amigo, todo aquello, en sus correctas dosis y mezclado en forma de farsa, era cosa para gourmets, créame, el adecuado relleno para el viejo pollo capón, y como pistachos destacaba allí dentro, ocasionalmente, un puñado de hermosos efebos que había conseguido colarse, como algo dicho al oído, a través de los engranajes de cierto párrafo de la ley aplicado con tolerancia”.
Y así todo el libro. Establecido con este párrafo el dominio de la metáfora y la exuberancia del autor (y acaso la sabiduría por aquello de que “la mejor moda de todos los tiempos es lo pasado de moda”), hagamos hincapié en la delicadeza del uso de la segunda persona (ligeramente ebria) en la narración de la historia del junker Traugott von Yassilkovski, alter ego del autor, vinculado amorosamente con una “alazana de cabellos dorados”, cuya descripción me la reservo para otra entrada, pues es una de las mujeres rubias "de raza" más fascinantes que he conocido.
Estoy contento en poder decir pues que Edipo en Stalingrado es la mejor novela publicada en 2011. Tiene, como señale, el irresistible atractivo de lo decadente, entre muchas otras virtudes. La exhumó el sello Sexto Piso, del que nada sabía -¡ay!- hasta ahora. El trabajo de traducción es impecable. El libro fue impreso en España; pienso que el gobierno argentino lo debe haber dejado dormir en la Aduana durante meses como parte de su discutible orgía de proteccionismo comercial. Establece el dandy de Von Rezzori que “lo único distinguido en esta época sudorosa es lo absolutamente inútil”. Como la Alta Literatura, añado yo. Pero sin novelas extraordinarias como ésta, amigos, la realidad me haría pedazos.
Guillermo Belcore
domingo, 12 de febrero de 2012
Una vida de lujo
Jens Lapidus
Suma. Novela policial, edición 2011, 640 páginas.
La novela de fuste contiene también valiosos fragmentos de información. El lector curioso agradece siempre el intento de trazar un mapa lo más aproximado posible a la realidad, máxime cuando se trata del género policial. Esas pepitas de realidad son, en términos literarios, lo más relevante del último tomo de la Trilogía Negra de Estocolmo, ambiciosa construcción de más de dos mil páginas del abogado Jens Lapidus, que cuenta con material de primera mano sobre los bajos fondos y las zonas grises en uno de los países más civilizados del planeta. Pero los paraísos, como se sabe, no existen. El Estado socialista también está acechado por enemigos: mafiosos que provienen de Europa oriental; inmigrantes de primera o segunda generación, cargados de resentimiento; vinkingos de pura sangre obsesionados con acumular una fortuna de la noche a la mañana o con evadir impuestos; corruptos, viciosos, patoteros o inadaptados con el gen bandido (“terroristas del cash”) de todas las procedencias.
No hace falta haber leído las dos entregas anteriores de Lapidus para asimilar la trama. Tres líneas narrativas la componen. La primera narra una guerra en el imperio criminal del Padrino serbio, Radovan Kranjic; la segunda involucra al policía Hägerström, un aristócrata gay devenido en agente secreto para desenmascarar a un lavador de dinero; la tercera la protagoniza una banda de asaltantes, encabezada por el chileno Jorge, que perpetra “el robo del año”. Obviamente, las paralelas terminan convergiendo.
Se ha comparado a Lapidus con el gran James Ellroy. La influencia se percibe con claridad en la decisión artística de construir un artefacto hiperrealista, a contrapelo del mainstream teatral y pretencioso, que encarna Mankell y sus émulos nórdicos. Pero en cuanto al estilo y la ejecución, Lapidus es una versión degradada del escritor norteamericano. Nada bueno puede decirse de la prosa salvo que es muy legible: las metáforas son deleznables (“colgado como el Golden Gate”, “callado como un celular estrellado“), las referencias muy pobres (aluden siempre a la cultura masiva estadounidense), las escenas de acción y de sexo son telegráficas, parecen obra de un chico del colegio secundario. Por fortuna, la traducción es al gusto argentino, rica en lunfardo y palabrotas de nuestras gente: sánguche, cheto, cafisho, concha, jeta, mina, boliche, cana, guita, pancho. Pero volvamos al principio: lo más importante de todo es que los fragmentos de realidad y las historias tienen la capacidad de mantener a un lector exigente aferrado de las solapas hasta la última página, sin aburrirse nunca. No es poco.
Guillermo Belcore
Una versión más breve se publico hoy en el suplemento de Cultura de La Prensa y sus diarios asociados.
Calificación: Bueno
PD: Lapidus da algunos consejos prácticos a aquellos lectores que deseen incurrir en actividades delictivas. ¿Teme que la policía interfiera sus teléfonos móviles? Use Skype, hombre. ¿Quiere lavar dinero? Compre un departamento a un precio oficial subvaluado y véndalo al valor real. Es decir, si sale un millón de dólares: paga la mitad en blanco y el resto en negro. Podrá blanquear así medio millón. Quiere algo más fácil: ronde los casinos y los hipódromos, compré los tickets premiados al 120%. ¡Qué mundo de sinvergüenzas!
PD II: Leí y comenté el primer tomo de la Trilogía. Este me pareció mejor construido. Concluyo que Lapidus está mejorando.
Suma. Novela policial, edición 2011, 640 páginas.
La novela de fuste contiene también valiosos fragmentos de información. El lector curioso agradece siempre el intento de trazar un mapa lo más aproximado posible a la realidad, máxime cuando se trata del género policial. Esas pepitas de realidad son, en términos literarios, lo más relevante del último tomo de la Trilogía Negra de Estocolmo, ambiciosa construcción de más de dos mil páginas del abogado Jens Lapidus, que cuenta con material de primera mano sobre los bajos fondos y las zonas grises en uno de los países más civilizados del planeta. Pero los paraísos, como se sabe, no existen. El Estado socialista también está acechado por enemigos: mafiosos que provienen de Europa oriental; inmigrantes de primera o segunda generación, cargados de resentimiento; vinkingos de pura sangre obsesionados con acumular una fortuna de la noche a la mañana o con evadir impuestos; corruptos, viciosos, patoteros o inadaptados con el gen bandido (“terroristas del cash”) de todas las procedencias.
No hace falta haber leído las dos entregas anteriores de Lapidus para asimilar la trama. Tres líneas narrativas la componen. La primera narra una guerra en el imperio criminal del Padrino serbio, Radovan Kranjic; la segunda involucra al policía Hägerström, un aristócrata gay devenido en agente secreto para desenmascarar a un lavador de dinero; la tercera la protagoniza una banda de asaltantes, encabezada por el chileno Jorge, que perpetra “el robo del año”. Obviamente, las paralelas terminan convergiendo.
Se ha comparado a Lapidus con el gran James Ellroy. La influencia se percibe con claridad en la decisión artística de construir un artefacto hiperrealista, a contrapelo del mainstream teatral y pretencioso, que encarna Mankell y sus émulos nórdicos. Pero en cuanto al estilo y la ejecución, Lapidus es una versión degradada del escritor norteamericano. Nada bueno puede decirse de la prosa salvo que es muy legible: las metáforas son deleznables (“colgado como el Golden Gate”, “callado como un celular estrellado“), las referencias muy pobres (aluden siempre a la cultura masiva estadounidense), las escenas de acción y de sexo son telegráficas, parecen obra de un chico del colegio secundario. Por fortuna, la traducción es al gusto argentino, rica en lunfardo y palabrotas de nuestras gente: sánguche, cheto, cafisho, concha, jeta, mina, boliche, cana, guita, pancho. Pero volvamos al principio: lo más importante de todo es que los fragmentos de realidad y las historias tienen la capacidad de mantener a un lector exigente aferrado de las solapas hasta la última página, sin aburrirse nunca. No es poco.
Guillermo Belcore
Una versión más breve se publico hoy en el suplemento de Cultura de La Prensa y sus diarios asociados.
Calificación: Bueno
PD: Lapidus da algunos consejos prácticos a aquellos lectores que deseen incurrir en actividades delictivas. ¿Teme que la policía interfiera sus teléfonos móviles? Use Skype, hombre. ¿Quiere lavar dinero? Compre un departamento a un precio oficial subvaluado y véndalo al valor real. Es decir, si sale un millón de dólares: paga la mitad en blanco y el resto en negro. Podrá blanquear así medio millón. Quiere algo más fácil: ronde los casinos y los hipódromos, compré los tickets premiados al 120%. ¡Qué mundo de sinvergüenzas!
PD II: Leí y comenté el primer tomo de la Trilogía. Este me pareció mejor construido. Concluyo que Lapidus está mejorando.
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martes, 7 de febrero de 2012
Los diez favoritos de Stephen King
Leo en The Christian Science Monitor, otro diario excelente que también renunció al papel, los diez libros favoritos de Stephen King. El autor del artículo periodístico concluye que al gran escritor le interesa más que las criaturas monstruosas "lo mostruoso que existe en la naturaleza humana". Reproduzco la lista y ofrezco una alternativa con mis preferencias personales.
1 - The Golden Argosy. Compilación de las mejores breves historias de la literatura occidental.
1' - Cualquier compilación de los cuentos de Jorge Luis Borges.
2 - The Adventures de Huckleberry Finn. Mark Twain.
2' - Esta bien, pero prefiero los Cuentos completos de Twain que publicó Editorial Claridad en vario tomos hace unos años. O El cazador oculto de Salinger.
3 - The Satanic Verses. Salman Rushdie.
3' - No es lo mejor que he leído de mi admirado Rushdie. Propongo La encantadora de Florencia, esa joyita que cubrí de elogios en 2009.
4 - McTeague. Frank Norris.
4'- Dice el CSM que es un gran retrato de la avaricia humana. No lo conozco, me temo. El gatopardo del príncipe Giusseppe Tomasi de Lampedusa es mi elegido.
5 - Lord of the Flies. William Golding.
5' - No lo leí. Asumo que es una asignatura pendiente. King elogia la construcción de un microcosmos que contiene todo lo bueno y lo malo de la sociedad. Ajá. Yo elijo La montaña mágica de Thomas Mann.
6 - Bleak House. Charles Dickens
6' - En el estante de las novelas decimonónicas, coloco en primer lugar La Piedra Lunar de Wilkie Collins. En otro lado escribí un ditirambo.
7 - 1984. George Orwell.
7' - Entre las distopías, prefiero alguna mi amado Philip Dicks. Podría ser Ubik.
8 - The Raj Quartet. Paul Scott.
8' - En el magnífico subgénero de la novela histórica, escojo Las benévolas, de Johnattan Littell.
9 - Luz de agosto de William Faulkner.
9 - Sí, claro, algo de (suenen las trompetas) Faulkner tiene que quedar. Santuario, pienso, es más ambiciosa. Los cuentos completos que Alfaguara publicó hace dos años también es un libro extraordinario.
10 - Blood Meridian. Cormac McCarthy.
10' - Qué demonios, tampoco lo he leído. Pero McCarthy me encanta. Voto por No hay lugar para los débiles. El libro y el film, parejos en calidad.
sábado, 4 de febrero de 2012
El novelista ingenuo y sentimental
Orhan Pamuk
Mondadori. Ensayo de literatura. Edición 2011, 161 páginas
Invitar a una gran novelista a que medite sobre el arte de la novela es como pedirle a Diego Maradona que explique con sus palabras cómo hizo para hacerles morder el polvo a los ingleses en el Mundial de 1986 con el mejor gol de todos los tiempos. Se nos dirá, que hay una gran diferencia: la materia prima del escritor son las palabras, pero en ultima instancia el resultado es igual de decepcionante; cuando el creador sublime se explica por lo general no alcanza la altura de sus creaciones. La Universidad de Harvard, no obstante, creyó oportuno convertir en libro una serie de conferencias que el valeroso turco Orhan Pamuk dictó en 2009. El t¡tulo refiere a esa famosa distinción que Schiller estableció entre el artista (y el lector) automático o naturalista y el reflexivo o absorto por la técnica empleada. El volumen puede que sea útil para los profesionales de la escritura (sobre todo para el cr¡tico o para el novelista en ciernes), siempre que se tenga en cuenta que no es más que un guiso recalentado. El conferencista se concentró, básicamente, en repetir sentencias ingeniosas de otros autores eminentes y clásicos.
En lo que al contenido se refiere, el Premio Nobel de Literatura 2006 reflexiona sobre la importancia y la belleza de encontrar el centro secreto de una obra de arte, sobre la cualidad muse¡stica de la ficción, sobre las operaciones de la mente durante el actor de leer, entre otros temas interesantes. Traza parangones entre el escritor y el artista plástico. Sentencia que el objetivo esencial de la novela es "ofrecer una descripción precisa de la vida''. Ofrece algunas pistas sobre sus creaciones. En la página ciento ocho, desliza que Borges fue un extraordinario novelista. ¡Qué bárbaro! En el último cap¡tulo, añade una certera definición que desbarata todo el libro: "la mejor forma de estudiar la novela consiste en leer (lápiz en mano, agrega este blog) a las grandes obras maestras".
Guillermo Belcore
Publicado con ligeras correcciones en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Regular (prescindible, bah).
Mondadori. Ensayo de literatura. Edición 2011, 161 páginas
Invitar a una gran novelista a que medite sobre el arte de la novela es como pedirle a Diego Maradona que explique con sus palabras cómo hizo para hacerles morder el polvo a los ingleses en el Mundial de 1986 con el mejor gol de todos los tiempos. Se nos dirá, que hay una gran diferencia: la materia prima del escritor son las palabras, pero en ultima instancia el resultado es igual de decepcionante; cuando el creador sublime se explica por lo general no alcanza la altura de sus creaciones. La Universidad de Harvard, no obstante, creyó oportuno convertir en libro una serie de conferencias que el valeroso turco Orhan Pamuk dictó en 2009. El t¡tulo refiere a esa famosa distinción que Schiller estableció entre el artista (y el lector) automático o naturalista y el reflexivo o absorto por la técnica empleada. El volumen puede que sea útil para los profesionales de la escritura (sobre todo para el cr¡tico o para el novelista en ciernes), siempre que se tenga en cuenta que no es más que un guiso recalentado. El conferencista se concentró, básicamente, en repetir sentencias ingeniosas de otros autores eminentes y clásicos.
En lo que al contenido se refiere, el Premio Nobel de Literatura 2006 reflexiona sobre la importancia y la belleza de encontrar el centro secreto de una obra de arte, sobre la cualidad muse¡stica de la ficción, sobre las operaciones de la mente durante el actor de leer, entre otros temas interesantes. Traza parangones entre el escritor y el artista plástico. Sentencia que el objetivo esencial de la novela es "ofrecer una descripción precisa de la vida''. Ofrece algunas pistas sobre sus creaciones. En la página ciento ocho, desliza que Borges fue un extraordinario novelista. ¡Qué bárbaro! En el último cap¡tulo, añade una certera definición que desbarata todo el libro: "la mejor forma de estudiar la novela consiste en leer (lápiz en mano, agrega este blog) a las grandes obras maestras".
Guillermo Belcore
Publicado con ligeras correcciones en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Regular (prescindible, bah).
Etiquetas:
crítica literaria,
Ensayo de arte y literatura,
Novela,
Turquía
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