lunes, 1 de diciembre de 2025

La hora de los depredadores


La diferencia entre un genio y un loco es el éxito. 

Javier Milei


Como ciegos bajo una intensa neblina, buscamos pistas para entender el presente. Pero Schopenhauer nos advirtió que procurar las leyes de la historia es un ejercicio tan fútil como descubrir formas de animales en las nubes. Algunos eruditos, no obstante, ayudan a orientarnos. El sociólogo Giuliano da Empoli (1973) es uno de ellos.

Ciudadano de Europa, ensayista, consejero de jefes de Estado, es un lector perspicaz de las corrientes (tanto superficiales como subterráneas) que están moldeando nuestro planeta. Se trata de un representante cabal de lo que los hastiados pueblos occidentales llaman "la casta". Da Empoli prefiere designar a su estirpe como "el partido de los abogados" o "del consenso de Davos". Y no duda en reconocer su decadencia histórica (por no poder satisfacer legítimas demandas populares).

Prueba de su aguda inteligencia es el ensayo que acaba de presentar en la Argentina el sello Seix Barral. La hora de los depredadores es un libro tan avaro en páginas (178 páginas) como rico en ideas. Con doce postales describe el mundo contemporáneo. Una docena de fechas; una docena de ciudades.

El texto fue compuesto al estilo Ciorán: el fragmento es el rey y la escritura tiende a acuñar sentencias, como ésta: "Cuando el caos sobrepasa cierto nivel, el único medio de restablecer el origen es elegir a un chivo expiatorio". Concisión y precisión, otras dos virtudes del estilo. Algunos lectores, sin embargo, podrían pensar que hay un exceso de anécdotas.

Las principales influencias del erudito italosuizo son Maquiavelo, Kojève y Kissinger. "Este pequeño libro escrito (...) mediante imágenes más que conceptos con el objetivo de captar los estertores de un mundo que se hunde en el abismo y el frío control de otro que toma su lugar", explica el pensador.


DOS FENOMENOS

Básicamente, Da Empoli establece que los dos fenómenos globales que signan la tercera década del siglo XXI son una nueva especie de animal político y un prodigio tecnológico posthumano.

El primero da origen al título del libro. Otra forma de designar a "los depredadores" (más poética y elegante) es "borgianos". No amigo lector, nada tienen que ver con nuestro suave compatriota, con el mejor escritor que ha surgido en la hispanosfera. Se refiere a César Borgia, “la bestia del poder real, mitad león, mitad zorro”.

Los borgianos gobiernan hoy por doquier. Calentar las redes sociales es uno de sus procedimientos favoritos; resolver problemas concretos de la gente, saltándose cualquier clase de restricción si es menester, la clave de su permanencia en el poder. En la Argentina ya tuvimos dos en la Casa Rosada: una viuda y un outsider.

Borgianos son Trump, Putin, Xi Jinping, Orban, Modi, Erdogan, Netanyahu, Bukele... La lista crece año tras año Hay una variante extrema en Arabia Saudita, que se describe en el capítulo tres: hiela la sangre leer las artimañas del príncipe Mohamad bin Salmán para alcanzar y afirmarse en el poder. El culto al futuro es su religión.


LA ERA DE SKYNET

Obviamente, la segunda gran fuerza global es la Inteligencia Artificial. La visión del autor es pesimista. Un arma de destrucción masiva evoluciona hacia lo posthumano en manos de empresas privadas, que se elevan al estatus de Estado Nación. Con la energía nuclear eran los gobiernos los que mantenían el control, no los oligarcas.

Lo que usted debe entender es que la escisiones entre trabajo y capital, o Estado y mercado, de los siglos precedentes ya no tienen sentido; lo que se nos viene encima, con la fuerza de un huracán, es la escisión entre la máquina y la humanidad. Kafka, a su manera, lo vio venir.

Se retuerce de dolor Da Empoli, presidente del centro de estudios Volta, cuando ve a los representantes del pueblo prosternarse ante Elon Musk o Mark Zuckerberg. "Los conquistadores tecnológicos han decidido desprenderse de las antiguas élites políticas", advierte en la página 122. Es la hora de los depredadores, repite el estribillo.

"La convergencia entre los señores de las tecnológicas y los borgianos es estructural. Estas dos especies de depredadores sacan su poder de la insurrección digital y ninguna de las dos está dispuesta a tolerar que se pongan límites a su voluntad de poderío", establece este libro imprescindible para el interesado en el Gran Juego.

Compara Da Empoli el desconcierto de la casta tradicional ante los nuevos actores globales (políticos borgianos y magnates de la high tech) con ese momento histórico en que los aztecas vieron desembarcar en las costas de México a aquéllos hombres extraños cubiertos de metal brillante, a lomos de grandes bestias, que tenían palos que escupían fuego. Los aborígenes no sabían si estaban ante humanos, dioses o extraterrestres.

CLIO

A favor del autor puede señalarse también que escribe con Clío (la Diosa de la Historia) sentada en su regazo. Las referencias al pasado siempre resultan enriquecedoras en cualquier examen de la época. Si la forma es postmoderna; el fondo es clásico. Un entomólogo del poder y un realista brutal (Henry Kissinger) es, como dijimos más arriba, el modelo. Da Empoli, vale recordar, había publicado en 2023 un bestseller histórico: El Mago del Kremlin, que se tradujo a 35 idiomas y se adoptó al cine. Se inspiró en el despiadado Vladislav Surkov, exasesor del zar Vladímir I (Putin).

Por último, una curiosidad. Este ensayo corrobora que la Argentina está hoy en el centro de la atención internacional. Cunden las referencias a Javier Milei.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

lunes, 20 de octubre de 2025

La hoguera de las vanidades


En agosto pasado, el Presidente de la Nación intentó realizar una caravana electoral en un territorio hostil: la ciudad de Lomas de Zamora. No pudo. Esas hordas de militantes que el peronismo y el ladritrotkismo movilizan cada vez que Javier Milei aparece en las calles lo corrieron a pedradas. ¡Pero esa barbaroe acabo de leerlo!, pensé en ese momento. Como decía Oscar Wilde, la naturaleza copia al arte.


En efecto, en el primer capítulo de una monumental novela estadounidense escrita hace cuatro décadas un gobernante electo por el pueblo es obligado a huir de una acto por belicosos agitadores, los cuales fueron movilizados por un oscuro dirigente social. Como en Lomas, en Harlem cero espontaneidad.


Así abre La hoguera de las vanidades (Anagrama, 637 páginas) la obra maestra de Tom Wolfe (Richmond 1930-2018), sublime agente del llamado realismo social. Con tres novelas exuberantes (1), aquel dandy de traje blanco a lo caballero sureño, sombrero y corbatas de seda demostró que el procedimiento dickensiano nunca pasará de moda. Venimos a recomendar ahora el primero de esa triada.


LA ROCA MAGNETICA

La hoguera de las vanidades nos lleva a los años ochenta cuando asomaba la era de Wall Street y los aristócratas estadounidenses dejaban de ser austeros y refinados. Es un fresco colosal, aunque con una pizca de exageración (Wolfe manejaba la hipérbole con gran destreza), de la capital de Occidente. Nueva York, “la ciudad de la ambición, la roca magnética, el destino irresistible de todos los que están empeñados en vivir en el lugar donde ocurre todo”.


Gira la trama en torno a la caída en desgracia de Sherman McCoy, un hombre de Yale de 38 años, origen patricio, tiburón del mercado de bonos (acababa de despegar esa modalidad especulativa), típico Amo del Universo de Park Avenue, aunque su debilidad es el adulterio. Está casado con la hija de un catedrático de historia del Medio Oeste, aficionada a gastar dinero a espuertas en decoración de interiores y a pasar la vida en el gimnasio. Tienen una hija adorable. Sherman da rienda libre a sus retozonas hormonas con una espléndida chica sureña, que se ha casado con un vejete rico y judío.


Una noche de cristal que se hace añicos, la pareja de amantes se equivoca de salida en la autopista y, camino a Manhattan, terminan en el Bronx. Recorren el barrio aterrorizados a alta velocidad hasta que el Mercedes deportivo de 48.000 dólares (valor de entonces) atropella a un chico negro que, quizás quiso asaltarlos, junto a un compinche. Huyen a toda velocidad y no dan parte a las autoridades.


Llegamos pues al núcleo incadescente. El adolescente que termina en el hospital en coma es hijo de una colaboradora del reverendo Reginald Bacon, acaso el personaje más seductor de la novela. Mezcla de líder piquetero, socialista callejero y sindicalista peronista, el demagogo de tez oscura gana fortunas “regulando el vapor” de las calles salvajes y hambrientas de esos barrios tercermundistas de Nueva York.


“El capitalismo -explica a sus socios blancos- consiste en controlar las cosas. Si las cosas salen de madre, el capital se pierde… En el fondo soy un conservador... mi trabajo es tranquilizar el alma virtuosamente enfurecida de Harlem”.


El pastor Bacon presiona a la política y a la justicia para que sea encontrado y castigado el responsable del accidente callejero. Por medio de un lobbista, suma a su cruzada a un as del periodismo amarillo: Peter Fallow, “el temible británico”, columnista de un diario que no puede ser otro que The New York Post. La presión da resultado. No sólo porque el fiscal del condado del Bronx, un tal Richard Weiss, es un político ambicioso del Partido Demócrata que se juega la reelección y necesita el voto negro y latino. Sus subordinados -hartos de procesar a la basura- están sedientos de linchar a un Gran Acusado Blanco.


GUERRAS URBANAS

Paladas de esnobismo, resentimiento, envidia y odio social se acumulan en una trama que nunca deja de ser interesante. Es también una gran novela de personajes. Una descripción implacable de las trincheras de las guerrillas urbanas.


Aunque el año próximo La hoguera de las vanidades cumplirá cuarenta años desde que fue entregada a la imprenta por primera vez (¡cuando el oro cotizaba a 400 dólares!), sus temas y meandros no han perdido un gramo de actualidad. Los parangones con la Argentina 2025 son asombrosos. Ya mencionamos el primer capítulo; súmele la degradación de la educación y la vida cotidiana en general en los barrios periféricos (Harlem = conurbano bonaerense); el fracaso de los planes urbanísticos de los monoblocks; las legiones juveniles de ni-ni (ni estudian ni trabajan), tercera generación de familias que siempre vivieron de la beneficencia pública; los juzgados como auténticos redistribuidores de riqueza. También compartimos con Estados Unidos la corrección política, la pose de superioridad moral y estética de la casta intelectual hacia cualquiera que exprese ideas reaccionarias.


Tom Wolfe fue el más delicioso de los conservadores. Describió la idiotez del progresismo, se lamentó por la desaparición entre las elites de la “virtuosa rectitud”, y elogió “el machismo irlandés”, una especie de valentía que no es de león sino de asno: nunca deberás retroceder. Fue un moralista a lo Séneca. Nos recordó que “la ley no debe someterse ante nadie, ni aunque sean pocos, ni aunque sean muchos”.


La vida es una selva, postuló este magnífico escritor proveniente del periodismo. Hay que arreglárselas para tener el valor para luchar en la jungla. 

Guillermo Belcore


Calificación: Excelente



jueves, 2 de octubre de 2025

Bajo la piel


En El idioma analítico de John Wilkins, Jorge Luis Borges establece la belleza (y futilidad) de las clasificaciones. ¡Esa fantasía tan humana de organizar el conocimiento para intentar controlarlo! En este capricho, quizás nada supere en encanto a la taxonomía del reino animal que incluye cierta enciclopedia china (apócrifa) que se titula 'Emporio celestial de conocimientos benévolos'. Claro, se trata de otra sublime invención borgeana.


Podríamos seguir el juego y postular que existe una categoría literaria muy interesante: Novelas europeas que se ambientan, total o parcialmente, en la Argentina. El cónsul honorario, claro. También esa singular joya de Colm Tobin llamada La historia de la noche. Además, El faro del fin del mundo de Julio Verne. Y aquí venimos a recomendar otra: Bajo la piel (Adriana Hidalgo, 517 páginas), primera obra de Gunnar Kaiser (Colonia 1976-2023). Fue entregada a la imprenta en 2018 y hoy se consigue en las mesas de saldo de la calle Corrientes.


El profesor Kaiser dedicó casi treinta páginas a la Argentina, la segunda parte del Libro III. Al final de la novela trae a nuestro país la cacería fantasmal de un asesino en serie, pero cae en imprecisiones y folclorismos. Estamos en 1990. El narrador dice que el viaje en ómnibus entre Buenos Aires y Córdoba insume seis horas (!?). Observa por la ventanilla del micro "gauchos que desde su montura y con el cigarrillo prendido en la comisura de la boca nos miran pasar". Define a la próspera llanura pampeana como "tierra de nadie en el fin del mundo, abandonada de Dios". El paisaje le parece "todo falso, como salido de un Western barato...". Finalmente, la trama nos lleva a una improbable colonia alemana -mitad nazi, mitad judía- en Mar Chiquita, provincia de Córdoba.


En rigor, es el segmento más flojo de un libro extrañamente complejo y ambicioso, tratándose -como se dijo- de una ópera prima.


UN JAY GATSBY JUDIO

Gunnar Kaiser narra en Bajo la piel las peripecias de un dandy germano, un hombre de gusto y estilo exquisito, afincado en Nueva York. En su tierra natal se las había arreglado para ocultar su origen judío de las bestias nazis. Se llama Josef Eiseinstein.


He aquí un texto dedicado a los bibliófilos. El joven Eiseinstein era en los años treinta un fetichista de la palabra impresa que se convirtió en ladrón de incunables en museos y bibliotecas privadas. Luego, con los mejores maestros de Berlín, aprendió el arte de la encuadernación. A la adultez, ya en Estados Unidos, asesinaba jovencitas para convertir su piel en el cuero que embellece tapas y lomos de obras maestras. Es decir, comercia con libros encuadernados con piel humana. Hay compradores para todo en el submundo de la perversidad.


En la Gran Manzana, este Jay Gatsby hebreo traba relación con un estudiante de literatura de veinte años. Jonathan Rosen es también descendiente de exiliados alemanes. Se hacen amigos. Eiseinstein lo convierte en una suerte de discípulo intelectual y le consigue chicas. Le gusta mirar mientras los jóvenes hacen el amor en su departamento-biblioteca de Brooklyn Heighs. Estamos a fines de los años sesenta. El telón de fondo es la conmoción causada, justamente, por el Desollador de Williamsburg.


Los amigos terminan distanciados por una cuestión de faldas. Einseinstein desaparece de la faz de la tierra después de que la policía lo interrogara tras la desaparición de una chica rica. Saltamos a los noventa, Jonathan, escritor fracasado, vive en Israel. Llega a su kibbutz, una ex agente del FBI, obsesionada con los crímenes de Nueva York, una historia vieja, nunca resuelta, casi olvidada. Sigue la pista de Eiseinstein; se le escapó por un pelo en Alemania oriental. Así llegamos a una Argentina caricaturizada.


SOFISTICADA Y CAUTIVANTE

Como se ve, Kaiser concibió una historia sofisticada y cautivante que nos lleva a cinco escenarios diferentes, en distintas épocas. Es una buena novela (hoy no es poco), aunque tiene un defecto del diletante: su ejecución es muy despareja, va de la genialidad a lo mediocre y viceversa. El autor, además, tenía el vicio de la enumeración, cansa con sus listas. Ya hablamos de la mirada tonta del turista europeo.


Todos los hombres mueren jóvenes, dijo Stevenson. En el caso del autor de Bajo la piel, la setencia está plenamente justificada. Murió a los 47 años. Un cáncer cortó su promisoria carrera. Kaiser fue un intelectual y bloguero a contracorriente, es decir, alejado del wokismo, el progresismo y esa tontería de la corrección política. Alzó la voz contra los excesos de las cuarentenas y contra la llamada cultura de la cancelación. No se lo perdonaron Fue censurado en YouTube y la Wikipedia lo minimizó. Escribió tambiénDer Kult’, en el que describe como una democracia occidental deriva hacia el totalitarismo. Uno de sus admiradores lo recuerda con una frase de Ernst Jünger: 

«Hay lobos escondidos en el rebaño gris, es decir, personas que aún saben lo que es la libertad»

Guillermo Belcore 

Calificación: Buena

jueves, 11 de septiembre de 2025

El arqueólogo


Por César Aira

Blatt & Ríos. Novela. 104 páginas


César Aira ha publicado su novela número diez a la décimo quinta potencia. Usamos una cifra aproximada porque nadie conoce en realidad cuántas obras ha entregado a la imprenta durante el último medio siglo el vate de Pringles. Ni siquiera la Inteligencia Artificial, nuestros próximos amos. Como el fiel lector de este blog sabe, Aira es el escritor más prolífico, desafiante y discutido de América Latina. ¿Genial? Bueno, talento artístico le sobra, de hecho se lo menciona todos los años para el Nobel de Literatura, pero definitivamente sus criaturas infinitesimales no son para toda clase de público.

El arqueólogo se ciñe, con voluntad de hierro, al procedimiento que ha hecho famoso al literato. Es una nouvelle chispeante, cómica por momentos, dispatarada en su rumbo, que carece de aquello que llamamos trama. La sintaxis es perfecta y el vocabulario tiene la precisión de una academia prusiana.

El protagonista es el arqueólogo más famoso de Moldavia. Le ha llegado del momento de la jubilación, y como a tantos hombres valiosos, se le han fundido la inspiración, las ganas y el temple para seguir desenterrando el pasado.


REFLEXIONES

Desde ese punto de partida, el texto va hilvanando reflexiones sabrosas sobre el arte de la arqueología, la senectud (Aira cumplió 76 años), las mujeres, la sociedad en general y las fronteras permeables entre sueño y realidad. Los cazadores de citas no se verán decepcionados. Mire qué bonita ésta: 

"... creer siempre enriquece la vida, así fuere con mentiras..."

Naturalmente, la historia puede ser leída, en parte, como una alegoría. El arqueólogo es Aira: "...gratuito, frívolo, elitista...". Moldavia es la Argentina;: "... inclemente, que con su voracidad fiscal y su administración desmemoriada impide el progreso colectivo tanto como la realización personal.". Y la Ciocana, su barrio de Flores: "... no le llega nunca al turno, condenado a perpetuidad al gris de clase media colectivista, que es la peor especie de clase media, no ofrece ocasiones de gasto para un hombre con gusto".

Tal como acostumbra, el autor no deja pasar ocasión para reivindicar sus tretas literarias. En la página 53 pone en boca de una salamandra parlante (Aira es una gran cultor de la escena inverosímil) una reinvindicación de esa premisa que Nietzsche acuñó para los artistas: Hay que danzar sobre la superficie de las cosas.

Sentencia el bicho: 

"...muchos humanos han hecho de la palabra ‘superficial’ un sinónimo de poco valor. Yo prefiero mil veces el encanto ligero de un hombre superficial a la pedantería insoportable de los profundos. ¿Además es tan difícil ver que en la superficie es donde está toda la belleza del mundo, donde se asientan los bosques y los lagos, las montañas y las ciudades...".

Como todo hay que decirlo, Aira confunde en este pasaje una salamandra (anfibio), con una lagartija (reptil); usa ambos vocablos como sinónimos y llega a decir que las salamandras provienen del desierto. Más adelante, ubica tigres en Zanzíbar. Definitivamente, la zoología no es lo suyo.

Minucias al margen, el libro es ameno (lo que nunca es poco) y uno se lleva un puñado de nociones valiosas para el carcaj intelectual, pero queda el regusto a poco que provoca casi toda la producción aireana. Es un libro ideal para la grey y para aquél neófito que desee empezar a incursionar en la obra de unos pocos escritores esenciales de la Patria.

A lo largo de su carrera, Aira ha evitado las entrevistas, las definiciones ideológicas, las poses políticas, las exhibiciones mundanas, la promoción de mediocres; es decir, renunció a toda esa panoplia de baratijas a las que son tan afectos colegas que no le llegan ni a los talones. Una decisión inteligentísima, basada en la "elegancia moral".

Al final del libro, Aira rescata el consejo de Epicuro: "Vive oculto". Como el arqueólogo de la ficción, al escritor la celebridad le ha venido por añadidura, por la calidad de su trabajo.

Guillermo Belcore

miércoles, 20 de agosto de 2025

El maestro de los tambores


La novela más reciente de José Eduardo Agualusa (Huambo 1960) es una rara ucronía. Imagina que el pequeño Reino de Bailundo (o M'balundu) derrota a los portugueses a comienzos del siglo XX con un batallón de percusionistas y persiste como entidad política independiente en el altiplano central de Angola, lugar que vio nacer y crecer al señor Agualusa.

"Es una realidad paralela; ya no es la historia tal como la conocemos, es la historia de otro universo", ha explicado el autor a la revista Veja. Vale recordar que Agualusa trabajó varios años en Brasil como periodista.

Su décimoquinta novela se titula El maestro de los tambores. El sello Edhasa acaba de presentarla en la Argentina con la impecable traducción de Claudia Solans. En 287 páginas, encierra una historia de amor, una denuncia contra el colonialismo europeo, una apuesta estilística por el realismo mágico y un homenaje a la historia y mitología del pueblo ovimbundo (la etnia más numerosa de Angola).

La trama se inicia con una matanza. Una patrulla portuguesa encuentra veinticinco cadáveres. Eran soldados europeos. La mayor parte no presenta ningún corte de hoja blanca, agujero de bala, hematoma o contusión. Otros parecen haberse suicidado. Todos con una expresión en el rostro de infinita tristeza. ¿Puede un hechizo exterminar un ejército moderno? Sobre tan espléndida pregunta se asienta la novela.

Lisboa envía a investigar al teniente Jan Pinto, nativo de Angola (parece un sueco: padre portugués, madre boer) que estudió Antropología en París y habla lenguas bantúes. Es un personaje algo anacrónico, más propio de los años sesenta. Como dijimos, estamos a principios del siglo XX.

El buen teniente resolverá el misterio, pues un amigo de la infancia es nada menos que Hejengo, el Maestro de los Tambores del Reino de Bailundo. La otra línea argumental es el tórrido romance de Jan con Lucrecia Van-Dunem, hija de un próspero comerciante de Luanda, la capital angoleña.

Como estrategia literaria se ha convenido que el realismo mágico -esa subespecie del pintoresquismo que inventó William Faulkner- está muerto y enterrado en América Latina después de que Isabel Allende lo convirtiera en caricatura.

La treta, no obstante, resucitó en Japón gracias al talento de Haruki Murakami y hoy persiste en la intensa y colorida África en la obra copiosa de Agualusa, quien también demuestra ingenio para recursos poéticos como el símil. Verbigracia: "...el aire estaba frío y pesado como un difunto"; “…la tarde, callada como una postal…”.

De todos modos, creemos que atribuir características mágicas a un personaje suele bloquear el desarrollo de una personalidad literaria. Es lo que ocurre con Irene, la hermana de Lucrecia. Es preciso destacar que la historia está narrada desde finales del siglo XX por la nieta de la pareja protagónica, con notas a pie de página incluso.

Por otra parte, Agualusa compone con economía de medios. Las frases y los capítulos -¡ay!- son muy cortos. La exuberancia está en los temas, los decorados y en el planteo ideológico. Uno se queda con la sensación de que el barroquismo le hubiera sentado mejor a la novela, aunque siempre será un error criticar a un perro porque no es un gato.

Puede leerse Mestre dos batuques también como una parábola. Agualusa ha querido establecer la superioridad de las culturas aborígenes del África negra por sobre aquello que designamos como “civilización occidental”, incluso del animismo sobre el racionalismo. Es una moda.

El ministro de guerra le explicaba en Lisboa al teniente Pinto que el dominio de Portugal -"un país tan sin recursos como un canónico de aldea"- se asienta por completo en un logro ingenuo: 

"...los africanos creen que somos fuertes, que somos poderosos que somos invencibles".

En la vida real, una minúscula fuerza portuguesa, con mercenarios boers y compañías de soldados negros, sometió al rey de los bailundos entre 1902 y 1904. La descolonización de Angola concluyó en la década del 70. Estalló entonces la guerra civil más larga de la historia del continente negro, que también devastó a "la gente de la meseta", e involucró a cubanos, zaireños y sudafricanos, pues estuvo condicionada por el latido de la guerra fría. A pesar de ello, Agualusa llama al África "continente madre de la espiritualidad".

Guillermo Belcore

Calificación: Buena

miércoles, 30 de julio de 2025

Vikingos


Durante más de tres siglos, un fantasma aterrorizó a Europa. Tenía testa de dragón, cuerpo angosto y alargado, y en su interior burbujeaba la sed de riquezas y sangre. Imaginad el pánico que generaba entre las gentes sencillas ver esa cabeza monstruosa navegando entre las brumas. Era el preámbulo del pillaje, la esclavitud de niños y mujeres, el degüello de los hombres bajo el hacha o el cuchillo curvo de salteadores de barbas largas y cabelleras rubias. Los bárbaros venían del frío.


Nos referimos, claro está, a los antiguos escandinavos. En sus fuentes escritas, viking significaba piratería o ataque pirata, mientras que el hombre que participaba en tal saqueo era realmente llamado vikingr.


Los vikingos -que 100 años atrás atrapaban la imaginación de un tal Jorge Luis Borges- vuelven a estar de moda, gracias a la industria del entretenimiento, en especial de las series. Pero la literatura no se queda atrás. El sello Espasa -del Grupo Editorial Planeta- trajo a la Argentina una novela muy entretenida sobre aquel azote de la cristiandad medieval.


Vikingos. Una saga de los mercenarios del Norte (628 páginas) es obra de Bjørn Andreas Bull-Hansen (Oslo, 1972), premiado levantador de pesas, consumado marinero, que ha ganado notoriedad por las seis novelas que escribió sobre sus ancestros. Suele disfrazarse de vikingo para promocionarlas.


La payasada podría hacer suponer que se trata de literatura de supermercado, pero no es así, o no del todo. Como novela de aventuras, la primera entrega de la saga es muy buena y la reconstrucción histórica, excelente.


TORSTEIN DE OSLO


El bestseller está escrito en primera persona. El anciano Torstein Tormodson evoca su vida de película, al fin del primer milenio. Vio más crueldad que la mayoría de sus contemporáneos, mejor dicho que la mayoría de los habitantes de cualquier otra época. “Todo hombre tiene recuerdos que lo persiguen”, reconoce.


Le tocó nacer al fin del siglo X cuando Noruega era una costa sin ley donde los diversos reyezuelos y caudillos tenías tantos milicianos como pudieran alimentar. Era una tierra -recuerda Torstein- en la que cada persona tenía sus armas siempre a mano y en la que tanto hijos como hijas aprendían a pelear desde que eran capaces de ponerse en pie.


A las doce años debió presenciar cómo en una incursión vikinga en Vingulmorsk (la actual Oslo) le rajaban el vientre a su padre. El mismo bandido que lo dejó huérfano, lo rapta y vende como esclavo, no lejos de allí. Lo compra un artesano que le enseña el arte de la construcción de de arcos y la construcción de buques. Esos barcos mercantes o Dragones para la guerra eran la gran innovación tecnológica de los escandinavos, el as en la manga que les aseguró 350 años de hegemonía. Noruega o Dinamarca era cualquier tierra donde pudieran llegar por mar.


Otra irrupción pirata le permite a Torstein recuperar su libertad; no obstante, las cicatrices en el cuello (por la forzada anilla de metal) delata su condición de esclavo, la mercancía más lucrativa de la época. El chico al que el infortunio obligó a madurar de golpe debe escapar al extranjero. Va en busca de su hermano Bjørn.



Herr Bull-Hansen demuestra un gran talento para mostrarle al lector usos y costumbres del año 994 de la era del Señor. Convivimos con campesinos de las islas Orcadas y citadinos de la pestilente Jorvik (la actual York). Participamos de una brutal batalla naval en el fiordo de Trondheim. Conocemos la legendaria fortaleza de Jomsborg, en la desembocadura del río Oder, donde una hermandad de mercenarios convierte al joven Torstein en el mejor guerrero de su estirpe: los jomsvikings.


Hay que destacar que el autor trabaja también con personajes de la vida real como el deleznable Olaf Huesos de Cuervo, el primer rey cristiano de Noruega (los caminos del Señor son inescrutables).


Otro acierto es que sitúa la acción en una época de transición. Escandinavia estaba abandonando los viejos dioses del paganismo para abrazar la fe cristiana. El Ungido reemplaza a Odin. Pero el viejo Torstein se queja: "¿Acaso el Cristo blanco ha amansado a todos los hombres y ha acabado con nuestro furor?... antes apreciábamos el coraje por sobre todo lo demás", dice a sus oyentes.


EL PENDULO


Hay en Bull-Hansen una sana pulsión realista, que lo distancia de la caricatura romántica de los vikingos que han propalado las series. Aquélla era una cultura esclavista, en la que se raptaban mujeres para el deleite inmisericorde de los guerreros. A algunas les cortaban la lengua para que no se quejaran.


Es curioso que los nórdicos del siglo X despreciaran al resto de los europeos por someterse a un rey. Veían a los francos como salvajes que no dudaban en quemar a los vasallos que no aceptaban convertirse al cristianismo. Reivindicaban los noruegos sus asambleas de hombres libres: el thing se considera un antecedente de los parlamentos modernos.


Para matizar, hay pinceladas de nacionalismo literario, lo que nunca es bueno para la obra. Los escandinavos no eran un solo pueblo sino varios. Muchos noruegos despreciaban a los vikingos porque un guerrero no solo debe ostentar valentía sino también tener corazón. Y, al fin y al cabo, esos brutos formidables no fueron peores que cualquier otro grupo de piratas esclavistas de la historia, se nos insinúa.


El escritor noruego transmite muy bien una suerte de erotismo de la batalla que desvela a ciertos hombres: “...la imagen de la flecha clavándose en el pecho de un guerrero de Gardarike, produce una extraña sensación, semejante al deseo de un hombre de intimidad con una mujer”.


Amigo lector, la mayoría de nosotros hemos sido bendecidos por nacer en un lugar y en un año que, hasta ahora, nos han privado de sentir en el pecho “la callada emoción que todo hombre siente cuando sabe que el fragor de la batalla se aproxima…”.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

sábado, 19 de julio de 2025

The Waterfront, la serie

 


Tolstoi abre su novela Anna Karénina con esta frase: 


"Todas las familias felices se parecen unas a otras; cada familia infeliz lo es a su manera."


El mundo del arte la ha leído en el sentido de que sólo las familias desdichadas resultan interesantes para el público. La industria de masas le dio una vuelta de tuerca al concepto y nos persuadió de que las más seductoras de todas son las familias de criminales. Desde ya, los Corleone. Pero en el pingüe segmento de las series el epítome es (fuerte el aplauso) los Soprano.


Más acá en el tiempo, tenemos a los Byrde, que se mudaron a las depravadas montañas de Missouri para lavar dinero de un narco mexicano. Bien, la novedad es que Ozark tiene una digna sucesora. Se llama The Waterfront (El frente marítimo), un producto distribuido por la aplanadora Netflix de ocho capítulos.


LAS OLAS Y EL VIENTO


La trama nos lleva a un balneario de Carolina del Norte llamado Heavenport. Es un nombre de fantasía. Puede que la ciudad que más se le parezca sea Southport, pero el creador de la serie, Kevin Williansom, ha declarado que también tiene algo de Wilmington y de Wrightsville Beach.


Williamson nació en 1965 en ese mismo estado sureño de la Unión y asegura que la serie se inspira en sus propias experiencias familiares relacionadas con la pesca y el comercio ilegal. Es un reconocido creador, productor y guionista de la televisión y el cine de larga trayectoria. Entre sus firmas se encuentran The Following, The Vampire Diaries, y tres películas de la saga Scream.


The Waterfront narra las peripecias de los Buckley, la familia dominante del condado. Sin embargo, ahogados por las deudas y la caída de la rentabilidad de su empresa pesquera y del restaurante, deciden volver al negocio infame del abuelo: usar los barcos para traficar drogas. Necesitan con urgencia el dinero (la excusa de siempre).


Tres décadas atrás, el viejo Buckley se había coligado con el Cartel de Cali, hasta que la ambición lo cegó. Traicionó a sus socios y terminó asesinado tras ser sometido a brutales tormentos.


Es que el tráfico de drogas es adictivo, como admite Harlan Buckley. “Tienes dinero en los dedos, codicia en los ojos y nunca quieres dar marcha atrás”, sentencia el pater familias en la actualidad.


Fue muy acertada la elección de Holt McCallany para interpretar al patriarca. Se le da muy bien el papel de tipo duro de pelar a este actor neoyorquino que se venía destacando como segundón hasta que en Mindhunter nos demostraba que tiene la talla para ser protagonista.


Harlan está casado con Belle (María Bello) desde hace más de treinta años, pero ahora intenta sobrellevar sus problemas cardíacos con altas dosis de alcohol y prostitutas. Siempre fue un esposo deleznable. Tienen dos hijos, grandes: Cane (Jake Weary), el único que muestra un atisbo de conciencia, o mejor dicho de escrúpulos; y Breed (Melisa Benoist), una adicta en recuperación que le había prendido fuego a la casa de su ex con el hijo de ambos adentro.


Los Buckley se convierten en transportistas del productor local de heroína Grady (Topher Grace), un psicópata narcisista, con toques de inmadurez, que va aumentando sus exigencias sin pausa, lo que constituye el motor de la trama y causa de tragedias.


Hay subhistorias no siempre seductoras como el adulterio del inseguro Cane con una novia de la infancia, la aparición de un hijo extramatrimonial de Harlan y los negociados de Belle para vender, de manera subrepticia, unos terrenos del marido.


INFIERNO EN EL PARAISO


La crítica estadounidense ha comparado El Frente Costero también con Bloodline por “los dramas familiares oscuros y el crimen en un entorno costero”.


Otro punto que tiene en común con Ozark es el clima de absoluta degradación moral de la sociedad. La Oficina del Sheriff de Heavenport está más sucia que el palo de un gallinero. Aparece un agente de la DEA al que sus jefes no toman muy en serio por su afición a los drogas duras.


Los personajes principales evolucionan, pero en dirección a los peores pecados. Matar es algo que los Buckley tenemos que hacer cuando es necesario, sentencia Harlan. El regreso al crimen es el gran tema.


En tiempos de corrección política (ese azote del arte) los guionistas se cuidaron mucho en respetar la paridad de género (las mujeres se van consolidando como el poder real) y de no ofender a las minorías. Por eso, las bandas de narcotraficantes tienen apellidos WASP (white + anglo saxon + protestant).


Los diálogos son ágiles; las escenas de acción, poco realistas; la iluminación, deslumbrante. El toque de melodrama, discutible. Puede que lo mejor de todo sea el aire caricaturesco -incluso shakespereano- de Grady. No hay serie de crímenes que destaque sin un villano que atrape nuestra imaginación.

Guillermo Belcore


Calificación: Buena


FICHA TECNICA

* Título Original: The Waterfront.

* Título en Español (alternativos): El frente costero, Aguas turbias.
* Año de Estreno: 2025.
* País de Origen: Estados Unidos.
* Género: Drama, Thriller, Crimen, Familiar.
* Creador: Kevin Williamson.
* Reparto principal: Holt McCallany, Maria Bello, Melissa Benoist, Jake Weary, Rafael L. Silva, Humberly González, Danielle Campbell, Brady Hepner Topher Grace.
* Productores Ejecutivos: Kevin Williamson, Ben Fast, Michael Narducci, Marcos Siega (también dirige los dos primeros episodios).
* Guionistas: Kevin Williamson (creador principal), Lloyd Gilyard Jr., Brenna Kouf, Michael Narducci, Hannah Schneider, Katelyn Crabb (entre otros).
* Directores: Kevin Williamson (creador), Erica Dunton, Liz Friedlander, Marcos Siega (entre otros). * Música: John Frizzell.
* Fotografía: Ramsey Nickell, Itai Ne'eman.
* Compañías Productoras: Outerbanks Entertainment, Universal Television.
* Distribuidora: Netflix.
* Temporadas: 1 (hasta el momento).
* Episodios: 8.


miércoles, 16 de julio de 2025

Agua turbia


Agua turbia

Por Morgana Kretzmann

Edhasa. Novela 282 páginas


A esta altura del partido, si de algo estamos seguros es que los "ismos" y las "istas" estropean la obra literaria. La segunda novela de la escritora gaúcha Morgana Kretzmann pretende ser un manifiesto del feminismo y el ecologismo, con una clara tendencia moralista.

El mensaje es el colmo de horrores es una frase que suele atribuirse a Oscar Wilde. Hasta donde uno sabe no hay registros que lo confirmen, pero escribió una idea parecida en el prefacio de El retrato de Dorian Grey: "El arte no expresa nada excepto a sí mismo". La señora Kretzmann piensa, al parecer, todo lo contrario. Se esfuerza por bajar línea. A la legión woke les resultará encantadora.

Agua turbia nos lleva a la tierra natal de Kretzmann: el oeste de Río Grande do Sul, en el límite con Misiones. Transcurre la acción a ambos lados del río Uruguay, cerca de los saltos del Yucumá. El epicentro es el Parque Estadual do Turvó. Ese paraíso, el último refugio del jaguar en el sur de Brasil, está en peligro. La codicia del hombre la amenaza.

Tres mujeres en conflicto entre sí animan la trama: Chaya Sarampião, guardaparque; Olga Befreien, periodista y asistente de un legislador venal, amiga de la infancia de Chaya; Preta Sarampião, jefa de una banda delictiva robinhoodnesca que opera a ambos lados de la frontera, prima de la agente estatal. Hay una larga historia de enemistades entre dos familias de la zona, los Sarampião y los Romano.

El motor de la historia es la construcción de la Represa Binacional Gran Roncador, un proyecto fogoneado con ahínco por el Palacio del Planalto, políticos locales, grandes empresas brasileñas y cómplices argentinos. Al pueblo se le promete otra Itaipú y repetir la experiencia exitosa de Foz de Iguaçu, pero el negociado despierta resistencias porque generará una catástrofe ambiental y obligará a agricultores a dejar sus tierras. Olga intenta hacerles tragar esa píldora; Chaya lidera la resistencia; y Preta conspira con los malos. La bandida es contrabandista de vinos argentinos y carne de animales silvestres.

Al parecer, hay un proyecto similar en danza en la vida real: la construcción de la megarepresa binacional de Garabi-Panambi.

El tema, como se ve, es fascinante, pero la corrección política rebaja el conjunto. Y la ejecución es defectuosa. La prosa podría tacharse de telegráfica; y los capítulos son demasiado cortos. Extrañamente, la señora Kretzmann prescinde de la descripción, en medio de lo real maravilloso. No desdeña, en cambio, el estereotipo. Si hay un diputado corrupto debe ser gordinflón, lúbrico y sudoroso.

Kretzmann, licenciada en Gestión Medioambiental en Santa Catarina, incluye también pinceladas de realismo mágico. No como proyecto estético a lo Faulkner, García Márquez o Murakami, sino como añadido folklórico, acaso con la creencia -fatalmente equivocada- de que es un condimento que no puede faltar en un platillo tropical.

A favor, podemos decir que la autora tiene talento para la escena. Su biografía nos dice que ha sido guionista de la Disney y debe ser muy competente; por momentos Àgua turva (el título en portugués) parece un guión. Y desborda de sucesos; prácticamente este thriller ecológico no tiene espacios muertos.

La traducción de Guillermo Saavedra es correcta, aunque hubiéramos preferido que a la “onça-pintada” la llamase como lo hacemos en la hispanósfera: jaguar o yaguareté. El volumen ha sido volcado al inglés, francés y alemán. Se trata de una pieza de época. Y creemos que aquí estriba su mayor debilidad. Qué decir de esta idiotez postmoderna: en el texto los buenos son animistas y el malandro le reza a Jesucristo.

Guillermo Belcore

Calificación: Regular

martes, 24 de junio de 2025

El peregrino secreto


En la producción de aquellos escritores sublimes cuya obra nos vemos obligados a agotar se encuentran algunos títulos que tanto la crítica distraída como la Inteligencia Artificial consideran menores, pero que a la sazón resultan fundamentales para cerrar todos los cabos. Es el caso de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez; los Textos recobrados de Borges; o Underground de Murakami.

El cuarto ejemplo es el libro que hoy nos gustaría sugerir: El peregrino secreto, novela corta pero clave de John Le Carré (Poole, 1931-2020).

El maestro de la novela de espionaje, cuyo verdadero nombre era David John Moore Cornwell, entregó el texto a la imprenta por primera vez en 1990. Tres razones explican su estatus de imprescindible para el amante de Le Carre (probablemente no sea indicada para el lector neófito, aquel que nunca tomó contacto con el autor inglés).

En primer lugar, cae el telón sobre George Smiley, la creatura más relevante del universo Le Carre. Se retira ese viejo soldado de la guerra fría, el analista que, entre otras proezas, descubrió un topo en la cúspide del Servicio de Inteligencia de Gran Bretaña (Circus, el nombre ficticio del MI6).

Este agente miope, regordete, cornudo, infatigable, siempre con "el aire de llegar tarde a un sitio al que preferiría no ir", da una serie de charlas a los graduados de la Sarrat Academy, invitado por Ned, uno de sus antiguos discípulos, ahora a cargo de la escuela de entrenamiento de espías (“… el que puede, hace; el que no puede, enseña”).

El bueno de Ned es el narrador del libro, no sin ironía. Las palabras de Smiley gatillan sus reminiscencias y aquí encontramos la segunda de las fortalezas de The Secret Pilgrim. Encierra la trama diez u once casos fascinantes de la mitología del espionaje, entre la década sesenta y los meses posteriores a la caída del Muro de Berlín, todos con Ned como protagonista. Desde Londres, viajamos a Alemania, Polonia, Camboya, Tailandia, El Líbano, e Israel.

Algunos comentaristas superficiales han criticado la supuesta estructura fragmentada del volumen, es decir la falta de unidad. Discrepamos. La sutil arquitectura induce a leerlo como si de una colección de cuentos se tratase.

Aparecen personajes muy interesantes. Como el ex sacerdote jesuita y estudioso de Extremo Oriente, reclutado por Circus para la contención del comunismo en Indochina. O un torturador polaco que quiere cambiar de bando. O el profesor húngaro, de noble cuna, que tima a ingleses y estadounidenses. O el empleado gris de la Sección Claves del Foreing Office que entrega materiales secretos a los rusos a cambio de afecto y respeto.

"Un traidor a la Patria -nos explica Smiley- necesita dos cosas. Alguien a quien odiar y alguien a quien amar". También nos anoticiamos de que se puede perder una red de espionaje -digamos en Berlín oriental- "con la misma facilidad con que se pierde un manojo de llaves o un pañuelo... es un asunto sin la menor dignidad".


ELEGANCIA E INTELIGENCIA


La tercera potencia estética de la décimotercera novela de La Carre es la panoplia de ideas que despliega y sus preocupaciones éticas. El lector curioso encontrará meditaciones sobre la naturaleza del espionaje, el amor, el sentido de vida, la Guerra Fría, el marxismo, el capitalismo, la clase gobernante inglesa, la Rusia eterna, entre otros asuntos.

Hay un recurso narrativo muy bien logrado: conversaciones filosóficas -o mejor dicho teológicas- donde uno de los interlocutores abre su alma, se confiesa como si estuviera procurando una absolución. El libro está dedicado a un católico eminente, Sir Alec Guinness.

Digamos que, a comienzos de la última década del siglo XX, Le Carre era una escritor maduro en la cumbre de su talento como estilista, aunque no de su inventiva (sus voluminosas creaciones habían quedado atrás). La prosa seduce por su elegancia e inteligencia, esas dos virtudes tan escasas hoy en día, ¿no es cierto? Servida, para mejor, con un tono melancólico, triste por momentos.

La novela episódica nos deja una advertencia: el espionaje es eterno porque los agentes secretos no están para iluminar al pueblo sino a los gobiernos. "Y mientras los bellacos lleguen a gobernantes, espiaremos", avisa el inolvidable Smiley.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


lunes, 16 de junio de 2025

La tradición republicana


En una conversación con Osvaldo Ferrari, conjeturaba J. L. Borges que ser argentino (una especie de “europeo en el destierro”) es una ventaja para el intelectual. Al no estar aherrojados a una tradición particular, “podemos heredar, heredamos de hecho todo el Occidente, y decir todo el Occidente es decir el Oriente, ya que lo que se llama cultura occidental es, digamos, simplificando las cosas, una mitad Grecia y la otra mitad Israel. Es decir, que somos orientales también, y debemos tratar de ser todo lo que podamos; recibimos esa vasta herencia y tenemos que tratar de enriquecerla y de proseguirla a nuestro modo, naturalmente”.

Natalio Botana (Buenos Aires 1937), el eminente historiador de las ideas, es un ejemplo de esa ambición global del argentino. El pensamiento de grandes figuras como Hamilton o Tocqueville, y de nombres menos conocidos u objeto de la curiosidad del erudito, como el conde Pellegrino Rossi, le han servido como materia prima para escribir un sobresaliente ensayo en el que sienta a conversar, a través de sus obras, a nada menos que a Domingo Faustino Sarmiento y a Juan Bautista Alberdi. Aquellos prohombres fueron también “complacidos interlocutores del universo”.

El ensayo se titula La tradición republicana. Botana lo entregó por primera vez a la imprenta en 1983. El sello Edhasa acaba de publicar una cuarta edición (491 páginas), con unos añadidos leves. Hilda Sábato arriesga en el prólogo que es “una obra que ya ha devenido en clásica”. El autor asegura dos veces en la nota preliminar que la de 2025 es la edición definitiva.

DOS HEMISFERIOS

El material se organiza en dos hemisferios, claramente diferenciados. La primera parte (“El horizonte de las ideas”) ocupa doscientas páginas. Botana, minucioso, rastrea las influencias ideológicas e intelectuales de Sarmiento y Alberdi. Es un viaje por el siglo XVIII y el XIX entre Europa y Estados Unidos. Nos acerca a textos clásicos de la filosofía política y el arte de conducción de los hombres, “escritos a punta de buril de Tucídides”, como recordaba Sarmiento en su vejez.

El primer capítulo, por ejemplo, identifica los tres genios tutelares de la democracia moderna: Montesquieu (la división de poderes), Rousseau (la voluntad general), Adam Smith (el orden de la libertad moderno).

Hay que destacar que en la mayoría de los casos no se trata de letra muerta. Ayudan a pensar el presente. Vale decir, cuarenta años después La tradición republicana no ha perdido un gramo de vigencia.

En el Capitulo II, Botana comenta las ideas de los Padres Fundadores de Estados Unidos. Las advertencias de Madison sobre el "espíritu faccioso" deberían aleccionarnos. Lo vimos obrar en Venezuela, donde, justamente, una facción política destruyó la democracia. Nos alertan sobre la peligrosidad del kirchnerismo.

Otro caso. Leer a Tocqueville de la mano de Botana, induce a concluir que la República Argentina ha degenerado en un sistema aristocrático con sus señores feudales (caudillos políticos) que alimentan con la teta del estado a una casta privilegiada (militantes, empresaurios, paraperiodistas).

Podría entenderse a Javier Milei como la respuesta airada de la ciudadanía, imbuida por esa pasión igualitaria que tan bien describió Tocqueville, a la disfuncional República Aristocrática que han creado las elites populistas desde 1983.

Por cierto, el pensador francés avisaba que no puede haber democracia sin religiosidad popular. Cumple una función importantísima: educar a los dirigentes.

EN EL CONO SUR

Es muy ameno y claro el estilo narrativo de Botana, tanto al examinar las corrientes intelectuales como al exponer el contrapunto entre los dos próceres. Nunca decae el interés, a pesar de que trata los temas con la rigurosidad profesional que corresponde al historiador de fuste. De tanto en tanto, aparece alguna frase cuyo fulgor tiene un dejo literario. Como esta: “Al borde del río Luján, en aquel 'osario de las razas extintas', nacía la paleontología argentina…".

En la segunda parte, entran en escena, pues, Alberdi y Sarmiento. Las polémicas y diferencias entre estos dos “creadores espontáneos del pensamiento político”, a los que “les obsesionaba escribir”, se ordenan siguiendo la cronología de sus obras. Pero no se trata sólo de un análisis prolijo del pensamiento abstracto y de los eventos históricos, Botana se las arregla para entregarnos dos personajes conmovedores de carne y hueso que atrapan nuestra imaginación.

Hablábamos al principio de la vocación universalista de los argentinos. Qué decir de un Sarmiento despotricando contra François Guizot: he ahí al enemigo de la democracia; o un Alberdi atisbando los peligros que conllevaba la racionalización belicosa de Otto Von Bismarck. Sí, el genio tucumano -entre otras agudezas- previno al mundo sobre el furor teutonicus: “Alemania ha hecho de la guerra una política, una industria y una moral”.

Recalca Hilda Sábato en el prólogo que este libro, más allá de sus méritos académicos, tuvo un objetivo político: fue una contribución de Botana a la transición democrática que se abría en 1983. Podríamos decir que, al igual que Sarmiento y Alberdi, el historiador buscaba “llenar el vacío abierto por la guerra y crear una nueva tradición política”.

El autor afirma que La tradición republicana quiso “plantar el problema eterno e inagotable de la libertad”, siguiendo la huella de Raymond Aron.

Leer el ensayo en 2025 promueve el amor a la Argentina y ofrece nociones para entenderla. Uno se queda pensando, entre otros cosas, en las costosas y dolorosas que han sido nuestras demoras. Tardamos cincuenta años en plantar los cimientos de la organización nacional (1810-1860); otro medio siglo casi para establecer una democracia sólida (1930-1983). Tomando el Rodrigazo (1975) como punto de inicio, podríamos conjeturar que nos costó cincuenta años (con marchas y contramarchas) dejar atrás el populismo económico y sentar las bases de la prosperidad generalizada. Como en los tiempos alberdianos estamos “en una transición lenta y penosa de un modo de ser a otro”.

Guillermo Belcore

Publicada en el Suplemento Cultura de La Prensa

Calificación: Muy bueno

sábado, 7 de junio de 2025

Las guerras que perdiste mientras dormías

 


En el siglo XX, una mujer extraordinaria explicó -mejor que nadie- el origen y la naturaleza del totalitarismo en Occidente. Hanna Arendt se llamaba. En nuestro tiempo, ha aparecido otra pensadora formidable para denunciar y esclarecer "una ideología fundamentalista que ha colonizado nuestra cultura, nuestras principales instituciones y, en muchos casos, los gobiernos". Esa ensayista nació en la Argentina y acaba de publicar su primer libro. Su nombre es Karina Mariani (1).


Las guerras que perdiste mientras dormías. Como la ideología woke invadió tu mundo sin disparar un solo tiro fue entregado a la imprenta en enero de este año (1). Desmenuza esa corriente de ideas -hija maldita de la hegemonía progresista del último cuarto del siglo pasado- que predomina hoy en casi toda Europa occidental, la Anglo Oceanía y las Américas. Básicamente, explica Mariani, el wokismo "considera que la cultura occidental es inherentemente injusta y que necesita una deconstrucción radical de todos sus cimientos porque son esos los que reproducen las injusticias".

Para ello, es menester un lavado de cerebro, orquestado desde el poder: 

"...la vieja y conocida ingeniería social que todos los totalitarismos de la historia han adoptado para que las personas se ajusten a su guion ideológico".

Este libro imprescindible nos advierte que, justamente, hay una terrible novedad del siglo XXI: las democracias liberales pueden imponer también condiciones totalitarias. Ya no es necesario un Stalin para aplicarle a una comunidad macabros experimentos ideológicos.

"Basta que se organicen algunos lineamientos desde algún organismo multilateral, que estos lineamientos sean avalados por expertos cuidadosamente elegidos y que se apele a algún grupo de justificaciones con buen marketing, sistemáticamente repetidas a través de las venas culturales de un país: medios y escuelas", explica Mariani.

QUEMA COMO LA FIEBRE

La fiebre woke ha infectado, además de la política y a la educación, a la ciencia, la medicina y el entretenimiento. La ideología -basada en el voluntarismo, la intolerancia y la frustración camuflada de derechos humanos- no reconoce ningún principio limitante. El Cielo es el límite, recalca Mariani.

Se suele criminalizar a quienes no comulgan con el dogma. Es una verdadera guerra cultural que se despliega contra la biología (el terrorismo de la autopercepción), contra la inocencia (hay una especie de obsesión por la sexualidad infantil), contra la condición femenina, contra la masculinidad y contra la familia burguesa que se percibe como un afrenta ético-ideológica.

Cada una de estas ofensivas se describen en detalle en el libro, con referencia siempre a casos concretos de imperialismo woke, como la bochornosa apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024. El lector del diario La Prensa conoce la destreza conceptual y expresiva de la autora. Karina Mariani una rara avis entre los ensayistas argentinos. No desdeña el dato y su prosa es una sabrosa claridad.

Filosóficamente, aclara, "el fenómeno woke niega la complejidad de la vida humana y la capacidad de los individuos para tomar decisiones, superar desafíos y ser responsables de su destino”. A partir de la llamada identidad colectiva quiere pulverizar a la noción de persona. Se trata de una venganza sin fin y sin redención.

En la práctica, la lucha es en gran medida por dinero, figuración, ascenso social, pero uno concluye que la principal motivación no es económica. Dejemos un lado a Marx y volvamos el Nietszche: el resentimiento por un lado, y la voluntad de poder por el otro puede que sean los principales motores de este totalitarismo de nuevo cuño.

Mariani se pregunta por qué mansamente las sociedades occidentales han aceptado dogmas que no sólo no tienen ningún basamento científico, sino que su simple declaración ofende el sentido común. ¿Por qué se acepta, por ejemplo, la normalización del secretismo entre padres e hijos, el poder brutal del Estado, una Educación Sexual Integral que no es otra cosa que un proyecto político? ¿Cobardía? ¿Comodidad? Al final del libro, se conjetura que el wokismo no es causa sino consecuencia de la destrucción de los lazos familiares, “y de la familia como espacio de contención, socialización, protección y pertenencia. Tal vez la cultura identitaria tan divisiva sea la solución tóxica a un problema que viene creciendo dede hace décadas”.

LA BUENA CAUSA

El propósito del libro es luminoso. Se trata de la misma pasión por la verdad que había inspirado a Juan José Sebreli a escribir El asedio a la modernidad. También Mariani quiere salvaguardar los logros de la civilización occidental. Le alarma que el wokismo haya erosionado tres pilares laboriosamente edificados durante siglos: el pensamiento crítico, los derechos individuales y la libertad de expresión. Todos estos años de locura y bobería no serán inocuos, avisa Mariani.

Intelectual al fin, le duele a Kariani la traición de las universidades, tanto públicas como privadas, tremendamente condicionadas por la intolerancia ideológica. Como hemos comprobado en la Argentina, son éstas el bastión primordial del wokismo, incluso en sus variantes más rabiosas de anticapitalismo y antisemitismo.

En el capítulo tres, la investigadora expresa su pesimismo sobre los partidos tradicionales: "Respecto de la política es necesario abandonar toda esperanza, la comunidad política baila al son de cualquier moda, por más aberrante que sea, sin ser alcanzada nunca por cualquier consecuencia…", escribió.

No obstante, uno podría decir, esperanzado, que los pueblos están reaccionado, hay millones de ciudadanos que creen que las cosas han ido de demasiado lejos. De hecho, los triunfos de Donald Trump, Javier Milei y Giorgia Meloni responden en buena medida al hartazgo con esa ideología chirle.

Naturalmente, la obra puede ser leída como un llamado a la acción. Esa extraña confabulación entre minorías intensas, burocracia internacional y poder económico ha puesto todo patas para arriba, pero no se trata de un triunfo definitivo. Es un tigre de papel, que necesita para perpetuarse de la sobreactuación de las agencias de la ONU, las empresas, las OnG, los políticos, los académicos y los artistas.

El cambio es una tarea urgente de todos modos. La civilización occidental -ese milagro- no sólo está bajo asedio de sus enemigos históricos, también se ha embarcado en una cruzada culposa y autodestructiva. Nuestras libertades, nuestro derecho a la intimidad, son frágiles, en tiempos de omnipotente Inteligencia Artificial. “Nada como la arbitrariedad y el sinsentido para que florezca el autoritarismo”, nos recuerda Karina Mariani.

Guillermo Belcore