Hay dos mastines en permanente disputa en tu interior. Uno es el que te conduce a hacer a lo correcto. Serás aquél a quien alimentes.
H.B.
Hollywood y los fabricantes de series nos han mal acostumbrado. Cuesta deslumbrarse con el héroe sin atributos especiales. Como Harry Bosch, implacable investigador en la comisaría Hollywood de Los Angeles. Pura prepotencia de trabajo, con un toque de intuición, pero nada del otro mundo.
En su afán por competir con Netflix y HBO con buenas artes, Amazon Studios ha llevado a la pantalla chica al protagonista de las novelas de Michell Connelly, para algunos críticos destacados -como Sergio Crivelli, de La Prensa- uno de los mejores escritores de novela negra de la actualidad, a la altura de Ross MacDonald. La serie Bosch fue desarrollada para la televisión por Eric Overmyer, factotum de The Wire.
Hieronymus Harry Bosch (bautizado así por el pintor Hieronymus Bosch) es un veterano de guerra (de la primera del Golfo y de Afganistán en la serie), aficionado al jazz y adicto al trabajo policial pero propenso a romper los reglamentos para castigar a los malvados. Es esa clase de lobo solitario que actúa según sus propias leyes. Es un detective de 47 años sufrido, parco y taciturno -como obliga el canon- que vive en una casa con vistas espectaculares (la compró por sus tareas como consultor con los derechos de El eco negro, la mejor novela de Connelly, dicen) que tiene, además del orgullo de los firmes de espíritu, una debilidad: su hija Maddie, fruto de un matrimonio trunco con una especialista en comportamiento criminal del FBI que ahora se dedica a ganar fortunas con el póker.
Encarna a Bosch (pronúnciese vaash) Titus Welliver (New Haven, 1961), un competente actor secundario que al fin ha encontrado un papel protagónico que le viene como anillo al dedo. Tiene la mirada de acero justa. La prensa ha destacado la actuación de dos secundarios que brillaron en la mítica The Wire: Lance Reddick (aquí el intrigante subjefe Irvin Irving) y Jamie Héctor, compañero de Bosch. Hay que destacar que el propio Connelly oficia como productor ejecutivo de la serie y, según ha declarado, está satisfecho por la creatura televisiva.
LA PRIMERA
Ofrece Amazon en su servicio de streaming las cuatro temporadas. Describiremos la primera, que amalgama tres libros de Connelly: City of Bones, Echo Park y The Concrete Blonde. Fue estrenada en 2015 y recibió muy buenas críticas.
La trama une dos casos espeluznantes que terminan convergiendo por razones fraudulentas:
a) Un doctor retirado encuentra entre la maleza de Laurel Canyon el esqueleto de un niño asesinado veinte años atrás. Los forenses descubren que antes del homicidio la criatura sufrió maltrato físico sistemático.
b) David, un asesino en serie, se ensaña con prostitutos.
Investiga, como dijimos, el as del Departamento de Homicidios de Hollywood, el duro Harry Bosch. La tarea no es fácil, el sabueso está jaqueado por una serie de conflictos hábilmente superpuestos por los guionistas. Tensión con un periodista. Tensión con la justicia por un supuesto caso de gatillo fácil. Tensión con su ex mujer, y con su hija. Tensión con una amante, una policía novata. Tensión con poderosos (se ha situado, sin quererlo, en el centro de una lucha de poder entre el fiscal del distrito, aspirante a ganar la alcaldía, y el vicejefe de policía). Tensión con sus superiores (como dijimos, es un francotirador que no respeta los usos y costumbres) y con compañeros, que lo envidian. Para peor, el asesino en serie conoció al detective en el horrible reformatorio, donde Bosch había recalado después de que asesinaran a su madre prostituta.
El cóctel, pues, es muy interesante, pero sin estridencias ni ambiciones desaforadas. Simplemente, se trata de una serie sólida de crímenes, con impecable factura técnica, historia y subhistorias estupendas, policías de entrecasa (las bromas de oficina son muy divertidas) y villanos convincentes. Y como si eso fuera poco, el insuperable telón de fondo para la novela policial: Los Angeles, la única, el territorio mítico de Chandler, Ellroy y Connelly.
Guillermo Belcore
Calificación: Buena
"No te conoces a ti mismo hasta que sufres hambre." D.B. John
D.B. John, abogado galés que dejó su profesión para dedicarse a la literatura, compara a Corea del Norte con una mansión embrujada: en cada cuarto hay una entidad demoníaca.
En la planta baja, están los gulags donde los desdichados deben cazar ratas, serpientes o gusanos para sobrevivir un día más. También, las hambrunas que diezman al pueblo llano provocadas por una demencial carrera armamentista. Y el Bowibu, la temida policía secreta que controla cada centímetro de una mansión de pesadilla que se rige por el sistema de castas más estricto del planeta: sus habitantes han sido clasificados entre leales, dudosos y hostiles. ¡Pobre de aquel que no pertenece a la primera categoría!
En el primer piso, encontramos a las mafias de todo el mundo que medran con la angustiosa necesidad de divisas de un régimen que no le hace asco a traficar con cristales de metanfetamina, medicamentos falsos, dólares fraudulentos, armas y quién sabe con cuantas porquerías más. También están los miembros de la elite soldadesca, aparatichiks con privilegios inconcebibles para las masas, pero en estado de perpetua agitación pues de un día para el otro puede cambiar su suerte. Y terminan con sus huesos en un campo de concentración.
Finalmente, en la lujosa habitación del último piso reside el peor de los demonios. El gordito Kim Jong-Un, el último de una estirpe de malditos que convirtió a la mitad de una nación milenaria en un reino de esclavos, en perpetua guerrilla contra el mundo libre. La justificación ideológica de la peor tiranía de Oriente es el llamado socialismo juche, con descarados ribetes religiosos. La tiranía es hereditaria y exige un culto al monarca sin precedentes.
Impresionado por su vista a Norcorea en 2012, éste es el escenario que eligió D.B. John para ambientar su obra más reciente. La apuesta le salió muy bien. Infiltrada (Salamadra, 460 páginas, edición 2018) es una atrapante novela de espionaje, muy bien documentada, con un ritmo parejo y una trama impecable. De la prosa, empero, lo mejor que puede decirse es que resulta funcional a la historia. El señor John no tiene, definitivamente, talento para la metáfora. Comparar la luna con un sedoso y lejano huevo de araña es demasiado.
La heroína se llama Jeena Williams. Madre coreana, padre soldado afroamericano que sirvió en la península. Catedrática en Georgetown, la joven es reclutada por la CIA para lidiar con el reto misilístico de la República Popular Democrática de Corea. Estamos en 2010 y gobierna Barack Obama. Jeena tiene un herida en el alma: su alma gemela Soo-min desapareció en la isla de Baengyeong, la versión oficial es que se ahogó en el mar, pero ella sospecha que fue secuestrada por el régimen norcoreano, como hizo con cientos de japoneses para otro delirante programa de espionaje.
Seguiremos a Jeena a la mesa de negociaciones de Naciones Unidas, a una visita de cortesía a Pyongyang que termina para el diablo y a una arriesgadísima misión de infiltración en los confines de Norcorea. La chica no sólo es una eminencia en todo lo que atañe al país de su madre sino que también es un as del taekwondo, lo que viene de perlas para las escenas de acción de la novela.
En forma simultánea a las peripecias de la doctora Williams, el autor retrata otra heroína: la señora Moon de la provincia de Ryanggang, para ilustrarnos sobre los detalles infernales de la vida cotidiana en la periferia de Corea del Norte. La economía de mercado es una de las condiciones de la libertad, es la sabia conclusión que pueden extraerse del calvario de la anciana.
Otro personaje principal es el coronel Cho, un feligrés sincero del socialismo juché, que, en un pestañeo, pasa de héroe revolucionario a caído en desgracia por el contenido de sus genes. Fiel al ideario leninista, el régimen norcoreano cree en las culpas colectivas: si tu abuelo fue un capitalista reaccionario o un colaborador del invasor japonés, inexorablemente tú también lo serás.
Aunque sin la profundidad filosófica y política de Arthur Koestler, hay algo de El cero y el infinito en los tremendos capítulos en que el Estado tortura al coronel Cho por una inverosímil conjura. Todos los estalinismos se parecen. Pero no sólo en la paranoia política, por cierto. También en la feroz persecución a los cristianos. Te fusilan en Corea del Norte por tener una Biblia en casa.
CAMINOS CRUZADOS
Naturalmente, los caminos de Jeena, la señora Moon y el pobre Cho terminarán cruzándose. Es una de las gracias del libro. Otro procedimiento bien logrado es incluir personajes reales, como Hillary Clinton. Aparece en la página 403 como personaje secundario (o como villano estelar) Kim Jong-il, Estrella Guía del Siglo XXI, Sol Brillante de la Idea Juche, Amigo de los Niños, Líder de Todos los Pueblos Socialistas.
Infiltrada, pues, no se trata de Alta Literatura pero es un entretenimiento estupendo. Nunca aburre. Hay que destacar que D. B. John ha hecho un concienzudo trabajo de investigación, que nos deja cavilando.
Corea del Norte conforma una evidencia terrible de lo que la maldad del ser humano puede hacer, por su lado; y de lo que implica llevar hasta las últimas consecuencias el leninismo marxista como sistema político, por el otro. Liberar a los millones de esclavos norcoreanos debería ser una prioridad para la humanidad civilizada. A esta altura, el imperialismo de la universalidad ética (el concepto es de Fernando Savater) debería primar sobre el anacrónico principio de soberanía nacional. Ningún Estado de la Tierra puede atormentar así a sus ciudadanos.
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno
Hay una estirpe dorada de escritores que nos obligan a agotar su obra. Saúl Bellow (1915-2005) es uno de ellos. Conjuga como pocos la elegancia en la dicción con la sabiduría de sus reflexiones. Y como ha establecido el Viejo Testamento, “la sabiduría es el resplandor sin ocaso… todo el oro comparado con ella es un poco de arena”.
La mirada bellowiana es la de un conservador lúcido que, si bien advierte sobre la decadencia de la cultura contemporánea y refunfuña por “el honorable mérito de correr riesgos” de los jóvenes, al mismo tiempo reivindica al erotismo (incluso promiscuo), en su verdadera doble dimensión: es tanto una pasión carnal como espiritual. El conservadurismo suave e inteligente del Premio Nobel de Literatura 1976 es un bálsamo en esta era de intensos idiotas.
En 1989, Bellow entregó a la imprenta El robo (Emecé, 154 páginas, edición 1990), un relato alargado o una pequeña novela. Una gema, para más señas, que encontré a un preció insignificante (50 pesos, un dólar y monedas, al cambio actual) en una excelente librería de viejo de la calle Cabildo.
Se narra un fragmento en la existencia de Clara Velde, directora de la revista Vogue y zarina de la moda en Nueva York, quien, a pesar de toda su sofisticación, hay momentos en la que aflora su origen campesino: proviene de la rústica Indiana, cuyo estilo de vida está tan fuera de época como el Antiguo Egipto. Todo en Clara es conspicuo. Joyce Carol Oates ha notado que con esta nouvelle, Bellow ingresaba en una nueva etapa de su prolífica narrativa: “un venturoso internarse en las vidas interiores y exteriores de la robusta mujer estadounidense”.
Nuestra neurótica heroína está prendida de Ithiel Regler, un genuino hombre del poder aunque independiente, consejero de jefes de Estado y del Pentágono en materia de seguridad nacional. De jóvenes mantuvieron un apasionado romance que terminó con un intento de suicidio de ella. Hoy son íntimos amigos. Clara hilvanó cuatro maridos decorativos para intentar superarlo; el actual, un bueno para nada. No pudo sanar. La fuerza irresistible del amor es uno de los tópicos de la obra: “Contra él, ninguna puerta puede cerrarse”.
En los buenos tiempos, Teddy le regaló un anillo perfecto de esmeraldas. La empresaria editorial la conserva como un preciado tesoro, un fetiche, el centro mismo de su existencia. La joya desaparece, vuelve aparecer y luego es robada, al parecer por el horrible novio haitiano de la canguro austríaca de las tres hijas de Clara. Este es el núcleo incandescente del libro.
Diálogos que relumbran, una indagación sensata de la complejidad de los sentimientos y de la burguesía neoyorquina, personajes seductores, referencias eruditas sobre el arte clásico, una historia atrayente, comentarios ingeniosos en casi todas las páginas… en fin, el texto se disfruta de principio a fin. Consigan esta nouvelle y sentirán el deseo irrefrenable de seguir leyendo a Bellow.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno
En el año 2000, el periodista David Brooks publicó en Estados Unidos un libro esclarecedor: BoBos en el paraíso. Ni hippies ni yuppies: un retrato de la nueva clase triunfadora (Grijalbo, 287 páginas, edición en español 2001). Básicamente, se trata de una minuciosa descripción de la llamada clase culta, la más influyente hoy en Occidente pero no tanto como para impedir el advenimiento de un Donald Trump o un Matteo Salvini.
Los BoBos nacen de la unión de dos conceptos que, a priori, parecían irreconciliables: bourgeois y bohemians. Es decir, burgueses y bohemios. Son los fariseos contemporáneos. Gente adinerada que detesta ser tratada como materialista, intoxicados con corrección política, pero tan elitistas como la aristocracia tradicional. Están en el timón de la sociedad de la información, escriben la agenda progresista. En la Argentina, extrañamente, muchos adoran una variante corrompida e inepta del populismo, conocida como kirchnerismo.
El mismo retrato que Brooks compuso en su ensayo aparece, embellecido, en una novela que Chris Kraus, destacada cineasta y escritora estadounidense, entregó a la imprenta en 2005 y que, por fortuna, el sello Eterna Cadencia acaba de traer a la Argentina. Detrás de una conmovedora historia de amor frustrado se dispone un ajuste de cuentas tan elegante como feroz contra una de los más perniciosas castas de los BoBos: los intelectuales, a quienes se tacha de sanguijuelas y parásitos.
La vida verdadera está en otro lado, es una de las hipótesis de Kraus. En la maternidad, por ejemplo. Es la emoción la que da relieve a nuestros días. "Lo que realmente cuentan son los pequeños momentos de la vida doméstica que se combinan para desatar emociones profundas", concluye la artista. Curioso, nuestras madres pensaban lo mismo.
QUE PAREJA
Tiene la novela sólo dos personajes bien delineados. Jerome Shafir y Silvie Green -"cosmopolitas sin raíces", "adultos intelectuales"- protagonizan un matrimonio que se cae a pedazos. La suya es lo que el pastor Bernardo Stamateas llamaría "una relación tóxica". El vínculo más fuerte es una perrita vieja y medio ciega que rescataron de la muerte.
El es sobreviviente del Holocausto (una familia francesa lo escondió de los nazis), profesor en la Universidad de Columbia, amigo de famosos ("proxeneta errante de la teoría francesa"), agent provocateur, amargado, tacaño y resentido. Ella, antigua chica punk que bailaba en topless y cineasta de bazofia experimental que nadie quiere ver, "ha perdido su capacidad de creer en los días perfectos".
Sylvie "sabe que hay algo profundamente equivocado en la forma en que está viviendo con Jerome", sin embargo no puede dejarlo. El la fuerza a abortar tres veces (acaso, las escenas más tristes del libro). Para escapar de su estado de creciente infelicidad deciden viajar a Rumania con el propósito de comprar un niño. "Adoptar una criatura como una aventura intelectual, como una fantasía metafórica". Los BoBos son capaces de esto.
El título de la novela alude al sopor que suele provocar el amor disfuncional, las relaciones que se estiran más allá de lo razonable. Aquí es la consecuencia del deseo de una pobre mujer que, como millones de sus semejantes, busca llenar un vacío. Mientras tanto, su pareja -bastante mayor- "acaricia sus fantasías sobre Auschwitz como Humbert Humbert acariciaba el cuerpo preadolescente de Lolita" y cultiva, con sus amigotes intelectuales, una forma de esnobismo: analizar distintas categorías de fama. ¿Quién está de moda?, es el juego favorito de la clase culta.
TRILOGIA
La novela es el último tomo de una trilogía, pero no hace falta leer los dos libros anteriores para disfrutar la trama. Kraus escribe muy bien, con algunas peculiaridades agradables como el uso delicado del futuro histórico. La urdimbre -como si de gemas se tratase- engarza doctas especulaciones filosóficas, lingüísticas, históricas y semiológicas. También plantea preguntas relevantes: ¿Cómo escribir sobre el Holocausto? ¿Puede el sufrimiento de años simplemente ser reemplazado por la felicidad de una relación? ¿Tiene algún sentido acumular dinero, posesiones o respeto? ¿Los países desgraciados eligen su destino?
A la señora Kraus le gusta explicarse. Dice que su novela quiere emular una extraña forma literaria nacida al comienzo de la edad media: la parataxis. Entonces, por medio de flashbacks, caminos laterales y retrasando los resultados de los eventos (la adopción del huérfano rumano, el divorcio entre Jerome y Sylvie) se fractura la historia familiar dándole perspectivas múltiples y contradictorias. La carpintería es exitosa.
Otro procedimiento feliz es añadir algunos cameos de personajes de la vida real, como Félix Guattari. En el loft del pensador francés la pareja disfuncional presencia por televisión, con otros intelectuales esnobs, el asesinato de los Ceausescu ("una pijamada ideológica"). Aparece allí un argentino, traductor al español de Guattari, que escribe en un suplemento del diario La Prensa.
Sopor nos retrotrae a 1991. Viajamos al norte del estado de Nueva York, Berlín, Praga y la infernal Rumania poscomunista. "Ceausescu se parece a un Stalin en un viaje de metanfetamina", descerraja Kraus. Las descripciones tienen el sabor de lo vivido, hay un abundante material autobiográfico (¿habrá bailado Kraus desnuda en bares y se habrá prostituido como Silvie?). En el epílogo, algo presuntuoso, un tal McKenzie Wark destaca la fuerza del punto de vista de la antiheroica Chris-Sylvie: se observa y se siente el mundo desde la perspectiva de "la chica menos que ideal, la que nadie mira demasiado y mucho menos escucha".
Algo hay que decir de la traducción de la escritora Cecilia Pavón. Ha logrado transmitir intacta la erótica de la obra (tanto en la filosofía como en la poética) lo que nunca es poco, pero descuidó detalles. Por tres veces confunde Armada (navy) con Ejército (army). Página 43: "la armada yugoslava acababa de atacar Bosnia" (basta mirar un mapa para entender que es imposible). En la página 216, leemos: "A pesar de la deuda de tres trillones de dólares que Rumania tiene con el Banco Mundial"... Un trillón en castellano contiene dieciocho ceros. No son los únicos casos. Llámenme antigualla, pero para este blog los libros deben ser perfectos
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno