sábado, 29 de junio de 2013

El oscuro carisma de Hitler

 Laurence Rees

Crítica. Ensayo de historia, 327 páginas


Dicen en India que son cinco los misterios que guardan el secreto de lo oculto: el nacimiento de un niño, la voz humana, el acto sexual, la presencia de la muerte y la contemplación del arte. En efecto, el misterio de la voz humana. Si Adolf Hitler no hubiese sido un orador tan persuasivo habríase marchitado en los bajos fondos como agitador de cervecerías. La Humanidad hubiese dado entonces otro giro (mejor) y se habrían ahorrado las naciones al conquistador más sanguinario y demencial que se tenga memoria.

Esta es una de las conclusiones que ofrece un libro mediocre pero, a la postre, interesante e instructivo, en vista de la abrumadora ignorancia que cunde por doquier. Laurence Rees, productor y director creativo de la BBC, ha intentado responder una pregunta que lo atormenta desde niño: ¿por qué millones de personas se encandilaron y siguieron como corderitos a un advenedizo cuya capacidad para odiar era infinita?

Las respuestas de Rees son previsibles y bien conocidas: los atributos retóricos y pol¡ticos de AH, la desesperación o predisposición de las masas alemanas de entreguerras, el antisemitismo latente, la eficaz faena de Joseph Goebbels (acaso el propagandista más competente de todos los tiempos), la aplicacion del terror puro y duro, las mejoras económicas, las vicisitudes de la guerra. En fin, tratados mas exhaustivos y profundos ya se han publicado sobre este caso depravado de liderazgo carismático. Por ejemplo, El mito de Hitler de sir Ian Kershaw (pinche acá).

Puede considerarse el libro, en rigor, como una biografía sintética del Maligno de bigotito, cuyo autor usa y abusa de la técnica de documental. Rees se ufana de emplear como fuente centenares de entrevistas con testigos oculares, pero el aporte de estas personas del común es más bien pobre. Para compensar, se cita profusamente a eruditos en la materia. El lector bien informado no encontrará aquí nada especial. Es una obra ideal para principiantes.

Guillermo Belcore
Este comentario se publica en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificacion: Regular

PD: Repito, para principiantes. Libros como éste, no obstante, son muy necesarios.

viernes, 28 de junio de 2013

El libro del semestre

El moscardón imaginario XXXVIII


De todas las definiciones de novelista, creo que la de George Steiner es la más precisa: novelista es una persona capaz de contar una historia espontánea y mantener la atención de los pasajeros de un vagón de tercera clase en un día caluroso de verano.

El abaratamiento de la impresión, las modas intelectuales, la degradación de la crítica, periodística en especial, han contribuido a que en las últimas décadas se perdiera de vista el concepto primario: un novelista es básicamente un contador de historias. ¿Cuántos de los narradores contemporáneos pueden someterse a esa prueba, la de mantener la atención de su señoría el lector? Ni hablar de los argentinos.

Tengo la certeza de que si hay un literato que cumple con la condición decisiva del relato ese es John Irving. Sus obras desbordan de sucesos extremadamente interesantes; nos mantienen aferrados de las solapas de la primera a la última página. Su última creación lo corrobora. Postulo, entonces, como Novela del Primer Semestre de 2013 a Personas como yo  (Tusquets, 467 páginas).

Publicaré la reseña la semana próxima. Baste anticipar que el magnífico Irving ha explotado de una manera fascinante el delicado tema de la diversidad sexual. El libro es una suerte de memorias de un bisexual, es decir, alguien poco confiable para ambos extremos del arco. Es un libro para ser saboreado, no engullido. Demuestra, por si hiciera falta, que los teóricos del fin de la novela están absolutamente equivocados (y sobre todo, una académica con poses de esnob cuyo nombre prefiero no mencionar). La emperatriz de la literatura -la novela- está vivita y coleando y es una fuente interminable de goces.

Guillermo Belcore



PD: En este blog se han elogiado obras de Irving:
1 - Hasta que te encuentre
2 - La última noche en Twisted River

sábado, 22 de junio de 2013

La trama nupcial

Los que hacen del procedimiento su Dios, los sociólogos devenidos en críticos, los que confunden literatura con historia de la literatura, los perezosos y los esnobs pontifican: ya no puede escribirse como en el siglo XIX. ¿Y por que no?, cabe preguntar. Dickens nunca pasa de moda. Segundo, en el arte de escribir novelas, el único elemento a juzgar es la panoplia de recursos estéticos que se pone en juego. Por esas dos razones, no desentona una narración ambiciosa cuya apuesta es colocar un espejo -como proponía Stendhal- en el camino de tres chicos universitarios.
 
La tercera novela de Jeffrey Eugenides (Detroit 1960) es la mejor de todas, han sentenciado algunos críticos estadounidenses. La trama nupcial (Anagrama, 531 páginas) se inspira, como se dijo, en el pasado. Un argumento victoriano, injertado en la Nueva Inglaterra de fines del siglo XX. La heroína tiene dos pretendientes. Se casa con el tipo equivocado y dos semanas después de la boda se da cuenta del error. Aparece el otro pretendiente de la nada y entonces... bueno, no vamos a revelar aquí el final de esta espléndida novela.

Hanna Enamorada


Estamos en Providence (Rhode Island), la ciudad de Lovecraft. Estamos en la Universidad de Brown. Estamos en los años de enriquecimiento rápido de Ronald Reagan. Como hoy, los jóvenes pueden denunciar todo lo que no les gusta y pueden permitirse cualquier capricho que les venga en gana. La deconstrucción domina los claustros; se mencionan nombres en razón de su oscuridad. Hay profesores que abrazan la semiótica como una forma de afrontar la crisis de la mediana edad. La sensibilidad general de los chicos es nihilista y pospunk. Hemingway naturalmente, pero tambien Cheever y Updike han caído en desgracia. Pese a todo, se lee a Borges.

En ese caldero burbujeante, nada Madeleine Hanna, una WASP (white, anglosaxon and protestant) de pura cepa. Una chica afortunada, familia extensa y distinguida, dinero antiguo; gente ejemplar, al abrigo de las inclemencias. Vemos aquí la encarnación de la magnifica e imperial clase dirigente estadounidense, supersegura de sí misma. Pero Hanna prefiere nadar contra la corriente. Se gradúa en Letras y Literatura Inglesa; desea convertirse en una victorianista, en una época en que Derrida es lo máximo. Uno no puede sino simpatizar con una heroína que “está feliz con la idea del genio” y que “siente debilidad por aquella entidad cada día más eclipsada: el escritor”. La chica está en guerra (mental) contra aquellos petimetres que “quieren degradar al autor, quieren que un gran libro -esa cosa obtenida con tanto esfuerzo, tan trascendente- sea un texto''. ¡Bien por la chica! (Por cierto, la lucha continua).
En segundo lugar, Hanna se enamora del estudiante de biología Leonard Bankhead, un enorme San Bernardo que sufre un trastorno maníaco-depresivo. El gigante rubio nació en Portland. Es el único de los tres que maduró en una casa donde no le querían, o bien lo querían muy mal. Y acá entramos en el núcleo incandescente del libro: el desamor como una pena fisiológica, como si fuera un trastorno de sangre, la angustia romántica, un concepto traído (¿de los pelos?) de dos siglos atrás.

El tercero en discordia se llama Michael Gramaticus, licenciado en Ciencias de la Religión. Proviene de Detroit, es el alter ego de Eugenides, que por cierto estudió en Brown en los años ochenta. Michael está perdidamente enamorado de Hanna. Lo atrae, además, el misticismo cristiano. Las busquedas espirituales -y su mal de amores- lo lleva a un periplo por tres continentes. Lo seguimos a Francia, Marruecos, Grecia y la India donde ejerce el voluntariado en una congregación de las monjas de la Madre Teresa. Ejerce durante no mucho tiempo, pues una de las ideas fuerza del libro sostiene que esta generación (la de los graduados en 1982) es demasiado egoísta como para dedicarse seriamente a cuidar a un semejante.

Tres mosqueteros


La novela seduce por su rodaje minucioso. Eugenides dedica extensos capítulos a cada uno de los tres mosqueteros. Nunca ahorra detalles, trátese de los órgasmos de Hanna, la lucha denodada de Leonard contra una enfermedad maldita o los sufrimientos de los menesterosos que Michael encuentra, y asiste con la punta de los dedos, en los hospicios de Calcuta.

El perspectivismo es otro de los agrados del libro. Un mismo suceso se narra desde la perspectiva de distintos personajes, método que en el siglo XIX Wilkie Collins llevó a la perfección en La piedra lunar, -¡caray, cuántas referencias decimonónicas hay en este libro!-. Nos salen al paso decenas de caracteres interesantes, como el padre de Hanna, Alton, ex rector universitario, que opina que la homosexualidad no existía hasta el siglo XIX, que es un invento de los alemanes. O esa novia de uno de los amigos de Michael, hija de judíos piadosos, que abraza el feminismo radical de una manera absolutamente acrítica, y suelta un lugar común tras otro.

Eugenides no es un gran estilista, no cuenta con fina agudeza de un Tom Wolfe, otro de los grandes narradores estadounidenses que ha desmenuzado la vida universitaria. Pero Jeffrey es un escritor de cuello azul muy competente. Con mano firme, vilipendia las modas intelectuales de sus años mozos, aunque le tiembla al pulso para criticar a los europeos. No obstante, la erótica de su último libro deviene tanto del interés que suscitan las historias individuales como de las observaciones lucidas de los tres rapaces que protagonizan la trama (el mundo observado desde un punto de vista inteligente). El ingreso a la adultez -ese momento terrible en la vida de cualquier persona- resulta a la postre conmovedor. La atención nunca flaquea, y estamos hablando de más de quinientas páginas.
Sostiene un profesor decrépito de Hanna que en el siglo XIX los novelistas tenían un gran tema en el que ocuparse: el matrimonio. “Las grandes epopeyas cantaban la guerra; la novela el casamiento. La generalización del divorcio desbarató el género por completo'', se queja la antigualla. Bien, Eugenides ha intentado complacerlo con una clamorosa trama nupcial.
Guillermo Belcore
Este artículo ocupó la página tres del Suplemento de Cultura del diario La Prensa de este fin de semana.

Cali ficación: Muy Bueno

viernes, 21 de junio de 2013

Tony Soprano, el inmortal

James Gandolfini (1951-2013)


Era un sibarita. La noche en que murió en su habitación de hotel había bebido cuatro vasos de ron, dos piñas coladas y dos cervezas. En la cena, que compartió con su hijo de 13 años, engulló además dos porciones de langostinos fritos y un colosal cantidad de foie gras. Estaba de vacaciones en Italia, pero el corazón no resistió tanto placer. El enorme James Gandolfini falleció el miércoles pasado a los 51 años y cómo lo vamos a extrañar. Le sobrevive su creación perfecta. ¿Quién puede olvidar a Tony Soprano? Es inmortal, como Don Quijote o Sherlock Holmes.

No tengo la menor duda de que Los Soprano es una de las mejores series de televisión de todos los tiempos. Y no lo dice sólo este blog. El Sindicato de Guionistas de Estados Unidos la eligió, no hace mucho, como la Mejor Escrita de la Historia de la TV. Hasta la madrugada me he quedado embrujado mirando dos o tres cap¡tulos, uno tras otro (se alquilan en los buenos videoclubs), siguiendo las peripecias de un grupo de mafiosos de Nueva Jersey, imposibles de amar por su brutalidad y su codicia, pero también imposibles de odiar por sus interminables desdichas familiares y psicológicas, idénticas a la de cualquier mortal. Y comandando la Armada Brancaleone, Tony Soprano, el ícono del ganster del siglo XXI.

Los Soprano, la serie, ganó cinco Globos de Oro, 21 premios Emmy y millones de fanáticos en todo el mundo. Pero quizás ese fabuloso éxito fue la perdición de Tony, perdón de James. Se lo devoró el personaje, como en tantos casos (¿recuerdan al Batman de Adam West?). Uno no puede dejar de verlo siempre como el capo de Nueva Jersey, en cada una de sus apariciones posteriores e incluso las previas (hasta su tardía consagración, Gandolfini era un segundón). Su última aparición en la pantalla grande fue como jefe de la CIA de Obama (Leon Panetta, en la vida real) en el perturbador film Zero Dark Thirty, donde se narra la cacer¡a de Bin Laden. No estuvo mal, pero... Trascendió que planeaba protagonizar otra serie, como abogado de la mafia: Criminal Justice. Qué lástima.

Todos los hombres mueren jóvenes, sentencio Stevenson. Como a todo artista consumado, vamos a extrañar a James Gandolfini. Dicen que cambió la televisión. Rompió reglas. Abrió brechas. A partir de Tony Soprano, fueron posibles los antihéroes. Como Walter White o Dexter Morgan.


Guillermo Belcore

martes, 18 de junio de 2013

Postanarquismo

Diccionario de Asterion VI


Postanarquismo:


S.C. Todo lo que constituye el núcleo vital del anarquismo tradicional y no ha envejecido: el negarse a mandar y guiar, el desprecio por el poder y la gente poderosa, el compromiso junto a las víctimas del capitalismo liberal, la constitución del orden a través del contrato, la defensa de la ilegalidad si y sólo contribuye a mejorar la vida de la gente que sufre, la edificación de comunidades jubilosas indexadas según la pulsión de vida.

Encuentro esta inspiradora definición en un artículo del irreverente y cínico Michel Onfray. En unos días publicaré un comentario (elogioso) sobre Filosofar como un perro, publicado por Capital Intelectual. Me encanta Onfray, a pesar de que discrepo visceralmente con su necio ateísmo. Los iconoclastas siempre resultan interesantes.

Onfray también enumera los principios anarquistas, que ya no significan nada. A saber: el milenarismo, la redención mediante la revolución, la supresión de toda negatividad (no más guerra, no más miseria, no más humedad en Buenos Aires), el esquema judeocristiano (el pecado original de la propiedad privada, por ejemplo). Añade, por último, que el pensamiento de la izquierda libertaria debe ser enriquecido con los aportes de los filósofos críticos del último medio siglo, lo que implicaría -entre otros avances- definir una ética para el trato con los animales. Fascinante.


PD: Esta es la entrada número ochocientos del blog. Es un número impresionante, ¿no? 

domingo, 16 de junio de 2013

Liquidación final

Petro Markaris

Tusquets. Novela policial. Edición 2013


“El Estado griego es la única mafia del mundo que ha ido a la quiebra. Todas las demás evolucionan y prosperan”
P.M.

En un país en llamas, donde jubilados y jóvenes profesionales se suicidan porque la miseria les ha robado las esperanzas, emerge un asesino en serie que se convierte de inmediato en héroe popular. El Recaudador Nacional mata a grandes evasores fiscales y luego a un par de comadrejas que se han enriquecido merced a sus vínculos con las altas esferas políticas (en la Argentina, nada cuesta imaginar, no pocos aplaudirían al homicida). Como la acción transcurre en Grecia, el criminal utiliza cicuta (Conium maculatum) y deja alusiones a la antigüedad clásica. Los ministros están aterrorizados. El entrañable comisario Kostas Jaritos es conminado a detener la ola de homicidios. Su ascenso está en juego.

Nietzsche decía que un filósofo casado es un personaje de opera bufa. Podría pensarse que un paladín de novela negra al que su mujer vive sermoneando, y cuya hija amenaza con destrozarle el corazón partiendo al exilio, entra en la misma categoría. Pero el lúcido Petros Markaris (Estambul, 1937) se las ha ingeniado para componer a un detective ordinario y creíble que es eficaz aplicando “los métodos de la Maricastaña” y que se relaja leyendo el diccionario. Hablar con la gente supera a los prodigios de la informática o del laboratorio forense.

La séptima novela que protagoniza el comisario Jaritos es entretenida desde la primera hasta la última página. Desborda de sucesos. Corre la sangre y las calles hierven. El lector argentino encontrará, con consternación, parangones entre la Grecia al borde de la bancarrota y nuestro país. Donde se hunde un dedo, salta pus. La ramplonería de los ricos resulta ofensiva. Son intensos los vínculos familiares. Duele la deshonestidad del Estado. Y cuando la crisis llega, la clase política no está a la altura de las circunstancias. “Los hombres íntegros -sentencia Adrianí, la esposa del comisario- son siempre los desdichados”. 
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno


PD: Es lo mejor que le he leído a Markaris.

domingo, 9 de junio de 2013

La poesía del pensamiento

Afirmaba Montaigne que cada filosofía “no es más que una poesía sofisticada”. La delicada sensibilidad de Borges lo llevó a conjeturar (no puede ser otro el verbo) que todas las proposiciones mentales son soñar despierto. El infame pero colosal Heidegger propuso cultivar “el pensamiento como poesía y la poesía como pensamiento“. Puede aceptarse o no la hipótesis de que no existen diferencias esenciales entre filosofía y poética -al fin y al cabo ambas son las creaciones lingüísticas más valiosas- pero las conexiones sinápticas entre uno y otro campo son innegables. Quién mejor para explorarlas que George Steiner (Viena, 1929), el último de los críticos sublimes.

No hace mucho, Steiner publicó La poesía del pensamiento (Fondo de Cultura Económica, 231 páginas). El ensayo revisa dos mil quinientos años de interacciones y rivalidades entre poeta, novelista o dramaturgo, por una parte, y pensador declarado por la otra.  “Del helenismo a Celan”, reza el subtítulo. El recorrido es fascinante (a Borges le dedica seis carillas). Como todo el mundo sabe, el pensamiento serio, bellamente expresado, es poco frecuente.

Con la gentileza que lo caracteriza, Steiner nos propone meditar sobre un aspecto poco estudiado de los gigantes de la especulación filosófica: su genio literario. El Sócrates de Platón evidencia, por ejemplo, que el autor del Fedón compartió con Cervantes o Conan Doyle “la enigmática capacidad de la literatura de presentar personajes inolvidables”. Marx fue también un gran estilista, “el más eminente virtuoso del oprobio”, comparable al clérigo Swift o a Karl Kraus. Puede que este libro levante ampollas en el barrio de Palermo: postula que el único Freud que ha pervivido es el escritor. La presencia dramática de los pacientes evocados es digna de un Maupassant o un Chéjov, pero no tienen la menor relevancia científica. “Freud ambicionaba el Nobel de Medicina. Recibió el Premio Goethe de literatura. Quien habló en su ochenta cumpleaños no fue ningún psicólogo o psicólogo clínico: fue Thomas Mann. Freud se cuenta entre los maestros de la prosa alemana”.

No se trata, en el fondo, de que “la filosofía labra el surco en el que la poética depositará su semilla”, sino que no habría una sin la otra. Este libro inspirador establece, por caso, que Hegel no habría escrito la Femenología sin Shakespeare, Cervantes y Defoe. Los medios y los límites de una y otra expresión son el estilo. Es decir, el estilo lo es todo, sostiene un maestro de lecturas, cuya prosa elegante trae, como la de Bergson, “un soplo a la vez delicioso y anticuado como de lavanda en el armario de ropa blanca“.

Steiner se detiene, asimismo, en la estética del fragmento. “Ha llamado la atención en los últimos tiempos. No solamente en la literatura. En las artes, el boceto, la maqueta, el borrador, han sido valorados por encima de la obra acabada…” En efecto, mucho de lo que es emblemático en lo moderno queda inconcluso: Proust, Musil, Schömberg, Berg, Gaudí… En filosofía, el aforismo tiene un amplio y virtuoso recorrido. Es todo Heráclito, Nietzsche y Wittgenstein. Su excelencia como escritores se halla en “la exponencial economía”. La técnica del rayo que cae. ¿No es éste otro atributo de la buena poesía?

AMBICION Y TOLERANCIA


Dos conclusiones propician los lúcidos comentarios de Steiner. El primero atañe a la estética y a la pregunta primordial de siempre: ¿Qué leer? Una respuesta posible es que los literatos más interesantes hoy en día son aquéllos que demuestran la misma ambición de los grandes pensadores: definir una visión del mundo (Weltanschauung). No sería descabellado postular, por otro lado, que los mejores novelistas son los que se valen de alguno de los dos hechos excelsos del lenguaje: la poética y la filosofía, ¿Quiere nombres, amable lector? El magnum opus de Thomas Pynchon comparte los mismos afanes enciclopédicos de un Aristóteles o de un Diderot. Los destellos de poesía pura de John Banville, -acaso el mejor estilista de la anglósfera- dejan claro el mysterium tremendum de la metáfora. Con sus epifanías semánticas, la maciza prosa de Juan Benet -y de su mejor discípulo, Javier Marías- refirman la validez de la perspicaz intuición heideggeriana del “lenguaje como casa del ser”. Y la de Wittgenstein sobre “el incomparable ser del lenguaje”.

En segundo lugar, una ética y una praxis ciudadana emergen de la profunda mirada de Steiner. Si todo, en el fondo, son palabras, ninguna proposición -por convincente que nos parezca- puede arrogarse el monopolio definitivo de la verdad. Más aun: cada acto filosófico, cada acto de pensar (con la posible excepción de las matemáticas) es irremediablemente lingüístico. ¿Dónde está la realidad en todo esto? En el Yo, la farsa suprema, diría Cioran. Entonces, el discurso político (el relato, según la áspera nomenklatura argentina) no debe tener más pretensiones que la hegemonía temporal, una precariedad que exige ser cuestionada en todo momento. Es un buen punto de partida para resistir el despotismo político o de mercado.

No obstante el carácter provisional del verbo, el Poder, -político, económico o religioso-, siempre ha considerado a las palabras peligrosas, amenazantes, sean un epigrama de Osip Mandelstam, la homilía de un sacerdote, o el comentario de un periodista opositor. Steiner, sabio humanista por excelencia, lo advierte sin tapujos: se piensa por cuenta y riesgo del sujeto que piensa. “No hay vocación más peligrosa que el ejercicio de la razón, una constante crítica, franca o disimulada de las normas dominantes“. Desde Heráclito a Liu Xiaobo, la cuestión de la intolerancia a la palabra no oficial nos acosa.

Guillermo Belcore
Este artículo ocupó una página del Suplemento de Cultura del diario La Prensa de este fin de semana.

Calificación: Excelente


PD: Confinar el arte a normas específicas, como si de ciencias exactas se tratase, contradice mis creencias más profundas, pero me parece que Steiner está en lo cierto: sólo es magnífica la literatura donde la poética y/o la filosofía dicen presente. No se me ocurre una gran novela que no contenga alguno de estos fulgores.

viernes, 7 de junio de 2013

La gran ventana de los sueños

Fogwill

Alfaguara. Autobiográfico, 135 líneas. Edición 2013.


“Y nunca pude concebir forma alguna del goce que no integre los indispensables ejercicios de imaginar y de pensar”.
 
Fogwill

Pocas cosas son más insustanciales en literatura que la transcripción de un sueño. Aburre tanto el déficit de invención (es dejar que la conciencia haga el trabajo duro) como el realismo inane. Por fortuna, el enorme Fogwill (1941-2010) no se limitó a esa fruslería sino que encadenó en sus registros de sueños una sucesión de pensamientos que corroboran su pasmosa lucidez y el fulgor poético de una prosa gratísima al oído. Puede que el maestro Steiner tenga razón, y el lado musical del estilo sea, tal vez, lo esencial de cualquier escritor.

Es una pésima costumbre hurgar entre los papeles de un muerto. Se nos replicará con un nombre eminente: Max Brod. Un caso entre mil, les responderemos. Aquí se explica que “la edición de este libro responde a la última versión de las varias halladas, con leves variantes, en su computadora y en las de algunas de las personas a quienes se lo envió”. Es una obra inconclusa y, por alguna razón, Fogwill no se sintió obligado a publicarla en vida. Pero, bueno… sirve como complemento a la vasta producción de uno de los pocos artistas imprescindibles de la Argentina decadente.

El volumen atrapa con los datos biográficos y los pronunciamientos sobre la comedia humana. Borges no está lejos de las páginas más inspiradas. Abundan los planteos ingeniosos. Verbigracia: “¿el encierro frente a una pantalla es parte del espacio del sueño…?” Fogwill el filólogo, es uno de los agrados del libro. El capítulo Bajamares, infestado de jerga de marinería, corrobora el placer que sentía el autor (fácil de compartir) por la sonoridad de las palabras. La masturbación era otra de sus aficiones confesas. Hay en las páginas psicoanálisis al uso y pasajes con auténtica poesía. Obsérvese esta linda aliteración: “verdadero verde visto”. Los recursos expresivos de Fogwill son los de un gran estilista, pero uno muy inteligente. Decía que “la ventaja de olvidar los sueños es sustraerlos definitivamente del ridículo de su circulación social”.

Guillermo Belcore
Esta reseña (sin la cita y la PD, por supuesto) se publica en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa de este fin de semana.

Calificación: Bueno


PD: Plantea Fogwill (el fantásticamente incorrecto Fogwill) una perplejidad de los varones. ¿Por qué ciertas mujeres (sino la mayoría, sino todas) asumen la masturbación masculina como una agresión, un desdén, difícil de perdonar? Vaya a saber.

sábado, 1 de junio de 2013

Mi ángel tiene alas negras

Elliot Chaze

La bestia equilátera. Novela policial, 222 páginas. Edición 2013


“Por mucha que vivas, no hay muchos momentos realmente deliciosos en el camino, ya que pasamos la mayor parte de la vida comiendo, durmiendo y esperando algo que nunca ocurre. Puedes calcularlo por tu cuenta, usando tu propia vida como referencia. La mayor parte de la vida consiste en esperar a vivir. Y pasas mucho tiempo preocupándote por cosas sin importancia y gente sin importancia, y todo esto te queda muy claro cuando sabes con precisión el día que morirás”.
Elliot Chaze

Si George Steiner está en lo cierto, y el estilo es todo, la verdadera sustancia del libro, uno puede proclamar que esta novela policial es sublime. El acabado de los personajes, la destreza para componer metáforas exquisitas, la ironía y el cinismo justos (como ordena el género), la belleza de las descripciones, la inteligencia de los comentarios, la intensidad concentrada; en fin, estamos ante un libro extraordinario que, por esas cosas del destino y el despiste de la industria editorial, recién hoy se trae al castellano. El sello La bestia equilátera merece una ovación, porque, además de todo lo dicho, la traducción de Carlos Gardini es placentera.

El narrador se llama Tim Sundable, ex convicto, veterano de guerra, no llega a los treinta años. Proviene del profundo sur; el dato no es menor. Una noche contrata en un hotel de mala muerte a una prostituta. “Quería una mujer corpulenta, estúpida y maciza, no una criatura esbelta y aplomada con una piel que tiene el color de una perla derretida en miel”. Virginia tiene unos pechos y unas piernas espectaculares, pero es peligrosa como una yarará. “Ella besaba tal como una bailarina experta que sigue al compañero, dando y recibiendo en el momento preciso, y transmitiendo la idea de que tenía mucho en reserva”. Así, lo que debía ser no más que una noche intensa de sexo degenera en una relación loca de amor-odio. La pareja va hacia Colorado a robar un camión blindado. Comparten una convicción: todo apesta sin dinero.

¿Quién es este Lewis Elliot Chaze que nos mantiene hipnotizados de la primera a la última página? ¿Cómo alguien puede escribir tan bien sobre los seres que danzan al borde del abismo? El sello editorial nos informa que nació en Louisiana en 1915 y murió en 1990. Mi estilo -sentenció- es producto del egoísmo y el miedo a las matemáticas, con matices de dinero. ¡Ja! Como Rulfo, produjo pocas páginas. Como Rulfo, cada página incluye algo memorable. ¡Qué demonios! Uno está obligado de ahora en más a buscar como un poseso todo lo Chaze haya escrito. Vale la pena

Guillermo Belcore
Una versión más corta se publicó en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa de este fin de semana.

Calificación: Excelente


PD:  Comencé a leer este libro después de mi caminata matinal. Me bañé y me fui a la cama con él. Me llamaron cinco veces a almorzar, la última con ominosas amenazas. La capacidad de abstracción es una de las cualidades de la buena literatura. Nos sitúa en una burbuja fuera del tiempo y de aquello que, por comodidad intelectual, llamamos  'realidad'.

PD II: La banda de sonido la aportan  los Red Hot Chili Pepers: 

http://www.youtube.com/watch?v=Sb5aq5HcS1A