domingo, 27 de junio de 2021

La terraza de frangipani


Así como en la Argentina un puñado de citadinos cultos inventó la literatura gauchesca para preservar el alma de un pueblo, Mia Couto (1955) ha intentado delimitar una narrativa bantú, mestiza y genuinamente africana.

Descendiente de inmigrantes portugueses, nacido en Mozambique, biólogo y periodista, escribe desde hace más de cuatro décadas, no sin éxito. Ha recibido el Premio Camoes, el más prestigioso en lengua portuguesa. La terraza del frangipani (Edhasa, 166 páginas) es la tercera novela de Couto que se edita en la Argentina. Fue entregada a la imprenta por primera vez en 1996.

Detrás de un tenue misterio policial, el lector encontrará una notoria voluntad lírica y un firme propósito de denuncia y de salvamento. Así como Hernández denunciaba las maldades que se le infligían al gaucho, Couto se indigna aquí con el perverso trato que un Mozambique pauperizado impone a sus mayores. Ya nadie respeta a los viejos en una tierra donde hacen poco se reverenciaba a los ancestros

La trama nos lleva al asilo de Sao Nicolau, antiguo fuerte colonial. Han asesinado al malvado director Excelencio Vasto. Tiene siete días para encontrar al culpable el inspector Izidine Naíta, "un fruto bueno en un árbol podrido... una almendra en una bolsa de ratas...".

La tarea no es sencilla. Naíta, estudió en Europa, volvió al país después de la revolución, no es confiable para los lugareños. Cinco ancianos, "frágiles como un talón", se atribuyen el crimen (de hecho cinco capítulos se titulan La confesión de...). Hablan todos como Don Verídico, es decir de una manera sentenciosa, con exageraciones, encerrando mitos y tradiciones. Es el habla del pueblo, ese tesoro que Couto se ha empeñado en rescatar. Podría decirse que se trata de un falso policial; es -como el Martín Fierro lo era- un libro de reafirmación cultural.

La enfermera Marta Gimo, "mujer de saborear con la vista" condenada a dormir desnuda a la intemperie, presta dudosa ayuda al detective. Le advierte que el verdadero crimen es otro. El crimen es lo que el Mozambique de la descolonización le está haciendo a sus gentes, sobre todo a los ancianos, dentro y fuera del asilo

"Están matando al pasado... están matando las últimas raíces que podrían impedir que vivamos por imitación, sin historia..".

Por cierto, el narrador de la historia es el fantasma de un carpintero, Don Ermelindo Mucanga (¡cuántos nombres fragantes trae este libro!), que debe habitar el cuerpo de un condenado -el inspector Naíta- para poder ascender al estado de xicuembo, que son los difuntos definitivos, "con derecho a ser nombrados y amados por los vivos".

Ermelindo está enterrado en una terraza de la fortaleza, junto a un magro frangipane, árbol de vistosas flores blancas de la familia de las magnolias. Conversa el espectro con un pangolín, insectívoro que -además de transmitir el covid- baja de los cielos para entregar novedades al mundo, "las proveniencias del porvenir". Sí, lamentablemente, en las costas del Océano Indico también se abusa del realismo mágico.

No obstante, los excesos fantasmagóricos uno va enamorándose del libro por dos o tres razones. Primero, por su fulgor poético. Hay un aluvión de neologismos y hay párrafos bellísimos que suenan como coplas. También atrapa el afán antropológico e histórico, el rescate de esas pequeñas cosas que conforman el alma mozambiqueña, estragada por la guerra civil y la avidez de los enriquecidos. Debiéramos tomar nota los argentinos que coqueteamos con la demencial grieta. "Todo lo pudrió la guerra civil", nos advierten desde el Africa meridional, donde la esperanza de vida -aún hoy- no llega a los cincuenta años.

Sólo el final del libro no resulta convincente. Pero en conjunto, La terraza del frangipani -segunda novela de Couto- puede ser encarada como estupenda puerta de entrada a una obra sofisticada y exótica.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno


lunes, 14 de junio de 2021

El placer de la transgresión


Por Renata Salecl

Ediciones Godot. 290 páginas. Ensayo de filosofía.

Hay un método de entrecasa para calibrar la rigurosidad del intelectual o la inteligencia de una persona interesada en los asuntos públicos. Comprobar cuántas veces emplea el término "neoliberalismo" en su discurso. El uso frecuente delata una mente superficial, proclive al cliché y a la peor militancia política. Mejor tomar distancia.

Como todo en la vida, hay excepciones. La ensayista Renata Salecl podría ser una de ellas a tenor de una selección de sus columnas publicadas en el diario Delo de Ljubljana que Ediciones Godot acaba de traer a la Argentina. 'El placer de la transgresión' tiene momentos de gran lucidez, aunque se alternan con fruslerías como ésta: "...bajo el predominio de la ideología capitalista de la elección racional, el amor es un problema..."

La señora Salecl es conocida en nuestro país por su ensayo 'Angustia' -el primero en llegar al español- en el que desarrollaba la tesis (¡oh no!, aquí vamos otra vez) de que la ideología neoliberal ha exacerbado las angustias contemporáneas. La pensadora, quien estuvo casada con Slavoj Zizek, visitó Buenos Aires en 2018.

En un punto se declara discípula de Freud. Sostiene que "la enfermedad de la civilización y la enfermedad del sujeto van de la mano", de modo que "las ideas dominantes influyen de una manera decisiva en los tipos de padecimientos psicológicos que aparecen en las personas". De ahí, su interés por descubrir nuevos síntomas generados por las ideologías del capitalismo tardío y la sociedad postindustrial.

Los molinos de viento contra los que carga Doña Renata de la Baja Estiria son el individualismo, los grandes capitales, la obsesión por la productividad, la ideología de la eficiencia, la ideología capitalista de la elección racional, la moral del éxito, la sociedad de consumo. Como se ve, una agenda idéntica a la del Papa, pero mientras Francisco habla en nombre de una fe milenaria y una confianza metafísica, la profesora Salecl basa sus embestidas en qué, ¿el agnosticismo humanista?

Se trata, pues, de un libro basculante. Oscila entre la sensatez y la sutileza, por un lado; y el lugar común y lo insustancial, por el otro. Pero también, entre el comentario que mantiene su actualidad y lo caduco (los artículos se detienen en 2016, con la llegada de Donald Trump al poder, cuando la autora se preguntaba si es menester comparar ese hecho trascendente con la marcha sobre Roma de 1922).

En el primer campo (el fértil), puede ubicarse el repudio al narcisismo postmoderno, una pulsión destructiva allí donde brota, sea un país, una empresa o una familia. "Lo importante para el sujeto es la capacidad de autocontrol y es eso justamente lo que se ha vuelto un problema en la sociedad contemporánea", establece Salecl en la página 71. Más adelante insiste: "La adultez consiste en la capacidad de limitarnos a nosotros mismos".

Ese vaivén de la perspicacia se percibe, por ciento, en un punto crucial. Esta muy bien que Salecl denuncie defectos puntuales de nuestra era como la irrupción del dinero en campos que en el pasado estaban ausentes del intercambio monetario, la deshumanización de la medicina, o las trapisondas de la industria farmacéutica. Es decir, la ensayista aristotélica es justa y necesaria.

Pero la Salecl platónica es muy cuestionable, comparte la ceguera de buena parte de la izquierda occidental. Descalificar en bloque al único sistema político y económico que ha proporcionado libertad y prosperidad a un puñado de pueblos afortunados es una pose infantil, indigna de una pensadora que proviene de un país que ha sufrido en carne propia hasta 1991 las miserias del socialismo real.

En "Hijos del comunismo, súbditos del capitalismo" la filósofa eslovena concluye, con pesar, que "la normalización comunista tiene éxito en el capitalismo"". Basada en una encuesta realizada en Alemania (!!!), denuncia "el borramiento del pensamiento independiente y crítico", muy parecido al que existía en Moscú o en Ljubljana en tiempos de Brezhnev y de Tito. Invitamos a la señora Salecl a pasar una semana -con eso basta- en La Habana o Pyongyang para descubrir lo que realmente es una sistema totalitario, pero viviendo entre la gente común, no como invitada de esos regímenes criminales.

Guillermo Belcore

Calificación: Regular