domingo, 31 de agosto de 2014

Cixí, la emperatriz

Jung Chang


Taurus. 594 páginas. Ensayo de historia. Edición 2014


En su monumental examen de la historia china, Henry Kissinger menciona una sola vez a Cixí. Lo hace para ubicarla a la cabeza de las fuerzas reaccionarias del siglo XIX. Curiosamente, este libro propone una hipótesis diametralmente opuesta. Quiere persuadirnos de que la emperatriz viuda fue algo así como un Deng con polleras, una gran modernizadora, una asombrosa mujer de Estado que sacó al dragón asiático del Medioevo. 

La señora Jung Chang, catedrática nacida en Yibin y radicada en Gran Bretaña, escribió una biografía a contrapelo de la sabiduría convencional y los manuales de historia de su país natal. Su tono apologético -más propio de la religión o de la política- le resta credibilidad al ensayo, obliga a cotejarlo con otras fuentes. Se narra la vida de una cortesana semianalfabeta, cuyo hijo llegó a convertirse a los cinco años en emperador de la dinastía Qing. Corría el año 1861. Cixí consiguió entonces, vía un golpe de Estado, controlar los resortes claves del Imperio del Reino Medio. Durante décadas fue la personalidad más influyente de la corte manchú, hasta su muerte en 1908; una influencia benéfica, la idea central de un texto que alterna pasajes aburridos con otros interesantes, más que nada porque China, el país mas ceremonioso del mundo, es fascinante.

De la prosa sólo puede decirse que es correcta y clara. Del texto pueden extraerse cuando menos cuatro conclusiones: 1) tradición y apertura al mundo son dos fuerzas virulentas que han desgarrado desde siempre al Celeste Imperio; 2) el haber atravesado el período del imperialismo europeo sin una fuerza militar considerable fue una maldición para los chinos; 3) la codicia y crueldad de los japoneses tienen muy pocos parangones históricos; 4) la superioridad de la civilización occidental (tanto en los sistemas políticos como en las tecnologías) sobre las restantes culturas siempre fue aplastante. Qué puede pensarse de una gran nación que posterga por décadas el desarrollo de los ferrocarriles para no perturbar a los muertos.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: regular

miércoles, 27 de agosto de 2014

Crónica de la noche

Colm Tóibín

Emecé, 299 páginas. Novela, edición 1998.

La buena crítica literaria -al menos la que a mí me interesa- es aquella que persigue con rigor, tesón y amenidad la esencia estética irreductible de una obra; es decir, identifica los elementos que definen el valor artístico y que suscitan un impacto perdurable en el lector. Las apreciaciones pueden hacerse de manera improvisada o aplicando algunos parámetros objetivos. Italo Calvino estableció tres (1):

1) un diseño de la obra bien definido y calculado.
2) la evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables. Icástico, es el adjetivo.
3) un lenguaje lo más preciso como léxico y como expresión de los matices del pensamiento y la expresión.

Crónica de la noche cumple las tres condiciones. Su eficacia estética es formidable, por ende. Veamos. La arquitectura (punto 1) es perspicaz, se demora la presentación del núcleo incandescente del libro: una historia de amor homosexual. Las imágenes (punto 2) son poderosas: el debut sexual en un galpón del campo, un muchacho confesando a la madre chapada a la antigua su condición gay; la cacería de placeres en una sauna para hombres; un enfermo de sida en deprimente soledad internado en un hospital público. Finalmente, el virtuosismo del lenguaje corre parejo a las otras destrezas; es una prosa very british (Colm Tóibín, no obstante, nació en Irlanda), muy claro, directo, sin ornamento alguno, pero con una precisión pasmosa tanto en el vocablo como en el concepto. Obsérvese esta definición: 

“Amor, sentido tanto en el cuerpo como en la mente, es una calma extraña, una felicidad, la idea de que no se necesita nada más que eso, que alcanza para el resto de la vida".

Como si esto fuera poco, la novela -publicada por primera vez en 1996- tiene un interés adicional para los argentinos. ¡Transcurre en la Argentina! El telón de fondo, en efecto, es la era desdichada y turbulenta que va desde la dictadura militar hasta Carlos Menem, indagada, sin pasión alguna pero con extrema lucidez, por un escritor extranjero. El protagonista se llama Richard Garay, argentino de madre inglesa deaamorada que se gana la vida, con desgano, como profesor de inglés y traductor. Traba relación con un político y empresario peronista que tiene ambiciones presidenciales. Se conecta por su intermedio con un matrimonio estadounidense -agentes de la CIA- cuya misión es asegurar que la transición democrática en la Argentina se afiance pero de acuerdo a los intereses de Washington. La intromisión es descarada. La guerra sucia, Malvinas, la asqueante corrupción, el caudillismo riojano aparecen en el tapiz. “Todo es jactancia y retórica de alto vuelo y nada quiere decir nada”, apunta Garay-Toíbín. Algunas cosas, por desgracia, nunca cambian en la Argentina. 

La delicada alternancia entre historia individual y colectiva es otra de los agrados del libro. Pero básicamente, como se dijo, estamos ante una conmovedora historia de amor (clandestina, era otra época) entre Richard Garay y uno de los hijos del dirigente peronista. Y entre ellos intenta interponerse no sólo las convenciones sociales sino una de las enfermedades más terribles de nuestro tiempo. Puede definirse también a Crónica de la noche como una de las mejores novelas sobre el sida. La ubico entonces en el mismo anaquel que Antes de que anochezca de Reinaldo Arenas y Personas como yo de John Irving.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena


PD: Quién dijo que las redes sociales son inútiles. Llegue a este libro por recomendación de un amigo del Twitter (@AiresyBenson). Por cierto, da ganas de agotar la obra de Toíbín, este irlandés tan elogiado.

martes, 26 de agosto de 2014

Trabajo, según Heidegger

El Diccionario de Asterión XVI


Trabajo:

Sust. Com. Actividad humana que, según Martin Heidegger (1889-1976), permite al ente expresarse de cinco maneras:
1) como medio (trabajar para).
2) como meta (realización por el trabajo).
3) como modo fundamental del ser humano (el trabajador).
4) como subjetividad incondicional.
5) como objetividad ilimitada que determina el punto 4
6) como ser del ente en totalidad.

Encontré esta relámpago de lucidez en el libro Acerca de Ernst Jünger de Heidegger que el sello El hilo de Ariadna acaba de publicar en Buenos Aires. Es una gloriosa manifestación de estilo aforístico, que permite aproximarse al arduo pensador alemán sin naufragar en el intento. Me pregunto entonces e invito a los amigos de este blog a hacer lo mismo: ¿Qué es el trabajo para vos? ¿Te permite expresar de manera incondicional tu subjetividad? ¿Representa tu esencia como ser? ¿Te conocen, respetan o aprecian por ello? ¿O, variante triste, tu empleo es un mero medio de subsistencia? Me da la impresión que buena parte de lo que entendemos por felicidad pasa por aquí.

lunes, 25 de agosto de 2014

Una semana en la nieve

Emmanuel Carrere

Anagrama. 165 páginas. Novela, edición 2014.


Hace veinte años Emmanuel Carrere (París, 1957) dio este libro a la imprenta. Ya por entonces demostraba una formidable capacidad para pergeñar una trama que nos mantenga expectantes hasta la última página, aquí con originalidad, dando encarnadura literaria a una de esas noticias que leemos en la sección ‘Policiales‘ de los diarios y nos llevan a preguntarnos en qué clase de bestia codiciosa se ha convertido el ser humano. Es un buen recurso, sobre todo cuando no se tiene un estilo que permita distinguirse en la manada. Queda probado pues que Carrere sabe contar una buena historia.

Se narran las peripecias de Nicolás, un niño de siete años demasiado sobreprotegido que inspira a sus maestros un poco de lástima. Debe pasar el trance de sobrevivir a un campamento de invierno, donde se le enseñará a esquiar, junto a sus veinte compañeritos, entre los cuales, naturalmente, hay algún bravucón. Eso solo basta para sumirlo en tremendas angustias (¡todavía se hace pis en la cama!), pero hay algo en escena infinitamente más sórdido que el bullying. Y el misterio involucra al padre de Nicolás.

El escritor nunca muestra todas sus cartas y eso es un procedimiento que no merece otra reacción que elogios. Incluso apela, con suma delicadeza, al flashforward (prolepsis, lo llaman los retóricos) pero sólo en una ocasión. Lástima. Las reflexiones de Nicolás resultan deliciosas, van desde lo cómico hasta la desolación. ¡Pobre chico!, uno está obligado a exclamar. La prosa es precisa, clara, nada del otro mundo. La decisión (¿comercial?) de trozar el texto en capitulitos es una verdadera estupidez, pues aniquila el ritmo, el latido íntimo, de la escritura. No se justifica de ninguna manera. Una semana en la nieve, no obstante, entretiene y obliga a meditar. Pudo haber sido un gran libro con doscientas páginas más (y una traducción al gusto de los argentinos).
Guillermo Belcore 

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa, el domingo pasado.


Calificación: Regular


PD:  En este blog se elogia una novela de Carrere. Pincha aquí: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2013/05/limonov.html

domingo, 17 de agosto de 2014

En defensa de la novela oceánica

La ficción como enciclopedia no ha perdido vigencia ni lectores en el primer tramo del siglo XXI

Por Guillermo Belcore

Hace treinta años, Italo Calvino establecía en un texto memorable una serie de valores que la novela debía preservar para seguir atrapando la imaginación de los hombres y mujeres del tercer milenio: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad (1). Hilvanar un razonamiento en torno a la última de las virtudes es el propósito de este artículo.

Multiplicidad es el rasgo crucial de aquello que podríamos denominar como novela oceánica para distinguirla de variantes ínfimas como la nouvelle, la seudonovela, la novela para ganar un premio literario, el bestseller, el cuento caprichosamente alargado, la novela del yo y otras formas narrativas en boga que lamentablemente prosperan en la Argentina y cuyo factor común es la falta de ambición. Calvino ha escrito una enérgica apología de la novela oceánica, destacando su carácter de enciclopedia abierta, es decir, es el intento ansioso de plasmar aquella pretensión iluminista de encerrar la sabiduría en un gran círculo. La mejor novela contemporánea (una suerte de epopeya, arriesga el pensador italiano), se define pues como método de conocimiento y, sobre todo, como red de conexiones entre los hechos, las personas y las cosas de este mundo. Conexiones tanto en acto como en potencia. 

FALSA ALARMA


La pasión cognoscitiva entonces ha caracterizado a los literatos más eminentes del pasado, como Balzac, Thomas Mann o Bolaño. Y por fortuna mantiene su vitalidad en un Pynchon, Laiseca, Irving, Chirbes incluso en un Stephen King o Haruki Murakami. Pero también en esos otros autores prolíficos que han concebido en su mente una única gran novela pero la van entregando en capítulos como Sciascia, Grossman o Aira

Cada tanto, se escucha a un erudito anunciar la muerte de la novela. Ya no se puede escribir como en el siglo XIX, dicen. El estrépito de los medios audiovisuales -advierten- aturde a los lectores tradicionales. Internet es la tumba de la letra impresa. La única ficción valiosa es la que se desarrolla en las series televisivas, añaden ciertos personajes mediáticos. El individuo culto, de clase media, que compra una novela en una librería de la que es asiduo y la lee en la tranquilidad de una habitación de su propia casa (rodeado de un silencio que cobra enorme significado) está en vías de extinción, se quejaba George Steiner, el mejor crítico de nuesta era. ¿Cuándo? En 1965 (Lenguaje y silencio, Gedisa).

Por fortuna, estos gemidos lastimeros no se ajustan a la realidad, es la tesis de este artículo. La literatura, como enseñan los clásicos, debe interpretarse de manera comparativa. No parece, francamente, que esta generación sea, en términos estéticos, más pobre que las anteriores. Hoy existen -como hace diez, veinticinco o cien años- unos cincuenta novelistas de primera línea, con el deseo ardiente de incluir el cosmos en un libro (cosmicidad, Calvino dixit), mediante la perpetua transformación de la forma (novela es justamente eso). 

CINCO CASOS


Veamos algunos casos afortunados de ficciones oceánicas durante el primer tramo de este siglo. Imposible dejar de mencionar a Contraluz (Tusquets Editores, 1.337 páginas, 2006) la obra cumbre de uno de los mejores escritores estadounidenses de todos los tiempos, que ha pasado casi inadvertida por la pereza de los comentaristas dominicales. Thomas Pynchon ha parodiado aquí no menos de veinte discursos, géneros, subgéneros y retóricas, en una trama colosal que se expande en tres direcciones tratando de captar todo lo existente o imaginado en el ocaso de la era decimonónica (o aristocrática), es decir, el período que va desde la Exposición de Chicago de 1893 hasta la Primera Guerra Mundial.

Detrás de la escritura de Contraluz late una inteligencia prodigiosa y una curiosidad insaciable. Todo aquello que ha interpelado a la imaginación de Pynchon y es funcional a la trama -desde los cuaterniones de Hamilton hasta un insulto en idioma filandés (“aitisi nai poroja” o “tu madre fornica con renos“)- enriquece el texto. Es el asombro, a lo Borges, como motor literario. 

Enaltece la literatura estadounidense también el esfuerzo de un novelista subestimado por la crítica snob o desinformada para atrapar el color, el sabor, la moralidad, la música y las costumbres de una época pretérita, y de paso resolver uno de los misterios primordiales de la historia de su país. 22/11/63 (Plaza & Janes, 858 páginas, 2012) es uno de los mejores libros de Stephen King y la prueba tangible del carácter prometeico de la novela oceánica, pues incluso en un formato fantástico puede labrarse una suerte de enciclopedia de los años sesenta.

El libro nos lleva al Estados Unidos de cincuenta años atrás, cuando la gente no se preocupaba por la contaminación ambiental o el colesterol y era más confiada y amable con el prójimo, siempre y cuando perteneciera al mismo grupo étnico o religioso, dado que el racismo y el antisemitismo campeaban a sus anchas. Un profesor de literatura encuentra la manera de retornar al pasado (¡ah, que maravilla, los viajes en el tiempo!) y se propone impedir el asesinato en Dallas de John Fitzgerald Kennedy, aún al precio de cataclismos cósmicos. Ambicioso el muchacho, ¿no?


Como otro gran escritor estadounidense, John Irving (2), la demostración cabal de que Dickens nunca pasa de moda. Entre tantas joyas que ha publicado, rescatamos Hasta que te encuentre (Tusquets, 1.119 páginas, 2006), desbordante de sucesos, sexo y personajes extravagantes, que roza la farsa y, como es tradición en el autor, cumple cabalmente con el propósito de documentar una porción de la colmena humana, los músicos y el mundo del tatuaje en este novelón. 

La novela oceánica puede venir, por comodidad o cálculo comercial, en varios tomos. Es el caso de la memorable 1Q84 (Tusquets, 2011, 1.151 páginas), de Haruki Murakami, el gran renovador del realismo mágico. Aquí, el juego es la metarrealidad: concebir un universo alternativo, apenas deformado (como el de la serie Fringe o el cuento de Bioy Casares), con sus propias leyes, su lógica interna, sus creaturas tocadas por la originalidad. El escritor obra como demiurgo gnóstico, capaz de concebir un mundo imperfecto, degradado (como el que vivimos).

Imaginó Murakami -el rey del pop literario- dos lunas de diferente tamaño que nos miran desde el firmamento, conciencias que abandonan al cuerpo para hacer de las suyas, y la influencia decisiva de la Little People, entes malignos que favorecen la pederastía y son adorados por una secta deleznable. Es como si estuviéramos en el mundo de los sueños, allí puede ocurrir cualquier cosa: una mujer puede quedar embarazada sin que nadie le toque un pelo. La novela oceánica, queda probado, puede aspirar a la creación de una rigurosa mitología (es el caso, asimismo, de Tolkien).

Para no abrumar, citemos un último caso, esta vez en nuestro idioma. Otra novela paradigmática es la magnífica trilogía Tu rostro mañana (Alfaguara, 1.500 páginas, 2007), cargada no de poética como Murakami, sino de Alta Filosofía. Javier Marías es, por cierto, el maestro de la digresión exquisita. Sí, tampoco Lawrence Sterne ha pasado de moda.

Se narra la saga de Jacobo Deza, español reclutado por los servicios secretos de Gran Bretaña como “traductor de personas, interpretador de vidas, anticipador de historias”. Pero la historia es lo de menos. Lo valioso en Marías es la apuesta por el barroquismo, el uso exhaustivo del diccionario, el examen de cuestiones linguísticas, la redundancia. El castellano en todo su esplendor. Una enciclopedia de la lengua.

La novela con afán totalizador, pues, propone un contrato de lectura basado en la paciencia y la creatividad. Ofrece goces intelectuales sin parangones, pero exige lectores con cierta formación y que mantengan la llama sagrada del hedonismo de la página impresa. El juego sigue abierto; el sueño de Italo Calvino se ha cumplido: la literatura sólo vive si se propone objetivos desmesurados, incluso más allá de toda posibilidad de realización.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

(1) Seis propuestas para el próximo milenio. Editorial Siruela.

(2) La foto de John Irving puede comprarse aquí: http://eamonnmccabe.co.uk/gallery/writers/view/john-irving/

sábado, 9 de agosto de 2014

Seis propuestas para el próximo milenio

Italo Calvino

Siruela. Ensayo de literatura, 147 páginas. Edición 2004.

El 19 de septiembre de 1985 falleció Italo Calvino. Todos los hombres mueren jóvenes, estableció Stevenson. Una semana más tarde, Calvino debería haber empezado a dictar una serie de conferencias en la Universidad de Harvard. Se había preparado concienzudamente para el convite. La prueba de ello es la carpeta con cada disertación que encontró su esposa Esther sobre el escritorio en perfecto orden. Esther, gracias a Dios, entregó a la imprenta el manuscrito. El sello Siruela acaba de reimprimirlo.

Había optado el literato italiano por agasajar a un auditorio con el tema “valores literarios que deberían conservarse en el próximo milenio”, en éste, en el que nosotros vivimos. Lo primero que hay que decir entonces es que el texto no ha perdido ni un gramo de frescura. Pudo haber sido escrito en la tarde de ayer. El segundo rasgo esencial es que se lee con amenidad y placer. Se trata de un alarde de erudición y lucidez; de una guía de lecturas; de una gran ejercicio de crítica literaria; de una reivindicación amorosa de Jorge Luis Borges, a quien define como el hacedor de la última gran invención de un género literario a que hayamos asistido: la literatura potencial (el libro hipotético).

Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad son algunas de las potencias estéticas que la Alta Literatura no puede resignar, de acuerdo a la autorizada opinión de Calvino. Veamos el primer punto. Dos vocaciones opuestas -sostiene el escritor- se disputan desde siempre el campo de la literatura: una tiende a quitar al lenguaje su peso hasta hacerlo parecido a la luz lunar, a una nube, a un polvillo sutil o a un campo de impulsos magnéticos. La llamamos poética. La otra tiende a comunicar al lenguaje el peso, el espesor, lo concreto de las cosas, de los cuerpos, de las sensaciones. Calvino aclara que leve no significa, de ninguna manera, caer en la vaguedad o la insignificancia. Al fin y al cabo es la frivolidad la que nos parece opaca y pesada. Tiene razón el conferenciante. La mayoría buenas novelas del siglo XXI que se han comentado en este blog no han prescindido de la poética.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno


miércoles, 6 de agosto de 2014

Un túnel lleno de sangre y oscuridad

En nuestro siglo XXI -postuló el historiador Max Hasting- la estampa popular de la Primera Guerra Mundial está dominada por imágenes de trincheras, barro, alambradas y poetas. Cierto. Pero es en las novelas donde debe bucear el lector al que le intrigue ese “largo túnel lleno de sangre y oscuridad” (la metáfora es de André Gidé). ¿Qué le ocurrió a Europa entre 1914 y 1918? Las antenas de nuestra especie, los artistas, ofrecen respuestas.

Si hay un libro que ha captado tanto el horror de aquella contienda insaciable como el espíritu cuasi deportivo con que las elites y las masas de una decena de países marcharon al matadero es Tempestades de acero (Tusquets, 1987) de Ernst Jünger (1895-1898). El gentilhombre de Hannover se alistó como voluntario a los diecinueve años y partió a matar con sus libretas de apuntes y el espíritu de su época:

“Crecidos en una era de seguridad, sentíamos todos un anhelo de cosas insólitas, de peligro grande. Y entonces la guerra nos había arrebatado como una borrachera. (…) Ella, la guerra, era la que había de aportarnos aquello, las cosas grandes, fuertes, espléndidas. La guerra nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado entre floridas praderas, en la que la sangre era el rocío”.

La I Guerra Mundial, se sabe, fue básicamente una guerra rural de posiciones (ninguna ciudad importante de Europa fue destruida). Jünger amalgamó la ética clásica del guerrero con algo tan improbable como la estética de las trincheras, esas zanjas picadoras de carne que se extendieron desde el Mar del Norte hasta Suiza. Existen seis versiones distintas de Tempestades de acero, la de 1934 fue expurgada de las soflamas nacionalistas que pudieran ser aprovechadas por los nazis. Es tanto un producto de la imaginación como una novela documental que nos trae los hedores de los nubarrones de gas mostaza, las visiones de pesadilla, los sonidos de la metralla, los sabores aguados del rancho durante las grandes batalles en Flandes y en Francia, como el Somme o el canto del cisne del Ejército alemán: Kaiserschlacht.

Hay otras dos obras imprescindibles de Jünger sobre un conflicto donde lo decisivo para sobrevivir era el azar (“ese movimiento vacilante a través del tiempo y del espacio que en cualquier momento puede hundirte en la nada“) la nouvelle El teniente Sturm (Tusquets, 2014) y el sobrio y honesto Diario de Guerra (Tusquets, 2013), que contiene incluso escenas surrealistas: el en julio de 1917, entre el humo de la pólvora, nuestro héroe se distrae en un profundo cráter de granada con su pipa y leyendo Casars Denksaule (la columna conmemorativa de César) de Ignatius Donnelly. A su alrededor, corren soldados despavoridos.

Cómo resistieron aquello sin volverse locos, le pregunta a Jünger el cómodo lector de nuestra era:

“Si no dirigían su trayectoria las estrellas fijas del honor y de la patria, o si su cuerpo no estaba endurecido por el ansia de combatir como por una coraza de escamas, entonces iba a la deriva, como un molusco, como un temblosoro manojo de nervios, en medio de la lluvia de fuego y acero”.

BACANAL DE LA MUERTE


Lluvia de fuego y acero, escribió Jünger. Justamente, la I Guerra fue una contienda básicamente de artillería. Oigamos otra voz eminente:

“Ha caído. No; se ha lanzado cuerpo a tierra porque lo acechaba un perro infernal, un inmenso obús, un repugnante chorro de fuego salido del abismo. Está boca abajo, con la cara en el barro fresco y las piernas abiertas. El producto de una ciencia enloquecida, cargado del peor de los horrores, penetra oblicuamente en el suelo a treinta pasos de él, como el diablo en persona, y estalla con un espantoso alarde de fuerza, levantando una fuente de la altura de una casa… una fuente de tierra, fuego, hierro, plomo y humanidad en pedazos. Porque ahí había dos hombres, dos amigos que se habían arrojado al suelo juntos en el momento crucial y cuyos cuerpos ahora se habían mezclado para siempre y desaparecido para siempre”.

¡Es la voz de Thomas Mann! La montaña mágica (Edhasa 2005), otra novela capital del siglo XX, dedica sólo las últimas diez páginas (de un total de novecientos treinta) a esa “bacanal de la muerte”, pero aborda en clave de metáfora un quiebre trascendente: la I Guerra,  “abominable fiebre sin medida”, marcó el final de una era, el comienzo de un nuevo siglo, como luego teorizaría Eric Hobsbwam en Historia del siglo XX (Crítica 1999). Una civilización entera se hundió: el aristocrático orden liberal, surgido de la Ilustración y cuyo símbolo perfecto fue el sanatorio para tuberculosos ricos en medio de los Alpes que imaginó Mann. El cataclismo abrió paso a la democracia de masas. El futuro sería de los que los pueblos quisieran o de quienes tuviesen la habilidad de manipularlos. Y también del totalitarismo rojo o pardo, la continuación política de la I Guerra por otros medios, según la acertadísima definición del gran historiador John Keegan (The First World War, Pimlico, edición 1999). 

El mismo juego literario encontramos en el último tramo de la inmortal novela de Italo Svevo La conciencia de Zeno. Viajamos a otro frente de batalla, a la ciudad de Trieste, en manos del Imperio Austrohúngaro, tierra irredenta de los italianos. La ruptura de la civilización se encarna en un enloquecido cabo austríaco. La guerra separa a Zeno Cossini de los suyos, le cura las neurosis burguesas y lo sume en un profundo pesimismo:

“Acaso a través de una catástrofe inaudita producida por los artefactos recuperemos la salud. Cuando ya no sean suficientes los gases venenosos, un hombre como todos los demás, en la soledad de su habitación de este mundo, inventará un explosivo incomparable, frente al cual los explosivos actualmente inexistentes parecerán juguetes inocuos. Y otro hombre, también igual a todos los demás, aunque algo más enfermo, robará ese explosivo y lo llevará hasta el centro de la Tierra, para ponerlo en el sitio donde su efecto sea el máximo. Se producirá una enorme explosión que nadie oirá, la Tierra regresará a su forma nebulosa y deambulará por los cielos, carente de parásitos y enfermedades”.

DESASTRE EN CAPORETTO


El frente austroitaliano, esa llaga gangrenosa según Svevo, está retratado y explicado por otra novela inmortal del siglo XX, de corte autobiográfico como las de Jünger: Adios a las armas de Ernest Hemingway. ¡Qué historia tenemos aquí, qué final tremendo que marca para siempre a todos los que debimos pasar, con un nudo en la garganta, por el trance de un parto! El núcleo incandescente es el idilio entre el voluntario estadounidense Frederick Henry, chofer de ambulancias, con la enfermera inglesa Catherine Barkley. Pero la obra pretende además representar la muerte del idealismo, la desilusión con una guerra que a cien años de distancia nos sigue pareciendo absurda. Y el telón de fondo es una de las batallas más importantes, un desastre sin paliativos para los italianos acaecido en 1917: Caporetto.

Es probable, finalmente, que ningún texto haya podido expresar con tanta contundencia el repudio a la locura bélica que las primeras cincuentas páginas de Viaje al final de la noche, la monumental novela de Celine (Edhasa, 2005). Observe el lirismo descarnado, nervioso, de este párrafo:

“Pensé -¡presa del espanto!-: ¿seré pues el único cobarde de la tierra?… ¿Perdido entre dos millones de locos heroicos, furiosos y armados hasta los dientes? Con cascos, sin cascos, sin caballos, en motos, dando alaridos, en autos, pitando, tirando, conspirando, volando, de rodillas, cavando, escabulléndose, caracoleando por los senderos, lanzando detonaciones, ocultos en la tierra como en una celda del manicomio, para destruirlo todo, Alemania, Francia y los continentes, todo lo que respira, destruir, más rabiosos que los perros, adorando su rabia (cosa que no hacen los perros), cien, mil veces más rabiosos que mil perros, ¡y mucho más perversos! ¡Estábamos frescos! La verdad era, ahora me daba cuenta, que me había metido en una cruzada apocalíptica!”

Si la experiencia humana es lo que atrae con mayor fuerza la imaginación del lector del siglo XXI, como sostiene el historiador Hasting, quien quiera aproximarse de cerca a aquella catástrofe inútil -empero, sin la cual seguramente no hubiésemos tenido a Kafka- debe leer novelas.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa del domingo pasado.

domingo, 3 de agosto de 2014

La aventura comunista de Jorge Semprún

Felipe Nieto

Tusquets. Ensayo de historia, 627 páginas. Edición 2014

El profesor Felipe Nieto considera glorioso el compromiso en cuerpo y alma de Jorge Semprún (1923-2011) con el comunismo, desde que salió de un campo de concentración nazi hasta mediados de los sesenta cuando optó por la literatura en detrimento de la militancia. Con un coraje admirable (ser descubierto en Madrid o Barcelona implicaba la tortura y la muerte), el instructor rojo no sólo fue uno de los símbolos de la lucha clandestina contra Francisco Franco sino que hizo “una contribución neta a la conquista de la libertad en España y Francia“, plantea el autor del libro. Por ello lo ha convertido en objeto de estudio y le prodiga una admiración sin fisuras. Entre otras lisonjas, eleva a Semprún a la categoría de “arquetipo del siglo XX“. El tono hagiográfico, ¡ay!, es uno de los elementos que rebaja la eficacia del texto.

Nos informa el sello editorial que la biografía ha sido merecedora del XXVI Premio Comillas. Se trata de la “continuación, ampliación y reconstrucción” de una tesis doctoral. En la prosa más bien árida, sin atractivos literarios, se percibe dicha procedencia. Nadie puede argüir, no obstante, torpeza en la indagación documental. El señor Nieto ha hecho un trabajo formidable con decenas de entrevistas y una cantidad impresionante de bibliografía y fuentes. Pero el tedio muestra su rostro helado demasiadas veces, al menos para un lector argentino. Puede que sea también por el análisis superficial del contexto histórico, o bien por el detalle con que se narran las discusiones bizantinas en el seno del Partido Comunista español.

El Semprún escritor ha legado a la humanidad obras imprescindibles como ‘El largo adiós’. El agente bolchevique, en cambio, merece ser cuestionado y no sólo por sus atroces poemas que se reproducen en esta obra. ¿Puede definirse como paladín de la libertad alguien que hasta la adultez hizo suyos los dogmas estalinistas, incluso la necesidad de purgar a los heterodoxos? Por fortuna, en un punto al intelectual se le corrió la venda de los ojos. Muy meritorio. Cuántos hubo que hasta en el lecho de muerte seguían afirmando que comunismo es igual a democracia.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

PD: En este blog se ha elogiado la novela primordial de Semprún: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2008/02/el-largo-viaje.html