jueves, 29 de septiembre de 2011

La peluca morada

Proyecto Diez Mil Cuentos

Argumento número dieciocho

La peluca morada
Gilbert Keith Chesterton. La sabiduría del padre Brown. Claridad. Edición 2010

Llega un inquieto periodista a Devonshire para escribir un artículo sobre la maldición que padece el robusto duque de Exmoor, uno de los pocos aristócratas tories con un linaje realmente antiguo. Es un tirano detestable que los lugareños llaman "la oreja del demonio de Eyre". Lo encuentra en la posada 'El dragón azul', sentado junto a un gordo bibliotecario vestido de negro y a un sacerdote católico de aspecto insignificante. Daban la impresión de ser fantasmas. El duque usa una horrible peluca más morada que roja. Chupando a intervalos una pipa de barro, relata al periodista espantosas historias de sus ancestros. Pronto se cansa y se va. El bibliotecario añade datos de la biograf¡a del lord, abunda sobre el conflicto que mantuvo con el abogado y prestamista Isaac Green, quien intentó quedarse con sus bienes, pero una noche el gran señor le partió una botella en la calva, dejándole una fea cicatriz triangular. El advenedizo juró venganza; el noble se quitó la peluca y le mostró la deformidad maldita de la familia. Nunca más se vio al letrado por la comarca. Desde entonces se le teme a Exmoor más como brujo que como terrateniente. D¡as después, el periodista vuelve al condado. Sorprende a los tres caballeros enfrascados en una tensa conversación. El sacerdote desafía al duque a despojarse de su peluca. Exmoor, con una voz inhumana, se niega para ahorrarle al clérigo un horror inenarrable. El padre Brown insiste, pero no tiene suerte. Incapaz de controlarse, el reportero se arroja sobre el lord y tras un corta pero intensa lucha le quita el adefesio. ¿Qué espanto escondía? Ninguno. Sólo una cicatriz trangular. Era Green; hab¡a logrado apoderarse de las tierras del duque.

PD: Este cuento adorable, que integra la saga detectivesca del padre Brown, nos ofrece la definición más certera de periodismo que jamás he leído en mi vida: es aquella profesión que "consiste en informar la muerte de Lord Jones a gente que jamás supo que Lord Jones estaba vivo''. ¡Ah, el gran Chesterton! Qué despliegue de ingenio.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Memorias de una horca

Proyecto Diez Mil Cuentos

Argumento número diecisiete

Memorias de una horca (1866)

José Maria Eça de Queirós
. El Mandarín. Crónica 100 x 100. Edición 1994

Una pobre horca, podrida y negra, relata algunas cosas de su vida. Pertenecía a una antigua estirpe de robles que ya en la antigüedad dejaba caer pensamientos para los griegos. Su familia era hospitalaria e histórica. Uno de sus hermanos fue convertido en tablado de payasos; el otro fue arrancado para ser cuaderna de la barca. El narrador, el más digno de lástima, acabó en horca. Su destino fue matar. Los hombres, con sus manos siempre cargadas de cadenas, de cuerdas y de clavos, ¡habían ido a buscar un cómplice entre los austeros robles! Ahorcó a un hombre, un pensador, un político defensor del bien y la verdad. Ahorcó a un hombre que había amado a una mujer, que había huido con ella. Su crimen era el amor, al que Platón llamó misterio y al que Jesús llamó ley. Ahorcó también a un ladrón; ese hombre era un obrero, un padre de familia, desempleado. Ahorcó a veinte. Todo los días, la horca, desesperada, pedía a Dios que la pudriese de repente. Por suerte, envejeció. Aparecieron las arrugas oscuras y el gran mundo vegetal, al percibir cómo se enfriaba, le envió su vestido de hiedra. El verdugo y los buitres ya no volvieron. Lleno de gozo y cubierto de musgo, el madero sintió cómo se diluía en la materia inmensa, como en un dulzor infinito. Murió en silencio; dejó en herencia a los hombres una cuerda podrida.

PD: Este bellísimo relato, cargado de ideas y de amaneramiento romántico es obra de un diplomático portugués que hasta a Borges sedujo. El volumen con cinco cuentos vale su peso en oro, pero puede conseguirse por monedas en librerías de viejo.

jueves, 22 de septiembre de 2011

El campo del alfarero

Andrea Camilleri
Salamandra. Novela policial, 221 páginas. Edición 2011.

La eficacia de las entretenidas novelitas de Andrea Camilleri (1925) se sostiene en tragarse el supuesto de que en Sicilia, la patria de la Cosa Nostra, es posible encontrar un cuerpo policial íntegro, dedicado y capaz que combate al crimen organizado sin oscuras intenciones. En todos lados se cuecen habas, es verdad; pero en el puerto de Vigata no sólo se cuecen habas, como ocurre en las retorcidas entrañas de buena parte de América latina; o al menos esa es la percepción que uno tiene. Porque si aquí no hay mafias con Padrino y demás rituales es porque los mafiosos latinoamericanos usan uniforme o campera de cuero de puntero político. Corrupción sistémica, lo llaman.

Pasemos al nuevo caso, pues, que ocupa al comisario Montalbano. El gran razonador -instruido, sibarita y adúltero- se siente viejo y cansado (nació en mil novecientos cincuenta, confiesa). Cree que se la han insensibilizado las antenas. Se anoticia de que un cadáver hecho pedazos fue encontrado por un viejo alfarero en una cueva arcillosa. La escena tiene reminiscencias bíblicas. El arcillar, o sea el campo del alfarero, es decir, el campo de sangre, era el predio que compraron los sacerdotes a fin de sepultar a las forasteros con los treinta denarios de plata de Judas Iscariote. ¿El muerto era un traidor? Al hampa de la vieja escuela le encantan esas alegorías. Pero, naturalmente, nada es lo que parece. Sobre todo, desde que aparece en escena la despampanante Dolores Alfano, una de esas mujeres del trópico que hacen delirar a los hombres de deseo. Y que son capaces de pervertir a un policía… Dolores denuncia la desaparición de su esposo. Montalbano la describe así: “…tenía una voz de cama; no se podía definir de otra manera. Dice sólo buenos días y uno piensa inmediatamente en cobertores enredados, almohadas caídas al suelo, sábanas humedecidas de un sudor con olor a canela”…

La trama es amena, ágil y coherente. Realmente, una lectura placentera. Hay un agrado en seguir a Montalbano en ese culto al razonamiento libre y despasionado, tan típico de los comunistas italianos. ¡Tres hurras a la lógica!

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

PD: Y también provoca un agrado en seguir las comilonas del buen Montalbano. Tiene el comisario apetitos bestiales. Obsérvese el menú de la cena con su amante Ingrid. “Entremeses marineros (anchoas cocinadas en zumo de limón y aliñadas con aceite, sal, pimienta y perejil; anchoas sciavurusi, aromáticas, con semillas de hinojo; ensalada de pulpitos, cornalitos fritos); primer plato: espaguetis con salsa coralina; segundo plato: langosta a la marinera (a la brasa con aceite, limón, sal y una pizca de perejil). Tres botellas de vino blanco”. ¡Qué envidia! Yo reventaría con una noche así.

PD II: En este blog se comenta otra novela de Camilleri. Pinche aquí.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Incidente en la estación de Kochetovka

Proyecto Diez Mil Cuentos

Argumento número dieciséis

Incidente en la estación de Kochetovka
Alexander Solzhenitsyn. Tusquets. Edición 2011

La pequeña existencia del teniente Vasia Zotov sólo tenía sentido en la medida en que pudiera ser útil a la Revolución y al camarada Stalin. Estudió ingeniería e intentó ingresar a las Fuerzas Armadas pero, por su condición de hombrecito miope, lo relegaron al ministerio de Transporte. Se ofreció para combatir en la Guerra de España, sin embargo el comisario del Pueblo lo echó a cajas destempladas de la oficina. Cuando Hitler invadió la Madre Patria, Vasia rogó para que le confiaran un fusil y lo mandaran al frente, no obstante lo relegaron al nudo ferroviario de Kochetovka donde sirvió con gran eficacia como adjunto del comandante militar. Una noche tormentosa recibió a un caballero estrafalario, un soldado improvisado que había perdido el tren. Sus buenos modales, su voz bien templada de actor conquistaron al teniente de inmediato. Trocaron recuerdos y gentilezas, se creó un clima agradable entre ambos. Pero una palabra de más del caballero encendió las sospechas del buen funcionario. ¿No conoce Stalingrado?
¡Debe ser un espía alemán o zarista! Ordenó su arrestó y lo entregó al Servicio de Seguridad de Stalin. Obviamente, el teniente Zotov no tuvo más noticias del pobre señor Tveritínov, aunque nunca pudo olvidarlo.


PD: Este cuento de casi cien páginas integra un volumen excelente, cuya reseña pronto publicaré aquí. Acabo de entregarla en La Prensa. Realmente, una de las lecturas más gratas de este año.

sábado, 17 de septiembre de 2011

La casa de Matriona

Proyecto Diez Mil Cuentos

Argumento número quince

La Casa de Matriona
Alexander Solznhenitsyn. Tusquets. Edición 2011

Después de diez años de cárcel y exilio en un remoto y sofocante desierto, Ignatich consigue empleo como maestro de matemáticas en una aldea de la Rusia profunda, donde aún se escucha el frondoso rumor del bosque. Se hospeda en el caserón de madera, medio podrido, de Matriona. Descubre que la mujer es una santa. Nunca ansió bienes; incomprendida, abandonada incluso por su marido había enterrado a seis hijos, pero no su buen carácter; hermanas y cuñadas la tenían por ridícula porque trabajaba como tonta para los demás sin pedir nada a cambio; el Estado socialista, al que llamaré kafkiano sólo por ser benévolo, le negó hasta último momento una pensión. Un antiguo amor, el mezquino Faddei, persuadió a Matriona de desarmar media vivienda y regalarle la madera. Se llevaron las tablas una noche helada de borrachera. La señora los acompañó para ayudar, parecía que algo iba a salir mal. Y salió. Una locomotora arrolló el improvisado trineo. El cuerpo de Matriona fue destrozado. Toda la roñería y codicia de la aldea salió a la luz en el funeral y el entierro. Ignatich llegó a la conclusión de que son los justos quienes sostienen el mundo.

PD: El Proyecto Diez Mil Cuentos ha sido completado en un 0,15 por ciento. Si me hubiese propuesto ir caminando desde mi casa en Almagro hasta Mar del Plata, ahora andaría por Plaza Once. La distancia intimida, pero lo crucial aquí es la travesía, no el destino final. Dice Borges que lo importante no es leer, sino reeler. La relectura, en efecto, puede aportarnos matices, texturas, sonidos que la primera vez no alcanzamos a percibir. Como decía Heráclito, nadie puede bañarse dos veces en el mismo río.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El antimonio

Proyecto Diez Mil Cuentos

Argumento número catorce

El antimonio
Leonardo Sciascia. Los tíos de Sicilia, Bruguera, edición 1983.

Para huir del infierno de las minas de azufre y la pobreza, un joven se enroló en el Corpo Truppe Volontaire. Peleó en Málaga, Cadiz, Guadalajara, Santander, Belchite y Teruel. Alegró sus días un amigo, Ventura, que había ido la guerra con el propósito de buscar a los estadounidenses de las Brigadas Internacionales y así poder retornar a Nueva York a trabajar como ganster. El muchacho descubrió que no era un caso aislado, con la excepción de un puñado de fascistas incondicionales, la mayoría de los italianos fue a España por la paga; peor que la bala es el desempleo. Le causaron asco los crímenes de La Falange y de los moros, pero admiró a los valientes (el pueblo español es el que tiene más dignidad en el mundo frente a la muerte). El generalísimo Franco, siempre con ese aspecto del hombre que acaba de rezar en un reclinatorio de terciopelo, no le causó buena impresión, tampoco los anarquistas. Se volvió sabio. Tuvo la espantosa revelación de haber ido a España a luchar contra su esperanza, contra la esperanza de millones como él. La guerra civil, que nunca es tan estupida como una guerra entre naciones, se libraba entre los señoritos, los curas y los esbirros, por un lado, y los campesinos, mineros y desperados por el otro. En Teruel perdió un mano y, por fin, lo enviaron a casa. Era un héroe de guerra, con una buena pensión. En Sicilia no le creyeron que los italianos luchaban a favor de los ricos. El régimen lo premió con un empleo como preceptor de escuela. El pidió irse a una gran ciudad. "Para ver cosas nuevas", dijo al soprendido secretario del fascio de su pueblo.

PD: Los amigos y las amigas de este blog, que por cierto son muchos, saben que soy un lector ferviente de Leonardo Sciascia. Esa urgencia por opinar sobre todo, por reinterpretar la Historia nunca deja de ser esclarecedora. El cuento que aquí resumo ocupa unas ochenta páginas, nada menos. Quiso darle una voz, una cara, una conciencia al italiano pobre que Mussolini envió a luchar contra el español menesteroso. Semejante ambición, me resulta admirable. Senti al reelerlo el mismo intenso placer que la primera vez.

sábado, 10 de septiembre de 2011

El hielo

Vladimir Sorokin
Alfaguara. Novela, 332 páginas. Edición 2011

Hace cien años, un meteorito devastó la región de Tugunska, en Siberia. Fue un mensaje del Universo para despertar a los veintitres mil durmientes que se encargarán de eliminar la Tierra, esa aberración cósmica que se ha desarrollado como un feo tumor cancerígeno. Para descubrir a los suyos, la Hermandad de los Despiertos debe golpear con un martillo de hielo celestial los pechos de todos los rubios de ojos celestes. Los elegidos son poderosos, aunque sólo pueden comer la fruta que no haya tocado el cuchillo (el pan es el escarnio del cereal). Antaño se infiltraron en las SS y la KGB, hoy pululan en la cima de las finanzas y los negocios. Desprecian el sexo, el dinero y los libros, tiene un amor muy diferente: la fusión cordial. En general, consideran como basura prescindible al resto de los humanos, los carne-máquinas o los muertos vivos. Todos somos odres vacíos; nuestro terrible pecado es mirar con la mente, nunca con el corazón. ­¡Ay de los impíos que nunca verán la luz!

El creador de tan singular argumento, con varios niveles de interpretación y una constante sensación de realidad, es uno de los más interesantes escritores de la nueva Rusia. Esta novela demuestra que incluso entre la vanguardia cool y posmoderna -un grupete cuya esterilidad literaria es notoria- puede aparecer el genio. Al realismo fantástico de Vladimir Sorokin (Bykovo, 1955) se lo ha emparentado con Murakami, Houellebecq y Philip Dick. Tiene también algo de Vonnegut y de Fogwill, por su habilidad para atrapar el habla y desollar el presente con un filoso procedimiento indirecto. La prosa exhibe una plasticidad admirable; usa el diálogo y la descripción telegráfica como un estilete. Además de una ingeniosa cosmología, hay postales de la nueva Rusia y una denuncia de la infinita maldad estalinista.

Un parrafito sobre la traducción. Aquí hablan drogones, prostitutas, banqueros (¡­hay uno que lee a Borges!), sectarios y neonazis. La jerga, el giro coloquial, el localismo nos llega en el más crudo argot madrileño. El texto esta superpoblado de "coños''. No es que sea incorrecto o que estrague la erótica de la obra, pero uno termina añorando el castellano neutro. Es como escuchar al capitán Picard en un buen capítulo de Star Trek (como El hielo, otro ejemplo de ciencia ficción de calidad) farfullando la guasa y el pitorreo andaluz.
Guillermo Belcore


Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

lunes, 5 de septiembre de 2011

La tienda de los ocho pilares

Proyecto Diez Mil Cuentos

Argumento número trece

La tienda de ocho pilares
Ma Jian. Saca la lengua. Emecé, edición 2006

Un chino han retrata con su cámara la puesta del sol en la alta planicie del Tíbet Changthang. Muerto de hambre, se acerca a una tienda perdida. Un anciano le aclara que allí no hay nada de comer, pero un rato más tarde atrapa, arrastra hasta la tienda y apuñala en el cuello en un yak para que el visitante tenga algo de sangre para beber. Luego, le cuenta su tremenda historia. Es un nómade de los pastizales en viaje hacia las montañas Gangdise para lavar sus pecados. Su padre murio cuando era niño; tomó el pecho de su madre hasta los catorce años de edad, a los dieciséis yació por primera vez con ella. Engendraron una hija, Metok. Cuando tenía nueve años, escaparon de las garras de la señora. El nómade pasó cinco años en Lhasa para borrar el pasado; se creyó curado y regreso con Metok a la planicie; la vieja hab¡a muerto. El verano pasado, un comerciante de pieles pasó por su tienda y enamoró a Metok. Por la noche, el campesino, transido por los celos, le enrostró a la chica su origen bastardo. El mercader obligó a copular a padre e hija, acaso para divertir una de sus tantas borracheras, finalmente se llevó a la muchacha. La usó y, semanas después, la repudió. Hoy Metok se arrastra por los bajos fondos de Lhasa, demente y prostituida.

PD: Historias crudas como ésta han llevado al régimen comunista chino a tachar al libro Saca la lengua de "obsceno y vulgar que difama a nuestros compatriotas tibetanos''. Corrían los años ochenta; Ma Jian ya había partido al exilio, se salvó de ser convertido en el epítome de todo lo repudiable del "podrido liberalismo burgués". Es notable como el puritanismo ñoño es otra de las señas de identidad de las dictaduras, se inspiren éstas en Marx o en el fascismo. No percibo muchas diferencias de fondo entre la moral revolucionaria y el dogma religioso.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Los perros y los lobos

Irene Némirovsky
Salamandra. Novela, 221 páginas. Edición 2011.

¿Para qué aferrarnos a lo que vamos a perder?
I.N.

Dos años antes de que los nazis -malditos sean hasta el fin de los tiempos- asesinaran a Irene Némirovsky en Auschwitz, fue publicada esta novela que demuestra, sin duda alguna, la delicada maestría de su autora para el retrato psicológico, la exploración de la condición judía y la denuncia del antisemitismo europeo. Es verdad que algunos capítulos son noños o, peor aún, incurren en el melodrama, pero la lectura nunca deja de ser agradable. Irene fue una gran estilista con una sensibilidad aguda y brillante como la punta de una aguja, capaz de reconocer, por ejemplo, cuantas clases de amor existen. Es una suerte que la industria editorial haya recobrado este libro.

Cabe suponer que la novela tiene mucho de autobiografía. Describe las costumbres, miserias y grandezas de la comunidad hebrea de Ucrania (de allí provino Irene). Se airean los trapos sucios de un pueblo obligado a correr detrás del dinero, pues es el dinero el que le permite a los judíos sortear las barreras y los peligros que alza la perversidad de los cristianos. No hay más salvación que la riqueza (o el arte, se establece luego). Aparece una familia de banqueros como los Némirovsky. La trama pasea por los salones mundanos de Francia, que la autora frecuentó antes de ser traicionada por su patria adoptiva.

Los protagonistas son los Sinner, perturbados por un ardor profundo, una pasión interior que los sume en la intranquilidad y la desesperación. Tienen un alma insaciable que los atormenta a todos en mayor o menor grado. Harry es uno de los elegidos de las Tierras Altas, heredero de un imperio financiero. Sus primos lejanos Ada y Ben viven a un paso del gueto, en un barrio bajo olvidado por el Altísimo. Se parecen como los perros a los lobos. Se conocieron de niños en medio de un pogromo (la narración del infame saqueo a la judería es uno de los pasajes más potentes del libro). Se reencuentran en París, ya de adultos. Ada, cuya pasión es la pintura, se casa con Ben pero esta enamorada de Harry. Se las apaña para convertirse en su amante. Como todo el mundo sabe, los triángulos amorosos suelen terminar mal.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: Me entero gracias a este libro que antes de la Primera Guerra Mundial los hombres preferían las piernas con tobillos finos pero con pantorrillas redondeadas y los muslos un poco gruesos.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Hijo de hombre

Augusto Roa Bastos
Novela. Eterna Cadencia, 414 páginas. Edición 2011

Solo dura el sufrimiento. El sufrimiento tiene una rara vitalidad.
A.R.B.

Cuando languidece la producción de novelas como hoy en el Cono Sur (por cierto, ¿alguien puede recomendarme una novela argentina publicada en 2011 que realmente valga la pena?), lo mejor es volver a los clásicos. El refugio ideal hasta que escampe. Hijo de hombre fue concluida en 1959, al comienzo del boom de la narrativa latinoamericana, un tiempo en que la riqueza de vocabulario, el esculpido minucioso de los personajes, la trama entretenida, las densidades temáticas y estéticas eran valores que la Alta Literatura de ninguna manera podía soslayar. Otra época. A nadie se le antojaba entonces que una novela podía ser la cosita que cabe en el buche de un pitogüé (Pitangus sulphuratus).

¡Qué librazo tenemos aquí! Fruto -como destaca el prólogo de Sergio Ramírez- de una imaginación impenitente. Va ensamblando fragmentos de la tremenda historia paraguaya, como la Guerra del Chaco, la represión de los alzamientos campesinos de principios del siglo XX o la esclavitud en los yerbatales (el mensú enterrado vivo en las catacumbas verdes). La trama rompe la progresión lineal, va y viene en el tiempo. En rigor, se trata de diez relatos independientes, en los que los personajes se repiten y el sufrimiento de los débiles también. El lector va atando cabos con el correr de las páginas.

La obsesión es aquí una virtud semejante al coraje. Hombres y mujeres atontados, bestializados, a los que el infortunio los ilumina con una especie de recia luz interior. “En lo que tiene que ser no se piensa. Se lo pone el pecho y se acabó”, es lema de valientes como Casiano Jara, huido con su familia del infierno de Takurú-Pukú. O incluso de un antihéroe, como Miguel Vera, el entregador de los rebeldes de las olerías y luego asesino de sus camaradas, enloquecido por la sed (“la muerte blanca“), en la demencial reconquista del Fortín Boquerón. También encontramos cretinos con poder que golpean al pueblo como una peste (caso Melitón Isasi, el macho cojudo o Atanasio Galván, el telegrafista buchón). Todas las historias resultan entretenidas por lo siniestras, transcurren en “un contorno inculto, encallado en el atraso del primer día del Génesis”.

También la expresión ha sido templada con esmero. Hay frases que refulgen como un verso (“en el silencio engrudado de luna y relente dormía el pueblo”). La formidable aunque dulce presencia del guaraní y los giros regionales (“es el destino, dijo el sapo que murió debajo de la tabla”) le proporcionan al texto un sabor exótico y fresco, como la pulpa del mango. La prosa de Roa Bastos, en sus mejores momentos, tiene una tersura incomparable. Vale decir, el lector encontrará una lírica potente, una denuncia social e histórica muy filosa, y un puñado de personajes espeluznantes. Para los amantes de las etiquetas, podría decirse que fue tallado en clave de romanticismo selvático.

Roa Bastos compuso buena parte de este libro extraordinario cuando trabajaba en Buenos Aires como mozo en un albergue transitorio, que es como llamamos los porteños a los hoteluchos por hora que satisfacen la necesidad de intimidad de las parejas. Es posible que el contacto habitual con el sexo sea un poderoso acicate para la imaginación. Recuerdo que Faulkner, que fue recepcionista-conserje en un prostíbulo, decía que no hay mejor trabajo en el planeta que un lupanar para dedicarse a escribir (para un hombre supongo).

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente