viernes, 31 de enero de 2020

Star Picard: Capítulo I

La comunidad trekkie está feliz. Picard -esperadísima serie- estuvo a la altura de los anhelos de esos millones de terráqueos que integran la República de Fans de Star Trek. Quien esto escribe es uno de ellos. Larga vida y prosperidad a la CBS y a Amazon que la distribuye en América latina. Esta vez, el productor Alexander Hilary Kurtzman no nos ha decepcionado.
La excelencia de la narración televisiva se asienta sobre dos pilares magníficos: sir Patrick Stewart y Michael Chabon. Un actor de fuste de 79 años que se hizo famoso a escala global con el entretenimiento pop; y un destacado escritor (56) que había incursionado en la ciencia ficción y el arte del guión (aunque no siempre con éxito). 
Esa combinación perfecta ha permitido unir, con inteligencia y elegancia, en una historia coherente las series y películas tradicionales con las franquicias, tan desparejas como polémicas, de este siglo. Es decir, enlaza ST The Next Generation (se emitió desde 1987 hasta 1994) con la herética línea Kelvin de los films de J.J. Abrams. 
Desde ya, la sublime novedad del show es el retorno del capitán Jean-Luc Picard (ahora almirante retirado), personaje icónico de nuestro tiempo. Tiene 92 años y se ha recluido en su finca vitivinícola de la campiña francesa. Escribió libros de historia militar que nadie ha leído. La Star Fleet, ¡ay!, lo ha decepcionado. Catorce años atrás abortó su Operación Dunkerque para rescatar a 900 millones de romulanos de la devastación del Imperio provocada por una supernova. Mantiene la claridad moral y firme resolución, pero es un hombre triste. 
En el chateau Picard, sirven como amigos y asistentes dos ex agentes del Tal Shiar (el servicio de inteligencia de Romulus), enemigo ancestral de la Federación Unida de Planetas. El viejo lobo de la galaxia suele soñar con un viejo camarada, el comandante Data, heroico androide que se sacrificó para salvar a la tripulación de la Entreprise de la furia resentida del clon Shinzon (ST Némesis, 2002). 

OTRO MUNDO 

El primer capítulo de Picard (Remenbrance) nos teletransporta a fines del siglo XXIV. Atisbamos el futuro de Boston, París, Okinawa y Nueva York. La sociedad terráquea es multicultural, por todos lados hay razas de otros planetas, se ven bajorianos y trills, entre otros. La cuidada presentación visual, por cierto, es otra dignidad añadida a la serie.
En el año del Señor 2399, ya nadie puede producir androides. Están prohibidos desde la inexplicable rebelión de los humanoides sintéticos (uno de los enigmas de la trama con ecos de Philip Dick) que se zanjó en 2385 con la destrucción en Marte de las colonias y los astilleros Utopía Planitia. Más de 90.000 muertos como saldo.
Por consiguiente, Data no pudo ser replicado; la evolución oficial de los androides quedó trunca. Pero como siempre ocurre -giro trillado si los hay- un científico tan alocado como brillante desarrolló en secreto una técnica de "clonación neuronal fractal'' que logró lo que parecía imposible: un robot que sangre, sufra, ame y sienta. Estas maravillas se fabricaron en parejas, a espaldas de la sociedad y los militares. Una de las gémelas Dahj (Isa Briones) aparece en Le Barre para pedirle ayuda a Picard. Sufre una crisis de identidad desde que comandos romulanos intentaron secuestrarla (algo despertó dentro de sí y logró despacharlos a lo Jason Bourne). Dahj es la palancia que pone en marcha la narración.
La segunda gemela aparecerá al final del capítulo primero dentro de un cubo borg, donde una facción de sobrevivientes romulanos planea, al parecer, la reconstrucción y la venganza. Fascinante, diría el señor Spock.
 Se vislumbra, por otro lado, un prometedor giro; una ruptura conceptual con ese optimismo, algo ingenuo, de anteriores entregas de la saga. Algo huele a podrido en la Flota Estelar y nuestro héroe lo ha captado. En una conversación con Los Angeles Times así lo matiza el showrunner Michael Chabon: 
``Star Trek, en realidad, nunca se trató de cómo la humanidad se vuelve perfecta; siempre se trató de cómo la humanidad sufre y trabaja para superar todo lo que es inherentemente destructivo en nuestra naturaleza''. 

Todos los viernes, Amazon Prime añade un capítulo de Picard de una hora de duración. Aquí estamos contando las horas para el próximo. Ha trascendido que también vuelve Siete de Nueve (Jeri Ryan).

lunes, 27 de enero de 2020

Drácula, de Netflix y la BBC

Una grieta explica fenómenos trascendentes de la política como la llegada de Donald Trump, el auge populista, o el brexit. La grieta entre las élites y el pueblo llano. Muchas personas decentes, trabajadoras, con ideas tradicionales, están ofuscadas en Europa y Estados Unidos. Votan con el ceño fruncido. Sienten que sus desdichas provienen del egoísmo, la codicia y la insensibilidad de la casta dirigente, la aristocracia de Davos.
Culto, sofisticado, sin apremios económicos, con aspiraciones globales,  acostumbrado al lujo y a la servidumbre, el aristócrata de la política, la economía o la cultura es un chupasangre de las masas. Como el Drácula de Netflix, el primer lanzamiento destacado del 2020 en Serieslandia.
 
Para ser precisos, la versión más fresca del vampiro es un producto del talento de una pareja especializada en adoptar clásicos, las dos mentes brillantes detrás de Sherlock y algunos buenos capítulos de Dr. Who. Hablamos de Steven Moffat y Mark Gattis (también actor, ¿recuerda a Mycroft Holmes?).
 
Drácula es siempre una apuesta segura para ganar dinero. No hay criatura literaria que haya sido explotada con más ahínco por el cine y la televisión. Ahora es el rey del streaming -con su mejor socio, la BBC- quien abre el ataúd para ofrecer una miniserie tan inquietante como dispareja, con tres capítulos (muy distintos entre sí) de noventa minutos cada uno.
 
Estéticamente el producto bascula entre el gótico siniestro de la Hammer Productions y las esgrimas vertiginosas, que derrochan ingenio, del tándem Moffat-Gattis. Está muy bien que se rescate la noble tradición del terror britanico. De hecho el nuevo conde -magníficamente interpretado por el danés Claes Bang- con sus colmillos al aire resulta muy parecido a Christopher Lee.

REGLAS DE LA BESTIA

El primer capítulo transcurre en Transilvania y Budapest. El segundo, a bordo de un barco claustrofobico, en ruta hacia Gran Bretaña. El tercero, en Londres, donde el conde encontrará la novia ideal, después de quinientos años. ¿Ve?, nunca hay que perder las esperanzas.
 
Al convento Santa María de la capital húngara llega el abogado Jonathan Harper (John Heffernan), o lo que queda de él, se está convirtiendo en una entidad maligna. Dos monjas lo interrogan. Relata el letrado inglés su horripilante experiencia en el laberintico castillo de Drácula.
 
Frente a Harper se planta Agatha Van Helsing (Dolly Wells), un canto al racionalismo científico, desesperada por entender. Es un tópico, la tipíca monja del entretenimiento de masas que ha perdido su fe en el Señor: ``Como muchas mujeres de mi edad estoy atrapada en un matrimonio sin amor, manteniendo las apariencias por un techo sobre mi cabeza''.
 
Sin embargo, la hermana Agatha se convierte un formidable adversario para el príncipe de la oscuridad. Es tan poderosa y cautivante su interacción que opaca a los restantes personajes. 
 
A esta altura, usted se preguntará sobre son los rasgos del vampiro Claes Bang. Un psicópata adorable, a lo Hannibal Lecter. Locuaz, físicamente extrovertido, manipulador como el demonio que es. Elige cuidadosamente a sus víctimas pues absorbe recuerdos y habilidades (como el Sylar de Héroes). De ahí que haya decidido mudarse a Londres, el centro del mundo a fines del siglo XIX, con tanta gente instruida y clamorosa. ``Somos lo que comemos'', bromea el noble ante el aterrado Harker.
 
Tiene, además, el poder de crear brumas para ocultar la luz del sol y puede asumir formas de animales. En una de las escenas más repugnantes, emerge del cadáver de un lobo ante la mirada atónita del convento, pero nunca pierde la elocuencia. ``No sé sobre ustedes, chicas, pero me encanta un poco de pelo'', dice. Poco después, una manada de lobos destroza a las monjas. ``¡Oh! Eso debe haber dolido'', apunta Drácula.
 
Puede que sea el rey de la labia, pero también es un inmoral, un vicioso con una adicción incontrolable que se aprovecha del esfuerzo, las ilusiones y la credulidad de las gentes sencillas, campesinos, marineros, urbanitas de clase media. ¿Ya dijimos que representa a la perfección a la flor y nata del siglo XXI? Una feroz fuerza nihilista. ``La democracia es un abuso de los desinformados; todo está en la sangre'', sentencia nuestro antihéroe.

GOZOSO AÑADIDO

Quizás lo mejor de la serie sea el ingenio verbal, sello de Gatiss & Moffat. ¡Qué diálogos tenemos aquí! Hay frases memorables, réplicas encantadoras, uso y abuso del sarcasmo y la ironía. Es el valor literario añadido. Una deliciosa artificiosidad.
 
El suspenso del segundo capítulo también merece elogios. Estamos a bordo del navío Demeter, sobre el Mediterráneo, camino a las islas británicas. Eligió Drácula uno a uno a los pasajeros como quien escoge los platillos de la cena en una larga travesía. Pero a bordo viaja su némesis.
 
Un giro sopresivo al comienzo del tercer capítulo -el más flojo- nos impide describirlo sin corromper el efecto sorpresa.
 
Es probable que lo peor sea el desenlace. Gatiss & Moffat tiene un problema con los finales como hemos comprobado en Sherlock. Aquí nos venían prometiendo una respuesta lógica a los misterios existenciales del conde: ¿por qué teme a la cruz y a la luz solar; por qué no puede ingresar a una morada sin ser invitado? La resolución es tan pueril que da risa, incluso queda la puerta abierta para una segunda temporada.

Calificación: Buena
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Ficha técnica: Año: 2020. País: Reino Unido. Dirección: Paul McGuigan, Jonny Campbell, Damon Thomas. Creadores y guion: Mark Gatiss, Steven Moffat (basado en la novela de Bram Stoker). Música: David Arnold, Michael Price. Fotografía: Tony Slater Ling. Actores: Claes Bang, Dolly Wells, John Heffernan, Morfydd Clark, Joanna Scanlan, Jonathan Aris, Sacha Dhawan, Nathan Stewart-Jarrett. Clive Russell, Catherine Schell. Patrick Walshe McBride, Youssef Kerkour, Lydia West, Matthew Beard, Mark Gatiss. Duración: 270 min. Productora: Hartswood Films/British Broadcasting Corporation (BBC)/Netflix.

jueves, 23 de enero de 2020

La literatura nazi en América

Aunque nunca hubo tanta gente escolarizada, un síntoma de la ignorancia y la candidez de estos tiempos degradados es la circulación masiva en las redes sociales de las llamadas fake news, es decir las noticias espurias creadas para desacreditar a una figura pública, movimiento político, empresa, etc.
La expresión circula en las anglósfera desde el 1800, según los lexicógrafos. Hoy en día, los rusos, con un ejército de trolls, parecen haberse especializado en estas artimañas, acaso para vengarse de Occidente; al fin y al cabo no carecen de tradición: fue un agente del zar quien escribió los Protocolos de Sion, ese documento inventado que, según los imbéciles, prueba la existencia de una conspiración judía para conquistar el mundo.
En la Alta Literatura, existe un equivalente a las fake news, más amable, interesante y sustancial. Es un juego del intelecto que exige de lectores cómplices. Consiste en (usando palabras de Jorge Luis Borges) "falsear y tergiversar ajenas historias". Llamémosle entonces false book (fake book ya se usa en otra expresión artística: la música).
En la modernidad se han publicado espléndidos ejemplos de esta subespecie: Vidas imaginarias (1896) de Marcel Schwob, que a su vez inspiró la Historia universal de la infamia (1934) de Jorge Luis Borges. Confirmando la certera Teoría de las influencias de Harold Bloom ambos son precedentes del false book que 1996 anunciaba al mundo, como si de un campanazo se tratase, que en Chile había nacido otro narrador sublime: La literatura nazi en América de Roberto Bolaño (1953-2003). Este es el libro que aquí venimos a recomendar, aprovechando que el sello Alfaguara ha reimpreso en el último bienio la obra (imprescindible) del literato santiaguino.
MASCARADAS
El juego es así: La literatura nazi... es una maravillosa enciclopedia fraudulenta de autores, libros (fictitious books, otro concepto anglosajón, como el Necronomicón de Lovecraft) y editoriales, que simpatizaban o militaban entusiastamente en favor del nacionalsocialismo, el fascismo, el franquismo, la superioridad aria o la xenofobia, el racismo y el antisemitismo en general. Es también una prodigiosa exhibición de estilo.
Bolaño -ese genio- se sirve de recursos nobles como la parodia (¿es la parodia del Diccionario de autores latinoamericanos de Aira?), la sátira (sobre todo de la República de las Letras), la ironía, la crítica social y política, y del humor fino y absurdo (a la manera de Woody Allen), para componer personajes fascinantes que nunca existieron, o bien refieren tangencialmente a ciertos plumíferos famosos. Podrá encontrar usted en el Aleph contemporáneo (Internet) conjeturas sobre a quien aludirían en el mundo real las criaturas bolañescas.
Dijimos humor del absurdo, ¿no? Es que el texto se construye con pasajes francamente desopilantes, como aquéllos que describen a los hermanos Schiaffino, capos de La Doce. Bolaño se las ha ingeniado para unir poesía épica con los barrabravas de Boca Juniors. Qué imaginación, la de este tipo. Nos informa que Italo Schiaffino ha publicado Palidezcan los lebreles, "una suerte de Ilíada para la muchachada xeneize". Y que algunos de sus trescientos versos fueron aprendidos de memoria por la soldadesca tribunera. 
Comicidad sí, pero nunca frívola. En el timón de la escritura hay una inteligencia portentosa que desea repudiar alguna de las abominaciones históricas, como el totalitarismo cubano o la guerra sucia de los setenta, todo dicho con una prosa leve que se burla de los tonos y los lugares comunes de la crítica literaria.
Acaso este extracto de la página 179 baste para transmitir el sabor de la obra:
"Amado Couto escribió un libro de cuentos que ninguna editorial aceptó. El libro se perdió. Luego entró a trabajar en los Escuadrones de la Muerte y secuestró y ayudó a torturar y vio como mataban a algunos, pero él seguía pensando en la literatura y más precisamente en lo que necesitaba la literatura brasileña".

El remedo del diccionario -o del comentario diarístico- se abandona en la penúltima entrada, la única compuesta en primera persona. El material autobiográfico es evidente. El carácter que describe es el del infame teniente Carlos Ramírez Hoffman, piloto avezado y oficial de la Inteligencia chilena que se infiltra en un taller literario en Concepción y luego secuestra a las poetisas Venegas. El asesino y torturador deviene en artista de vanguardia y desaparece en Europa. Aquí encontramos la prosa más personal (y seductora) de Bolaño, su tan elogiado flujo continuo. 
MIRADA DE AGUILA 
No puede dejar de mencionarse otro agrado del libro: la exactitud de la mirada. Bolaño arroja una sonda a las profundidades del alma americana. Puede que resulte desagradable el paisaje pero -entre tantas caricaturas- es rigurosamente cierto. Llama la atención que los argentinos sean la primera minoría en la falaz antología.
El primer capítulo se demora en los Mendiluce y es una despiadada vivisección del extravío ideológico, el esnobismo y la superficialidad de cierta clase pudiente de la Patria. Edelmira Thompson, la madre, comparte características con las hermanas Ocampo, "dictadoras de la lírica y del buen gusto en ambas márgenes del Plata en los albores del siglo XX". Juan Mendiluce Thompson, el hijo, lanzaba diatribas, entre otros, "contra Cortázar, a quien acusa de irreal y cruento; contra Borges, a quien acusa de escribir historias que son caricaturas de caricaturas y de crear personajes exhaustos de una literatura, la inglesa y la francesa, ya periclitada, contada mil veces, gastada hasta la náusea". 
Mateo Aguirre Bengochea es el terrateniente de la Patria con ambiciones artísticas, pero sin talento. En Silvio Salvático está el rencor del fracasado pequeñoburgués: quiere dedicarse a escribir pero debe ganarse la vida en trabajos insignificantes (¿Roberto Arlt?). Daniela de Montecristo, la argentinidad aventurera que cautiva allí donde aparece, y sufre de malandrofilia ("en la nalga izquierda llevaba tatuada una esvástica negra").
A los fabulosos hermanos Schiaffino, ya los mencionamos. ¿No está plagado de filonazis el submundo del fútbol? Finalmente, Bolaño describe El Cuarto Reich Argentino, "una de las empresas editoriales más extrañas, bizarras y obstinadas de cuantas se han dado en el continente americano, tierra abonada para empresas al borde de la locura, la legalidad y la simpleza".
La literatura nazi en América esta a punto de cumplir un cuarto de siglo de vida. No ha perdido frescura. No sólo es una obra tan amena como profunda sino que constituye una magnífica puerta de entrada a uno de los mejores palacios verbales de la región, la obra excepcional de Roberto Bolaño (¡ay, su temprana desaparición!). Porque este subcontinente, estimado lector, no sólo ha prodigado extremistas alucinados como el Che Guevara o Mario Firmenich, sino también escritores originalísimos. Indispensables.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

miércoles, 8 de enero de 2020

Diez libros indispensables de la década

1) Contraluz, de Thomas Pynchon
(Tusquets, 1.337 páginas, 2010).

Hemos conjeturado en este blog que la producción del mejor literato estadounidense vivo es una suerte de Enciclopedia Británica convertida en Alta Literatura. En esta colosal novela -acaso su magnum opus- el eremita más famoso se concentra en el ocaso de la era decimonónica (o aristocrática), período que va desde la Exposición de Chicago de 1893 hasta la Primera Guerra Mundial. Y se obsesiona con el tiempo, la luz, la resistencia al capitalismo, la guerra, el espionaje y las matemáticas, en una trama con personajes y estilos paródicos que -tal como es costumbre en el universo pynchoniano- se mueven en una protorrealidad. Contraluz es para lectores pacientes y curiosos. No hay página, prácticamente, que no encierre un goce estético o intelectual.

2) Diarios, de Adolfo Bioy Casares
(Planeta, 691 páginas, 2011. Edición minor al cuidado de Daniel Martino).

La sublime joya que la literatura argentina nos ofreció en la segunda década del siglo fue, en realidad, el compendio de una obra anterior de 1.700 páginas. Abarca 40 años de feliz amistad intelectual entre dos genios. Es un resumen pródigo en maravillas, ingenio y caprichos (incluso malévolos) que se concentra en Jorge Luis Borges; en sus anécdotas deliciosas, su inteligencia olímpica, su acomplejada humanidad, su capacidad sin par para destruir una reputación con una frase más venenosa que la mordedura de una cobra. Podría decirse que los diarios abreviados de Bioy Casares son el súmmum tanto de la crítica literaria como del arte de injuriar. Hay personajes cómicos como un vanidoso llamado Ernesto Sábato.

3) 22/11/63, de Stephen King
(Plaza & Janes, 858 páginas, 2012).

El profesor Jack Epping quiere evitarle a su patria el desastre de la Guerra de Vietnam. Viaja en al pasado para cambiar el curso de la Historia, debe impedir que un mequetrefe llamado L. H. Oswald asesine al presidente Kennedy. Sobre este maravilloso supuesto, el rey del terror edificó acaso su obra maestra. 22/11/63 es tanto una magnífica reconstrucción social y cultural de la primera mitad del siglo XX como una muy ingeniosa vuelta de tuerca en la subespecie Viajes en el tiempo. Además, se asoma con cautela e inteligencia al enigma por excelencia de la historia contemporánea de Estados Unidos (al parecer, la aburrida Comisión Warren tenía razón).

4) La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, de George Steiner
(Fondo de Cultura Económica, 231 páginas, 2012).

No existen diferencias esenciales entre filosofía y poética (al fin y al cabo ambas son las creaciones lingüísticas más valiosas). Sea o no verdad la hipótesis que formularon Montaigne, Borges y Heidegger entre otros, las conexiones sinápticas entre uno y otro campo son innegables. Quién mejor para explorarlas que George Steiner (Viena, 1929). En este ensayo crepuscular el último de los eruditos de la critica literaria revisa 2.500 años de interacciones y rivalidades entre poetas, novelistas o dramaturgos, por una parte, y pensadores declarados por la otra. El recorrido es fascinante (a Borges le dedica seis carillas). Como se sabe, el pensamiento serio, bellamente expresado, es poco frecuente.

5) Antigua luz, de John Banville(Alfaguara, 295 páginas, 2012). 

No hay mejor estilista, hoy, que John Banville. El literato nacido en Wexford, Irlanda (1945), es un demiurgo formidable que describe, retrata, medita y hace poesía con objetos y situaciones corrientes de una manera tan exquisita que, sinceramente, reconforta el alma. Lo corrobora en esta consternada evocación de un amor adolescente. Alex Cleave, un actor de teatro que ya pinta canas, se había enamorado cuando era un muchachito de la madre de su mejor amigo, una matrona de pueblo. No fue un amor platónico. Hay que destacar, por otra lado, que Banville exploró el género policial durante la década bajo la máscara de Jonathan Black. Sus destellos de lirismo puro de John Banville, evidencian el mysterium tremendum de la metáfora.

6) En la orilla, de Rafael Chirbes(Anagrama, 417 páginas, 2013).

He aquí la gran novela de la crisis española. El truco, estupendo, de don Rafael Chirbes (1949-2015) es pintar un fresco mientras hacen correr los más variados asuntos sobre los rieles del escrutinio filosófico y poético. Las pepitas temáticas siempre resultan interesantes. Relaciones familiares, el pasado reciente y remoto de España, la dependencia con el dinero, el barullo contemporáneo, la senectud como degradación, la necesidad del amor (si es que existe) son sopesados por una mirada exigente que considera al ser humano, básicamente, un "malcosido saco de porquería". Escuchamos la voz de un fracasado, el empresario Esteban, en trances de suicidio. La novela envía una sonda a las profundidades del individuo, la comarca, el país y la vida moderna, en general. Juan Benet era la referencia primordial de Chirbes.

7) Las varonesas, de Carlos Catania(Las cuarenta, 504 páginas, 2015)

Santa Fe encierra un secreto. Vive allí el autor de una de las pocas novelas oceánicas imprescindibles de la Argentina. Las varonesas tuvo la mala suerte de tropezar con la censura de la última dictadura militar, pero Roberto Bolaño la elogió en un ensayo y una feliz cadena de coincidencias derivó en su reimpresión hace cuatro años. La primera ficción de Carlos Catania se engarza en el hilo atormentado Celine-Faulker-Onetti-Benet. Gira en torno a una familia santafesina, signada por la demencia y la desmesura. Es posible colegir que la narrativa doméstica nunca ha abordado con tanta lucidez y con semejante panoplia de recursos estéticos y filosóficos los tremendos temas del incesto y la guerra sucia como lo hizo Catania.

8) Perfidia, James Ellroy

(Literatura Random House, 780 páginas, 2015).

El más inquietante escritor estadounidense de novela negra nos lleva a 1941, a los días tumultuosos de Pearl Harbor, en esta monumental precuela de sus obras más celebradas. Hay un agrado en reencontrarse con los personajes de L.A. Confidencial o de la Trilogía Americana, que interactúan con personajes reales como Bette Davis o el alférez JFK. James Ellroy coloca la lupa sobre el Departamento de Policía de Los Angeles, un nido de víboras, gorilas analfabetos en la base y barones feudales en la cima, obsesionados por aprovechar cualquier resquicio para hacer dinero sucio. "Brutal" es, por cierto, la palabra más usada en una trama que desborda de sucesos. No obstante, Perfidia es por encima de todo una gran novela de personajes.

9) 4321, de Paul Auster
(Seix Barral, 957 páginas, 2017).

Olvídese de su inane producción anterior. Si la posteridad juzga a Paul Auster por 4321, llegará a la conclusión de que fue uno de los grandes literatos de su tiempo. Como Tolstoi. En efecto, su mejor novela puede encuadrarse en una tendencia estupenda que ha ganado terreno en Estados Unidos, tanto por razones de estilo como comerciales (un bestseller tiene que ser "una maratoniana orgía lectora"): los literatos consagrados y las nuevas estrellas vuelven la vista hacia los procedimientos del siglo XIX. Aquí lo novedoso es que vemos a un mismo personaje -Archie Ferguson- en cuatro universos paralelos, con sutiles variaciones, por ejemplo la muerte temprana del padre. Las cuatro historias conforman un descomunal fresco de la cultura, la política, los deportes y las costumbres de los años cincuenta y sesenta. 

10) La frontera, de Don Winslow.
(Harper Collins, 967 páginas, 2019).

¿Sabe usted cuál es la contienda bélica más larga que ha librado Estados Unidos en su historia? Respuesta: la guerra contra las drogas. Cincuenta años, más los que resten. Otra pregunta: ¿Quién es el escritor que mejor ha narrado esta tragedia? Respuesta: Don Winslow (Nueva York, 1953). Este año llegó a la Argentina el último tomo de la trilogía de Winslow sobre las guerra contra y entre los carteles mexicanos. La frontera es un cierre magnífico de una de las más ambiciosas aventuras narrativas de nuestro tiempo. La trama es cautivante y aporta una tonelada de datos sobre el fin de la Pax Sinaloense, la matanza de estudiantes de Ayotzinapa, el tren La Bestia, la llegada al poder de Donald Trump y la epidemia de opiáceos en la Unión. Literatura de ideas y literatura didáctica, muy bien documentada.