Eduardo Wilde
Capital Intelectual. Colección de cuentos, 155 páginas.
Como en la Atenas clásica, o la Nueva Inglaterra de Franklin, el genio prosperó en la Buenos Aires de fines del siglo XIX. Una aristocracia esclarecida cultivó el arte y la ciencia, mientras de paso construía un país. El doctor Eduardo Wilde (1844-1913) fue vivo ejemplo de aquella excelencia que hoy tanto extrañamos. Fue un gran sanitarista, fue ministro, fue diplomático, fue profesor universitario, fue legislador, fue un ambicioso hombre de acción. Pero también -acota Borges- fue autor de muchas páginas inmortales. Lo confirmamos con provecho y placer en este volumen, recobrado por Abelardo Castillo.
Hay en Wilde un aire de familia con los mejores humoristas ingleses. La fina ironía, el fulgor poético, la claridad en la forma, la elegancia en las palabras, el criollismo delicado ornamentan sus escritos. Particularmente eficaces son sus retratos de esas ideas insanas que son el sustento de la sociedad, como la amistad desinteresada, el cariño, la alegría, la necesidad imperiosa de figurar. Acaso Wilde haya prefigurado al doctor Gregory House. Menudean las magníficas descripciones, las tempestades románticas, las historias de enfermos, de mujeres atractivas, de caballos, de viajes. Escribió Borges en 1928: “su poética de la ubicuidad de la lluvia es una generosidad de la literatura muy difícil de igualar”.
Wilde quiso, según sus propias palabras, analizar y descomponer sentimientos. Pero aclaró que, incluso el frío disector del alma humana, pueden tener el corazón caliente y lleno de las mayores ternuras. Su obra es, por decirlo con términos de esta época, una escritura del yo, aunque no es el yo inane y fastidioso de los narradores argentinos de hoy. El buen doctor meditó sobre la utilidad de la desgracia, la delicia de vivir sin bronces, la primera noche de cementerio, el desdén vernáculo por el trabajo duro, el aire de San Petersburgo. He aquí un libro atractivo, sin duda.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata el 26 de abril de 2009.
Calificación: Bueno
PD: Wilde sólo contaba con un tintero y algunas plumas de ganso. Nosotros tenemos computadoras, pero la escritura no ha mejorado. ¡Qué cosa, no!
Este es un blog sobre libros para amantes de los libros y las series. Se rige sólo por el hedonismo de un tal Guillermo Belcore.
martes, 28 de abril de 2009
sábado, 25 de abril de 2009
El laberinto del universo
Jaime Rest
Eterna Cadencia. Ensayo sobre literatura, 182 páginas. Edición 2009.
Hay centenares de buenos escritores, pero los críticos brillantes se cuentan con los dedos de la mano. O dicho de otro modo (en términos borgeanos), por una mente capaz de examinar con penetración un efecto estético, hay cien que son capaces de producirlo. Por esta razón, el rescate de un fino analista de las estrategias artísticas es para proferir tres ¡hurras!. Tiene razón Maximiliano Crespi, el autor del prólogo. La escritura crítica de don Jaime Rest (Buenos Aires 1927-1979) es también gran literatura. Un erudito que supo leer nada menos que a Jorge Luis Borges. Un esclarecedor de aquellas búsquedas filosóficas a las que se llamaba, discretamente, “curiosidad” o “inquisición“.
Rest ubica a Borges en el curso de una corriente especulativa que fluyó desde dos vertientes (Aristóteles y el Pseudo Dionisio Aeropagita) se nutrió con Occam, Hume, Mill y William James y desemboco en Wittgenstein. Se la conoce por nominalismo y podría resumirse en una frase: es aventurado pensar que una coordinación de palabras puede parecerse mucho al universo. La tensión entre lenguaje y realidad es, en efecto, la clave de la prosa sublime que nuestro mejor escritor publico entre 1932 y 1960. Con admirable rigor y notorio entusiasmo, Jaime Rest postula que en el pensamiento moderno existe una estrecha relación subyacente entre nominalismo filosófico, lenguaje místico y liberalismo demócratico.
El lector encontrará aquí magníficas reflexiones sobre la tarea del poeta y del crítico, sobre la condición literaria; sobre la gravitación del lenguaje en nuestra existencia; sobre el parentesco del autor de Ficciones con Kafka, Lewis Carroll o Saussure. Conocemos a un Borges moderno, clarividente y precursor. Un Borges que tenía una imperiosa necesidad de comunicar una imagen del hombre, convencido de que ficción es todo aquello que enunciamos con el lenguaje, sea lo que fuera.
El ensayo, publicado por primera vez en 1976, no ha perdido vigencia. Incluso debe ser continuado. Rest arroja un guante a los pies de los pensadores de hoy: urge trazar una ética existencial que se base en la convicción de que la única doctrina que debe ser rechazada sin contemplaciones es aquella que se rehusa a admitir el principio de tolerancia.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata el domingo 26 de abril.
Calificación: Excelente
PD: Un texto muy, pero muy estimulante. Hoy pululan los críticos secuestrados por una inane teoría sociológica, pero dónde están los eruditos como don Jaime Rest.
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Borges,
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Ensayo de arte y literatura
viernes, 24 de abril de 2009
The lost symbol
Vuelve Dan Brown
Los libreros se frotan las manos. La editorial Doubleday, que en 2008 había despedido al 10% de su personal, también. Dan Brown anunció que el 15 de septiembre se lanzará en medio planeta su nuevo libro. Se titula El símbolo perdido y explota el mismo filón que convirtió a El Código Da Vinci en el best seller más exitoso de todos los tiempos. Más de ochenta millones de terrícolas compraron esa fruslería sobre la supuesta verdadera naturaleza del cristianismo y la descendencia terrenal del Ungido. Seis años después podríamos definirlo como la versión degradada y ágil de El péndulo de Foucault de Umberto Eco.
He reflexionado sobre el furor que provocó ese libro mal escrito (sí, yo también lo leí en su momento, pero no lo compré me lo dio La Prensa). ¿Qué necesidad profunda de las masas satisface? ¿Cómo comprender el frenesí? Arriesgo una explicación. Desde el siglo XVIII, en adelante, cuando el racionalismo irrumpió en escena, un fenómeno ha ganado los corazones: la necesidad de reencantar el mundo. La razón, fría como la mano de un ahorcado, no basta; ni siquiera el misterio -cada vez más rebajado- de las religiones establecidas. El arte, la cultura de masas, los credos espiritualistas proclaman que la vida está repleta de secretos y la perspectiva esotérica consuela a millones de personas. Lo atestiguan las decenas de ediciones de El Código Da Vinci.
Nada es más seductor, pues, que una gran conspiración. Pero no saquemos conclusiones apresuradas. La propensión a creer en fantasías alternativas a la realidad no es patrimonio de la gente simple. También los intelectuales se comprometen en cuerpo y alma con imaginerías absurdas. Como el marxismo puro y duro. Pensar que la historia es regida con mano de hierro por un puñado de leyes económicas es tan pueril como sostener que los Templarios fueron exterminados por culpa de un secreto maldito. Lo mismo podría aplicarse al freudianismo, al nacionalsocialismo, al antisemitismo, al culto fanático del mercado, al Partido Obrero, a los libros del economista Walter Graziano. Cualquier explicación monocausal de lo existente es comparable a sospechar que los dos últimos milenios se lo han disputado la Iglesia Católica y el Priorato de Sion.
Daniel Brown se ha tomado su tiempo para volver a publicar. La prensa especula que retrasó la novela cuatro años porque quiso documentarse con más precisión y evitar el cúmulo de falsedades que ofrecía como datos históricamente probados (¡Jesucristo como feminista rabioso!). Quizás trató de evitar las denuncias de plagio que lo tuvieron a mal traer en los últimos años. Recuerdo que el autor estadounidense había prometido una ficción de calidad que tapara la boca a los críticos. Pero, al parecer, los negocios son los negocios. Se aproxima entonces otro historieta sobre lo oculto, seguramente rápida y adictiva para quienes no se indignen con las trivialidades de la trama. Se informó que se lanzarán 6,5 millones de ejemplares, la mayor tirada de la historia.
Me he estado preguntando también por qué la mala literatura es la que más vende. Una buena gaseosa -creo- tiene más demanda que una de sabor detestable, siempre y cuando no haya una gran disparidad entre los precios. En la música también se constata cierta correlación entre calidad y ventas. Pienso en Los Beatles, Los Rollings Stone, Queen, Pink Floyd, Los Redonditos de Ricota, Nirvana, Michael Jackson, U2. Pero el mercado del libro se mueve con otros parámetros. Postulo que al lector de best seller (sólo de best seller, quiero decir) no le gusta leer en realidad. Es como al aficionado a la comida chatarra, a esa persona no le gusta la comida.
Guillermo Belcore
Los libreros se frotan las manos. La editorial Doubleday, que en 2008 había despedido al 10% de su personal, también. Dan Brown anunció que el 15 de septiembre se lanzará en medio planeta su nuevo libro. Se titula El símbolo perdido y explota el mismo filón que convirtió a El Código Da Vinci en el best seller más exitoso de todos los tiempos. Más de ochenta millones de terrícolas compraron esa fruslería sobre la supuesta verdadera naturaleza del cristianismo y la descendencia terrenal del Ungido. Seis años después podríamos definirlo como la versión degradada y ágil de El péndulo de Foucault de Umberto Eco.
He reflexionado sobre el furor que provocó ese libro mal escrito (sí, yo también lo leí en su momento, pero no lo compré me lo dio La Prensa). ¿Qué necesidad profunda de las masas satisface? ¿Cómo comprender el frenesí? Arriesgo una explicación. Desde el siglo XVIII, en adelante, cuando el racionalismo irrumpió en escena, un fenómeno ha ganado los corazones: la necesidad de reencantar el mundo. La razón, fría como la mano de un ahorcado, no basta; ni siquiera el misterio -cada vez más rebajado- de las religiones establecidas. El arte, la cultura de masas, los credos espiritualistas proclaman que la vida está repleta de secretos y la perspectiva esotérica consuela a millones de personas. Lo atestiguan las decenas de ediciones de El Código Da Vinci.
Nada es más seductor, pues, que una gran conspiración. Pero no saquemos conclusiones apresuradas. La propensión a creer en fantasías alternativas a la realidad no es patrimonio de la gente simple. También los intelectuales se comprometen en cuerpo y alma con imaginerías absurdas. Como el marxismo puro y duro. Pensar que la historia es regida con mano de hierro por un puñado de leyes económicas es tan pueril como sostener que los Templarios fueron exterminados por culpa de un secreto maldito. Lo mismo podría aplicarse al freudianismo, al nacionalsocialismo, al antisemitismo, al culto fanático del mercado, al Partido Obrero, a los libros del economista Walter Graziano. Cualquier explicación monocausal de lo existente es comparable a sospechar que los dos últimos milenios se lo han disputado la Iglesia Católica y el Priorato de Sion.
Daniel Brown se ha tomado su tiempo para volver a publicar. La prensa especula que retrasó la novela cuatro años porque quiso documentarse con más precisión y evitar el cúmulo de falsedades que ofrecía como datos históricamente probados (¡Jesucristo como feminista rabioso!). Quizás trató de evitar las denuncias de plagio que lo tuvieron a mal traer en los últimos años. Recuerdo que el autor estadounidense había prometido una ficción de calidad que tapara la boca a los críticos. Pero, al parecer, los negocios son los negocios. Se aproxima entonces otro historieta sobre lo oculto, seguramente rápida y adictiva para quienes no se indignen con las trivialidades de la trama. Se informó que se lanzarán 6,5 millones de ejemplares, la mayor tirada de la historia.
Me he estado preguntando también por qué la mala literatura es la que más vende. Una buena gaseosa -creo- tiene más demanda que una de sabor detestable, siempre y cuando no haya una gran disparidad entre los precios. En la música también se constata cierta correlación entre calidad y ventas. Pienso en Los Beatles, Los Rollings Stone, Queen, Pink Floyd, Los Redonditos de Ricota, Nirvana, Michael Jackson, U2. Pero el mercado del libro se mueve con otros parámetros. Postulo que al lector de best seller (sólo de best seller, quiero decir) no le gusta leer en realidad. Es como al aficionado a la comida chatarra, a esa persona no le gusta la comida.
Guillermo Belcore
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martes, 21 de abril de 2009
Villa Medea
Cristian Mitelman
Cuadernos del Odiseo. Cuentos, 134 páginas. Edición 2007
Se dice que Eurípides fue sobornado por los corintios con quince talentos de plata para que los absolviera de su culpabilidad y escribiera que Medea, la embaucadora, mató a dos de sus hijos y que los demás perecieron en el palacio que ella había incendiado. El mito llegó a nuestros días e inspiró a uno de los cuentos que integra este agradable volumen. El profesor Cristian Mitelman (1971) lo revive con destreza en una villa de emergencia de Buenos Aires.
El primer libro de narrativa de Mitelman, profesor de letras clásicas en la UBA, incluye diez relatos cuya materia prima es también la desdichada historia argentina. Si alguien dice tu nombre refiere a una canallada perpetrada el 10 de mayo de 1982 cuando la aguas heladas del Atlántico recibieron en su seno al Crucero General Belgrano. Un rostro sobre las llamas relata el encuentro con un ahorcado en los bosques de Ezeiza, el día maldito que volvió Perón. Hay una historia de desaparecidos y una crítica lapidaria al falso sueño de seguridad que producen los barrios cerrados. La obsesión por divulgar mensaje, en este caso, rebaja la eficacia narrativa. Alguien vuelve, el más ambicioso de los cuentos, hubiera sido excelente si no se hubiera intentado decirlo todo. Definitivamente, los procedimientos oblicuos son los mejores.
Mejor logrado está Miserere. Mitelman demuestra aquí talento para retratar (y conmover con) la mísera humana y la humillación de estar vivo. La historia involucra a un mozo, una prostituta por necesidad y un anciano. Nos deja meditando sobre el poder salvífico del afecto. En Los pastos y la noche (horrible título), Villa Medea y Antes de la inundación se trabaja hábilmente la callada desesperación, esa que en un punto termina explotando.
El libro fue escrito en borgeano tardío. No está mal escribir bajo la sombra de un gigante, siempre que esto no termine opacando la propia voz. La prosa es minuciosa, elegante y hospitalaria. Sólo se imprimieron ciento cincuenta ejemplares de esta edición independiente. La calidad del conjunto favorece una segunda tirada más prolija.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura de La Prensa.
Calificación: bueno
Cuadernos del Odiseo. Cuentos, 134 páginas. Edición 2007
Se dice que Eurípides fue sobornado por los corintios con quince talentos de plata para que los absolviera de su culpabilidad y escribiera que Medea, la embaucadora, mató a dos de sus hijos y que los demás perecieron en el palacio que ella había incendiado. El mito llegó a nuestros días e inspiró a uno de los cuentos que integra este agradable volumen. El profesor Cristian Mitelman (1971) lo revive con destreza en una villa de emergencia de Buenos Aires.
El primer libro de narrativa de Mitelman, profesor de letras clásicas en la UBA, incluye diez relatos cuya materia prima es también la desdichada historia argentina. Si alguien dice tu nombre refiere a una canallada perpetrada el 10 de mayo de 1982 cuando la aguas heladas del Atlántico recibieron en su seno al Crucero General Belgrano. Un rostro sobre las llamas relata el encuentro con un ahorcado en los bosques de Ezeiza, el día maldito que volvió Perón. Hay una historia de desaparecidos y una crítica lapidaria al falso sueño de seguridad que producen los barrios cerrados. La obsesión por divulgar mensaje, en este caso, rebaja la eficacia narrativa. Alguien vuelve, el más ambicioso de los cuentos, hubiera sido excelente si no se hubiera intentado decirlo todo. Definitivamente, los procedimientos oblicuos son los mejores.
Mejor logrado está Miserere. Mitelman demuestra aquí talento para retratar (y conmover con) la mísera humana y la humillación de estar vivo. La historia involucra a un mozo, una prostituta por necesidad y un anciano. Nos deja meditando sobre el poder salvífico del afecto. En Los pastos y la noche (horrible título), Villa Medea y Antes de la inundación se trabaja hábilmente la callada desesperación, esa que en un punto termina explotando.
El libro fue escrito en borgeano tardío. No está mal escribir bajo la sombra de un gigante, siempre que esto no termine opacando la propia voz. La prosa es minuciosa, elegante y hospitalaria. Sólo se imprimieron ciento cincuenta ejemplares de esta edición independiente. La calidad del conjunto favorece una segunda tirada más prolija.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura de La Prensa.
Calificación: bueno
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domingo, 19 de abril de 2009
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina
Stieg Larsson
Destino. Novela policial. 733 páginas. Edición 2009.
La trilogía Millennium es la obra literaria del momento. Ha vendido millones de ejemplares en Europa y se ha encaramado en la Argentina en los primeros lugares del ranking. He aquí la novela policial de la década, sentenciaron los publicistas. Mientras subía una escalera, un infarto mató al periodista Stieg Larsson (1954-2004) -vaya suerte- antes de ver publicado su trabajo. La lectura del segundo tomo -puede disfrutarse sin haber leído el primero- es una tarea agradable. A pesar de su sensiblería y maniqueísmo, se trata de un libro bien escrito y ameno que tiene el don de entretener al lector. Nunca flaquea la atención.
Larsson inventó una heroína al gusto de la época. Se llama Lisbet Salander, tiene 25 años, cuerpo de niña y un carácter endemoniado. El Estado, ese ogro filantrópico, la ha catalogado como incapaz mental, pero la chica cuenta con una inteligencia prodigiosa. Es una hacker de elite, interesada en las ecuaciones matemáticas y con un fuerte sentido de la moral (que no siempre coincide con la ley). El coprotagonista es Mikael Blomvist, redactor estrella de Millennium, la revista con más credibilidad y descaro de Suecia. Se involucran en la muerte de un abogado, un periodista y una criminóloga. El detonante es una lapidaria investigación sobre el trafficking, es decir, la trata de blancas: adolescentes rusas o bálticas explotadas por mafias de mequetrefes para deleite de los aficionados a las prostitutas, entre los cuales hay varios peces gordos. Los malos de la película son los machistas ahogados en hormonas, los evasores impositivos, los abusadores sexuales. La policía es casi siempre amable y correcta. Un fantasma del mundo del hampa aviva la intriga más seductora.
¿Qué torna tan atractiva a la novela? ¿Qué cautivó a las masas? Hay que reconocerle al autor un impresionante sentido del marketing. Aplica el viejo truco de enseñarle algo al lector, desde el teorema de Fermat hasta las costumbres disipadas de la minoría de esa minoría que sostiene que, si te gusta el sexo, el genero, edad o estado civil de tu partenaire es un leve accidente. Incluye guiños culturales e ideológicos como el antiamericanismo. Y esboza una coherente ética postmoderna -calcada de los escritos de Giles Lipovetsky- que reinvidica el consumismo y el capricho personal al mismo tiempo que se denuncian las injusticias sociales y las crueldades estatales, y se postula la necesidad de castigar al pecador. Todo servido con un glaseado de vago anarquismo.
Guillermo Belcore
Publicado el domingo 19 de abril en los suplementos de Cultura del diario La Prensa y La Capital de Mar del Plata.
Calificación: Bueno
PD: Aclaremos el punto. No se trata de gran literatura. Está muy lejos de las obras de Rushdie y Murakami que comentamos este año. Pero es un libro -por encima de todo- muy interesante, adictivo en su lectura. Me parece, además, que es una de esas obras “que hay que leer” si uno quiere presumir de moderno e informado. Leo en la solapa que Larssen trabajó duramente noche tras noche (¡la esposa no lo incordiaba!) para concluir su faena. ¿Conocen algún escritor argentino capaz de semejante esfuerzo?
Destino. Novela policial. 733 páginas. Edición 2009.
La trilogía Millennium es la obra literaria del momento. Ha vendido millones de ejemplares en Europa y se ha encaramado en la Argentina en los primeros lugares del ranking. He aquí la novela policial de la década, sentenciaron los publicistas. Mientras subía una escalera, un infarto mató al periodista Stieg Larsson (1954-2004) -vaya suerte- antes de ver publicado su trabajo. La lectura del segundo tomo -puede disfrutarse sin haber leído el primero- es una tarea agradable. A pesar de su sensiblería y maniqueísmo, se trata de un libro bien escrito y ameno que tiene el don de entretener al lector. Nunca flaquea la atención.
Larsson inventó una heroína al gusto de la época. Se llama Lisbet Salander, tiene 25 años, cuerpo de niña y un carácter endemoniado. El Estado, ese ogro filantrópico, la ha catalogado como incapaz mental, pero la chica cuenta con una inteligencia prodigiosa. Es una hacker de elite, interesada en las ecuaciones matemáticas y con un fuerte sentido de la moral (que no siempre coincide con la ley). El coprotagonista es Mikael Blomvist, redactor estrella de Millennium, la revista con más credibilidad y descaro de Suecia. Se involucran en la muerte de un abogado, un periodista y una criminóloga. El detonante es una lapidaria investigación sobre el trafficking, es decir, la trata de blancas: adolescentes rusas o bálticas explotadas por mafias de mequetrefes para deleite de los aficionados a las prostitutas, entre los cuales hay varios peces gordos. Los malos de la película son los machistas ahogados en hormonas, los evasores impositivos, los abusadores sexuales. La policía es casi siempre amable y correcta. Un fantasma del mundo del hampa aviva la intriga más seductora.
¿Qué torna tan atractiva a la novela? ¿Qué cautivó a las masas? Hay que reconocerle al autor un impresionante sentido del marketing. Aplica el viejo truco de enseñarle algo al lector, desde el teorema de Fermat hasta las costumbres disipadas de la minoría de esa minoría que sostiene que, si te gusta el sexo, el genero, edad o estado civil de tu partenaire es un leve accidente. Incluye guiños culturales e ideológicos como el antiamericanismo. Y esboza una coherente ética postmoderna -calcada de los escritos de Giles Lipovetsky- que reinvidica el consumismo y el capricho personal al mismo tiempo que se denuncian las injusticias sociales y las crueldades estatales, y se postula la necesidad de castigar al pecador. Todo servido con un glaseado de vago anarquismo.
Guillermo Belcore
Publicado el domingo 19 de abril en los suplementos de Cultura del diario La Prensa y La Capital de Mar del Plata.
Calificación: Bueno
PD: Aclaremos el punto. No se trata de gran literatura. Está muy lejos de las obras de Rushdie y Murakami que comentamos este año. Pero es un libro -por encima de todo- muy interesante, adictivo en su lectura. Me parece, además, que es una de esas obras “que hay que leer” si uno quiere presumir de moderno e informado. Leo en la solapa que Larssen trabajó duramente noche tras noche (¡la esposa no lo incordiaba!) para concluir su faena. ¿Conocen algún escritor argentino capaz de semejante esfuerzo?
viernes, 17 de abril de 2009
La lenta furia
Fabio Morábito
Eterna Cadencia. Cuentos, 110 páginas. Edición 2008.
El mundo parece haberse encarrilado. Se desploman bancos y fondos especulativos, pero la cultura sigue prosperando. Nuevos sellos editoriales provocan hermosas sorpresas. Llega ahora a la Argentina un autor italomexicano que confina en pocas líneas pasmo, placer y ternura.
Fabio Morábito nació en Alejandría, Egipto; vivió su infancia en Milán y a los quince años se afincó en México. Allí aprendió el castellano. Como Nabokov, Conrad o nuestro Groussac, es otro caso magnífico de aloglasia; es decir, aunque no escribe en la lengua materna, sus frases fluyen sin esfuerzo. Su trayectoria indica que -por encima de todo- es un poeta. Esa facultad se evidencia en el libro: la mitad de los relatos son alegóricos, bellos en su simbolismo o fantasía. El otro hemisferio es realista, quizás autobiográfico, narra pequeños dramas de un niño algo crecido: el mal de amores de un verdulero, una aventura a la hora de la siesta, las salidas con el padre en pos de las verdades elementales.
Hay en Las madres, quizás, rasgos de Kakfa. Durante junio, las señoras sucumben al imperio del deseo. Se encaraman en las ramas, desnudas, acechando a los hombres. Los chavitos las hostigan con sus gomeras. Cuando el frenesí concluye, la vida sigue como si nada. Los Vetriccioli evoca a una secta familiar consagrada a la traducción perfecta (Morábito es traductor, dicho sea de paso). Hay además una pareja que exacerba su líbido con las raterías de las mucamas. El huidor justifica por sí mismo todo el volumen. Es la tragedia de un héroe popular en fuga perpetua.
Borges notó que cierta música, los crepúsculos o el misterioso mar intentan transmitirnos algo. Algo nos dicen pero cuesta percibirlo. O si lo vislumbramos, tardamos en entenderlo. Algunos textos tienen ese poder sugestivo. Como las delicadas páginas de Morábito.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el domingo 17 de marzo.
Calificación: Bueno
PD: El diario La Nación permite leer el mejor cuento de este volumen. Tenés que ir a http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1111985 Que lo disfrutes.
Eterna Cadencia. Cuentos, 110 páginas. Edición 2008.
El mundo parece haberse encarrilado. Se desploman bancos y fondos especulativos, pero la cultura sigue prosperando. Nuevos sellos editoriales provocan hermosas sorpresas. Llega ahora a la Argentina un autor italomexicano que confina en pocas líneas pasmo, placer y ternura.
Fabio Morábito nació en Alejandría, Egipto; vivió su infancia en Milán y a los quince años se afincó en México. Allí aprendió el castellano. Como Nabokov, Conrad o nuestro Groussac, es otro caso magnífico de aloglasia; es decir, aunque no escribe en la lengua materna, sus frases fluyen sin esfuerzo. Su trayectoria indica que -por encima de todo- es un poeta. Esa facultad se evidencia en el libro: la mitad de los relatos son alegóricos, bellos en su simbolismo o fantasía. El otro hemisferio es realista, quizás autobiográfico, narra pequeños dramas de un niño algo crecido: el mal de amores de un verdulero, una aventura a la hora de la siesta, las salidas con el padre en pos de las verdades elementales.
Hay en Las madres, quizás, rasgos de Kakfa. Durante junio, las señoras sucumben al imperio del deseo. Se encaraman en las ramas, desnudas, acechando a los hombres. Los chavitos las hostigan con sus gomeras. Cuando el frenesí concluye, la vida sigue como si nada. Los Vetriccioli evoca a una secta familiar consagrada a la traducción perfecta (Morábito es traductor, dicho sea de paso). Hay además una pareja que exacerba su líbido con las raterías de las mucamas. El huidor justifica por sí mismo todo el volumen. Es la tragedia de un héroe popular en fuga perpetua.
Borges notó que cierta música, los crepúsculos o el misterioso mar intentan transmitirnos algo. Algo nos dicen pero cuesta percibirlo. O si lo vislumbramos, tardamos en entenderlo. Algunos textos tienen ese poder sugestivo. Como las delicadas páginas de Morábito.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el domingo 17 de marzo.
Calificación: Bueno
PD: El diario La Nación permite leer el mejor cuento de este volumen. Tenés que ir a http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1111985 Que lo disfrutes.
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jueves, 16 de abril de 2009
Narciso y Goldmundo
Hermann Hesse
Novela filosófica. 287 páginas. Sudamericana. Edición de bolsillo, 2006.
Novela filosófica. 287 páginas. Sudamericana. Edición de bolsillo, 2006.
Hermann Hesse (1877-1962) es el escritor alemán más leído y el último de los grandes románticos. En nombre del individuo, se alzó contra la civilización. Fue adoptado como referente literario y moral por hippies y pacifistas. Recibió el Premio Nóbel. La reimpresión de una de sus obras primordiales atestigua que tiene algo que enseñar al hastiado pero insatisfecho hombre de 2009.
Los críticos han coincidido en que Narciso y Goldmundo es la puesta en escena de una intuición de Nietzsche: toda existencia se asienta en la dualidad, en los contrastes entre el mundo del espíritu y el placer de los sentidos. Se es razonable o emotivo; apolíneo o dionisíaco.
Esta novela filósica se ambienta en una Edad Media ideal. Hesse casi nunca ha permitido que la política perturbe su mundo platónico de las ideas. Narciso es un monje reflexivo y análitico, sombrío y magro, cuya patria es el pensamiento. Su amado discípulo se llama Goldmundo, rico en sensualidad, soñador, tierno y violento a la vez, accesible a todas las tormentas. Bien pronto se aleja del convento de Mariabronn para fatigar el Imperio germánico, para saborear el goce amargo del riesgo y el dulce de la sexualidad sin ataduras. Tropieza con el arte, la peste, el hambre y la intemperie, el espanto de la fugacidad de la vida. De modo providencial, se reencuentra con el amigo.
Con una prosa esmaltada de exquisita poesía, Hesse reflexiona sobre misterios y angustias eternos. ¿Cómo crear y dejar obra sin tener que pagar por ello el precio de vivir? ¿Cómo evitar que una vida mecánica, sedentaria, burguesa nos seque el corazón? El autor sugiere encontrar ese preciso lugar en el mundo donde nuestra naturaleza pueda realizarse.
Guillermo Belcore
Los críticos han coincidido en que Narciso y Goldmundo es la puesta en escena de una intuición de Nietzsche: toda existencia se asienta en la dualidad, en los contrastes entre el mundo del espíritu y el placer de los sentidos. Se es razonable o emotivo; apolíneo o dionisíaco.
Esta novela filósica se ambienta en una Edad Media ideal. Hesse casi nunca ha permitido que la política perturbe su mundo platónico de las ideas. Narciso es un monje reflexivo y análitico, sombrío y magro, cuya patria es el pensamiento. Su amado discípulo se llama Goldmundo, rico en sensualidad, soñador, tierno y violento a la vez, accesible a todas las tormentas. Bien pronto se aleja del convento de Mariabronn para fatigar el Imperio germánico, para saborear el goce amargo del riesgo y el dulce de la sexualidad sin ataduras. Tropieza con el arte, la peste, el hambre y la intemperie, el espanto de la fugacidad de la vida. De modo providencial, se reencuentra con el amigo.
Con una prosa esmaltada de exquisita poesía, Hesse reflexiona sobre misterios y angustias eternos. ¿Cómo crear y dejar obra sin tener que pagar por ello el precio de vivir? ¿Cómo evitar que una vida mecánica, sedentaria, burguesa nos seque el corazón? El autor sugiere encontrar ese preciso lugar en el mundo donde nuestra naturaleza pueda realizarse.
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno
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literatura alemana
lunes, 13 de abril de 2009
El fantasma de Stalin
Martin Cruz Smith
Emecé. Novela policial de 375 páginas. Edición 2009.
Martin Cruz Smith (Pensilvania, 1942) es el creador del detective Arkady Renko, íntegro sabueso en una Moscú no apta para delicados. En 1981, publicó uno de los grandes thriller de los ochenta: Gorky Park. El año pasado, ganó el premio Grizane Cavour Noir. A pesar de tan dignos antecedentes, esta novela -muy fácil de leer- se ubica más cerca de la literatura de supermercado que de la ficción de calidad.
Es el típico caso de una buena idea estropeada por una ejecución deficiente. La revisión de la figura de Stalin en la tumultuosa Rusia de Putin no puede sino ser muy interesante. Se entremezclan la nostalgia de los mayores, la ilusión de los jóvenes despistados, la cínica manipulación de los poderosos, la necesidad de los honestos de ser fieles a la verdad histórica. Habría sido maravilloso si esa apuesta se hubiese plasmado con destreza literaria. Hasta a una novela policial podemos exigirle diálogos filosos, personajes bien tallados, escenas que provoquen pasmo. Martin Cruz Smith sólo resulta competente en el aspecto documental: nos ilustra sobre la grandeza del tren subterráneo de Moscú (el palacio de la gente corriente), el drama a escala latinoamericana de los pibes chorros, la corrupción, el ajedrez, la guerra en el Cáucaso. Eso es todo.
El detective Renko debe investigar la aparición del espectro de Stalin en el último servicio nocturno del subterráneo. Alguien explota la superstición de los sencillos -esa esplendida necesidad de creer algo- por razones políticas. Las pistas conducen hacia la sangrienta guerra en Chechenia y, en última instancia, a un secreto de la era estalinista. Soldados de elite obran en las sombras. Un héroe nacional se disputa una mujer con el sensible Renko, un imprudente que gana enemigos cada vez que abre la boca. El frío omnipotente es el telón de fondo.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura del diario La Prensa y La Capital de Mar del Plata el domingo 12 de abril.
Calificación: Regular
PD: Amo la novela policial, pero hoy decepción tu nombre es Cruz Smith.
Emecé. Novela policial de 375 páginas. Edición 2009.
Martin Cruz Smith (Pensilvania, 1942) es el creador del detective Arkady Renko, íntegro sabueso en una Moscú no apta para delicados. En 1981, publicó uno de los grandes thriller de los ochenta: Gorky Park. El año pasado, ganó el premio Grizane Cavour Noir. A pesar de tan dignos antecedentes, esta novela -muy fácil de leer- se ubica más cerca de la literatura de supermercado que de la ficción de calidad.
Es el típico caso de una buena idea estropeada por una ejecución deficiente. La revisión de la figura de Stalin en la tumultuosa Rusia de Putin no puede sino ser muy interesante. Se entremezclan la nostalgia de los mayores, la ilusión de los jóvenes despistados, la cínica manipulación de los poderosos, la necesidad de los honestos de ser fieles a la verdad histórica. Habría sido maravilloso si esa apuesta se hubiese plasmado con destreza literaria. Hasta a una novela policial podemos exigirle diálogos filosos, personajes bien tallados, escenas que provoquen pasmo. Martin Cruz Smith sólo resulta competente en el aspecto documental: nos ilustra sobre la grandeza del tren subterráneo de Moscú (el palacio de la gente corriente), el drama a escala latinoamericana de los pibes chorros, la corrupción, el ajedrez, la guerra en el Cáucaso. Eso es todo.
El detective Renko debe investigar la aparición del espectro de Stalin en el último servicio nocturno del subterráneo. Alguien explota la superstición de los sencillos -esa esplendida necesidad de creer algo- por razones políticas. Las pistas conducen hacia la sangrienta guerra en Chechenia y, en última instancia, a un secreto de la era estalinista. Soldados de elite obran en las sombras. Un héroe nacional se disputa una mujer con el sensible Renko, un imprudente que gana enemigos cada vez que abre la boca. El frío omnipotente es el telón de fondo.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura del diario La Prensa y La Capital de Mar del Plata el domingo 12 de abril.
Calificación: Regular
PD: Amo la novela policial, pero hoy decepción tu nombre es Cruz Smith.
viernes, 10 de abril de 2009
La hija del sepulturero
Joyce Carol Oates
Alfaguara. Novela de 688 páginas. Edición 2009.
Alfaguara. Novela de 688 páginas. Edición 2009.
Joyce Carol Oates (Lockport, 1938) es la más prolífica pluma de Estados Unidos. Ha publicado casi cuarenta novelas, veinte libros de cuentos, ocho de poesía, siete obras de teatro, seis ensayos, varios textos infantiles, incontables artículos periodísticos. ¡Cuanto talento! Ella se define como “una escritora de cuello azul”. Trabaja duro todos los días. Su última novela, de gran fuerza dramática, confirma que no siempre la cantidad es enemiga de la calidad. También demuestra porque Truman Capote, ese estómago delicado, la detestaba. Harold Bloom ha definido a Oates como “nuestra auténtica escritora proletaria”.
La obra -un homenaje a la abuela de la autora- explora la vida de una heroína típica de Oates. “No hay escritor estadounidense que se haya consagrado con tanta perturbadora intensidad a las vivencias y consecuencias de la victimización”, escribió Carol Frazier. En efecto, Rebecca Schwartz, la protagonista, pasa una infancia y juventud espeluznante. Su padre, el sepulturero, es una víctima de la barbarie nazi. La otra cara del sueño americano. Un inmigrante resentido, artero y perturbado que termina asesinando a la esposa de un escopetazo para volarse luego la tapa de los sesos. Rebecca huye, crece, empieza a trabajar, se casa -enamorada- con un gigante que tiene un costado siniestro. Nace un niño. Tres años después todo se desmorona: la chica y el pequeño se fugan de una granja miserable después de que el matón les propinara una fenomenal paliza. La segunda parte del libro relata la reinvención de la protagonista, con otro nombre, identidad y temperamento. ¿Por qué no? Estamos en América. La verdad más profunda del alma estadounidense es la superficialidad de historieta de su gente, escribió Oates. No es difícil crearse una personalidad.
El libro pues consta de dos hemisferios. En el primero, asistimos a una suerte de pornografía del sufrimiento. Paladas y paladas de sordidez. Así es la vida del pobre. En el tramo final, descubrimos que, al fin y al cabo, existe la esperanza. También hay gente bondadosa en el mundo. La novela desborda de sucesos (¿eventofilia?). Puede que el exceso de sentimentalismo rebaje a menudo la eficacia narrativa, pero en conjunto se trata de una obra atractiva, tallada con una prosa rápida con agradables giros coloquiales. Joyce Carol Oates es una narradora de fuste.
La obra -un homenaje a la abuela de la autora- explora la vida de una heroína típica de Oates. “No hay escritor estadounidense que se haya consagrado con tanta perturbadora intensidad a las vivencias y consecuencias de la victimización”, escribió Carol Frazier. En efecto, Rebecca Schwartz, la protagonista, pasa una infancia y juventud espeluznante. Su padre, el sepulturero, es una víctima de la barbarie nazi. La otra cara del sueño americano. Un inmigrante resentido, artero y perturbado que termina asesinando a la esposa de un escopetazo para volarse luego la tapa de los sesos. Rebecca huye, crece, empieza a trabajar, se casa -enamorada- con un gigante que tiene un costado siniestro. Nace un niño. Tres años después todo se desmorona: la chica y el pequeño se fugan de una granja miserable después de que el matón les propinara una fenomenal paliza. La segunda parte del libro relata la reinvención de la protagonista, con otro nombre, identidad y temperamento. ¿Por qué no? Estamos en América. La verdad más profunda del alma estadounidense es la superficialidad de historieta de su gente, escribió Oates. No es difícil crearse una personalidad.
El libro pues consta de dos hemisferios. En el primero, asistimos a una suerte de pornografía del sufrimiento. Paladas y paladas de sordidez. Así es la vida del pobre. En el tramo final, descubrimos que, al fin y al cabo, existe la esperanza. También hay gente bondadosa en el mundo. La novela desborda de sucesos (¿eventofilia?). Puede que el exceso de sentimentalismo rebaje a menudo la eficacia narrativa, pero en conjunto se trata de una obra atractiva, tallada con una prosa rápida con agradables giros coloquiales. Joyce Carol Oates es una narradora de fuste.
Guillermo Belcore
Se publica en los suplementos de Cultura de los diarios La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el domingo 12 de abril.
Calificación: Bueno
Etiquetas:
judaísmo,
literatura estadounidense,
Novela
miércoles, 8 de abril de 2009
Asesinos
Autores varios.
Adriana Hidalgo. Cuentos. 619 páginas. Edición 2009.
Hay veces en que "el nombre es arquetipo de la cosa y en las letras de la rosa está la rosa". Es este caso, La sola mención de los autores incluidos en la antología denota la excelencia del volumen. Alvaro Abós ha realizado un trabajo estupendo, acaso con la única excepción de una fruslería indigna de Tolstoi. Compiló, con criterio amplio, cuarenta y cinco cuentos criminales, es decir cuyo tema principal es un homicidio, perpetrado por un perturbado o bien por el mayor asesino de todos los tiempos: el Estado. Los polemistas hallarán aquí argumentos de peso en contra de la pena de muerte, delineados nada menos que por Víctor Hugo (un fragmento de Los miserables), Turgueniev, Eca de Queiroz y Villiers de l’Isle-Adam.
Los relatos provienen del siglo XIX y las primeras décadas del XX, una época donde los argumentos se deplegaban sin rodeos ni ambigüedades y donde los retorcidos eran los personajes no el lenguaje. Imposible enumerar todas las gemas. Arthur Conan Doyle plantea la desaparición a plena luz del día de un tren expreso. Proust, con sus espléndidas digresiones, concluye que un parricida puede ser un hombre de espíritu esclarecido. Walt Whitman absuelve a un matador desesperado; Oscar Wilde, que tiene razón en todo, a un envenenador. Ambrose Biercie y Marcel Schwob demuestran que incluso se puede bromear sobre asuntos espeluznantes. De Quincey nos advierte que hay asesinos por voluptuosidad. Se puede morir por escuchar un conjuro (Gustav Meyrink) o por miedo al marido (Emilia Pardo Bazán).
El libro es valioso también porque azuza la curiosidad. Se reproduce el mejor capítulo de Crimen y Castigo. No faltará el lector inquieto que corra a buscar a Dostoievski. Asesinos revela que el Marques de Sade fue mucho más que pornografía. Y que Italo Svevo y Ricardo Guiraldes son autores ideales para abandonarse al goce de la lectura. Quien esto escribe ha descubierto gracias a Abós al compatriota Víctor Juan Guillot (1900-1940), narrador de una exquisita venganza. ¿Qué esperan loos sellos editoriales de la Patria para reimprimir Terror. Cuentos rojos y negros (1938).
Guillermo Belcore
Adriana Hidalgo. Cuentos. 619 páginas. Edición 2009.
Hay veces en que "el nombre es arquetipo de la cosa y en las letras de la rosa está la rosa". Es este caso, La sola mención de los autores incluidos en la antología denota la excelencia del volumen. Alvaro Abós ha realizado un trabajo estupendo, acaso con la única excepción de una fruslería indigna de Tolstoi. Compiló, con criterio amplio, cuarenta y cinco cuentos criminales, es decir cuyo tema principal es un homicidio, perpetrado por un perturbado o bien por el mayor asesino de todos los tiempos: el Estado. Los polemistas hallarán aquí argumentos de peso en contra de la pena de muerte, delineados nada menos que por Víctor Hugo (un fragmento de Los miserables), Turgueniev, Eca de Queiroz y Villiers de l’Isle-Adam.
Los relatos provienen del siglo XIX y las primeras décadas del XX, una época donde los argumentos se deplegaban sin rodeos ni ambigüedades y donde los retorcidos eran los personajes no el lenguaje. Imposible enumerar todas las gemas. Arthur Conan Doyle plantea la desaparición a plena luz del día de un tren expreso. Proust, con sus espléndidas digresiones, concluye que un parricida puede ser un hombre de espíritu esclarecido. Walt Whitman absuelve a un matador desesperado; Oscar Wilde, que tiene razón en todo, a un envenenador. Ambrose Biercie y Marcel Schwob demuestran que incluso se puede bromear sobre asuntos espeluznantes. De Quincey nos advierte que hay asesinos por voluptuosidad. Se puede morir por escuchar un conjuro (Gustav Meyrink) o por miedo al marido (Emilia Pardo Bazán).
El libro es valioso también porque azuza la curiosidad. Se reproduce el mejor capítulo de Crimen y Castigo. No faltará el lector inquieto que corra a buscar a Dostoievski. Asesinos revela que el Marques de Sade fue mucho más que pornografía. Y que Italo Svevo y Ricardo Guiraldes son autores ideales para abandonarse al goce de la lectura. Quien esto escribe ha descubierto gracias a Abós al compatriota Víctor Juan Guillot (1900-1940), narrador de una exquisita venganza. ¿Qué esperan loos sellos editoriales de la Patria para reimprimir Terror. Cuentos rojos y negros (1938).
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Bueno
PD: Escribió el Marques de Sade: "¿Hay algo más feliz que pecar sin escandalizar al prójimo?". Tiene tanta razón. Hoy que se cultiva el exhibicionismo literario postulo que el vicio decente es el secreto.
lunes, 6 de abril de 2009
El juego favorito
Leonard Cohen
Edhasa, 259 páginas. Autobiografía. Edición 2009. Precio aproximado: 40 pesos
Leonard Cohen, trovador y poeta canadiense, ha gozado del favor de la crítica y la fortuna. Es, por así decirlo, un Bob Dylan con una voz de barítono más agradable pero mucho menos talentoso. Vivió en Montreal, Grecia, Nueva York y Las Angeles. Fue un hombre de excesos. En los noventa se recluyó en un monasterio y se ordenó monje budista, bautizado con el singular mote de El silencioso. En 2005, demandó a su antigua representante por la malversación de cinco millones de dólares. Hoy, a los setenta y cuatro años, sus conciertos aún atraen a multitudes. Un sello nacional ha creído oportuno reimprimir la primera novela de Cohen, labrada en 1963 bajo el influjo de la cultura beat, la obsesión sexual y el repudio a la normalidad burguesa.
El juego favorito es una obra autobiográfica. Narra la pubertad, adolescencia y juventud de Lawrence Breavman, vástago de una acomodada familia judía de Montreal. El alter ego de Cohen es un libertino con un toque de cinismo que se consagra como poeta gracias a la desesperación de Canadá por tener un Keats. Aplica el más viejo procedimiento del humor hebreo: lacerarse y mofarse de sí mismo y de los suyos. El eje del libro, empero, son las conquistas sexuales de un muchacho que aquí deslumbra con su lucidez y allá aburre por su comportamiento de payaso. Cuando Breavman encuentra al amor, lo defrauda y traiciona porque adora más la idea de tabla rasa que a la adorable Shell, la chica que siempre había esperado.
La trama avanza a saltitos de chingolo. Los capítulos son muy breves y están ornados con espléndidas impresiones. La prosa poética es hermosa de leer. Hay escenas encantadoras o que causan pasmo, como la muerte de un niño prodigio en una campamento de verano. Pero hay otras cuya estupidez resulta insoportable.
Se trata, pues, de una obra sesentista en el planteo, con un estilo cautivante en sus mejores momentos. No obstante, la historia en sí puede resultar un fiasco para el fatigado lector del siglo XXI. Cohen encarna la triste ambición de una generación que anhelaba "ser como un místico oriental, vivir en una choza de paja, pero fornicando como locos".
Guillermo Belcore
Una versión más breve fue publicada en los Suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el domingo 5 de abril.
Calificación: Regular
Edhasa, 259 páginas. Autobiografía. Edición 2009. Precio aproximado: 40 pesos
Leonard Cohen, trovador y poeta canadiense, ha gozado del favor de la crítica y la fortuna. Es, por así decirlo, un Bob Dylan con una voz de barítono más agradable pero mucho menos talentoso. Vivió en Montreal, Grecia, Nueva York y Las Angeles. Fue un hombre de excesos. En los noventa se recluyó en un monasterio y se ordenó monje budista, bautizado con el singular mote de El silencioso. En 2005, demandó a su antigua representante por la malversación de cinco millones de dólares. Hoy, a los setenta y cuatro años, sus conciertos aún atraen a multitudes. Un sello nacional ha creído oportuno reimprimir la primera novela de Cohen, labrada en 1963 bajo el influjo de la cultura beat, la obsesión sexual y el repudio a la normalidad burguesa.
El juego favorito es una obra autobiográfica. Narra la pubertad, adolescencia y juventud de Lawrence Breavman, vástago de una acomodada familia judía de Montreal. El alter ego de Cohen es un libertino con un toque de cinismo que se consagra como poeta gracias a la desesperación de Canadá por tener un Keats. Aplica el más viejo procedimiento del humor hebreo: lacerarse y mofarse de sí mismo y de los suyos. El eje del libro, empero, son las conquistas sexuales de un muchacho que aquí deslumbra con su lucidez y allá aburre por su comportamiento de payaso. Cuando Breavman encuentra al amor, lo defrauda y traiciona porque adora más la idea de tabla rasa que a la adorable Shell, la chica que siempre había esperado.
La trama avanza a saltitos de chingolo. Los capítulos son muy breves y están ornados con espléndidas impresiones. La prosa poética es hermosa de leer. Hay escenas encantadoras o que causan pasmo, como la muerte de un niño prodigio en una campamento de verano. Pero hay otras cuya estupidez resulta insoportable.
Se trata, pues, de una obra sesentista en el planteo, con un estilo cautivante en sus mejores momentos. No obstante, la historia en sí puede resultar un fiasco para el fatigado lector del siglo XXI. Cohen encarna la triste ambición de una generación que anhelaba "ser como un místico oriental, vivir en una choza de paja, pero fornicando como locos".
Guillermo Belcore
Una versión más breve fue publicada en los Suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el domingo 5 de abril.
Calificación: Regular
sábado, 4 de abril de 2009
Tostadas de jabón y otros cuentos
Julian Maclaren-Ross
La Bestia Equilátera. 199 páginas. Cuentos. Edición 2009.
Existe una especie narrativa que tiene el sabor del champagne. Es ligera y burbujeante. La superficialidad sólo es aparente. Como diría Stevenson, contiene una virtud sin la que todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto. Es la estirpe literaria que proviene del homo ludens; de Oscar Wilde, de Saki, de Julian Maclaren-Ross (1912-1964), descubrimos ahora cautivados.
Un nuevo sello editorial ensancha el mapa literario de los argentinos. ¿No es una magnifica noticia? Nos presenta a un aristócrata arruinado del Soho que hizo del pub Fitzroy su propio feudo artístico y espiritual (Fitzrovia). Maclaren-Ross -abrigo de pelo de camello, boquilla, eternos anteojos negros, bastón de exquisita empuñadura, zapatos gastados- admiró y fue admirado por Graham Greene y Dylan Thomas. Protagonizó (con el nombre de X. Trapnel) una novela de Anthony Powell. Vivió endeudado e intoxicado; murió joven de un ataque card¡aco. Tenía un ego capaz de hacer pestañear a Gengis Kan. Cultivó el arte de narrar una historia con amenidad y soltura.
El volumen contiene once cuentos y un epílogo excelente de Luis Chitarroni, cuyo estilo enmarañado es la contracara exacta de Maclaren-Ross. Los relatos basculan entre la tristeza y la comicidad. Están urdidos, básicamente, con diálogos. Los diálogos están vivos, palpitan, transpiran, gimen. Hay relatos adorables o tremendos que involucran a niños o a snobs; hay historias de la India y del ejército que denuncian, siempre de manera oblicua, la estupidez y el racismo (Maclaren-Ross nunca vivió en Asia). Hay, como apunta Chitarroni, “situaciones de aparente absurdo” y “ejercicios de concisión admirables”. Dicho de otra manera, hay páginas perfectas.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el 5 de abril.
La Bestia Equilátera. 199 páginas. Cuentos. Edición 2009.
Existe una especie narrativa que tiene el sabor del champagne. Es ligera y burbujeante. La superficialidad sólo es aparente. Como diría Stevenson, contiene una virtud sin la que todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto. Es la estirpe literaria que proviene del homo ludens; de Oscar Wilde, de Saki, de Julian Maclaren-Ross (1912-1964), descubrimos ahora cautivados.
Un nuevo sello editorial ensancha el mapa literario de los argentinos. ¿No es una magnifica noticia? Nos presenta a un aristócrata arruinado del Soho que hizo del pub Fitzroy su propio feudo artístico y espiritual (Fitzrovia). Maclaren-Ross -abrigo de pelo de camello, boquilla, eternos anteojos negros, bastón de exquisita empuñadura, zapatos gastados- admiró y fue admirado por Graham Greene y Dylan Thomas. Protagonizó (con el nombre de X. Trapnel) una novela de Anthony Powell. Vivió endeudado e intoxicado; murió joven de un ataque card¡aco. Tenía un ego capaz de hacer pestañear a Gengis Kan. Cultivó el arte de narrar una historia con amenidad y soltura.
El volumen contiene once cuentos y un epílogo excelente de Luis Chitarroni, cuyo estilo enmarañado es la contracara exacta de Maclaren-Ross. Los relatos basculan entre la tristeza y la comicidad. Están urdidos, básicamente, con diálogos. Los diálogos están vivos, palpitan, transpiran, gimen. Hay relatos adorables o tremendos que involucran a niños o a snobs; hay historias de la India y del ejército que denuncian, siempre de manera oblicua, la estupidez y el racismo (Maclaren-Ross nunca vivió en Asia). Hay, como apunta Chitarroni, “situaciones de aparente absurdo” y “ejercicios de concisión admirables”. Dicho de otra manera, hay páginas perfectas.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el 5 de abril.
Calificación: Muy bueno
miércoles, 1 de abril de 2009
Realidad
Sergio Bizzio
Mondadori. 223 páginas. Novela. Edición 2009
El genial lexicógrafo inglés Samuel Johnson definió la sátira como “un poema en el que la maldad o la estupidez es censurada”. No se inventó una descripción más acertada -sentencia la Enciclopedia Británica- para una especie literaria que ha urdido una fecunda carrera desde que Semónides de Amorgos se mofó del matrimonio. Un escritor argentino actualiza ahora el subgénero con una novela ingeniosa, cáustica y divertida.
Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956) imagina que terroristas islámicos irrumpen a sangre y fuego en un canal de televisión de la República Argentina. Masacran a inocentes, toman rehenes, entablan negociaciones con las autoridades y en eso tropiezan con la casa de Gran Hermano, donde aún conviven cinco descerebrados, tres mujeres y dos varones. Los extremistas se percatan de que el programa no sólo concentra todos los males y estupideces de Occidente sino que puede convertirse en una formidable arma de propaganda. Un tal Ommar se entrega a la tarea de manipular a los jóvenes ante el espanto y la fascinación del mundo entero. El resultado es desopilante. En un caldero burbujeante se entrechocan el rating y el Corán; la razón de Estado y la superficialidad de las masas.
El libro fue hilvanado con inteligencia, sentido del humor y una prosa rápida y amena que causa adicción: se lee de un tirón, es imposible no cabalgar hasta el final. Desentonan sólo ciertas hebras de semiología de pacotilla que parecen clavadas a mazazos en la trama. Pero eso es lo de menos. Hay decenas de personajes interesantes, buenos diálogos y una noble intención: desollar sin piedad la idiotez contemporánea, al tiempo que se reconoce que en todo ese amasijo de naderías hay algo encantador. La sátira, en una palabra, funciona a la perfección.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publicará en el diario La Prensa el domingo 5 de abril.
Calificación: Muy bueno
Mondadori. 223 páginas. Novela. Edición 2009
El genial lexicógrafo inglés Samuel Johnson definió la sátira como “un poema en el que la maldad o la estupidez es censurada”. No se inventó una descripción más acertada -sentencia la Enciclopedia Británica- para una especie literaria que ha urdido una fecunda carrera desde que Semónides de Amorgos se mofó del matrimonio. Un escritor argentino actualiza ahora el subgénero con una novela ingeniosa, cáustica y divertida.
Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956) imagina que terroristas islámicos irrumpen a sangre y fuego en un canal de televisión de la República Argentina. Masacran a inocentes, toman rehenes, entablan negociaciones con las autoridades y en eso tropiezan con la casa de Gran Hermano, donde aún conviven cinco descerebrados, tres mujeres y dos varones. Los extremistas se percatan de que el programa no sólo concentra todos los males y estupideces de Occidente sino que puede convertirse en una formidable arma de propaganda. Un tal Ommar se entrega a la tarea de manipular a los jóvenes ante el espanto y la fascinación del mundo entero. El resultado es desopilante. En un caldero burbujeante se entrechocan el rating y el Corán; la razón de Estado y la superficialidad de las masas.
El libro fue hilvanado con inteligencia, sentido del humor y una prosa rápida y amena que causa adicción: se lee de un tirón, es imposible no cabalgar hasta el final. Desentonan sólo ciertas hebras de semiología de pacotilla que parecen clavadas a mazazos en la trama. Pero eso es lo de menos. Hay decenas de personajes interesantes, buenos diálogos y una noble intención: desollar sin piedad la idiotez contemporánea, al tiempo que se reconoce que en todo ese amasijo de naderías hay algo encantador. La sátira, en una palabra, funciona a la perfección.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publicará en el diario La Prensa el domingo 5 de abril.
Calificación: Muy bueno
PD: Recuerdo haber leído en el diario Perfil un reportaje a Bizzio donde afirmaba, muy suelto de cuerpo, que "la literatura de calidad es una idea nefasta". Me bastó esa definición tan necia para prometerme que jamás pondría un dedo en algún libro de este caballero. Pero bueno, mi vida es una larga sucesión de promesas incumplidas. La Prensa me encargó la lectura de Realidad y, ¡oh sopresa!, descubro que Bizzio escribe francamente bien, es capaz de forjar una historia entretenida y tiene el don de ser sugerente. Características típicas de la ficción de calidad. ¿Era una pose entonces?
Etiquetas:
islam,
literatura argentina,
Sátira,
televisión
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