Dunken. Ensayo de historia, 299 páginas, edición 2016.
En su novela más reciente, hace decir Juan Gabriel Vázquez a uno de sus personajes que no existe labor más noble que pueda llevar a cabo una persona que desbaratar una mentira del tamaño del mundo. Bien. En su primer libro, los periodistas Jorge Martínez y Agustín De Beitia han conseguido desbaratar una fábula colosal: que la lucha para imponer por vía de las armas una patria socialista en la Argentina no generó víctimas. Es decir, se destruye esa patraña que sostiene hasta la nausea que la guerrilla setentista estuvo integrada por jóvenes inocentes e idealistas.
Una visión torcida de nuestro pasado, pues, queda reducida a cenizas en un ensayo muy bien documentado, necesario en términos de justicia histórica y que no teme incurrir en la llamada teoría de los demonios, enunciada creo por primera vez por Pablo Giussani en ese librito esclarecedor Montoneros, la soberbia armada. Con lujo de detalles, De Beitia y Martínez reconstruyen una serie de homicidios y lesiones graves, tanto físicas como sicológicas, causados por Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo entre 1973 y 1976. Se escogieron casos tremendos y paradigmáticos, como el secuestro de un contraalmirante por su propio sobrino, los diez meses de calvario en una cárcel del pueblo de otro militar, el asesinato de una criatura inocente en Tucumán, las ejecuciones (por sus ideas o por venganza) de pensadores católicos, un empresario azucarero y un alcalde pejotista, o una espantosa matanza de policías que volvían de la cancha de Rosario Central. Queda probado. El terrorismo de izquierda sí existió en el cono sur de América y causó miles de víctimas. Sin dificultades, el lector puede colegir que el modus operandi de estas bandas de alienados no difería mucho en su esencia del de otras sectas perversas de estos tiempos, como los carteles de las drogas o el extremismo islámico.
A diferencia de esas investigaciones periodísticas de pacotilla que se cocinan en un par de meses, hubo aquí una larga maduración. Como corresponde. Los autores trabajaron el texto durante más de diez años. Entrevistaron a muchas personas, indagaron en colecciones de diarios y revistas, se quemaron las pestañas con una vasta bibliografía.
Hay otra virtud que merece ser destacada. A la prosa no le falta fulgor literario. Ya se sabe que encontrar un libro de historia competente y bien escrito es tan difícil como hallar un político que no mienta. Bueno, acá hay uno. Martínez y De Beitia demuestran habilidad artesanal para el adjetivo justo, y talento para el pormenor curioso. Cada capítulo, además, se relata como si se tratase de un cuento; el suspenso está bien dosificado. Se suceden escenas memorables, como aquel 22 de enero de 1974 en Olivos, cuando el presidente Juan Domingo Perón debía hacerles tragar a los legisladores izquierdistas del Frejuli, como si se tratase de aceite de hígado de bacalao, un draconiano Código Penal antisubversivo. O la primera escaramuza entre el Ejército y el ERP en las forestas del Tucumán. Por cierto, qué siniestras fueron la banda de Santucho y sus minúsculas escisiones. Psicópatas, según la definición de un tal Juan Perón. Ilusos que creían que el campesinado norteño iba a recibir con brazos abiertos a los universitarios porteños, émulos del Che Guevara.
El tema central del libro es el sufrimiento de las familias destruidas por la violencia revolucionaria, familias que hoy se sienten discriminadas, en especial si los muertos son militares. Un vacío escandaloso, según María Victoria Paz. Pero no es un dolor que pretenda impugnar el dolor de las víctimas de la otra barbarie, de la otra criatura del infierno, el terrorismo de Estado. Hace falta aclararlo. Para anticiparse a fanáticos y malintencionados, que en nuestra Patria siguen siendo legión.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno