En la jerga de los servicios de inteligencia británicos, se denominan "caballos lentos" a los agentes caídos en desgracia. A los que metieron la pata hasta el cuadril. Como el caballero Min Harper, que extravió un sobre con información confidencial en la estación del ferrocarril y ese material fue entregado por una ciudadana indignada a la BBC.
Con el propósito de que esos los pesos muertos se aburran y abandonen el barco sin escándalo, el MI5 los confina a una mazmorra administrativa conocida como la Casa de la Ciénaga. Quien entra allí no pierde la esperanza de volver a la acción, pero eso nunca ha ocurrido.
Al frente de las oficinas de castigo se encuentra el legendario Jackson Lamb, una bala perdida que soltó amarras por su propia voluntad después de un largo servicio tras la Cortina de Hierro.
Obeso, desalineado, desagradable en todo sentido (incluso el olfativo), Lamb tiene, no obstante, una mente filosa como el bat"leth klingon. Es el antihéroe de las novelas del prolífico escritor Mick Herron (Newcastle, 1968), quien describe a su criatura como "la viva imagen de Falstaff". Aquí venimos a recomendar la opera prima de la saga Lamb. Caballos lentos (Salamandra, 380 páginas) fue entregada a la imprenta por primera vez en 2010. Acaba de llegar a la Argentina.
EL SECUESTRO
El libro es una agradable sorpresa, dado que resulta muy difícil encontrar una novela de espionaje competente, fuera de los clásicos del subgénero. Es decir, una novela con personajes rotundos, que atrape hasta la última página, tenga un mínimo de verosimilitud y que corra, en parte, los cortinados que nos ocultan un submundo sórdido y clandestino.
Olvídese del agente 007, aquí no encontrará nada con glamour o encanto, ni siquiera un pub que sirva una comida decente. Los escenarios son banales y nauseabundos, como corresponde a una burocracia envenenada por las rivalidades que debe luchar contra los enemigos de la democracia y la paz, y contra toda la ingratitud del hombre de la calle.
El tono de la prosa es de novela policial, con humor negro y dosis de ironía. Con muy buen tino, Herron se demora en plantear el núcleo incandescente del libro. En las primeras cien páginas, describe una galería de espías fracasados, condenados a un miserable trabajo de oficina. En esa tropilla, se destaca River Cartwright, nieto de una gloria del servicio secreto. La caída en el abismo de River es uno de los enigmas del libro.
El entuerto principal es el secuestro en Leeds de un joven de origen paquistaní. Tres chiflados prometen decapitarlo en publico, es decir, vía Internet en el horario de mayor audiencia. Los desesperados de la Casa de la Ciénaga tienen la posibilidad de redimirse resolviendo el caso, pues se vincula con un periodista venido a menos que estaban investigando (otro perdedor). La acción, en el último tramo del libro, no da respiro. No puede decirse una palabra más sin arruinar el efecto sorpresa.
Lo que sí puede revelarse es que Herron plantea a sus lectores que la guerra contra el terror islámico -una necesidad de nuestro tiempo con mala reputación (a menudo injusta)- suele derivar en círculos viciosos, pues las líneas del frente son sinuosas y los agentes, meras piezas en un tablero. Para colmo, los jefes del MI5 -esa bola de culebras- pueden volverse locos y después necesitan "taparse el culo": ..."las normas de Londres proceden de Westminster y en su versión resumida rezan así: "Siempre paga alguien; asegúrate de no ser tu".
La trama -cómo no- tiene algo (malo) que decir de la derecha británica, no sólo de esos energúmenos neofascistas que se la pasan soltando espuma por la boca, sino también del soporte intelectual del Brexit. En 2010 ya se veía venir el torbellino:
"...la corriente está cambiando de sentido. Las personas decentes están hartas de que los zumbados izquierdosos de Bruselas las usen como rehenes, y cuando antes tomemos el control sobre nuestro futuro, de nuestras fronteras...", declama un político muy parecido a Boris Johnson.
Sin embargo, la corrección política nunca llega a estropear una trama, perlada de diálogos acerados (casi lo logra el calé madrileño de la traducción). Esperamos con ansiedad los otros cuatro libros de la saga Jackson Lamb. Tiene Herron el don de la originalidad. ¡Ah!, y al parecer, la Casa de la Ciénaga ya no es una vía muerta.
Guillermo Belcore