John Connolly
Tusquets. Cuentos de terror, 362 páginas.
Depredadores, el gran reto de la humanidad civilizada. Cómo lidiar con la maldad pura, con los semejantes que gozan con el sufrimiento ajeno; que matan por dinero, torturan a un indefenso, ultrajan a un niño incluso. ¿Una inyección letal como en Texas? ¿Encerrarlos por décadas, con la certeza de que cuando salgan todo será igual? ¿Rezar para que nunca se crucen en nuestro camino, cómo hoy en la Argentina? Me temo que no puedo arriesgar una respuesta. En sus novelas, John Connolly (Dublin, 1968) ha creado alguno de los depredadores más espeluznantes de la escritura moderna, pero en este ocasión ofrece una galería de seres con apetitos monstruosos que no son humanos. La vieja y querida literatura fantástica.
El volumen data de 2004. Su columna vertebral son los relatos que Connolly escribió para la BBC, para ser emitidos preferentemente en esas noches de tormenta en las que tenemos la impresión que cualquier cosa sobrenatural puede suceder. Connolly nació en Irlanda pero ha demostrado en estos años una exquisita plasticidad. Ha cultivado el género negro igual o mejor que un nacido en California. Aquí se luce tanto en el pop estadounidense a lo Stephen King o a lo X-Files, como en el más rancio terror gótico inglés. Son en total diecinueve cuentos de agradable lectura. Algunos tienen un dejo borgeano; otros recuerdan a Lovecraft (existen dioses más viejos que el judeocristiano).
'El vaquero del cáncer’ (setenta páginas) narra las cacerías de un simbionte de origen extraterrestre o bien el siguiente paso en la evolución humana: un ser cuya forma física se ha convertido en reflejo de su degradación moral. Contagia tumores fulminantes. La señorita Froon, jardinera de mérito, es también un vampiro de letal eficacia. Hay brujas en Underbury. Entes terroríficos aguardan bajo la parroquia de Chetwyn-Dark, en la residencia campestre de Norton Hall y en el abismo de Wakeford. Cuide a sus hijos. Protéjalos del rey de los elfos y de los payasos de circo. Nunca se reía de un payaso, detestan a los niños y siempre andan al acecho.Guillermo BelcorePublicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno
Sin incurrir en absurdos sentimentalismos, quisiera compartir con los amigos de este blog un magnífico poema de Wislawa Szymborska (Kornik, Polonia, 1923-2012), justísimo premio Nobel de Literatura 1996, que corrobora el dictum de MacLuhan de que "los artistas son las antenas de nuestra especie". Título: Contribución a la estadística.
De cada cien personas,
las que todo los saben mejor:
cincuenta y dos,
las inseguras de cada paso:
casi todo el resto,
las prontas a ayudar,
siempre que no dure mucho:
hasta cuarenta y nueve,
las buenas siempre,
porque no pueden de otra forma:
cuatro, o quizá cinco,
las dispuestas a admirar sin envidia:
dieciocho,
las que viven continuamente angustiadas
por algo o por alguien:
setenta y siete,
las capaces de ser felices:
como mucho, veintitantas,
las inofensivas de una en una,
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro,
las crueles
cuando las circunstancias obligan:
eso mejor no saberlo
ni siquiera aproximadamente,
las sabias a posteriori:
no muchas más
que las sabias a priori,
las que de la vida no quieren nada más que cosas:
cuarenta,
aunque quisiera equivocarme,
las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres,
tarde o temprano,
las dignas de compasión:
noventa y nueve,
las mortales:
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio.
Wislawa Szymborska
César Aira
Ediciones Biblioteca Nacional, Cuentos, 68 páginas
Cuando se afirma que el Estado debe promocionar la cultura, no se trata, naturalmente, de financiar la mediocridad con las escasos recursos públicos, sino precisamente de hacer lo que hizo ahora la Biblioteca Nacional. Recobrar algunos de los mejores textos que ha engendrado la Argentina y ofrecerlos a los ciudadanos a un precio accesible. ¡Tres hurras para la colección Jorge Alvarez! Vuelven del olvido maravillas que había divulgado décadas atrás el mítico editor porteño.
Tres historias pringlenses contiene cuatro relatos (este Aira es un bromista) que nada cuesta definirlos como excelentes y que hacen suponer que el cuento es el terreno más propicio para que se despliegue el talento de uno de los pocos escritores vivos de la Argentina que resulta imprescindibles. Puede que nueve de cada diez novelitas airanas no sean otra cosa que cuentos caprichosamente alargados en función de una discutible aunque eficaz teoría literaria. Pero eso es otro asunto.
Refieren todos los relatos a Pringles, ``ciudad masónica'' de la pampa bonaerense donde la Iglesia `"además de fea y contrahecha, es un trasto inútil'' y que "se ha ganado la fama de `pueblo maldito para la empresa' ya que ningún negocio ha prosperado en él, ni lo hará nunca''. Es una Pringles mítica como la Santa María de Onetti; por lo tanto, Aira nos deleita con una serie de leyendas, parábolas y alegorías, todas delicadas, sutiles y agradables de leer.
Hay una sombra que se apodera del cuerpo de un pobre gaucho. Hay un duelo fascinantes entre cuatreros en medio de la nada. También, una gallina que da huevos de oro y un curita que estafa al obispo para establecer los fundamentos del capitalismo agrario. Toda la enorme producción airana está esbozada en estos cuatro cuentos magnificos. Conclusión: el rescate que dispuso el señor Horacio González es una de las mejores noticias literarias del año.Guillermo Belcore Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.Calificacion: Excelente
El diccionario de Asterión XIII
Análisis de estilos, de influencias y referencias. La crítica literaria honesta suele ser terriblemente cruel y debe ser capaz de acabar con un libro con una frase (el setenta por ciento de lo publicado es basura). No obstante, es prácticamente imposible leer hoy en un diario una crítica negativa. Hay muy pocos críticos que tengan el valor de escribir una crítica demoledora; si no les gusta el libro se limitan a contar el argumento. A esto se considera “políticamente correcto”. Nadie quiere hacerse enemigos.
Esta definición lapidaria pero certera como dardo de ballesta es del gran editor Jaime Salinas (foto). Data de 1998 y refiere a España, pero si se hubiese proferido ayer en la Argentina nadie podría, seriamente, cuestionar su veracidad. "Me inquieta el tono triunfalista de la crítica actual", decía Salinas al periodista Juan Cruz en una charla memorable que acaba de publicar el sello Alfaguara (El oficio de editor, doscientas setenta y ocho páginas). Estoy escribiendo un artículo sobre este libro muy recomendable.
Fogwill
Alfaguara. Novela, 170 páginas
Convertir la Historia en material literario y salir airoso del trance es una condición que delata a los grandes escritores. Tenía ese don Fogwill, el más entrañable integrante de la Tríada de Oro (Aira y Saer son los otros dos). Y lo demostró con esta novela fascinante de 1991 que interpreta uno de los grandes misterios setentistas: ¿Quién es, en realidad, María Estela Martínez de Perón? ¿Cómo fue posible que un formidable conductor de hombres como Juan Perón la haya elegido como compañera sentimental y, finalmente, en la fórmula presidencial? En Argentina -alguien estará pensando no sin razón- ocurren siempre las cosas más inverosímiles.
Con una prosa minuciosa, el libro nos lleva al cabaret más transitado de Panamá. Allí baila una deslumbrante veintiañera. La muchacha argentina casi nunca hace sala, pero no suele rechazar los convites de hombres de billetera abultada, aunque siniestros, como un militar en raudo ascenso, un decrépito hombre de negocios y un aventurero estadounidense. Un compatriota vincula a Estela con el espiritismo. Se llama Sarmiento. Es el cajero del tugurio y nada cuesta identificarlo con otro misterio rioplatense: José López Rega, el brujo infame.
Borges tiene espejos y laberintos, Aira sus miniaturas. Fogwill es otro genio que no dejaba pasar oportunidad para desplegar obsesiones: la navegación, las drogas, el sexo crudo y duro, adornado con parafilias. Su Estela mantiene una relación amorosa con la hija adolescente de Sarmiento y le corta el cuello a un mulato que la había ultrajado, para después sorber el alma del difunto. La trama parece girar hacia lo fantástico, pero el autor es lo suficientemente sofisticado como para ofrecer al lector también una explicación convencional. Aunque quién sabe. Que en 1974 haya llegado a la pesidencia de los argentinos quien llegó, parece obra de un conjuro maligno.Guillermo BelcorePublicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Bueno
William Boyd
Alfaguara. Novela de aventuras, 333 páginas. Edición 2013
Fue Borges quien notó que dos pasiones antagónicas agitan el alma del ingles: la pasión por la legalidad y la pasión por las aventuras. Naturalmente, ambas se ha manifiestado en la buena literatura de la Gran Bretaña, aunque ahora la primera habría mutado en “pasión por violar la legalidad“. Veamos un caso. Con el beneplácito de los herederos de Sir Ian Fleming, se ha lanzado William Boyd, caballero del Imperio Británico, a correr el albur de revivir al agente secreto 007. Y ha demostrado con la primera entrega de lo que se perfila como una larga saga, que existe todavía espacio para la novela de aventuras en el confuso siglo XXI.
Boyd apostó a una amorosa fidelidad con el original, al punto de que desdeña explorar prometedoras líneas argumentales (¿Por qué no plantear que la CIA trafica con heroína, teme perder lectores estadounidenses?). Su James Bond es un sofisticado sibarita, rompedor de reglas, irresistible para las mujeres hermosas, aficionado a los alcoholes, atormentado con pesadillas, que lee a Graham Greene pero con sentido práctico. Un Phillip Marlowe del espionaje. Más parecido a Roger Moore que a la actual versión psicópata de Dan Craig. Por fortuna, la novela no abruma al lector con mil escenas de acción inverosímiles, el típico vicio hollywoodense. Boyd ejecuta una narración límpida, sin aspavientos ni groserías.
En esta ocasión, M encarga a 007 que ponga fin a una guerra civil en un país del Africa occidental, asentado sobre un lago de petróleo. Si es necesario deber asesinar a una suerte de Napoleón negro. Bond lo consigue sin esa enormidad, pero al precio de ser cosido a balazos. Se cree traicionado, por lo que en la segunda parte de la novela nuestro héroe viaja a Estados Unidos a cobrar su venganza. Solo. Contra un espantoso villano desfigurado. Llegar al final del libro a nadie le resultará difícil. Se cumplen satisfactoriamente las reglas del entretenimiento.Guillermo BelcorePublicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Bueno