Este es un blog sobre libros para amantes de los libros y las series. Se rige sólo por el hedonismo de un tal Guillermo Belcore.
sábado, 24 de enero de 2009
Un hombre afortunado
Alfaguara. Biografía, 185 páginas. Edición 2008. Precio aproximado: 50 pesos.
El autor de este libro no puede ser sino un genio. Eleva al Parnaso la biografía, ese género tan fácil de escribir pero tan difícil de hacerlo interesante. La obra contiene momentos de novela, un puñado de historias de vida que se leen como cuentos, meditación filosófica, una aguda exploración de la condición humana. Es posible que cualquier tinterillo pueda bosquejar una semblanza aceptable de Saddam Hussein, pero cuántos literatos son capaces de cautivar con el retrato de un médico de la Inglaterra rural. Un hombre afortunado data de 1967. Por fortuna, se reimprimió con las fotografías de Jean Mohr.
La obra de John Berger (Londres, 1926) desmiente que la gran literatura no pueda ser de barricada. Su marxismo filoso es vivificante. Puede reprochársele cierta tendencia a la generalización, pero los confines más alejados del tema siempre son espléndidos. Conjetura sobre los universales y el valor social. Hasta en los errores resulta seductor.
En esta ocasión, convierte a un concienzudo funcionario en un personaje novelesco. Parangona al doctor John Sassall con los capitanes de Conrad. Berger pinta (ésa es la palabra) la realidad social de una pequeña comarca boscosa y gran parte de la realidad psicológica del responsable de la salud de dos mil aldeanos. La escritura se vale de los colosos. La poética de Browning describe el apetito insaciable de saber. Sartre explica el valor del momento. Gramsci medita sobre si lo humano es punto de llegada o punto de partida.
El libro nos dice que el médico dio respuesta a una necesidad de fraternidad de la gente. Nunca separó la enfermedad de la personalidad del paciente. Tenía el signo de los afortunados: la sutileza. Berger concluye que su amigo era un hombre indispensable. El doctor John Sassall se suicidó en 1981.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno
miércoles, 21 de enero de 2009
Sherlock Holmes. Obras completas.
Del Nuevo Extremo. Tomo II. Precio aproximado: 65 pesos. Edición 2008.
Con Sherlock Holmes ocurre lo mismo que con Aquiles, el de los pies ligeros, el Quijote o el coronel Aureliano Buendía. A duras penas, se acepta que nunca existió de verdad, que es la creación de Arthur Ignatius Conan Doyle (Edimburgo 1859-1930). El personaje ha pasado al cine y al teatro. En una película, el famoso actor John Barrymore representó con tal fuerza a Holmes que algunas personas escribieron al 221 B de la calle Baker pidiéndole ayuda. Hay cientos de anécdotas como ésta.
Un sello local reimprime el llamado canon holmesiano. Leímos el segundo volumen que incluye Las aventuras de Sherlock Holmes, colección de relatos cortos publicada en 1892, y El valle del terror, novela de 1914, donde todo el caso depende de una pesa de gimnasia desaparecida.
Puede que al espabilado lector del siglo XXI las correrías de ese sabueso alto y enjuto, con un cerebro fino como navaja de afeitar, le resulten algo insípidas. Los textos -todo hay que decirlo- son muy desparejos en lo que al estilo y argumento se refiere. Son también el fruto de una era que veneraba la razón. “El ingenio humano debería ser capaz de concebir explicaciones para cualquier combinación de acontecimientos”, alecciona nuestro héroe al bueno de Watson. Más allá del asombro ante el método deductivo, quizás el mayor encanto sea el viaje hasta un tiempo en el que los policías son caballeros, impera la cortesía y un excéntrico solitario puede dedicar una semana de su vida a la cocaína en una solución al siete por ciento sin ser incordiado por el Estado.
Borges escribió: “Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una buena costumbre que nos queda”. A pesar de sus defectos –qué pionero no los tiene, vamos- este libro es muy agradable.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Bueno
lunes, 19 de enero de 2009
Universo Murakami
Estoy leyendo la mejor novela de Haruki Murakami, según opinión casi unánime. Se titula Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y data de 1994. La escribió en Estados Unidos, fue el manuscrito que llevaba en la valija cuando regresó definitivamente a Japón. Son novecientas páginas. Le destinaré una semana de mi vida, una semana maravillosa. Hoy las obligaciones me permiten leer aproximadamente ciento cincuenta páginas por día, siento -empero- que no son suficientes. No haré a tiempo para leer todo lo que ansío antes de que la muerte me encuentre. ¿Se me permitirá seguir en el Cielo?, me pregunto en este domingo tan hermoso. ¿Será Dios tan celoso como mi amada?
Otra duda me asalta. ¿Qué tienen las páginas de Murakami para resultarme tan encantadoras? ¿Por qué -como escribió Borges- esas fantasías me tocan tan íntimamente? Fantasías que siento al mismo tiempo tan familiares y tan extrañas. Se trata, sigo preguntándome, de una preferencia arraigada en mi psiquis más profunda o es la típica mirada arrobada del lector cautivado. ¿Soy yo o la tribu?
Trataré de racionalizarlo. Creo que Murakami me seduce porque pertenece a la raza escogida de narradores capaces de crear un universo propio. Es decir, un artista que ofrece una visión global de las cosas, un estilo inconfundible, una estética personal y una poética. Es la estirpe de Borges, claro, pero también la de Kafka, Faulkner, García Márquez… demiurgos de la gran literatura. La secta de los lectores gozosos se prosterna ante el Talento. Que cada cual elija la divinidad que más le agrade.
De regreso de la casa de mi hijo (casi no lee el muy tunante) he meditado sobre los unicornios del jardín de Murakami. Me he lanzado a enumerar esos elementos singulares que aparecen una y otra vez. He aquí una recopilación provisional: presagios, hondos significados, crítica social, música (jazz, pop, clásica), jóvenes que desafían la seriedad del mundo, whisky, derroteros extraños, agua, historias extravagantes, prostitutas, cortesía, visiones, secretos, gotitas de perversión, una magia que transmite una fuerte sensación de realismo, romanticismo, gatos, sexo, opiniones simpáticas, pájaros, simbolismo, gente que busca su propio camino y un sentido de vida, japonesidad (si es que existe la palabra).
Platon agradecía a los dioses haber nacido en el siglo de Socrates. Yo estoy feliz de vivir en la era en que Occidente descubrió a Murakami.
Guillermo Belcore
viernes, 16 de enero de 2009
Los libros que nunca he escrito
Fondo de Cultura Económica. Autobiografía, ensayo de literatura. Edición 2008. 237 páginas
No deshonra la verdad quien defina a George Steiner (1929) como el sabio humanista por antonomasia. Su erudición es pasmosa. Es un virtuoso de la cita. Su pincelada trae puro ingenio retórico y estilístico. Descuella como crítico, filósofo, maestro de lecturas. Encarna, además, la enjundia del pensamiento centroeuropeo _de clara matriz judía- que para desgracia de la humanidad casi fue exterminado en el siglo XX por los totalitarismos pardo y rojo. Esta trinchera siempre dará una entusiasta bienvenida a las obras de Steiner. Aun, cuando incluyan algún festón desagradable como en este caso.
El volumen incluye siete ensayos. En los seis primeros, el estudioso habla de un libro que tenía esperanzas de escribir pero nunca se animó hacerlo. Por ejemplo, un enciclopedia de las clasificaciones absurdas ("unicornios en el jardín de la razón''). Borges y Joseph Needham hubieran prestigiado ese ilustre inventario. Con tal punto de partida, los textos se ramifican -como siempre- en sublimes conjeturas. Steiner se interroga por qué los chinos no siguieron avanzando en la Edad Moderna , cuál es el origen del antisemitismo; qué es lo que nos distingue de los animales, entre otras conjeturas. En el último episodio, el pensador resume un ideario de más de cuatro décadas.
Ha sorprendido a la crítica el capítulo Los idiomas de Eros. Aquí se reflexiona sobre la interacción entre sexualidad y palabras. Nada puede objetarse a la calidad del argumento y la prosa. Pero sorprende que el eminente maestro desnude sus conquistas amorosas. ¿A quien puede importarle que su amiguita de Viena gustaba de beber la orina del amante? El recurso de la indiscreción resulta perturbador en Steiner, lo he sentido como si mi tío más venerable me detallara sus orgasmos durante una reunión navideña. ¿Senilidad o bien el querido profesor ha depuesto las armas ante la vulgaridad dominante? Como sea, la mácula no llega a estropear una obra muy instructiva y placentera.
Guillermo Belcore
CALIFICACION: Bueno
PD: Estoy muy de acuerdo con la tesis de Steiner de que la riqueza verbal aumenta el goce sexual. No me ha convencido, en cambio, la idea de que cada nación hace el amor de una forma distinta. Me huele a platonismo rancio.
PS: Con lígeras correcciones como la eliminación de la odiosa primera persona, esta reseña se publica en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa el domingo 18 de enero.
miércoles, 14 de enero de 2009
El espejo de Heródoto
François Hartog
Fondo de Cultura Económica. 364 páginas. Edición 2003.
François Hartog (1946), con depurada y rica expresión, desmenuza el íntimo afán de aquél gran viajero y etnógrafo. Su juego es mostrar cómo Heródoto trató de afirmar la identidad griega a partir de la definición del otro, el bárbaro, es decir el primitivo que no puede vivir sin un rey. El corazón de este denso tratado de semántica histórica, hermenéutica y retórica es la relectura de lo textos sobre los escitas, guerreros que hacían servilletas con el cuero cabelludo de sus enemigos. El ateniense necesitaba un nómade, es la premisa secreta.
Los lectores del español, ¡ay!, vivimos casi aislados. El espejo fue escrito en 1980 y se convirtió en la voz más influyente de su generación sobre las antiguas articulaciones de la técnica del espejo. Abrió un sendero de plata no sólo para helenistas, también proporcionó ideas frescas que fueron aplicadas en otros contextos. Hoy, me parece, no ha perdido un gramo de frescura.
Hartog concluyó que, en realidad, el rapsoda de la alteridad no se empeñó para “evitar que los signos de las actividades de los hombres fueran borrados al no ser relatados”. Anheló, más que otra cosa, demostrar a la posteridad el fracaso del régimen despótico. Es que entre atenienses y bárbaros la gran diferencia era de poder. Grecia enseñó a la humanidad para siempre que el tirano es un desorden del universo.
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno (y arduo)
lunes, 12 de enero de 2009
Las respuestas fáciles de J.M.G.
Días atrás concluí El pez dorado. Es la segunda novela que leo del Premio Nóbel de Literatura 2008. Decepción hoy tu nombre es J.M.G. Le Clézio, escribiría si fuese Shakespeare. No he tropezado, ¡ay!, con una narrativa conmovedora, ni siquiera con una urdimbre atractiva como me había ocurrido con Orman Pamuk. Creo infundados los ditirambos (volveré sobre esto) que se publicaron en diarios españoles y argentinos. Se me dirá, ¿puede juzgarse a un autor que escribió más de cincuenta obras sólo con la degustación de dos de ellas? Sí, respondo convencido. El catador no necesita beberse el tonel entero para evaluar la calidad del vino. En todo caso, intentaré no generalizar y referirme sólo a lo leído. Y en todo caso -¿hace falta repetirlo?- La Biblioteca de Asterión no pretende hilvanar una crítica académica sino transmitir experiencias de lectura, sean éstas gozosas o bien frustrantes, como ocurre en esta oportunidad.
En primer lugar, creo que Le Clézio no es un gran estilista. Escribe bien, o mejor dicho, fluido y transparente. Hay alguna imagen bien lograda (“el miedo se deslizaba dentro de mí como una serpiente fría”), pero en conjunto no se trata de una espléndida pluma.
Usa procedimientos pueriles. El pez dorado relata una vida desgraciada. A los seis años, Laila fue raptada de una aldea marroquí y vendida como esclava a una anciana judía. Peregrinó por Rabat, París, Niza, Bostón, Chicago, Los Angeles. Fue vejada, escarnecida, hambreada y maltratada. Pura voluntad de supervivencia y ansias de superación. La música la rescató del abismo. Como la novela está narrada en primera persona, Le Clézio hace acrobacias para adecuar el discurso con el personaje. Pocas veces lo logra. Emplea trucos de cotillón. Por ejemplo, para justificar que la muchacha se presenta en los exámenes libres de La Sorbona nos aclara (cien páginas tarde) que había sido bien educada en la tierna infancia por la abuela judía. Un Premio Nóbel no puede apelar a semejante artimaña.
El propio Le Clézio admite que El pez dorado fue pensado como cuento pero luego cobró vida propia y se le fue de las manos. Se nota. Tiene algo de invertebrado; los tiempos existenciales de Laila están pésimamente distribuidos. Cada nudo es cada vez más corto. El último que me fastidió así fue Federico Andahazi.
LAS IDEAS
Los dos libros que he leído de Le Clézio (La reseña de La cuarentena fue publicada en el blog) pueden ubicarse en el estante de la literatura de tesis. La trama y los personajes se subordinan a la urgencia de una condena o la defensa de un ideal. Estoy casi convencido de que la Academia Sueca privilegió la condición de bien pensante del francés por sobre sus destrezas literarias. Con Borges hizo todo lo contrario. Le Clézio aboga por el mestizaje, las culturas no blancas, la solidaridad con los oprimidos. El machismo, la xenofobia y el colonialismo son apaleados como se merecen. El problema, en todo caso, no es el qué sino el cómo.
La mirada de Le Clézio es esquemática, maniquea, superficial. Los propietarios son malvados; los desposeídos -excepto uno o dos casos- son inocentes y fraternales. El pez dorado ofrece las respuestas fáciles de la ideología, no esa sabiduría deslumbrante que destila la gran literatura. Yo pienso que Harold Bloom tiene razón cuando postula que si tú quieres llegar al fondo del alma humana debes leer a Proust o a Tolstoi no a Foucault o Derrida. Me da la impresión que la obra de Le Clézio es más un producto del espíritu de su época, de su medio cultural que una poderosa voz individual, aun cuando no desconozco su biografía, signada por los viajes.
Por todo ésto, concluyó que Le Clézio -lo que he podido consumir de Le Clézio- es aburrido. No me abrumen más con reediciones. No pienso leerlo más, hay miles de maravillas allí fuera esperándome y me queda poco tiempo. Cuatro décadas si Dios me da salud. Dante conjeturaba que 81 años es una buena edad para morir.
Bueno, rectificó. No pensaba leer hasta ayer a este trotamundos que -quizás por vanidad o esnobismo (“yo lo conocía y ustedes no, ja”)- fue tan alabado en ciertos círculos periodísticos. Sin embargo, La Prensa me encargó hoy otro libro de Le Clézio para reseñar. ¡Auch! Será en febrero, calculo. Ahora estoy con una maravillosa reedición de John Berger (Un hombre afortunado), luego clavaré los colmillos en una reimpresión de Murakami y tengo pendientes dos novelitas de autoras argentinas (por lo que atisbé no muy prometedoras) de menos doscientas páginas cada una, a tono con la moda nacional de evitar el esfuerzo.
Quizás éste totalmente equivocado con J.M.G. El arte es algo mágico, imprevisible. A pie juntillas, creo en lo que Borges llamaba el misterio de la eficacia estética. “Que tienen éstas imaginerías que me han tocado y de manera tan íntima”, se preguntaba el maestro. Este debe ser el punto de partida de cualquier reflexión literaria que pretenda abrir un sendero en la espesura. Hasta los Le Clézios del mundo pueden haber forjado alguna página inolvidable.
Guillermo Belcore
sábado, 10 de enero de 2009
El chino
Tusquets. Novela policial de 471 páginas. Edición 2008.
Está de moda entre los críticos anglosajones valorar una obra por la ambición del autor. Pero no siempre es el barómetro correcto. Henning Mankell, el creador de la saga del inspector Wallander, ha apuntado aquí demasiado alto. En formato de novela policial, ha deseado transmitir una visión personal sobre el ascenso de China. También se propuso, de paso, denunciar el racismo europeo, reivindicar a Mao y a Mugabe, condenar el neocolonialismo amarillo en Africa. Tamaña avidez terminó estropeando la eficacia narrativa.
El hecho primordial del libro es una matanza en la Suecia profunda. Diecinueve personas son torturadas y asesinadas con una espada en un pueblito en trance de desaparecer. La policía se inclina por la tesis del loco solitario, pero la jueza Birgitta Roslin emprende una investigación por cuenta propia. Descubre que la masacre está vinculada con injusticias perpetradas ciento cincuenta años atrás. Es decir, con el secuestro de miles de campesinos chinos para trabajar en Estados Unidos en la prolongación del ferrocarril bajo condiciones de semiesclavitud.
Como novela de ideas, El chino fracasa por su esquematismo y banalidad. Ya lo habíamos notado en J.M.G. Le Clézio, la mala conciencia europea es veneno para la buena literatura. Mankell llega a justificar los crímenes de Mao usando argumentos que podrían ser empleados también para exculpar a Stalin o incluso a Hitler si hubiese triunfado en la guerra. ¿Hambrunas, matanzas, represión brutal a los disidentes? Bueno, son accidentes leves en el ruta de construcción de una potencia mundial. El hombre blanco no tiene derecho a juzgar los procesos de desarrollo en el Tercer Mundo.
En cuanto a la intriga policial (a la sazón lo menos importante), si usted acepta que la ira y el odio pueden transmitirse de siglo en siglo, desde un desgraciado hasta un magnate exitoso, puede que la trama le resulte verosímil. En síntesis, la obra no es más que un híbrido defectuoso aunque, eso sí, bien escrito. Salteándose las peroratas moralistas, no cuesta mucho llegar al final.
Guillermo Belcore
Calificación: Regular
PD: El País de Madrid, diario bastante confiable, considera a El Chino una de las mejores novelas policiales de 2008. Discrepo con toda convicción. Creo que está más cerca de la literatura de supermercado que de la ficción de calidad. Me sorprendió la página 62. Al parecer, en la plácida Suecia también los pibes chorros son un problema nacional. El socialdemócrata Mankell denuncia la indolencia del Estado para vigilar y castigar. Dice textualmente: "¿Cómo hemos podido llegar al punto de que el fundamento de la democracia se ve amenazado por un sistema de justicia deficitario''.
martes, 6 de enero de 2009
After Dark
Editorial Tusquets. Novela de 248 páginas. Ediciòn 2008.
Decía Lovecraft que amaba la noche porque bajo el influjo de la luna aparecen esas criaturas que, por alguna razón, nunca pueden salir de día. Este libro, como si fuese una cámara inquieta, explora la nocturnidad de Tokio. Marca el paso del tiempo un relojito dibujado al comienzo de cada capítulo. Las descripciones son vívidas y las metáforas exquisitas. Hay briznas de realismo mágico. La prosa seduce (aunque la traducción es horrible) y está llena de presentimientos y hondos significados. Haruki Murakami, en todo su esplendor.
El nudo del libro es la relación tortuosa entre las hermanas Mari y Eri Asai. Encontramos a la primera en un bar anodino, absorta en la lectura. Sólo quiere estar en un sitio que no sea su casa. Hasta el amanecer. La segunda chica es una modelo inquietante, pero todo medicamentos, horóscopos y dietas. La vemos sumida en un sueño de terrorífica densidad. La bella durmiente.
Takahashi, un muchacho consagrado al jazz y a sus pensamientos, traba ligazón con Mari. Asoma un romance. La trama se bifurca hacia un oficinista gris que sufre la compulsión de golpear y dejar sin ropas a las prostitutas chinas. La mafia busca vengarse. El tiempo fluye distinto tras la medianoche. El título alude a una pieza musical de Curtis Fuller; pero la novela le debe, quizás, un par de cosas a Después de hora, sublime filme de Martin Scorcese.
El único factor que rebaja la obra es el afán de Murakami por dar mensaje. Bascula entre la lucidez y la sabiduría de pacotilla propia de los libros de autoayuda. Se leen fruslerías como “los buenos recuerdos son el combustible que te permite seguir viviendo”. Uno se siente, por esta vez, inclinado a perdonarlo. Tres hadas (magia, ternura y belleza) arropan el conjunto.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
PD: No es el mejor libro de Murakami, pero es imperdible para quien adore al genial japonés. Yo soy uno de sus entusiastas seguidores.
sábado, 3 de enero de 2009
Turistas
Adriana Hidalgo editora. Cuentos, 156 páginas. Edición 2008.
Con lucidez insuperable, Borges explicó que todos los hombres nacen platónicos o aristotélicos (la idea proviene de Coleridge). Los primeros prefieren los conjuntos y las formas ideales. Los segundos ven en los individuos no lo que tienen en común sino lo que tienen de extraordinario. La señora Hebe Uhart (Moreno, 1936) demuestra en esta prolija colección de cuentos su adhesión al platonismo.
El lector encontrará, en efecto, una galería de personajes típicos. Puede que el libro se haya inspirado en personajes reales como desliza la contratapa, pero las páginas los han fosilizado, convertidos aquí en un estereotipo, allí en una caricatura. Los alemanes, por ejemplo, están obsesionados con los reglamentos o gustan de dar órdenes como un sargento prusiano.
El catálogo, empero, se especializa en el turista paradigmático. El argentino del deme dos, el que quiere mirarlo todo en Nápoles o en la Cordillera para no ver nada, el que destina sus noches a dar la vuelta al perro por la peatonal de San Bernardo. El libro se agota en describir estas mentes pobres y sus berretines, aunque lo hace con gran plasticidad y soltura. Uhart es tan diestra en la tercera como en la primera persona verbal, incluso cuando da voz a una mucama paraguaya o a un plomazo que llegó a la Argentina a bailar tango.
El volumen también incluye una reunión de consorcio más propia de la televisión que de la ficción de calidad, y las divertidas peripecias de un par de necios para editar una revista cultural y para montar un centro interdisciplinario. Fogwill sentencia en la contratapa que Uhart es la mejor escritora nacional. Quizás no sea éste el mejor libro para trabar conocimiento con ella.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
viernes, 2 de enero de 2009
Palacio Quemado
Alfaguara. Novela. 309 páginas. Edición 2008
Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) conectó el calvario de su Patria con un destino individual, signado por la ambigüedad y por la tragedia doméstica. Oscar, el speechwriter, es el protagonista. Se gana la vida alquilando su pluma al mejor postor, está a disposición de gente a quien considera inferior. Su única obsesión es lograr textos impecables. Llega al Palacio del Quemado para servir a un presidente caprichoso que intenta imponer a sangre y fuego un ideario que las masas ya no están dispuestas a tolerar. Al liberalismo puro y duro -como bien sabemos- le ha pasado su cuarto de hora.
La novela está bien escrita y es muy entretenida, excepto cuando se subordina por completo al mensaje. El narrador es el paradigma del blanquito con mala conciencia en un país de castas y odio de clases. El caso del suicidio del hermano de Oscar le permite esbozar, incluso, una teoría sobre el setentismo. Pero lo que hace valiosa la obra es la vivisección de Bolivia, un juicio honesto sobre la imposibilidad de ser, hasta ahora, un país normal y feliz. Que los eruditos forjen sus áridos ensayos para otros; este blog busca el conocimiento entre los literatos. Los artistas son las antenas de nuestra especie, sentenció sagazmente Marshall McLuhan.
Guillermo Belcore
Calificación: Buena
PD II: Quisiera testimoniar mi desagrado con el turismo dentro de casa' que algunos autores infligen a sus novelas para adecuarla al gusto (a la ignorancia) de los lectores extranjeros. He aquí un caso flagrante. Borges notaba que el Corán no necesitó describir camellos.
jueves, 1 de enero de 2009
Adriano
Península. Ensayo de historia, 471 páginas. Edición 2004.
Nadie puede presumir de buen lector sin haber saboreado las Memorias de Adriano. Esa exquisita novela con divagación filosófica es ya un clásico universal. Empero, el emperador absorto en su propia agonía es una persona distinta a la figura histórica. Con una sensibilidad diferente, esta minuciosa reconstrucción intenta aproximarse a la verdad. Llegó a la Argentina en 2004, con ocho años de retraso.
Anthony Birley es un erudito inglés, biógrafo de Septimio Severo y Marco Aurelio. Enamorado del siglo II -“el último de los hombres libres”- rastreó todas las fuentes disponibles para ofrecer un relato coherente del sucesor de Trajano. La investigación es formidable, pero el texto en su afán de ser objetivo, abruma por momentos con datos intrascendentes. Uno termina añorando la magia simpática de Marguerite Yourcenar, capaz de recobrar toda una era desde el mundo interior del protagonista.
El imponente Adriano de Birley son varios hombres. Sorprendió a su época con dos novedades: renunció a afeitarse y enterró la imperium sine fine, ideología consagrada por Virgilio. Ese toque de realismo (comprendió que la política expansionista había llegado a su culmen) casi le cuesta la vida. Empero, sus reformas militares endurecieron las legiones durante más de un siglo. Se imaginó un nuevo Pericles, aunque el filohelenismo derivó en una brutal carnicería de judíos. Le gustaba también ser comparado con Numa Pompilio, el sucesor pacífico del guerrero Rómulo. Su memoria fue prodigiosa y era capaz de marchar 32 kilómetros con armadura. Admiró a Epicteto y adoró la caza, la astrología y la arquitectura. Celaba hasta la crueldad a los especialistas en cualquier materia. Fue un viajero infatigable. Su amor desmesurado por el joven Antinoo resulta conmovedor.
Indro Montanelli definió a Adriano como ”el más grande emperador de la Antigüedad''. Algo en él seguirá fascinando a las generaciones.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento Cultural del diario La Prensa.
Calificación: Bueno
PD: Este ensayo ya está en las mesas de saldos de Buenos Aires. Lo vi en Caballito a 12 pesos. Una compra muy recomendable para quien -como yo- adora la historia de Roma. Atesoré algunos adorables latinismos:
* Genus ad portas
* Fervet opus
* Ego sum qui sum
* Genus vatum
* Odi profanum vulgus
* Peregrinatio suburbina