Tusquets. Cuentos, 344 páginas
Entre otras virtudes, Haruki Murakami (Kioto, 1949) tiene la capacidad de reflejar la nausea contemporánea que abate a los países desarrollados. ¿En qué consiste? Hastío con el pragmatismo. Trabajos aburridos, puras repeticiones. Ausencia de un sentido de vida. Fatiga de consumir. Necesidad de fantasía. Estados de insatisfacción en medio de la prosperidad. Como el que se describe en la página doscientos cincuenta y tres de este volumen:
``Me siento abatido sin saber por qué, atrapado una vez más en una oscuridad psíquica, en una especie de gelatina de café‚ turbio que cae sobre la población. Fachadas sucias de edificios sucios, multitudes sin nombre, un ruido incesante, coches atrapados en un atasco sin fin, el cielo encapotado, anuncios llenando el vacío, deseos, resignación, inquietud y estímulos. Ahí cabe todo, infinitas opciones e infinitas posibilidades reducidas todas a cero. Todo al alcance de la mano, pero al final sólo conseguimos ese cero. Eso es la ciudad''.
La ciudad es el lugar donde nunca debíamos estar, dice más adelante el protagonista de uno de los diecisiete cuentos que Murakami -el eterno candidato al Premio Nobel- entregó a la imprenta en 1993. Para quien no conoce al literato japonés, no es éste el texto indicado para empezar; pero tampoco es el peor de sus trabajos. Incluye cuatro o cinco relatos muy buenos.
Es el caso de 'Asunto de familia', donde da voz a un tarambana que usa la ironía para agobiar a su hermana como un samurai esgrimía su katana. O `El elefante desaparece', en el que Murakami -genial renovador del realismo mágico- satisface cabalmente las demandas de nuestra imaginación pueril, pero con tal sutileza que la resolución fantástica puede tener también una explicación natural. `El comunicado del canguro' demuestra otra cualidad murakiana: el giro estremecedor. El cuento parecía una soberana estupidez, hasta que de pronto nos percatamos que el narrador es un peligroso psicópata. Si un día dejamos de dormir, nuestra conciencia se expandirá hasta el infinito, es el tema, inquietante, de `Sueño'. El didactismo está bien desarrollado en `Silencio' y `Un barco lento a China'. Aquí y allá, como flores que alivian un paisaje pedregoso, tropezamos con un dominio retorcido de la metáfora, otra seña de identidad del demiurgo nipón. Vean lo que es capaz de provocar una tempestad:
``...un anuncio metálico alargado se doblaba noventa grados una y otra vez como si fuera un adicto irredento al sexo anal...''.
Un dato intrascendente: El primer relato se convirtió, como el correr de los años, en un fragmento de acaso la mejor novela de Murakami: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (pincha acá). El resto de los cuentos apenas mueve las agujas del vúmetro. Como dice el narrador japonés, "hay cierta nobleza en lo imperfecto, sin embargo la imperfección es difícil de soportar''.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Regular