Grupo Norma. Novela, 367 páginas. Edición 2011
Afirmar que estamos ante una novela de ideas es quedarse corto. Es algo más retorcido y ambicioso. Todo se subordina al mensaje, a la bajada de línea, a la compulsión por opinar, adoctrinar, denunciar. El libro, por cierto, es absolutamente consustancial con el espíritu de la época, pero este blog siempre ha preferido no evaluar las creencias de cada uno, en este caso del polígrafo José Pablo Feinmann sobre el "poder exterminador" en los horribles años setenta. Esta trinchera prefiere aportar juicios estéticos. Y es en el terreno de la estética donde La crítica a las armas (publicada por primera vez en 2003) hace agua por los cuatro costados.
Feinmann se ufana de no corregir sus textos, pero aquí pretende atajar a los críticos. En la página ciento treinta seis, establece que no le preocupan "el ritmo del relato, la línea de la exposición ensayística, la repetición de ideas o frases ya explicitadas, la maldita estética en todas sus formas''. Recurre a Adorno: "Imposible escribir bien, literariamente hablando sobre Auschwitz; debemos renunciar al refinamiento si queremos permaner fieles a nuestros instintos". ¿Por qué entonces proponer una novela? ¿Y el lector qué? Esa sufrida entidad platónica debe soportar redundancias, la trama agujereada con soflamas, párrafos hinchados con palabras feísimas (celebremente, ajenidad, tragicidad), cacofonías, metáforas pueriles, la manía de ser didáctico y de amonedar conceptos filosóficos. Los personajes estereotipados y las combinaciones imposibles ("culpabilidad irrestañable", "pajero proscripto y gozoso", "universo licitacional", "chupón inobjetable") recuerdan al peor Arlt. Como no ofrece sorpresas ni belleza, el libro suele hundirse en el tedio. Abruma.
Todo es política.
Someto a consideración de los amigos de este blog el primer párrafo:
"Hoy, 21 de octubre de 2002, Día de la Madre, para festejarlo con rigor, para festejarlo como años debí haberlo festejado, para festejarlo como nunca me atreví a festejarlo, para terminar con en esta relación ni abominable ni demoníaca sino estúpida, agobiante, estúpida que nos une desde siempre, para que nunca más haya para vos ni para mí otro Dia de la Madre, para todo esto, hoy, voy a matarte, mamá".
Al diario Página 12, Feinmann explicó (¡cuídate de las novelas que necesitan explicaciones!) que como la neurosis del protagonista es una compulsión repetitiva, tomó la decisión de "repetir, hasta volver loco al lector, palabras y oraciones". El único efecto que provoca el artificio a quien esto escribe es el de un texto mediocre. El procedimiento se usa hasta el hartazgo.
El frágil soporte del andamiaje ideológico de Feinmann es la historia de Pablo Epstein, montonero arrepentido, filósofo y ensayista. Pablo es el alter ego del autor que -según su propias palabras- ha querido ajustar cuentas no sólo con la monada social (el pueblo cómplice de los militares; el loco de Santucho) sino también con su familia. Se lo considera el libro más autobiográfico de Feinmann.
Epstein llega al asilo para asesinar a la mamá nonagenaria. Evoca su travesía intelectual, económica y militante. Juzga a los años de plomo desde el púlpito de la superioridad moral. Como se dijo, los hechos son de lo menos. La máquina de opinar, con una potencia admirable, devora la historia.
Guillermo Belcore
Calificación: MALA
PD: Nadie debería infligirle a una novela una frase como ésta: "Si la condición de posibilidad de relato sobre la madre es la muerte de la susodicha, yo, al matarte, soy el creador del relato y su condición de posibilidad" (pag. 69).
PD II: Hoy sólo quisiera refutar una de las conjeturas de Epstein-Feinmann: "el sexo es insustancial".