domingo, 16 de octubre de 2016

Las chicas

Por Guillermo Belcore

El subgénero chick lit es una moda intrascendente (¿hay alguna que no lo sea?) que ha pretendido recorrer el mundo secreto que habitan las menores de treinta. Hasta donde uno sabe, no engendró ni una sola obra memorable. Sólo animalitos defectuosos, adocenados, planos como los dibujitos animados. Hasta que llegó el glamoroso debut artístico de Emma Cline (Sonoma, 1989). Al fin, una sonda formidable arrojada a las profundidades psicológicas de las adolescentes, a ese delicado hervidero de amor.

"Pobres chicas. El mundo las engorda con su promesa de amor. Cuánto lo necesitan y qué poco recibirán jamás la mayoría de ellas. Las canciones pop empalagosas, los vestidos descritos en los catálogos con palabras como "atardecer" y "París". Y luego les arrebatan sus sueños con una fuerza violentísima; la mano tirando de los botones de los vaqueros, nadie mirando al hombre que le grita a su novia en el ómnibus", se establece en Las chicas (Anagrama, 336 páginas).

La señorita Cline, discípula del gran Richard Ford, indaga no sólo en el tormentoso camino a la madurez -con su sensibilidad hasta la locura- de las mujeres. En su primera novela, también ha colocado sobre la mesa de las autopsias al espíritu loco de fines de los sesenta. Viajamos a California, a tiro de piedra de San Francisco, un edén con la mayor densidad de chiflados del planeta. El antiquísimo rostro de la herejía emerge entre los vapores de la marihuana y de los alucinógenos. Gurúes tan carismáticos como peligrosos avivan el deseo perverso de fundar un nuevo tipo de sociedad, de arrojarse a la corriente de agua más rápida. Disparates, que se consumen como verdades reveladas, cunden por doquier. Comer carne es comer miedo y comer miedo, engorda. Imágenes aztecas cuya mera contemplación te vuelve más inteligente. Los illuminati se comunican entre ellos por medio de los billetes de un dólar.


EN LA SECTA


En ese ambiente de estupidez y credulidad infantil, hay una chica que demanda lo que demandan todas: atención, afecto y pertenencia. Encuentra un sucedáneo de la solidaridad en una secta roñosa y diminuta, que comanda un tal Russell, un vaquero repulsivo, explotador y resentido, pero con un discurso (¡ah, el misterio de la voz humana!) con el magnetismo suficiente como para atraer a una harem de chicuelas y a una estrella del rock. Evie Boyd evoca ese verano inolvidable, esa experiencia decisiva de sus años mozos, ese hecho capital que define toda una vida (sólo hay uno para cada persona, según Sartre). 

La novela va y viene en el tiempo. Del presente a 1969, año en que la secta de Russell perpetra una matanza, que se narra con un desapego y una destreza admirable. Al parecer, Cline ha querido reinterpretar las tropelías de Charles Mason y su feligresía, ""dócil como monos de laboratorios drogados"". ¿Es raro que la gente ame a unas criaturas que pueden hacerle daño?, nos recuerda la autora.

Algo hay que decir de la prosa. La debutante Cline (¡recibió dos millones de dólares por su manuscrito!) demuestra, sin dudas, talento chejoviano para los caracteres. Algunos párrafos relumbran como si un artesano le hubiese aplicado un cromado, pero nos escupen en la cara algunas combinaciones imposibles, por lo feas. Nos resulta imposible dilucidar si la culpa es de la impericia de la escritora o de la traducción. Verbigracia: "vacío estrellado", "popurri revenido", "nerviosos apartes".

Básicamente, la potencia estética de la novela surge de la fuerza de la trama y del talento para descifrar los misterios de la adolescencia y de los sectarios. La lectura siempre es grata y absorbente. Se trata de una historia de perdedores. Y perdedoras. Se puede colegir que las mujeres jóvenes hambrientas de amor -que creen que sólo los sentimientos son fiables- son la especie más desdichada del universo.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno

lunes, 10 de octubre de 2016

El fin de los días

Estableció Jorge Luis Borges: “…No esperes que el rigor de tu camino/ que tercamente se bifurca en otro,/ que tercamente se bifurca en otro/, tendrá fin. Es de hierro tu destino…” La idea del poema Laberinto se prolonga en un magnífico cuento. El Jardín de senderos que se bifurcan nos recuerda que cada destino abarca todas las posibilidades. Fue A, pero pudo haber sido B. ¿Qué hubiera pasado si?… es un ejercicio intelectual fascinante, ya sea aplicado a nuestra propia vida o a la Historia. La escritora Jenny Erpenbeck (Berlin Oriental, 1967) usa los contrafactuales como procedimiento de una novela que el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania ha querido promocionar en la Argentina. La fórmula, a la sazón, es lo mejor de El fin de los días (Edhasa, trescientas siete páginas).

La señora Erpenbeck ha encerrado en su libro casi cien años. Desde fines del siglo XIX hasta la estrepitosa caída del Muro de Berlín. Viajamos a Brody, ciudad fronteriza de la extinta Galitzia Lodomeria, el confín del Imperio Austrohúngaro. Una familia mixta es golpeada por la tragedia, muere su bebita. El padre, funcionariogoy de la escala más baja, huye a América; la madre, judía, se deshonra en la prostitución. En el segundo capítulo, la niña no muere. Todos dejan la provincia oriental para intentar salvarse en Viena, como en un gran banco, sin sospechar que ese barco estaba empezando a hundirse. La Primera Guerra Mundial ha concluido con el colapso de las Potencias Centrales y cunde en Austria el hambre y el antisemitismo. La niña crece y se hace escritora revolucionaria. Emigrará años después a la Unión Soviética con su marido. Serán dos víctimas más de un paranoico llamado Stalin. En el Libro IV nuestra chica sobrevive por un pelo a las purgas, se convierte en una heroína de la República Democrática Alemana, pero poco antes de alcanzar la sexta década de vida la camarada H se rompe el cuello en un accidente doméstico. En el tramo final de la novela, la señora Hoffmann no se resbala en la escalera y puede asistir, con noventa años de edad, al derrumbe del mundo comunista. Ingenioso, ¿no? El azar rige nuestra endeble existencia.

Los giros argumentales, en verdad, rescatan una novela fragmentaria, pueril por momentos, cuya prosa no se destaca por su belleza ni por su sabiduría. No hay mucho que subrayar por aquí. Es verdad que Erpenbeck conserva esa espléndida pasión centroeuropea por desmenuzar la carga de la Historia, pero lo hace sin brillantez.  Además, incurre en una de las tecniquerías más desafortunadas: el goteo de frases. Al margen de la forma, no puede dejar de elogiarse la descripción de la crueldad y estupidez de los regímenes comunistas. Al igual que en la Argentina que ha concluido en diciembre, en Moscú o Berlín oriental “las palabras hace mucho que ya no eran del todo reales, como un paquete de harina o un par de zapatos, han fracasado, además de ser totalmente insostenibles desde el punto de vista económico”.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular



miércoles, 5 de octubre de 2016

El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad

G.K. Chesterton

Lohle-Lumen, 235 páginas. Edición 1996. Ensayos de filosofía y arte.

Hay que leer como niños. ¿Qué significa esto? El lector debe establecer de inmediato su derecho directo y divino a disfrutar la belleza, sin retóricas ni preguntas que surgen de las falsas moralidades y filosofías. El niño lleva en su cabeza una definición correcta y completa de la función del arte y su naturaleza; con el agregado de que es completamente incapaz de decir, siquiera a sí mismo, una sola palabra sobre el asunto. Se trata de introducirnos en el propio y legítimo reino de la imaginación.

El lector perspicaz habrá deducido que éste principio de toda crítica de arte sana proviene de Gilbert Keith Chesterton (Camdem Hil 1874-1936). El principio sostiene la necesidad del lector (el televidente o el observador) de abandonarse a esa condición espiritual -o intelectual si se prefiere- de “admiración combinada con la serenidad total de la conciencia en la aceptación de las maravillas”. Implica lo que siempre hemos postulado en este blog: la lectura hedonista, alejada de cualquier moral (falsa) o prejuicio estético.
Es raro que un moralista católico de principios del siglo XX se pronuncie por el hedonismo. Pero es que Chesterton fue un bicho raro. Fue un católico inglés, lo que implica moderación y talante democrático. Fue una especie de santo y de sabio, que ofreció una cantidad de buenos argumentos a favor de tolerar y promover la religión en el atolondrado mundo moderno, suficientes como para llenar una catedral. Fue un escritor brillante y un polemista formidable. Fue un esteta cabal que creía conveniente ornar los textos con paradojas para sorprender y persuadir. Por otro lado, si hay un populismo que uno podría suscribir sin problemas aún hoy es el de Chesterton. Es el populismo que defiende al hombre común y a ciertas tradiciones frente a las elites de todo tipo (especialmente los intelectuales) y frente a ciertos modernismos.

Cada una de estas virtudes chestertonianas dicen presente en un librito publicado en 1996. Gracias al Cielo, lo encontré en una librería de viejo frente al Parque Centenario. Lo devoré con la avidez y la fruición con que un náufrago se sacia de agua y alimentos. El hombre común pide a gritos su reimpresión.

Cualquiera de los cuarenta y cuatro miniensayos que contiene el tomo da pie para una reflexión. No quisiera abrumar. Basta mencionar algunos de los temas que aborda un pensador esencial: la risa, Shakespeare, Henry James, Dickens, el Doctor Johnson, Tolstoi, Walter de la Mare, Nietzsche, los peligros de la nigromancia, el nacimiento de la religión de la raza, la necesidad de una educación cristianismo, el patriotismo, la primacía de las novelas policiales por sobre las obras de filosofía, la vulgaridad y el vandalismo, qué hubiera pasado si Juan de Austria se hubiera casado con la reina María de Escocia…

Notó Chesterton algo que los poetas han sabido desde siempre: el lenguaje encomiástico es tremendamente limitado. Por eso, añadamos un último elogio a la reseña. Leer a Chesterton causa una enorme felicidad.
Guillermo Belcore


Calificación: Excelente


PD: Naturalmente, no es él unico libro de Chesterton que este blog recomienda:
http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2014/03/la-era-victoriana-en-literatura.html 
http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2010/10/la-sabiduria-del-padre-brown.html