sábado, 14 de mayo de 2022

Noches de la antigüedad


En el Canon occidental, fiable guía de lectura superior, se aconsejan sólo tres novelas de Norman Mailer (1923-2007). Una de ellas es Noches de la antigüedad, uno de los textos más singulares y exigentes de la literatura estadounidense moderna.


Hizo bien el cascarrabias de Harold Bloom. Noches de la antigüedad -entregada a la imprenta en 1982- es un libro poderoso, sublime y brutal a la vez, como "la mortaja de Osiris y el rastro de Ra". Mailer tardó diez años en concluirlo.


Tuve la fortuna de encontrar un ejemplar usado en una librería de Mar del Plata, editado por Emecé en 1984. Son 597 páginas torrenciales, una de las experiencias más intensas de lectura que pueda imaginarse, aunque como todos los torrentes también arrastra muchas inmundicias, como la sodomía más bestial, el canibalismo o el excremento como centro de la brujería. 


Advertía Bloom hace cuarenta años en una reseña publicada por el The New York Times

"Nuestra energía literaria más conspicua ha generado un libro que desafía los estándares estéticos habituales, incluso cuando se ubica más allá de cualquier idea convencional sobre el bien y el mal". 

En otras palabras, es una creación compleja que pone a prueba no sólo nuestra inteligencia y cultura adquirida, sino también nuestro estómago. No es para flojos ni para apresurados.


HACE TIEMPO Y ALLA LEJOS


Mailer, el niño rebelde, nos lleva al incestuoso Antiguo Egipto. Al fin de la Edad de Bronce, mil trescientos años antes de Jesucristo. Une el reinado glorioso de Ramses II con la mediocridad del Noveno de los Ramses. El hilo conductor son los cuatro nacimientos de Menenhetet I; el ilustre súbdito descubrió el secreto de la transmigración de las almas de boca de un esclavo judío, quien a su vez lo aprendió del mago Moisés.


El núcleo incadescente de la trama es una noche maravillosa en Menfis en la que, después del banquete más exquisito, Ramses IX, sediento de sabiduría, ordena al médico, ex general, (y secreto profanador de tumbas) que narre sus cuatro vidas. Están presentes otras tres personas: el Sobrestante del Arca de los Cosméticos del faraón; su esposa Hazfertiti (y media hermana); el hijo de ambos, Menenhetet II, biznieto del noble, que cumple en la novela -ya muerto- la función de narrador.


Menenhetet, el Viejo, evoca hechos portentosos, sobre todo de su primera vida. Como la batalla de Kadesh, el choque de carros más importante de su era (en el sur de la actual Siria) cuando brilló como auriga de Ramses II. O su labor como Guardían del Jardín de las Recluidas, el harén con cien reinitas, "que se entregaban con devoción al cuerpo del faraón como si estuvieran rezando a su lado en el templo, con lenguas que no se importunaban".. O sus amores tempestuosos con la reina Nofretari... 


El libro reconstruye o fabula tres civilizaciones: la egipcia, la fenicia y la hitita. Recorremos Menfis, Meggido, Tiro y Kadesh. Visitamos el templo de Amón, las minas de oro de Eshunarabid, y la cama de la puta secreta del rey hitita. La segunda parte (El libro de los dioses) podría describirse como El Genésis de la mitología egipcia. Otro pasaje impresionante es la representación del Mundo de los Muertos.


En la segunda vida, Menenhetet fue el más joven Sumo Sacerdote de Tebas. En la tercera, hijo de la meretriz Nub-Uchat, encargado de un burdel y luego acaudalado hombre de negocios que amasó su fortuna con la exportación de papiro a los portencias rivales de los Dos Reinos de Egipto. En la cuarta, logró conservar su fortuna y fue miembro de la nobleza. Es una concatenación triste. Al fin y al cabo, el alma nunca consiguió lo que buscaba en sus cuatro existencias. Ciento ochenta años de soledad.


Vale mencionar que el contenido se organiza en siete partes, porque siete son nuestras almas: Ren, Sejen, Ju, Ba, Ka, Jaibit y Sejú. Es decir, mi nombre, mi poder, mi ángel, mi corazón, mi doble, mi sombra y mis restos. Algunas van al cielo; otras al infierno.


UN ESCRITOR AUTENTICO


Algo hay que decir, siempre, del estilo. Mailer es (era, perdón) un auténtico escritor. Construyó catedrales de palabras. Trabajó aquí con esmero los párrafos hasta que relumbraron como "el crepúsculo sobre el Nilo que acude al sonar del cuerno del sacerdote"...


Como se ve, los embelleció con metáforas que respetaban el marco histórico. Una acción es "oscura como la sangre que se seca en la arena después de una guerra". Un embrujo, "poderoso como la voz del faraón". Un ambiente "desolada como un mercader a quien le han robado la caravana y se ve desnudo bajo la luz de la luna...".


A pesar de su tono de impudicia, de su sensualidad depravada y de un comienzo algo confuso (uno tarda en armar el rompecabezas), Noches de la antigüedad es una obra muy recomendable. Se trata de Alta Literatura: su imaginería es "embriagadora como una noche en que uno está dispuesto a todo"... Nos reconcilia con la idea de que las personas a las que nos agrada leer novelas sólo debemos invertir el escaso tiempo que el El nos ha concedido en el disfrute con esas producciones oceánicas, alarde de erudición global y ambición artística, que encierran un mundo y una época. Como las que componía Norman Kingsley Mailer.

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

lunes, 2 de mayo de 2022

La aventura de pensar





El periodismo como profesión da algunas satisfacciones. Una, no menor, es el orgullo de descubrir que lo que se escribió años atrás no ha sido condenado por el tiempo, el más imparcial de los jueces. Que un texto no haya perdido un gramo de vigencia también debe ser motivo de gozo para un pensador de fuste como Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942). ¡Y qué mejor reconocimiento que un sello se anime -la edición siempre es una apuesta arriesgada- a reimprimir sus creaturas! 

Emecé acaba de publicar, en efecto, un volumen que reúne ensayos enteros que Kovadloff compuso desde los ochenta hasta 2018. La antología se nutre de nueve libros y se titula La aventura de pensar (554 páginas). 

Se trata de un libro de Alta Filosofía, por ende no es para lectores con prisas. Puede que la prosa resulte algo monótona; no tiene la belleza de un George Steiner, una de sus influencias primordiales. Puede también que sobren palabras y, al principio, tropezamos con cierto abuso del calembour (ese ripio que tanto incomodaba a Borges). Pero las virtudes del contenido son muy superiores a los defectos de la forma. 

Kovadloff es un erudito de la cita, siempre pertinentes e inspiradoras. He aquí un libro que se recomienda leer con un lápiz en la mano. También es un fino crítico literario. Montaigne, Rimbaud, Maquiavelo, Pablo de Tarso, Camus, Descartes, entre otros, no escaparon a su ojo atento y su mente prodigiosa. 

Nos ofrece el autor, pues, una síntesis de altísima calidad e infrecuente profundidad de su evolucíon intelectual, consagrada a las mejores causas. La obra exhala arrojo cívico. ¿Hace falta recordar que Kovadloff es un paladín de la República, un tenaz adversario de la cultura autoritaria? 


Los esbirros de Cristina con título universitario deberían leer con atención la sugerencia que se formula en la página treinta y cuatro: 

 "...Cuando un intelectual asume el compromiso de la militancia partidaria en un contexto como el latinoamericano, debiera empeñarse a fondo y ante todo combatir el autoritarismo vigente en sus propias filas, es decir todo lo que en ellas compromete el afianzamiento de la democracia". 

Lo escribió Kovadloff en 1990. 

EL SILENCIO ELOCUENTE 


Frente a lo que no se puede nombrar es mejor quedarse callado, advertía Wittgenstein. Por fortuna, S.K. no ha prestado atención al dictum. El segundo libro resumido es una espléndida meditación sobre el silencio. Toma cuatro experiencias para consignar su trascendencia: poesía, amor, música y pintura.

Podría hacerse un pequeño diccionario con las precisas definiciones del filósofo. Página ochenta y uno: Poeta es aquél que "que ha sido inspirado, convocado para infundir forma, es decir contenido discernible, a lo irreproducible por él escuchado"... "poeta no es quien sabe emplear el idioma, sino aquel que se muestra apto para desembarazarse del uso corriente del idioma...". 

En el compendio de Lo irremediable: Moisés y el espíritu trágico del judaísmo -un viaje al corazón de uno de los tres grandes monoteísmos- encontramos una sagaz conjetura. El autor postula que la primera referencia a la "solución final del problema judío' en la vida intelectual alemana la encontramos en los escritos juveniles de Hegel. Es decir, hay ahí una minuciosa y terrible justificación del antisemitismo exterminador. Algo podrido estaba cocinando el pueblo alemán a principios del siglo XIX. 

Podría escrbirse otra media páginas con los hallazgos filosóficos y estéticos de la vasta obra de Kovadloff. No obstante, para no abrumar, y para dar al lector una idea cabal de la variedad del tomo, baste con mencionar otros temas magníficamente tratados: Elogio de cierta rutina, ¿Progresa el arte?, El enigma del sufrimiento, Retrato de la alegría, las Madres de Plaza de Mayo, La vejez, drama y tarea, Socrates y el profeta. 

En la página doscientos diecisiete, el ensayista republicano se empeña en rescatar un apego, fruto del interés intelectual, no de la curiosidad que siempre será nómade: "Releer es insistir, persistir, demorarse, volver a preguntar y querer llegar al fondo. Un hábito, en suma, hostil al entretenimiento frívolo y a la estética del relax". Y añade: "Acaso una buena definición de los clásicos sea ésta: autores que merecen ser releídos"

Atentos a la descripción del párrafo anterior, no sería erróneo afirmar que los ensayos de Santiago Kovadloff son ya un clásico.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultural de La Prensa.

Clasificación: Bueno