Por Guillermo Belcore
Este es un balance provisional, debo aclarar. Tengo en la mesita de luz, tres obras extraordinarias que me permitirán ver el crepúsculo del año de color dorado. Sin duda, no tenemos los lectores apasionados de qué quejarnos. Siguen llegando a la Argentina textos sublimes; sus precios, son harina de otro costal, en esta era de inflación desquiciada (y de incompetencia gubernamental para moderarla) muchos libros se han convertido -¡ay!- en objetos suntuarios. Tengo en la mesita de luz los diarios de Claretta Petacci, la amante favorita de Mussolini y dos novelas que supongo excelentes: El cementerio de Praga de Umberto Eco y El sueño del celta de Mario Vargas Llosa. A pesar de estas ausencias, procuraré redondear conclusiones, transmitiré las más dichosas experiencias de lectura y haré hincapié en la más notoria decepción. Comienzo proclamando a los cuatro vientos que Contraluz de Thomas Pynchon es la mejor novela de 2010.
El año en que murió Salinger, he podido -gracias a Dios- asimilar algo más de cien libros. Dos por semana; es un número hermoso. La lectura me ha proporcionado momentos de gran felicidad, pero no me ha hecho mejor persona, mejor ciudadano, mejor amigo o mejor amante. A lo sumo, la lectura permite administrar (quizás no sea el verbo más apropiado) nuestra soledad. Porque sí hay algo de lo que estoy seguro es que estamos solos (aun los que tienen la dicha de tener alguien en casa), solos con nuestros terrores, nuestras secretas apetencias, nuestra callada desesperación.
El año en que murió Fogwill, leí no menos de quinientos cuentos. El goce ha sido parejo al que me proporciona la novela oceánica, mi especie favorita. Agradezco a Edhasa por los cuentos completos de Thomas Mann, a Alfaguara por los cuentos completos de Vladimir Nabokov, y a El Aleph por todos los relatos breves de Primo Levi. Amigo, amiga, no pretendas que se te llame lector, lectora, si no tienes estos tres gruesos volúmenes en tu biblioteca. Siempre podrás consultarlos, cuando te preguntes que diantres significa Alta Literatura. Léelos y te aseguro que podrás distinguir el trigo de la cizaña.
En el universo del texto breve, también he disfrutado a Tobías Wolff, a Turgueniev, a Fabio Morabito, a Maupassant, y a Chesterton. Comprobé, por lo demás, que la canadiense Alice Munro es infinitamente más merecedora del Nobel de Literatura que la alemana Herta Müller. ¿Cuándo se lo piensan dar? Entretanto. hallé un tesoro: la indoestadounidense Jhumpa Lahiri.
El año en que Suecia, por fin, homenajeó como corresponde al magnífico Vargas Llosa, concluí no más que una decena de obras argentinas publicadas en 2010, y de otras tantas no pude pasar de la página veinticinco. Tuve el infaltable encontronazo con un escribidor arrogante que no pudo soportar que su producto recibiera un inofensivo garrotazo, en lugar de la lluvia de elogios al que le han acostumbrado sus amiguetes. Y me pegué un buen chasco con el pseudo policial de Ricardo Piglia. Honestamente, no le he encontrado a Blanco nocturno ninguna razón artística que sustente las alabanzas desaforadas que recibió en la prensa argentina y española. Para mí, lo mejorcito Made in Argentina fueron Doberman de Gustavo Ferreyra y Norep de Omar Genovese. Nada más; triste es decirlo. Me regocijé, empero, con las reimpresiones de Victoria Ocampo, Manuel Gálvez, Fogwill, Roberto Arlt y Arturo Cancela.
El año en que el portugués perdió a su mejor diamante, (Don José Saramago) me atiborré de literatura brasileña. ¡Tres hurras por el Mercosur! Brasil, potencia en ciernes, sigue financiando la traducción y edición de obras de ayer y de hoy muy recomendables. Préstenle atención, queridos interlectores, a Ronaldo Correia de Brito, Graciliano Ramos, Clarice Lispector, Dyonelio Machado; y cierren sus ojos frente al insoportable Paulo Coelho. Mono viejo no sube a palo podrido.
Un parrafito, por supuesto, debo dedicar a la literatura de género, tan sabrosa para mi insaciable líbido como lo es la ficción de calidad. Me sorprendió una brevería de ciencia ficción proveniente de la lejana y admirable Nueva Zelanda (Génesis). Me imantaron los dedos los policiales de Don Winslow, Qiu Xiaolong, Asa Larsson (gracias Gabrielaa), Arnaldur Indridasun y Harlan Coben. Las reseñas de los libros de los dos primeros las publicaré en enero, pues antes deben aparecer en La Prensa. La novela de espías, finalmente, encontró en Olen Steinhauer un hábil hacedor.
En el plano de la no ficción, puedo recomendar con los ojos cerrados (o mejor dicho, bien abiertos), las biografías de Barack Obama, Joseph Goebbels y Heinrich Himmler. Muy instructivos me resultaron los ensayos de Michitaro Tada, Abelardo Castillo, William Shirer, Joseph Stiglitz y Zygmunt Baugman. Honoré de Balzac, por cierto, me hizo reír a carcajadas en un bar de mala muerte de Parque Avellaneda, acaso el más feo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los parroquianos me miraban como a un orate. De Karl Kraus aprendí que el tono combativo pero de estilo exuberante es el que mejor le sienta al blog, el panfleto de nuestro tiempo. Se me cumplió un deseo, gente. RBA rescató dos maravillas de Nabokov: Curso de literatura rusa y Curso de literatura europea. ¡Pero a un precio asesino! Los cuadernos secretos de Agatha Christie me han sabido deliciosos. Vamos, a quien no le agrada espiar a una gran escritora por el ojo de la cerradura.
Bueno, ¿qué falta mencionar? He tropezado, fascinado, con una pincelada admirable del México querido: Las batallas en el desierto del poeta José Emilio Pacheco. Corroboré el valor que aun tiene la trama en la literatura moderna mediante la última novela de John Irving. Y me fascinó un largo poema narrativo injertado en la docunovela Missing del chileno Alberto Fuguet. ¡Qué exquisita construcción tiene Los años de Virginia Woolf!. Otro descubrimiento personal fue el irlandés Colum McCann, quien demuestra en Que el vasto mundo siga girando que Dios no se olvida incluso del suburbio más apestoso. Los amantes de la novela histórica -y los interesados en Trotsky- creo que no pueden soslayar a El hombre que amaba los perros del cubano Leonardo Padura, a quien hasta aquí tenía en muy baja estima. Necio de mí.
Cerraré el balance con un regalo de fin de año, un soneto perfecto de Quevedo, acaso el mejor poeta español de todos los tiempos después de Borges (o viceversa). El texto nos dice que los libros son más reales que la vida, y que no estamos, al fin y al cabo, tan solos si en nuestra mesa o nuestra cama nos acompañan libros “pocos pero doctos“. ¡Hasta el año próximo!
Desde la torre
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh, gran don Iosef!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh, gran don Iosef!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Quevedo
PD: Las reseñas de los libros mencionados se encuentran en este blog.
PD II: ¿Cuál fue para ti, amigo, amiga, el mejor libro del año?