Es un hecho. No siempre estamos con ánimo de consumir Alta Literatura. Se establece en la más reciente novela de Herman Koch (Arhem 1953):
"En esencia es como la misma comida en dos restaurantes distintos. A la derecha está el restaurante de las estrellas Michelin, a la izquierda un Burger King o un Mc Donald"s. No todos los días te apetecen bocados refinados, no siempre quieres llevarte a la boca un trocito minúsculo de foie presentado en un plato casi vacío. A veces te apetece una hamburguesa con panceta y queso fundido, un bollo blando y empapado, que la grasa te gotee por la barbilla. Pero eso siempre va acompañado de un sentimiento de culpa".
La metáfora no es del todo precisa. Es cierto que a menudo el lector de fuste gusta de darse un atracón con un entretenimiento ligero, es decir, sin densidades temáticas ni estilísticas; una buena historia bien narrada y punto, pero la ficción memorable es restaurante de cinco estrellas y sabrosa comida chatarra al mismo tiempo. Es todo para todos, como las Sagradas Escrituras, por eso perdura.
La cita del autor holandés, sin embargo, resulta útil para encarar el comentario de su última criatura. Pertenece a esa peculiar especie literaria que, a la espera de una mejor definición, llamaremos best seller de calidad, con cualidades y vicios parejos. No es un demérito. La lectura de Estimado Señor M. (Salamandra, 412 páginas, edición 2016) nunca deja de ser atractiva. Pero no se trata de Alta Literatura.
Aquí no hay un estilo en juego; no hay filosofía ni poética. Lo mejor que puede decirse de la escritura es que es transparente y amena. Es una novela ideal para regalar a aquellas personas que no leen más de cinco libros por año.
No conviene explayarse sobre la trama para preservar el efecto sorpresa. El nudo es el asedio que sufre un literato en decadencia por parte de un vecino, a causa de una de sus novelas (Ajuste de cuentas) que relata el supuesto asesinato de un profesor (abusador de menores y adúltero) en manos de dos de sus alumnos, chico y chica. Con suma destreza se van ensamblando, pues, tres líneas argumentales: el sutil acoso, la reconstrucción de un misterio que data de cuarenta años atrás, y la relación del escritor M. con sus colegas, el público y el arte en general. La arquitectura es ingeniosa; acaso lo más sofísticado de la novela.
El señor Koch descorre los visillos que ocultan las miserias de la industria editorial, esa otra hoguera de las más absurdas vanidades. Le canta un par de frescas a las sofocante corrección política de la Holanda progresista. Allí también un intelectual puede caer en desgracia si tiene el tupé de condenar a las dictaduras buenas, como la de los hermanos Castro. Al igual que en la Argentina, resulta conveniente alzar la voz contra una única especie de demonios, los que provienen desde la derecha. Son los muros, desgraciados, que han eregido los fariseos para coartar la libertad de expresión.
Koch, que saltó a la fama en 2010 con su novela La cena, ha sentido, por lo demás, la necesidad de decir algo sobre una herida que al parecer aún no ha cicatrizado en los Países Bajos, ese próspero pañuelito donde "los debates nacionales" son el pasatiempo favorito de la sociedad. La novela evoca la insignificante dimensión de la Resistencia holandesa durante la Segunda Guerra Mundial.
Se mete también el narrador con el último tabú occidental: la diferencia de edad en las parejas. El escritor M. le lleva cuatro décadas a la esposa. Al profesor Landzaat (treinta años) le gustan las chicas de diecisiete. Qué horror. El enfoque es ambiguo, no obstante. Mucho más directas son sus horribles diatribas contra el cuerpo docente del liceo Spinoza. Se limita, aquí, a reproducir estereotipos. Llega a sostener que ser profesor es haber fracasado, es haber ingresado en "un rebaño de la más extraordinaria mediocridad". ¿Intenta captar Koch al público joven? ¿Lo habrá lastimado algún maestro?
El libro, para redondear, no carece de eficacia. Sencillísimo de leer, tiene humor y profundidad psicológica, sobre todo en lo que atañe a los adolescentes. Como se dijo, ornan las páginas alguna que otra opinión sagaz sobre el arte literario. Es decir, hace metaliteratura. En la página setenta y nueve se lee: "Un lector lee un libro. Si el libro es bueno se olvida de sí mismo; eso es lo único que tiene que hacer un libro. Si mientras lee el lector no puede olvidarse de sí mismo y piensa en el escritor constantemente, el libro es un fracaso. Esto nada tiene que ver con disfrutar de la lectura. Quien quiere disfrutar se compra una entrada para la montaña rusa".
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.