Cada fin de año, ocurre lo mismo. Uno consulta las listas de los mejores libros del año y se angustia por lo poco que ha podido leer en realidad. Las listas honestas, me refiero. Aquellas donde los escritores de tres al cuarto recomiendan las novelitas intrascendentes de sus amigotes no sólo desinforman sino que también causan vergüenza ajena (la de Infobae es un ejemplo cabal de lo que Fogwill llamaba “sociedad de socorros mutuos”).
Puestos a elegir, voy a señalar una reimpresión de la Universidad de Villa María. El libro que en 2016 más gozo, sorpresa y admiración me ha provocado es Pretérito perfecto de Hugo Foguet (Pinche aquí). Como si el Aleph se tratase, aspira a encerrar toda la cultura, historia, sociedad, injusticia, sufrimiento y rebeldía de nuestro San Miguel de Tucumán. Su majestad, la Novela Oceánica. ¿Cómo llegue a ella? Por recomendación de Alejandro Olaguer que, si no me equivoco, fue advertido del portento por Juan Terranova. Nadie debería perdérsela. Nadie que le interese el hedonismo de la buena literatura.
Todas los grandes urbes deberían tener una Gran Novela que la explique, refleje y magnifique. A primer golpe de memoria, creo que Buenos Aires no la tiene. La capital del Jardín de la República, sí; engendró Pretérito Perfecto que, incluso, es materia de estudio universitario. La elite intelectual porteña, siempre atenta a la última chuchería de Francia, ignoró el novelón hace tres décadas y este año -hasta donde sé- no se dio por enterada de la buena nueva. Es un síntoma de decadencia y perjurio. Los críticos dominicales, ya se sabe, abominan de las densidades estilísticas, temáticas y narrativas de largo aliento. Un comentarista de John Irving llegó a decir en La Nación que una novela no debería tener más de trescientas páginas. En el fondo, a estos herejes no les gusta leer; les gusta figurar.
Que en 2017 se sigan escribiendo novelas como Pretérito perfecto, o como El traductor, o como Las varonesas. El ‘arte esencial‘ (la categoría es de Heidegger) hace la vida más soportable.
Guillermo Belcore
Este es un blog sobre libros para amantes de los libros y las series. Se rige sólo por el hedonismo de un tal Guillermo Belcore.
sábado, 31 de diciembre de 2016
miércoles, 14 de diciembre de 2016
El borrador de una obra famosa
Por Guillermo Belcore
La decisión de Carolina López, viuda de Roberto Bolaño, de vender en 2016 los derechos de todo lo que ha escrito el artista -haya sido publicado o no- a un sello editorial distinto al que le había permitido alcanzar la consagración literaria en España generó una modesta polémica, de la que dan cuenta algunos diarios. Revolviendo en el baúl del legado de R.B. aparecieron así algunos inéditos, como esta novela de juventud, que anticipa, en tema y forma, una de las mejores creaciones del vate chileno. En efecto, puede definirse a El espíritu de la ciencia ficción (Alfaguara, 225 páginas) como una suerte de esbozo de Los detectives salvajes. Y como todo borrador es fatalmente defectuoso.No incurrirá esta columna en la controversia. El punto nunca es si resulta pertinente publicar lo que un autor famoso prefirió dejar para el olvido en vida (para justificarse, la industria siempre saca a colación el caso de Kafka). Nos distrae de lo esencial. La pregunta es, siempre y para cada ocasión, qué hace que este libro merezca ser leído. Lo demás son externalidades, que no tienen más valor que la curiosidad o el chisme, y que nada nos dicen sobre los valores estéticos (o la falta de) en las páginas que llegan a nuestras manos.
El espíritu de la ciencia ficción reúne un puñado de empresas descabelladas. El narrador, Remo Morán, y su amigo José Arco persiguen las huellas de las centenares de revistas de poesía que florecen de milagro en la Ciudad de México. Revistas es un decir; la mayoría no son más que hojitas mimeografiadas. Jan Schrella escribe cartas a los maestros de la ciencia ficción anglosajona. Remo y Jan comparten una buhardilla, ambos nacieron en Chile y son pobres como ratas. Son Bolaño, naturalmente.
Otro hilo narrativo se teje en una fiesta artística (una parranda de borrachos, bah), en la que un escritor habla con una periodista de su novela premiada que incluye la Academia de la Papa, la Universidad Desconocida, una guerra francoalemana. Es un hilo confuso que no conduce a ningún lado (puede que sea el sueño de los dos aspirantes a escritor). Justamente, si algo puede repudiarse de la novela primeriza de Bolaño -fue escrita a principios de los ochenta- es su naturaleza inconexa y desarticulada, lo que la vuelve tediosa. Da la impresión de que es un libro inconcluso, aunque los responsables de la edición juren lo contrario.
MUSICA ENVOLVENTE
No obstante, hay que reconocer que el mejor Bolaño se asoma en algunas páginas. En los retratos (todos sus personajes siempre resultan interesantes), en cierta poética de la nocturnidad del DF (previa a la irrupción de las hordas criminales que se apropiaron de todas las ciudades latinoamericanas), en la reivindicación de la lírica ("el hobby más barato y patético", aunque "motivo de orgullo regional"), en cierta melodía envolvente que exhala una prosa que, sin llegar a ser hermosa, es eficaz.
Christopher Domínguez Michael, apasionado prologuista, ha querido llamar la atención sobre otro rasgo importante: se trata de un relato de aprendizaje masculino en el esquivo mundo del sexo. El volumen añade al final los apuntes manuscritos de una novela que aparentemente nunca satisfizo a su autor, pero, así y todo, ha llegado a la imprenta. Doña Carolina adelantó a los periodistas que en el arcón de los inéditos (Domínguez Michael lo compara con el de Pessoa) hay otras tres novelas, además de poemas y cuentos.
El primer rescate, cabe concluir, es sólo para la grey. La legión de bolañistas y bolañólogos lo disfrutará, como si retornaran a una casa muy querida, hospitalaria a pesar de sus fantasmas y de su decoración inacabada.
Al resto de los mortales se le sugiere que no pierdan tiempo y vayan directamente a Los detectives salvajes o cualquiera de las creaciones imperecederas de uno de los pocos autores imprescindibles que entregó Latinoamérica en los últimos treinta años.
Calificación: Regular
Etiquetas:
literatura latinoamericana,
México,
Novela
sábado, 10 de diciembre de 2016
The Expanse
En el siglo XXIII, los teléfonos celulares, las prostitutas, los sombreros para policías cínicos, la depredación del medio ambiente y el colonialismo siguen presentes. Hay una suerte de guerra fría entre la Tierra, gobernada por Naciones Unidas, y Marte, una austera potencia militar. Ambos planetas se dedican a explotar, sin contemplaciones, los recursos mineros del cinturón de asteroides. Los cinturinos (belters) están hartos de un statu quo que los reduce a ciudadanos de tercera categoría en el Sistema Solar. Han surgido movimientos independentistas. Una taza de café, una buena ducha son un lujo en Ceres, cuya esperanza de vida (68 años) es casi la mitad de la terrestre (123 años). Han aparecido otras diferencias notorias: los cinturinos desarrollaron su propio idioma y una anatomía diferente, forjada por la baja gravedad. Es decir, la situación política es delicada y una chispa podría encender una guerra interplanetaria.
Bienvenidos a The Expanse, la ambiciosa joya del canal SyFi que, afortunadamente, llegó este año a Netflix. Los diez capítulos están basados en las novelas de James Corey (pseudónimo que eligieron los escritores Daniel Abraham y Ty Franck). La crítica estadounidense ha sentenciada que la serie es la mejor Space Opera desde Battlestar Galáctica. No es descabellado el dictum. En verdad, la adaptación televisiva ha logrado nada menos que recrear distintas civilizaciones con una impecable coherencia interna, a pesar de las inevitables concesiones al drama, como la falta de agua en los asteroides.
La trama es compleja e intensa. Se despliega mediante tres hilos narrativos que demandan toda nuestra atención. En el primero, el detective Josephus Miller (Thomas Jane) investiga la desaparición de la hija de un magnate, cuyo apellido es Mao. Hay que decir que dentro de doscientos cincuenta años, empresas privadas prestarán el servicio de policía. En el segundo andarivel, vemos la destrucción de un carguero de hielo (el Canterbury); el misterioso ataque militar causa agitación en todas las superficies donde moran los humanos. Cinco sobrevivientes intentan descubrir quién desea cargarle el mochuelo a los marcianos. Finalmente, en la Tierra, la secretaria adjunta de la ONU también trata de averiguar qué diablos pasó con la nave explotada. No se priva de aplicar tormentos a un sospechoso. Al parecer, hay una gran conspiración en marcha que involucra devastadoras armas biológicas. Algo podrido se está tramando en los astilleros George Bush.
Tengo para mí que todas las Space Operas le deben algo a Star Trek. Aquí, los marcianos han logrado desarrollar sistemas de invisibilidad, como los pájaros de presa romulanos. Pero The Expanse carece de la nobleza y magnificencia de su predecesora. En el espacio, la vida es cruel, dura y sucia. No existe propulsión por curvatura del espacio-tiempo ni velocidad warp; los viajes con, acaso, motores plasma generan tremendas fuerzas G que obligan a los tripulantes amarrarse al asiento y consumir drogas. La humanidad es, básicamente, mestiza, por ende su piel es más morena. Se popularizaron las familias múltiples; uno puede tener seis madres o más. No se trata, quiero decir, de un cuento de hadas intergaláctico, sino de un thriller político envuelto en una cautivante distopía. Vale la pena. El verosímil queda intacto.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno
Bienvenidos a The Expanse, la ambiciosa joya del canal SyFi que, afortunadamente, llegó este año a Netflix. Los diez capítulos están basados en las novelas de James Corey (pseudónimo que eligieron los escritores Daniel Abraham y Ty Franck). La crítica estadounidense ha sentenciada que la serie es la mejor Space Opera desde Battlestar Galáctica. No es descabellado el dictum. En verdad, la adaptación televisiva ha logrado nada menos que recrear distintas civilizaciones con una impecable coherencia interna, a pesar de las inevitables concesiones al drama, como la falta de agua en los asteroides.
La trama es compleja e intensa. Se despliega mediante tres hilos narrativos que demandan toda nuestra atención. En el primero, el detective Josephus Miller (Thomas Jane) investiga la desaparición de la hija de un magnate, cuyo apellido es Mao. Hay que decir que dentro de doscientos cincuenta años, empresas privadas prestarán el servicio de policía. En el segundo andarivel, vemos la destrucción de un carguero de hielo (el Canterbury); el misterioso ataque militar causa agitación en todas las superficies donde moran los humanos. Cinco sobrevivientes intentan descubrir quién desea cargarle el mochuelo a los marcianos. Finalmente, en la Tierra, la secretaria adjunta de la ONU también trata de averiguar qué diablos pasó con la nave explotada. No se priva de aplicar tormentos a un sospechoso. Al parecer, hay una gran conspiración en marcha que involucra devastadoras armas biológicas. Algo podrido se está tramando en los astilleros George Bush.
Tengo para mí que todas las Space Operas le deben algo a Star Trek. Aquí, los marcianos han logrado desarrollar sistemas de invisibilidad, como los pájaros de presa romulanos. Pero The Expanse carece de la nobleza y magnificencia de su predecesora. En el espacio, la vida es cruel, dura y sucia. No existe propulsión por curvatura del espacio-tiempo ni velocidad warp; los viajes con, acaso, motores plasma generan tremendas fuerzas G que obligan a los tripulantes amarrarse al asiento y consumir drogas. La humanidad es, básicamente, mestiza, por ende su piel es más morena. Se popularizaron las familias múltiples; uno puede tener seis madres o más. No se trata, quiero decir, de un cuento de hadas intergaláctico, sino de un thriller político envuelto en una cautivante distopía. Vale la pena. El verosímil queda intacto.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno
miércoles, 7 de diciembre de 2016
Hacia la muerte
Amos Oz
Emecé. Edición 1984, 190 páginas. Novela
La falta de cariño genera extremistas. Una hipótesis espléndida. Detrás de la crueldad, estupidez y febril fanatismo de un monomaníaco hay un hombre excluido de las caricias y del amor, conjetura un librito -no es peyorativo- de Amos Oz (Jerusalén 1939), entregado por primera vez a la imprenta en 1971. Se propone un antídoto: “Se me ocurre que así como se tiene el derecho de respirar o expresar una opinión, cada ciudadano debería tener derecho a ser tocado por alguien. Y tal derecho debería extenderse incluso a los más ajados ciudadanos”, aparece en la página ciento treinta y cuatro. Una idea atractiva que merece ser considerada seriamente por nuestros diputados, esos pilares de la democracia.
Hacia la muerte incluye dos novelas cortas (Cruzada y Amor tardío) unidas por el tema mencionado. En la primera, el conde Guillaume de Tourón parte a la cabeza de un pequeño ejército de campesinos, siervos y forajidos desde su heredad cercana a Avignon rumbo a la Tierra Santa, deseoso de tomar parte en su liberación y encontrar paz en su espíritu. Alivia la aflicción del noble torturar y asesinar, con fría alegría, a los judíos que va encontrando en su camino. Corre el año 1096.
En la segunda parte, volamos hasta el Israel actual. Oímos la voz de un veterano conferencista, casi ridículo, totalmente redundante. El Departamento de Cultura del Movimiento de los Kibbutz intenta que se jubile, pero es un esfuerzo en vano. Shraga Unger es un hombre con una misión en la vida: denunciar la perversidad de la Unión Soviética. Viaja de aquí para allá para, después de la caída del sol, adormecer a grupitos de jubilados con sus charlas sobre el plan de los bolcheviques para exterminar al pueblo judío como primer paso de la destrucción del mundo. ¡Vaya pelmazo!
Ambas cruzadas conforman una alquimia perfecta. Hacen de la lectura un placer de la primera a la última página. La primera nouvelle sobresale por su prosa tersa y elegante; la segunda por las ideas en juego y el humor fino. Oz, uno de los escritores esenciales del Estado hebreo, tiene razón en casi todo: hay una relación promiscua y perversa entre calor y humedad (en Tel Aviv o en Buenos Aires); las palabras parece que tuvieran dientes, se cierran en la carne; es terrible, terrible y humillante, vivir durante años sin tocar a nadie ni ser tocado.
Guillermo Belcore
Emecé. Edición 1984, 190 páginas. Novela
La falta de cariño genera extremistas. Una hipótesis espléndida. Detrás de la crueldad, estupidez y febril fanatismo de un monomaníaco hay un hombre excluido de las caricias y del amor, conjetura un librito -no es peyorativo- de Amos Oz (Jerusalén 1939), entregado por primera vez a la imprenta en 1971. Se propone un antídoto: “Se me ocurre que así como se tiene el derecho de respirar o expresar una opinión, cada ciudadano debería tener derecho a ser tocado por alguien. Y tal derecho debería extenderse incluso a los más ajados ciudadanos”, aparece en la página ciento treinta y cuatro. Una idea atractiva que merece ser considerada seriamente por nuestros diputados, esos pilares de la democracia.
Hacia la muerte incluye dos novelas cortas (Cruzada y Amor tardío) unidas por el tema mencionado. En la primera, el conde Guillaume de Tourón parte a la cabeza de un pequeño ejército de campesinos, siervos y forajidos desde su heredad cercana a Avignon rumbo a la Tierra Santa, deseoso de tomar parte en su liberación y encontrar paz en su espíritu. Alivia la aflicción del noble torturar y asesinar, con fría alegría, a los judíos que va encontrando en su camino. Corre el año 1096.
En la segunda parte, volamos hasta el Israel actual. Oímos la voz de un veterano conferencista, casi ridículo, totalmente redundante. El Departamento de Cultura del Movimiento de los Kibbutz intenta que se jubile, pero es un esfuerzo en vano. Shraga Unger es un hombre con una misión en la vida: denunciar la perversidad de la Unión Soviética. Viaja de aquí para allá para, después de la caída del sol, adormecer a grupitos de jubilados con sus charlas sobre el plan de los bolcheviques para exterminar al pueblo judío como primer paso de la destrucción del mundo. ¡Vaya pelmazo!
Ambas cruzadas conforman una alquimia perfecta. Hacen de la lectura un placer de la primera a la última página. La primera nouvelle sobresale por su prosa tersa y elegante; la segunda por las ideas en juego y el humor fino. Oz, uno de los escritores esenciales del Estado hebreo, tiene razón en casi todo: hay una relación promiscua y perversa entre calor y humedad (en Tel Aviv o en Buenos Aires); las palabras parece que tuvieran dientes, se cierran en la carne; es terrible, terrible y humillante, vivir durante años sin tocar a nadie ni ser tocado.
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno
Etiquetas:
Edad Media,
Israel,
judaísmo,
Novela
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