jueves, 28 de abril de 2011

Tres chiflados bolcheviques

El moscardón imaginario XXXV

Que la naturaleza copia al arte es cosa sabida, al menos desde que Oscar Wilde pronunció su admirable sentencia. El club de los optimistas incorregibles, novela que acabo de comentar, desborda de anécdotas deliciosas. La que aparece en la página 524 ha atrapado mi imaginación y me permitió inferir que la realidad también gusta de copiar a las farsas de la televisión. La transcribo. Díganme si no les parece un episodio de Los tres chiflados.

“Ocurrió a finales de noviembre de 1917. Una época trágica. A principios de mes, los bolcheviques han triunfado en su golpe de mano y han derribado al gobierno de Kerenski. Su poder sólo pende de un hilo. Para llevar bien adelante la revolución, tienen que firmar la paz con los alemanes. Cueste lo que cueste. Trotski va el timón. Pide que se inicien negociaciones. Para los alemanes, es la oportunidad de repatriar las tropas empantanadas en el frente ruso para volver a desplegarlas en el frente occidental y ganar la guerra merced a esos refuerzos decisivos. Las conversaciones van a comenzar en Brest-Litovsk, donde está el Estado Mayor alemán. La delegación rusa, a cuyo frente está Kámenev, se da cuenta de que no hay en ella campesinos, siendo así que éstos constituyen el ochenta por ciento de la población rusa. Como el gobierno bolchevique quiere dar la impresión de que tiene todo el pueblo detrás, se ponen a buscar a un campesino. En Petrogrado, desierta y cubierta de nieve, se topan con un campesino viejo y barbudo, de pelo hirsuto y ropa no muy limpia, que está comiendo con los dedos, mugrientos, un arenque ahumado. Lo meten en la delegación como representante del campesino revolucionario. Román Stashkov, tal es su nombre, llama la atención en los banquetes diplomáticos por sus modales rústicos y su exuberancia y su jovialidad fuera de lugar. No está acostumbrado ni al champán ni a la comida en abundancia. Come con los dedos, se limpia en el mantel, le da palmadas en el hombre al temido general Max von Hoffmann y hace reír al impávido príncipe Ernst von Hohenlohe cuando se lleva los cubiertos debajo del chaquetón. Al principio, los alemanes creen que es un simulador de altos vuelos que se comporta de forma maquiavélica para sacarle sus secretos. Tardan dos meses en caer en la cuenta de que no es sino un aldeano que está allí por casualidad. Lo más gracioso es que le saca dinero a Kamenev amenazando con largarse. Su ignorancia total de lo que estaba en juego no impidió que entrase en los anales de la historia como uno de los negociadores de ese tratado”.

Jean-Michel Guenassia propone que se componga un libro con la historia de Román Stashkov, el buen campesino. Yo sugiero que, usando los prodigios de la animación computada, se recree un capítulo de esa maravillosa saga que me encantaba de niño y me encanta de grande. Aquí, un esbozo del guión:

Primera Parte:

“Un salón enorme en un edificio imperial de San Petersburgo. Deliberan los popes bolcheviques. En unos días deben reunirse con el alto mando de la Alemania del Kaiser para firmar el cese del fuego. Hace mucho, mucho frío. Suena la puerta: toc toco toc toc; toc toc. Entran tres proletarios con aspecto de indigentes. “Venimos a reparar la chimenea, nos manda Stalin”, dice el jefe del grupo, un hombre retacón con flequillo negro. Los otros dos dejan caer sus pesadas bolsas sobre el pie de su compañero, que aúlla y les entrella las cabezas como represalia. Los comunistas están preocupados, necesitan mostrarle a los germanos que ellos representan al pueblo. Necesitan genuinos vicarios del proletariado. A Bujarín se le iluminan los ojos: ¡allí están, a un par de metros de distancia! Lenín aborda a los plomeros. "Caballeros", les dice. El trío mira hacia atrás, no se da por aludido en un primer instante. Cuando caen en cuenta, el hombre de calvicie prominente con dos matas de pelo esponjoso reacciona indignado: "No ha habido un caballero en nuestra familia en diez generaciones", brama. El jefe le da una bofetada y ordena al "cabeza de chorlito" callar. Lenin, secundado por Trotsky, les explica que "El paraíso de los trabajadores" demanda su cooperación. Las razones de clase, incluso las patrióticas, no seducen al grupo, pero se dejan persuadir a cambio de comida abundante y vodka.


Segunda Parte:

Estamos en el deslumbrante Palacio de Wilanow, a diez kilómetros del centro de Varsovia. Alemanes y rusos celebran el tratado de paz de 1917. Kamenev presenta los "diputados populares" Moevich, Larryev y Curlyn a una condesa de Berlin. El más grueso, totalmente pelado, se inclina para besar la mano de la señora y le arranca con los dientes el grueso diamante de la sortija. El de flequillo (Moevich se llama) lo aparta para regañarlo. Quiere ser convincente. Usa una antiquísima tradición del campesinado ruso: el piquete de ojos. Pero cuando golpea a su camarada en el estómago, grita de dólor. El muy pillo de Curlyn, tal es su nombre, escondía debajo de la pechera del esmoquín una bandeja de plata robada. Un oportuno puntapié en el trasero delata que el gordinflón también rapiñó los cubiertos. Lenin y Bujarin observan alarmados. Temen que el pacto se vaya al garete.


Mientras tanto, Larryev hace que comprende una animada conversación entre Trotsky y el general Von Hoffmann sobre las condiciones del cambio histórico. Interrumpe un camarero, un cabo austríaco de bigotito característico. Hola Adolf, lo saluda el proletario de pelambre rala. Lo despoja de un pastel, pero al ver llegar a Moevich, temeroso, lo arroja al techo. La torta de crema queda en precario equilibrio aplastada en el cielorraso, hasta que Trotski mira hacia arriba y le cae en la cara. Irritado, el futuro jefe del Ejército Rojo se limpia con las manos y busca cobrar venganza. Arroja la porquería a Larryev, pero éste se agacha y la crema termina impactando en la cara de Stalin (dicen algunos historiadores que el georgiano jamás se lo perdonó). Se desata entonces una feroz guerra de tortazos donde los alemanes llevan la peor parte. Cuando todos se cansan, buscan responsables. Los saboteadores, acaso agentes de las podridas democracias burguesas, deben ser fusilados. Los tres plomeros atraviesan los cristales de una ventana y huyen a campo traviesa. Fin. Cortina musical (nana, nana, na nana; nanana, nanana, etc.).

Guillermo Belcore

domingo, 24 de abril de 2011

Con la esperanza entre los dientes

John Berger
Alfaguara. Ensayo de política y arte, 159 páginas


"El terrorismo es la guerra de los pobres y la guerra es el terrorismo de los ricos"
Peter Ustinov

John Berger (Londres, 1926) es una voz esencial del siglo XX. Sí, del siglo pasado, pues su mentalidad es un producto típico de la era filosa que concluyó en 1991 con la estrepitosa caída del Muro de Berlín. Concibe al arte como una militancia urgente y cáustica, pero al contrario de tantos nac & pop de la Argentina nunca se le ocurrió sacrificar la belleza en el altar del compromiso político. Lo corrobora este puñado de artículos periodísticos publicados antes de 2005 en el diario La Jornada de México. La expresión de Berger sigue siendo preciosa.


Hay pues en el libro una poética admirable y una prodigiosa energía, que se manifiesta, por ejemplo, en las odas a los desesperados que no se rinden, a quienes los vencedores temen. Véase este párrafo exquisito en brechiano tardío:


“Escribo de noche, pero no sólo veo la tiranía. Si así fuera, probablemente no tendría el valor de continuar escribiendo. Veo a la gente dormir, agitarse, levantarse a beber agua, susurrar sus proyectos o sus miedos, hacer el amor, rezar, cocinar algo mientras el resto de la familia duerme, en Bagdad y en Chicago. (Sí, veo también a los siempre invencibles kurdos, cuatro mil de ellos gaseados por Saddam Hussein con la complacencia de Estados Unidos). Veo a los reposteros que laboran en Teherán y a los pastores durmiendo al lado de sus borregos en Cerdeña -la gente pensaba que eran bandidos-. Veo a un hombre en el barrio Friedrischhain en Berlín que se sienta en pijama con una botella de cerveza a leer a Heidegger -tiene las manos de un proletario-. Veo a una barca de inmigrantes ilegales arribando a la costa española cerca de Alicante. Veo a una madre en Malí, se llama Aya, que significa Nacida en Viernes, arrullando a su bebé para que duerma. Veo las ruinas de Kabul y a un hombre que va camino a casa y sé que, pese al dolor, el ingenio de los sobrevivientes sigue intacto, un ingenio que recoge y acopia energía: en la incesante entereza de ese ingenio hay un valor espiritual (algo parecido al Espíritu Santo), esta noche estoy convencido de ello, aunque no se bien por qué”.


Berger retrata al poeta turco Nazim Hikmet, al escultor madrileño Juan Muñoz y a Pier Paolo Pasolini. Explora el verdadero significado del 11-S y de la guerra al terrorismo. Define la invasión de Bush a Irak como “una guerra emprendida para demostrarle al mundo fragmentado pero global qué son la conmoción y el espanto”. La evocación de su visita a Ramala nos persuade de la justicia de la causa palestina, incluso de la necesidad del martirio. Percibe algo que no había captado antes en la obra de Francis Bacon. Elogia la vida de los pobres y sentencia, no sin un punto de exageración, que atravesamos el caos más tiránico -pues es el más penetrante- que alguna vez haya existido. Ofrece una elocuente reivindicación del erotismo y el orgasmo.


Berger es duro y punzante como una estaca, aunque a veces la sensiblería y la ira opacan su resuelta lucidez. "Sí, entre otras muchas cosas, sigo siendo marxista", se ufana. Pero concibe esa ideología acerada como una “visión interdisciplinaria que une los campos”. Y postula que hoy “las alianzas urgentes en asuntos específicos sustituyen los programas de largo plazo”. Interesante.

Guillermo Belcore

Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

martes, 19 de abril de 2011

El club de los optimistas incorregibles

Jean-Michel Guenassia

RBA. Edición 2010. Novela, 645 páginas.

“Hay en la lectura algo que tiene que ver con lo irracional. Antes de haber leído el libro, intuyes enseguida si te va a gustar o no. Lo husmeas, lo olfateas, te preguntas si merece la pena pasar el tiempo en compañía suya… Un libro es un ser vivo”.

Jean-Michel Guenassia

El autor de este libro nació en Argel en 1950. Abogado de profesión, se ha ganado la vida también como guionista del cine y la televisión, lo que le permitió asimilar esos ínfimos trucos de la dramaturgia que capturan la imaginación del público. Es un hombre ilustrado con ideas claras sobre el pasado: comprendió que el comunismo soviético no fue sólo la perversión de una idea grandiosa, sino también un drama para unas cuantas naciones y, lo que es más grave, la sentencia de muerte para millones de personas. A los sesenta años, la diosa Fortuna besó en los labios al señor Jean-Michel Guenassia. Su primera novela se convirtió en un éxito rutilante en Francia, merced al boca a boca y a los elogios de la crítica. Se la tradujo a decenas de idiomas. Obtuvo el Premio Goncourt des Lycéens, concedido por mil quinientos lectores jóvenes entre los finalistas del Goncourt. La Alta Literatura tiene esas veleidades. A Dios gracias, no es sólo un actividad profesional, está al alcance de cualquier diletante inspirado.

El club de los optimistas incorregibles toma su nombre de una certera definición de Milan Kundera: “el optimismo fue el opio de los pueblos de Europa del Este”. Es una ventana a una época: a la guerra fría, la descolonización del Tercer Mundo, la Francia de De Gaulle y la bonanza económica. Es una novela-fresco balsaciana o victorhuguesca que brotó -explica su autor- sobre una imagen inolvidable de los años mozos: Jean-Paul Sartre y Joseph Kessel jugando al ajedrez entre susurros y carcajadas en un bistró de París. Guenassia arriesga, justamente, una opinión sobre uno de los misterios del siglo XX. ¿Quién fue en realidad el autor de El Ser y la Nada? Un revolucionario de pacotilla, rabioso en forzar al destino con su inteligencia, en avanzar en contra de cualquier lógica, en no renunciar pese a la certidumbre de su derrota, pero muy generoso a nivel personal. La novela arranca con los funerales de Sartre en 1980 y luego salta a los años cincuenta y sesenta.

Son dos los ejes del libro. El primero involucra al adolescente Michel Marini, vástago de una típica familia burguesa, campeón del metegol (futbolín en jerga madrileña), lector voraz y fotógrafo de talento, encandilado por la novia de su hermano Frank, el prófugo. El chico traba relación con El club de los optimistas incorregibles, una pandilla de ilustres emigrados de Europa oriental. Pajarracos de la política, la guerra o el arte que huyeron de sus países en condiciones dramáticas o rocambolescas, y sobrevivieron en la capital francesa gracias a la ayuda que les proporcionaban Sartre y Kessel que ya eran ricos, célebres, dadivosos y discretos. La segunda línea narrativa se nutre con las historias de Igor, Pavel, Vladímir, Leonid, Sacha. Son víctimas de primera clase de la tierra de los trabajadores dichosos. Declaman parlamentos fascinantes como éste:

"Lo escandaloso no es la explotación, sino lo pelotudos que somos. Estas obligaciones que nos imponemos para tener lo superfluo y lo inutil. El problema no son los patrones, es el dinero que nos esclaviza. El día de la gran bifurcación, el que acertó no fue el boludo que bajó del árbol para convertirse en sapiens, sino el mono que siguió agarrando la fruta y rascándose la panza. Los hombres no han entendido nada en esto de la evolución. El rey de los pelotudos es el que trabaja".

Se trata pues de una novela de iniciación (o de desilusión y de desintegración familiar) por el lado de Michel; y de una novela histórica, por el otro. La trama siempre resulta entretenida pues desborda de anécdotas. Vemos el mundo a través de los ojos de un muchacho perspicaz. El estilo documental es depuradísimo; los hitos del período, como la muerte de Camus o la guerra de Argelia, influyen sobre los personajes. Los párrafos son macizos, pero sin florituras, se hace un eficaz uso de la frase corta y rotunda. El libro es inteligente, amable, convencional; cargado de ideas y expresiones elegantes, tal como le encanta a los franceses. Un best seller culto, sin que esto implique un matiz peyorativo, como el que usan los comentaristas domingueros que posan de cínicos. Guenassia ha explicado que se trata del fruto de una vida (quizás sea el único), tardó quince años en darle forma definitiva al libro y sufrió el desaire de algunos editores que hoy se deben querer cortar los huevos. Vendió más de doscientos mil ejemplares en Francia. “Deseaba publicar algo de lo que sentirme orgulloso“, explicó Guenassia. ¡Hombre, felicitaciones!; lo has logrado, sin dudas.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

viernes, 15 de abril de 2011

Némesis

Philip Roth
Mondadori. Novela, 209 páginas. Edición 2011.

¿Por qué, Dios mío, permites esto? Es la pregunta de Job, del hombre o la mujer piadoso de cara a la enfermedad, el sufrimiento o el mal. Así somos los humanos, nuestro grito no puede resonar en el vacío, tenemos que encontrarle una necesidad a lo que sucede. La tiranía de lo contingente; la impotencia frente a la fuerza de las circunstancias. Este enigma teológico o existencial, este problema filosófico, aborda con una impresionante lucidez Philip Roth (New Jersey, 1933) en su último libro, el cual se aproxima a milímetros de lo que podría definirse como ‘la novela perfecta’ (tanto en forma como en contenido) si es que ese platonismo existiese. Nada menos.

El libro nos lleva a la ciudad de Newark, el centro geográfico y espiritual de la caudalosa obra de Roth. Estamos en el infame verano de 1944. Una epidemia de polio se abate -con siniestra eficacia hitleriana- sobre el barrio judío de Weequahic. Mueren o quedan reducidos a guiñapos pibes buenísimos. Una guerra contra los niños. ¿Dónde está la justicia?, se pregunta Eric Cantor, profesor de gimnasia golpeado por la vida, protector, idolatrado por los chicos, heroico pero que se convierte en un traidor y luego en una de esas personas destrozadas por la época en la que le tocó vivir. Porque “nadie es tan difícil de salvar como un buen muchacho moralmente deshecho”. Y, porque como advierten el Antiguo Testamento, incluso el mejor de los hombres puede vivir la peor de las desventuras. Nunca entenderemos del todo por qué.

Nemesis incluye espléndidos diálogos, giros elegantes y pasajes que se leen con un nudo en la garganta. ¡Cuántas barbaridades dice la gente a causa del miedo! ¡Cuántos pensamientos retorcidos las tragedias suscitan! La obra no tiene un gramo de grasa. Ha sido leída como novela de amor, ficción histórica, fábula moral, una profunda sonda psicológica. Es decir, tiene tantos rótulos como lectores creativos existen, una de las señas de identidad de la literatura de primera categoría. Naturalmente, se han trazado parangones con Defoe y Camus.

A los setenta y ocho años, Roth se mantiene intacto en el centro del ring. Digo yo, ¿no es hora de que los mandarines de Estocolmo lo recompensen con el Nobel de Literatura?

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

PD: Pincha aquí si deseas leer el comienzo de la novela.

PS del 1 de mayo de 2011: He escrito algo más sobre este libro en el blog de Eterna Cadencia. Pincha aquí.

sábado, 9 de abril de 2011

Sexo y poder en Roma

Paul Veyne

Paidós. Ensayo de Historia, 171 páginas . Precio aproximado: 100 pesos

Roma es uno de esos hitos a los que el amante de la Historia retorna cautivado una y otra vez. Evoca un ideal de poder y de fuerza, de imperialismo pero también de civilización, donde convivían el refinamiento y el derecho con una crueldad que corta el aliento. ¿Que ha quedado de aquellos siete siglos asombrosos? Bajo la lava de los tópicos, qué era en realidad ser ciudadano, esclavo o gladiador romano. ¿Cuáles eran sus ideas acerca del matrimonio y del sexo? ¿Por qué inventaron el odioso deber político de panem et circenses? Este libro ofrece respuestas precisas, aunque de un modo fragmentario.

Publicada por primera vez en 2005, la obra reúne entrevistas y artículos muy amenos y esclarecedores. Oímos a un erudito francés que consagró su vida al estudio de la Antigua Roma. Paul Veyne (1930) se presenta como un descreído de las ciencias sociales y, como Spinoza, piensa que las ideas generales no son nada, son una cosa hueca. Por lo tanto, nos advierte siempre sobre la tentación de atribuirle a los romanos nuestros propias convicciones, las que seguramente no valen mucho más. Veyne es reconocido como arqueólogo e historiador de mentalidades.

El ensayo alega que el nivel de violencia de la civilización romana era normal para la época. Sorprende la afirmación de que los antiguos carecían por completo de capacidad introspectiva, aunque el suicidio meditado se había popularizado. La gente sencilla consideraba a los dioses una especie viva, como los animales. Su deporte nacional era el derecho privado, seguían los procesos como nosotros las fruslerías de la televisión. También era un goce extendido ver correr sangre, contemplar la muerte de un semejante. Sodomizar al esclavo favorito fue práctica corriente (lo que importaba en Roma era ser el compañero activo, el sexo del partenaire carecía de importancia). El Imperio, que siempre tuvo la estructura de una mafia, no murió por cierto de descomposición interna. Aún floreciente, en el siglo V fue capturado por asalto.

Guillermo Belcore

Una versión más breve fue publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

PD: Cada vez que usted alce ante un agresor su dedo medio (el llamado dedo obsceno) estará remedando a los antiguos litigantes romanos.

PD II: Seneca igualaba el lesbianismo con las “mujeres que cabalgan a los hombres”. Repudiaba con igual fervor ambas prácticas sexuales por "antinaturales".

lunes, 4 de abril de 2011

Soy el número cuatro

Pittacus Lore
Norma. Novela fantástica, 302 páginas

Lo mejor que puede decirse de esta novela es que se trata de un producto diseñado especialmente para adolescentes. Como si se preparase un sandwich para oficinistas hambrientos, se apilaron ingredientes convencionales: fantasía simplona y maniquea, romance y bullying en un colegio, poderes sobrenaturales, hechizos y amuletos, una mascota sensacional, bestias horripilantes, alienígenas, persecuciones y rescate por los pelos ante las fauces de la muerte. En dos palabras, nada especial. La prosa, obviamente, es facilísima, hasta el tonto del barrio puede entenderla. Los diálogos, por cierto, son malísimos.

Pittacus Lore es un anciano sabio que escapó del planeta Lorien antes de que lo arrasarán los mogadorianos. Es también el seudónimo de los estadounidenses Jobie Hughes y James Fray, dos chicos listos que decidieron tentar a la fortuna explotando fórmulas probadas. Soy el número cuatro es el primer volumen de seis. El merchandising incluye también una película dirigida por D.J. Caruso que acaba de pasar por los cines argentinos sin pena ni gloria.

Se narra una historia de extraterrestres. Hace diez años nueve chicos lorianos se refugiaron en la Tierra. Sus tutores los ayudan a desarrollar atributos extraordinarios con los que algún día podrán volver a recuperar su planeta. Pero los codiciosos megadorianos andan tras sus pasos. Ya mataron a tres. John es el cuarto. Tiene un cuerpo inmune al fuego y al calor, puede correr más rápido que un guepardo, abrir cerraduras con la mente y levantar una camión con sus manos. Vaga de pueblito en pueblito por Estados Unidos, para no ser detectado. Pero en Paraíso, Ohio, se enamora y es alcanzado por sus enemigos. Una gran batalla se libra en la escuela.

Prueba de lo descuidado de la manufactura (me cuesta un Perú llamarla ’libro’) es que se imagina un devastador terremoto en la costa de la Argentina, es decir en una zona antisísmica. Nos confundieron con Chile.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Malo

viernes, 1 de abril de 2011

El sueño del celta

Mario Vargas Llosa
Novela. Edición 2010. Alfaguara. 454 páginas.

“La maldad la llevamos en el alma. No nos libraremos de ella tan facilmente. En los países europeos y en Estados Unidos está más disimulada, sólo se manifiesta a plena luz cuando hay una guerra, una revolución, un motín. Necesita pretextos para hacerse pública y colectiva. En la Amazonía, en cambio, puede mostrarse a cara descubierta y perpetrar las peores monstruosidades sin la justificaciones del patriotismo o la religión. Sólo la codicia pura y dura. La maldad que nos emponzoña está en todas partes donde hay seres humanos, con las raíces bien hundidas en nuestros corazones”.

“La historia es una rama de la fabulación que pretende ser ciencia”
Mario Vargas Llosa



No es ésta la mejor novela de uno de los mejores novelistas de nuestra era. Es un libro tedioso por momentos, infestado de moralismo y con una cadencia descriptiva absolutamente insulsa, más apropiada para el ensayo o para los excelentes artículos que Mario Vargas Llosa suele publicar en los periódicos. Nada puede objetarse a la sólida estructura, a la ambiciosa temática o la impecable reconstrucción histórica, pero le falta esa luz de originalidad y belleza que consagra a la obra maestra.

Sin rodeos ni ambigüedades, Vargas Llosa, el demonio para el populismo pseudoprogresista, se ha esforzado en enjuiciar abusos y crímenes coloniales y el exterminio de comunidades indígenas del Africa y Sudamérica por culpa de esa aberración llamada lucro. Como se ve, volvió a interpretar un repertorio de izquierda, aunque siempre matizado por una aguda inteligencia. El Varguitas escritor nunca ha ofrecido, por cierto, las respuestas fáciles de la ideología. No faltará el imbécil que lo acuse de haber plagiado El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, tal como lo siguen chicaneando por La guerra del fin del mundo. Ser influenciado no es copiar. Plagio es lo que hacieron un par de escribidores argentinos al copiar textualmente páginas enteras para obtener un dudoso premio o vender más libros. Qué sinvergüenzas.

Se narra la vida y la muerte del Bartolomé de las Casas del Imperio Britanico. Sir Roger Casament es el nombre del protagonista. Un diplomático ennoblecido y condecorado por la Corona, que fue juzgado por traición a la patria durante la Primera Guerra Mundial. Con el fervor de un profeta, había documentado y denunciado los espantosos crímenes de los belgas en el Congo y de los peruanos en el Putumayo. Se convirtió en un especialista en atrocidades y arruinó su salud, pero luego degeneró en algo peor que un revolucionario, se transformó en un nacionalista. Y así concluyó que la única manera de que su Irlanda natal obtuviera la independencia era conseguir fusiles de la Alemania del Kaiser para una insurreción violenta. Es decir, por repudiar un imperialismo se metió en la cama con otro. Fue ahorcado el 3 de agosto de 1916. La novela incluye fascinantes figuras históricas como el malvado explorador Henry Morton Stanley, el genial Bernard Shaw y Julio César Arana, el rey del caucho.

La novela maneja con solvencia los relatos paralelos y el vaivén en el tiempo. Va alternando las peripecias en la jungla del diplomático idealista -realmente creía que Europa tenía una misión providencial en Africa- con los últimos días del reo en la lobrega celda de Petonville Prison, donde esperó, desesperado, que le conmutaran la sentencia a la horca. Se abusa de un recurso: la descripción de los sueños del personaje principal, lo que siempre delata un déficit de invención. La acción, el estilo e incluso el argumento se subordinan -para mi gusto demasiado- a la discusión de ideas. Porque ésta es fundamentalmente una novela de ideas.

Mediante la prolija enumeración de horrores, Vargas Llosa reabre el debate sobre uno de sus temas favoritos. Quiere llegar a la raíz de la maldad humana. ¿Por qué diablos la civilización es una película tan delgada?, nos obliga a preguntarnos. ¿Qué es lo que torna a un hombre en una máquina (me niego a usar la palabra “bestia”, nada hay más humano que la crueldad) capaz de las peores fechorías? Cedo la palabra al artista: “El Congo, la Amazonía. ¿No hay pues límites para el sufrimiento de los seres humanos. El mundo está plagado de esos enclaves de salvajismo. ¿Cuántos? ¿Cientos, miles, millones? ¿Se puede derrotar a esa hidra? Se le corta la cabeza en un lado y reaparece en otro, más sanguinaria y horropilante”. ¿Por qué?, sigue siendo la pregunta, añado yo. El libro deja un nudo en la garganta.

Guillermo Belcore

Calificación: Regular

PD: Quisiera ser claro. No es éste un libro malo, en absoluto, pero a un autor como Vargas Llosa -un escritor de verdad- podemos exigirle algo más que un novelón aburrido. Una vez, conversando sobre la última y fallida novela policial de Piglia, P. me preguntaba si yo coloco el listón más alto cuando se trata de consagrados. Sí, lo hago. Y también creo que no hay que asustarse con los nombres eminentes, hasta los genios tienen sus días malos.