viernes, 27 de mayo de 2011

La crítica de las armas




Por José Pablo Feinmann
 
Grupo Norma. Novela, 367 páginas. Edición 2011 

Afirmar que estamos ante una novela de ideas es quedarse corto. Es algo más retorcido y ambicioso. Todo se subordina al mensaje, a la bajada de línea, a la compulsión por opinar, adoctrinar, denunciar. El libro, por cierto, es absolutamente consustancial con el espíritu de la época, pero este blog siempre ha preferido no evaluar las creencias de cada uno, en este caso del polígrafo José Pablo Feinmann sobre el "poder exterminador" en los horribles años setenta. Esta trinchera prefiere aportar juicios estéticos. Y es en el terreno de la estética donde La crítica a las armas (publicada por primera vez en 2003) hace agua por los cuatro costados. 

Feinmann se ufana de no corregir sus textos, pero aquí pretende atajar a los críticos. En la página ciento treinta seis, establece que no le preocupan "el ritmo del relato, la línea de la exposición ensayística, la repetición de ideas o frases ya explicitadas, la maldita estética en todas sus formas''. Recurre a Adorno: "Imposible escribir bien, literariamente hablando sobre Auschwitz; debemos renunciar al refinamiento si queremos permaner fieles a nuestros instintos". ¿Por qué entonces proponer una novela? ¿Y el lector qué? Esa sufrida entidad platónica debe soportar redundancias, la trama agujereada con soflamas, párrafos hinchados con palabras feísimas (celebremente, ajenidad, tragicidad), cacofonías, metáforas pueriles, la manía de ser didáctico y de amonedar conceptos filosóficos. Los personajes estereotipados y las combinaciones imposibles ("culpabilidad irrestañable", "pajero proscripto y gozoso", "universo licitacional", "chupón inobjetable") recuerdan al peor Arlt. Como no ofrece sorpresas ni belleza, el libro suele hundirse en el tedio. Abruma. 

Todo es política. Someto a consideración de los amigos de este blog el primer párrafo: 

"Hoy, 21 de octubre de 2002, Día de la Madre, para festejarlo con rigor, para festejarlo como años debí haberlo festejado, para festejarlo como nunca me atreví a festejarlo, para terminar con en esta relación ni abominable ni demoníaca sino estúpida, agobiante, estúpida que nos une desde siempre, para que nunca más haya para vos ni para mí otro Dia de la Madre, para todo esto, hoy, voy a matarte, mamá".
 

Al diario Página 12, Feinmann explicó (¡cuídate de las novelas que necesitan explicaciones!) que como la neurosis del protagonista es una compulsión repetitiva, tomó la decisión de "repetir, hasta volver loco al lector, palabras y oraciones". El único efecto que provoca el artificio a quien esto escribe es el de un texto mediocre. El procedimiento se usa hasta el hartazgo. 

El frágil soporte del andamiaje ideológico de Feinmann es la historia de Pablo Epstein, montonero arrepentido, filósofo y ensayista. Pablo es el alter ego del autor que -según su propias palabras- ha querido ajustar cuentas no sólo con la monada social (el pueblo cómplice de los militares; el loco de Santucho) sino también con su familia. Se lo considera el libro más autobiográfico de Feinmann. 

Epstein llega al asilo para asesinar a la mamá nonagenaria. Evoca su travesía intelectual, económica y militante. Juzga a los años de plomo desde el púlpito de la superioridad moral. Como se dijo, los hechos son de lo menos. La máquina de opinar, con una potencia admirable, devora la historia. 
Guillermo Belcore 

Calificación: MALA 

PD: Nadie debería infligirle a una novela una frase como ésta: "Si la condición de posibilidad de relato sobre la madre es la muerte de la susodicha, yo, al matarte, soy el creador del relato y su condición de posibilidad" (pag. 69). 

PD II: Hoy sólo quisiera refutar una de las conjeturas de Epstein-Feinmann: "el sexo es insustancial".

martes, 24 de mayo de 2011

Mi filosofía

George Soros
Ensayo de Economía, Taurus. 147 páginas

George Soros -exitoso especulador financiero, devenido en filántropo- quiere cumplir un sueño adolescente: ser reconocido como pensador. Para ello escribió libros que han pasado sin pena ni gloria. Constancia no le falta, publica ahora una serie de conferencias que dictó en la Universidad Centroeuropea de Budapest y Praga. ¿Reconocimiento académico? No, ese centro de estudios fue fundado por el propio magnate en 1991.

Estamos pues ante un espécimen rarísimo en la historia del pensamiento: un filósofo con cientos de millones en la cuenta del banco. Su última obra agrupa dos clases de textos: abstractos y prácticos. En la primera parte, desarrolla sus teorías abstrusas de falibilidad y reflexibilidad, que en conjunto determinan el principio de incertidumbre humana. Si bien exponen lo obvio (la subjetividad opera sobre la realidad y viceversa), resultan útiles para desmentir el fundamentalismo de mercado, en general; y la teoría de equilibrio de los mercados, en particular.

El valor del libro pues no radica en la filosofía de Soros -un conjunto de nociones superficiales y arrogantes- sino en su certero diagnóstico del descalabro global e incluso en la descripción de la crisis de representantividad en las democracias (el problema del agente). El financista repite el argumento de que el estallido de una burbuja común y silvestre en el mercado inmobiliario reventó la superburbuja que los Reagan/Thatcher/Greenspan venían empollando desde los setenta. Como consecuencia, el modelo capitalista propugnado por el Consenso de Washington, si no se desmoronó del todo, ha quedado gravemente herido. Ante eso, se alza un sistema alternativo: el capitalismo de Estado, liderado por China, y donde la lógica pol¡tica y estatal se impone a la mano invisible y al afán de lucro del sector privado. Ambos modelos compiten por hegemonizar el siglo XX. La Argentina parece que ya eligió bando.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular

domingo, 22 de mayo de 2011

El retorno del señor Ushikawa

Diario de un lector apasionado XX

Existen en la obra varios elementos para medir la calidad de un escritor, pero hoy propongo prestar atención a uno, por lo general obviado por los críticos: el trabajo que se toma el autor con los personajes secundarios. Pienso como Borges que si el novelista es una divinidad (gnóstica) los minor caracters somos nosotros, los hombres. Los mejores demiurgos, entonces, son aquellos que pueblan sus universos y rodean a los protagonistas con creaturas memorables, ricas en detalles.


En verdad, pocas cosas me provocan tanto fastidio durante la lectura que tropezar con un personaje desaprovechado. Esos que pasan rápido y en puntas de pie por una trama y dejan a uno con hambre. Alguien podría decirme: "No sea chambón Belcore, no es del todo malo que el escritor insinúe y deje todo el trabajo en manos del lector". Es probable Sólo puedo atestiguar que me agradan los perfiles nítidos y de tres dimensiones, los que capturan la imaginación. Como el abominable señor Toshiharu Ushikawa.


Una de las sorpresas de 1Q84 -novela sobre la cual aún me restan una o dos ideas para aportar- es que Haruki Murakami decidió revivir al señor Ushikawa, malévola aparición de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. En 1995, era el secretario clandestino de un político sin escrúpulos. En 2011, es el presidente de una fantasmal y corrupta Asociación para el Fomento de las Ciencias y de las Artes en Japón. Tiene tanto de gnomo o de demonio de rango inferior como de humano mal ensamblado. Murakami se equivoca al igualar fealdad con bajeza moral, quizás para darle mayor relieve al personaje, aunque me parece que su intención última es evocar a una especie ubicua, vil y, al parecer, indispensable: el esbirro del Hombre poderoso. La Historia lo ha llamado Beria, Goeebels, López Rega o Montesinos. Es locuaz y resbaloso como la Serpiente y se encarga, no sin placer, de los trabajos sucios; no le asquea mancharse los dedos con sangre o excrementos. Meses atrás, yo vi a un ejemplar de esta categoría universal, (confieso que con una mezcla de fascinación y repulsa) en el aeropuerto de Puerto Iguazú acompañando como sombra eficaz y untuosa a un abogado mediático.


Para describir a sus creaciones, Murakami es minucioso como la lluvia. Primero bosqueja a Ushikawa con una frase rotunda: "la primera impresión que da es la de algo desagradable saliendo a rastras de un sombrío agujero en la tierra". Y luego esculpe con dedicación renacentista:

“Ushikawa era un hombre de baja estatura, que aparentaba unos cuarenta y cinco años. Su torso había perdido todo estrechamiento en la cintura, era gordo y la grasa se le acumulaba alrededor del cuello. Pero en cuanto a la edad, Tengo no estaba completamente seguro, puesto que la singularidad de sus rasgos (o la rareza) dificultaba captar los elementos que permitían deducir su edad. Parecía mayor y parecía más joven. Aunque se nos dijera que entre treinta y dos y cincuenta y seis años, no nos quedaría más remedio que aceptarlo. Tenía la dentadura en mal estado y la columna un tanto combada. Su gran coronilla, chata de un modo poco natural, estaba calva, y alrededor la cabeza parecía deforme. La forma achatada le recordaba a Tengo un helipuerto militar construido en lo alto de una pequeña colina estratégica. Lo había visto en un documental sobre la Guerra de Vietnam. Los gruesos pelos rizados de color negro que le quedaban, aferrados alrededor de la cabeza chata y deforme, se extendían más de lo necesario cubriéndole las orejas sin ton ni son. La forma de aquel cabello probablemente haría pensar, a noventa y ocho de cada cien personas, en un pubis. Qué les evocaría a las otras dos personas no le incumbía a Tengo“ (1Q84).

Años ha, se interesó también en su indumentaria:

“El hombre llevaba un traje marrón, una camisa blanca, una corbata de un rojo apagado y cada una de estas prendas parecía igualmente barata e igualmente deslucida. El marrón del traje me hizo recordar el de un coche viejo repintado con brocha por un aficionado. Con arrugas tan marcadas como la tierra en una fotografía aérea, la tela del saco y de los pantalones ya no tenía menor posibilidad de arreglo. La camisa blanca amarillaba y uno de los botones, a la altura del pecho, pendía de un hilo. Parecía que le fuera una o dos tallas pequeña, llevaba el primer botón desabrochado y el cuello doblado con negligencia. La corbata, con un extraño dibujo estampado que recordaba un ectoplasma borroso, parecía que llevase anudada desde los tiempos de los Osmond Brothers. A los ojos de cualquiera, era obvio que aquel hombre no prestaba la menor atención a su atuendo. Que se vestía porque no le quedaba otro remedio, porque tenía que hacerlo para mostrarse ante los demás. Incluso podría descubrirse en ello cierta mala idea. Tal vez pensara seguir usando esa misma ropa hasta que se desgarrara y quedase reducida a hilachas. Igual que los campesinos de las montañas hacen trabajar demasiado a los burros, de la mañana a la noche, hasta que mueren de fatiga” (Crónica del pájaro que da cuerda al mundo).


En 1Q84 añade que no se trata sólo de que vaya mal vestido “sino que da la impresión de que está profanando a propósito la idea de la moda en sí misma”. Ja.

Es posible que una novela entera no soporte al señor Ushikawa. Sin embargo, como ocasional atormentador de almas buenas el pajarraco resulta fascinante. Nos fuerza a reflexionar sobre una realidad espantosa: hay cientos de miles, quizás millones, de nuestros semejantes que llevan en la frente tatuada esta leyenda: "Hago cualquier clase de trabajo".

Guillermo Belcore

lunes, 16 de mayo de 2011

1Q84

Haruki Murakami
Tusquets. 737 páginas. Novela. Edición 2011.

El mundo es una lucha eterna entre una memoria y otra memoria opuesta.
H. Murakami

Pocos lugares son tan propicios para abandonarse al goce de la lectura como el Coffee Store de Callao y Rivadavia antes del mediodía. Hay poca gente, las sillas son comodísimas y la luz abundante. A pesar de su vecindad con el Congreso, no se ven esos típicos zánganos que viven de la política, una profesión honorable con muy poca gente honorable. Me alcanza Lorena un baguel de salmón ahumado, queso crema y ciboulette, secundado, obviamente, por un café con leche. Delicioso. La cuenta marca cuarenta y seis pesos.

Me acompaña uno de mis novelistas favoritos, parteaguas en la crítica honesta y en los blogs, diestro fabricante de bestsellers. Hoy está de moda entre los fatuos plumíferos de los suplementos repudiar a Haruki Murakami, claro está, casi sin haberlo leído y, acaso, alentados por esa vieja pulsión oculta de la aristocracia de pacotilla que desprecia todo lo que huele a masivo. Me pregunto: ¿puede alguien juzgar seriamente al bardo más popular del Japón sin haber asimilado Crónica del pájaro que da cuerda al mundo? ¿Puede un lector de novelas enamorarse de Murakami si desconoce el Animé o le resulta indiferente el relato fantástico? Como dicen en Brasil, ¿puede opinar quien no distingue el mango del mamón?


Los colgadores de rótulos afirman que Murakami (como Paul Auster o Umberto Eco) se encuentra en algún punto entre la ficción de calidad y la literatura de supermercado. Discrepo. Para mí, tiene indudables valores artísticos, los cuales -una vez más- intentaré defender. Estoy concluyendo 1Q84, novelón de setecientas páginas, que como casi todas las obras murakamianas “se puede leer como una especie de relato mitológico o como una ingeniosa alegoría”. Realismo mágico versión oriental y posmoderna. A propósito, en este libro, el insigne japonés sugiere en más de un párrafo -con el disimulo de rigor- cómo debe ser leído: “aunque la obra es de corte fantástico, los detalles de las descripciones son extremadamente realistas… todas las historias contienen algo que llama la atención… su capacidad de imaginar no es normal…”. Literatura autorreferencial, Aira, Fogwill y los surrealistas también hacen lo mismo.


La trama se va ensamblando como un rompecabezas. Narra dos trayectorias paralelas. Aomame, una instructora de artes marciales, asesina por convicción a maltratadores de mujeres con un pinchazo en la base del cráneo. Tengo, un profesor de matemáticas que escribe novelas día tras día, perpetra un fraude en un concurso literario. Naturalmente, ocurren cosas extrañas y los dos cursos narrativos van convergiendo. La lectura nunca deja de ser entretenida. 1Q84 es quizás el libro más inquietante de Murakami: hay abusos sistemáticos de niños, mujeres apaleadas, estafas, sexo explícito, sectas viles y peligrosas, un estrangulamiento y nihilismo absoluto frente a las autoridades del Estado. Embaucar a la gente es pan comido, es uno de los mensajes sombríos del autor.


Murakami es uno de los más ingeniosos Dickens de nuestra era
(sus obras desbordan de sucesos y tragedias). Exhibe una imaginación única y su copiosa producción sugiere, incluso, un nuevo estilo literario donde el kitsch, el pop, la manufactura industrial y la Alta Cultura se toman de la mano y danzan. Sus defectos -como dijo Quintín de Sábato- están a la vista, lo que los torna encantadores (o al menos soportables). ¿Qué defectos? El tono frecuente de manual de autoayuda (¿por qué razón Haruki siempre quieres enseñarle algo al lector menos avispado?). Esta bien que se tome todo el tiempo del mundo para narrar y describir (los retratos de los personajes secundarios son uno de los puntos fuertes), que sea minucioso, pero a menudo las palabras parece que no tuvieran peso. Dicho esto, puede sostenerse que Murakami ha urdido un cosmos originalísimo que se expande con fluidez, con unas reglas no convencionales que cada lector debe decidir, sin prejuicios y de acuerdo a lo que divierta e interese a su paladar, si las acepta o no. No es para todos. Algo así, como la música dodecafónica. Estos rasgos de demiurgo, por cierto, delatan a un artista de primera categoría.


El título de la novela alude a universos paralelos, a un mundo que no es éste, donde dos lunas flotan en el firmamento (la segunda un tanto deforme y ligeramente verdosa como si estuviera cubierta de musgo) y la Little People es la clave del embrollo. El volumen incluye los Libros I y II. Deja cabos sueltos que, seguramente, serán atados en los Libros III y IV, prometidos para el próximo año. Los espero ansiosamente. Aun quienes exponen sus reparos, reconocen que las obras de Murakami son imposibles de abandonar a la mitad, lo cual nunca es poco en literatura. El vate oriental es un potente Hacedor de fábulas y de parábolas y de mitos. Dicho con palabras de Borges, “un colaborador de las interminables y prodigiosas Mil y una noches’ que, desde el comienzo de los tiempos, el hombre está refiriendo”.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

domingo, 8 de mayo de 2011

Selina o la otra vida

Walter Kappacher
Adriana Hidalgo Editora. Novela, 278 páginas

“Quiero que mi lector, quienquiera que sea, solo piense en una cosa: en mí, no en el casamiento de su hija, no en la noche pasada con su prometida, no en las intrigas de sus enemigos, no en avales y cauciones, no en su casa ni en su campo ni en su dinero, y que al menos mientras me lea, esté conmigo. Si esta condición no le cupiera, que se mantenga lejos de estos inútiles escritos…”
Petrarca

Anhelo de Italia. Una enfermedad nórdica; apetencia del sol, el vino, los sabores mediterráneos, las mujeres macizas, la gente que abre toda su alma. Sobre eso va este libro. Sobre “la otra vida”. Europeos que llegan al Sur desde el frío para experimentar sensaciones auténticas, ansias indefinidas. Un profesor austríaco, en fase de separación conyugal, pasa su año sabático en una finca abandonada de la Toscana. La Mora está a solo cincuenta kilómetros de Florencia, pero es un paraje apartado, sin electricidad, hollado por los jabalíes. Se hacen las necesidades entre los matorrales. Sobre el macizo del Pratomagno, Stefan, absolutamente extasiado, se entrega a la contemplación (la naturaleza tiene buen gusto, ¿no?), a cultivar la amistad con los vecinos y con el lúcido Heinrich, a las faenas domésticas, “porque no hay nada en el mundo más importante que las pequeñas y grandes tareas que hay que en la casa, en los terrenos, cocinar“. Y encuentra a Selina, es decir, al amor incipiente. El libro, por otro lado, es homenaje y reelaboración de una obra romántica: Selina del poeta Jean Paul (1763-1865).

Epicuro sostenía que podemos ver las cosas porque de los objetos constantemente emanan invisibles ‘eídola’, estos es, pequeñas imágenes hechas de átomos que pueden ser captados por nuestros órganos. Walter Kappacher postula que los ’eidola’, aquellas esencias que no pueden definirse con palabras, se perciben lejos de la civilización moderna y la fealdad contemporánea (“¿Alguna vez ha visto un monumento de los tiempos modernos que no sea horrible?”). La novela está colmada de referencias al arte clásico italiano. Nos fuerza a usar constantemente el Google. ¿Tan hermosas son la famosa carta de Petrarca sobre el ascenso al Monte Ventoux y la Madona della Misericordia de Parri di Spinello?

Un ocurrente elaborador de rótulos dijo que Walter Kappacher (Salzburgo 1938) es un cabal representante el “realismo poético”. En efecto, su prosa tiene una cadencia suave, bella y melancólica, murmura como un curso de agua. La novela no progresa en tiempo lineal, sino que trabaja por adición de sensaciones y anécdotas. Es decir, el relato no tiene una verdadera trama. Se trata de una literatura inteligente, culta, seria, con buen sentido, que arriesga incluso una conjetura sobre el origen de la idea de Dios. No es para todos. Un escritor para escritores, dijo Peter Handke del austríaco Kappacher cuando se lo honró con el Premio George Büchner 2009, uno de los más importantes en lengua alemana.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

martes, 3 de mayo de 2011

La Viena de fin de siglo

Carl Schorske
Siglo Veintiuno. Ensayo de arte e historia. 375 páginas

A cada época su arte, al arte su libertad.
Lema del movimiento ‘La secesión’

Este ensayo -publicado por primera vez en 1980- es un clásico. Vale decir, su exquisita erudición no ha sido superada y siempre encontrará nuevos lectores. Articula varios textos con los que Carl Schorske, catedrático de Princeton y eminencia de lo que se conoce como “estudios culturales”, honró la American Historical Review. Se examina uno de esos raros momentos de la humanidad donde la excelencia se concentra en área geográfica limitada, en unas pocas manzanas de una gran ciudad, como en la Atenas de Pericles o la Florencia renacentista. La Viena finisecular no sólo puso hitos en la historia del pensamiento, también funcionó -al decir de uno de sus poetas- “como un mundo de juguete en donde el mundo de verdad hacía sus prácticas” para la desintegración política y social de Europa.

Schorske describe un impresionante trabajo de destrucción creativa. Identifica a los geniales hijos díscolos del liberalismo clásico, a aquéllos que, aun sin quererlo, sentaron las bases de su descomposición. "Moderno" sonaba como un grito de guerra. Los siete capítulos se interesan en la literatura, la planificación urbana, las artes plásticas, la música, el psicoanálisis, el arte de la política. Nos acercan a Sigmund Freud, “el adivinador de acertijos que encontró en la historia de Edipo la llave para abrir el alma humana”. Reivindican a dos escritores emblemáticos, Arthur Schnitzler y Hugo von Hofmannsthal. Siguen las huellas de dos arquitectos importantes y de tres dirigentes que hicieron época (dos antisemitas, uno sionista). Un ensayo está dedicado al pintor Gustav Klimt. El último al expresionismo y a la genialidad de Oskar Kokoschka y Arnold Schoenberg.

En Viena, por cierto, se refinó la noción del artista moderno como un ser “condenado a recrear su propio universo”. Fue uno de los caldos de cultivo más fértiles de “la cultura ahistórica” que caracterizó al siglo XX. La cultura posnietzscheana, sostiene Schorske, se caracteriza por su heterogeneidad y fragmentación que impide la aplicación de cualquier categoría amplia, premisa unificadora o principio de coherencia. Es imposible encontrar características comunes en la cultura pluralizada posnietzscheana, advierte el catedrático a los hacedores de cartografías inútiles.

Si como crítico literario Schorske no resulta muy inspirador, como historiador de las ideas es magnífico, incluso al aplicar categorías psicológicas a una suerte de rebeldía generacional en el arte y la política. El libro se lee con placer y provecho. Esclarece el trascendental legado austríaco.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

PD:
La lectura de esta obra podría acompañarse con tres piezas dodecafónicas.