Tom Wolfe
Anagrama. 617 páginas. Edición diciembre 2013.
Las ideologías, por fortuna, se han evaporado. La fe, lamentablemente, casi no cuenta en el Occidente próspero. “Ni en el Este, ni en la Costa Oeste de Estados Unidos nadie que aspirase siquiera a un mínimo de refinamiento profesaba ya religión alguna, y desde luego nadie que se hubiera licenciado en Yale”, nos señala el autor de este libro. Las familias siguen disgregándose. ¿Qué queda para aglutinar en el cuerpo social esas células que no toleran afrontar la vida como individuos aislados? El clan, la tribu, la identidad cultural. En ningún lugar de Norteamérica, se percibe este fenómeno de una manera tan patente como en la prospera y envidiosa Miami. El melting pot es imposible, plantea esta colosal novela. La tensión entre las comunidades es una realidad bruta que coloca a la gran urbe al borde del estallido de manera permanente. Afroamericanos y cubanos se odian entre sí; los haitianos y rusos son una nueva inmigración explosiva; los WASP (blancos, anglosajones y protestantes), aunque minoría en vías de extinción, se sienten superiores a los demás. Todos se desprecian entre sí. Sólo un gran escritor como Tom Wolfe -y un extraordinario antropólogo al voleo- podría aprehender semejante menjunje inflamable. Tituló su cautivante creatura Back to Blood, porque detrás de todo estaría hoy la sangre, es decir la raza. Pero la traducción al castellano la degradó a Bloody Miami, acaso por ignorancia o quizás con el propósito filisteo de vendernos gato por liebre.
¿Es esto lo mejor que ha escrito Tom Wolfe? No puedo afirmarlo, porque no he leído TODO lo que ha entregado a la imprenta el excéntrico caballero de Virginia. Sólo puedo decir que de lo que he leído (La hoguera de las vanidades, Todo un hombre, Soy Charlotte Simmons y Emboscada en Fort Bragg) el último libro está en la cima de su producción narrativa. A los ochenta y dos años, el dandy mantiene la vista para los detalles, el oído para los diálogos y los ruidos modernos, y la lucidez para la sátira social.
Piénsese en el libro como en un fresco. Wolfe va dibujando personajes con el pincel de marta que usaban los miniaturistas persas. La trama gira en torno a Néstor Camacho, policía de origen cubano, todo músculos, que rescata de la punta del mástil a un fugado de la isla de Fidel, pobre diablo que como no llegó a tocar tierra no podrá gozar de asilo automático. Fue una verdadera hazaña de fortaleza física y un acto de valentía singular, pero la recalcitrante comunidad anticastrista -y hasta la propia familia de Camacho- se apresurará a repudiar al policía, forzándolo incluso a abandonar su casa. Así de cerril es esa subcultura atrasada. Camacho tiene talento para meterse en dificultades. Vuelve a encender pasiones raciales, al moler a golpes a un narcotraficante afro de ciento cincuenta kilos, una verdadera bestia que casi ahorca a otro policía. Pero claro, lo hizo delante de un teléfono celular con cámara de video y la operación antidrogas saltó a Youtube, arteramente editado. El propio alcalde de Miami pide la cabeza de Camacho, pero nuestro héroe terminará reivindicado al esclarecer un caso de violencia escolar (donde los malos son unos pandilleros haitianos adolescentes) y al ayudar a un periodista WASP -el gran héroe wolfferiano- a desenmascarar a un oligarca ruso que le había hecho creer a los poderosos de la ciudad que donaba carísimas obras de Kandinsky y Malevich para un nuevo museo. Las pinturas eran un fraude. Magdalena, una belleza cubana y ex novia de Camacho, es el otro gran personaje de la trama.
Pocos veces habrá visto el lector una colección de esnobs, grandes nulidades, frívolos, insensatos y resentidos como en este libro. ¿Exagera Tom Wolfe? No mucho. La obsesión por la figuración social y el derroche más obsceno son destrozados por una mente conservadora (paranoica dicen sus críticos) que no deja pez gordo sin cabeza, incluso crucifica a esa onerosa aberración a la que llamamos arte moderno, como el famoso tiburón pudriéndose en un cubo de formol. El mensaje del autor es trasparente: ¿es ésta civilización de consumo un logro del que podamos sentirnos orgullosos? No, claro que no. Hemos ido demasiados lejos, en algunos aspectos. Nos obliga a reflexionar, por ejemplo, sobre la pornografía, omnipresente en nuestra vida cotidiana. Ya no se trata de esa pulsión fáunica -tan vivificante- que describe muy bien Ercole Lissardi. Para millones de personas es como una droga que embota la inteligencia, por caso el más distinguido magnate de Florida, que se masturba hasta quince veces por día, convirtiendo sus ingles en una llaga viva y asquerosa. ¡Qué cosa necia, enferma, es el ser humano!
Orgías sobre los yates, tugurios de strip tease, los más caros restaurantes de la ciudad, un reality show con un millonario ruso caído en desgracia, el consultorio de un psiquiatra inescrupuloso especializado en obsesiones sexuales, la redacción del Miami Herald, barrios negros cubiertos de basura y desesperación, el Súper Bowl del mercado artístico donde se retuercen como gusanos vejetes millonarios, vestidos como colegiales y ávidos por comprar fruslerías… Tom Wolfe nos lleva de la mano por escenarios que atrapan nuestra atención de vouyers. Molesta un tanto la proliferación de onomatopeyas, pero el estilo es rápido y entretenido. No en vano tenemos aquí al maestro del Nuevo Periodismo que aspira a ser recordado como Balzac (¡je!, véase el primer capítulo). En su desmesura, la novela se disfruta de la primera a la última página. Como hizo en su momento con Nueva York o Atlanta, el Gran Escritor estaqueó a Miami y la desolló viva.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy buena
PD: La novela recibió muchas críticas adversas en Estados Unidos, en especial desde el progresismo. Lógico.
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