jueves, 27 de enero de 2022

Creación


En un ensayo breve pero muy reconocido, Georg Luckáks (1885-1971) estableció que la novela histórica comenzó a principios del siglo XIX. Más precisamente en 1814 cuando Walter Scott publicó Waverley. Aparecía por primera vez -según el gran crítico húngaro- el contenido específico de esa subespecie narrativa: "La excepcionalidad en la actuación de cada personaje deriva de una singularidad histórica".­


El invento prosperó, ha cautivado la imaginación de millones de terrícolas. Aún hoy genera decenas de obras extraordinarias y una versión plebeya que se vende muy bien en los supermercados y permite a ciertos periodistas argentinos posar de literatos. "Gracias a la invención y la imaginación, puede llegar allí donde no llega la Historia, y hacerlo, además, de forma más intensa y entretenida", escribió en El País de Madrid Luis García Jambrina (1960), profesor de la Universidad de Salamanca, quien tampoco pudo resistir la tentación de experimentar con la forma. Georg Luckáks, por cierto, consideraba que la virtud fundamental que debe exhibir es la verosimilitud. Y advertía: "Los acontecimientos históricos, si se recurre a ellos, no pueden alterarse, pero los personajes pueden ser ficticios y responder a la creatividad de sus autores".­


Entre tantas joyas que retratan una porción del pasado, hay una excepcional. Recomendamos hoy la obra magna de Eugene Luther Gore Vidal (1925-2012), uno de los grandes narradores estadounidenses, cuyo talento, sin embargo, no parece haber recibido de la Academia el aplauso que merece. Nos referimos a Creación (Edhasa, 854 páginas). Fue entregada a la imprenta en 1981 pero se publicó mutilada, con cuatro capítulos menos; hasta 2002 Gore Vidal no pudo desbaratar esa herejía. Busque entonces la versión larga. Le permitirá fugarse de este horrible 2002 a una época de maravillas y acontecimientos decisivos para la humanidad: la Edad Axial (el concepto es de Karl Jaspers). Viajamos a la Atenas de Pericles, a la corte del Gran Rey Darío I en Susa, a las republiquetas del Ganges donde enseñaba Buda, y al Reino del Medio del taoísmo y el maestro Confucio.­


La trama está narrada en primera persona. Escuchamos la voz añosa de Ciro Espitama, embajador en Atenas del Imperio Persa y sobrino de Zoroastro, el profeta de la Verdad, del dios único Ahura Mazda. Está indignado. Quiere refutar una conferencia de Heródoto en el Odeón, plagada de embustes que han llegado hasta nuestros días. Casi ciego y en el invierno de su vida, Ciro le dicta su biografía a un sobrino de 18 años, un tal Demócrito de Abdera. Estamos en el 445 antes de Cristo.­


La trama pues hilvana decenas de viajes, aventuras y decisiones de Estado, salpimentada con reflexiones teológicas, filosóficas y políticas. A Ciro Espitama lo obsesionaba un tema: la creación del universo (de ahí el título). Lo oímos, maravillados, discutirlo con Anaxagoras, en la casa del rico Calias; con el Buda en un monasterio de la ciudad de Shravasti, cuando el Gran Rey Darío lo envió a la India en misión diplomática y de espionaje. Y con Confucio, durante una clara mañana de pesca en el decadente ducado de Lu. Hasta Catay había llegado el emisario de Jerjes para abrir una ruta comercial, tarea equivalente a la construcción de una escalera a la luna.­


ANACRONISMO DELICIOSO­


Hay que decir que hasta el anacronismo de Creación es delicioso. Ciro Espitama habla con la elegancia e ingenio que caracteriza a la elite wasp de Nueva Inglaterra. Gore Vidal, claro, era uno de esos patricios. Su imaginación nos ha permitido intuir el punto de vista persa durante las guerras griegas. Los bárbaros, al parecer, somos nosotros.­


A la hora de planear la próxima expansión del Imperio Aqueménida, dos políticas pugnaban en la pesada corte: la estrategia occidental vs. la oriental. ¿Conquistar belicosos territorios de Europa, "donde nada no hay nada que alguien pueda querer"; o apoderarse de la industriosas poblaciones de India? Todos los reyes, tiranos o generales griegos desacreditados iban inmediatamente a Susa a conseguir ayuda, evoca Ciro Espitama. "Un occidental siempre está dispuesto a traicionar a su tierra natal por amor propio herido", advertía a Demócrito. Y esos consejeros resentidos obnubilaron a Darío y a Jerjes. Abrieron el camino hacia Salamina; alumbraron a Alejandro a la larga. Fascinante novela, ¿verdad?­


Gore Vidal, finalmente, nos deja una enseñanza. Poco ha cambiado en 2.500 años, entre los tiempos del Trono del León y los Planes Trabajar de Cristina: 

"Un campesino contratado o un esclavo producen exactamente la mitad de alimentos, que un hombre libre dueño de la tierra que trabaja". 


Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno.

domingo, 23 de enero de 2022

La Máquina, una leyenda del fútbol




El estilo es el hombre, escribió en piedra Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon. En efecto, la forma de vivir, de vestirse, de comportarse ante los desconocidos revela una identidad (una conciencia libre), cuando no es máscara. ¿Los mejores literatos son los estilistas, es decir los que cultivan el arte de la palabra justa y sacan brillo al párrafo hasta que relumbra? Leyendo a Borges, Banville, Aira, Steiner uno tiende a pensar que sí, pero desde la platea vociferan Cervantes, Sarmiento y Arlt que estamos equivocados, que la exuberancia en la dicción o el dominio de la metáfora no son los únicos dones decisivos en las bellas letras. Hay, sin embargo, un ambito de la realidad donde el estilo lo es todo; ese ámbito se llama el fútbol. Los únicos equipos inolvidables, los capaces de saltar sobre el fanatismo tribal y arrancarle el aplauso esquivo a la tribuna de enfrente, son aquellos que sostienen a lo largo del tiempo una generosa filosofía de juego, es decir un estilo. Como River Plate entre 1941 y 1946, acaso la cúspide del balonpié argentino. Quedan pocas personas vivas, ¡ay!, que hayan disfrutado de los lujosos espectáculos de La Maquina, pero afortunadamente dos de los mejores periodistas de La Prensa decidieron rehacer en tinta impresa ese glorioso lustro.


La Máquina, una leyenda del fútbol (Editorial Libro Fútbol.com, 363 páginas) es el segundo libro de Gustavo García y Carlos Viacava. Establece este último en el prólogo que ese River que ganó tres campeonatos, dos veces concluyó segundo y una vez tercero "se trató de una revolución táctica y estética llevada a cabo por jugadores de un talento supremo''. Expresión artística -¿por qué no,- labrada pues por Muñoz-Labruna-Pedernera-Labruna y Loustau, pero no solamente por el quinteto mágico. Fue un equipo con todas las letras, de cabo a rabo. Fue un Edén mientras el mundo estaba en llamas.


El libro reúne una impresionante cantidad de datos y opiniones de expertos que permite tanto afirmar conceptos como desbaratar mitos sobre los cincos fantásticos, que no vale la pena develar aquí pues conforman uno de los agrados de la minuciosa investigación. Reseñaron decenas de encuentros, examinaron cada uno de los mecanismos aceitados de La Máquina, historiaron a los protagonistas, abrieron diversas subhistorias paralelas, por ejemplo con el seleccionado argentino. La reconstrucción histórica es formidable, aquel era otro mundo, ¡Labruna tardó 14 años en comprarse una casa! Da la impresión que ningún detalle se les ha pasado por alto. ¿Fue Atlanta de 1947 el peor fracaso económico-deportivo en la historia del fóbal criollo?


Hay que destacar, además, que Viacava & García no sólo han rendido homenaje, como dijimos, a un sublime cambio de paradigma en la manera de atacar y lastimar sino que también tramaron rescatar grandes plumas del periodismo (Frascara, Borocoto, Panzeri) durante la era de oro de las revistas deportivas. Tal ejercicio de nostalgia nos obliga a concluir que la tecnología nunca podrá exprimir con más eficacia al talento o, más aun, que, en el camino del genio, cierta dificultad parece ser necesaria para la excelencia. No se escriben hoy mejores crónicas y comentarios en una computadora que en los tiempos de la estrepitosa máquina de escribir, ¡o de la pluma! No vemos en el hiperfilisteo fútbol actual mejores gambetas, jugadores y goles gracias a la grama perfecta y la pelota diseñada por informáticos.


Finalmente, ¿podría decirse que hay también un estilo de investigador literario? Existen diferentes jerarquías, como en todo. Desde esta trinchera, preferimos al ensayista que en Brasil llaman cu de ferro, pues invierte cientos de horas-silla investigando, buscando el pormenor raro y significativo, acumulando números, corrigiendo, perfeccionando el texto hasta volverlo una Máquina implacable para agarrar de las solapas la atención de nuestra mente -esa dama veleidosa- hasta la última página, cuando el lector descubre extasiado que ha pasado un momento agradable e instructivo con un libro, que ha aprovechado el tiempo escaso que el Creador le ha dado. Carlos Viacava y Gustavo García pertenecen a esa estirpe de investigadores, la de los excelentes.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno

lunes, 17 de enero de 2022

Los desposeídos


Hace 170, años los seguidores de la profeta Lais Oddo abandonaron el planeta Urras. Un millón de almas eligió una nueva vida en una luna inhóspita, fría y ventosa que no había producido especies más evolucionadas que peces y plantas sin flores. No obstante, los disidentes prosperaron; construyeron en Anarres una civilización sofisticada que se rige estrictamente por los principios solidarios del anarquismo.


Siete generaciones después, ninguna forma de propiedad es tolerada en el planeta satélite. Los odonianos desconocen el dinero, el matrimonio, las jerarquías, el sometimiento de la mujer, la religión. En sus toscas ciudades ninguna puerta está cerrada con llave, pero todas las casas cuentan con una habitación privada para quien desee intimidad sexual. Los ciudadanos no pueden tener cosas, ni siquiera el amor incondicional de una madre. La vida privada sólo tiene valor cuando cumple una función social.


El Nuevo Mundo se rige, además, por los principios de la economía orgánica. Todo excedente, cualquier lujo se define como "excrementicio". La tecnología es tosca: la construcción de una simple barcaza para transportar grano por mar requiere todo un año de planificación y un gran esfuerzo para la economía. En la práctica, el mundo libre de Anarres sobrevive porque se ha convertido en una colonia minera de Urras. El trueque es el vínculo institucional entre dos planetas que se desprecian mutuamente. Se toleran, empero, esporádicos intercambios científicos.


Algunos librepensadores de Anarres se han revelado contra el status quo, creen que es hora de poner fin al aislamiento. El más notable es Shevek, un físico genial que casi deja el pellejo en su afán de convertirse en el primer odoniano en volver al Planeta Madre en más de un siglo y medio. Esa decisión lo ha convertido en un maldito entre su gente; la utopía anarquista tiene lo suyo, no se crea, la censura se ha generalizado y el miedo al cambio más la mentalidad burocrática sofocan el pensamiento individual. El revolucionario viaja a Urras en uno de los cargueros que, ocho veces al año, unen los cuerpos celestes.


Fascinante, ¿verdad? Es el argumento de una novela magnífica que Ursula Le Guin (1929-2018) -acaso la demiurga más culta de la llamada ficción imaginativa de Estados Unidos- entregó a la imprenta en 1974. Minotauro acaba de reimprimir en la Argentina Los desposeídos (462 páginas). La autora ha confesado que sus elucubraciones filosóficas se inspiran en las ideas del príncipe ruso Peter Kropotkin y del filósofo de la nueva izquierda sesentista Paul Goodman. Y que el científico J. Robert Oppenheimer, un amigo de sus padres, fue el modelo de Shevek, el exiliado.


DE NINGUN LUGAR


La trama se expande en dos direcciones. En primer lugar, leemos los esfuerzos del Shevek para encajar en Urras como invitado de una prestigiosa universidad con la que mantenía contacto epistolar. No le resulta sencillo. En el Viejo Mundo, rigen doctrinas y costumbres que los odionianos han sido entrenados para odiar como el propietariado (nuestro capitalismo) y el "arquismo", similar al comunismo de cuño soviético. La comodidad, las vestimentas extravagantes, la comida abundante, los pájaros, el cuero, el patriarcado, la servidumbre, todo le resulta extraño al justiciero. Sus anfitriones lo miman porque Shevek ha desarrollado la Teoría de la Simultaneidad que podría acortar increíblemente los viajes espaciales.


Le Guin usa con destreza el recurso del flashback. La narración de las peripecias en Urras se alternan con capítulos que detallan el arduo camino que debió recorrer Shevek en Anarres hasta convertirse en puente entre dos mundos, con todos los vientos en contra.


Hay que repetir lo que habíamos señalado hace unos meses tras la lectura de La mano izquierda de la oscuridad. La escritora californiana -hija del destacado antropólogo Alfred Kroeber- fue bendecida por el Altísimo con un talento sublime para imaginar sociedades alternativas, en este caso, como dijimos, una anarquista que va sacrificando ideales en el altar del utilitarismo más ruin. El amor al detalle de Le Guin es extraordinario. Hasta la lingüística fue atendida con rigurosidad: en Anarres desaparecieron los pronombres posesivos y el insulto más escuchado es "¡egotista"!


Podría pensarse que la tensión entre Urras y Anarres es un subproducto de la guerra fría. Dos modelos ideológicos en pugna: capitalismo vs. anarquismo. Pero no se trata de una obra maniquea; los planteos conceptuales de Le Guin nunca son doctrinarios o simples, incluso su feminismo es delicado y sabio. Los desposeídos obtuvo los premios más importantes de la ficción científica (Hugo, Locus y Nebula) en 1975.


El juego de ideas, la historia de una conciencia pura que desafía a los poderes establecidos, y esa minuciosa atención a los pormenores de una raza alienígena hacen muy recomendable a esta novela. Escuchen esto: los pueblos del planeta Urras tienen su propia versión de la caída de Adán y Eva. Dios expulsó del Jardín del Edén a Pinra Od porque se atrevió a contarse los dedos de las manos y los pies, hasta sumar veinte, y dejar así el Tiempo suelto por el Mundo.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

miércoles, 5 de enero de 2022

Las ideas de nuestro tiempo

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En el arte del panfleto nadie ha demostrado mayor vigor y eficacia durante el último tramo del siglo XX que Jean Francois Revel (1924-2006), estableció don Fernando Savater en Sin contemplaciones.


El panfleto no es una especie menor. Es un campo ilustrado donde cabalgan los librepensadores que deciden escribir no sobre un tema, sino contra un adversario (Y a éste no se lo concede nada). Revel lo hizo con vivacidad, mordacidad de estilo y con el apoyo crucial de los datos concretos. Ha brillado así como cruzado de las ideas correctas, en particular de la libertad de espíritu. Ha sido el azote del comunismo, tanto de vieja escuela como el finisecular, camuflado de otra cosa. Ha escrito algunos de los libros políticos más importantes de nuestra era (por lo esclarecedores) como La tentación totalitaria, Cómo acaban las democracias, La obsesión antiamericana y El conocimiento inútil.


Antes de esas obras fundamentales, entre 1966 y 1971, fue editorialista literario de la revista L'Express. Esos artículos semanales, también lúcidos, son piezas de crítica del más alto nivel. Se han atesorado en un volumen maravilloso que encontramos en la Biblioteca del diario La Prensa y que venimos a recomendar con toda convicción: Las ideas de nuestro tiempo (Emecé Editores, 376 páginas, edicion 1973). La traducción es de Ramiro de Casasbellas. Hay que destacar que las ideas revelianas no han perdido un gramo de vigencia.­


La antología examina, con afilada precisión, el pensamiento de Marx, Erasmo, Marcuse, Aron, Chomsky, Mc Luhan, Trotsky, Freud, Montagne entre otros colosos. Revel observaba tanto las mutaciones subterráneas como los epifenómenos de superficie. Opinó sobre el Mayo francés, la Unión Soviética, Franco, la revolución de la costumbres en California, De Gaulle, la guerra de Vietnam, Israel y la idea del sionismo, el impacto de la publicidad, la democracia representativa. Comentó obras de Borges, Edgard Morín, Pirandello, Le Clezio, Malraux, Mauriac, Napoleón, Peyrefitte, Balzac, Vance Packard...­


Casi al pasar, el maestro Revel recomendaba a los comentaristas "mantenerse equidistante de la apología o el anatema, comprender antes que elogiar o condenar''. Por fortuna, casi nunca siguió una sugerencia tan inane. Así, nos regala una definición insuperable del Estado: 

"...institución destinada a promover a los mediocres, cuya esterilidad quedó demostrada de una vez y para siempre en los países del Este''.­


Y a los futboleros nos advierte en un pasaje de amarga ironía que el deporte de masas es una fuente primordial de demencia: 

"...a las enfermedades mentales más conocidas (maníaco-depresión de los atletas, paranoia de los simpatizantes, estado semiesquizoide de los dirigentes) se agrega el trance colectivo del público que llega hasta la locura mortífera...''.­


Un libro extraordinario, en síntesis. Haga el esfuerzo de encontrarlo, amigo lector.­


Guillermo Belcore


Publicado en el diario La Prensa



Calificación: Excelente