domingo, 16 de agosto de 2020

Solenoide

En el Antiguo Testamento, Dios anuncia a Moisés que la ha concedido al artesano Bezaleel, de la tribu de Judá, el don de la invención y la maestría a fin de que pudiera construir el Arca del Pacto, entre otros trabajos. Las novelas sublimes que llegan a nuestras manos confirman que no se trató de un caso aislado. Mircea Cartarescu es otro de los bendecidos. En su obra maestra, Solenoide (Impedimenta, 798 páginas), el escritor de la singular Rumania demuestra que lo ha colmado "el Espíritu de Dios en sabiduría, en inteligencia, en conocimiento y en toda clase de arte" (Exodo 31).

Entregada a la imprenta en 2015, Solenoide es el fruto de un talento maduro (Mircea cumplió 64 años en junio), es la consagración de una larga carrera literaria, y es una obra cuya excelencia por sí sola justifica el Premio Nobel de Literatura. También es una de las mejores novelas oceánicas que leí en mi vida. Conforma un enorme caldero burbujeante donde se cuecen las influencias de Thomas Pynchon (el escritor favorito de Mircea), Jorge Luis Borges y Franz Kafka. Puede hablarse a partir de ahora de un imaginario cartaresquiano. Como elogio, claro.

La novela se articula como el diario de anomalías en la vida de un don nadie. Cada capítulo es un cuaderno que ha escrito, de manera febril, un profesor de rumano en la escuela primaria número 86 de las afueras de Bucarest. Estamos en los tiempos del conducator Nicolae Ceausescu.

El narrador es un escritor frustrado que ha superado la treintena hace mucho y que no ha hecho nada en este mundo. Vive en una casa con forma de barco, en el barrio gitano, asentada sobre un solenoide (hay uno sobre cada nodo de la red de energía magnética de Bucarest) que le permite levitar en la cama. Remata la vivienda un torreón donde se esconde una maquinaria infernal, con la forma de un sillón de dentista. El educador vive encerrado en un ciclo destructivo y siniestro: casa-escuela-casa-escuela-casa. Su matrimonio naufragó por la acelerada degradación mental de su esposa. Pero el hombre quiere comprender su situación con lucidez y cinismo; y busca con desesperación una salida, que estaría -se nos revela a lo largo de cientos de intensas páginas- en una cuarta dimensión.

El manuscrito del docente encadena decenas de extravagancias: el inframundo del parásito, el manuscrito Voynich, la novela El Tábano, la interpretación de los sueños de Nicolae Vaschide, el teseracto de Hinton, los dibujos postahorcamiento de Nicolae Minovichi, la secta de los piquetistas (pinche aquí) horrorizados ante la idea de la muerte, maquinarias irreales, edificios como laberintos kafkianos, situaciones oníricas, un jarrón imposible de otra dimensión que recibió una niña en un páramo a las afueras de Bucarest, criaturas inhumanas,... Y la lista continúa. Pero no quisiera olvidarme del viaje del profesor, en forma de Mesías, al mundo infinitesimal de los sarcoptos de la sarna. Es una de los soberbias parábolas (simboliza nuestra relación con la Divinidad) que ofrece la novela.


Doble registro



Si hay una palabra que adora la gente esnob de Puan es tensión. La usan hasta el cansancio, Es casi su santo y seña, o una forma de reconocimiento masónico. Algún avispado que haya egresado de la Facultad de Letras podría concluir que agita a Solenoide "una formidable tensión entre el registro realista y el fantástico-metafísico". En el primero, aparecen las espantos del comunismo balcánico, que como todo socialismo fue una máquina colosal de producción de miseria. La pintura de Bucarest -la ciudad más triste que se haya eregido sobre la faz de la tierra- tiene un pie en ambos registros. Nos persuaden de que la capital rumana fue, como Brasilia, planeada, pero planeada para ilustrar sobre el destino de ruina que nos aguarda a todas "las mentes vestidas de carne".

Naturalmente, el feísmo no es el único procedimiento filoso que Cartarescu pone sobre la mesa. Destaquemos la hipérbole (medio libro contempla al mundo con ojos de niño); la jerga científica; y el ejercicio metalinguístico: una novela que desdeña las novelas, sentencia que "ningún libro tiene sentido si no es un Evangelio... debe ser un mapa no un paisaje" (extrañanamente en la página 264 reivindica a don Ernesto Sábato; será uno de los salvos el día del Juicio Final).

Pero el truco mejor logrado de este escritor cultísimo es la digresión (y la digresión en la digresión) para introducir una especulación filosófica que nos deja con la boca abierta o cavilando. Lo diré con las mismas palabras de Cartarescu:


"...el cambio de registro es súbito y sorprendente, como si el gato que pide comida en la mesa empezara a hablarte de repente, no sólo en una lengua humana, sino con doctas alusiones al mito de la caverna de Platón..."

Sólo falta decir que Solenoide no es para todos. Aunque suene elitista, estoy convencido de que es así. No es para el consumidor con prisas o para el consumidor que busca un mero entretenimiento. No es una lectura fácil, porque es una obra maestra compleja que va armando su sentido lentamente (atributo pynchoniano) y cuyo principal asunto de reflexión es nada menos que el misterio del sufrimiento humano. Se sugiere no ingerir más de tres capítulos por día, detenerse en los párrafos magníficos y releer. Al final, la recompensa -os aseguro- será comparable al esfuerzo de la magnífica travesía.
Guillermo Belcore


Calificación: Excelente

domingo, 9 de agosto de 2020

El juez

Hay una categoría de escritores que, a pesar de no haber producido una de esas obras maestras que explotan como una Supernova, han mantenido una calidad tan pareja que conviene agotar su producción. Elmore Leonard es uno de ellos. 

El prolífico escritor de novelas y guiones policiales, nacido en Nueva Orleans, ha compuesto, acaso, la mejor galería de perdedores de la literatura estadounidense. Delincuentes y sinvergüenzas de poca monta -por lo general ‘basura blanca’-, gente retorcida y ambiciosa a los que nunca les resultan los planes, pueblan sus dos mejores creaturas: los libros y la serie Justified, que Leonard produjo hasta su muerte en 2013. Puede hablarse sí de un universo moral, estético y sociológico leonardeano.

Ese don maravilloso para crear personajes interesantes relumbra en una novela de Leonard que, entregada a la imprenta en 1991, hoy nos gustaría recomendar: El juez (Vergara, 291 páginas, edición 1993, traducción Aníbal Leal).

El título alude a su señoría Bob ‘Maximum’ Gibbs, del Tribunal de Distrito de Palm Beach, duro entre los magistrados duros, mujeriego, casado con una parapsicóloga chiflada que se cree poseída por el espíritu de una niña negra muerta hace 135 años. Para deshacerse de su joven esposa, el juez sexagenario (en el fondo un campesino sureño) quiere darle un buen susto, algo que la induzca a hacer las valijas y marcharse de la finca rural en la que viven. Promete, así, indulgencia a un palurdo acusado de delitos menores a cambio de que introduzca un caimán en el parque. 

¿Dije que los proyectos de los personajes de Leonard casi siempre concluyen para la mona? Sí, lo dije. Bueno, el aligator debía estar muerto, pero resulta que el monstruo de más 400 kilogramos se despertó y el juez debió llamar a la policía y al sheriff para abatirlo.

Paralelo a la historia de desavenencia conyugal y el saurio, hay un par de ex convictos que traman vengarse del honorable (es una manera de decir) Gibbs. Uno de ellos es un vicioso médico de origen cubano, condenado a prisión domiciliaria por falsificar recetas. El otro, es el carácter que se roba la novela: Elvin Crowe, un tipo rudo, cercano a los cincuenta, que acaba de salir de la cárcel, usa un sombrero pajizo de vaquero y botas de trescientos cincuenta dólares. A su sobrino, Dale, acaban de caerle cinco años de cárcel por golpear a un policía, mientras se encontraba en libertad condicional. Naturalmente, fue sentenciado por el juez Gibbs. 

Del lado de los buenos, se encuentran Kathy Baker, la funcionaria latina encargada de la libertad vigilada de los Crowe y el pulcro detective Gary Hammond. Construirán juntos una hermosa historia de amor, no obstante…


Seguramente, los fanáticos de Justified -como el hacedor de este blog- habrán parado la oreja cuando hablamos de los Crowe. Sí, se trata de esa familia delincuencial de los pantanos de Florida que en la temporada cinco de la serie se mudan a Kentucky para incordiar al marshall Rayland Givens. Magias de la televisión. Elvin tiene para quien esto escribe el rostro, la voz y el acento del mañoso Darryl Crowe Jr. (magníficamente interpretado por Michael Rapoport, foto).

Antes de terminar hay que decir que el libro es muy recomendable no sólo por narrar una historia atrapante con personajes de carne y hueso y por ser una honesta exploración de los bajos fondos de Florida, sino que también fulguran algunos recursos estilísticos. Como las pinceladas de humor y los diálogos a Warp 10. Leonard, por otra parte, es un maestro del discurso indirecto libre. ¿Qué significa esto? Qué se nos permite atisbar, como quien no quiere la cosa, en los pensamientos tortuosos de un criminal, o en los apetitos sexuales de una chica latina.

Este blog ha decidido, pues, agotar la obra de Elmore Leonard uno de los maestros de la novela negra contemporánea.
Guillermo Belcore

Calificación: muy bueno

domingo, 2 de agosto de 2020

Piquetistas, según Mircea Cartarescu

EL DICCIONARIO DE ASTERION XXI:

Piquetista: Sust. Com. Secta severamente perseguida en la Rumania comunista que se rebeló contra la degradación del cuerpo humano. “¡Muerte a la muerte“, fue la consigna fundante, aunque también enarbolaron pancartas con estos mensajes: “¡Abajo los accidentes!, ¡Sin fracturas de columna!, ¡Basta de dolor de trigémino!, ¡No a la desaparición definitiva!, ¡Detened la masacre!” Los piquetistas solían llevar un insecto muerto escondido dentro del puño, vestir con colores oscuros y reunirse para hacer piquetes, al amparo de la noche, en la puerta de la morgue y de los cementerios de Bucarest. 

En su colosal novela Solenoide (Impedimenta, edición 2015), Mircea Cartarescu recoge un poema y un discurso de uno de los líderes piquetistas, el físico oriundo de la ciudad de Magurele Virgil XX, pronunciado la noche de su muerte (al parecer lo aplastó una colosal estatua) en la década del ochenta. Trascribimos un fragmento de la página 363 que resume el manifiesto sectario:

“¿Cómo es posible que existamos? ¿Quién ha permitido este escándalo y esta injusticia? ¿Este horror, esta abominación? ¿Qué imaginación monstruosa envolvió la conciencia en carne? ¿Por qué hemos descendido a este cenagal, a esta jungla, a estas hogueras llenas de odio y furia? ¿Quién nos ha obligado a tener huesos y cartílagos, esfínteres y glándulas, riñones y uñas, pieles e intestinos? ¿Qué hacemos en este mecanismo sucio y blando? ¿Quién ha consentido el dolor, quien ha consentido los sentidos? ¿Qué tenemos que hacer con los racimos de células de nuestro cuerpo? ¿Con la materia que fluye por él como a través de un tubo de carne agónica? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Qué tomadura de pelo es esta? ¡Protestad, protestad contra la conciencia enterrada en la carne!” .

Los piquetistas fueron arrestados en masa por la Policía y la Securitate, internados en hospitales psiquiátricos como era norma en el mundo comunista, encerrados con los presos políticos en celdas miserables, pero los que quedaban libres podían ser vistos, con sus pancartas, con los ojos siempre bañados en lágrimas, allí donde se abría, como una flor carnívora, el sufrimiento humano en la capital rumana, refiere Cartarescu.