domingo, 26 de mayo de 2019

Universidad para asesinos

El comisario Kastos Jaritos, por fin, ha logrado descubrir el secreto a voces. Jefes, compañeros y subordinados le habían colgado un mote, unos con simpatía, otros con desprecio. Lo llaman a sus espaldas Jaritos, el Escarabajo, porque lo rebusca todo, no deja piedra por remover para resolver crímenes glamorosos. En un país como Grecia (o como la Argentina) donde la cultura dominante impone que nadie sobresalga para bien en la administración pública, el apodo es un acto de estricta justicia. Y esa prepotencia de trabajo es una de las razones por las que el crack de la Jefatura de Seguridad del Atica se ha convertido en uno de las más cautivantes detectives de la ficción.
Venimos aquí, pues, para recomendar la ultima novela que llegó al español de Petros Márkaris (Estambul, 1937). El lúcido novelista demuestra en Universidad para asesinos (Tusquets, 324 páginas) que sigue siendo uno de los dos ases de la novela policial mediterránea. El otro es Don Andrea Camillieri.
La historia comienza en el final de las vacaciones estivales del comisario y su esposa, Doña Adrianí, en su región natal, el Epiro. Permite la anécdota que Márkaris pueda ejercer su mejor músculo: la crítica social. Las carreteras griegas son un desastre, los atascos, espantosos; y los inmigrantes sufren.
Ya de regreso en la Jefatura policial, nuestro héroe recibe la inesperada noticia de la jubilación anticipada de su inmediato superior. Y las autoridades han decidido que el viejo cabrón de Jaritos asuma el cargo de subdirector de Seguridad de manera provisional. ¡La posibilidad de un ascenso después de tantos años! Resultará indispensable que no meta la pata y se malquiste -como tantas veces en el pasado- con algún influyente.
Pero el destino le sale al paso con un caso que conmoverá al país en general y a la casta política en particular: el ministro de Reordenación Administrativa, Klió Rapsanis, aparece muerto; al paquidermo conocido como Oliver Hardy lo envenenaron con una torta de chocolate.
No tarda en aparecer un extraño comunicado. Una banda alega haber liquidado a Rapsanis por abandonar la docencia para dedicarse a la política y así saborear las mieles del poder. No será éste su único crimen. Comienza la cacería, con la certeza de Jaritos de que los homicidios atípicos son los que provocan los mayores dolores de cabeza. La universidad pública, por donde han pasado casi todos los terroristas de Grecia, queda en el centro de la escena.
Pertenece Márkaris, por cierto, a esa estirpe de escritores que consideran que la literatura de calidad tiene una elevada función social, por encima del sano entretenimiento: debe ayudar al pueblo a comprender la sociedad en que vive. Por eso, en sus libros el caso policial -sin perder el encanto de un enigma para resolver- suele ser un instrumento al servicio del cuestionamiento del statu quo. Llegamos así al tema primordial de la novela publicada el año pasado: "el gran vuelco de la ética universitaria". 
Profesores que se dedicaban en cuerpo y alma a la enseñanza de pronto se dejaron infectar con el virus de la política. El viejo león Petros va por Syriza del primer ministro Alexis Tsipras y su cohorte de izquierdistas acomodados.
La novela incluye un planteo muy interesante de cierto fenómeno que también se observa en la Argentina. Se ha abierto otra grieta en los claustros: eruditos vs. intelectuales. Los primeros ya casi no existen; los segundos son los grandes responsables del declive de las buenas universidades de antaño.
Se detalla en la página ciento noventa y tres: las personas eruditas son gente de biblioteca, estudio y trabajo científico que tienen conocimientos. Los intelectuales son especialistas en todo y expertos en nada, tienen opiniones y adoran publicitarlas a la menor oportunidad (padecen el analisitis y el hedonismo de la autoescucha).

UNA ETICA

Por otro lado, hay algo que uno se acostumbra con la estupenda saga policial de Márkaris: los ambiciosos son siempre los malos. El encanto de Kostas Jaritos deriva no sólo de su tesón, su sentido común y sus métodos tradicionales para cortar nudos gordianos. También encarna una ética. La de los estoicos, que es también una forma de pragmatismo: vivir y pelear en el mundo tal como es y no como le gustaría que fuera.
Esa concepción de la vida implica que haber elegido el papel de servidor público nunca debería incluir la urgencia por enriquecerse. El veterano detective adora la vida doméstica, va de aquí para allá en su Seat remendado, es un aficionado a los placeres sencillos (sobre todo la comida casera) y se aprieta el cinturón cuando llegan los tiempos duros. Tiene escrúpulos y su satisfacción es el trabajo bien hecho.
Una conciencia limpia en medio de la podredumbre. Ese milagro del universo.
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

PD: En este blog se elogian otra obras del señor Markaris:

lunes, 20 de mayo de 2019

Herzog

"Quizás la simple desaparición del dolor sea una gran parte de la felicidad humana"...

 S. Bellow

Hace 55 años, Saul Bellow envió por correo a su editor el original de su novela número seis. No fue una buena idea. Una gavilla asaltó la oficina postal de Chicago y en las sacas robadas se encontraba el texto. Algunas páginas fueron halladas poco después en la basura, otras se perdieron para siempre y Bellow se vio obligado a reescribirlas. En esa época no existía el backup.

La anécdota forma parte del mito en torno a una de las cimas de la literatura estadounidense, que es lo mismo que decir "una de las mejores novelas de todos los tiempos". Aquí venimos a recomendar la lectura de Herzog (1), la obra que convirtió a Bellow en un artista rico y famoso. Se vendieron, en efecto, más de un millón de ejemplares a mitad de los sesenta, a pesar de sus densidades temáticas, conceptuales y psicológicas, y de que algunos críticos resentidos la tacharon de misógina, antijudía, elitista, entre otras barbaridades.

El fatigado lector del siglo XXI debe saber que las quinientas páginas de Herzog encierran tesoros. Hay una cantidad inusual de párrafos memorables que demandan relectura. Hay, también, una interesantísima reflexión sobre la posibilidad (y la conveniencia) de vivir filosóficamente, es decir de acuerdo a "la sabiduría de los viejos libros, devolviendo bien por mal y con una razón creativa".

En rigor, la antinomia fundamental que nos plantea el Premio Nobel de Literatura 1976 en su obra maestra es intelecto vs. practicismo. No, el libro no ha perdido un gramo de vigencia.

El protagonista es doctor en filosofía por la Universidad de Chicago. Quiere hacer lo que pueda para mejorar la especie humana y sueña con convertirse en el Arthur Lovejoy de su generación, es decir en un muy influyente historiador de las ideas. Publicó, no sin éxito, Romanticismo y Cristianismo.

Sin embargo, Moses Elkanah Herzog, 47 años, ha caído bajo una especie de hechizo y escribe, con amarga ira, cartas mentales a todo bicho viviente, e incluso a los muertos como Baruch Spinoza. El catedrático tiene esa absurda afición de transformar sus penas en altas categorías intelectuales. Tiene, además, el corazón destrozado por una traición.

Un amigo íntimo y confidente le robó a Herzog su segunda esposa. Valentín Gersbach, el poeta con pata de palo, yace con Madeleine, "una de esas bellezas que esclavizan a los hombres". Ambos lo dejaron sin dinero y sin su hijita June. Cómo no iba a volverse majareta el profesor. 

Hay que decir que la novela bulle de elementos autobiográficos. Madeleine es Sondra, la segunda esposa de Bellow, quien justamente lo engañaba con un tal Jack Ludwig. La literatura como deliciosa venganza personal, ¡je, je!

SIMBOLISMO

Con su torrente de autoironía y extrañas diatribas, Herzog es, por encima de todo, una novela de ideas. Mario Vargas Llosa (1) ha encontrado un simbolismo en el texto: la descripción de la muerte lenta de la cultura humanista en la civilización industrial moderna. Pero aclara el novelista que reducir la obra a mera alegoría sería hacerle un flaco servicio.

Es también una novela de personajes, amorosamente dibujados. Personajes angustiados, quejosos, fantásticos, medio locos o decididamente neuróticos como el propio ensayista. Todos los que viven están desesperados, sostenía Kierkegaard. Crujientes personalidades, caso Sandor Himmelstein, el abogado tullido; Ramona, la bomba sexual argentina que quiere casarse con nuestro bufón dolido; el psiquiatra Edvig; el investigador científico Lucas Asphalter, entristecido por la muerte de su mono tuberculoso, al que quiso salvar con respiración boca a boca... Y los padres de Herzog, judíos de la baja nobleza rusa que después de años de espantosa pobreza en Montreal lograron salir adelante. Que son los padres de Bellow, por cierto. Los Belo.

La trama pues se urde con fogonazos de memoria. Herzog tiene la aberración de los recuerdos. Entre carta y carta (son operaciones mentales, quiere reducir todo a lenguaje), se va de vacaciones a la casa de una amiga a Vineyard pero se vuelve el mismo día a Nueva York, disfruta una sensual velada con Ramona, visita los tribunales y regresa a Chicago para recuperar a su hija, momento culminante del libro. Naturalmente, todo termina para el demonio.

Así llegamos al final, con la certeza de que la extraordinaria riqueza del texto radica, más que nada, en la sucesión de pensamientos, tan brillantes como inacabados, que Bellow va desgranando sobre la conciencia moderna, el judaísmo, la intelectualidad, la Justicia y la ley, la cultura de masas, entre otros grandes temas. Obliga a leer con un lápiz en la mano. ¡Hay tantos pasajes valiosos para subrayar! 

En el párrafo anterior, dijimos inacabados porque las conjeturas de esta literatura metafísica y trascendente se rigen por una premisa afortunada: la absoluta claridad en las explicaciones (ese viejo sueño del intelecto) es una falsedad. Las construcciones mentales no son más que inútiles tinglados que levantamos frente al sufrimiento, la decepción o la muerte. 

(1) La edición aquí analizada es la de Editorial Destino, de 1976. Traducción Rafael Vázquez Zamora.
(2) "La verdad de las mentiras", Seix Barral.

PD: Tras la lectura de Herzog se recomienda, con toda convicción, ir por la siguiente novela de Bellow, de alguna manera se complementan:
https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2019/03/el-planeta-de-mr-sammler.html

sábado, 4 de mayo de 2019

Un caballero en Moscú

Entre todas esas entidades platónicas llamadas nación, Rusia tiene un brillo único. La cultura, la psicología y el destino de esta desmesura euroasiática resultan fascinantes. Desde siempre, los rusos han atrapado la imaginación de los escritores. El Volga nace en Occidente, podría decirse parafraseando a Curzio Malaparte. Resulta entendible pues que un narrador norteamericano haya querido rendirle homenaje con una novela tan simpática como extraordinaria: Un caballero en Moscú (Salamandra, 509 páginas) acaba de llegar a la Argentina.

La parábola profesional del autor debería ser examinada con atención por los aspirantes a escritor. Amor Towles (Boston, 1964) se graduó en Yale y completó estudios de posgrado en Literatura Inglesa en Stanford. Pero prefirió dedicarse durante casi dos décadas a los negocios financieros junto a un amigo, y acumular experiencias y buenas lecturas antes de sentarse frente a su computadora. Su primera novela (Normas de cortesía, 2012) fue traducida a quince idiomas.

La segunda, que le insumió tres años de meditaciones, lo consagró definitivamente. En Estados Unidos ya se han vendido más de un millón de ejemplares de Un caballero en Moscú. También se vendieron los derechos a la televisión. Se rumorea que Kenneth Branagh interpretará en la serie el papel del protagonista.

Ha creado el señor Towles uno de los caracteres más encantadores de la literatura moderna: el conde Aleksandr Ilich Rostov. El adjetivo, sostenemos, es justísimo, porque si algo derrocha el texto es encanto (la única virtud sin la cual todas las demás son inútiles, decía Stevenson) en las situaciones, los personajes, los conflictos, hasta en el estilo narrativo (ya volveremos sobre el punto). Notaba Borges -quién si no- que la figura del aristócrata caído en desgracia es una de las más seductoras de la ficción en general.

RECLUSION PERPETUA

Los bolcheviques condenaron en 1922 al conde a la pena de reclusión perpetua en el hotel Metropol, el más ilustre de Moscú. Si Rostov no terminó frente a un pelotón de fusilamiento fue por dos razones: a) nunca empuñó las armas contra la Revolución; b) alguien de los estamentos superiores del Partido Comunista lo consideraba un héroe de la causa prerrevolucionaria por haber escrito un poema sublime. Después veremos que un jerarca estalinista lo adopta como mascota: nuestro héroe le enseña modales en la mesa y lo ayuda a comprender la mentalidad occidental.

La novela es un himno a la supervivencia (y a la amistad) en las condiciones más difíciles. El conde elige, entre tres posibilidades, la estrategia de Robinson Crusoe: se concentra en los asuntos prácticos. Su metro noventa de estatura debe arreglárselas en un altillo diminuto. Pero su voluntad de perseverar mueve montañas, comportándose siempre como un perfecto caballero. Nobleza obliga. Se las ingenia para hallar más espacio, buenas bebidas y comidas, y el amor (encuentra a Eros en una artista famosa, el philia entre los empleados y al ágape en una hija adoptiva).

También consigue un trabajo decente: el añoso representante de las clases ociosas se transforma en servidor (lo reclutan como jefe de salón del mejor restaurante del hotel) y en sirviente de los nuevos amos comunistas. Nadie mejor que Rostov para recomendar maridajes perfectos entre platillos y vinos suntuosos, o para que se cumplan las caprichosas exigencias de la etiqueta. Resulta muy fácil al lector encariñarse con el noble: ¿Día tras día, no soñamos todos con poder mantener la dignidad cuando la adversidad golpee nuestras puertas?

El habla del conde es uno de los agrados del libro. Combina la ironía con la elipsis. Tiene matices, ingenio y elegancia. Hace de la cortesía un arte. Se encuadra en un ambiciosa apuesta del narrador: quiso escribir en la alborada del siglo XXI como lo hacían los maestros rusos de antaño; es decir, darle al lector la experiencia (maravillosa) de la novela decimonónica en tercera persona y con un tono ligeramente naif. La audacia le salió muy bien, opina el autor de este artículo. Towles ha dicho en una entrevista que sus tres novelas favoritas son Guerra y paz, Moby Dick y Cien años de soledad.

UNA LUJOSA VENTANA


Otro procedimiento que merece alabanzas es la original perspectiva que escogió el señor Towles. Decidió narrar más de treinta años de la tumultuosa historia de la Unión Soviética desde un oasis de refinamiento. En el corazón de Moscú, el Hotel Metropol sobrevivió con su integridad casi intacta a las hambrunas, las purgas y la Guerra Mundial a causa del interés de los jerarcas comunistas por impresionar a sus visitantes extranjeros y también por el deseo tan humano de los camaradas de experimentar en carne propia la alta cocina, el buen vino y las habitaciones de lujo con una amante. La pompa es una fuerza tenaz.

Acaso, el autor haya querido decirnos que, por encima de cualquier otra consideración, la Revolución Bolchevique fue la sustitución de una elite por otra. En la dictadura sobre el proletariado, la nomenklatura roja gozaba de privilegios tan irritantes como los de la vieja nobleza de los Orlov. Y dado que el proceso de cambio generó tan espeluznante costo social, uno no puede sino concluir que cualquier clase de reformismo que hubiese sucedido al zarismo habría sido preferible.

Hay que destacar que no sólo las peripecias de los personajes se usan para embutir en la trama los grandes acontecimientos del siglo XX. El texto se enriquece con notas a pie de página que esclarecen el carácter criminal del régimen soviético. Como novela histórica, por lo tanto, es muy recomendable. Y hay un final, a toda orquesta, que nos reconcilia con la vida. Para Rusia con amor, pues. Por Tolstoi y Chejov, por la primera escena del primer acto de El Cascanueces, y por el caviar, desliza Towles.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno