miércoles, 26 de junio de 2019

El horrible zarismo del siglo XXI

En abril pasado, fatigó nuevamente la Argentina el filósofo ruso Alexander Duguin. Visitó la Universidad de Lomas de Zamora y la CGT, se reunió, al menos en público, sólo con sectores marginales del pensamiento justicialista. En tiempos de campaña electoral no conviene posar junto a un ideólogo tan excéntrico que en su momento fundó el Partido Nacional Bolchevique y el Movimiento Euroasianista. 
Al parecer, Duguin está fascinado ahora con algunas nebulosas ideas de Juan Domingo Perón, como la comunidad organizada o la Tercera Posición (abomina tanto de la tradición liberal como del marxismo clásico). No obstante, es uno de los villanos que retrata un ensayo imprescindible para todo aquel que se interese por una gran potencia: El futuro es historia. Rusia y el regreso del totalitarismo (Turner, 589 páginas, edición 2018).
La autora se llama Masha Gessen (Moscú, 1967) y lo compuso en Occidente tras una minuciosa investigación. Periodista, escritora, adalid de la democracia y de los derechos de las minorías sexuales en Rusia, aunque inmunizada -esto es lo más interesante- de ese izquierdismo pueril que hace que un gran acto en Buenos Aires en contra de la violencia de género concluya en un mitin troskokirchnerista.
En la exploración sociológica de su patria, la señora Gessen aliviana la aridez del naturalista con un recurso del periodismo: utiliza siete historias individuales para ilustrar la deriva de una Nación. Se ha interesado así en cuatro jóvenes profesionales "cuya vidas cambiaron drásticamente como consecuencia de la represión iniciada en 2012 (la contrarrevolución preventiva, anticromática)". Liosha, Masha, Seriocha y Zhamma, "oriundos de diferentes ciudades, familias y en realidad de diferentes mundos sociales". Todos los protagonistas están vinculados a las ciencias sociales.
Es que al igual que el bolchevismo, el régimen de Putin le ha declarado la guerra a las ciencias sociales. Las ha sometido y degradado con métodos nuevos. Vive Rusia en una era -como aquella del "ateísmo científico"- basada en la primacía de las cosas materiales. Bienvenidos al pseudototalitarismo (el concepto lo acuñó el sociólogo Lev Gudkov, otro de los personajes principales): se permite al pueblo enriquecerse, el Estado le garantiza estabilidad (lo opuesto al miedo y la ansiedad) y lo deja tranquilo, siempre y cuando no se inmiscuya en política, no interfiera con los oscuros negocios de la Nomenklatura y no pertenezca a una de esas minorías de proscriptos que cada tanto hay que apalear para complacer los bajos instintos de las masas y desviar la atención de los vicios del régimen.
Le calza bien la definición de pseudototalitarismo también a la ascendente China confuciana y a la ineficaz Venezuela de la mafia chavista (Cuba y Corea del Norte son totalitarismos clásicos). Quedan pequeños márgenes de negociación entre una elite, con todos los privilegios, y la sociedad aplastada. Si estallan encendidas protestas por corrupción o incompetencia, se destituyen funcionarios. Se cuidan las formas con grandes movilizaciones callejeras, elecciones amañadas y reglas tramposas; se busca no atraer la atención de los medios internacionales. Pero los mecanismos de represión sobre aquellos que piensan distinto son crueles e implacables. Si el Estado lo quiere, la sociedad será semicivil o un mero rebaño. Sólo un intelectual francés o argentino puede llamar "democracia" al pseudototalitarismo ruso, sostenido por las extraordinarias rentas de los hidrocarburos.
Por cierto, el sociólogo húngaro Bálint Magyar desarrolló su propio concepto para entender al autócrata Vladimir I: "Estado mafioso postcomunista", un régimen que utiliza las ideologías disponibles en lugar de estar regido por algunas de ellas como en el caso del comunismo.

EL HOMO SOVIETICUS

Hay otro juego de ideas interesante en el libro. Si cada sistema político crea (y es consecuencia de) un tipo de ser humano sobre el cual descansa su estabilidad, resultan sorprendentes los parangones que pueden descubrirse entre el Homus Sovieticus y el Homus Peronius: resistencia al cambio, creencia en el Estado paternalista, obediencia y amor irracional al líder carismático, odio a Estados Unidos como tradición política y social, resentimiento nacional, circulación de juegos del doblepensar, y, sobre todo, miedo a la libertad, tal como lo entendía Eric Fromm ("libertad de" más que "libertad para").
Así, la señora Gessen rastrea también el camino existencial del neoperonista Alexander Gulievich Duguin, a quien de muchacho sólo le bastaban dos semanas para dominar un idioma occidental (hoy habla muy bien español, como saben sus amigos argentinos) y quien gozó durante esta década de "un cierto período de fama internacional como el hombre que susurraba al oído de Putín". Hoy ha refinado su negación total y radical del individuo y la modernidad, y nadie lo tiene por Rasputín, excepto ciertos locos racistas de Estados Unidos, Julio Piumato y la Universidad Nacional de La Plata.

Otros personajes históricos muy interesantes retratados en el ensayo son Alexander Yakovlev, el ideólogo de la perestroika; el sociólogo Yuri Levada; y el político reformista Boris Nemtsov, asesinado a balazos en las calles de Moscú en 2015, un día antes de una gran protesta contra Putin, por un oportuno comando checheno (!?). 
La señora Gessen no sólo revela los perversos engranajes de poder del zarismo del siglo XXI, también nos describe cacerías de brujas inspiradas en las ideas (algunas demenciales) que circulan por la gran nación eslava. Nos pasea por claustros degradados, y comisarías y juzgados que huelen a maldad e injusticia. Nos conmueve con las intrépidas manifestaciones de los demócratas y el infortunio de los presos políticos.
El libro, finalmente, también es valioso por la capacidad de la autora de ofrecer hipótesis sobre hechos históricos trascendentes en el mundo eslavo, caso el Terror Rojo y la naturaleza del totalitarismo; la caída de la Unión Soviética y el fracaso del yeltsinismo; las guerras en Chechenia, Georgia y Kosovo; la Revolución Naranja y el maidán en Ucrania; la anexión rusa de Crimea. 
Como se dijo, para los argentinos contiene el texto un interés añadido: es una formidable advertencia del infierno al que conducen las "situaciones autoritarias" que, aunque parezcan transitorias, a menudo logran consolidarse encaramadas sobre las desdichas de un pueblo. Politizar cada aspecto de la vida -recuérdelo lector- es una rasgo de las mentalidades y los regímenes autoritarios. Tenía razón el viejo Fukuyama en 1989: nada mejor hemos inventado que el capitalismo con democracia liberal.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

martes, 11 de junio de 2019

Hocus Pocus

"Hay una regla superior a cualquier ley científica: la honestidad es siempre la mejor política". K.V.
Memorias de un lúcido crítico del sistema. Autobiografía, es decir narrativa retrospectiva en primera persona y en clave satírica. Este era el procedimiento favorito de Kurt Vonnegut (1922-2007) para transmitir su panoplia de ideas.
El sabio de Indiana era pacifista sin exagerar, vagamente socialista, algo misántropo, muy pesimista, comprometido con las causas de la ecología, defensor de la estabilidad matrimonial. Un adversario formidable de la plutocracia y el racismo. La conciencia corrosiva de Estados Unidos, aunque el país que denunciaba era bastante peor al de la realidad, y mucho mejor que el de sus adversarios totalitarios.
Rescató el sello La Bestia Equilatera, especializado en delicatessen, otra autobiografía imaginaria de Vonnegut. Hocus Pocus (349 páginas) fue entregado a la imprenta por primera vez en 1990. Es una distopía. Puede que alguien la considere su obra maestra. Lo que es seguro es que una de sus criaturas más oscuras. Una frase del final pinta el tono general del lienzo: "Qué vergüenza es ser un ser humano".
Imagina el literato que en 2001 Estados Unidos se encuentra en franca decadencia: "Una nación saqueada y totalmente en bancarrota agobiada por plagas desenfrenadas, por la superstición, el analfabetismo y la televisión hipnótica, virtualmente sin servicios de salud para los pobres".
El New York Times fue comprado por los coreanos. Un Ejército de Ocupación japonés en traje de negocios administra hospitales, escuelas y prisiones de alta seguridad. La Corte Suprema consagró la separación racial.
Oímos la voz de Eugene Debs Hartke, teniente coronel retirado, que cayó en desgracia. Lo expulsaron por una falsa imputación del colegio Tarkington, donde enseñaba física a chicos ricos con problemas de aprendizaje. Luego, alfabetizó a convictos. Ahora enfrenta un serio proceso judicial: lo acusan de ser el cerebro detrás de una fuga sanguinaria en masa de los más peligrosos presos afroamericanos del Estado de Nueva York. Los cargos también son fraudulentos. Gene se contagio tuberculosis y su esposa, suegra e hijos tienen un poderosa veta de demencia. El calvario de Job.
La vida es un mal sueño, establece Hartke. En Vietnam, había perdido todo respeto por sí mismo y por aquellos que conducen el país. Sugería a sus alumnos prepararse para la inevitable decepción: "Leer sobre los grandes éxitos induce a la gente a error, pues incluso para los blancos de clase media y alta, en mi experiencia, el fracaso es la norma".
La acción transcurre en el caserío de Scipio (condado de Cayuga, Nueva York), menos de dos mil habitantes en la actualidad. En ese valle de Mohiga, la industria principal es la del castigo. Al otro lado del lago, en efecto, se encuentra la horrible cárcel de Athena, administrada por la Sony. Los reos fugados devastarán el colegio Tarkington, son peores que la horrible Clase Gobernante, establece Debs. La represión será feroz; durará cinco días la Batalla de Scipio. Es el núcleo incandescente del libro.

EL TITULO


El diccionario Collins ofrece la siguiente definición: "Si usted describe algo como Hocus-Pocus, lo desaprueba porque cree que es falso y que pretende engañar a la gente".
El Cambridge Dictionary añade: "1 - Trucos utilizados para engañar, o palabras utilizadas para ocultar lo que está sucediendo o para no dejarlo claro. Ej: "Gran parte de lo que dicen los políticos es solo un hocus-pocus". 2 - Palabras dichas por un mago (o un artista que finge hacer cosas mágicas) cuando hacen un truco". Añadimos nosotros: sinónimo de Abracadabra.
Un diccionario de etimología explica: "Antiguamente las misas sólo se celebraran en Latín. Cuando los paganos, que no entendían el latín ni la religión, veían la ceremonia, pensaban que durante la comunión sucedía algo mágico. Entonces relacionaron Hoc est corpus meum (Este es mi cuerpo) con palabras mágicas. De ahí se fue simplificando hasta Hocus-Pocus.
No es la única versión sobre el oscuro origen del vocablo (Véase la Wikipedia).
Lo usa Vonnegut por primera vez en la página ciento setenta. Allí, el protagonista se lamenta por haber usado en el sudeste asiático el lenguaje para inventar justificaciones que impresionarán a los jóvenes que enviaba a matar o morir: ""¡Era un genio del galimatías, del abracadabra, del hocus pocus letal!".

LAS CLAVES


Llegamos entonces a una de las claves de un libro crepuscular. El viejo Kurt quiso ajustar cuentas con la Guerra de Vietnam, a la que define como "no otra cosa que un negocio de municiones". Compara esa carnicería alucinante, esa desgracia sin sentido, con la lucha heroica contra los nazis y los imperialistas japoneses:
"Leo acerca de la Segunda Guerra Mundial. Civiles y soldados por igual, y hasta niños pequeños, estaban orgullosos de haber tomado parte en ella. Al parecer era imposible, para una persona de la clase que fuere, no sentirse parte de la guerra si él o ella vivieron durante el período que tuvo lugar. Sí, y el sufrimiento o la muerte de los soldados, marineros e Infantes de Marina eran sentidos por todos, al menos un poco. Pero la Guerra de Vietnam pertenece exclusivamente a aquellos que combatieron en allá. Nadie más tiene que algo que ver con ella, supuestamente. Todos los demás son puros como la nieve. Sólo nosotros somos sucios y estúpidos, por haber peleado esa guerra. Cuando perdimos, nos lo teníamos merecido por haberla iniciado (...)".
Duro, ¿no? Así es todo el libro. Compuesto en forma de fragmentos so pretexto de que el pobre Debs lo escribió en prisión a lápiz sobre los soportes más diversos, desde papel marrón de envolver hasta el reverso de las tarjetas de visita. Y cada fracción de escritura esta cargadísima de ideas, denuncias, soflamas y, todo hay que decirlo, simplificaciones y clichés. La trama, que no es lineal, se subordina al mensaje. Así es el soberbio Vonnegut. Tómalo o déjalo. Con todo, el procedimiento no carece de eficacia, las palabras son sencillas y rotundas y la traducción de Ariel Dilon, impecable.

DIDACTISMO


El tono paródico, por otro lado, favorece esa reconocida pasión del autor por el didactismo. Se esfuerza en cada página por enseñarle algo al lector, ya sea el fraude de Los protocolos de los Sabios de Sion o el modo en que insensibiliza tener mucho dinero -"¡más ricos de lo que la avaricia misma puede soñar!"- al igual que lo hace la guerra moderna al piloto de un B-52. Un buen maestro -establece el bueno de Kurt- es aquel que le puede ofrecer un juguete distinto a las mentes de sus discípulos, matemática, astronomía, historia, lo que sea. 
Cunde el pesimismo en el libro, como dijimos. Vonnegut es un desencantado: "El Problema con la Clase Gobernante es que demasiados miembros son imbéciles". Pero tampoco confía en el pueblo llano: "La información es inútil para la mayoría de la gente, excepto como entretenimiento. Si los hechos no te causan gracia ni miedo, ni pueden hacerte rico, al diablo con ellos"... Su nación es una cloaca: "¿Qué podría ser más antiestadounidense que sonar parecido al Sermón de la Montaña".
Pero ofrece un desahogo al atribulado habitante de este planeta arruinado por el plástico y otras formas de contaminación: el arte o el artesanado. Tienen algo en común: ambos fabrican cosas hermosas e imprácticas.
"Este deseo por la vida estética en lugar del capitalismo o el militarismo es el hilo redentor que impulsa la contracultura de Vonnegut", escribió el críticoMatthew Gannon. 
En Hocus Pocus, desliza el novelista su devoción por la secta de Los Librepensadores, una buena gente que "duró muy poco, principalmente de ascendencia alemana que creían que a todas las personas no las espera en la ultratumba otra cosa que dormir" y "que el mejor uso que una persona podía hacer del tiempo que le tocara vivir era mejorar la calidad de vida para todos los miembros de la comunidad".
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno


martes, 4 de junio de 2019

Series: Undercover.Operación Extasis

Es difícil encontrar en la producción seriada de Netflix una gema que se destaque del resto. Pero hay. Rebuscando en esa bolsa de tamaño industrial, encontramos una de las mejores series policiales de los últimos años. Proviene de Bélgica en coproducción con Holanda y se titula Undercover: Operación Extasis y atrapa hasta el último minuto. Bienvenidos al mundo de la cursi mafia de los Países Bajos.
La acción transcurre mayormente en la región de Limburgo, la más oriental de las cinco provincias de Flandes. En la introducción del primer capítulo, se nos informa que es un paraíso para los amantes de la naturaleza y uno de los principales productores de manzanas. Pero sus principales productos de exportación son las drogas sintéticas que se consumen en las discotecas: 500 millones de pastillas por año que llegan a todo el mundo, incluso Buenos Aires. El negocio mueve unos 2.000 millones de dólares en la Colombia de Europa occidental, destaca el narrador. Quien lo diría.
 El rey del éxtasis es Ferry Bouman (Frank Lammers), apuntalado por su implacable mano derecha John Zwart (Raymond Thiry). Desde Los Soprano que no encontrábamos tan interesante pareja de mafiosos (de carne y hueso). Y con una ética y estética de arrabal tan parecida. Es que Fer B. y Tony S. usan las mismas camisas chabacanas.
 Para atrapar a esta pareja de hampones, una fiscal belga autoriza una operación conjunta con la policía holandesa que consiste en infiltrar a un par de agentes en el campamento de Zonnedawn, donde Ferry pasa el verano con su esposa Danielle (Elise Schaap), algo boba. Son dos vecinos más, no hacen alarde de riqueza. Un par de chalets más allá, vive el taciturno John con su hija, nieta y yerno Jergen Van Kamp (Kevin Janssens), otro miembro de la banda, puro músculo sin cerebro.
 Así, Bob Lemmers (Tom Waes) y Kim De Rooy (Ana Drijver), transfigurados en una pareja de enamorados (Bob y Kim), irán ganándose la confianza del suspicaz jefe criminal. El objetivo es inducirlo a pisar el palito, pero en el proceso no sólo sufrirán una tensión insoportable, deberán venderle el alma al diablo.

VIVIR EN LA MENTIRA


 La pregunta fundamental que plantea esta magnífica serie es: ¿En qué te convierte tu trabajo? Ser un policía infiltrado no sólo implica vivir en la mentira las veinticuatro horas del día, también te obliga a delinquir e incluso a propiciar asesinatos si cuadra la ocasión, es decir si corres el riesgo de ser descubierto. Esto se añade al tema no menor de la traición a quienes -sean lo que que sean- te han abierto el corazón, mientras tu vida personal se va al garete.
 Decíamos al principio que la Undercover tiene una calidad muy superior al promedio. En primer lugar, por las sublimes actuaciones, en especial la de Frank Lammers, su Ferry ha ingresado a la categoría de villanos memorables.También por la trama (basada en hechos reales, evoca las trapisondas del hampón Janus Van W.) que desborda de tensión dramática y nunca pierde ese mínimo de verosimilitud que debemos exigirle a una historia policial. Descubrimos que las sofisticadas Bélgica y Holanda también tienen una arista kitsch, con enanitos en el jardín incluso. Alguien establece en el penúltimo capítulo que en ese próspero rincón de Europa ya no existe el imperio de la ley. ¿Qué deberíamos decir los argentinos, entonces?
Se nos deja en claro que all  también existen policías corruptos o incompetentes y burócratas temerosos. Pero son casos aislados, por eso se trata de países desarrollados mientras que nosotros nos ahogamos en la frustración.
El inolvidable último capítulo deja en claro que habr  una segunda parte. Lo garantiza el clamoroso éxito comercial de la serie por todo Occidente. Netflix le ha comprado los derechos a la productora De Mensen. Desde esta modesta tribuna pedimos tambièn una precuela de Ferry Bougan, cómo llego a convertirse en el rey del éxtasis, tan odioso y tan simpático.

Calificación: Muy buena.