miércoles, 30 de septiembre de 2009

Celeste y Blanca

Guillermo Piro
Eterna Cadencia. Novela de 138 páginas. Edición 2009.

En los setenta se decía que los escritores latinoamericanos quieren escribir como Hemingway o como Faulkner (suele atribuirse el diagnóstico a Onetti). Hoy las ambiciones son más modestas. Da la impresión de que los modelos de buena parte de los narradores argentinos se limitan a Aira y Fogwill, aunque nunca faltará quien intente esculpir un Puig tardío y degradado. Este libro ingenioso transita el sendero que el prolífico genio de Pringles abrió en la espesura. La trama es irrelevante, la verosimilitud es lo de menos, el capricho rige el conjunto. Una novelita (o cómo se llame) infinitesimal, un alarde de extravagancia. La sintaxis -como en Aira- roza la perfección.

Guillermo Piro (Avellaneda, 1960) se desmarca de su mentor en los acentos. Trabaja con esmero la digresión, en lugar de la escena. No desdeña el aforismo y el adagio. “Quiera Dios que mi hijo carezca de miedos. Que la diversión sea su destino”, dice una de los cincuenta sentencias sobre la condición humana. “Tener la esperanza de que a uno no le afecte la locura es una forma de locura”, remata otra. Esas listezas enriquecen una urdimbre pueril y desflecada: dos princesas (Celeste y Blanca) son seducidas y traicionadas por un príncipe tarambana. El truco de los veinte capitulitos es casi siempre el mismo: el narrador suelta una parrafada sobre sus hermosas majestades e inmediatamente se va por las ramas.

No es descabellado postular que las pequeñas variaciones sobre una fórmula probada no enaltecen a la Gran Literatura. Sirven, a lo sumo, para entretenerse un rato. Hay mucha gente que se conforma con esto. El verdadero protagonista de Celeste y Blanca -apunta con acierto la contratapa- es el propio arte de narrar. Fogwill crucificó hace veinte años esa apuesta lúdica: “El arte debe testimoniar la realidad, para no convertirse en una torpe forma de onanismo, ya que las hay mejores”.
Guillermo Belcore

Calificación: Regular

PD: Patricio Zunini, ese gran entrevistador, indagó en las razones de esta novela. He aquí un excelente reportaje a Piro: http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=4246

lunes, 28 de septiembre de 2009

La conspiración

Huéspedes I

He recibido una cordial misiva del profesor Hernán Bergara de la Universidad Nacional de la Patagonia. Ofrece a los lectores de este blog una reseña sobre un ensayo muy interesante que acaba de ser publicado. Tras constatar que el texto tiene el nivel de rigurosidad que me exijo diariamente, he decidido abrir una nueva sección: Huéspedes.

Entiendo que sumar en este espacio otras perspectivas es un paso de siete leguas. Me angustia no contar con más tiempo para leer (dos o tres libros por semana es mi techo, a veces menos). Necesito pues ayuda para seguir enriqueciendo un blog que me ha permitido atesorar –y soy muy feliz por ello- nuevos amigos.

Me he planteado muchas veces la fantasía de convertir La Biblioteca de Asterión en una revista online. Revista literaria a secas o cultural en el sentido más amplio de término, comprometida con la calidad, de esas que brillan por su ausencia en la Argentina y no abundan en el mundo hispano. Intuyo que la generosa colaboración del profesor Bergara es el segundo paso hacia ese sueño.
G.B.

La conspiración: ensayos sobre el complot en la literatura argentina
Pablo Besarón
Editorial Simurg. Ensayo sobre literatura. Edición 2009.

Una ontología conspirativa parece haberse alojado, como una comunidad de hormigas, bajo el suelo de toda la ficción en la Argentina. Desde la Generación del 37 hasta las maquinaciones de Roberto Arlt y la irónica piedad borgiana que simula hablar seriamente de fenómenos, las líneas echadas por los dos siglos de una relación entre literatura y Estado son cicatrices, heridas disimuladas en la superficie, de una conspiración crónica. Esta imagen constituye acaso la apuesta más desafiante del ensayo de Pablo Besarón. Y, en efecto, no es él el dueño de esta hipótesis: la escritura, en Occidente, comienza con un mito análogo e incluso más radical: el de Thorum y Thot en el Fedro de Platón. En él, el primero juzga de “sospechosa” la propia invención de la escritura por parte del dios Thot. A partir de este episodio mítico, que Besarón utiliza como tácitamente estructurante, comienza a fundarse un recorrido que arriesga la existencia de una “gramática” general de la conspiración en la literatura argentina.

Una gramática de la conspiración. El Facundo, entonces, es, aquí, elemento insoslayable de un proyecto político de representación del régimen de Juan Manuel de Rosas como intrínsecamente conspirador. La poética de Sarmiento, pero también la de Mármol y la de Esteban Echeverría, responden, para Besarón, a la categoría de “lector paranoico”. Un lector que persigue, en todo momento, signos de una gramática política del complot en la que las pruebas contra el Estado conspirador se rigen, en ocasiones, por una lógica maniquea (es el caso de Echeverría), o bien perseguidora e inquisidora (es el caso de Mármol) o bien en formas de analogías, sinécdoques y metonimias (es el caso de Sarmiento) que desembocan en una forma de contrapoder a través de la representación de Rosas como la figura política y social del retraso, de la barbarie. Por supuesto: como en el cuadro de Escher de 1948, Manos dibujando, los planes de Sarmiento, Mármol o Echeverría acusan conspiración trabajando precisamente en complot. El Plan de operaciones, de Mariano Moreno, sin embargo, posiciona a Besarón cerca de Ricardo Piglia en una hipótesis según la cual es ante todo el Estado la primera ficción en complot: “…los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice.” (Moreno, citado en Besarón, “Mariano Moreno, el primer conspirador”).

Pero un elemento sin dudas hábil del libro consiste en hacer el seguimiento de la literatura argentina en dos siglos sin dejar de ver las distintas formas de la conspiración, en lo que subyace una pregunta por demás atractiva: ¿de qué modos se reubican las formas del complot y de lo conspirador en la literatura argentina? Inevitable, entonces, captar cómo de esta primera pregunta surge otra, de igual importancia: ¿qué modificaciones se han producido, en las formas sociales y políticas del siglo XX, para que las formas de concebir la conspiración en la literatura, por ejemplo las de Arlt o incluso las de Macedonio Fernández, sean diferentes respecto de las del siglo XIX?

El contrapoder
Las preguntas, al mismo tiempo, marcan una insistencia: no existe literatura argentina (en última instancia) canónica que no sea una forma de contrapoder. Un contracomplot al complot que intrínsecamente constituye al Estado. De este modo, y por primera vez, aparece una suerte de desmantelamiento de oposiciones tradicionales como Florida/Boedo, Borges/Walsh, Contorno/Sur, etc. Y de esta manera, también, es precisamente el siglo XX el que marca, en el ensayo, esta provocadora insistencia. En él, la literatura argentina practica en efecto de otros modos, pero nunca postergándolos, la problemática de la conspiración y del complot. Desde la forma clásica en Arlt, mediante la cual se opta por “construir una sociedad secreta para tomar el poder” (en Besarón, en “Arlt: Ficción, política y conspiración”) hasta la idea de la conspiración para la destitución de ciertas formas. Vanguardia y complot, entonces, será una de las preocupaciones más enfáticamente subrayadas en lo que a la obra de Macedonio Fernández concierna.
La búsqueda política de una estética en la que el lector se desembarace del concepto de linealidad y de obediencia debida al libro-tótem es trabajada, aunque muy en otros términos, en la obra de Borges, en la que se postula a la realidad como “…el producto de una ficción construida por conjurados.” (En Besarón, “La conspiración, o cómo se construye una ficción”).

Asoma, finalmente, un gesto crítico final: se pone entre signos de interrogación la afirmación de Piglia según la cual la ficción verdaderamente crítica está “…un paso delante de los delirios y las maquinaciones siniestras del Estado” (Piglia, en Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, de Alberto Laiseca), y ambos delirios y maquinaciones no pueden pensarse por separado. Besarón sabe, en definitiva, que restar contundencia a las hipótesis de Ricardo Piglia es, las más de las veces, encontrarse con un problema de envergadura. Ante uno de ellos estamos en este ensayo, y por esta vía.
Hernán Bergara

sábado, 26 de septiembre de 2009

El último Dickens

Matthew Pearl
Alfaguara. Novela, 500 páginas. Edición 2009

Matthew Pearl (Nueva York 1975) ha encontrado un filón interesante. Cultiva con éxito de ventas y dudoso valor artístico el llamado thriller literario. Compuso tres novelas, todas ambientadas en el siglo XIX y con grandes escritores como protagonistas. La primera (El club Dante) fue bien recibida por la crítica estadounidense, pero a la segunda la hicieron pedazos. Llega ahora al castellano su última obra que explora los misterios el más popular escritor de su época.


Pearl nos pasea por tres escenarios: Boston, Londres y Calcuta. Acaba de concluir la Guerra de Secesión. Charles Dickens es una figura legendaria. Se lo conoce como El Gran Hechicero, El Jefe, El Inimitable. Sus libros se convierten en realidad para cualquiera que los lea, desde Su Serena Majestad hasta el último palurdo del East End. Asistimos a la histórica gira por Estados Unidos. Pero una mañana de 1870 asalta a sus editores de Nueva Inglaterra la terrible noticia de su muerte. Ha dejado inconclusa una novela por entregas (El misterio de Edwind Drood). La supervivencia de la casa editora Fields, Osgood & Asociados depende de hallar ese manuscrito perdido donde, supuestamente, Dickens bosquejó el final del folletín. El problema es que una mano oscura está dispuesta a todo para rapiñarlo. Aparece un asesino de bigote poblado y turbante marrón. Paralelamente, se narran las peripecias en India de uno de los hijos del escritor.

El libro seduce por su excelente reconstrucción histórica. Pearl tiene talento para el pormenor significativo. El machismo de la sociedad decimonónica, la despiadada competencia editorial en la era previa al copyright (¡cuidado con los bookaners!), el repugnante consumo de opio son algunos de los cautivantes subtemas. En lo que al estilo se refiere, el autor ha buscado emular los defectos de Dickens, no sin encanto. Da la impresión, empero, de que no se tomó el tiempo necesario para pulir el texto. La adjetivación es deficiente y la construcción de las escenas de acción, francamente deplorable. Pese a ello, la trama nunca aburre y se llega al final con placer y provecho.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata del 27/09/09

Calificación: Bueno

domingo, 20 de septiembre de 2009

Editores en guerra

Diario de un lector exaltado IX
Barrio de San Telmo (Defensa y Pasaje San Lorenzo), 10.30 PM

Hace frío. Estoy calado hasta los huesos. Pido un sándwich de pollo grille con queso y un café con leche. Pido que me traigan todo junto, “así puedo mojar el sándwich en el café con leche“. La mesera me mira con una mezcla de sorpresa, espanto y asco. Hoy tendrá algo que contar cuando llegue a casa. Estoy en Señor Telmo, un confipubtaurante que sirve una de mis pizzas favoritas (la de salmón rosado con queso de cabra y rúcula) en la variante masa bien pero bien finita.

Pasa un Falcon rojo con tres muchachones. Escuchan cumbia villera. Tacatac, tacatac, tacatac, tacatac. Como el punk rock, o el reggae, el sonido (no me atrevo a llamarlo música) tiene una sola base rítmica. Un espanto. No estoy de ánimo para ser condescendiente con el mal gusto, me acaban de anunciar que murió un ex compañero de trabajo, que por esas cosas del destino se había mudado a dos puertas de mi edificio. Siempre nos cruzábamos. En la panadería, la dietética o por las noches al regresar al hogar. Siempre de buen humor, feliz en apariencia, con una ocurrencia a flor de labios. Yo andaba con ganas de encontrarlo para enrostrarle la paliza que Vélez le dio a Boca días pasados. Marcelo era fanático de Boca. Tenía 45 años, lo mató un cáncer fulminante. Deja un hijo de seis años. ¿Hay acaso un destino más perverso en la vida que agonizar sabiendo que se abandona a un niño? El cáncer, qué maldición implacable… “Somos como ovejas que brincan en el campo mientras el carnicero afila la cuchilla y las observa y elige una, y luego otra; pues en los días venturosos ignoramos las calamidades que el destino guarda para nosotros: enfermedades, persecución, pobreza, mutilación, ceguera, locura, muerte”, escribió el buen Schopenhauer, un filósofo que consagró su existencia a reflexionar sobre el hecho de que la vida suele ser deprimente.

Estoy ahora con El último Dickens de Matthew Pearl (Nueva York, 1975). Le había leído su primera obra (El Club Dante) y me gustó bastante. A su segunda novela (La sombra de Poe) la dejé pasar, aunque ya está en las mesas de saldo. La crítica la había destrozado; la estadounidense, digo. La crítica argentina infestada de cobardes, ignorantes y snobs no es capaz de hacer trizas a ningún libro, por más que se merezca una lluvia de garrotazos.

Pearl ha encontrado lo que todos los escritores que no han sido tocados por el genio procuran con desesperación y buenas o malas artes: un filón redituable. Escribe thrillers literarios, es decir, en sus novelas los protagonistas son famosos escritores. Está bien, es un procedimiento tan legítimo como cualquier otro. Sin ser Alta Literatura, las dos obras que le conozco tienen una excelente reconstrucción histórica (están ambientados en el siglo XIX) y una intriga agradable. Me percato ahora que Pearl ¡intentó emular la forma de escribir de Dickens, incluso con sus defectos! Como todo el mundo sabe, el autor de Oliver Twist fue un gran narrador y un pésimo estilista. Un pintor de brocha gorda.

La novela nos lleva a una época previa a los derechos de autor. La competencia es absolutamente despiadada. Me resulta muy interesante la antinomia que plantea definiendo dos prototipos de editores. Harpers & Brothers de Nueva York vs. Fields, Osgood & Company de Boston. Los primeros son los malos: Poderosos filisteos que matan de hambre a sus escritores (al pobre Melville, por ejemplo) y entienden la publicación de libros como una actividad industrial común y silvestre. Incluso contratan bucaneros (bookaners) para robar en el puerto textos que provienen de Europa. Los segundos, sin caer en la estupidez de creer que se trata de una actividad filantrópica, aman a los libros y miman a sus autores. Me pregunto si hoy subsiste en el mundo real esta diferenciación, basada en los escrúpulos y en ciertos principios. Sospecho que sí. ¿Ustedes que piensan?

El último Dickens, pues, me envuelve en un misterio: ¿Qué ocurrió con la novela inconclusa del escritor más popular de su tiempo? Me faltan unas cien páginas para concluirla. La verdad es que se trata de un relato entretenido. Llega mi orden a la mesa y aprovecho para aclararle a la bella camarera que en realidad no pienso mojar la pechuga de pollo asada en el café con leche. Es feo que a uno lo miren como a un loco.
Guillermo Belcore

PD: Podes leer la crítica de la primera novela de Matthew Pearl en http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2008/01/el-club-dante.html

sábado, 19 de septiembre de 2009

Vivir afuera

Rodolfo Fogwill
El Ateneo. Novela, 397 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 67 pesos.

Sexo, drogas y corrupción. En dosis enormes; revulsivas a menudo. Esa es la carnada para la gilada de las oficinas o de las aulas de Filosofía y Letras. Para los lectores más exigentes, un océano lingüistico: el habla de las minorías, la vehemencia de una palabra, el poder hipnótico de una buena historia, los mitos urbanos, frases perfectas que suelen durar un párrafo, diálogos sucios, espiritualidad a su manera, relatos paralelos. Esa potencia estética es lo que convirtió en obra de arte a Vivir afuera, publicada por primera vez en 1998.

En estos días, el periodismo casi endiosó a Rodolfo Enrique Fogwill (1941) so pretexto de la reimpresión de sus obras. Fogwill, el personaje mediático -ese simulacro de la personalidad como decía Baudrillard- es especialmente propicio para la hipérbole. Este blog no quisiera aburrir con otro ditirambo, sino dejar testimonio de la excelencia de una novela.

Se narran las historias convergentes de un narco perturbado que combatió en Malvinas, su novia del suburbio bravo, una prostituta viciosa, un lobbysta perspicaz y un virólogo judío obsesionado con el sida. Son apenas seis horas de acción, pero la delicada alternancia entre sueño, memoria y realidad dilata el tiempo.

El progresismo sentenció que nadie ha desollado a la Argentina menemista como este texto. Los personajes, en efecto, nadan en un caldero sórdido donde se cuecen políticos, empresarios, policías y evangelistas. ¡Cuanta degradación! Pero confinar a Fogwill al papel de sociólogo panfletario es hacerle un flaco favor. Moralista no convencional, se luce aquí, sobre todo, como un entomólogo implacable que nos deleita con precisas descripciones de las cucarachas que viven para fingir o para hacer dinero. Y también como un habilísimo orfebre que ha comprendido que la forma (Hegel dixit) tiene una eficacia y una autonomía propia.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el domingo 20 de septiembre.

Calificación: Muy bueno

lunes, 14 de septiembre de 2009

La huella del crimen

Raúl Waleis
Adriana Hidalgo. Novela policial, 316 páginas. Edición 2009.

El tiempo obra milagros. No sólo cura las heridas o aterciopela los vinos, también vuelve interesantes los libros malos. Es el caso de la novela que estrenó el genero policial en castellano. Si en los libros de hoy juzgamos intolerables el tratamiento melodramático, la intención edificante, la psicología de pacotilla o la candidez; en La huella del crimen esas lacras resultan encantadoras. En efecto, el tiempo obra milagros.

Un diario de Buenos Aires publicó La huella del crimen por entregas en 1877, según el modelo del folletín francés. Ahora, para júbilo de nuestro acerbo cultural, el sello Adriana Hidalgo la rescata del olvido. Su autor es Luis V. Varela (Raúl Waleis es un anagrama), típico hombre orquesta de la Generación del Ochenta. La edición viene enriquecida con notas y postfacio de Román Setton y dos ditirambos de amigos de Varela. El propósito del autor, según se explica, fue “coadyuvar a la educación moral de las mujeres y dilucidar algunos puntos de la ciencia jurídica”.


El libro narra el crimen de una joven y hermosa baronesa en los bosques de Boulogne. Varela, que en se declara discípulo de Emile Gaboriau, ha querido forjar una novela parisina. Investiga el crimen un podenco de buena casta, el comisario Andrés L’Archiduc, El Lince. Su admirable perspicacia, su lógica de acero prefiguran a Sherlock Holmes. Combina el método deductivo con la acción directa. La suave intriga se va transformando en denuncia social. Varela tenía una sana vocación reformista.

Como pintura de época, la novela también es atractiva. Descubrimos que hay nobles que participaron en la insurrección comunista, que el tétano se prevenía arrojando agua helada sobre una herida y que los porteños de fines del siglo XIX usaban una deliciosa muletilla del habla caribeña actual: “¿Cómo así?”.
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno

sábado, 12 de septiembre de 2009

Gran Sertón: Veredas

Joao Guimaraes Rosa
Adriana Hidalgo. Novela, 555 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 90 pesos
Ubiquen esta novela, queridos amigos, en el mismo estante que El Quijote, el Ulises o los Cuentos de Canterbury. La obra maestra del Brasil recoge la tradición de esas sublimes exploraciones. Un sello argentino ha decidido reimprimirla, con ayuda de la embajada del país vecino. Es una gran noticia. Los traductores han redondeado un trabajo magnífico. Uno se deja arrastrar, maravillado, por una prosa sabia, caudalosa y suculenta que confirma que el lenguaje -como postulaba Heidegger- puede convertirse en la casa del ser.
El libro encierra un monólogo ininterrumpido del yagunzo Riobaldo. Ya anciano, narra sus peripecias a un médico forastero. Nunca causa sopor. Pero como el Cabernet Sauvignon, exige ser saboreado sorbo a sorbo. Veinte o treinta páginas a la vez, se recomienda. Un yagunzo es un matón rural, chusma a sueldo para el crimen o al servicio de los jefes políticos. Riobaldo descolló en la rapiña y la guerra por dos razones: era letrado y hábil para el gatillo. Va razonando el tiempo entero. Se enamoró de su compañero Diadorim, como si fuese mal de ojo. Hace un pacto con Mandinga para exterminar a un demonio de nombre Hermógenes. El final es conmovedor.
Joao Guimaraes Rosa (1908-1967) inventó ocho mil vocablos en esta novela, publicada en 1956. ¿Qué es lo que hay en un nombre?, se pregunta el escritor. A muchas cosas importantes les falta el nombre, se responde. Su esplendor, no obstante, no se agota en la exuberancia verbal. Ha creado un universo, usando como materia prima las eternas dudas del ser humano y un territorio pobre y cimarrón, “del tamaño del mundo entero”. El Sertón feudal es un escenario tremendo, con sus bellezas sin dueño, su flora y fauna, sus hábitos y mitologías, sus gentes ásperas y peleonas. Vivir allí es negocio peligroso. Deleuze sostenía que la única misión del artista es crear agregados sensibles. He aquí, pues, uno imprescindible.
Guillermo Belcore
Este comentario se publica en el suplemento de Cultura de La Prensa el 13 de setiembre.

Calificación: EXCELENTE

PD: Sí, lo calificó con un EXCELENTE, en mayúsculas. Pido ayuda al diccionario. Este libro es magnífico, sobresaliente, superior, extraordinario.

martes, 8 de septiembre de 2009

Dejemos hablar al viento

Juan Carlos Onetti
Punto de lectura. Novela, 286 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 35 pesos

Hace un siglo nacía en Montevideo el mejor novelista que ha engendrado el Río de la Plata. La afición de los medios masivos por los aniversarios redondos permite que Juan Carlos Onetti (1909-1994) vuelva a estar de moda. Menudean las reimpresiones y Mario Vargas Llosa acaba de publicar un homenaje donde sentencia que el genial uruguayo fue el primer novelista moderno de nuestra lengua. También postula que su universo opresivo, amargo y pesimista simboliza -como ningún otro- el fracaso histórico de América latina.

Dejemos hablar al viento data de 1979. Transcurre parte en Santa María, la patria metafísica de Onetti, y parte en Lavanda, otra gran ciudad recostada sobre un río al que llamaban mar. Aparecen muchos personajes de libros anteriores. El comisario Medina, pintor vocacional, es el protagonista. En la primera mitad del libro (tallado en primera persona) sobrevive agarrado a las polleras de una prostituta bisexual. En la segunda parte (escrito en tercera persona), juega a ser Dios; intenta salvar a un hijo abyecto y borracho de esa meretriz canalla. El final es impresionante.

El libro contiene todos los ingredientes que han tornado imprescindible a Onetti. Fiel representante de la escuela de Faulkner y de Celine, narró con la convicción casi nihilista de que no puede tomarse en serio el sinsentido del mundo. Luchar por un fracaso es la gloria del ser humano. El labrado de los personajes es perfecto. La prosa dice cosas mil veces dichas con una originalidad deslumbrante. El adjetivo se transforma en un arma formidable en manos de Onetti, tiene el filo y la eficacia de un gladio. Y si la forma es excelente, el fondo no le va a la zaga. La sabiduría y la perspicacia visitan las páginas. En la número diecisiete, se nos advierte que el hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. Se esboza en pocas líneas una filosofía para la supervivencia que hasta Borges suscribiría con gusto.
Guillermo Belcore
Publicado en los Suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Muy bueno
PD: Este libro magnífico a 35 pesos es un regalo. Recomiendo con toda firmeza su compra.

sábado, 5 de septiembre de 2009

La reina en el palacio de las corrientes de aire

Stieg Larsson­
Destino. Novela de aventuras, 854 páginas. Edición 2009­
­
El último tomo de la trilogía Millenium aborda un asunto crucial para las democracias modernas: la tensión entre el país constitucional y los oscuros servicios de inteligencia, cuya misión es velar, supuestamente, por la seguridad nacional. Mikael Blomkvist (alter ego del autor) ahora no combate contra una pandilla de delincuentes; su enemigo es una inescrupulosa autoridad del Estado. El as del periodismo de investigación intenta frustrar una conspiración maldita contra su amiga Lisbeth Salander, esa hacker anarcoide que se había convertido en una amenaza para los fríos guerreros que apañaban a un ruso traidor.

Es evidente que quien haya leído las dos entregas anteriores disfrutará más este libro. No obstante, como Stieg Larsson (Suecia, 1954-2004) tenía -entre otras taras bestselleristas- el hábito de explicarlo todo, podrá ser entendido por cualquier hijo de vecino. La prosa es simplísima; la trama engancha de cabo a rabo pues la intriga nunca decae y se narra con eficacia varias historias paralelas.

Larsson, un moralista inflexible como Blomkvist, falleció antes de ver a su creatura convertirse en un fenómeno de ventas. Incluso en la Argentina, Millenium ha triunfado. ¿Cuál es el secreto? Tiene el mérito, de haber refrescado la novela de aventuras y espionaje con personajes atractivos y verosímiles que emplean las maravillosas nuevas tecnologías. Para los que tenemos más años y exigencias, los planteos de fondo sobre los dilemas de la realpolitik, la avaricia empresaria, los cambios en el periodismo no dejan de ser interesantes. Incluso se arriesga una hipótesis sobre el asesinato de Olof Palme. Es decir, este librote maniqueo y detallista cumple cabalmente la misión de entretener y de enseñarle algo al lector, pero sin pisar nunca las cimas de la alta literatura.

Guillermo Belcore

Esta reseña se publica en el Suplemento de Cultura de La Prensa del 6 de septiembre.

Calificación: Bueno­

PD: Este blog contiene una crítica del segundo tomo de la trilogía de Larsson:

http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2009/04/la-chica-que-sonaba-con-una-cerilla-y.html

PD II: Propongo este tema de la banda paulistana Luxúria para la banda sonora de este libro:

http://www.youtube.com/watch?v=z9xB5Muew3o

PS del 5 de diciembre de 2009: Mi admirado Vargas Llosa hizo una defensa muy bien razonada en El País de Madrid de la trilogía. Me gustaría compartirla con ustedes.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Viajes en el tiempo

El moscardón imaginario XVII

Este año, Hollywood revivió el tema. Start Trek narró, de manera brillante, la irrupción de una nave romulana del futuro. Los renegados llegaron para vengarse de sus odiados primos vulcanos y de la Federación Unida de Planetas. El joven Spock tropieza al final con el anciano Señor Spock (es decir, con sí mismo) quien le aconseja unir su destino a la amistad con el comandante Kirk. Una de esas paradojas temporales que odian los científicos.

No es la primera vez, que el universo trekkie (otra de mis pasiones) explora los viajes en el tiempo. Creo que los borgs -una raza humanoide imperialista sin entes individuales y fortalecida con implantes sintéticos- fueron los primeros en volver al pasado para torcer el curso de la historia en perjuicio de la Tierra. Gracias a Dios, el capitán Picard frustró sus planes. Los comandantes Sisko y Janeway también debieron lidiar con visitas de otro siglo y universos alternativos. ¿Es esto posible?, siempre me he preguntado. ¿Alguna vez podremos conocer el rostro de Cristo o la voz de Borges?

En busca de respuestas, asistí el martes pasado a la charla Los viajes en el tiempo en la ciencia y la ciencia ficción en Eterna Cadencia. Valió la pena. El ingeniero Claudio Sánchez, autor de más de treinta libros de divulgación científica, combinó la erudición con la amenidad. Tiene un raro don: es capaz de trasmitir conocimientos de manera perfectamente comprensible. Trajo libros, un tablero de ajedrez, relojes, una flor sintética y un resorte plástico. Desmenuzó películas de Hollywood y agujeros negros. No volaba un mosquito en el bar de la librería. Hasta las pequeñas criaturas del Señor se sentaron a escuchar.

¡Qué paradoja!

Claudio, luciendo una hermosa remera del Eternauta, comenzó con una advertencia: la gravedad y la velocidad tienen la capacidad de modificar al tiempo. Provocan el efecto dilatación. No es una especulación teórica, ha sido comprobada en el laboratorio. Pero sólo permitiría viajar al futuro (a velocidades inimaginables y como si tratase de una hibernación). Aunque no hay ninguna ley física que lo prohíba, el sueño de vislumbrar la Roma de Augusto es patrimonio, por ahora, de la literatura fantástica.

En nombre de la lógica y el sentido común, el experto detalló las paradojas que vedan ese íntimo afán de la humanidad:
a) Paradoja de la modificación del pasado: ¿Es posible fabricar ayer un hecho que nunca ocurrió? ¿Es posible suprimir otro que ya ha ocurrido? La mayoría de los científicos sostienen que no. Esgrimen el famoso efecto mariposa (un insecto aletea en Hong Kong y desata una serie de efectos que concluyen en un tornado en el valle de Punilla). La literatura y la cultura popular contraatacan con el concepto de los universos paralelos. Si yo cambio el curso de la historia, creo un sendero alternativo con sus propias peculiaridades. En un gran supercosmos, pueden convivir infinitas esferas paralelas. Muchos han imaginado una tecnología que permite saltar de uno a otro. Yo me iría a ese universo donde no rompí el brazo y seguí jugando al fútbol en los infantiles de Vélez.

b) Paradoja del libro nunca escrito: Supóngase que arribamos a la Viena del siglo XIX con un volumen de La interpretación de los sueños en las faltriqueras. Allí, persuadimos a un muchachito llamado Sigmund Freud que se dedique a la carrera militar. Volvemos al presente y editamos con nuestro nombre el famoso ensayo. ¿Pero quién sería en realidad el autor de esa singular visión de la psiquis? ¿Freud que murió antes de escribirla?

c) Paradoja de la multiplicación de la materia: ¡Oh sorpresa! El racionalista Sánchez trae a Borges a la mesa. Recuerda que en Otras Inquisiciones, ha glosado así un texto de Coleridge: “Si un hombre soñara que ha estado en el paraíso y que le han dado una flor y, al despertar, encontrara esa flor sobre su almohada, ¿sería eso prueba suficiente de que ha estado ahí?”. Añadió el maestro, pensando en La máquina del tiempo de Wells: “Más increíble que una flor celestial o que la flor de un sueño es la flor futura, contradictoria flor cuyos átomos ahora ocupan otros lugares y no combinaron aún”. La ciencia replica: la máquina del tiempo implica grandes concentraciones de energía y materia (hoy presentes en los agujeros negros). De allí, podrían provenir los átomos para crear la flor del siglo XXV.

Un atajo

Sánchez depuso al final su rol de aguafiestas. Dejó abierta una posibilidad lógica para los viajes al pasado. Sería posible, científicamente hablando, borrar las huellas del tiempo en un objeto o ser vivo. Es decir, volverlo a un estado anterior, quitarle las transformaciones experimentadas. La literatura, cómo no, lo ha anticipado: Juegos de espejos, un cuento de Fredric Brown (1906-1972), recrea una máquina capaz de quitarnos de encima cincuenta años de golpe. No sólo patas de gallo y canas, también borra recuerdos y conocimientos. ¡Bendito sea Internet! Hoy es posible bajar gratis este relato:
http://www.librosgratisweb.com/html/brown-fredric/juego-de-espejos/index.htm

Sánchez explicó que el estadounidense Fredric Brown, un autor de culto, es el narrador que más ha explotado la mitología de los viajes en el tiempo. También recomendó la lectura de Poul Anderson (Guardianes en el tiempo) e Isaac Asimov (El fin de la eternidad). Puedo dar fe de la excelencia de la primera novela. Una comando especial se dedica a viajar por el pasado para corregir las anomalías temporales que malvivientes provocan en su beneficio personal. Deben, por ejemplo, evitar que los mongoles sean los primeros en irrumpir en América. Pero quizás lo más interesante del libro es la recreación de un mundo forjado según los valores, conocimientos y cultura de los celtas. En ese universo alternativo, Anibal Barca superó sus absurdas hesitaciones e incendió Roma. Creo que será el tema de un próxima comentario.

El conferencista cerró con un convite. Nos invitó a la conferencia de viajeros del tiempo que se celebró en Massachussetts en mayo de 2005. No se cobró matrícula, sólo hizo falta acreditar que uno proviene del pasado o del futuro. No sé si podré ir. Tengo otros compromisos pautados. Me quedé pensando. ¿Qué modificaría en mi vida si tuviera la posibilidad de volver cuatro años atrás? ¿Compraría dólares o acciones de Acindar? ¿Cambiaría mi voto o dejaría de leer este o aquel libro decepcionante? No, esos son intereses mezquinos. Sólo estoy seguro de una cosa: pasaría mucho más tiempo con mi madre. Días enteros. Hoy la extraño mucho.
Guillermo Belcore

PD: ¿Te interesan los viajes en el tiempo? En este blog hemos recomendado la lectura de un joyita de la literatura francesa: El hombre que se reencontró de Henri Duvernois.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

A cada cual lo suyo

Leonardo Sciascia­
Tusquets. Novela, 156 páginas. Edición 2009.

Un escritor está perdido desde el momento en que empieza a preguntarse para qué sirve el arte, sentenció Vladimir Nabokov. La frase calza perfecta a la literatura argentina, pero quien tropiece con un moralista de la talla de Leonardo Sciascia (Racalmuto 1921-1989) descubrirá que, en realidad, son pamplinas. Nadie ha arrojado, quizás, una sonda más profunda al alma siciliana que Sciascia. Fue un Voltaire que se esforzó en denunciar -con una pizca de metafísica- la corrupción mafiosa y el poder arbitrario de una isla a la que la Historia había demostrado que la justicia más justa sólo puede provenir del caño de una escopeta.­

Con destreza insuperable, Sciascia usó el molde de la novela policial o de misterio para sus fines didácticos (dicen que nunca dejó de ser un maestro de escuela). A cada cual, lo suyo fue publicado en 1965. Un boticario de pueblo recibe una carta anónima que le garantiza la muerte. Se mofa de la advertencia. Poco después, en una partida de caza, lo acribillan a balazos junto a su paisano, el buen doctor. La policía investiga la pista del adulterio, pero Paulo Laurano, profesor de latín sometido a los celos de su madre, sigue otro derrotero por pura curiosidad y cariño a los muertos. Escarba en miasmas putrefactas, esas donde ni siquiera conviene acercar el pie. Sicilia es muy parecida a la Argentina: pululan los gusanos que intrigan y roban.
­
La novela -muy fácil de leer- fue urdida con diálogos filosóficos y una sagaz comprensión de la naturaleza humana. Se examinan cuestiones políticas de la Italia de los sesenta. Sin piedad, se despelleja a los hijos de la Iglesia Católica. Como toda obra de Sciascia, es el fruto de un mente íntegra, con experiencia y sin prejuicios. Hunde el cuchillo con habilidad de cirujano.
Guillermo Belcore­
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el 30 de agosto pasado.­
­
Calificación: Bueno

PD: Estoy pensando elaborar una lista de escritores que me resultan imprescindibles. No más de treinta, supongo. Sciascia es uno de ellos.

martes, 1 de septiembre de 2009

Rubem Fonseca en Lomas de Zamora

La ganga I

Me encantan las incursiones en las librerías del conurbano profundo. Me han permitido atesorar gemas a un valor irrisorio. Di un vistazo ayer a El Aleph de Lomas Zamora. No me defraudó.

Usufructué mi anteúltima mañana de vacaciones en ir a leer a uno de los ambientes más placenteros que conozco: la confitería Pertutti de Las Lomitas, dos o tres manzanas chetonas que prosperan cerca de las estación de ferrocarril. Me ubique en el espléndido salón vidriado que linda con las calles. Afuera, llovía con ganas. El viento se ensañaba con los árboles. Encargué café con leche y tres facturas (viene con un jugo de naranja diminuto y un vaso enorme de agua con hielo). Y me sumergí en el conmovedor final de la obra maestra del Brasil. Ya les he hablado de Gran Sertón: Veredas. Sólo quisiera añadir -ahora que la he concluido- que se trata de una de las mejores novelas que leí en mi vida. Sí el edificio donde vivo se incendiara, sería uno de los cuatro o cinco libros que intentaría rescatar.

Dos horas después, hice una visita de cortesía al local de El Aleph en Laprida (la peatonal) al 200. Se trata de una ubicua cadena del conurbano. Descubrí que liquidaban obras de la editorial Norma. Qué raro. Desdeñé una novela del mexicano Guillermo Arriaga (le leí El búfalo de la noche y me pareció lamentable) pero me enganché con Mandrake, la Biblia y el bastón de Rubem Fonseca, un narrador brasileño tan divertido como sagaz. Lo compré. ¿Precio? ¡¡¡Seis pesos!!! Quién dijo que la buena literatura es cara.
G.B.