lunes, 29 de diciembre de 2008

La lámpara de Aladino

Luis Sepúlveda­
Tusquets. Cuentos, 174 páginas. Edición 2008­
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Este volumen de cuentos no es para todos. Es muy probable que deleite a aquéllos europeos simplones que creen que la literatura de América latina debe ser el mero abuso de los detalles pintorescos. O a los militantes políticos que subordinan cualquier manifestación artística al mensaje. También será apreciado por los lectores que crean que la sensiblería no es un ripio insoportable.
Luis Sepúlveda (Ovalle, 1949) es un narrador chileno que aquí reitera defectos de Isabel Allende y Eduardo Galeano. Trata a sus personajes con paternalismo. Sucumbe al mito del buen salvaje y tiene el mal hábito de retacear información sin llegar nunca a ser sugerente. Se nota en todas partes la falta de inventiva. ­
Quizás el mejor relato sea Historia mínima. Un hombre desespera en la espera de una mujer. Lleva un ramo de flores. La gente lo mira con curiosidad o con sorna. No sabemos por qué. Al final, Sepúlveda descubre sus cartas: se trata de un enano. Esta maravilla contrasta con El Vengador, un flojísimo relato policial que ignora o desprecia las reglas del género. El propósito de la composición parece haber sido mofarse de los policías de Hamburgo.
El lector podrá encontrar abundante color local en Hotel Z y en La reconstrucción de la catedral (la Amazonia); y en La lámpara de Aladino (el estrecho de Magallanes). Hay un homenaje al primer squatter de la Patagonia, cuya maldición fue haber hallado monedas de oro. Hay relatos del tumultuoso Chile de los años sesenta y setenta, que incluyen una atractiva reconstrucción de época y anécdotas que van deshilanchándose por las ñoñerías del escritor. Justamente, ¡Ding-dong, ding-dong, son las cosas del amor! alude a un canción de Leonardo Favio y puede ser tachado de versión literaria de las empalagosas baladas románticas. ­
Guillermo Belcore­
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.­
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Calificación: Regular­

sábado, 27 de diciembre de 2008

Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos

Juan José Sebreli­
Debate. Ensayo de sociología e historia. 255 páginas. Edición 2008.

Siempre resulta interesante leer a un iconoclasta. Juan José Sebreli (Buenos Aires, 1930) demuele aqu¡ el panteón de la gente crédula. Con cañonazos como los del acorazado Yamato pulveriza cada uno de los mitos que se han edificado en torno a Gardel, Evita, el Che Guevara y Maradona. El ensayo es entretenido, convincente y minucioso. Pero al polemista apasionado se le han deslizado algunos errores menudos. Afirma, por ejemplo, que la l¡nea 49 de colectivos atraviesa Pompeya.­
En manos de Sebreli las ciencias se convierten en una daga filosa. La psicolog¡a le permite indagar en la sexualidad ambigua de Gardel y en los comportamientos políticos de Eva Duarte. Con la historia desbarata las boberías nacionalistas sobre el tango. Con la filosof¡a de Hegel desmenuza la personalidad aventurera de Ernesto Guevara. Con la estadística prueba que Maradona no fue el mejor futbolista de todos los tiempos. Su adversario no es sólo la ignorancia popular, sino también el populismo de cátedra -a lo Dri o a lo Pigna- y los políticos cínicos e inescrupulosos, como aquéllos setentistas que cincelaron el mito absurdo de la Evita revolucionaria.­

Sebreli se parapeta tras una racionalidad que no es condescendiente con nadie. Su pensamiento tiene la dosis justa de marxismo. Odia a los demagogos y lo que denominamos corrección política -por no decir cobardía- lo tiene sin cuidado. Advierte que el mito es pernicioso porque consagra el fanatismo como virtud y anula en la persona su conciencia de libertad y su sentido de la responsabilidad. El problema es que hay millones de compatriotas que desean ser engañados. Es el deseo de fascismo de las masas, sentenció Wilhelm Reich. No sólo de las masas. Este libro imprescindible delata a los intelectuales que adoran el fetiche y el fraude.­
Guillermo Belcore­
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa el 14 de diciembre de 2008.­

­Calificación: Muy Bueno


viernes, 26 de diciembre de 2008

Matemática... ¿estás ahí? Episodio 100

Adrián Paenza­
Siglo Veintiuno. Ensayo de ciencias, 255 páginas. Edición 2008.
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El cuarto volumen de la espléndida saga que ha forjado Adrián Paenza (Buenos Aires, 1949) no comienza bien. El profesor y periodista narra un par de episodios desagradables que ocurrieron en un colegio primario, donde fue invitado a dar una charla. Según su relato, desenmascaró a un cretino y humilló en público a la directora. ¿Por qué airear esas miserias? ¿Quiere demostrar que es más listo que el docente promedio? ¿Tiene la compulsión de pontificar? ¿Se le subió el éxito a la cabeza? Por fortuna, fue un mal paso, el libro se encarrila de inmediato.­

En efecto, el lector encontrará aquí el mismo material excelente pero distinto que incluían los tomos anteriores, los que se han convertido en un fenómeno de ventas por la claridad de la prosa, la seriedad de la propuesta, y la pasión del autor. Paenza nos persuade que la matemática está viva, rebosante de problemas sin solución, repleta de intrigas y misterios. Uno agradece esa seductora incertidumbre que creíamos limitada al arte o a las ciencias sociales.­

Para quienes nunca leyeron a Paenza (lo mal que hicieron), digamos que su trabajo instruye, divierte y causa pasmo. ¿Sabe usted, por ejemplo, qué es el ISBN, el código numérico que incluye cada obra publicada? ¿O qué mide la escala de Ritcher? ¿O por qué es mejor consultar a un fulano que se equivoca nueve de cada diez veces que acudir a quien tiene un historial de aciertos del cincuenta por ciento? La gran virtud del ensayo es contribuir a poner en marcha la trabajosa serie de ruedas dentadas que componen nuestra mente

Un especial elogio merece el desarrollo de una cuestión angustiosa: ¿cómo tomar la decisión más educada? Paenza lo ejemplifica con la ejecución de un tiro penal. El entrenador debe optar entre Messi o Crespo. La matemática no elige por nosotros, pero siempre nos proporcionará una perspectiva inteligente.­
Guillermo Belcore­

Publicado en el Suplemento de cultura del diario La Prensa.­

­Calificación: Bueno

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martes, 23 de diciembre de 2008

Beta plus plus

Sobre la importancia de la crítica

He aquí pues la entrada número trescientos de La Biblioteca de Asterión. Como buen periodista, profeso la superstición de los números redondos. El hecho se superpone (casi) con el primer aniversario del blog. Estoy feliz. Es un capricho muy satisfactorio.
No faltará quien se pregunte para qué me ha servido, para qué sirve en general la crítica literaria, una actividad, en esencia, parasitaria y subordinada, aunque, como se ha escrito, en la historia son más escasos los grandes críticos que los grandes escritores.
En lo personal (o mejor dicho en lo espiritual), el blog me ha permitido tres o cuatro cosas valiosas. En primer lugar he rescatado del olvido casi siete años de trabajo. Las reseñas aquí incluidas se han publicado (no todas) desde 2002 en el diario La Prensa. Los periodistas escribimos para el distraído lector del día siguiente o bien para los historiadores. El valor de nuestro trabajo es efímero, si no se recoge posteriormente en forma de libro o en algún formato digital. ¡Oh, qué gran invento Internet!
En segundo lugar, el blog me permitió conocer gente interesante, valiosa e instructiva, con las cuales, quizás, jamás hubiera trabado una ligazón. Resulta muy gozoso dar con alguien que comparte una afición. La web -¿hace falta decirlo?- nos permite saltar las fronteras y los océanos. He recibido mensajes de lugares remotos. ¡Oh, que gran invento Internet!

La confianza
He confirmado, además, algunas intuiciones. Subsiste una demanda popular de honestidad, competencia y valentía en el terreno de la crítica artística. Muchos lectores, sobre todo los más instruidos, desconfían (con justa razón) de los grandes medios. Han encontrado en los blogs una saludable corriente de aire fresco en un ambiente viciado por los compromisos de la distinta índole. Sobre todo en el mundo de habla hispana, donde el amiguismo y la cobardía hacen estragos. Pocos se animan a pisar un callo, somos pocos y para qué pasar el mal trago de cruzarse en un cóctel con un escritor resentido. Quizás en Estados Unidos o Inglaterra donde la crítica literaria, por fortuna, roza lo despiadado no tengan este problema. Es interesante lo que ha escrito Norman Mailer al respecto (ver en este blog).
Por lo demás, quisiera reivindicar aquí con toda decisión la crítica periodística, muy, pero muy diferente a la académica, la que nunca permite al profano distinguir si vale la pena o no comprarse una obra. Ante la proliferación de libros de las más variada calidad, considero esencial la tarea de sugerir, orientar y, en última instancia, de emitir un juicio bien fundamentado.
Pero ese juicio, ¡ay!, nunca será más valioso y trascendente que la literatura en sí. Estoy leyendo ahora a George Steiner, ese sublime modelo al que aspiro, pero con la certeza de que es un ideal inalcanzable. No tendré nunca, me temo, su exquisita erudición. He perdido mucho tiempo leyendo pamplinas, en lugar de nutrirme con los clásicos. Steiner dice que el crítico es, a lo sumo, un gran señor del séquito, una sombra condenada de las luces más intensas. Nos conformamos con ser el cartero, un postino, cuyo privilegio se limita a llevar el material noble del poeta y el reformador social, el pensador y el dirigente político. En el mejor de los casos, la elite de la segunda categoría. A mí, personalmente, me encantan Quintín, Ignacio Echeverría, Rodrigo Fresán y los amigos de los blogs que se incluyen bajo el título "Para bibliófilos".

Compatriotas
Estoy empeñado en divulgar la buena literatura argentina (es decir, en propiciar la venta de más libros), aunque la realidad ha venido saboteándome. Aguardo con esperanzas menguadas la gran novela nacional, esa obra oceánica que nos explique. Saer ha muerto. Respeto a Aira, pero sus cachorros son desagradables. Piglia aún no ha ganado la inmortalidad. Está de moda el narcisismo más inane, el "yo odioso" del que hablaba Pascal. El mal gusto tiene elocuencia propia. Entre los vivos y de lo que va del siglo, lo que más se ha acercado a mi veleidosa preferencia es El enigma de Herbert Hjortsberg de Hugo Correa Luna. Por desgracia, casi nadie la ha leído. Buscala, vale la pena.
Desde una óptica positiva, veo hoy a la literatura argentina como un enorme mosaico cuyas partes van de lo excelente a lo horrible. Hay algunos azulejos valiosos que retratan con destreza una diminuta porción de la realidad. Estoy pensando en Pedro Mairal, Claudia Piñeiro, Miguel Vitagliano, Jorge Torres Zavaleta, Félix Bruzzone, Marcelo Birmajer, Juan Diego Incardona, Inés Garland, Guillermo Martínez; y creo que no me olvido de nadie más entre los que he leído, los cuales obviamente no son todos los que publican. Brilla por su ausencia la vocación imperial, el deseo de superación. La novela promedio apenas supera las doscientas páginas. El hada de la Gran Literatura, la que perdurará, se siente abandonada. Oscar Wilde decía que el arte es diez por ciento inspiración y noventa por ciento, transpiración. Esto es Argentina, predomina el desdén aristocrático hacia el esfuerzo.
Bien, cierro con el principio. La Biblioteca de Asterión ha cumplido un año. Seguiré, dios mediante, en 2009 divulgando aquél libro que me ha cautivado. Soy arbitrario, lo admito. La mía es una crítica basada en el gusto, persiguiendo siempre la erótica de la obra. Sigan acompañándome.
G.B.

viernes, 19 de diciembre de 2008

El misterio Levrero

Moscardón imaginario III

Extasiado, aún bajo el efecto hipnótico de La novela luminosa y aprovechando los últimos días de vacaciones, tuve la fortuna de concurrir a la presentación de la obra póstuma de Mario Levrero en la librería Eterna Cadencia.

Fue el jueves pasado, en formato de charla abierta entre Luis Chitarroni y Damián Tabarovsky, dos intelectuales que tienen el don de la amenidad. La concurrencia fue menor a la esperada: que se embromen los fatuos que se perdieron una experiencia muy placentera, no sólo en términos intelectuales. En la crónica de Patricio Zunini se habla de “un ambiente de intimidad y proximidad muy agradable” (http://www.eternacadencia.wordpress.com/). Creo que la descripción es correctísima. El merito de todo esto es del editor Pablo Braun. Doy fe que es una de las personas que más conoce sobre Levrero en la Argentina, sino la que más.

Chitarroni resaltó el “sigilo” del ilustre uruguayo, lo asoció con Kafka y Proust, hilvanó los vocablos “postergaciones” y “microscopías”, mencionó “el bello peso de la tradición costumbrista”. Disparó también un cañonazo genial: Levrero es la antítesis perfecta de Eduardo Galeano.

Tabarovsky admiró la relación fecunda entre neurosis y literatura en la novela de marras (Levrero, tengo para mí, es otro tributario genial de Italo Svevo, un Zeno Cosini rioplatense que ha escrito: “mi rol social es de loco”). Al final, el sociólogo dejó en el aire una pregunta muy interesante: por qué Buenos Aires, en cierto sentido tan similar a Montevideo, no ha sido capaz de engendrar un talento semejante. En este punto quisiera detenerme.

La primera respuesta que se me ocurre es la más obvia. El genio es algo misterioso que aparece allí donde puede. Siempre me ha intrigado porqué la Historia permite que florezca cada tanto la excelencia en un segmento geográfico y temporal muy reducido. Estoy pensando en la Atenas de Pericles, la Florencia renacentista, la España del Siglo de Oro, la Argentina de Mitre, Sarmiento y Hernández, el rock y el pop de los setenta y los ochenta. Lo más común son las largos períodos de sequía creativa, como ocurre desde hace largo tiempo con la novela argentina. ¿Será posible unir a Filisberto Hernández, Onetti y Levrero en una línea excepcional de las letras latinoamericanas? ¿Habrá una continuidad de influencias positivas que en algún punto se corta, vaya uno a saber porqué? Es evidente que no es lo mismo inspirarse en Filisberto o en el creador de Juntacadáveres, que escribir bajo la sombra de César Aira.

Es por eso, supongo, que el narcisismo de La novela luminosa no resulta fastidioso y vano como el de tantos plumíferos argentinos. Es todo lo contrario. En nuestra patria, el exhibicionismo del yo es una verdadera plaga; en la plenitud narrativa de Levrero es un elemento funcional que vuelve interesante los asuntos más triviales.

Tabarovsky, aunque no con estos términos, también se refirió a la elusiva erótica del libro de Levrero. ¿Qué es lo que lo torna tan cautivante? ¿Cuáles son sus procedimientos, las técnicas que lo elevan al Parnaso de la gran literatura? Intentaré hacer un punteo.

La erótica

a) La prosa: Fresca, expresiva, plagada de expresiones coloquiales. Es una lectura fácil y gratificante.

b) La originalidad: Es una novela sobre la imposibilidad de escribir una novela. Hay un diario de 450 páginas, más cuatro capítulos de La novela luminosa propiamente dicha, más una suerte de cuento corto sobre un asunto que no tiene mucha relación con todo lo demás, pero se lee con provecho y agrado.

c) Las técnicas de complicidad: He sentido que Levrero me hablaba a mí y he me identificado una y otra vez con el protagonista. Soy, debo confesarlo, un hipocondríaco, un fulano que adora las nuevas tecnologías pero tiene algunos problemas para aprovecharlas, un dependiente de las mujeres, un sujeto a menudo intratable en lucha permanente con aquello que percibo como bajeza y ordinariez. En fin, cómo no me iba a gustar.

d) Sabiduría: La novela contiene decenas de reflexiones brillantes sobre los más variados temas. Son, como he escrito en un comentario anterior, flores magníficas que aparecen en la espesura. Me encantaron, por ejemplo, los sensatos comentarios sobre la música sinfónica, la burocracia estatal, la opera (yo también la detesto, o al menos no la entiendo), las malas artes de la prostitución, la vida de los insectos (al parecer, las hormigas también son individualistas y viciosas), la adicción que provoca la lectura.

e) Espiritualidad: Este es, creo, el aspecto más relevante. Levrero demuestra un talento inusitado para transmitir experiencias espirituales muy intensas. La clave del libro es la desintegración de su vínculo amoroso con la Chica Lista. Pero también me conmovieron sus conexiones familiares, su relación con lo religioso y con los semejantes en general. Si no entendí mal, la novela propone en la segunda parte una nueva forma de comunicarnos con el mundo: la experiencia sublime, una dimensión que no tenemos en cuenta, una forma de percepción de la realidad que abre la puerta a lo luminoso. Es decir, vivir experiencias que amplíen el campo de la conciencia. Aun la contemplación extasiada de los trabajos de una avispa nos permite transitar ese sendero.

f) Contexto: El telon de fondo de la obra es un Montevideo de pesadilla, estropeada por el populismo de izquierdas y la decadencia cívica. Levrero es otro “profeta del asco”, como diría Quintín con inigualable ingenio.

g) Intertextualidad (si es ésta la palabra correcta): Levrero no sólo es un gran crítico literario, sino que hay una tirantez, un nerviosismo entre el autor y los críticos. Me da la impresión que buscó incluso influir en el público más preparado. Por ahí insinúa que le gustaría que lo comparen con Bukowski. Por allá, reivindica a escritores que han sido repudiados por el establishment de las letras como Somerset Maugham o Rosa Chacel. Textual de Levrero: “una novela no es para ser entendida”.

Me cansé de escribir. Al fin y al cabo, sigo de vacaciones. Estoy seguro que hay mil argumentos más a favor de la novela postuma de Levrero. La vieja cosechera, como diría el Indio Solari, lo encontró en su plenitud narrativa. Todos los hombres mueren jóvenes, sentenció Stevenson. En este caso, es una verdad irrefutable.
Guillermo Belcore

miércoles, 17 de diciembre de 2008

La novela luminosa


Mario Levrero
Mondadori. Novela, 567 páginas. Edición 2008. Precio aproximado: 65 pesos.

La Wikipedia define a Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) como el último de los autores de culto del siglo XX. En nuestro país cuenta con una feligresía apasionada. Hay quien lo equipara en el ranking de afectos con la madre. Esta novela –inusitada, entretenida y jovial- permite entender semejante fervor. Estamos ante un escritor de verdad; vale decir, ante un artista capaz de construir un universo personalísimo que no sólo cautiva, también contribuye al crecimiento de nuestro yo interior.
La novela luminosa es una obra póstuma, que se resiste al encasillamiento fácil. Consta de dos partes: El diario de la beca y un puñado de capítulos de la novela propiamente dicha. En el fondo, es la transmisión de una serie de experiencias espirituales. Quizás, la más trascendente sea la desintegración del vínculo amoroso del escritor con una joven bella y lista. El pesar lo hunde en manías y obsesiones seniles, a lo Zeno Cosini o Woody Allen, o incluso Bukowski. Vive de estrés en estrés. Debe concluir un libro que le ha encomendado la Fundación Guggenheim. Un Montevideo de pesadilla es el telón de fondo.
En ningún momento, el libro se hunde en el narcisimo inane que caracteriza a tantos plumíferos argentinos. El estilo narrativo de Levrero tiene fuerza hipnótica, resulta difícil de explicar cómo hace para convertir cualquier trivialidad en un asunto de sumo interés. La trama –si es ésta la palabra correcta- viene esmaltada con lúcidas reflexiones, como flores que estallan en la espesura. Son joyas de observación o bien especulaciones excelentes. Como si lo dicho fuera poco, el narrador uruguayo también refulge como maestro de las técnicas de complicidad y como crítico literario.
La publicación de este volumen, pues, es un espléndido regalo de Navidad.

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

PD: Acabo de leer este libro en mis apretadas vacaciones. Lo disfrute, entre otros magnificos escenarios, en la confitería del cerro San Javier y en los jardines de un hotel de Tafí del Valle. Fui inmensamente feliz. Por otro lado, qué linda es la provincia de Tucumán. Allí nació la Argentina.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Mussolini

Richard Bosworth
Península. Ensayo de Historia. Edición en español 2004. 636 páginas. Precio aproximado: 80 pesos.

¿Quién fue en realidad Benito Mussolini? ¿Un César de aserrín o uno de los grandes caudillos del siglo XX? ¿Un producto de su era o un gran creador de acontecimientos? ¿Un alucinado, un matón o simplemente un sinvergüenza? Sabemos que el fascismo resultó una gran calamidad, pero las polémicas perentorias deforman la retrospectiva. Siempre es saludable, por ello, una nueva mirada académica que se eleve sobre las discusiones mezquinas.

Richard Bosworth, un erudito australiano, transpiró durante tres años para refutar tanto el prejuicio racial anglosajón como el mito de izquierdas. Tampoco se siente a gusto con el revisionismo suave de Renzo de Felice, aunque admite su deuda con su colosal obra de diecisiete tomos. Critica a los historiadores que al centrarse en las supuestas convicciones del Duce ignoran pautas de conducta comunes en la historia italiana. Su enfoque es estructural, más interesado en desentrañar las raíces sociales de la política que la voluntad de los grandes hombres. La Italia profunda, tan sanguínea y tan escéptica, late aquí detrás del personaje.

El ensayo es pues tanto una biografía honesta como una penetrante historia social. Es amena la prosa y se da tiempo para el anécdota cómica. La tesis dice que Mussolini no fue un Adolf Hitler prisionero de sus obsesiones: todo en él estaba sujeto a negociación, excepto claro la pervivencia del régimen. Y el brutal fascismo fue tanto el hijo del espíritu de aquellos años malévolos como la convulsión de una clase social: creció de abajo hacia arriba, radicalizando aquí a su proteico líder pero moderándolo allá.

Bosworth, hablemos claro, ha escrito una obra de consulta obligada no pervertida por ideologías. Mussolini no fue un bufón ni un loco, pero no puede ser absuelto por la Historia ni por la decencia: fue responsable de la muerte de por lo menos un millón de personas, propició las matanzas de libios, etíopes, eslavos, albaneses y judíos. Italia ha mejorado infinitamente desde su truculenta muerte.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa el 29 de agosto de 2004.

Calificación: Muy Bueno.

PD: Este blog tiene especial predilección por tres cosas: las novelas oceánicas, las sublimes colecciones de cuentos y los ambiciosos ensayos de historia (como éste). Creo que podríamos vivir sólo con su compañía, mas el trabajo nos obliga a diversificar la lectura.

lunes, 8 de diciembre de 2008

La cuarentena

J.M.G. Le Clézio
Editorial Tusquets. Novela. Edición 2008.

Los mandarines de Suecia –los mismos que en su momento despreciaban a Borges- acordaron que en 2008 el Premio Nobel de Literatura sería para Francia. La nación más literaria del planeta lo extrañaba. ¡Habían pasado 23 años desde el último galardón! Estocolmo, pues, sacó de un morral más bien deshilachado a un autor no muy conocido. Jean-Marie Gusteve Le Clézio (Niza, 1940) fue el ungido. A juzgar por esta novela, se trata de una decisión polémica, si no de un fraude.
Se ha sentenciado que Le Clezio es “un autor para el ecologista culto”. El País de Madrid lo tachó de “apóstol del mestizaje”. Viajero pertinaz e intelectual alarmado por las injusticias ha convertido su vida en una suerte de obra de arte. Constatamos aquí que escribe muy bien: es un narrador culto, sofisticado y capaz de transmitir sensaciones poderosas. La cuarentena contiene momentos de subyugante belleza, pero en conjunto el libro es mortalmente aburrido. Llegar al final es como ducharse con agua fría o cenar verduras. Exige una firme voluntad.
Se reconstruye el calvario del abuelo materno del autor. “Escribo novelas porque no soy capaz de escribir mis memorias”, ha declarado Le Clézio. Nos remonta a fines del siglo XIX, cuando Jacques Archimbau, su hermano, su esposa, un puñado de europeos y centenares de inmigrantes indios fueron confinados en un peñasco frente a la isla de Mauricio. Traían en el barco una epidemia de viruela.
Después de un prometedor comienzo en el que tropezamos con Rimbaud –primero como adolescente colérico y luego agonizando en Aden-, el relato de la cuarentena se hunde en el sopor y la cursilería. El narrador es León ‘El desaparecido’. Le Clézio lo usa para testimoniar su nausea ante el colonialismo, el vértigo frente a la naturaleza tropical y el embelesamiento por las culturas exóticas y los saberes bajos. No podía faltar el romance entre el blanco y la cándida muchachita de piel oscura. El tono de Discovery Chanel estropea la trama. El mundo es confinado a una postal, que respeta a pie juntillas las ideas en boga. A la mala conciencia de los suecos le encantan estas manufacturas bien pensantes.

Guillermo Belcore
Calificación: Regular

PD I: No quisiera quedarme con esta morosa insipidez en los labios. ¿Alguien podría recomendarme alguna otra obra de Le Clézio?

PDII: Dos blogs que respeto y frecuento escribieron sobre el Nobel 2008. Estoy seguro que disfrutarás estos dos comentarios:

viernes, 5 de diciembre de 2008

Sobre los acantilados de mármol

Ernst Jünger­
Tusquets. Novela, 220 páginas. Edición: 2008. Precio aproximado: 55 pesos.
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­ Kafka sugería leer sólo los libros que obran como picahielos, es decir los que pueden quebrar la gélida costra de indiferencia que rodea nuestro corazón. Se refería a novelas como ésta. Sobre los acantilados de mármol despierta estupor y admiración. De ninguna manera, puede ser soslayado su contexto. Data de 1939. Fue publicada en una Alemania sometida a la peor de las tiranías bajo la máscara del orden. Relata, en clave mítica, la destrucción de un país civilizado por aquellas fuerzas del averno que sólo pueden actuar cuando las cosas se tambalean. En la madera podrida proliferan hongos y alimañas.­
Ernst Jünger (Heidelberg 1895-1998), uno de los mejores escritores del siglo XX, cultivó el simbolismo por la misma razón que Luis de Góngora: para confundir a los inquisidores. Uno se estremece pensando en lo que debe haber sentido el ciudadano decente cuando esta escritura llegó a sus manos, con su repudio audaz "a la ralea reprobada por toda la eternidad que se deleita horriblemente con la profanación de la dignidad y la libertad humana''.
El narrador es un botánico que sobrevive a la devastación de La Marina, comarca europea que no puede sino ser Alemania. Se funden tiempos y lugares distintos. La prosa exquisita va engarzando ideas como piedras preciosas en el metal. El Guardabosque Mayor es el hacedor del caos. Se trata, naturalmente, de Adolf Hitler. Hay dos nobles osados (sólo dos), militares enviciados, bravísimos campesinos, sacerdotes lúcidos pero etéreos, chusma de taberna. La trama resulta profética. En la espesura funciona una barraca de desolladores que anticipa los abominables campos de exterminio. Jünger, con su típico y refinado desdén, profetizó a sus compatriotas la hora de la catástrofe. El fuego y la ignominia purificaron los dos países, el fantástico y el tremendamente real.­
Guillermo Belcore­

­Calificación: BUENO­

­PD: No es lo mejor de Jünger que he leído, pero es una gema rara, una espléndida “pieza de época”. He leído por allí que se la considera la obra maestra del refinado alemán. Me parece exagerado.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Creer que se cree

Gianni Vattimo
Paidos. Ensayo de filosofía. 127 páginas. Edición 2008. Precio aproximado: 40 pesos. ­
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La reimpresión de este libro publicado en 1996 resulta oportuna y no sólo porque el autor visitó en estos días la Argentina. No es un tratado filosófico, sino un escrito personal y comprometido sobre Dios y los fines últimos. Recorre la reconciliación de un estudioso posmoderno con su herencia católica. Gianni Vattimo (Turín, 1936) cree haber hallado el “núcleo más auténtico de la fe cristiana” y, en consecuencia, el hilo dorado de la historia occidental. El razonamiento se nutre de Nietzsche, de Heidegger y de una de las más bellas máximas evangélicas: “no os llamo ya siervos, sino amigos” (Juan 15,15). Propone una caridad purificada de dogmas.
Vattimo, el gran teórico del pensamiento débil, entiende que la esencia misma del cristianismo es la secularización, a la que define como “la disolución de lo sagrado metafísico-natural”. Dios ya no es esa presencia arbitraria, omnipotente y absoluta, sino que ha decidido instaurar una relación de amistad con el hombre (kenosis). Ese es el verdadero sentido de la encarnación de Jesús. El autoritarismo eclesiástico pretende, empero, fijar el significado de la revelación de una vez por todas en forma de mitos que exigen el sacrificio de la razón. Antes bien, los pastores y los creyentes deben demostrar una disponibilidad total a leer los signos de los tiempos sin más reserva que el mandato del amor. La doctrina buena no siempre es la más antigua. Vattimo concluye que la pedagogía divina es un proceso infinito en el cual puede darse la paradoja de que un Voltaire sea más eficaz para la cristianización (auténtica) de la humanidad que un obispo.
Provocador, convincente en largos pasajes, intenso, he aquí uno de esos textos que conviene leer para poner a prueba nuestras propias creencias.­
Guillermo Belcore­
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el 9 de noviembre de 2008.­
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CALIFICACION: Bueno­


­PD: Se trata esta reseña de una relectura. Había abrevado en la obra hace unos diez años y la sentí entonces (y ahora) próxima a mis propias creencias. Me permitió conciliar la herencia cristiana con mi racionalidad burguesa. El concepto de un Dios amigo, que camina junto a mí, es maravilloso.­

lunes, 1 de diciembre de 2008

Fantasmas en el parque

María Elena Walsh­
Alfaguara. Autobiografía, 260 páginas. Precio aproximado: 40 pesos.

Stevenson advirtió que existe una virtud sin la cual todas las demás son inútiles: el encanto. La prosa de María Elena Walsh (Ramos Mejía, 1930) la tiene a raudales. Hay un profundo agrado en descubrir que no ha perdido el toque mágico, la chispa entrañable que nos conmueve a tantos desde hace tantos años. Criticarle sería casi como traicionar la infancia, ese territorio sagrado para los más dichosos.

Su último libro tiene la seducción de lo difícil de encasillar. Por encima de todo, es una evocación, casi siempre tierna, salpimentada con lúcidas miradas desde el Parque Las Heras, un hermoso pedazo de verde en pleno Buenos Aires al que amenazan el cemento corrupto y las inmundas deyecciones caninas.

Los fantasmas del título refieren a los que no están, amigos, conocidos o familia. ¿Era imprescindible ajustar cuentas en público con el padre y la hermana? El libro nos pasea de un tiempo y de un lugar a otro. Buenos Aires de fines de los cuarenta o de hoy, en permanente estado de precariedad, miedo y mugre. París, Punta del Este, una estancia en la pampa. Hay un amoroso homenaje a la compañera fiel. Desfilan personajes ilustres pero siempre son de carne y hueso. La mano invertebrada de Borges, la abadesa María Herminia Avellaneda, el debutante Charles Aznavour. Walsh demuestra talento para la metáfora, exquisita erudición y raptos sublimes de percepción de la realidad. También, vomita anticlericalismo y un desdén aristocrático que la lleva a considerar a los turistas como “una tribu nómada que deglute y prostituye todo”.

Entre otras gemas, preferimos la Plegaria del Lector Gustoso. La autora concluye que es mentira que la literatura está en vías de extinción. Los que moriremos somos nosotros. Y los libros, que una vez nos eligieron para formar parte de una cofradía tan apasionada como diminuta, nos echarán de menos.

Guillermo Belcore

Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: La reflexión de la señora Walsh sobre el lector apasionado es brillante. Ha labrado con ese material insigne algunas de las mejores páginas que he leído este año. ¡Y tiene tanta razón! Hay un placer inmenso en descubrir, cuando uno menos lo espera, un lector inteligente, un interlocutor (“interlector”, lo llama) con quien conversar sobre autores, capillas literarias, obras clamorosas o fallidas. Bendita sea nuestra secta.