jueves, 27 de agosto de 2015

El santo

Aquella era fabulosa y desdichada que corre desde el colapso de Roma hasta el descubrimiento de América (o la caída de Constantinopla) ha atraído la imaginación de los mejores escritores. Casi siempre para narrar aventuras. Sobran los ejemplos magníficos. La encantadora de Florencia de Salman Rusdhie; Baudolino de Umberto Eco; En busca del rey de Gore Vidal. A esta subespecie plateada, que comercia con lo fantástico, pertenece también la más reciente nouvelle del mejor de los nuestros. César Aira, en efecto, nos lleva a la Edad Media en El santo (Literatura Random House, 141 páginas).

Con su personalísimo realismo lúdico, el pringlense relata las peripecias de un monje sexagenario, objeto de veneración popular por su carácter de milagrero. Un día decide retirarse, quiere morir en su aldea natal de Italia. Los codiciosos catalanes (hay encantadores malabares en el libro con lugares comunes y frases hechas) no pueden darse el lujo de perder el filón de las peregrinaciones. El religioso vale más muerto y convertido en reliquia, que vivo sobre otra tierra. Deciden asesinarlo. El clérigo, no obstante, escapa por un pelo de su sicario. Surca el Mediterráneo en una falúa griega de mala muerte, hasta caer en manos de piratas turcos que finalmente lo venden a un importante guerrero abisinio. Traba amistad con su amo, quien le encarga una misión comercial (el jeque es un poderoso fabricante de sonajeros). Llega así a un diminuto reino africano, cuya soberana se enamora perdidamente del vejete. Encontramos allí pues al núcleo incandescente del libro: una rara historia de amor entre la reina Poliana (una resentida social) y el viejo santo de los milagros.

En verdad, incluir aquí el adjetivo "raro'' resulta a esta altura innecesario. Todo es disparatado, como se sabe, en el universo aireano en perpetua lucha contra el verosímil literario. Sobre la premisa de la normalidad anormal ha edificado una carrera artística, tan polémica como fecunda (publica hasta tres nouvelles por año). "En lo vano e irreal siguen siendo válidas las leyes de la realidad, aunque en estado de disolución'', explica en la página veintinueve.

Entre los mejores


No sería aventurado afirmar que este libro es uno de los mejores de Aira. Trataremos de justificar la sentencia.


En primer lugar, hay una ambición aquí (como en La liebre) de esculpir una civilización, la del Medioevo, que se va deslizando hacia el capitalismo, sin renunciar en el proceso, naturalmente, al anacronismo o el error geográfico. Aira se da el gusto, incluso, de arriesgar una perspectiva sobre la sociedad esclavista (hoy también al fin y al cabo somos esclavos de algo). La pasión religiosa la explica como una búsqueda de la grey de la poesía y fantasía que no tienen en sus vidas. También en procura de consuelo y esperanza, bienes tan apreciados como necesarios.

Alta filosofía rige, en rigor, muchas páginas. Pero es un saber deslumbrante por su sensatez que se aplica a la cotidiano, a la relación entre los amantes verbigracia, o al arte de la amistad, "la primera de las pasiones filosóficas, el contacto temático de los cerebros, el tesoro depositado en el tiempo''.

En segundo término, se trata de una brillante exhibición de estilo, que refuta el mito de la escritura automática de Aira. Estamos ante un intérprete de lo que los franceses denominan "la palabra justa''. La más elevada poesía sorprende al lector en, por ejemplo, la descripción de una tormenta en el mar abierto o de la peculiar elocuencia de los objetos inertes, como las rosas. La belleza de las expresiones (muchas de matriz borgeana) y la riqueza del vocabulario, asimismo, se combinan con las sutilezas de las alusiones y un finísimo sentido del humor. Sólo a un bromista como Aira se le puede ocurrir que los Sultanes de Garabaña lancen el programa Poligamia para Todos ("...un típico gesto irresponsable de demagogia: hacerse aplaudir con una declaración fulminante y dejar para después, o para otros, la implementación práctica''...). La sátira es otro procedimiento que se plasma de manera magistral: dibuja, entre otro hallazgos, un divertidísimo arquetipo de la esposa quejosa.

El santo, finalmente, puede considerarse como un libro original en un sentido malévolo. ¡Al fin una nouvelle de Aira sin aceleraciones repentinas y que no se estropea al final!

Guillermo Belcore
Publicado el domingo pasado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa


Calificación: Muy bueno

PD:  En un hipotético podio de nouvelles de Aira (he leído solo una quinta parte del total, aclaro) colocaría a El Santo junto a estas otras dos:
1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2011/10/la-liebre.html
2)  http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2011/02/el-error.html

domingo, 23 de agosto de 2015

La muerte y su traje

Santiago Dabove
Editorial Las cuarenta. 190 páginas. Edición 2015. Cuentos

El viernes 11 de diciembre de 1959, Jorge Luis Borges sentenció: 


“Lo que más durará de las obras literarias será el argumento. Desde luego todo se olvidará, pero lo último en olvidarse será el argumento. Las bellezas del estilo se perderán con los cambios de gustos y con la muerte de las lenguas. ¿Qué nos queda de las bellezas estilísticas de un texto sánscrito? Las situaciones también quedarán, pero las situaciones son argumento. Los caracteres durarán quizá más que las bellezas formales y menos que los argumentos”.

¿Cómo no iba a quedar entonces el único libro de Santiago Dabove si incluye alguno de los argumentos más esplendidos de la literatura argentina? En La muerte y su traje hay un hombre que se transforma en tuna. El Apocalipsis es provocado por el magnetismo de los asteroides. Un afiebrado trama su propio velorio para obtener el vigor que le permita volarse la tapa de los sesos. Hay un hombre enfermizo a quien liquidan las vívidas sensaciones provocadas por el peyote. Una venganza flamígera corona varios días de orgías y parrandas… Y un pibe va a Once a cumplir con el mandado de su madre y allí, en el tren, transcurre toda su vida.

Este libro tiene una historia atípica. Fue publicado por primera vez en 1961, casi nueve años después de la muerte de su autor, un excéntrico de quien poco se sabe y de quien siempre se destaca su amistad con Macedonio Fernández y sus tertulias con Borges. Dabove, por otro lado, es el único escritor de valía que ha dado la ciudad de Morón, el corazón del Oeste, mi querida fatherland.

Un párrafo para las conjeturas. De los textos reunidos aquí surge que Dabove no era un hombre dedicado exclusivamente a los placeres intelectuales como don Jorge Luis. No ignora el sexo y habla de "la brasa delicada de los licores fuertes" y de las drogas como experimentado consumidor. Fue violinista y según el Diccionario de César Aira se había aficionado a las religiones orientales. Su filosofía personal -deja entrever este libro- se diluyó en supersticiones. Es obvio que la muerte fue su obsesión, prácticamente todos los relatos que atesora el volumen se refieren al misterio por excelencia, pero no deja la misma impresión deprimente que Howard Phillip Lovecraft, otro narrador macabro. El moronense defiende al amor pues es “verdadero gusto por la vida” que caracteriza a “cierta clase aristocrática de seres“. La idea se parece a un verso de Carlos Solari que cierra El pibe de los astilleros: Ciertos reyes no viajan en camello/ ellos andan al tranco del amor / esos tipos soplan con el viento/ al rebaño y su temor.

Efecto serrucho

¡Qué bueno que el sello Las Cuarenta haya rescatado este libro! Los relatos seducen, a pesar del efecto serrucho, es decir de su calidad despareja. En realidad, lo que ocurre es que les ha faltado ese trabajo obsesivo y postrero que se hace para que la escritura refulja como un copón de plata, o para el caso, también les han faltado los consejos de un buen editor. Es una carencia obvia, por cierto, Dabove nunca se decidió a entregarlos a la imprenta. De ahí que los cuentos avancen con un andar bamboleante, de oso de feria. No obstante, como sabemos los lectores de Sarmiento y de Arlt, las cosas defectuosas también tienen su encanto. Se disfruta el criollismo suave, que se muestra en las metáforas o en la reivindicación del mate, "ese líquido verde que apacigua y sazona tanto las discusiones". Hace crujir los dientes el manejo deleznable de las comillas.

El tomo tiene cuatro partes. La primera es más sistemática, incluye los cuentos más acabados; casi todos cultivan el género fantástico, pero en su variante razonada, rarísima en español como ha señalado el Maestro. Quisiera destacar también a El recuerdo porque imagina un futuro remotísimo donde los átomos adquieren la facultad del recuerdo y la conciencia moral, sin conservar nada formal, sensorial ni sensible. Y El experimento de Varinsky, nuestro Frankestein, es decir aparecen científicos que se emperran en emular el milagro de Lázaro. Las otras tres secciones del libro parecen un cajón de sastre, aunque no carecen de fulgor poético. Léanse estos versos tremendos:


“En el reino de las cosas caducas,Un ojo sin vida parece mirar la Luna;el del Cristo muerto de Holbein.Signo terrestre, no de Paraíso.La Luna le envíaun rayo frío de luz muertacomo un puntero que muestra la corrupción”  (...)



Cabe preguntarse. ¿Qué clase de hombre fue aquél que le canto a una de los cuadros más tenebrosos de la pintura occidental? El mismo que dos páginas más adelante reivindica magistralmente a los lunáticos, es decir a los partidarios de la Luna. Y que nos sorprende con una brevería (en tono de anarquismo lúcido) que condena el sometimiento que el Estado moderno ha propinado a la bestia rubia de Nietzsche.

Los invito a llegar a la última página. Allí hay un cuento que Borges, palabra autorizada, definió como perfecto. Se titula’ ‘El tren’ y también comercia con lo fantástico, pues distorsiona la cuarta dimensión, es decir el tiempo. Yo que he fatigado un millón de veces el tramo Morón-Once sobre el infame Ferrocarril Sarmiento no he encontrado viaje más maravilloso que éste.
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno 

domingo, 16 de agosto de 2015

Las doce moradas del viento

Ursula Le Guin
RBA. Literatura fantástica, 350 páginas. Edición 2013.

En una ruinosa construcción de Marte yace la Madre de todas las Revelaciones; una civilización transestelar la ocultó allí hace seiscientos millones de años. Es probable que la decisión de las autoridades terrestres de usar clones, en grupos de diez, con el fin de extraer uranio en mundos remotos concluya en un rotundo desastre. En el planeta 4.470, habitado sólo por pacíficas plantas, un explorador -un biólogo eminente- murió a causa del miedo. Un adjetivo descuidado puede cambiar el tiempo por una semana en Sattins Islands.

Hasta aquí algunas de las formidables historias que Ursula Le Guin (Berkeley, 1929) escribió en los comienzos de su carrera literaria y que se rescatan en Las doce moradas del viento. La recopilación atesora diecisiete textos; se percibe la evolución de la prosa de la autora; hay ocho o nueve cuentos francamente muy buenos.

Rosa Montero destaca en el prólogo que el rasgo mas distintivo de Le Guin es su grandeza: le cabe el Universo en la cabeza. En efecto, es como una diosa gnóstica, creadora habilísima de mundos imperfectos (como el nuestro). El calvario del mago Festín en 'La palabra que desliga' muestra que a nuestra dama podría definírsela también como una J.K. Rowling de alta calidad. Sobresale, por otra parte, en la construcción de tramas fantásticas que se desarrollan no en base a la aventura sino de la psicología de los personajes, lo que nunca es fácil.

Podría decirse que el libro es para toda clase de lectores.  Quien ya conoce a la señora Le Guin descubrirá que estos cuentos anuncian o introducen los temas de las novelas que escribió más tarde. Quien nunca la ha leído hallará una espléndida ventana a su obra. El problema es que le despertará el apetito: sentirá ganas de salir corriendo a comprar Los desposeídos o las sagas de Terramar y Ekumen.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: bueno 


PD: Después de leer esta obra me siento con ganas de agotar la obra de Le Guin. 

miércoles, 12 de agosto de 2015

Un mapa de la literatura argentina

El Moscardón Imaginario XLV
 

Estoy leyendo por estas horas una magnífica colección de cuentos que Matías Raia, un editor con una finísima sensibilidad, rescató para el sello Las Cuarenta. Se trata de La muerte y su traje de Santiago Dabove, escritor de una sola obra a quien podría definírsele como uno de esos espléndidos planetoides que orbitaban en torno a la estrella Jorge Luis Borges. Ya hablaré aquí del libro, esta noche quisiera referirme a un asunto lateral, una curiosidad que me ha dejado cavilando. Dabove es paisano mío. Hasta donde yo sé es el único escritor perdurable que ha generado la ciudad de Morón. ¡Uno solo en más de doscientos años! Qué pobreza intelectual la de mi querida Capital del Oeste.

Sucumbí mas tarde al inútil placer de confeccionar una lista. Es una actividad ideal para los días de lluvia, sobre todo cuando persisten durante más de una semana como en los textos de García Márquez o en la Buenos Aires de agosto de 2015. Anoté pues a los escritores argentinos que me han llamado la atención por buenas razones (no están todos, sólo cientocinco) y busqué su lugar de nacimiento. Además del dato -más obvio que previsible- de que la ciudad de Buenos Aires es el faro cultural de la Patria, saltaron a los ojos algunas extravagancias. Por ejemplo, desde Domingo Faustino Sarmiento, la provincia de San Juan no ha engendrado un escritor de primera línea. Corrientes, Misiones, Neuquén, Santiago de Estero y Chubut, entre otros páramos del pensamiento, nunca. La producción literaria de Córdoba y Mendoza, asimismo, no ha estado a la altura de su potencialidad cultural (la de Santa Fe, sí lo estuvo). Motas de polvo perdidas en el campo han engendrado nuestros mejores poetas, como el caserío Juan A. Peña en el partido de Pergamino (aún hoy tiene doscientos y pico de habitantes) o la diminuta localidad de Gobernador Mansilla en el Entre Ríos profundo. En un rincón de la isla Choele-Choel nació nada menos que Rodolfo Walsh; y en un lugar que parece cuento llamado Serodino, Juan José Saer. Fuimos y somos una nación de inmigrantes: el extranjero nos regalo desde Paul Groussac a Copi, y desde Alfonsina Storni a Julio Cortázar. A continuación, un mapa casero (y provisional) de la literatura argentina:



* Ciudad de Buenos Aires: 36 
Roberto Arlt
Enrique Banch
Leónidas Barletta
José Bianco
Marcelo Birmajer
Sergio Bizzio
Jorge Luis Borges
Silvina Bullrich
Felix Bruzzone
Artura Cancela
Adolfo Bioy Casares
Marcelo Cohen
Humberto Constantini
Hugo Correa Luna
Roberto Cossa
Sergio De Cecco
Macedonio Fernández
Baldomero Fernández Moreno
Sara Gallardo
Griselda Gambaro
Juan Gelman
Alberto Girri
Oliverio Girondo
Raúl González Tuñón
Angélica Gorodischer
Iosi Havilio
Osvaldo y Leónidas Lamborghini
Gregorio de Laferrere
Leopoldo Marechal
Manuel Bernabé Mujica Láinez
Conrado Nale Roxlo
Silvina Ocampo
Victoria Ocampo
Andres Rivera
Samantha Schweblin
María Esther Vázquez
David Viñas
Enrique Wernicke


Conurbano bonarense: 12
* Adrogué: Ricardo Piglia.
* Avellaneda: Alejandra Pizarnik, Néstor Perlongher.
* Burzaco: Claudia Piñeiro.
* Castelar: Eduardo Sacheri
* Morón: Santiago Dabove
* Moreno: Hebe Uhart
* Quilmes: Fogwill.
* Ramos Mejía: María Elena Walsh.
* Saenz Peña: Marco Denevi
* San Justo: Pedro Palacios (Almafuerte)
* San Martín: José Hernández


Provincia de Buenos Aires: 17
* Bahía Blanca: Eduardo Mallea, Guillermo Martínez
* Chacabuco: Haroldo Conti
* General Villegas: Manuel Puig
* La Plata: Alvaro Yunque, Jorge Avalos, Aurora Venturini.
* Lincoln: Arturo Jauretche
* Mar del Plata: Osvaldo Soriano.
* Mercedes: Roberto Jorge Payró.
* Morse: Alejandro Dolina
* Ramallo: Sergio Bizzio
* Juan A. de la Peña: Atahualpa Yupanqui
* Pringles: Cesar Aira
* Rojas: Ernesto Sábato.
* San Antonio de Areco: Ricardo Güiraldes
* San Nicolás de los Arroyos: Manuel Peyrou.
* San Pedro: Abelardo Castillo.


Provincia de Córdoba: 3
* Córdoba: Arturo Capdevila, Juan Filloy
* Villa de María del Río Seco: Leopoldo Lugones.


Provincia del Chaco: 1
* Resistencia: Mempo Giardinelli.


Provincia de Entre Ríos: 7
* Concordia: Isidoro Blastein
* Gualeguay: Juan José Manauta
* Gualeguaychu: Fray Mocho.
* Gobernador Mansilla (2.300 hab): Arnaldo Calveyra
* Paraná: Evaristo Carriego, Manuel Gálvez.
* Puerto Ruiz: Juan Laurentino Ortiz.


Provincia de Jujuy: 1
* Yala: Héctor Tizón.


Provincia de La Pampa 1
* Toay: Olga Orozco


Provincia de Mendoza: 2
* Mendoza: Antonio Di Benedetto y Armando Tejada Gómez.


Provincia de Río Negro: 1
* Lamarque (8.200, isla Choele-Choel): Rodolfo Walsh


Provincia de Salta: 1
* Salta: Juan Carlos Dávalos


Provincia de San Juan: 1
* San Juan: Domingo Faustino Sarmiento


Provincia de Santa Fe: 10
* Reconquista: Leonardo Castellani
* Rosario: Roberto Fontanarrosa, Estanislao Zeballos, Alberto Laiseca. C.S. Feiling.
* San José de la Esquina: Ezequiel Martínez Estrada.
* Santa Fe: Carlos Catania y Paco Urondo.
* Serodino: Juan José Saer.
* Vera: Bernardo Jobson
* Zavalía: Diana Bellesi.


Provincia de Tucumán: 2
* Tucumán: Ricardo Rojas y Elvirá Orpheé.


Extranjero: 9 
Julio Cortazar, Eduardo Wilde, César Tiempo, Alberto Gerchunoff, Paul Groussac, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, Jacobo Fijman, Copi.

G.B.

PD: Se aceptan aportes para enriquecer esta cartografía trazada con brocha gruesa.

domingo, 9 de agosto de 2015

Gran Cabaret

David Grossman


Lumen. Novela, 236 páginas. Edición 2015


Una insólito telefonazo trastorna al venerable juez Avishai Lazar, jubilado prematuramente del Tribunal del Distrito por sus continuos ataques de ira. Su señoría es viudo, vive sólo y amargado. Cierto personaje que hace casi medio siglo que no ve le pide un favor a Lazar: juzgar un espectáculo de stand up. En efecto, el bufón Dóvaleh G., con quien compartió durante la infancia clases de matemáticas y charlas amistosas, desea que el magistrado intente captar, nada menos, esa cualidad que emana de cada ser humano sin que pueda dominarla; es decir la irradiación de la personalidad (el resplandor o la oscuridad interior). Su señoría acepta, aunque intuye que hay gato encerrado. Un profundo engaño, “oscuro como el que sólo puede darse donde las palabras no llegan“.

¡Bienvenidos al Gran Cabaret de Netanya! La obra más reciente de uno de los novelistas más destacados de Israel narra dos horas, más o menos, de una dramática comedia en vivo, acaso la última de un autentico artista, que si bien actúa con un gran refinamiento, también sabe como estimular en el público la glándula de la vulgaridad y la ordinariez. Es decir, Dóvaleh G. conoce muy bien que cuerdas pulsar para convertir a las personas en masa, en populacho. Pero ahora, su voz es espantosa y llena de desesperación.

La trama seduce de la primera a la última página. Hace reír y hace llorar. Hay, al menos, media de docena de chistes excelentes, como aquel del caracol violado por dos tortugas. Las bromas mitigan, en parte, la intensidad dramática (la historia es tremenda). Se ridiculiza tanto al izquierdismo progre (nada hace reír a esa gente) como a los halcones belicistas, incluso a los militares, “copias en bruto de un ser humano”. El Altísimo ha dotado, por cierto, a David Grossman (Jerusalén, 1954) de ese don que caracteriza a los talentosos: tiene la habilidad de desollar a un país entero mediante la voz de un personaje. Tiene también un notable dominio de la metáfora. Y ha renovado un tópico de la ficción, siempre angustioso: el payaso triste. Hay muchas razones, en verdad, para recomendar este libro.

Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno

PD: No es la primera vez que este blog se elogia al señor Grossman. Pincha aquí: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2012/05/delirio.html