martes, 28 de septiembre de 2010

El turista

Olen Steinhauer
RBA. Novela de espías, 475 páginas. Edición 2010

La industria del rótulo -siempre tan ubicua- ha establecido que el señor Olen Steinhauer (Baltimore, 1970) es “el nuevo John Le Carré”. Cualidades para aspirar al cetro no le faltan. Su quinto libro tiene la suficiente cantidad de crímenes, vertiginosos cambios de decorado, intriga, giros imprevistos y denuncia institucional como para que la atención del lector no decaiga hasta la última página. El turista es una buena novela de espías… pero nunca más que eso. La riqueza expresiva brilla por su ausencia; la prosa de Steinhauer es más pobre que ratón de Iglesia.

La ‘story’ debe mucho a la espléndida saga de Jason Bourne. Aquí también un agente secreto cae en desgracia. Milo Weaver es traicionado por sus superiores y debe apelar a todo su ingenio y a toda su eficacia homicida para no terminar con cuatro balas de una sibilina Sig Sauer entre pecho y espalda. Integra una ultra sigilosa rama de la CIA que exige continuos cambios de nombres y obediencia ciega. Son los mastines del Imperio. Los ‘turistas’ se dedican a cazar a sicarios, boquiflojas y traidores, a liquidar a banqueros que coquetean con el terrorismo, y en general a complicarle la existencia a los adversarios de la ´Pax americana‘. Si hace falta, le destrozan los genitales a un prisionero con descargas eléctricas. La horrorosa picana nunca dejó de utilizarse.

El turista es la primera parte de una trilogía. Si bien contiene todas las concesiones que Hollywood demanda (’happy end’, héroes inmaculados, descalificación selectiva, simpleza argumental, sortear el peligro por un pelo), añade interesantes reflexiones sobre mundo del espionaje y sobre el lado siniestro de la política exterior de Estados Unidos. Véase este diálogo:


“-Mirá -dijo Graiger- una parte de mi sigue creyendo. Una parte de mí cree que hablando contigo estoy traicionando al imperio. Es gracioso, ¿no? Hemos marcado nuestro territorio como un perro imperial desde el final de la última gran guerra. Desde el 11-S, ya no sabemos hacerlo con buenos modos. Podemos bombardear, mutilar y torturar a placer, porque sólo los terroristas están dispuestos a plantarnos cara y su opinión no vale. ¿Sabés cuál es el problema, en realidad?
-Ponete el saco.
-El problema son las personas como yo -continuó Graiger-. Un imperio necesita hombres con agallas de acero. Yo no soy tan duro; todavía necesito excusas para difundir la democracia. Los más jóvenes en cambio… son la clase de hombres que necesitamos si queremos seguir avanzando. Son duros de una forma que mi generación no lo fue nunca“.


Dios nos proteja de la CIA.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata

Calificación: Bueno

PD: Quizás ésta podría ser la banda de sonido:

PD II: Aquí hay algo más para escuchar sobre la novela:


sábado, 25 de septiembre de 2010

Contraluz

El destino no habla. Lleva un Mauser en las manos y de vez en cuando nos señala nuestro camino.

Thomas Pynchon

Por Guillermo Belcore

Si Thomas Pynchon (Nueva York 1937) no viviese recluido, indiferente a la fama, protegiendo su reputación y maquinando un libro mejor que otro, algún periodista avispado podría formularle algunas preguntas interesantes sobre su obra magna, concluida en 2006 pero que recién ahora desembarca en la Argentina. Contraluz (Tusquets Editores, 1.337 páginas) es una novela extraordinaria y memorable por su ambición, lucidez y recursos en juego. ¿Cuántos géneros, discursos y retóricas ha querido parodiar?, podría planteársele al eremita más famoso de Estados Unidos. Más de veinte, seguro. ¿Por qué eligió concentrarse en el ocaso de la era decimonónica (o aristocrática), período que va desde la Exposición de Chicago de 1893 hasta la Primera Guerra Mundial? ¿Por qué se obsesiona con el tiempo, la luz, la resistencia al capitalismo, la guerra y las matemáticas? La forma y el contenido son riquísimos en inferencias.

Contraluz es, sin duda, la cima de la carrera literaria del último escritor de culto de la literatura estadounidense. Condensa su peculiar filosofía, una mitología personal, y unas convicciones morales que podrían resumirse en el lema “justicia para los oprimidos“. Pynchon tiene algo que decirnos sobre cada asunto importante. Por ejemplo, en la página mil desmenuza el odio a los judíos:


“…El antisemitismo moderno va mucho más de los sentimientos, se ha transformado en una fuente de energía, una tremebunda energía oscura que puede conectarse con un cable eléctrico para propósitos específicos, un medio para hacer carrera política, un factor más en los trapicheos parlamentarios sobre los presupuestos, los impuestos, el armamento, sobre cualquier cuestión, un arma para imponerse a un rival en los negocios. O en el caso de Yashmeen, un método muy sencillo para echar a alguien de la ciudad (NR: Viena)…”.

Detrás de la escritura late una inteligencia prodigiosa y una curiosidad insaciable. Todo aquello que ha captado la imaginación de Pynchon y es funcional a la trama -desde los cuaterniones de Hamilton hasta un insulto en idioma filandés (“aitisi nai poroja” o “tu madre fornica con renos“)- enriquece el texto. Es el asombro, a lo Borges, como motor literario. Podría escribirse (de hecho en Internet ya existe la Pychonwiki) una suerte de enciclopedia con los cien mil conceptos que engrandecen Contraluz. Otra característica esencial de la novela es que ha sido cincelada con el mejor de los gustos. Hay párrafos que parecen que fueron pulidos hasta que relumbran. El orfebre combinó la Historia con los arcanos de la ciencia y con la metafísica, en una admirable profusión de estilos narrativos. El sarcasmo es una constante, como se dijo; otras son la sabiduría, el penetrante sentido del humor y la elegancia de la expresión. No hay página, prácticamente, que no encierre un goce. La traducción es magnífica.

Dirigibles y anarquismos


La novela se expande en tres direcciones. La primera involucra a los Chicos del Azar, una pandilla infantiloide que fatiga el planeta a borde del Inconveniencie, un dirigible alimentado con hidrógeno. La página seiscientos noventa y tres nos revela que la patética fe de los niños en globo es una metáfora de la creencia humana de que a todos nos corresponden las bendiciones del progreso. Sus aventuras le permiten a Pynchon emular el folletín, el realismo mágico, el relato fantástico, la ciencia ficción; a Poe, Lovecraft y Verne.

La segunda gran línea argumental involucra a los Traverse. El padre, Webb, un anarquista dinamitero, fue liquidado por pistoleros a sueldo, contratados por Scardale Vibe, un magnate que no tiene la menor idea de lo que significa la honradez. Los hijos se diseminan por el mundo: desde las minas de oro de Colorado hasta Kashgar, ciudad-oasis en el Turquestán chino. Lake se casa con uno de los asesinos de su papá. Frank se involucra en la Revolución Mexicana. Reef recorre el Viejo Mundo: bajo los Alpes suizos trabaja con otros camaradas rojos en la construcción del túnel ferroviario Simplon (¡tropieza con la Tatzelwurn, la temible serpiente con garras!); pero en los balnearios de la Riviera se entrega a la molicie burguesa como caballero de compañía de la lujuriosa Ruperta Chirpingdon-Groin. Kit Webb acepta venderle el alma al millonario Vibe; parte a estudiar a Europa, pero en Gotinga -donde se nos proporciona una gran lección de aritmética- rompe con su benefactor y es reclutado por los servicios de inteligencia británicos. Se parodian en estos capítulos el melodrama, las historias de vaqueros y de espías, e incluso el porno.

El tercer sendero que se transita es el de la narración histórica, aunque la palabra correcta debería ser metahistoria, pues, como el lector ya habrá comprendido, nada en este libro es rigurosamente lo que uno llamaría “real”. Pynchon es el perspicaz explorador de una era que marchó dando vítores y carcajadas hacia el Apocalipsis de 1914. Es el cartógrafo (los mapas le fascinan) de la hora tardía del crepúsculo europeo. Son objeto de su desprecio los plutócratas que “tienen demasiado dinero y tiempo libre y ni una jodida pizca de compasión“; los pérfidos ingleses; la casa de Habsburgo y sus estúpidas maquinaciones geopolíticas; los prusianos que sólo adoran el poder y aspiran a presidir el fin del mundo.

La urdimbre sondea tres cuartas partes del Hemisferio Norte. El Salvaje Oeste, Londres y Venecia son los nudos principales, pero el cambio de decorados es frenético. Los protagonistas sufren de la ‘maldición del vagabundo’, pues todos, al fin y al cabo, “sólo estamos de paso y ya no somos más que fantasmas”. Pynchon nos lleva al Artico en busca del espato de Islandia, un mineral birrefringente que permite ver al hombre y a su doble. En Ostende -donde la prosa emula a Celine- nos presenta al siniestro Piet Woevre, jefe de la policía política, que intentó ahogar en mayonesa a Kit Traverse. En Siberia, reflexionamos sobre el Suceso de Tugunska (una explosión en 1908 de treinta megatones). En Bosnia, seguimos al espía sodomita Cyprian Latewood intentando salvar al agente griego Danilo de los austríacos y de un inglés renegado. En Chicago, Nueva Orleans y Colorado, vemos el ciclo delirante del miedo a la revolución y la explotación del asalariado que suelen degradar a Estados Unidos. En Nueva York, reímos con los espectáculos grotescos. Los Chicos del Azar repostan también en Nuevo Rialto, una ciudad bajo un desierto de Asia Central, infestada de buscadores de petróleo y pulgas gigantes. Usan el ’hipots’, un medio práctico de sumergirse bajo las arenas sin dejar de respirar, caminar y todo lo demás… En fin, lo que debe saberse es que el libro contiene un sinfín de anécdotas, de digresiones, de personajes divertidos haciendo de las suyas. Uno sucumbe al hechizo del narrador de historias y nunca se aburre.

El nuevo pacto

Leer una obra de más de mil trescientas páginas es, en última instancia, un acto de fe. Implica creer, con fervor religioso, en la felicidad voluptuosa que genera la literatura de primera categoría. En un tiempo donde los Hacedores de Pamplinas y el Club de los Perezosos gritan desde los medios de comunicación que las novelas oceánicas -aquellas con ansias de encerrar todo lo que es y todo lo que podría ser- se han tornado anacrónicas, recomendar una lectura tan abundante significa nadar contra la corriente. Al fin de cuentas, hay muchísima gente dispuesta a entregar su valioso tiempo a pésimos programas de televisión, pero muy pocos favorables a consagrarle una o dos horas a la lectura.

Contraluz es de aquellas obras que no sólo exigen un lector creativo e ilustrado, sino que demanda un esfuerzo prolongado. Tiene la majestuosidad que sólo suele darse en los sueños. Es un libro para ser saboreado con deleite, no puede devorarse con prisas. Lo ideal es cincuenta páginas por día, más de un mes de dicha. Acaso, por eso, cierta
crítica extranjera
haya planteado objeciones. Yo creo que se acobardan ante el uso desaforado de la facultad de la imaginación por parte de uno de los pocos escritores vivos imprescindibles. Pynchon propone un nuevo contrato de lectura. Quien lo acepte será sobradamente recompensado.

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa


Calificación: Excelente

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La voz

Arnaldur Indridason
RBA Editora. 332 páginas. Novela policial. Edición 2010.

Poco sabemos de Islandia. En ese pedazo de roca hecha de invierno, nació la novela en forma de sagas vikingas, según la mitología borgeana. Allí, en 1972, dos hombres eminentes (Fischer y Spassky) batallaron sobre un tablero de ajedrez; y otros dos mediocres (Reagan y Gorbachev), en 1985, pactaron el desarme nuclear. Ayer nomás, el remoto país nórdico, de 320.000 habitantes, saltó a la fama por desquiciar a Europa, primero con una feroz crisis bancaria (¡oh, el neoliberalismo!) y luego con las cenizas de un volcán de nombre impronunciable (Eyjafjallajökull). Se repitió un chiste de salón: “la economía islandesa ha muerto, ¿sabes cuál fue su última voluntad? Que la cremen“. Islandia quiere sumarse ahora al boom del policial escandinavo.

Arnaldur Indridason (1961), historiador, periodista y crítico de arte, ha escrito nueve novelas de crímenes. Como representante del género, La voz es lo suficientemente exótica como para resultar interesante, aunque lamentablemente carece de belleza expresiva, metáforas ingeniosas, acción y efusión de sangre. Se lee de un tirón, uno quiere saber quién apuñaló hasta la muerte al portero del segundo hotel más grande de Reykjiavik. El viejo Gulli fue encontrado por una mucama, disfrazado de Papa Noel. Tenía los pantalones bajados y un condón en el pene.

Los hechos se concentrar en un solo escenario: el hotel. Allí decide alojarse, en vísperas de Navidad, el detective Erlendur Sveinsson, cuyas desdichas familiares y su apremiante soledad tienen para la trama la misma importancia que la investigación policial. Se vuelcan largas parrafadas con denuncia social y disquisiciones psicológicas, pero básicamente es una novela teatral, es decir urdida a diálogos vivaces. Aprendemos tres o cuatros cosas de un país extraño, lo que resultará encantador al lector que guste rastrear el alma de una nación en lugar de perseguir el genio individual, como prefiere este blog. ¿Cómo es posible que la policía no tenga la menor idea si se ejerce la prostitución en un hotel clave de la capital? ¿Tan civilizada es Islandia? Al borde del Ártico, no obstante, las bandas de narcotraficantes y los jueces blandengues son también una plaga.

La traducción, como es habitual, somete a los argentinos a una dura prueba. Obsérvese este fraseo: “¡Me importa una mierda lo que digáis! ¡Podéis meterme en la cárcel y tirar la llave, pero no pienso participar en esta imbecilidad de los cojones! ¡Enteraos bien! ¡Gilipollas!”.

Yo, que soy un muchacho criado en Morón (provincia de Buenos Aires), hubiese preferido la siguiente traslación: “¡A mí me importa una mierda lo que digan! ¡Métanme en la cárcel y tiren la llave, pero no pienso participar en esta boludez! ¡Escúchenme bien! ¡Pelotudos!”.

Es posible que La voz no sea la mejor novela de Indridason. Se deja leer bien, sin embargo. Un aceptable entretenimiento.
Guillermo Belcore

Calificación: Buena

PD: He estado leyendo sobre la próspera Islandia. En sólo una generación -y gracias al bacalao- se transformó en la nación más rica de Europa (era la más pobre, con frecuentes hambrunas, incluso). La novela me enseñó que los islandeses siempre se tratan por el nombre de pila, puesto que la mayoría de ellos tienen un patronímico que termina en 'son' en el caso de los hijos y en 'dottir' en el caso de las hijas. Los nombres de las personas no se ordenan por el apellido, sino por el nombre incluso en la guía telefónica. Todo el mundo se tutea, incluso entre personas de diferente jerarquía.
Naturalmente, la banda de sonido de la novela es ésta:

sábado, 18 de septiembre de 2010

Relatos fantásticos

Iván Turguéniev
Adriana Hidalgo. Cuentos, 398 páginas. Precio aproximado: 70 páginas.

La vida se funda sobre fuerzas ocultas que de vez en cuando, de improviso, salen a la superficie. ¡Desgraciado aquél sobre quien se desencadenan!
Iván Turguéniev

Este libro nos advierte que los espectros de las mujeres vírgenes son tremendamente eficaces. La muerte definitiva (al parecer existe otra provisoria) es una fuerza en movimiento, que todo lo domina, que no tiene forma, vista, sentido, todo lo ve, todo lo sabe. Como ave de rapiña escoge a sus víctimas, como serpiente las asfixia y las lame con su lengua helada. Hasta los fantasmas le temen. Nunca acepte una nuez de un viejo jorobado que es todo verde, como una hoja; en caso contrario, lo hostigará hasta el final de sus días “aquél a quien no es aconsejable nombrar durante la noche“. Cómprese rápido un cachorro, si un ánima canina aparece de sopetón debajo de su cama.

Este libro incluye nueve cuentos de una de las glorias del siglo XIX. Son las típicas historias que se narran al amor de una lumbre. Luisa Borovsky hizo un espléndido trabajo con la selección, traducción y prefacio. El volumen deleitará al amante del terror pueril y al aficionado a la elegancia clásica. La prosa plástica, fluida y musical fue una de las razones del gran éxito de Iván Turguéniev (1818-1883), resalta Vladimir Nabokov en su insuperable Curso de literatura rusa. También nos explica que el hecho de que en los textos de Turguéniev pululen las mujeres implacables se debe a que su madre tenía un temperamento tiránico y daba una vida miserable a la servidumbre y a su familia. El genial escritor no olvidó nunca las impresiones dolorosas de la niñez.

Este libro se plantea una pregunta candorosa que atormentaba a los pensadores decimonónicos: Si admitimos la posibilidad de lo sobrenatural, la posibilidad de su injerencia en la vida cotidiana, es decir, en la vida real, ¿qué rol debería jugar entonces el sano juicio?
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

sábado, 11 de septiembre de 2010

La última noche en Twisted River

John Irving
Tusquets. Novela, 657 páginas. Edición 2010

Ay planes, planes, planes… ¡Cómo hacemos planes para el futuro como si el futuro fuera un hecho seguro!
John Irving

Pudo haber sido otra joya americana. Si no fuera por el absurdo final, el malogrado Ketchup (una caricatura de leñador que parece inspirada en el Sr. Edwards de la Familia Ingalls), la urdimbre
retorcida hasta lo increíble, la candidez política, y las monomanías del autor (las mujeres colosales son las menos desagradables de sus obsesiones) aquí hubieran llovido los elogios. Pero los defectos obligan a calificarla apenas como un “novelón siempre interesante de leer“. Eso sí, se trata de una auténtica irvingneada: desbordante de sucesos, anécdotas y personajes secundarios; riquísimo en sensaciones, complejidad sexual y tragedias domésticas; con gran legibilidad y hábiles saltos en el tiempo. Sencillamente, el autor ha sido dotado con el espléndido don de la narración. Las palabras nunca dejan de fluir.

John Irving lleva al lector desde los bosques de New Hampshire, a la comunidad italiana de Boston; de allí al Vermont rural y a la universitaria Iowa City para recalar finalmente en la elegante Toronto. La trama abarca medio siglo. Se relata la fuga del cocinero Dominic Bacigalupo con su hijo Daniel, a la postre escritor famoso, lo que le permite al autor (que no es un gran teórico) desplegar sus teorías literarias. Huyen de un sheriff malvado. Dan, cuando tenía doce años, había matado de un sartenazo a su novia -una lavaplatos india de ciento cincuenta kilos- que casualmente era amante del padre. La confundió con un oso cuando se encontraba encaramada sobre Dominic. Este es un mundo de accidentes.

Como acostumbra, Irving explora alguna colmena humana. Aquí describe con esmero la vida en los campamentos madereros y el arte del chef. Se nos revela hasta el secreto para la masa de la pizza casera (dos cucharadas soperas de aceite de oliva y una cantidad casi equivalente de miel) Hay otro juego seductor en el libro. Hay una novela dentro de otra; el texto se compone a sí mismo. Daniel, el escritor famoso, va armando la historia de su vida y la de su padre. Lastima el final tan ñoño.
Guillermo Belcore
Publicada en los Suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata

Calificación: Buena

PD: ¿Una novela con un mal final es buena? Ya he polemizado con amigos sobre el tema.

PD II: Pincha aquí para leer el comienzo del libro.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Jugando a ser Celine

"Las mujeres tienen mejor aspecto vistas desde atrás, pero uno sólo las ve así al marcharse, cuando uno ya ha acabado con ellas, ¿y que interés pueden despertar entonces? ¿Por qué se empeña esta sociedad en que una mujer entre en una habitación con la cara por delante en vez de con el culo? Es otra de esas bizantinas complejidades civilizadas que hacen echar de menos la vida en la selva"
Thomas Pynchon

La página 676 de Contraluz -novela extraordinaria por donde se la mire- trae esta humorada. Debe ser leída en el marco del inteligentísimo juego paródico que propone el mejor escritor norteamericano vivo. Aquí, me parece que se mofa del Bardamú de Celine. De hecho, coloca el machismo rampante en boca de Piet Woevre, siniestro jefe de la policía secreta belga. Es uno de los mil personajes secundarios que enaltecen a las mil trescientas páginas, todos tallados con un amor y destreza sin par. Así describe a Woevre:

"...Piet Woevre, antiguo miembro de la Force Publique, cuya afición a la brutalidad, refinada en el Congo, le había parecido inapreciablemente útil a las fuerzas de seguridad de la metrópoli. En Bélgica, sus objetivos no eran, como podrían indicar los intereses periodísticos, tanto los alemanes como los "socialistas", que era como decir eslavos y judíos. Sólo con ver por la calle el perfil de una levita más larga y holgada de lo que llevaría un gentil, ya sacaba el revólver. El parecía rubio, aunque el resto de su tez no era coherente con ese tono. Había indicios de que dedicaba mucho tiempo a su acicalamiento diario, que incluía carmín y una colonia no inequívoca. Pero Woevre era indiferente a la mayoría de las suposiciones y claves de la sexualidad cotidiana. Había dejado esas cosas muy atrás, en junglas desconocidas. Que los demás pensaran lo que quisieran; si tenía necesidad de algún tipo de expresión corporal, siempre podía mutilar o asesinar, y ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo había hecho, sin la menor vacilación ni temor a las consecuencias..."

Así se trabaja un párrafo, amigos. Como si la vida dependiera de ello. Así se distingue un escritor de primera categoría de la manada de mediocres que nos hacen perder el tiempo.
G.B.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Las batallas en el desierto

José Emilio Pacheco
Túsquets. Novela, 77 páginas. Edición 2010.

¿Existe la novela perfecta? Aquella donde sea exacta la adecuación entre forma y contenido. Aquella donde se perciba cada palabra como justa y valiosa; y se encuentre en cada párrafo la melodía que embelesa sin desmayos hasta el final. Aquella donde la sabiduría expresiva toque todas las fibras íntimas del lector; y la historia individual y el devenir social se combinen de tal forma que se derroche inteligencia. Es posible que no exista tal platonismo. Pero hay algunas obras que rondan la perfección. Como este clásico de México que desde 1981 no sólo ha extasiado a varias generaciones de críticos y público en general. También fue llevada al cine e inspiró una celebrada canción de Café Tacuba. ¡Tres hurras por la reimpresión!

José Emilio Pacheco (1939) es, por encima de todo, un gran poeta. Recibió el Premio Cervantes el año pasado. Se define a sí mismo con estos hermosos versos: “A mí sólo me importa/ el testimonio/ del momento que pasa/ las palabras/ que dicta en su fluir/ el tiempo en vuelo./ La poesía que busco/ es como un diario/ en donde no hay proyecto ni medida“. Todas esas características están presentes en Las batallas en el desierto, modelo de manejo de la nostalgia según Carlos Monsiváis; elogiada también por “sensibilizar contra la violencia, la crueldad y dar una conciencia muy grande de la presencia del otro“ (como toda la obra de Pacheco).

El libro narra una historia de amor en los cuarenta. Carlitos (11 años) se enamora de Mariana, la mamá de Jim, sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza. Una tarde, se escapa de la escuela y le declara su pasión. Y entonces estalla la tormenta. Si eres niño no tienes derecho a que te gusten las mujeres. La familia de Carlitos, burguesía venida a menos, lo declara un perverso. El final resulta estremecedor.

La prosa de Pacheco es coloquial y limpísima. ¡Qué bien escribe, por Dios! Transmite un mensaje: atesora el momento y la escena, cuando el inmenso mundo se dispone como una escenografía para nuestra representación. Guarda intacto el recuerdo de cada instante mágico, porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Y un día lo verás como la más remota prehistoria.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Excelente

sábado, 4 de septiembre de 2010

Mafia blanca

Jens Lapidus
Suma. 655 páginas. Novela policial. Precio aproximado: 95 pesos.

Muge el becerro de oro. Su reclamo es más imperioso que el canto de las sirenas. La Edad Dorada de la novela policial sueca ha atraído al ruedo a diletantes que, quizás, en otra circunstancias ni siquiera se hubiesen arrimado. El abogado Jens Lapidus (1974), con amplia experiencia en los bajos fondos, también decidió tirar los dados, arropado con la capa del magnífico James Ellroy. En efecto, ha copiado el estilo y la estrategia literaria del norteamericano: la Trilogía Negra de Estocolmo es una reacción ante el mainstream (el cliché mankelliano); aspira como su mentor a denunciar las llagas del sistema, la podredumbre de la ciudad natal, con una trama filosa y sin inocentes, y, especialmente, tratando de evitar la corrección política, esa perdición de la obra de arte.

El segundo tomo de la Trilogía combina hábilmente tres historias de vida. Tres rambos en Vikingland, donde el homicidio aún es muy raro y pululan las mafias del Este. Mahmud, un inmigrante árabe, obsesionado con los músculos, ex convicto, típico representante de esa porción de la humanidad que abomina del trabajo honrado. Niklas, ex mercenario en Irak, alucinado por las ratas, los cuchillos y los canallas que maltratan a las mujeres. Thomas, un policía de derechas, no muy corrupto, ni muy racista, pero víctima de una conspiración que conduce -cómo no- al misterio del asesinato de Olof Palme.

La traducción es harto curiosa: mezcla localismos argentinos (cheto, cana, birra, cafisho) con otros foráneos (chiringuito, colocón, canicas, yonqui). Se ha buscado no molestar a nadie. El libro tiene pasajes mal escritos y oscila entre lo atrapante y lo tedioso; da la impresión siempre de que se lo estiró más de la cuenta. La crítica social es lo mejor de todo. Parece que en Suecia, básicamente, es como en la Argentina: con dinero o con contactos con el partido gobernante (socialismo allá; peronismo acá) se arregla cualquier cosa, siempre que no fastidien los periodistas, esa plaga.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

jueves, 2 de septiembre de 2010

Pynchon en el Recanto

Diario de un lector apasionado XVI

Llegó, ¡por fin! A fines de agosto, arrellanado en una reposera del Recanto Hotel de Fox de Iguazu, en una tardecita con treinta grados de temperatura y mientras parloteaba en el árbol vecino el magnífico boyero cacique (foto), tropecé con la Gran Novela del Año, esa súbita aparición en el firmamento literario que, desde me dedico a la glosa profesional, nunca falta a la cita y me deslumbra por su originalidad, potencia estética y sabiduría. Estoy leyendo Contraluz del colosal Thomas Pynchon. Lo acompaño con el insuperable café brasileño, leche en xícara (¡qué bonita palabra!), pan de chocolate y queso (no tan delicioso como los quesos argentinos).

Contraluz, en realidad, data de 2006, pero recién este invierno boreal nos la acerca Tusquet. Voy por la página trescientos, por lo que estos garabatos tienen carácter provisional. Estoy fascinado. Si la obra no extravía su camino, deberé definirla como una de los mejores que he leído en mi vida. Es un Pynchon auténtico, es decir el producto de una inteligencia prodigiosa, una curiosidad insaciable y un finísimo sentido del humor. Mientras el sol escarlata (dicen que por la suspensión en el aire de partículas ferrosas) se hunde en la espesura, arribo a una conclusión temeraria: si el Borges más juguetón se hubiese animado a las novelas oceánicas, escribiría como Pynchon. Un alarde de erudición, un estilo sublime y la convicción de que la realidad entera no es otra cosa que una infinita biblioteca.

Contraluz tiene más de mil trescientas páginas. Nos obliga a replantear nuestra relación con la Alta Literatura. Es un texto para ser saboreado, no tragado. Slow reading. Me propuse leer entre cincuenta y ochenta páginas por día, nunca más. Incluso lo alternaré con otras lecturas. Que me esperen en La Prensa. No quiero perderme detalle, amigos, de una empresa con un ambición descomunal que en sus dos primeros capítulos ya ha parodiado, con desopilante eficacia, las novelas de detectives y de aventuras, las tramas del Salvaje Oeste, el folletín, a Poe y a Lovecraft. ¡Este tipo es increíble!, me escucha decir mi mujer a cada rato.

Contraluz desarrolla una trama caótica. Las peripecias de Los Chicos del Azar, una pandilla caricaturesca que se recorre el planeta en un dirigible alimentado con hidrógeno, parece ser el hilo dorado. Pero hay abundantes ramificaciones. Transcurre a fines del siglo XIX y -según he leído- llega hasta la Primera Guerra Mundial. Los personajes son fascinantes (obsérvense los nombres): el fotógrafo Merle Rideout, El profesor Heino Vanderjuice, el magnate Sacarsdale Vibe, el anarquista dinamitero Webb Traverse y sus hijos rebeldes, el investigador Lew Basnight, Pugnax, el perro sabio. Proliferan los puros objetos verbales (la traducción es excelente) y las invectivas anticapitalistas. ¡Se trata de la Gran Parodia Socialista! Pero atención: el pleno goce de la obra de Pynchon -como Borges decía de Kafka- puede anteceder a toda interpretación y no depende de ella.

Contraluz es un libro caro, pero realmente vale la pena. Al fin y al cabo, por qué debemos contentarnos con obras mediocres cuando el Arte más exquisito nos convoca a gritos. Es lo que he aprendido en más de tres décadas de lector voraz y asistemático. A no perder el tiempo. Como dicen por aquí, en esta lengüita del Brasil, “mono viejo no sube a palo podrido”.
Guillermo Belcore