domingo, 28 de diciembre de 2014

Al límite

POR GUILLERMO BELCORE

A principios de septiembre de 2001, hubo en la Bolsa de Chicago un repentino y anormal aumento de opciones de venta de United Airlines y American Airlines. Miles de opciones de venta pero muy pocas de compra. El volumen negociado sextuplicó el tráfico normal. ¿Información privilegiada? ¿Alguien, de muy arriba, sabía lo que se le venía encima a Estados Unidos?

Planteado de otra forma, ¿el 11-S fue Pearl Harbor o el incendio del Reichstag? ¿Otro fracaso monumental de prevención o una conspiración para que Los Administradores “tuvieran su Guerra contra el Terror, un conflicto sin fin y empleos en seguridad hasta que les reviente el culo”? La pregunta no sólo la han formulado anarquistas de la Web o intelectuales de izquierda a lo Michael Moore sino el más inteligente y culto de los escritores de Estados Unidos. Suenen las trompetas. Ha llegado al español la octava novela de Thomas Pynchon (Nueva York, 1937). Sus materias primas son la destrucción del Word Trade Center, el estallido de la burbuja puntocom, la estupidez de la vida cotidiana, la maldad de la economía de mercado libre de ataduras. La lista continúa, pues, en “la pantalla de inicio del tardocapitalismo triunfal, Pynchon es un solitario píxel de insatisfacción", podría decirse, modificando, ligeramente, una metáfora usada por el eremita más famoso del mundo, ahora que Salinger está muerto. La novela se rige por una premisa genial: la paranoia es el ajo de la cocina de la vida. Nunca está de más.

Para quien esto escribe, Al límite (Tusquets, 491 páginas) merece el galardón ‘Mejor Novela 2014‘. Por los recursos en juego, la abrumadora cantidad de ideas que ponen a prueba nuestra comprensión y bagaje cultural, la seriedad de los asuntos abordados, el magistral uso de la ironía, los diálogos vibrantes, el tono cómico. Tiene la trama un punto de contacto con la anterior novela de Pynchon (Vicio propio, Tusquets, 2009): la estructura pseudopolicial. Pero aquí el motor de la acción no es un detective fumeta sino una investigadora privada de fraudes y delitos económicos. Se llama Maxine Tarnow, es judía y vive en Nueva York. Mencionamos su religión porque el judaísmo es otro nudo importante del libro.

El documentalista Reg Despart y su amigo Eric, un genio de la informática que es el doble de suspicaz, descubren algo raro en la contabilidad de un magnate de la tecnología de la información. Algo que tiene que ver con Medio Oriente. Le piden a Maxine que investigue a Gabriel Ice, señor del Universo Web 1.0. Como Alicia en el País de las Maravillas, entramos entonces en una protorrealidad, a un cosmos paralelo, donde cada personaje materializa un arquetipo. Paisajes de porquería empresarial y gubernamental nos salen al paso. Pynchon, el último de los enciclopedistas iluminados, ha querido registrar todos los chanchullos de la alborada del siglo XXI. Un espeso hilo paranoide une decenas de historias opacas, encriptadas y sibilinas. Una advertencia, amigos. Leer a Pynchon exige máxima atención: más allá de la exactitud de la traducción (¡puaj, caló madrileño!), si te distraés, no atraparás el chiste. También hay páginas desopilantes y una pizca de ciencia ficción (Montauk Project).

EXPEDICION ANTROPOLOGICA

Leer a Pynchon, asimismo, es lanzarse de cabeza a la piscina de la antropología urbana. Uno se encuentra en la superficie con esos seres elementales que describen las novelas del montón, pero también con las criaturas extraordinarias que moran en las profundidades, en las zonas mas oscuras de la sociedad, y que siempre atrapan nuestra imaginación. En Al límite nadan especímenes de la ‘nerdistocracia’ (estamos en plena resaca de Silicon Alley), y de la estructura de poder de Estados Unidos, uno de los cuales es el agente Nicholas Windust, quien ha torturado personas y realizado negocios turbios en la Argentina. Una digresión. Es notable el conocimiento que tiene Pynchon de nuestro país. Sabe de Villa Freud y opina que la obediente sumisión de Menem-Cavallo al Fondo Monetario Internacional fue “una suerte de ley lacaniana del Padre fuera de control“.

En rigor, nada de lo humano le es ajeno a este extraordinario narrador. El momento cultural pop al completo. Toneladas de curiosidades, desde el inframundo maya o la colonia que usaba Hitler a las carteras de Mónica Lewinsky y un Second Life, mejorado, deteniéndose con amorosa atención en la degradación mercantilista de la ciudad de Nueva York (Giuliani bailaba al son de los más infames promotores inmobiliarios). La denuncia (convincente) de cierta imposición filistea de un consenso embrutecido y romo acerca de lo que tiene que ser la vida urbana, es otro de los puntos altos del libro.

El autor de Contraluz, por cierto, puede compararse con Jorge Luis Borges. Con los conceptos que pueblan la obra de ambos podría escribirse una especie de Encyclopedia Britannica apócrifa. Verbigracia: Pynchon inventa aquí a uno de los primeros psicoanalistas, un tal Otto Kugelblitz, expulsado por Freud de su círculo íntimo (le arrojó la colilla del puro a la cara) por haber concebido la ’teoría de la recapitulación‘: “la vida humana no es otra cosa que una sucesión trastornos mentales: el solipsismo de la más tierna infancia, las histerias sexuales de la adolescencia y la primera madurez,  la paranoia de la madurez, la demencia de la última fase de la vida. Todo conduce a la muerte, que al final es la cordura“. ¿Ingenioso, verdad?

El sesentismo, con un dejo inconfundible de socialismo moderado, versus los yuppies, los desmanes neoliberales y Bush y sus esbirros (Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Feith) es la antinomia fundamental de un libro, al que uno abandona en la última página con melancolía, si no tristeza.
¡Qué lastima que no durara unas doscientas páginas más! Pynchon proporciona argumentos a favor de la teoría de la conspiración. Los republicanos sabían lo del 11-S (el escritor lo denomina “la atrocidad”) y no hicieron nada al respecto. “Fue otro ejercicio para volver loca a la gente corriente para que siga balando y suplique protección“, reflexiona un personaje. ¿Exagerado? Escuchen éstas sentencias:
  • * El postcapitalismo tardío ha enloquecido. Va de frenesí en frenesí de mercado. Es un fraude piramidal a escala planetaria.
  • * Los magnates de la información encarnan una reposición neoestalinista.
  • * Las torres del WTC también eran símbolos religiosos. Representaban lo que Estados Unidos adora por encima de todo: el mercado... “Los estadounidenses creen que la Mano Invisible del Mercado lo rige todo. Libran guerras santas contra religiones rivales como el marxismo.  Frente a todas las pruebas que demuestran que el mundo es finito, ésta es una fe ciega en que los recursos naturales nunca se agotarán, en que los beneficios seguirán aumentando eternamente,  igual que la población mundial: más mano de obra barata, más consumidores adictos“.
  • * Internet no es inocente,  devora nuestro tiempo, fortalece el control de Los Administradores.
  • * ¿Cuánto se ha alejado la vida moderna de las realidades básicas? Estar al tanto de todo lo que se cuece es la cima de la sandez del urbanita. El invierno de lo contingente.
  • * ¿Cuan de derecha debe ser una persona para considerar a ‘The New York Times’ un diario de izquierda?

Si hay una obra que merece el Premio Nobel, en el sentido de máximo reconocimiento universal al talento literario, es la de Thomas Pynchon. Pero la Academia Sueca, acaso por temor a que el anacoreta no vaya a buscarlo, ha decidido ignorarlo (como a Borges, Proust, Nabokov, Roth, etc). Uno debe concluir que no existe nada más parecido a los tecnócratas del FMI que los mandarines de Estocolmo.

Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.



Calificación: Excelente


domingo, 21 de diciembre de 2014

Las 25 mejores lecturas de 2014

(una lista provisoria y caprichosa)


POR GUILLERMO BELCORE

Definir los “25 mejores libros del 2014” es una tarea imposible. Nadie puede haber leído tanto para comparar; por ende, cualquier enumeración por el estilo peca de arbitraria y fatalmente incompleta. Prefiero hablar de "mis 25 mejores lecturas de 2014”, las que más placer y conocimiento me han entregado. Sí, todo en primera persona, la seña de identidad de un blog que pretende ser la mera transmisión de experiencias lecturas, sean gozosas o frustrantes, que también las hay. Una aclaración, es menester. Nunca antes había leído tan poca literatura nacional. De lo publicado en el corriente año, sólo pude concluir (por trabajo) una sátira que no era para mí. Es una limitación, lo sé, pero con franqueza no he avizorado nada de la Patria que me entusiasmara, al punto de salir corriendo a comprarla, ni siquera arrastrando los pies, bah. Creo que hoy la narrativa argentina está en una fase de luna nueva y sólo las estrellas consagradas -como Alberto Laiseca- refulgen en la oscuridad y el frío. Con el rock nacional pasa lo mismo, por cierto.

1) Al límite.
Thomas Pynchon. Tusquets. Edición 2014.
La novela del año, sin duda. Un fresco impresionante de la Nueva York y el tardocapitalismo de principios de siglo. Una brillante exhibición de enciclopedismo. Además, ¿el 11-S fue Pearl Harbor o el incendio del Reichstag?

2)  El jardín de las máquinas parlantes.

Alberto Laiseca. Gárgola. Edición 2013.
Casi 800 páginas de realismo delirante, la especialidad de la casa. Duelos esotéricos narrados con un barroquismo tan erudito como atorrante.

3) La rubia de ojos negros
Benjamin Black. Alfaguara. Edición 2014.
John Banville (Black es su seudónimo para el género policial) lo hizo de nuevo. La mejor pluma de la anglósfera revivió a Philip Marlowe y salió airosa del trance.

4) Mr. Mercedes
Stephen King. Plaza Janes. Edición 2014
El rey del terror decidió honrar el género policial con una novela sin aditamentos paranormales. Un banal asesino en serie oficia de protagonista. La vena sociológica resulta tan interesante como el duelo entre bien y mal.

5) NOS4A2
Joe Hill. Suma de Letras. Edición 2014.
El hijo de Stephen King mantiene viva la llama. Ha creado un vampiro que caza niños y atrapa nuestra imaginación. Hay resonancias borgeanas en la novela.

6) Calles y otros relatos
Stephen Dixon. Eterna Cadencia. Edición 2014.
Un sello boutique amplió nuestra cartografía literaria. Hay aquí frases, párrafos, cuentos enteros incluso (‘La firma’ o ‘Calles‘, por ejemplo) que podrían definirse como “perfectos”, si es que esa meta pudiese ser alcanzada en arte.

7) Diario nocturno. Cuadernos 1946-1956.
Ennio Flaiano. Fiordo. Edición 2014.
Otro sublime rescate de una PYME argentina en ascenso. La felicidad de la sabiduría y de la dicción exquisita colorean impresiones, recuerdos y relatos de un intelectual italiano que, además, era brillante como crítico de arte.

8) Canadá
Richard Ford. Anagrama. Edición 2014
Narrativa pura y dura. Una historia fascinante, conmovedora por ratos, de un chico cuyos padres asaltan un banco. El patrón decimonónico de novela sigo vivito y coleando.

9) 1914
Max Hastings. Crítica. Edición 2014
En el año del centenario de la Primera Guerra Mundial, un ensayo monumental, de amena y adictiva lectura, rebosante de datos, anécdotas y testimonios provenientes de todas las clases sociales.

10) Carthage
Joyce Carol Oates. Alfaguara. Edición 2014.
Al fin, la Alta Literatura registra las guerras de Bush, aquí en uno de sus costados más infames, el drama de los ex combatientes. Digo yo, ¿no es hora que la Academia Sueca consagre la obra de la más prolífica escritora de la Unión?

11) Los hijos
Gay Talese. Alfaguara. Edición 2014.
Calabria tiene quien la escriba. La obra maestra de uno de los titanes del Nuevo Periodismo redondea una genealogía minuciosa. Intima para nuestra tribu, los descendientes de italianos del sur.

12) Acerca de Ernst Jünger
Martin Heidegger. El hilo de Ariadna. Edición 2014
Una bonita sorpresa. El más opaco de los Grandes Pensadores del siglo XX se muestra aforístico, fragmentario, accesible sin apartarse un palmo de lo metafísico. Incluso se esboza un método heideggeriano de crítica literaria.

13) Seis propuestas para el próximo milenio
Italo Calvino. Siruela. Edición 2014.
Alarde de erudición y lucidez, guía de lecturas, convincente ejercicio de crítica literaria; incluso una reivindicación amorosa de Borges. El volumen rescata las conferencias que Calvino no pudo dictar en Harvard. La muerte lo sorprendió.

14) Underground

Haruki Murakami. Tusquets. Edición 2014
Bajo la égida de Truman Capote, escribió Murakami (mi escritor japonés favorito) esta vibrante recopilación de historias del 20-M de 1995, cuando Tokio sufrió un ataque con gas sarín, el peor atentado de su historia.

15) Bloody Miami.
Tom Wolfe. Anagrama. Edición 2013
Un fresco descomunal y sombrío de la más latinoamericana de las urbes de Estados Unidos; es decir, Miami. A mí juicio, lo mejor de Wolfe desde ’La hoguera de las vanidades’. La raza como factor primordial del siglo XXI.

16)  La felicidad de los pececillos

Simón Leys. Acantilado. Edición 2011.
Reconozco que estaba equivocado. En la recopilación de artículos periodísticos también puede emerger lo sublime. No existe tema artístico o social que el comentario del sinólogo belga Leys no sea capaz de elevar hasta el Parnaso de la excelencia.

17) La era victoriana en literatura
G.K. Chesterton. Prometeo Libros. Edición 2012.
Un libro, plagado de ideas sugerentes, en el que el más avezado polemista de las letras contemporáneas desmenuza grandes nombres. A Chesterton, que siempre tiene razón, le interesan la ética, las concepciones morales y las mentalidades.
18)  La mujer de Guatemala
V.S. Pritchett. La bestia equilátera. Edición 2014.
Cuentos que desbordan de esa virtud tan difícil de describir como esencial que Chesterton denominaba “glamour” y Stevenson, “encanto“.

19) Payasadas
Kurt Vonnegut. La bestia equilátera. Edición 2014.
Algo de ciencia ficción, pero con sátira social, poesía grotesca y filosofía. Estamos hablando de Vonnegut, que era una especie de sabio. El Apocalipsis de Estados Unidos, narrado por su último presidente, neandertaloide con seis dedos en cada mano.

20) Estuve allá afuera
Ronaldo Correia de Brito. Adriana Hidalgo. Edición 2014.
Una de perdedores, a lo Onetti. Recife, en tiempos de dictadura militar. La novela, que tiene mucho de autobiográfica, es protagonizada por un estudiante de medicina y por el Nordeste brasileño. La prosa fluye con naturalidad.

21) Kassel no invita a la lógica
Enrique Vila-Matas. Seix Barral. Edición 2014
El viejo y eficaz truco del soliloquio del neurótico. Vila-Matas narra su experiencia en la Documenta de Kassel, una feria de vanidades, la penúltima estación de la vanguardia.

22) Viajes y otros viajes
Antonio Tabucchi. Anagrama. Edición 2012.
Es sorprendente que en plena era de la televisión del cable, un libro de viajes pueda conmovernos. Antes de morir, Tabucchi recopiló una serie de artículos que había publicado en revistas, diarios y libros. De Camberra a Buenos Aires.

23) Curzio Malaparte
Maurizio Serra. Tusquets. Edición 2013
Monumental biografía de un sinvergüenza muy querible e inteligente. El fascinante ensayo deja incluso un mensaje doble para Carta Abierta: antes de militante se es intelectual; todo pasa menos la misión de testimoniar.


24) Sólo en Berlín
Hans Fallada. Océano. Edición 2013.
Primo Levi dijo de este libro que es “el más importante jamás escrito sobre la resistencia alemana”. Suscribo el dictum. Y añado que el anclaje con la Historia en ningún momento rebaja la calidad artística. Enorme intensidad dramática.

25) Un holograma para el rey
Dave Eggers. Random House. Edición 2013
Eggers ha creado un personaje de la misma estirpe que Bartleby el escribiente o Akaki Akákievich. ¿Será un exceso de entusiasmo sostener que esta novela es El capote de nuestro tiempo?

jueves, 18 de diciembre de 2014

La sociedad de coste marginal cero

Jeremy Rifkin

Paidós. Ensayo de economía y sociedad. 461 páginas. Edición 2014 

Primero anunció el fin del trabajo. Luego predijo que Europa se convertiría en la superpotencia dominante.  Ahora el profesor Jeremy Rifkin quiere que creamos que la hecatombe del capitalismo está a la vuelta de la esquina. Se trata de un cambio de paradigma, en el sentido que le dio Thomas Kuhn a esta palabra. La llamada Internet de las cosas (IdC) está generando la Tercera Revolución Industrial,  cuyo rasgo primordial es una economía de la abundancia pues el aumento extremo de la productividad hará que el costo marginal de producir muchos bienes y servicios será casi nulo. Los países se librarán, por fin, de la tiranía de la escasez.

El último ensayo de Rifkin, gurú de las nuevas tecnologías y sociólogo al voleo, es de un optimismo tan rampante que causa la misma incomodidad que  el alarmismo de su primera obra. Si el calentamiento global o un devastador ataque ciberterrorista no nos regresa a la edad de piedra, nos aguardaría en este siglo una edad de oro,  en la que el "procomún colaborativo sin fines de lucro" (el concepto mas importante del libro) organizará la vida económica de una humanidad renovada.  Las relaciones capitalistas,  profetiza, serán absolutamente marginales. Los mercados cederán terreno frente a las redes. La mano tendida de los nuevos empresarios sociales reemplazará a la mano invisible, anacrónica, de Adam Smith. Amén.

Más allá de la exactitud (y la verosimilitud) de las profecías, el libro es sólido en la descripción de algunas tendencias que transcurren frente a nuestros ojos azorados y aún resultan difíciles de entender por falta de perspectiva.  Resulta valiosa además la condena bien fundamentada del materialismo imperante.  Es éste, para redondear, uno de esos textos heterodoxos que siempre dejan algo en que pensar al lector.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno


PD: Aquí un fragmento del libro: 

domingo, 7 de diciembre de 2014

El alto precio de las guerras de Bush

POR GUILLERMO BELCORE

Puede que se trate de mera ignorancia. Sin embargo, hasta donde sé no existe todavía algo así como una literatura de las guerras de los Bush, uno de los acontecimientos más trascendentes de nuestro tiempo, cuyas consecuencias malignas aún se padecen (es el caso del demoníaco Estado Islámico). Hay toneladas de ensayos y una vibrante filmografía, pero la ficción sólo ha abordado esos desastres de manera tangencial, o al menos la ficción estadounidense que ha llegado al español. Como excepción, puede mencionarse Estimado Sr. Bush (Emecé, 2003, pinche aquí) en una muy buena colección de cuentos de Gabe Hudson, infante de marina en la Operación Tormenta del Desierto. Norman Mailer se ha ido, Philip Roth anunció su retiro y Don Dellilo parece cansado. No obstante, otro de los grandes nombres de la narrativa estadounidenses decidió, afortunadamente, tomar el toro por las astas. Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938), la más prolífica escritora de la Unión, usa como materia prima de su última novela el drama de los veteranos de la Operación Libertad Iraquí.

Léase este párrafo magnífico de Carthage (Alfaguara, 533 páginas, 2014):

“El país se estaba llenando de excombatientes. En recónditas zonas rurales de los Apalaches, en comunidades hispanas del oeste y del sudeste, en los estados de las Grandes Llanuras, así como en el oeste y el norte del estado de Nueva York, habían aparecido los excombatientes de la cruzada contra el terror: los heridos que apenas podían andar, los (visible o invisiblemente) mutilados, los discapacitados. En automóvil a lo largo del río, por la ciudad o por los barrios obreros de Carthage, Zeno los veía cada vez con más frecuencia, algunos jóvenes, otros jóvenes con aspecto de viejos, con muletas, en sillas de ruedas. De piel oscura y de piel clara. Bajas en combate. Ahora que las guerras de Afganistán y de Iraq estaban terminando, los ex combatientes regresaban a la vida civil, desechos sobre la playa después de retirarse la marea”.

Lo mismo que ha ocurrido en la Argentina con la absurda guerra de Malvinas. La sociedad estadounidense vislumbra a los veteranos, nos dice J.C. Oates, como “desechos sobre la playa después de retirarse la marea”… Tremenda comparación. Las guerras de los Bush las ha librado un grupo de jóvenes marginales, supervisados por los halcones blancos del Pentágono. Chicos que corrieron a enrolarse por razones equivocadas (impresionar a un padre ausente, por ejemplo), en medio de las oleadas de fervor patriótico. Tremenda estupidez. Los hijos de los dirigentes políticos ya no se alistan en las Fuerzas Armadas y si lo hacen no van a la primera línea de la infantería.

TRAGEDIA CLASICA

Llego el momento de hablar de la trama de Carthage, acaso la mejor novela de J.C. Oates de los últimos años, como han sentenciado varios críticos. Viajamos al norte del estado de Nueva York, a un salivazo de distancia del Canadá. Es la América profunda, donde un profesor puede ser suspendido de empleo y sueldo por enseñar la teoría darwiniana de la evolución, excluyendo el creacionismo. Es la región de los Adirondacks donde la mayoría de la gente es incapaz de distinguir Irak de Afganistán, pero no faltaron voluntarios para carne de cañón de las guerras de los Bush.

Se nos presenta a los Mayfield, alta burguesía ilustrada de la ciudad de Carthage. El padre, Zeno, abogado y miembro destacado del partido Demócrata, fue uno de los pocos alcaldes de todo el norte de Nueva York que no ha sido investigado  y menos aún acusado, juzgado y condenado por malversación de fondos. La esposa Arlette es un dechado de virtudes y de compasión. Dos hijas. Juliet, hermosa, buena y popular, todo el mundo la adora; Cressida, feúcha, la hija difícil, la que es todo un reto querer. 

Bien, si la guerra es uno de los polos del libro, el segundo explora uno de los dramas familiares más comunes y por lo tanto retratados en el arte: los celos entre hermanos. Entre esos dos polos circulan los conflictos primordiales de la novela. "Existen cuentos de hadas en los que una hermana es la buena y la guapa; en los que una hermana ha recibido todas las bendiciones. Y la otra hermana esta maldita. Yo soy esa hermana. La hermana sin solución posible. Todavía sigo viva; un error que aún no ha sido corregido", reflexiona la amargada Cressida, con tintes shakesperianos (ya volveremos sobre el punto, es una de las claves del libro). El calvario pues de una adolescente -a la que se hiere con demasiada facilidad- de haber nacido lista pero fea. 

Juliet está enamorada y planea casarse con un chico recto, pero algo tonto. Brett Kincaid, clase trabajadora, no es un escéptico, no es una persona crítica que se plantee preguntas. Ser idiota se paga muy caro en todas las épocas. El cabo vuelve roto de Irak, inválido a los 26 años, aunque no resulte tan visible. Rompe el compromiso con Juliet. Una noche de cristal que se hace añicos, Cressida va el encuentro de Brett en un bar peligroso, de motoqueros. Salen juntos y se desata una tragedia que arruinará la vida de todos los protagonistas. No podemos añadir una coma más, la novela da giros tan tortuosos como las carreteras del norte de Nueva York.  

PROSA COMPROMETIDA

Nadie puede decir con seriedad que J.C. Oates, una trabajadora de cuello azul, sea una depurada estilista. No sólo porque cada párrafo carece de un buen trabajo de lima, sino porque los defectos son notorios. La carne de Carthage  tiene demasiada grasa: redundancias, sensiblerías, algún giro inverosímil, obsesión por decirlo todo, ausencia de ironía. Sin embargo, los ripios en ningún momentos estropean la obra, a lo sumo hacen rechinar los dientes a los lectores pretenciosos, como quien esto escribe. La arquitectura, tan ambiciosa, es lo que redime al conjunto. La novela relumbra, además, en la amorosa atención que presta la autora a los personajes secundarios. O en sus registros de cultura clásica, que van desde los nombres (Julieta, Cresida, Cartago, Zenón) y las citas, hasta el tono shakesperiano y bíblico de las historias, e incluso en la exaltación de Sócrates. También se han encontrado ecos de Dostoievski. La señora Oates nos propone como himno de la humanidad el Concierto para piano en do mayor número 21 KV 467 de Mozart, pero de una humanidad expurgada de todo lo que es feo, grosero, ordinario y vicioso. 

Uno no puede dejar de admirar, por cierto, la concepción artística que sostiene el libro. Es un peñasco que siempre queda intacto después del paso de la marea de las modas. La dama neoyorquina, profesora en Princeton, cree a pie juntillas en el compromiso del escritor con su tiempo. Al mismo tiempo, de denunciar las flagrantes injusticias, el literato debe enseñarle a sus lectores como funcionan realmente las cosas en la vida real. En Carthage se dedican unas cien páginas a una visita a una centro penal de máxima seguridad en las zonas rurales del estado de Florida. Una verdadera casa de locos, poblada con hombres furiosos por la abstinencia sexual y la frustración de haber perdido la libertad. Se describe minuciosamente como el Estado democrático ejecuta a los descarriados. La digresión constituye uno de los puntos más altos del libro.

J.C. Oates acuña una sentencia que le encantará a nuestros peronistas: “Nada importa de verdad excepto la justicia social“. Plantear la inhumanidad de las cárceles es el segundo de los propósitos morales de la su novela cincuenta y tres (puede que sean más). El primer imperativo categórico lo habíamos mencionado más arriba: denunciar que la fiebre patriótica conduce a un sólo lugar infame: la guerra. Y la guerra es una cosa monstruosa que convierte en monstruos a quienes participan de ella.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

CALIFICACION: MUY BUENO

PD: Sin duda, el mejor libro que he leído hasta ahora de J.C. Oates. Aquí se comentan otras dos novelas meritorias:

lunes, 24 de noviembre de 2014

Mr. Mercedes

Dicen que en Islandia hay pozos tan profundos que si se arroja una piedra nunca se la oye llegar al fondo. Bueno, hay ciertos seres humanos que también son así. La ciencia los llama psicópatas (este año, la estudiante chilena Nicole tuvo la mala fortuna de cruzarse con uno de ellos a las cinco y pico de la mañana en el barrio de Almagro). Los buenos escritores arrojan una sonda a esos abismos y nos advierten sobre los monstruos que infestan las profundidades. Uno de los más hábiles exploradores de almas descarriadas se llama Stephen King. Lo demuestra en su última novela, protagonizada por un asesino en serie, sin el menor glamour. Los porteños nos anoticiamos este año que la hez de la humanidad vive camuflada entre nosotros. Hay mucha gente que está rota. Y es mala. “Como una manzana que parece sana por fuera pero cuando la abres esta ennegrecida y llena de gusanos“, nos advierte el más popular narrador estadounidense. Nicole pagó con su vida está realidad.

El rey del terror ha decidido pues honrar el género policial. Mr. Mercedes (Plaza & Janes, 493 páginas) plantea una lucha clásica entre el bien y el mal, sin ningún elemento paranormal en el escenario. En un rincón, se encuentra un policía retirado con dos inverosímiles ayudantes. Y un homicida múltiple en el otro. El suspenso llega bien dosificado. La historia, seguramente, atrapará a todo aquél que disfruta esa eterna especie literaria que Edgard Allan Poe ha inventado.

Todo comienza el 10 de abril de 2009. Esa madrugada, dos toneladas de la mejor ingeniería alemana embisten con toda intención a una muchedumbre de desocupados congregada en la puerta de un Centro Cívico, gente tan desesperada por encontrar un trabajo que horas antes de que abra la Feria de Empleo hacen cola desafiando el frío y la niebla. Un Mercedes Benz SL500, sedan gris de doce cilindros, sale de la nada con sus faros descomunales y se les viene encima a hombres y mujeres. Ocho personas murieron y otras tres quedaron lisiadas permanentemente. Tan espantoso crimen, con un auto robado a una ricachona, quedó impune.

EL DUELO

Salto al presente. Estamos en una ciudad del Medio Oeste. Puede que en Ohio, sobre el lago Erie. Gustavo Williams Hodges se jubiló como inspector de primer grado sin haber encontrado al responsable de la matanza del Centro Cívico. Cuando estaba en la policía era prácticamente un alcohólico; ahora obeso, a los 62 años, pasa las tardes solo, atiborrándose de tres de los jinetes del Apocalípsis: azúcares, grasas y televisión abierta. Piensa en suicidarse. Siempre tiene a mano el 38 Smith & Wesson de su padre, le gusta porque las balas nunca se atascan. Hasta que un día recibe una carta de Mister Mercedes.

El asesino se llama Brady Hartsfield, veintilargos, empleado en una casa de electrónica por la mañana, heladero por las tardes. Un individuo muy inteligente que casualmente está loco. Odia a todo el mundo, incluso a la borracha de su madre, que lo impulsó a asesinar a su hermano y ahora le obsequia satisfacción sexual (baraja el autor una vieja premisa freudiana: la violación del tabú primordial, el incesto, abre la puerta a cualquier atrocidad). Sueña Brady con aderezar los helados con warfarina (u otro veneno peor) para ver a los niños desangrándose por todos los orificios de su cuerpo. Tiene planes confusos y siempre cambiantes, pero quiere despedirse del mundo con un acto apoteósico de destrucción. Antes de que anochezca, no obstante, nuestro chico tiene un asunto pendiente con un policía gordo (retirado). Quiere inducir a Hodges a suicidarse con su revolver 38. Lo espía por la ventana; lo provoca primero con una carta y luego en un chat de adultos.

Brady vs. Gustavo es pues el duelo, el núcleo incandescente del libro que hace avanzar la acción… No diremos nada más de la trama. No puede dejar de elogiarse, en verdad, la construcción que hace Stephen King de la mente del psicópata. Pone en su mente atormentada, incluso, una forma de ética: "Todos los preceptos morales son engañosos“, dice Brady. “Incluso las estrellas son un espejismo. La verdad es la oscuridad y lo único que importa es hacer una declaración de principios antes de entrar en ella. Abrir un corte en la piel del mundo y dejar una cicatriz. A esto se reduce la historia, al fin de cuentas, a tejido cicatricial".

No sólo relumbra King como psicólogo al voleo. Asimismo, cultiva con propiedad la vena sociológica en el último tramo de su tan prolífica como discutida carrera literaria. Ya sabemos que no hay novela policial talentosa que no incluya una buena dosis de crítica social, abierta o embozada. Mr. Mercedes no es una excepción. Stephen King condena, entre otras plagas, la gula estadounidense. Le desagrada que la ciudad moderna esté infestada de bolas de sebo; o que una adolescente tenga el trasero “del tamaño de Iowa”. Los reality shows, la forma más estúpida de televisión, son condenados sin paliativos. El telón de fondo de la anécdota es la decadencia económica de las ciudades industriales. Y se vierten algunas lágrimas por todos aquellos sectores que la revolución informática ha dejado en terapia intensiva: los diarios, editoriales, tiendas de discos y el Servicio de Correos de Estados Unidos, por mencionar sólo unos casos.

EL ESTILO

En lo que al estilo se refiere, sorprende gratamente la naturalidad con que fluye la prosa de Stephen King. Hace rechinar los dientes tan sólo la sensiblería con las que talla algunas relaciones afectivas, una antigua seña de identidad que desde 22/11/1963 creíamos superada. Pero ni siquiera el pomposo Harold Bloom puede afirmar hoy en día que el autor de El resplandor escribe de manera defectuosa. Todo lo contrario; escribe muy bien. Los diálogos son vivaces e inteligentes (algunos memorables), y hay metáforas poderosas. Escuchen ésta: "Tiene la mirada intensa y escrutadora de un cuervo con la vista fija en una ardilla recién aplastada". Pocos narradores, por cierto, exhiben tanta destreza para hacer uso de los elementos de la cultura pop. Es un mérito de King que los críticos esnobs suelen pasar por alto. Finalmente, la larga fila de guiños a la ‘novela negra de detectives’  resulta encantadora.

El señor King ha anticipado que Mr. Mercedes es la primera parte de una trilogía (el segundo tomo, Finders Keepers, se publicará en 2015). Los derechos del libro ya han sido comprados para convertirlo en una miniserie de diez capítulos. Las buenas críticas lo han llevado en Estados Unidos al primer lugar en la lista de los más vendidos. Está bien. No se trata, obviamente, de una joya de la literatura contemporánea, pero podemos afirmar sin titubeos que se trata una muy buena novela policial de esas que nos mantienen los dedos aferrados al libro durante horas y de esas que azuzan nuestras paranoias urbanas. Al fin y al cabo, el chico simpático de la esquina que nos vende helados con una frase amable en cualquier circunstancia puede ser el peor de los homicidas. Olvídense de vampiros, hombres lobo, fantasmas y extraterrestres, parece querer decirnos Stephen King en su última novela. Es a los psicópatas a quienes debemos realmente temer. Tenemos que estar preparados. Detrás del rostro insulso de un joven, puede haber una olla de demencia en ebullición.
Guillermo Belcore
Publicado el domingo pasado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Happy Valley, la serie

Si hay algo que saben construir las series británicas son heroínas. ¿Recuerdan a Helen Mirror en el papel de la inspectora jefa Jane Tennison? Prime Suspect, qué buena saga de los noventa. ¿Prefieres algo más reciente? Gilliam Anderson, esa rubia fatal, interpretando a la espléndida superintendente Stella Gibson, un sabueso con rouge tras la pista de un asesino en serie en Belfast. Sí, The fall fue capaz de hacernos olvidar a la efebeiana Scully. Pero no sólo policías bravas: también Jessica Hyde de la escalofriante Utopía, una chica que huye, por su vida, de la madre de todos las conspiraciones.

Bueno, el propósito de este texto es anunciar a los cuatro vientos una buena nueva: ha emergido de la mejor BBC otro heroína memorable. Se trata de la sargento Catherine Cawood, pilar de Yorkshire oeste, protagonista de Happy Valley, una de las joyas televisivas de este año, seis capítulos (acaso la dimensión justa para el genero policial) que nos mantienen aferrados al sillón favorito y al Smart TV, los complementos imprescindibles de Netflix, ese maravilloso invento que nos hace más tolerable el siglo XXI.

Happy Valley fue escrita por una dama (Sally Wainwright) y producida por otra (Karen Lewis). La protagonista, como dijimos, es también una mujer (Sarah Lancashire). La mirada femenina es crucial en la serie, implica recordar algo que muchos varones solemos olvidar con frecuencia y es nuestra perdición: no somos solamente animales de carga, debemos tener una vida privada además del trabajo. La sargento Cawood era una respetada detective, pero decidió degradar su estatus profesional a simple agente de calle para poder criar a su nieto, un chico problemático, pero con buenas razones. La mamá de Ryan (hija de Catherine) se suicidó por culpa de una alimaña que la había violado. Ese hijo de la gran perra es, en la ficción, Tommy Lee Royce. Pasó ocho años en la cárcel por tráfico de drogas, pero la violación quedó impune. Acaba de ser liberado y fiel a su naturaleza se involucra en otro crimen grave: el secuestro de un empresario local, orquestado por un contador resentido, el típico hombrecito gris que de pronto pierde la cordura.

El valle de Yorkshire es un hermoso lugar para vivir si es que uno puede soportar, más o menos, trescientos días sin sol cada año. Pero, como casi todo el planeta, la proliferación de drogas ha estragado muchos vecindarios. Con un sentido de las responsabilidad comunitaria que más quisiéramos para nuestros policías, la sargento Cawood se enfrenta a los malos, a los políticos corruptos, a la falta de tacto de su familia. Mientras tanto, la historia del secuestro nos mantiene con un nudo en la garganta. Pasan cosas terribles en Happy Valley y el suspenso está muy bien dosificado.

Se ha anunciado una segunda temporada. ¡Bien!, la heroína merece persistir en la pantalla. Ojalá los guionistas no estropeen la serie como hicieron -también en Inglaterra- con Luther, estúpidamente alargada.
Guillermo Belcore


PD: Aquí el trailer: http://www.youtube.com/watch?v=G_YjBW5YWvI

domingo, 16 de noviembre de 2014

Un brazo y otros cuentos

Yasunari Kawabata

Emecé. 247 páginas. Cuentos. Edición 2014


Quizás éste no sea el mejor libro de relatos del Premio Nobel 1968. No significa, empero, que carezca de esa lírica exquisita, esa fineza en la expresión, esa elegancia en la idea que torna a la prosa de Yasunari Kawabata tan atrayente como el cuello desnudo de una joven. No es aconsejable el volumen, insistimos, para quien nunca ha leído a Kawabata por aquello de que la primera impresión resulta decisiva. Se puede tener la errónea sensación de que tiene también el encanto de ser aburrido.

El eje, pues, de los trece cuentos que atesora este volumen es, en cuanto al estilo, el refinamiento. En relación a la temática es el desamor. Son historias tristes de la posguerra de Japón, cuando una muchacha a punto de casarse piensa en matarse por sentir nostalgias de un kamikaze. Acaso salve a Keiko entregarse a la observación del mundo de los pimpollos. Así de extravagantes son los orientales.

En la mayoría de los textos encontramos mujeres que sufren por un mal matrimonio, o por la ausencia de felicidad. El egoísmo falocéntrico, la ausencia de delicadeza para con la amada, parece ser una plaga universal.
El más extraño de los relatos es el que da nombre al libro. Esta cargado de metáforas. Evoca, incluso, la mas famosa novela de Kawabata. En una noche de niebla, una muchacha bonita le presta un brazo a su admirador, un veterano. La turgencia del brazo, insinúa las del cuerpo de la chica, redondeces extraordinarias en el Japón. El señor está encantado, se lleva la extremidad a la cama, conversa con ella. Recuerda que una vez oyó decir a una señorita que las mujeres eran menos felices en las angustias del éxtasis que durmiendo pacíficamente junto a sus hombres. Finalmente, en un arrebato el viejo cambia su brazo por el de la muchacha. Esas audacias nunca concluyen bien.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: En este blog se elogian varias obras de Kawabata.
Pinchen aquí:
1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2009/08/en-el-lago.html
2) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2009/07/el-maestro-de-go.html
3) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2008/05/el-sonido-de-la-montaa.html

domingo, 9 de noviembre de 2014

Hace 25 años se desplomaba el Muro de Berlín

“El comunismo es una aberración pasajera que algún día desaparecerá del mundo porque es contraria a la naturaleza humana“.
Margaret Thatcher (1975)

POR GUILLERMO BELCORE

Decía Chesterton que uno de los juegos favoritos de la humanidad es burlarse de los profetas. Nadie lo vio venir; nadie percibió que la URSS y sus satélites venían cuesta abajo. En 1988, Helmut Kohl, canciller de Alemania Federal, vaticinó que él no llegaría a ver la reunificación alemana. Meses después, Erich Honecker, dictador de la Alemania oriental, predijo que la frontera de hormigón armado perduraría cincuenta o, quizás, cien años más. Pero hay momentos mágicos en que la historia bruscamente se acelera. Ocurrió hace veinticinco años: una corta serie de eventos impactantes concluyó con la destrucción del más odioso símbolo de la guerra fría. El 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín. Comenzaba una nueva era.

El asombroso final de esa anomalía de ciento sesenta kilómetros de largo que durante veintiocho años, dos meses y veintisiete días convirtió a Berlín oeste en una isla de libertad en un mar de autoritarismo es aún materia de discusión académica. Los profanos miramos hacia atrás con admiración. ¡Qué vertiginoso fue 1989! Los adultos no podemos olvidar que la Argentina sufrió entonces su primer episodio de hiperinflación , catástrofe que nos ha dejado marcas en la piel. En las antípodas, un régimen comunista que supo cambiar a tiempo y optó por el capitalismo y la propiedad privada para rescatar a millones de personas de la pobreza masacraba a cientos de jóvenes. Veinticinco años también de la matanza de Tienanmen.

En retrospectiva, la caída del Muro pareciera haber sido algo inevitable. Fue el final de un proceso cuyo momento preciso de largada divide aún a los historiadores. ¿Cuándo comenzó la implosión de las gerontocracias socialistas? Este artículo propone como hito inicial el 2 de junio de 1979, día en que Juan Pablo II besó el suelo de Varsovia por primera vez. Cientos de miles de sus compatriotas lo vitorearon gritando "¡Queremos Dios,  queremos Dios!” El comunismo había fracasado.

En efecto, Karol Wojtyla (como Deng Xiaoping, Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Lech Walesa y Mikhail Gorbachev) fue uno de esos líderes extraordinarios de los años ochenta que percibieron que la pétrea estructura de la guerra fría -que había congelado por 44 años los resultados de la Segunda Guerra Mundial- no formaba parte de la naturaleza de las cosas. Ese puñado de notables ablandó el status quo a golpe de audacia, elocuencia y efectos teatrales. Intuyó que el paisaje internacional era modificable.

Si esos líderes fueron decisivos para hacer converger ciertas fuerzas tectónicas (como las desatadas por las nuevas tecnologías electrónicas e informáticas), puede que la comunicación de masas aportara el precipitador del annus mirabilis “Los medios audiovisuales registraron los acontecimientos culminantes que tuvieron lugar en Europa central y oriental y en las tierras de la antigua URSS contribuyendo así a configurar tanto su desarrollo como su ritmo, del mismo modo que la imprenta difundió y aceleró los radicales cambios religiosos que sacudieron a Europa durante el siglo XVI”, ha notado el historiador Alan Ryan.

CRITICALIDAD

En el año del bicentenario de la Revolución Francesa había más gobiernos libremente elegidos que nunca; el marxismo soviético, que ya nada tenía que ofrecer en términos económicos o morales a sus ciudadanos, era vulnerable. El historiador norteamericano John Lewis Gaddis explica el colapso repentino con un concepto prestado por la ciencia: ‘criticalidad‘. Una perturbación pequeña en una parte del sistema puede desquiciar al sistema entero, han notado los físicos. La partícula de arena que estragó los engranajes del marxismo cuartelero provino, en un principio, de Budapest.

Había comenzado tranquilo 1989, con la toma de posesión el 20 de enero del mediocre y conservador (en el sentido de ‘enemigo de cualquier cambio') George H. Bush como presidente de los Estados Unidos. Nada presagiaba tormenta. Pero Hungría, donde se había abierto paso una nueva generación de cuadros, decidió tantear el terreno. Puso a prueba ‘la perestroika’ y el ‘glasnost’ de la remozada URSS. Primero reivindicaron con grandes actos de masas a Imre Nagy el líder de la revuelta antisoviética de 1956, a quien Nikita Jrushchov había ordenado ejecutar. Pero ahora Moscú ni se mosqueó. El más trascendente servicio que Mijail Gorbachev, ese apasionado reformista, hizo a la humanidad, fue enterrar sin honores la Doctrina Breznhev un día glorioso de mayo de 1989. Dejó en claro a todo el mundo que Rusia no usaría más la fuerza para mantener su esfera de influencia en Europa oriental. A fin de año le no quedaría nada del botín de guerra de la Segunda Guerra Mundial, que Stalin había consolidado con mano de acero en guante de hierro. Este giro de ciento ochenta grados en el Kremlin provocó consecuencias espectaculares.

“La primera piedra del Muro de Berlín fue quitada en Hungría”, afirma hoy en día el ex canciller Kohl respecto de la importancia de lo que ocurrió en junio: Hungría desmantelaba las alambradas de su frontera con Austria. A partir de allí, se desencadenó un efecto bola de nieve. En las semanas siguientes huyeron de la República Democrática Alemana unas 50.000 personas hacia Occidente. Muchos decidieron ocupar las embajadas de la RFA en Budapest, Varsovia y Praga.

Paralelamente, los movimientos a favor de los derechos civiles salían del armario en la RDA. Las tímidas protestas (severamente sofocadas por el estado policial) se transformaron en masivas manifestaciones que exigían reformas, al grito de Wir sind das Volk ("Nosotros somos el pueblo"). El 9 de octubre, unas 70 mil personas recorrieron las calles de Leipzig, un hecho sin precedentes desde 1953. Honecker dio orden de reprimir: sus esbirros no lo obedecieron. Gorbachev ya le había soltado la mano. “No puede uno retrasarse; de otra manera la vida te castigará”, se dice que le espetó en Berlín al anciano alamán el primer mandamás soviético con formación universitaria desde Lenín. Ante la presión de sus camaradas, las incesantes manifestaciones y la fuga masiva de ciudadanos a Occidente el 18 de octubre Honecker deja el poder. El 4 de noviembre sacude Berlín oriental la mayor manifestación de la historia de la RDA; cientos de miles de personas reclamaban pacíficamente libertad de opinión, reunión y prensa.

Obviamente, las promesas del nuevo mandatario Egon Krenz de pasaportes y visas para viajar al extranjero no frenaron las protestas. Así llegamos al 9 de noviembre. A las 18.53, en una confusa conferencia de prensa, el miembro del Politburó Günter Schabowski anunció que se concederían visados automáticos de salida a todos los ciudadanos que lo solicitaran. "¿A partir de cuándo?", preguntó el periodista italiano Riccardo Ehrmann. "Según lo entiendo, desde ahora mismo", respondió Schabowski, después de echar una mirada nerviosa a sus papeles. La buena nueva dio la vuelta al mundo: había caído el Muro de Berlin.

Multitudes se agolparon desde las siete de la tarde junto al Muro. A las 22.00 se abría el primer paso en la Bornholmer Strasse y esa misma noche miles de ciudadanos cruzaron hacia el oeste sin pasaporte, ante una policía desbordada por la situación y sin instrucciones de sus superiores. Por miedo o costumbre, pudo ser una masacre. Afortunadamente, la noche fue hermosa. No se disparó ni un sólo tiro y berlineses de los dos lados bailaron hasta la salida del sol.

UNA CONMOCION

Perforada la muralla, el efecto contagio fue inmediato. A fin de año habían sido defenestrados los autócratas de Checoslavaquia, Bulgaria y Rumania. Se dijo una vez que si alguien podía hacer funcionar al comunismo ese alguien eran los alemanes. Mentira. Los vientos de la historia barrieron también a la ineficaz República Democrática Alemana. La reunificación avanzó con botas de siete leguas y con Kohl en el timón. En lo que atañe al Muro mismo fue demolido y sus fragmentos se vendieron por el mundo entero (obviamente, circulan millones de falsificaciones). La Unión Soviética fue disuelta en 1991. La guerra fría llegó entonces a su fin.

La conmoción intelectual que provocó la caída del Muro fue inmensa. No se puede exagerar el trauma que supuso para los adalides del marxismo leninismo. Un exaltado pensador hegeliano, llamado Francis Ford Fukuyama, llegó a proclamar ‘el fin de la historia’. No fue así: siguen circulando amenazas conceptuales a la democracia liberal. A Dios gracias, lo que quedó definitivamente desacreditado es cierta ideología de Estado, la perversión bolchevique de perseguir el desarrollo con un partido único, basado en el terror (en nombre del proletariado) y propietario de todos los medios de producción. Sobreviven a las exequias del comunismo dos antiguallas: Corea del Norte y Cuba. Tienen los días contados.

* Publicado hoy en la página central del diario La Prensa.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Underground

POR GUILLERMO BELCORE

Hace cincuenta años, Truman Capote transformaba para siempre el ingenio y la profundidad del género de no ficción. A sangre fría no sólo dio comienzo a la literatura estadounidense contemporánea sino que abrió un sendero dorado a nivel planetario. Y no pocos escritores de primera categoría han sucumbido a la tentación de amalgamar la exploración de hechos reales con el estilo novelístico. Haruki Murakami (Osaka, 1949) es uno de ellos.

En efecto, el escritor japonés mejor conocido en Occidente ha realizado un esfuerzo literario muy meritorio para esclarecer el más siniestro atentado en la historia de su país: el ataque con gas sarín en el subterráneo de Tokio, un crimen de lesa humanidad. Murieron doce personas y otras cinco mil sufrieron lesiones físicas y psicológicas de distinta magnitud; fue un milagro que no haya habido más víctimas fatales. Fruto de la inquietud murakamiana es una suerte de reportaje documental que entregó a la imprenta a fines de la década del noventa. Undeground (Tusquets, 557 páginas) llega ahora al castellano.

El 20 marzo de 1995 fue una mañana agradable y despejada en Tokio. Al menos hasta que un comando asesino -integrado, entre otros por el reputado cirujano Ikuo Hayashi, quintaesencia de lo que los japoneses llaman la superelite- clavara la punta afilada de sus paraguas en unas bolsas de plástico, disimuladas con papel de diario bajo los asientos del subte. Un liquido maloliente y viscoso se derramó por el piso, se formaron charcos. La gente casi de inmediato empezó a sentirse mal. Y entonces, el pandemonium. Una populosa urbe en estado de guerra, desbordada por una agresión impensable.

Murakami entrevistó a más de sesenta víctimas, personas comunes y corrientes que llevaban una vida sosa hasta que les sucedió aquello. Los testimonios, en primera persona, vienen precedidos por una introducción que evidencia una destreza artística: el novelista convierte a cualquier vecino en un atrayente carácter literario. No es tan difícil, alardea. Hay que saber oír. Al fin y al cabo, todos podemos ser narradores de nuestra propia existencia y al mismo tiempo personajes de alguna historia, nos dice. Nuestro yo siempre interpreta un papel. Así nos curamos de la soledad que nos provoca ser individuos aislados en este mundo, conjetura el autor.
 
La faena de recopilar historias se hizo con cortesía oriental. Sólo se publicaron los textos después de que cada uno de los entrevistados diera el visto bueno. Sobre el mismo suceso se ha querido quiso aplicar múltiples puntos de vista: “lo mismo que hago cuando escribo novelas“, se justifica. Por otra parte, el libro proviene de una auténtica curiosidad periodística. ¿Qué vieron los pasajeros que estaban en el subterráneo? ¿Cómo reaccionaron? ¿Qué sintieron? ¿Qué pensaron? Murakami empatiza con cada uno de los entrevistados. Dice que "siente admiración por la profunda dimensión de cada una de las vidas, observada en sus detalles“.

Otro agrado de la obra es su carácter de fresco social. Japón es un pueblo chapado a la antigua. No cumplir con la responsabilidad es una falta grave. La falta de espacio, un problema. Acaso, se trate del país más seguro del mundo. O lo era hasta 1995. Se queja una de los víctimas: "La sociedad ha llegado a un punto en el que era irremediable que apareciera algo como Aum Shinrikyo (los patrocinadores del atentado, ya volveremos sobre el punto). Hay mucho individualismo ahí afuera".

Añade Murakami en la página 445 que decidió escribir Underground porque siempre había querido entender a Japón a un nivel más profundo. Su intención primordial fue sondear entonces en las profundidades del corazón de su propia patria, a la que sentía como distante después de trabajar muchos años en el extranjero. Asegura haber logrado su objetivo: afirma que ya es capaz de comprender lo que significa ser japonés cuando uno debe enfrentar un golpe brutal contra el sistema. A un nivel más bajo, también quiso ajustar cuentas con los medios de comunicación; se concluye que la televisión puede resultar horrorosa.  Parece, asimismo, ser la intención del autor denunciar la explotación laboral, so pretexto de arraigadas tradiciones. Nos anoticiamos que en las empresas japonesas se espera de uno que llegue al trabajo entre media y una hora antes del horario de entrada. La gente se siente obligada a concurrir a su empleo en cualquier circunstancia, aunque sea a rastras. El trabajador se jubila a los 60 años pero debe seguir en actividad.

SEGUNDA PARTE

Underground, en realidad, son dos libros en uno. El primero ya la describimos y sólo puede agregarse que es una pena que no incluya un apéndice de este siglo que actualice las historias de vida. ¿Qué habrá sido de aquella pobre mujer que perdió el habla y parte de su entendimiento por culpa del sarín? El segundo libro se titula ‘El lugar que nos prometieron’ e incluye una serie de entrevistas con ex miembros del grupo Aum Shinrikyo (Verdad suprema), justamente el responsable de la matanza de los inocentes. Las sectas se convirtieron con el tiempo en uno de los elementos narrativos fundamentales de la ficción de Murakami. 1Q84, esa impresionante trilogía publicada en 2011, gira en torno de una camarilla deleznable que abusa de niños.

Recordará el amable lector a Shoko Asajara, el desagradable gurú barbudo que hoy aguarda en una celda oscura que el verdugo cumpla la sentencia de pena de muerte a la que fue condenado por haber dado la orden de matar gente como si fueran hormigas por puro egocentrismo y paranoia, acaso por antojo. El fundador de Aum, que desde 1987 tenía en Japón estatus de religión, estaba obsesionado con el gas venenoso y la masonería. Al parecer, tramó el atentado para prevenir un supuesto ataque a su secta. Las alocadas creencias sincréticas de Asajara demostraron que el budismo, tan idealizado por algunas almas simples de Occidente, también desarrolló una variante siniestra. Al parecer es lícito asesinar a una persona si uno es capaz de vislumbrar su próxima reencarnación. En caso de que ésta sea positiva, el homicida le estaría haciendo un favor a su víctima. Qué locura, ¿verdad?

Los testimonios de la segunda mitad demuestran un punto de locura que sufren aquellos que abandonan el mundo para enterrarse con cuerpo y alma en un culto. A uno de los entrevistados le interesaba encontrar un método que demuestre matemáticamente el budismo. Otro afirmó que planea su vida de acuerdo a las profecías de Nostradamus. Una chica aseguraba que levita. Hay lavado de cerebros. Una vez admitido en Aum Shinrikyo y antes del rito iniciático había que ver 97 videos, leer 77 libros y repetir en voz alta 7.000 veces un mantra. ¿Qué locura, verdad?

Pero, sin duda, la peor de las aberraciones en el asunto que nos ocupo no proviene de Oriente. Fue la Alemania nazi donde se inventó un arma militar de terrorífica eficacia: el sarín, un fosfato que en forma gaseosa o líquida afecta a los nervios. No existe en forma natural. Naciones Unidas lo ha catalogado como arma de destrucción en masa: es quinientas veces más tóxico que el cianuro. Su producción y almacenamiento han sido prohibidos, pues, por la comunidad de naciones. Su sencillez es diabólica: inhibe una encima crucial: la colinesterasa, que permite relajar a cada músculo que se contrae y así regenerarlo para la próxima acción. Con un nivel bajo de colinesterasa los músculos permanecen tensionados y sobreviene la muerte por asfixia. En un nivel de ingesta no tan grave, por ejemplo, las pupilas siguen por largo tiempo contraídas, los afectados de Tokio veían todo oscuro a plena luz de sol. 

El sarín es tan fácil de fabricar como un insecticida. Aum Shinrikyo lo produjo en laboratorios improvisados. Uno no puede dejar de pensar que es raro que la locura del hombre no lo haya usado con más frecuencia para exterminar a sus semejantes. Después del atentado en Japón sólo se ha informado de otro incidente con sarín: el presidente sirio Bashar Al Assad lo empleó a pequeña escala contra los rebeldes que se alzaron en armas. Hemos visto fotografías escalofriantes en 2013. Casi hubo una intervención militar estadounidense como castigo. Siria la evitó destruyendo su arsenal de armas químicas que, incluía, sí, el sarín.

SER SECTARIO

Muy reflexivo es el epílogo del libro. Permite trazar parangones con Medio Oriente, Estados Unidos e incluso con la Argentina. Con todo el mundo, bah. La búsqueda de la utopía espiritual de aquellos que no encuentran “designios puros” en el mundo en que viven propicia crímenes contra la humanidad, en nombre de “la legitimidad de los objetivos“. La misma pregunta que podía formularse en los setenta o en los noventa, puede formularse hoy en día: ¿Cómo es posible que personas de la elite, con credencias académicas excelentes, puedan adherir a una secta ridícula y peligrosa, como el ERP, Al Qaeda, o como Aum Shinrikyo? Justamente, dice Murakami, “porque son miembros de la elite”. Suelen creer que tienen una moral distinta al común de los humanos, revolucionaria. Obliga a pensar, ¿no?

No obstante, es verdad, que “un lenguaje y una lógica aislados de la realidad suelen tener más poder que el lenguaje de la lógica y la realidad”, así de irracionales somos los seres humanos. Un yo arrogante puede ser un problema, pero renunciar de plano al yo abre la puerta a cualquier aberración. Se trata de personas con “una narrativa débil“ de su existencia, impotentes para anular el llamado de algunos cantos de sirena como los que profieren líderes inescrupulosos caso el gurú Asajara. Pero por otro lado, el escritor nos invitar a comprender el hecho de que existen muchas personas que dan un paso errado por el deseo (la necesidad) de entregar sus conocimientos y su alma a un fin trascendental. ¿Y si el problema de fondo fuese la sociedad de consumo, tal como lo conocemos? Acumular dinero y cosas materiales no debería ser la respuesta a preguntas trascendentes como para qué estamos en el mundo.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
 

Calificación: Bueno