domingo, 25 de agosto de 2019

Infraestructura de la política y escritos anexos


El profesor Miguel Angel Iribarne es un columnista destacado de La Prensa. He tenido la fortuna de editar en el diario en el que trabajo desde 1989 los miniensayos del ex decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Católica de La Plata. Se destacan -os aseguro- no sólo por defender las ideas correctas, sino también por esclarecer los pliegues de la política, tanto la doméstica como la internacional. La suya es la mirada del erudito. Bien, el señor Iribarne acaba de publicar un libro con idéntica excelencia: Infraestructura de la política y escritos anexos (Editorial Dunken, 102 páginas).
Siguiendo la estela de Gianfranco Miglio y de Vicente Massot, la obra persigue (y encuentra) las "realidades invariantes de la naturaleza política", es decir "las regularidades" (es un error de hablar de leyes), que a su juicio son "el objeto propio de la Politología, cuyo método es inductivo y, más específicamente, histórico-comparativo".
En el marco de esas regularidades se desenvuelve el drama político, con "su sonido y su furia", que tanto daño nos están causando hoy a los argentinos. Justamente, el ensayo nos permite entender taras de nuestro sistema institucional.
Por ejemplo, la ausencia de un centro firme siempre es garantía de turbulencias. "Es fundamental considerar la distancia ideológica entre los actores", destaca Iribarne en la página veinte. "Si la distancia es excesiva, si cada actor se hace portador de una weltanshaung incompatible con las restantes, es grave el riesgo de colapso del sistema... se reduce dramáticamente la posibilidad de que la alternancia sea respetada. Es el caso de Alemania en 1933, España en 1936 y Chile en 1973, entre tantos ejemplos".
¿Qué significa esto? Que si Alberto Fernández gobierna según los dictados de La Cámpora o el filochavismo nuevoencuentrista, en lugar de apoyarse en el peronismo racional, los gobernadores o el massismo, nos esperan años muy peligrosos a los argentinos.
REVELACIONES
El libro va desgranando conceptos: Constitución, oligarquía, monocracia, aparatos, representación, extrapoderes, etc. Fiel a un oficio que ama, el profesor emérito de la Universidad Católica Argentina se impuso una misión pedagógica: develar a sus lectores que hay debajo de las máscaras de aquéllos que nos interpelan por un voto o una simpatía. Lo que hay es una clase política (CP) que, en el fondo, no se identifica más que con sí misma.
"El poder político, estructuralmente oligárquico y tendencialmente monocrático (recurrencia cíclica al hombre fuerte) necesita conversar con la sociedad", señala Iribarne. Y nosotros, en tanto, interlocutores debemos siempre recordar que la casta dirigencial posee autoconciencia y "la expresa en primer lugar negándose a aceptar su catalogación como clase, que pondría en riesgo la ideología de la representación que invoca para legitimarse. Y por el otro lado, denunciando permanentemente las interferencias de raíz corporativa o tecnocrática que limitarían su gestión".
Es decir, hay un ellos y un nosotros en este asunto de la democracia representativa. Nuestra autoconciencia como pueblo es tenerlo presente. "La soberanía popular se ejerce optando entre oligarquías", establece un ensayo, virtuoso de la cita.
Iribarne, por otra parte, rechaza firmemente la interpretación marxiana de la Historia, basada en el determinismo económico que rebaja todo a mero subproducto de los afanes de las clases sociales. La acción política tiene su propia esfera de autonomía. Y, contra todos los maestros de la sospecha entiende que los fenómenos políticos deben ser explicados por causas también políticas.
¿EXCEPCIONALES?
Otra idea formidable que se desprende del pensamiento de Iribarne es que debemos ser muy cautos en atribuir ciertas patologías a la excepcionalidad argentina. La minuciosa descripción de invariables a lo largo de la Historia universal nos advierte, por ejemplo; que el clientelismo es tan viejo como Occidente. El ciudadano carente de protección política ha sido en todas las eras un hombre o mujer a la intemperie. Se establece en la página cincuenta y nueve:
"Patronos romanos, señores feudales y hoy bosses, punteros o sindicalistas desempeñan análogo rol estructural. Las eventuales diferencias de calidad en los lazos que anudan con sus seguidores tienen que ver con un problema civilizatorio, es decir, cultural y en última instancia religioso".
También es universal -y al parecer eterno- el ansia del ser humano por un semejante providencial, un líder carismático. Se explica:
"Genéticamente, el vínculo político -es decir, la relación entre el mando y la obediencia- tiene naturaleza carismática y, por ello, no puede prescindir de la personalización del poder".
Vale decir, el peronismo no es un fenómeno exótico. "La recurrencia cíclica del poder personal fuerte, por un lado, y las oligarquías expansivas que tienden a reducirlo a símbolo, por otro, permanece como una invariante de la infraestructura política", insiste el profesor. Y en esta tumultuosa y desconcertante alborada del siglo XXI la tendencia parece colorear casi todo el planisferio. Los nombres de Trump, Putin, Xi Jinping, Abe, Erdogan, Orban, López Obrador, entre tantos, resultan muestras elocuentes del espíritu de la época.
Un libro escrito, por así decirlo, con la Historia en el regazo resulta imprescindible. Hay otra muy buena razón para su consumo: al final se añaden los artículos de Iribarne que este año honraron a La Prensa.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno

jueves, 22 de agosto de 2019

Olga

Los frutos de la ambición desaforada son letales. Para una persona o para un país. Arruinaron, por ejemplo, a Alemania; y también condujeron a la muerte al joven terrateniente Herbert Schröeder, gran amor de la maestra Olga Rinke, protagonista de la novela más reciente del juez Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944).

Está mal, se nos dice, que una gran nación o un individuo no sepan medir sus fuerzas. Pero en el caso de la literatura, la ambición sigue siendo un factor decisivo. Un Thomas Mann o un Günther Grass creaban extensas, pesadas, magníficas maquinarias narrativas, que aspiraban a retratar buena parte de su época.

Hoy en día, un Thomas Pynchon o John Irving -por citar dos casos ilustres- mantienen la llama sagrada de su majestad la Novela Oceánica. El señor Schlink, por el contrario, ha preferido tratar en Olga (Anagrama, 254 páginas) la dramática historia alemana a vuelo de pájaro, lo que resulta decepcionante.

En la página sesenta, por ejemplo, Herbert viaja a la Argentina a principios del siglo XX en busca de aventuras. El lector se frota las manos, pero el autor despacha el asunto en... ¡cinco párrafos! (una página y media). Y lo mismo con la Segunda Guerra Mundial. Uno se siente tentado a pensar que Schlink es algo así como el Pablo Ramos de la literatura alemana: un escritor absolutamente sobrevaluado.

¿Qué tenemos aquí? Una historia de amor imposible y el ciclo existencial de una mujer valerosa que desafió las convenciones de su tiempo. También, el mensaje que mencionábamos en el primer párrafo. Demasiado explícito. Esta columna coincide con Jorge Luis Borges en que los procedimientos oblicuos suelen ser los más eficaces.

Olga nació en la pobreza de Breslau. Su abuela la lleva a Pomerania donde asalta, con éxito, las gruesas murallas del machismo y logra recibirse en el seminario nacional para maestros de Posen. Descubre, intuitivamente, el valor del aprendizaje y el saber. 

También se enamora de un amigo de la infancia, el hijo del hombre más rico de la ciudad. Naturalmente, los aristócratas Schroëder impiden que el primogénito se case con una obrera intelectual. Deben limitarse entonces a una relación de amantes en Prusia Oriental (territorio hoy dividido entre Rusia y Lituania), pero lo peor de todo es que Herbert tiene pájaros en la cabeza como tantos de sus compatriotas. Sueña con la grandeza y el destino manifiesto de Alemania. Se la pasa viajando. Hasta que desaparece en una mal concebida expedición al Artico. Olga nunca podrá olvidarlo. Tienen un hijo, pero él nunca lo sabrá.

ARQUITECTURA INGENIOSA


Lo mejor del libro es su ingeniosa arquitectura. Un ensamblaje perfecto de puntos de vista que va revelando hitos de la existencia de nuestra heroína socialdemócrata. Llegados a este punto debemos destacar que Olga comulga con la visión política del autor de la novela, un juez constitucional que gusta de hacer profesión de fe igualitaria: en el amor y en el cementerio somos todos iguales; no hay diferencias sociales y económicas que valgan ante la muerte.

La novela consta de tres etapas. En la primera se narra la vida de Olga en tercera persona. Es la voz de Ferdinand. De niño, había trabado una intensa relación afectiva con la señorita Rinke, modista de la familia, ya en la posguerra, en una apacible ciudad de Alemania Occidental.

La segunda parte fue compuesta en primera persona. Ferdinand quiere reconstruir la existencia de su vieja amiga (murió nonagenaria por culpa de un atentado con bomba), hasta que consigue, de manos de un anticuario de Noruega, las cartas que regularmente le había enviado Olga a Herbert a la remota y gélida Tromsö, incluso cuando el sentido común indicaba que el muchacho estaba muerto. Esas cartas conforman y embellecen la tercera parte.

Por encima de todo, Olga es una novela de ideas. Al prolífico doctor Schlink le interesa denunciar la vacía y peligrosa codicia de su Patria:

"...la perdición había comenzado con Bismarck: éste había puesto a Alemania a lomos de un caballo demasiado grande, que de todos modos no podía montar, y desde entonces a los alemanes los podía una ambición exagerada...".

Esta bien, cuestionar el Deutschland, Deutschland über alles, que tanta devastación ha causado en el planeta, pero se cuelan algunas hipérboles: llega a decirse que el milagro económico tras la desaparición del nazismo también "fue una exageración". 

Ese candoroso egoísmo nacional se manifiesta a través de los delirios coloniales y árticos de Herbert (quería ser Amundsen) y de su hijo Eik que participó en el saqueo nazi de Rusia. ¿Por cierto, qué tipo de madre decide abandonar a su retoño porque sus ideas políticas son radicales e inmundas? Es que la señorita Rinke es un personaje plano (como todos los de la novela), que se rige por imperativos categóricos y ñoñerías. Aquí no existen moralidades grises.

La obra satisface, no obstante, las demandas posmodernas. Tiene perspectiva de género. Plantea antinomias fáciles: sabiduría femenina vs. arrogancia machirula. Realismo con faldas vs. fantasías testiculares. La intrepidez varonil es ridícula, sobre todo cuando se viste con pomposos discursos.

Finalmente, algo de la prosa hay que decir. La ausencia de poética y su filosofía elemental tornan monótono al texto. Los capítulos son breves como meada de sapo. Lástima. Con trescientas o cuatrocientas páginas más hubiese sido una gran novela. Pero esto es sólo una opinión. Olga ha recibido desaforados elogios de los críticos de los diarios, incluso en la Argentina.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

martes, 13 de agosto de 2019

The Boys, la serie

Los superhéroes no son como usted pensaba. Superman fue creado en un laboratorio por Vought American, poderoso grupo empresarial. El hombre de acero es un resentido, cínico, una verdadera basura y una real amenaza para la humanidad. Aquamán es un abusador sexual. La Mujer Maravilla, depresiva y alcohólica, está moralmente quebrada. Flash, un adicto al suero que incrementó sus poderes. ¡Cuidado, señora, cuando vaya al baño! El Hombre Invisible se ha aficionado al vouyerismo. Todos son unos redomados mentirosos y corruptos, pero las masas los veneran gracias al excelente trabajo de prensa y promoción de Vought.
Bienvenidos al universo loco de The Boys, acaso la sátira más corrosiva que ha creado Amazon Prime Video, división streaming de la empresa con mayor capitalización bursátil del planeta.
La serie de sólo ocho capítulos (acaba de estrenarse) imagina que una célula de humanos decide vengarse de los superhéroes. Dos de ellos han perdido al amor de su vida por culpa de los efectos colaterales de la comunidad heroica. Otros dos son ex mercenarios de la CIA (Leche Materna y el Francés) que acceden a dar una mano a su antiguo camarada Billy Butcher (Karl Urban, el doctor McCoy en Star Trek), el jefe de la pandilla. El quinto elemento de The Boys es Kimiko (Karen Fukuhara), una chica asiática a quien los malos pretendían convertir en una ultraterrorista con el propósito de justificar cuantiosos contratos con el Pentágono.
En el primer capítulo conocemos a una parejita de tortolitos: Hughie y Robin. Van a besarse en la acera, ella pone un pie en la calle y entonces. Audaz (el Flash de esta versión) la atraviesa como si se tratara de aire. El súperhumano se disculpa con Hughie (Jack Quaid, el hijo de los actores Dennis Quaid y Meg Ryan): ``Lo siento, viejo, no puedo detenerme''.
Hughie se queda con las dos manos de Ronda y una masa sanguinolenta sobre la calzada (la serie cultiva el gore, es decir hay muchas muertes asquerosas). Tiene el corazón destrozado. Butcher lo recluta poco después para su Club de la Venganza, pero el chico es decente y dulce, se resiste a convertirse en un asesino serial y termina enamorando y enamorándose de la cándida Starlight, uno de Los Siete(copia de La Liga de la Justicia de DC). Será un contrapeso a la ira demencial de Billy Butcher.

EL MUNDO DE GARTH
Hay que decir que la serie es una adaptación del cómic homónimo. Hay que destacar, entonces, la imagineria del señor Garth Ennis (Hollywood, Irlanda del Norte, 1970). Es lo que se llama un autor de culto, aunque muy controvertido por la gran efusión de sangre en sus guiones y la furiosa iconoclastia. Su criatura más reconocida es Predicador (también reciclada en serie televisiva), pero se ha elogiado, asimismo, el giro oscuro que le ha dado tanto a The Punisher como a John Constantine.
Ha demostrado Ennis su desdén hacia los superhéroes en dos historietas: The Autority y, justamente,The Boys (72 ediciones entre 2006 y 2012), donde los prodigios no sólo sufren el complejo de Edipo sino que también están dispuestos a matar a decenas de civiles con tal de mantener su estatus de celebridades. Ennis es uno de los productores ejecutivos de la serie.

SATIRA IMPIADOSA
En el plano artístico, el guion descuella como sátira impiadosa, a lo Jonathan Swift. No sólo se ridiculiza a los superhéroes (en realidad nos muestran sus dificultades en el mundo real) sino que hay un alegato contra dos pilares de la cultura estadounidense, la codicia empresarial y la derecha religiosa (en el magnífico capítulo V, `Bueno para el alma'), al tiempo que se nos recuerda la pavorosa facilidad con que las personas comunes pueden ser manipuladas por el marketing.
Asimismo, se aborda de manera lateral una cuestión política trascendente: quién vigila a los vigilantes. Es decir, se plantea la urgencia de supervisar a aquellos a los que la sociedad les confía el derecho a portar armas y el trabajo de combatir la delincuencia y el terrorismo.
Hay una escena memorable en la que Vengador (el análogo de Superman con colores y los rasgos políticos del Capitán América) arenga a una legión de rescatistas en una playa salpicada con los restos de un vuelo de pasajeros que habían secuestrado extremistas islámicos. El discurso, la pose, la filosofía es de George Bush en la Zona Cero días después del 11-S. Por aquí van los tiros.
Súmele a la parodia, algunos chistes buenos (siempre el humor es negro), las buenas actuaciones, diálogos con ironía y los sólidos efectos especiales. El combo es atractivo.
En el último capítulo, el texto se aparta del original. En la historieta, Vengador había violado a la esposa de Billy Butcher y el bebé monstruoso, producto de esa aberración, mató a su madre desde el vientre. En la serie, no. Un sutil cambio nos permite confirmar la absoluta depravación del superhéroe y abre la puerta para una promisoria segunda temporada, que ya estamos ansiando.
A ver. Si Stranger Things fueran los Beatles, The Boys no sería los Rollings Stone sino The Clash o los Ramones. Es el punk del universo series.

Calificación: Muy bueno

FICHA TECNICA
The Boys
Año: 2019. Duración: Ocho capítulos de 60 minutos. País:Estados Unidos. Dirección: Evan Goldberg (creador), Seth Rogen (creador), Eric Kripke (creador), Dan Trachtenberg, Jennifer Phang, Philip Sgriccia, Daniel Attias, Stefan Schwartz, Fred Toye. Guion: Eric Kripke, Anne Cofell Saunders, Ellie Monahan, Evan Goldberg, Phil Hay, Matt Manfredi, Garth Ennis, Seth Rogen, Craig Rosenberg, Rebecca Sonnenshine, George Mastras (Cómic: Garth Ennis, Darick Robertson). Música: Christopher Lennertz.Reparto: Karl Urban, Jennifer Esposito, Jack Quaid, Elisabeth Shue, Laz Alonso, Colby Minifie, Jess Salgueiro, Brittany Allen, Bruce Novakowski, Sarah Camacho y otros.Productora: Amazon Studios.

miércoles, 7 de agosto de 2019

La frontera

El auge de los carteles de las droga implica -además de todo lo demás- el fracaso de la Modernidad. Es la vuelta a la Edad Media. Como en el siglo XIII, los señores de la guerra tienen un vasto dominio territorial, ejércitos de matones y funcionarios a su servicio, cierto prestigio entre el campesinado, voluntad de exterminio de sus rivales. Las matanzas forman parte del negocio (también la aplicación de tormentos). Incluso hay matrimonios de conveniencia para forjar alianzas. Ante este desafío formidable a la República, el Poder Central -cuando no está comprado- es impotente, tanto como lo eran los reyes europeos durante el feudalismo. Qué hacer.
Eso en el plano político; en el económico, todo lo contrario. Las mafias del narcotráfico tienen un costado ultramoderno: son los más eficientes conglomerados de negocios. Observe lo que está padeciendo hoy Estados Unidos. Hay un frenesí de consumo de heroína y fentanilo; gente joven cayendo como moscas; consumen amas de casa y trabajadores rurales; pequeños municipios se convierten en cementerios. No es otra cosa que el resultado de una diabólica estrategia comercial del Cartel de Sinaloa: para paliar la caída en las ganancias por la legalización de la marihuana volvió a cultivar amapolas y le ha robado los clientes a la industria farmacéutica y a la corporación médica con un producto novedoso y barato (10 dólares la dosis de canela en el callejón).
Decenas de miles de desesperados que consumían Vicodin u Oxycodona hoy se inyectan heroína. Dolor físico, espiritual o económico + proveedores mexicanos = epidemia de opiáceos.
LITERATURA BELICA
Pregunta: ¿Cuál es la contienda más larga que ha librado Estados Unidos en su historia? Respuesta: Contra las drogas. Cincuenta años más los que resten. Pregunta II: ¿Quién es el escritor que mejor ha narrado esta tragedia? Respuesta: Don Winslow (Nueva York, 1953).
Acaba de llegar a la Argentina el último tomo de la trilogía de Winslow sobre las guerra contra el narcotráfico: La frontera (Harper Collins, 967 páginas). Es un cierre magnífico de una de las más ambiciosas aventuras narrativas de nuestro tiempo.
Puede decirse, incluso, que el mamotreto está mejor escrito que sus predecesores (El poder del perro y El cartel); la trama es cautivante y aporta una tonelada de datos. Literatura de ideas y literatura didáctica, muy bien documentada. Imprescindible para quien se interese en el tema. Y hay que ser un idiota -en el sentido que le daban al término los antiguos griegos- para no interesarse en un flagelo que desquicia nuestras sociedades. Desde el Gran Rosario hasta el tercer cordón del conurbano, pasando por Puerto Madero y Palermo Bobo.
El señor Winslow ha venido cultivado un procedimiento muy eficaz en sus novelas documentales: la semirrealidad. Cambia nombres, mezcla y fusiona personalidades, inventa otros caracteres, pero la urdimbre de la trilogía se inspira rigurosamente en hechos. Como él mismo dice: "Hay muy poco que no haya realmente sucedido".
Y en La frontera, además de la epidemia de heroína y fentanilo en Estados Unidos, se incluye la desaparición del capo del Cartel de Sinaloa, la matanza de estudiantes de Ayotzinapa, el tren La Bestia y la llegada al poder de Donald Trump. Es una escritura con bulimia, con urgencia por transmitir un mensaje, por denunciar, por ejemplo, los vínculos de Wall Street y los bancos con los negocios sucios del narcotráfico, el fracaso absoluto de la política antidrogas del gobierno estadounidense, o bien la complicidad de las autoridades mexicanas con los hampones: "...la Policía Federal es, a efectos prácticos, casi una filial del Cartel de Sinaloa"..., se establece en la página cincuenta y ocho.
No obstante, no es un libro de brocha gruesa. Los matices son importantes. Y de ninguna manera se postula la superioridad de una cultura (la anglosajona) sobre la que rige al sur del río Bravo. Se trata de situaciones de poder. Si en la página doscientos cuatro se nos dice que "el último caso en que hubo un detective corrupto en Nueva York fue en los años ochenta..." (¿Cuándo fue en América latina el último caso de detective incorruptible?, piensa uno), de inmediato se aclara que en México la oferta narco al policía no es tómalo o déjalo, sinotómalo o te matamos a ti y a toda tu familia. Plata o plomo. También hay héroes que hablan en español.
El protagonista del libro se llama Arturo Keller. Es un auténtico cowboy, que trabajó encubierto en México, con fama, bien ganada, de hombre duro e implacable y con el alma hecha jirones. Ha hecho el mal en nombre del bien común o por un ser amado. Ahora, con el padrinazgo de un senador texano, el bueno de Art es nombrado director de la DEA. Trae algunas ideas innovadoras en el morral, pues la estrategia del bolo central (detener o matar a los capos) no ha dado resultado para, al menos, atenuar la entrada de estupefacientes a territorio estadounidense. Los carteles son auténticas corporaciones de negocios, donde el nombre del CEO no es lo decisivo. ¿Por qué no probar una nueva táctica, tratar de cortar el flujo de dinero norte a sur? Para ello, hay que encontrar un financista corrupto, dar un escarmiento a Wall Street. Página quinientos cuarenta y tres: "¿Sabes cuál es la diferencia entre un cártel y un sindicato de bancos? Prácticamente ninguna".
MAR DE FONDO
El mar de fondo es la agonía de la Pax Sinaloense, tras la desaparición de su capo máximo Adam Barrera (que es y no es el Chapo Guzmán). Los gobiernos de Estados Unidos y México habían descubierto que una mafia hegemónica es preferible a que treinta carteles luchen entre sí por el control de territorio (los Zetas, ex comandos que cambiaron de bando, son los peores). Es que la guerra contra el narco no se puede ganar; se puede conseguir a lo sumo una disminución lenta y dolorosa de la violencia. ¿Se puede hacer retroceder al océano?, se preguntan, desesperanzados, los agentes de la ley y el orden que aún no han sido corrompidos.
Si Barrera era el indiscutido Rey León, ahora varias hienas buscar engullir pedazos de la mayor red de narcotráfico del mundo. Se lanzan a degüello unos clanes contra otros. Entra en escena la tercera generación mafiosa -Los Hijos-, ataviados con Armani y Hugo Boss y al volante de una Ferrari o un Lamborghini. ¿Podrán desplazar a la vieja guardia?
La trama, que magnetiza los dedos, nos lleva de Culiacán o Tijuana a Nueva York, que al parecer se ha convertido en el centro neurálgico de la heroína en la Costa Este. Hacemos una visita a las cárceles de Florence en las Rocallosas (ahí encerrarán al Chapo en la vida real) y la californiana Victorville, manejada por la M, la mafia mexicana. Tras atisbar en las prisiones una enseñanza se impone: el odio racial y las diferencias sectarias siguen siendo las pulsiones más poderosas del ser humano en condiciones extremas. 
Vamos también a Guatemala para observar el calvario de los pibes inmigrantes que sueñan con entrar a Estados Unidos; y a un paraíso en las costas de Costa Rica para permitirle a la trama recuperar un matón irlandés (redimido) del primer tomo de la trilogía. Recorremos los bajos fondos de Nueva York y Jersey para aprender sobre el trabajo del policía infiltrado en las entrañas de la carrera armamentista que se traen entre manos los traficantes (el fentanilo es cincuenta veces más poderoso que la heroína). Nos sentamos luego con magnates inmobiliarios de Manhattan, desesperados por el dinero sucio de las drogas. 
Son todos viajes de descubrimiento para el lector de a pie. Y lo que vemos hiela la sangre, sacude la conciencia: penas durísimas por posesión de marihuana y casi 30 mil muertos en las calles por sobredosis; una cena en la Casa Blanca para los lavadores de fondos.¡Siglo XXI! 
UNA BUENA CAUSA
Con La frontera, el caballero Winslow ha concluido, pues, una faena de veinte años. Un tercio de la vida dedicada a una buena causa.
La trilogía es Alta Literatura, a pesar de sus redundancias, hipérboles, ñoñerías. Por cierto, la prosa es directa, nunca nos ahorran inmundicias. Contiene, eso sí, una legión de personajes memorables y una visión verosímil del inframundo. Inframundo de nuestro valle de lágrimas; en relación al del más allá, uno concluye que en el infierno debe existir un círculo especial reservado para los que trafican con drogas o sólo son fieles al dinero.
Guillermo Belcore
Calificación: Excelente