domingo, 19 de marzo de 2023

El ápice y otras historias


 POR GUILLERMO BELCORE


En 1965, George Steiner escribió Palabras de la noche, Pornografía sería e intimidad. El pequeño ensayo podría considerarse -hasta el día de hoy- la crítica definitiva a los textos sexuales. Destaca el rabí su ineludible monotonía, pues "la cantidad real de los gestos, de las consumaciones y de las fabulaciones es tremendamente pequeña". Sostiene que la literatura erótica sólo nos ha dado en nuestro tiempo una sola obra memorable: Lolita, donde encuentra "un auténtico enriquecimiento de nuestro habitual bagaje de tentaciones". Y denuncia un paralelismo grave:


"Las novelas producidas con el nuevo código de decirlo todo tratan a gritos a sus personajes: desnúdate, fornica, ejecuta tal cual perversión. Así lo hacían los S.S. con filas de hombres y mujeres de carne y hueso. La actividad no es, creo, enteramente distinta. Es posible que haya afinidades más profundas de las que hayamos percibido entre la libertad total de la imaginación erótica sin trabas y la libertad total de sádico. La aparición de estas dos libertades en momento histórico más o menos idéntico puede no ser coincidencia. Ambas se ejercen a costa de la humanidad de otra persona, del derecho más precioso que tienen los demás; el derecho a una sensibilidad privada".


Para Steiner, pues, la ficción puerca tiene escasísimo mérito literario e interés para una mentalidad adulta. "Tolstoi es infinitamente más libre, incluso más excitante que los nuevos erotólogos", postula en uno de nuestros libros de cabecera (1).


En el Río de la Plata, no obstante, ha surgido un polígrafo que ha decidido desafiar el dictum del mejor crítico del siglo XX. Su nombre es Ercole Lissardi (Montevideo, 1951). Escribió cuentos, ensayos y más de veinte novelas sobre la cuestión de Eros; incluso creó la editorial Los libros del inquisidor, junto a su esposa Ana Grynbaum (2), para que el filisteísmo y la cobardía no interfieran con su libertad creativa, a la que considera básicamente como un asunto de coraje: el creador "debe estar estar dispuesto a perder el Mundo para ganar el Cielo"..., pero con la convicción triste de que "el producto de esa labor secreta a la que llamamos arte sólo puede esperar el fracaso o la estima de audiencias minúsculas".


Ha llegado a nuestras manos un volumen de Los libros del inquisidor, impreso hace unos meses en Buenos Aires. El ápice y otras historias encierra tres escritos de "pornografía seria" que compuso el señor Lissardi. Podría definirse como la puerta de entrada ideal a su propuesta literaria.


AMBICIONES SINCERAS


Antes de comentar las tres nouvelles o cuentos alargados, es menester hacer una aclaración. Lissardi es un escritor de verdad con pretensiones y ambiciones sinceras, que ha buscado cultivar el jardín de la originalidad, experimentando con un género difícil y limitado (Steiner tiene razón), pues una cosa es que el sexo sea una hebra más en la trama -aunque de subidísimo tono-, y otra muy distinta es afrontar cada cinco páginas una detallada descripción de una cópula salvaje, incluso homosexual. No es para todos los estómagos, queremos decir. Como Osvaldo Lamborghini.


En la primera historia (El ápice), un artista evoca las maratones carnales que mantuvo con Martina, estudiante flacucha e intelectualoide; y con Jairo, el chico que atiende el ciber. Dos jovencitos sin prejuicios ni inhibiciones. Acaso discípulo de Wilhem Reich, el sinvergüenza que lleva la batuta dice que encuentra en las esencias del deseo consumado las fuerzas para completar su obra. ¿La famosa energía orgónica?


Encontramos en El bien supremo a un gerente apuesto y con auto de lujo, cazador fantasmal de mujeres proclives a las tiroteos clandestinos, pero en vías de sanación espiritual, aunque ello implique utilizar sin escrúpulos a una auxiliar contable de su empresa (la casquivana Malena). Lissardi despliega aquí un finísimo sentido del humor. Oímos los retorcidos pensamientos de un loco.


La tercera parte se titula El inconveniente. El narrador omnisciente plantea la siguiente antinomia: claustro matrimonial vs. la bestia del deseo. En viaje de negocios, dos prolijos burócratas acuerdan en el hotel donde se alojan una aventura sexual, no sin peripecias, como una "metaerección". Hombre y mujer se mueren de ganas de transgredir, de salirse del redil un poco, de encontrar en un coito diferente al que habitualmente practican con sus cónyuges "la revelación que parte en dos el mundo de la experiencia".


Del estilo, siempre hay algo que decir. Lissardi escribe con facilidad pero sin desaliño. Exhibe riqueza de vocabulario y dominio de la metáfora, sobre todo para describir órganos sexuales. Hay párrafos con fulgor poético, como la oda al pezón de la página once. Entre orgasmo y orgasmo, medita sobre los misterios del tiempo, el sentido de vida, la vida matrimonial, la sensualidad y el morbo.


Plantea la idea de que sólo los artistas pueden intentar "la representación de lo sexual en su verdad". La dorada medianía de la vida burguesa no quiere ver cara a cara esa verdad que, justamente, no se encontraría en el sexo doméstico, "pautado y previsible, rutinario e higiénico, dulzón e inocuo". El señor Lissardi propone actuar como esponjas marinas, convertirnos en seres porosos, abiertos, para dejarnos llevar donde nos lleve el deseo. Gozar como gozan los dioses, sin límites, es la premisa.


Una especie de locura, parece. El problema en literatura no es solamente que los procedimientos oblicuos sean más eficaces (la sentencia es de Borges). Como dicen en Portugal, "las maneras de tener sexo son menos que las de cómo cocinar el bacalao".


(1) "Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano", Gedisa, edición 1990.

(2) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2022/12/tres-novelas-familiares.html


CALIFICACION: BUENO


viernes, 24 de febrero de 2023

Villa Triste


­Infinitas (casi) son las categorías en las que podemos clasificar a la literatura. Propone esta columna el rango de escritores delicados o suaves. Nada desagradable al ojo, al oído, al olfato o al gusto hay en su creación artística. Son orfebres de la palabra. Optan por los procedimientos oblicuos. Sus personajes suelen ser fantasmales. 


Naturalmente, Jorge Luis Borges encaja como anillo al dedo en esta categoría de elite. Yasunari Kawabata, también. Y John Banville, quien por desgracia anunció en estos días su retiro de la novela. Francia -la más literaria de las Naciones al decir de Borges- tiene un representante sublime, Premio Nobel de Literatura 2014. Patrick Modiano (1945) es su nombre. Como todos los delicados, es uno de esos autores que exigen agotar su obra.


Acabamos de terminar una novela corta de Modiano entregada por primera vez a la imprenta en 1975. Villa Triste (Anagrama, 191 páginas, edición 2009) subsume todas las virtudes de la obra modiana. La delicadeza, por supuesto, rige el conjunto. 


Después de doce años, el protagonista vuelve, con el corazón palpitante, a un balneario termal en la Alta Saboya, donde un verano se escondió para evitar que el Estado francés lo reclutara para la guerra esa que se llamaba de Argelia. Víctor Chmara (el nombre es ficticio) tenía 18 años. 


Evoca al narrador a dos personajes deliciosos, un amigo y una amante de entonces. El hombre se llama René Meinthe, abiertamente gay en los sesenta, "en una ciudad agazapada en lo hondo del mundo provincial francés''. Hijo de un médico famoso de la comunidad, doctor él también, rondaba los 30 años. Veremos luego como la política artera lo maltrata.


La chica es Ivonne, aspirante a estrella de cine, "perezosa como un alga''. Invita al muchacho prófugo a vivir con ella en el hotel L'Hermitage. Suceden leves peripecias que endulzan una vida ociosa. Aparece un escritor de la vida real: André de Fouiquièrs. La historia del trío -no hay nada indecente o feo aquí- concluye con el final de la temporada, como suelen terminar esas burbujas de felicidad inconsciente que de tanto en tanto aparecen en la vida del afortunado. ¡Pero quién nos quita lo bailado!


Nada cuesta definir como sublime la prosa de Modiano. Es un virtuoso de la palabra justa y de la sintaxis perfecta. Comparte además un rasgo de los escritores delicados: aplica al texto cierta pátina de nostalgia, de color dorado, claro. El narrador francés es uno de esos artistas que nos persuaden que algo valioso, original, íntimo se nos ha perdido con el correr del tiempo.


El cierre es con una cita de la página cincuenta y nueve que, bajo ningún aspecto, debe ser atribuida a la condición judía (europea) del autor. Es para todos los seres humanos en su sentido literal y en el metafórico: 

"...hay que estar listo para irse en cualquier momento y hay que considerar todos los cuartos donde vamos a parar como refugios provisionales...''.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno

lunes, 20 de febrero de 2023

Vida de Luis Carlos Prestes

 


Según la opinión predominante, Jorge Leal Amado de Faria (1912-2001) es una de las glorias de la literatura brasileña. Pero tuvo una canallesca fase estalinista que se estiró hasta los años sesenta. Durante esa etapa, escribió buenas novelas y una hagiografía del revolucionario Luís Carlos Prestes, que acaba de ser reimpresa en Buenos Aires por el Fondo de Cultura Económica. Sobre esta última, discurrirá este artículo.


El Caballero de la Esperanza, Vida de Luís Carlos Prestes (380 páginas) se entregó a la imprenta por primera vez en 1942. Fue en Buenos Aires, en español y con el patrocinio del Partido Comunista. "Era un libro político, escrito para la campaña por la amnistía, por la libertad de Prestes", explicaba el autor, protegido en el exilio por Rodolfo Ghioldi ("el gran líder del proletariado argentino") y Carlos Dujovne. Aquella edición argentina fue secuestrada y quemada años después por orden del Presidente Juan Perón, ese demócrata cabal.


La primera edición en portugués data de 1944. La de 2022 incluye en la tapa la siguiente leyenda: "En Brasil este libro fue un arma en lucha contra el fascismo", que no era otro que el Estado Novo de Getulio Vargas, el trágico presidente que envió tropas brasileñas para luchar contra los nazis en Italia, junto a los estadounidenses: "los inmortales de Monte Castelo".


A decir verdad, Jorge Amado juega limpio. Anticipa en uno de los prólogos que la verdad histórica se subordina totalmente a sus fines políticos. "Y en cuanto al equilibrio y la imparcialidad referentes a Luis Carlos Prestes son cosas que no es necesario medir...", advierte.


Dijimos "hagiografía", ¿verdad? Es que el libro es una interesante y radical combinación de historia de los santos, panfleto, culto a la personalidad estalinista e idolatría precristiana. Lo mejor es la prosa. Amado simula ser un narrador oral de historias (el mismo procedimiento de Guimaraes Rosa en su novela cumbre). Le relata "a su negra" vida y obra de un héroe, "de la estrella que ilumina a los hombres" (abundan las metáforas de tinte religioso). Explica el autor que su estilo es el rimance; es decir romance (novela en portugués) con rima; prosa poética, pues. El bahíano era uno de esos escritores románticos que saben componer una frase hermosa.


CARAPINTADISMO


Para quienes no lo conocen, digamos que Prestes fue una suerte de militar carapintada que en la década del veinte, asqueado por la corrupción y la explotación de los desvalidos, se alzó en armas contra la República oligárquica. Entre 1924 y 1927, con una columna de no más de tres mil almas (en su mejor momento) cruzó veintiséis mil kilómetros jugando al Robin Hood, "sembrando las semillas de la revolución". Libró con un increíble éxito cincuenta y tres combates y cientos de tiroteos menores desde Río Grande do Sul a Tocantins. Amado compara las hazañas de la Gran Marcha con las de San Martín y Bolívar, ¡y éste es uno de los elogios menores! La Columna "fue la línea del corazón trazada en la mano de Brasil", escribió.


Lo cierto es que Prestes nunca pudo ser derrotado por los más experimentados generales de su Patria. Partió al exilio, primero en Buenos Aires (es notable como los gobiernos de la Unión Cívica Radical protegían a los putschistas brasileños), luego en la Unión Soviética, desde 1931. Tras trabajar para la KGB "desenmascarando saboteadores", el teniente brasileño se convirtió en una agente del Komintern. Página 248: Fue electo, "en el Séptimo Congreso para el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista como una de las cabezas dirigentes del proletariado mundial, al lado de Stalin, de Dmitrov y de Mameiski..."


Resulta triste comprobar cómo Jorge Amado ignoraba o minimizaba los crímenes de la más aberrante versión del bolchevismo. En la página 245, llama a la URSS "patria de la ciencia, la cultura, la belleza y la libertad". Justifica, incluso, las grandes purgas: "En el país de la Unión Soviética, amiga, en aquellos tiempos existieron los traidores que el pueblo ajustició después"... El viejo truco del progresismo: llamar "pueblo" a los esbirros de una demencial y poderosa Voluntad de Poder.


Esa ceguera ideológica -seguramente voluntaria- contrasta con la minuciosa denuncia del horror en las cárceles de Getulio Vargas, mazmorras donde Luís Carlos Prestes pasó nueve años tras su regreso clandestino a Brasil en 1934. Para conseguir su liberación, Amado escribió este libro de moralidad tuerta, como la de todos los militantes. Definitivamente, los intelectuales más valiosos son los librepensadores.


Sólo resta destacar que el manifiesto jacobino incluye pasajes de crítica literaria muy sabrosos. Con frases como dagas, Jorge Amado asesina el modernismo, en cuanto expresión podrida del arte por el arte y la subordinación cultural de los latinoamericanos a las modas que vienen de Europa. Llega a decir que Prestes ""salvó a toda una generación de escritores brasileños de la metafísica y los devaneos y la llevó a estar cerca de los problemas de Brasil""... El escritor comprometido de Bahía quería ser un adalid del "realismo socialista". ¡Ja! Otra moda que importamos de París y Moscú.

Guillermo Belcore

Calificación: regular

viernes, 3 de febrero de 2023

Sin fallos


Lee Child

Blatt & Ríos. Novela policial, 467 páginas


Imagine, estimado lector, que usted trabajó muy duro para el Estado durante trece años, realizando incluso tareas de cuestionable moralidad, sobre todo en el extranjero. Se retiró joven y percibió alguna especie de indemnización, muy jugosa; tiene en el banco una modesta fortuna y cobra pensión. Todos los meses retira unos 500 dólares para vivir. Y se dedica a recorrer su país natal, de punta a punta, sin equipaje ni rumbo fijo. Las aventuras le salen al paso.


Encarna el mayor (R.E.) Jack Reacher nuestros sueños de libertad absoluta. Es la conciencia sin ataduras ni miedos. El personaje es un gigantón pacífico y educado, pero será mejor que no te metas con él, porque lo lamentarás el resto de tu vida (si es que sales con vida). Suele proteger a los débiles y a los buenos, como corresponde a un héroe. Nunca le tiembla el pulso para el asesinato en serie cuando se trata de mafiosos, terroristas o malvados en general. Un vengador implacable.


El guerrero grandote es una invención del inglés Lee Child (1954) que, como otros europeos talentosos, se ha transformado en un narrador más estadounidense que el pavo del Día de Acción de Gracias. El ex policía militar protagoniza una saga policial absolutamente cautivante; son esos libros que magnetizan los dedos, imposibles de abandonar hasta la última página. También ha llegado a las pantallas con dos películas mediocres (Tom Cruise no era el más apropiado para el papel de Reacher) y una serie fidedigna en Amazon Prime que le ha atribuido el rostro irrevocable del musculoso actor Alan Ritchson (1).


Debemos agradecer al sello Blatt & Ríos que en la alborada de 2023 nos acerque otra gema de Child. Necesitamos evasión de la buena. Sin fallos es una novela tan entretenida y provechosa como las anteriores que leyó el autor de esta nota (2) y (3).


En esta ocasión, nuestro Hércules es contratado por una agente líder del Servicio Secreto de Estados Unidos para una auditoría externa: tiene diez días enteros para encontrar una manera de matar a la cuarta persona mejor protegida del planeta: el vicepresidente electo de Estados Unidos. Descubren Reacher y su ayudante -la sargento Neagley, una ex colaboradora en la milicia- 3,5 formas de liquidar al senador Brook Armstrong. Sí, tres veces y media.


Usted se preguntará por qué Reacher abandona el deleite del vagabundeo irresponsable. Por razones sentimentales, además del formidable desafío. La agente M. E. Froelich -una belleza de rasgos nórdicos- había sido novia de su hermano, asesinado en acto de servicio para la misma agencia gubernamental. Este libro es una aproximación al alma del difunto Joe Reacher, pues.


Después de la auditoría, la agente muestra sus cartas. El Servicio Secreto ha comenzado a recibir cartas con una creíble amenaza de muerte contra Armstrong. ¡Una de ellas apareció sobre el escritorio del jefe de Froelich! Comienza pues una fascinante cacería humana. El as de la División de Investigación Criminal del Ejército de Estados Unidos (R.E.) y su ayudante Neagley se suman al equipo de las Grandes Ligas que debe evitar un magnicidio. Pronto empieza a correr sangre. La trama es fascinante, con el suspenso muy bien dosificado.


DIDACTISMO


Los libros de Child no sólo permiten abandonarse al placer de la lectura. También cumplen un mandato imperioso de la industria editorial: siempre hay que enseñarle algo lector. El texto rebosa de datos con el fin de mostrarle al vulgo cómo se hacen realmente las cosas detrás de los cortinados del poder. En esta ocasión, nos enteramos de las faenas de la institución vicepresidencial en Estados Unidos y del modus operandi del Servicio Secreto. Sin fallos fue entregada por primera vez a la imprenta en 2002; es el sexto libro de la serie Reacher.


En el capítulo dieciséis, se nos informa que el Servicio Secreto compendia en libros minuciosos -"gruesos como una Biblia medieval"- la vida de cada uno de los peces gordos que debe custodiar. Los hechos relevantes tienen a continuación un número entre paréntesis que indica, del 1 al 10, cuán bien autentificado está ese suceso. Los periodistas deberíamos hacer lo mismo, ¿no le parece lector?

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno



domingo, 29 de enero de 2023

Madoff, el monstruo de Wall Street

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Hay un hecho decisivo en la vida de cada uno de nosotros, explicaba Jean Paul Sartre. Es un acto trascendental que define nuestro ser; que nos salva o nos condena. El momento terrible en que el Sargento Cruz no consiente el delito de matar a un valiente, pega un grito y se pone a pelear al lado del gaucho Martín Fierro, por ejemplo.


El hecho decisivo de Bernie Madoff, un chico de Queens que soñaba con convertirse en estrella de Wall Street, ocurrió en 1962, quizás. Como administrador de dinero tenía un puñado de buenos clientes en el estudio contable de su suegro, cuando la Bolsa de Valores -esa dama cautivante pero tan voluble- se dio vuelta y sufrió duras pérdidas. Como todos los demás. Sin embargo, Bernie no quiso afrontar el revés y eligió convertirse en un farsante. Para siempre. Su suegro le prestó el dinero para cubrir la merma de capital y él fingió que había vendido las acciones justo a tiempo. Fue la piedra basal de una reputación de mago de las finanzas que le permitió, a lo largo de varias décadas, edificar el mayor fraude con esquema Ponzi de la historia de la humanidad. Unos 68.400 millones de dólares se evaporaron en el aire hace casi quince años. Madoff fue condenado a ciento cincuenta años de cárcel; murió amargado en la prisión federal en Butner, Carolina del Norte, a los 82 años. No sólo perdió su bendita libertad. Sufrió el peor de los castigos.


Aquellas fechorías de psicópata narcisista inspiraron una serie documental que Netflix acaba de subir: Madoff: el monstruo de Wall Street. La obra de cuatro capítulos de Joe Berlinger -un experto en estas lides- tiene la dosis sufici6nte de dramatización, análisis profundos, datos, testimonios y ritmo trepidante como para atrapar la atención del interesado en el tema. El mensaje, naturalmente, es el que cabe de esperar de una manufactura cultural como ésta: no se puede confiar en Wall Street.


A partir de los años setenta, Madoff construyó un imperio financiero, cuya sede operaba en el lujoso Lipstick Building. El negocio tenía dos caras; como Harvey Dent, una era espantosa. En el piso 19 del rascacielos de Manhattan, reinaba la luz. Funcionaba una correduría de acciones, en la que trabajan sus dos hijos y su hermano Peter. El vástago de inmigrantes de Europa oriental ganó una reputación de hombre serio, comprometido con la transparencia y el buen funcionamiento de los mercados desde el lunes negro de 1987. Madoff fue uno de los fundadores del Nasdaq (se había especializado en los papeles extrabursátiles) y asesoró al Tío Sam para que no vuelva a repetirse un crac. Unos metros más abajo, empero, se convertía en el doctor Hyde.


EL FRAUDE RECORD


Sin estar habilitado para ello, Madoff seguía ofreciendo sus servicios de asesoría financiera. Es decir, tomaba dinero de inversionistas y supuestamente lo destinaba a la compra y venta de acciones y bonos. Pagaba jugosos rendimientos, por encima del promedio del mercado. Y no perdía nunca. Demasiado bueno para ser cierto. En el piso 17, secuaces, que nunca debieron haber hecho otra cosa que vender autos usados, manejaban las cuentas con programas informáticos fraudulentos. ¿Cuál era el truco? Escuche bien: nunca, pero nunca, el fondo de inversión de Madoff realizó transacción alguna. Las ganancias puntuales que se pagaban a los clientes se cubrían con el aporte de capital de un inversor nuevo. De esto se trata un esquema Ponzi.


Se calcula que Madoff logró recaudar unos 19.000 millones de dólares de incautos de tres continentes, por lo menos. ``El enorme fraude de Madoff comenzó entre amigos, parientes y conocidos de clubes de campo en Manhattan y Long Island, una población que compartía su interés declarado en la filantropía judía, pero finalmente creció para abarcar importantes organizaciones benéficas como Hadassah, universidades como Tufts y Yeshiva, instituciones, inversores y familias adineradas de Europa, América Latina y Asia'', escribió The New York Times en el obituario del malhechor. No sólo se enriqueció en un nivel obsceno (tenía una mansión en el sur de Francia, otra en Long Island y un avión del mismo color que su oficina, por ejemplo) con el boca a boca. También se nutría de fondos alimentadores -como el Fairfield Greenwich y el Bank Medici-.  Grandes, medianas y pequeñas instituciones ofrecían a sus clientes los servicios del pillastre. Nadie se hizo cargo de nada.


Cuando la pirámide se derrumbó en 2008 -porque colapsó el mercado global, no porque lo descubrieran- quedaban sólo u$s 300 millones en la cuenta bancaria de Madoff. El financista debió confesarle a sus hijos la mentira más grande del mundo y fue arrestado por el FBI. Los daños fueron devastadores; hubo desesperación y dos suicidios; las ganancias espectrales habían inflado el fondo hasta los 68.400 millones de dólares. No sólo fue una molestia para ciertos ricos y famosos (como Steven Spielberg); cientos de familias vivían de sus retornos sorprendentes.


¿POR QUE PUDO?


La serie ofrece respuestas certeras a la pregunta más elemental del hombre de la calle: ¿Como fue posible el Madoff monstruoso? En el caldero de brujas del piso 17 se mezclaban la audacia del protagonista, la ayuda de cómplices poderosos, la codicia de los inversores, una suerte increíble y la incompetencia y venalidad de las autoridades de Estados Unidos.


¿Dijimos cómplices? Mencionemos al picapleitos Jeffrey Picower, quien cubría los retiros del fondo fantasma cuando estallaba una crisis circunstancial, a cambio de cuantiosos beneficios. Este abogado fue encontrado muerto en una piscina en 2009. Su viuda aceptó saldar con su patrimonio las demandas presentadas por el fideicomisario de Madoff, Irving Picard, por 7.200 millones de dólares, la mayor incautación individual en la historia judicial estadounidense, según la Wikipedia.


Debe usted saber que señales de alarma no faltaron, pero fueron ignoradas por la Securities and Exchanche Commision (SEC), el ineficaz vigilante de los mercados estadounidenses. Harry Markopolos, valeroso estratega de Rampart Investment, les entregó detallados informes que mostraban la imposibilidad matemática de las ganancias de Madoff. Enviaron novatos a investigarlo; y en 2005, ¡por fin!, ante la ausencia de contrapartes (las operaciones bursátiles deben quedar registradas en alguna parte) le exigieron al canalla que abriera sus archivos. Bernie fue sólo a la guarida del león estatal -una rareza en Wall Street- y les entregó el número de una cuenta donde supuestamente movía la plata. Volvió a su casa y pasó un fin de semana con el corazón en la boca, esperaba que lo detuvieran de un momento a otro. La cuenta estaba en blanco, ¡pero la SEC jamás lo verificó! El pillo ganó otros tres años de gracia. Así funciona el país más avanzado del planeta, nos enteramos gracias al thriller financiero de Netflix


La serie, de impecable factura técnica, nos advierte que los récords nacieron para ser quebrados. Es cuestión de tiempo la aparición de otro Madoff. El jueves pasado la SEC desveló que ha remunerado con 18 millones de dólares a tres buchones que con la información que aportaron facilitaron el  desmantelamiento de un fraude bursátil.


De hecho, en la Argentina hace poco tuvimos otro animalito de pelaje similar al de Madoff haciendo de las suyas con personas ingenuas. Y con personas codiciosas, porque si algo nos queda en claro después de los cuatro capítulos apasionantes es que la codicia es pésima consejera. Si es demasiado bueno para ser cierto, 99,9 % que se trata de un fraude. Sus ahorros -los de su familia- son tan valiosos como su trabajo, amigo lector. Y tenga en cuenta una constante histórica: todo el mundo suele negarse a ver que el emperador está desnudo.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy buena

sábado, 21 de enero de 2023

Un pedigrí


Somos lo que nuestros padres hacen con nosotros. O lo que hacemos contra nuestros padres. Al Premio Nobel de Literatura 2014 no le tocaron buenas cartas. El padre fue un judío de la Toscana, establecido en París y aficionado a los negocios turbios, que siempre quiso quitárselo de encima. La madre, una actriz frustrada, nacida en Flandes, de la cual no ha podido recordar nunca "ni un ademán de ternura auténtica o de protección''. Dos personas fracasadas. La infancia y la adolescencia de Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt 1945) fueron un desastre pero -como escribió Shakespeare- Dios corta el mazo y reparte las cartas, pero es el hombre el que la juega.­

Ese muchacho mal querido, confinado en un internado siniestro tras otro, se las arregló para convertirse un escritor de renombre en Francia, la más literaria de las naciones, según la opinión de un tal Jorge Luis Borges. Y Modiano perpetró una especie de parricidio en letra impresa. En 2005, publicó Un pedigrí (Anagrama, 129 páginas), uno de los ajustes de cuentas contra los padres más elegantes que se ha publicado en la literatura occidental.­

¡Qué hermoso libro!, no puede uno sino exclamar al término de sus avaras páginas. No se trata de una de esas novelas-faro que definen una época, pero la experiencia de lectura siempre es agradable. Monsieur Mondiano nos permite recorrer un cuarto de siglo de la historia de Francia; desde la Ocupación hasta bien entrados los sesenta. Desfilan una galería de fantasmas vinculados a los Modiano-Bogaerst, esa pareja de corazón seco, o al propio Patrick en sus desdichados años formativos.­

Hay postales deliciosas; no se trata de una obra rencorosa o triste. Nos sorprende, por ejemplo, que en el internado de Saint-Joseph de Thones, en la Alta Saboya, era imposible leer Madame Bouvary, allá por 1962, sin el permiso especial del profesor de francés, el padre Accambray. Al joven Mondiano lo suspendieron tres días por haber hincado el diente en El trigo en ciernes.­

El narrador escribe en primera persona, aplica delicadas técnicas de complicidad y se establece firmemente en la esa rama de la literatura francesa a la que podríamos llamar cartesiana, pues se destaca por la claridad sublime de una prosa que nada tiene que envidiar en legibilidad -sin perder un gramo de relevancia- a la producción típica del otro lado del Canal de la Mancha.

Soy un perro que hace que tiene pedigrí, estableció Modiano al principio. También deja asentado en la página 45:

"Dejando aparte a mi hermano Rudy y su muerte, creo que nada de cuanto cuente aquí me afecta muy hondo. Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un curriculum vitae, a título documental y, seguramente para liquidar de una vez una vida que no era la mía''.

¡Vaya tipo! Quien pudiera escribir y vivir sin ser esclavo de las emociones.­

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

domingo, 15 de enero de 2023

El fin del 'Homo soviéticus'

 


En 2015 la comunidad libresca discutió si era razonable que una persona dedicada al periodismo recibiera el Nobel de Literatura. La obra que venimos a recomendar prueba que sí, que fue un acto de estricta justicia artística galardonar a Svetlana Aleksiévich (1948) . ¿Acertaron de casualidad por razones extraliterarias o aún quedan partículas de sabiduría en la cuestionada Academia Sueca? Vaya uno a saber.


El fin del Homo Soviéticus (Editorial Acantilado, 643 páginas) fue entregado a la imprenta en 2013. Es un colosal fresco de esa entidad platónica que conocemos con el nombre de Rusia. Abarca ochenta años de historia. Desde Lenin hasta la llegada del zar Vladímir (Putin) a la presidencia. Svetlanaatrapó el habla y el alma de un pueblo y lo volcó al papel con una impecable calidad literaria. Es una de las mejores novelas documentales de nuestro tiempo , urdida con historias personales que se leen como si presentan cuentos excelentes.


La gran dama de Bielorrusia observa el mundo como escritora, no como historiadora o periodista. Comparte con Borges una hermosa convicción: 

"Un pedacito de literatura asoma de repente, a veces en el lugar más insospechado".

En el prólogo, la autora expone sus cartas. Dice que su intención fue "escuchar honestamente a todos los actores del drama del socialismo" . Víctimas y verdugos. Cuatro generaciones son llamadas a escena: la de Stalin, la de Jruschev, la de Breznhev y la de Gorbachov. Oímos decenas de voces atormentadas; desde un funcionario del Kremlin a la de una simple costurera, desde un guardián del gulag hasta la hija de un asesinado en esos aberrantes campos de trabajo. Página ciento cuatro: "No hay quien pueda medir o pesar el tamaño de lo que han tenido que sufrir los rusos" .Pero no sólo ellos: oímos a inmigrantes tadyikos, a refugiados armenios, a mártires de la guerra civil en Georgia, a descendientes de las hambrunas en Ucrania diseñados por el terror estalinista. 


Libros como éste son imprescindibles, en el sentido que lo son los de Aleksander Solzhenitsyn (1), Primo Levy (2) y Boris Pahor (3). Se ha dicho que en 1917 un idealista podía militar en el comunismo; en 1938, un desinformado; hoy en día, un cretino, un canalla o un cómplice. La dictadura del proletariado es una de las peores tragedias que se abatió sobre la humanidad. Página 23: "Comunista es aquél que ha leído a Marx; anticomunista el que lo ha comprendido".


El libro muestra también las semillas que permitieron el crecimiento de una planta monstruosa de estos días: el pseudototalitarismo de Vladímir Putin. Es posible, incluso, trazar parámetros entre la "campaña de Finlandia" de 1937 y la "operación especial en Ucrania" de 2022/23. "Si hubiésemos sabido que un coronel de la KGB iba a terminar como presidente de la Federación Rusa", se lamenta un joven. ¿La esclavitud complace a los rusos? ¿Son un pueblo proclive a la guerra? ¿Su mentalidad pide gritos un zar? No hay respuestas definitivas en este texto fascinante. "Dar libertad a los rusos es como proporcionar anteojos a una comadreja", sentencia un apparatchik


Deja Svetlana un mensaje para los plumíferos argentinos, tan proclives al mensaje 'progre'. Definitvamente, las barricadas no son un buen lugar para el escritor:


"Son una trampa. En las barricadas la vista se nubla, las pupilas se contraen, los colores se difuminan. Desde las barricadas se ve un mundo en blanco y negro donde los hombres se convierten en los puntos negros que hay en el centro de las dianas...".


Guillermo Belcore


Calificación: Excelente


(1) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2011/10/la-casa-de-matriona-ii.html


(2)

https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2008/02/triloga-de-auschtwitz.html


(3)

https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2013/08/necropolis.html


lunes, 19 de diciembre de 2022

Tres novelas familiares

 


Uruguay no ha perdido la capacidad de sorprender. Es la tierra de narradores raros -aunque escasos-; es la tierra de Felisberto, Onetti y Levrero. Añadimos a nuestra cartografía -siempre provisional e incompleta- a la señora Ana Grynbaum. Se ha publicado en Buenos Aires un volumen que encierra tres de sus novelas. De esta singular y desafiante escritura -no sin belleza e inteligencia- hablaremos a continuación.


Primero, el contexto. Grynbaum fundó en Montevideo el sello editorial Los libros del inquisidor, junto a su marido Ercole Lisardi, también escritor. Explicó la emprendedora a la agencia Telam que su propósito es corregir un defecto de nuestra época: "La literatura erótica de calidad y profunda, sin facilismo ni lugares comunes, no abunda, en la literatura en español... el discurso del sexo se ha pasteurizado".


¿Porno literario a esta altura del partido? Sí. Entiende Grynbaum que se limita el arte (y la vida) por un recalcitrante "maremágnum de tabúes". Sin embargo, la tríada que se imprimió en la Argentina es interesante y recomendable no porque despliega Alto Erotismo, sino por sus ideas (filosóficas, psicológicas e históricas), por los argumentos que desarrolla, y por la potencia estética de su estilo. Aunque de tonos muy intensos, el sexo no es un único color en la trama, como ocurre siempre en la buena literatura. Al fin y al cabo, las tres obras, con sus heroínas resilientes, concluyen redondeando un mensaje bastante convencional. Sólo el amor salvará al mundo.


Tres novelas familiares (469 páginas, edición 2022) incluye pues los siguiente títulos: El hombre que pudo haber sido, La conquista del deseo y Un asiento demasiado confortable.


En la primera nouvelle, un antropólogo israelí (Iaír) llega a Montevideo para estudiar a los judíos nacidos en Europa que todavía viven en la capital uruguaya, pero cae en una casa de pesadilla. La segunda nos lleva de la mano a la iniciación en el placer de una jovencita (Iara) en los opresivos años ochenta. En la última, una mosquita muerta (Leila) se evade del calvario familiar en el sillón que un vejete repulsivo -""verdadero artista de la succión genital femenina""- esconde en la trastienda de su cuchitril.


EL DECALOGO DE G.


El lector encontrará en el volumen diez elementos destacados, por lo menos:


1) En alguna medida, las tres son novelas de formación (bildungsroman), relatos de iniciación, formación o aprendizaje. Narradas en forma de evocación, van desde los deseos insatisfechos hacia la autorrealización. "Uno tiene la obligación de darse las oportunidades de vivir, de hacer las cosas que podrían eventualmente generar la felicidad o algo emparentado con ella...", se establece en la página sesenta y seis.


2) Personajes sin atributos remarcables, sujetos a la maldición de la infelicidad, pero que se las arreglan para salir adelante.


3) Reflexiones sobre los retorcidos senderos del deseo. La dependencia del goce, que incluso engancha a algunas personas libidinalmente a un estilo maldito de hacer las cosas mal, o al ejercicio de la maldad, como la madre de Leila (¿es éste el libro de las madres crueles?).


4) Podredumbre doméstica. La urdimbre describe atmósferas malsanas en el hogar, donde también ocurre la indignidad, la deshumanización del ser humano. Como la que han construido, Bernardo y Clara -anfitriones de Iaír-, "37 años de vida matrimonial: se revolcaban en el goce del mutuo maltrato como los cerdos en el barro". Así, Grynbaum nos advierte que "la novela familiar se ha convertido en una serie criminal con toques de humor sádico".


5) El cultivo del feísmo nacional. Montevideo es gélida, gris, anodina, maloliente. Uruguay, el "País de todos los quietismos". Grynbaum declara su fastidio, su desesperación, por el país que pudo haber sido, las promesa batllista incumplida, el progreso abortado... Y uno que pensaba que los argentinos somos los campeones mundiales de las oportunidades perdidas.


6) El libro cavila sobre la condición judía; especialmente sobre el peso abrumador de ser sobreviviente del horror nazi en un tranquilo arrabal de Sudamérica.


7) Estudio de la mente humana. Grynbaum es psicóloga también y -¡ay!- hace hablar a algunos de sus personajes como si hubieran estudiado durante años a Freud y a Adler. La jerga profesional se convierte en un ripio. Verbigracia: "La fascinación es una forma del deseo congelado".


8) Pornografía. El texto es rico en palabras puercas e incluye escenas revulsivas. Somete a escrutinio neurótico, por caso, la obsesión con una lengua camélida de la pobre Leila, ""una marioneta en disputa por las fuerzas opuestas de la fascinación y la repugnancia"...


9) Denuncia del sistema de salud, sus estrategias comerciales y su deshumanización del paciente. Llega a compararlo la autora con los campos de concentración hitlerianos por reducir a un número a las personas.


10) El mensaje y la ideología. Nuestros vecinos, al parecer, no han podido superar el galeanismo, enfermedad infantil de la literatura hispanoamericana. Grynbaum abomina, una y otra vez, del mundo pequeñísimo burgués,. Vivir acumulando cosas y venerarlas como ídolos es ruin, los shoppings son horribles, fruslerías de ese tipo.


Pero a la autora le interesa, principalmente, brindar otro mensaje existencial: "En la vida lo esencial es realizarse", leemos. Podría suponerse que hay una sentencia de Nietzsche que le gustaría grabar en piedra: "Conviértete en lo que eres". 


Es razonable la consigna de violar las puertas de la ley (que por supuesto están sin llave) para muchachas buenas oprimidas por la rigidez familiar y social, pero a cualquier comunidad le resultaría problemático si todos nuestros semejantes la llevan a la práctica hasta sus últimas consecuencias. 

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa.


Calificación: Bueno

sábado, 3 de diciembre de 2022

El pintadedos


Santa Fe de la Vera Cruz encierra un secreto. Un secreto que, afortunadamente, está saliendo a la luz. Es el hogar de uno de los mejores escritores vivos; Carlos Catania (1932) se llama. Este blog algo contribuyó para que se reimprimiera en 2013 Las Varonesas, su primera novela (1). Ahora, la Universidad del Litoral y el sello Serapis -con el mecenazgo del gobierno provincial- rescatan la segunda novela de Catania. Bien, por ellos. El pintadedos (404 páginas) es otra obra extraordinaria, ubérrima en forma y contenido; ambiciosa y desmesurada en el mejor sentido de ambos términos, en el sentido que quiere, desde lo particular, abarcar toda la condición humana.


El pintadedos, entregada a la imprenta por primera vez en 1984, va a quedar si es que aún quedan buenos lectores en la Argentina, y en la hispanósfera en general. No nos hacemos muchas ilusiones con los críticos, con los diaristas, en especial. La mayoría no está dispuesta al esfuerzo de la Alta Literatura; son contados con los dedos de la mano los que no fueron cooptados por el esnobismo, la cobardía o el amiguismo. Pero eso es otro asunto.


La trama nos lleva a fines de los setenta. Viajamos a un pueblo de Santa Fe, un enclave de inmigrantes prósperos que el excelente posfacio de Rafael Arce identifica como San Carlos (Departamento Las Colonias). Después de tres décadas, vuelve a su lugar natal Carlitos, el Bizco. Es un técnico de la Policía de Santa Fe, el dactilóscopo, es decir "el pintadedos", el identificador de cadáveres, le pinta los dedos a los muertos. La colonia está alborotada por un maníaco, necesitan ayuda de la Capital.


Carlitos ilumina el pasado con una linterna magma. Andanadas de nostalgia en bruto lo asaltan ("...lo más parecido a un vínculo humano es el lugar de nacimiento..."); posterga la visita a los padres pero se reencuentra con sus amigos de la infancia, el Chilín (ahora comisario), el gordo René (ahora industrial), el Bonzo (ahora...). Mientras tanto, desde Tucumán, una columna del Ejército marcha hacia San Carlos para cazar al último líder de la guerrilla, el Indio.


El sentido del libro se arma de a poco; es uno de sus agrados pero conviene la relectura. Catania reconstruye toda la mísera existencia de Carlitos, incluso su concepción y el parto. "Los Inseparables" se autodefinía la barra de sus años púberes; atesoran un secreto tremendo que deja como alfeñiques a la pandilla de It. El misterio se vincula con Moira, una forastera resentida pero con ancas perfectas que inició a los cuatro chicos en el sexo con orgías memorables. También se retrata al pueblo, sobre el que pesa una maldición aborigen. Todos los personajes son interesantes. El elemento fantástico irrumpe con elegancia encarnado en dos retrasados mentales, el Palomino y la Delfita, Los mogolitos.


AÑOS DE PLOMO


La urdimbre añade otros dos hilos narrativos, con el que Catania quiere aportar una explicación oblicua sobre la guerra sucia y sobre la locura de esos dos demonios que atormentaban a la Argentina en los años de plomo. Por un lado, añade la Interpolación de los Perseguidores, puros diálogos entre un Cabo Mayor y un soldado que integran la Brigada Antisubversiva. Por el otro, las cartas de una Madre de Plaza de Mayo, que nos hunden en los laberintos kafkianos e infernales de la represión ilegal. Si en Las Varonesas teníamos el duelo centroamericano entre El Castor y El Flaco Mendieta, aquí la contienda fundamental la libran un general-filósofo (El Camello) y un Guevara santafesino (el Indio). Dios nos libre de aquellos que vomitan discursos humanistas pero obran como el Maligno, parece ser el mensaje.



Al final del libro, uno llega a otra conclusión: Carlitos, el Pintadedos, es uno de los inolvidables personajes de la novelística argentina. Es el hombre gris que carece de ambiciones y no quiere que le concedan atributos. Un viudo con una hija pequeña que vive para su monótono trabajo. Dice que "aguarda, sin tristeza, el soplo que lo conduzca a la diestra de la nada"... La maestría del escritor hace que nuestro Bartebly, nuestro Akaki Akákievich, sea arrastrado a extremos desconocidos "durante los cuales cree tener en sus manos poderes incontenibles de esperanza y destrucción".


Es enorme la caja de herramientas con la que trabajó Catania. Tejió una trama fascinante en la que ocurren hechos espantosos, incluso repugnantes. Los organizó en una compleja arquitectura narrativa que exornan distintas perspectivas y procedimientos, como el diálogo filoso, el párrafo de varias páginas, la digresión interesante, la indagación psicológica, el informe técnico, el barroquismo, la analepsis, la disquisición filosófica, la sentencia grave, la escena conmovedora y algún otro que se nos escapa.


El profesor Arce define a la literatura oceánica de Catania como un "nihilismo lúcido", o "realismo pesadillesco". Es correcta la descripción. El santafesino es nuestro Celine, sin su ideología demencial. O nuestro Onetti. Sentencia su Pintadedos que "el mundo es un barómetro oscilante, entre la inmundicia y la fe...", en el que tenemos "una ínfima oportunidad de ser dignos, en una existencia que será, en su mayor parte, corrompida por el vacío y la imbecilidad".


Arce tiene razón en otra cosa. Las dos novelas tremendas de Catania -Las varonesas y El pintadedos- no tienen parangón en nuestra literatura nacional. Tiene que quedar, diría Borges.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa


Calificación: Excelente


1) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2013/03/las-varonesas.html

jueves, 17 de noviembre de 2022

El camino blanco


Cuando cayeron los ángeles que se rebelaron contra el Señor, uno de los lugares que se les asignó para el destierro fue la Tierra. Aquí perdieron su belleza y fueron condenados a vagar hasta el fin de los tiempos. Algunos se aparearon con mujeres que procrearon a la raza de los gigantes (los
Nifilim), felizmente exterminada por el pueblo de Israel, dice el Zohar. Otros siguen entre nosotros desviando a la humanidad del camino del alma. Hay ángeles caídos que obran directamente; hay otros que se apoderan de un cuerpo. Pero el Altísimo tiene sus espadas para combatir el mal y reestablecer el equilibrio. Una de ellas es el detective Charlie Parker, el azote de los desviados. Sufre un trastorno parapsicológico, tiene el don de la alteración transitoria de la percepción que le permite descubrir a los agentes de las tinieblas.


Tan fascinante teología es la sal de la magnífica saga Charlie Parker inventada por el irlandés John Connolly (Dublin 1968), pero ambientada en Estados Unidos. Es una literatura más norteamericana que el  pavo de Acción de Gracias, pero rompe el estereotipo de la novela negra con la inclusión del elemento metafísico.


En El camino blanco (Tusquets, 464 páginas, primera edición 2002), cuarta entrega de la saga, Parker se enfrenta a dos criaturas demoníacas. El predicador Aaron Faulkner, que esta a punto de salir de la cárcel por tecnicismos; y al matón Kittim, personificación de todos los odios y los temores de los movimientos racistas militantes.


El enfrentamiento final con Faulkner ata los cabos sueltos de la entrega anterior, por lo que conviene leer primero Perfil Asesino, para que el deleite intelectual y estético sea pleno. Pero les lectores avispados no dejarán de disfrutar The White Road, que incluye también -como es norma en la saga- un enmarañado caso policial, que se hunde en la podredumbre del pasado. En esta ocasión, el pretérito esclavista.


Convocado por un viejo amigo en estado de desesperación, el detective privado cruza la Cortina de Magnolia. De Scarborough (Maine), donde vive con su segunda esposa, Rachel, embarazada, vuela a Charleston (Carolina del Sur). Investigará un asunto que quema las manos. Un joven negro es acusado de asesinar a golpes a su novia blanca, hija de uno de los hombres más ricos del estado. La evidencia lo condena, pero el chico jura por lo más sagrado que es inocente. Parker deberá lidiar con el Ku Klux Klan, con la policía y la mafia local, y con una red de mentiras densa y oscura como las aguas del Aqueronte. ¿Dijimos que los casos difíciles son su especialidad? Y necesita éste "como tener escorpiones dentro de sus zapatos".


La novela urde cuatro o cinco líneas argumentales. Se toma su tiempo para narrar hechos tremendos. Encontrarán los aficionados a la literatura de Connolly un bonus track: un detallado relato del pasado de Angel y Louis, los dos sicarios que trabajan para Parker (y lo honran con su amistad incondicional). La pareja gay está del lado de los buenos, sólo eliminan a la escoria de Satán.


Algo hay que decir siempre del estilo. Connolly, graduado en filología inglesa en Dublin, ha logrado el tono justo del subgénero. La réplica filosa como una katana, la hipérbole, la ironía y el sarcasmo, la crítica social y moral, el tallado estupendo de personajes secundarios son herramientas que maneja con admirable destreza. Qué magnífica evasión es la novela policial, ¿no?

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno

viernes, 11 de noviembre de 2022

Raúl Alfonsín. El planisferio invertido



P. Gerchunoff


Un libro para ser memorable debe dar con un símbolo que se apodere de la imaginación de la gente, escribió Borges en su prólogo a Francisco de Quevedo. Homero tiene a Príamo que besa las homicidas manos de Aquiles; Dante, los nueve ciclos del infierno y la Rosa; Kafka, sus crecientes y sórdidos laberintos, ilustró el maestro. El último libro del historiador Pablo Gerchunoff (Buenos Aires, 1944) trae una imagen que se apropia de nuestra mente y aguijonea nuestra memoria: en la Pascua de 1987, Raúl Alfonsín reza en la capilla de la Quinta de Olivos (¿arrodillado?) antes de volar hacia Campo de Mayo para negociar con los sediciosos carapintadas. El Presidente de la Nación pidiéndole al Omnipotente fortaleza y sabiduría para que la sangre no vuelva a correr en la Argentina.


Cuando en unas semanas, los críticos elijan los libros del año es muy probable que incluyan Raúl Alfonsín. El planisferio invertido (Edhasa, 460 páginas), biografía del primer presidente de la democracia, recuperada en 1983 y consolidada gracias a su acción en el poder y en el llano, según propone Gerchunoff. "La de 1976 fue la última dictadura de la historia argentina y fue la última, en buena medida, gracias a Raúl Alfonsín", es, en efecto, una de las conclusiones de este ensayo esclarecedor, polémico e interesante. ¡Ah!, y bien escrito.


Este es, pues, el rasgo feliz de Don Raúl Alfonsín que Gerchunoff ofrece a la posteridad: El arquitecto institucional. El caudillo demócrata que soñó con ambiciosos programas reformistas con base obrera y republicana y sabor socialdemócrata. El político de raza, apasionado (nada se hace en la Historia sin pasión, escribió Hegel), quien, aunque conservador de costumbres, desafió y dio vuelta algunos aspectos de la Argentina tradicional. Su inspiración política alcanzó dos cimas: 1983, cuando alcanzó el poder tras derrotar al peronismo; y 1994, cuando gobernó la Convención Constituyente. La obra de un orfebre.


Digamos que el autor, además de culto y experimentado, es un hombre honesto. Luces y sombras son parejamente señaladas en el libro, con la apropiada distancia afectiva, pues Gerchunoff fue funcionario del Ministerio de Economía con Alfonsín y De la Rúa. Al fin y al cabo, el sujeto de estudio llevó a la venerable Unión Cívica Radical a uno de sus momentos más gloriosos de su Historia, y poco después casi selló su extinción.


AL LIMITE DE LO IMPOSIBLE


La biografía se organiza en cuatro partes: "La muerte de Alfonsín (31 de marzo de 2009)"; "La construcción de una personalidad política (marzo de 1927-octubre de 1983)"; "¿Qué podía salir bien? (10 de diciembre de 1983-8 de julio de 1989)"; Gobernar desde el llano" (9 de julio de 1989-28 de octubre de 2007). 


Naturalmente, la tercera parte constituye el núcleo incadescente del texto. Las otras tres van con prisa; da la impresión de que al libro le faltan unas doscientas páginas; pasa el investigador por el año crucial de 1983 y por este siglo con botas de siete leguas.


El título alude a un regalo encantador que recibió el Presidente de manos de su edecán naval. Era un planisferio en que el norte estaba el sur; es decir, la Argentina era el centro del mapa. "Yo lo que puedo decir es que ese planisferio invertido suscitaba en Alfonsín, un efecto extraordinario", explicó Gerchunoff en un reportaje reciente. Era un símbolo de su voluntad política, infatigable, quue se sentía capaz de transformar el estado de las cosas, conmovedora incluso, pero peligrosa -a la sazón- para sus conciudadanos.


"El suyo fue un gobierno al límite de lo imposible", escribió Susana Lumi en el prólogo. El poder persuasivo de la épica quiso predominar a menudo sobre los grises del realismo político, con penosos resultados. Como si fuese un tahur de pulpería de Chascomus, Don Raúl cultivó, por ejemplo, "el juego de la imaginación, jugando sin dinero, apostando sólo capital político". El libro concluye así aceptando el dictum de Tulio Halperín Donghi: La imaginación de Alfonsín lo llevó demasiado lejos.


Veamos, entonces, los momentos en que la realidad testaruda se impuso durante su paso por la Casa Rosada. Gerchunoff, profesor emérito de la Universidad Di Tella, describe "el triángulo móvil de las corporaciones" que mantuvo en jaque al Presidente del primero al último día de su mandato: la cuestión militar, la cuestión sindical y la cuestión económica ("...fatigantes partidas simultáneas de ajedrez..."). Sólo la primera fue resuelta con eficacia.


Sorprende al historiador "el contraste entre el diseño meditado y complejo -aunque enormemente difícil- de la política militar y la improvisación de la política sindical".


Pero fue la cuestión económica el asunto que venció y humilló al líder radical y lo rebajó al nivel de personaje discutido (y hasta detestado) de la Historia. Es que, estrictamente hablando, las agendas modernizantes del líder radical nunca habían entrado en este campo minado y no sólo por la herencia maldita (crisis de la deuda, régimen de alta inflación), sino también por su defectuoso y decrépito sentido común.


El Alfonsín animal político adoraba a los intelectuales y siempre se empeñó en encontrar una teoría para explicar los hechos. No obstante, desde que llegó a la Casa Rosada nunca contempló como opción el reformismo económico. Entre la Declaración de Avellaneda y el final de su mandato parece no haber aprendido nada en esta asignatura compleja. Fue incapaz de percibir lo que el erudito llama las causas últimas estructurales, es decir "el agotamiento del modelo populista, con su patrón productivo mercado internista y su crisis fiscal estructural".


EL PLAN AUSTRAL


El profesor Gerchunoff explica que, en realidad, el Plan Austral nunca fue plan de estabilización y transformación económica, por eso en nueve meses estuvo liquidado (fue un mero punto de partida). Conjetura que si Cafiero hubiese ganado la interna peronista de 1988, la Patria se hubiera ahorrado la experiencia traumática de la hiperinflación. La inescrupulosidad del tándem Menem-Cavallo resultó letal para una economía agonizante y desequilibrada, pero matengamos a raya nuestra indignación. Al fin y al cabo, hicieron lo mismo que Alfonsín hizo con Frondizi.


Nos revela una ucronía: ¿qué hubiera pasado si Alfonsín hubiera aceptado que el prestigioso Roberto Alemann se hiciera cargo del Ministerio de Economía en abril de 1989 cuando se vio obligado a despedir al fracasado de Juan Sourrouille? El baluarte del liberalismo ya había aceptado, pero el prócer republicano dio marcha atrás. Si hay algo que su ego temió, siempre, fue ser considerado de derecha, un traidor al ideario progresista, un patrocinador de la marea neoconservadora que venía del Norte.


Hasta el último de los días, el caudillo radical quiso que lo encuadraran en las filas de "la socialdemocracia tradicional, enfrentando la agenda de la dependencia, una agenda alejada del reformista (económico), no muy distinta a la de los comienzos de su carrera política". Alfonsín llevó a la UCR al regazo de la Internacional Socialista, pero con una visión anticuada. Admiraba al Laborismo inglés de posguerra; nunca quiso identificarse con Tony Blair.


Entre decenas de anécdotas sabrosas y muchísimas aportaciones intelectuales, el profesor Gerchunoff nos deja en su octavo libro una justísima definición de la historia:


"Es el balance entre monedas en el aire y corrientes profundas, entre azar, voluntad y determinismo. El resultado, como se sabe, es imprevisible".


Nuestra historia de los ochenta tuvo la voluntad titánica de Raúl Alfonsín, el azar de un contexto internacional desfavorable, las corrientes profundas del populismo peronista, el determinismo de la monstruosa deuda externa. Las monedas en el aire fueron el hostigamiento corporativo y los planes económicos. Algunas chirolas salieron cara, otras seca.


Una conclusión tremenda del muy recomendable libro de Gerchunoff es que el Presidente que asuma en diciembre de 2023 (¡falta tanto!) enfrentará el mismo dilema de hierro que encontró Alfonsín en 1983: cómo salir de un maldito régimen de alta inflación, que tanto empobrece a los argentinos, sin hundir al salario real, tan deteriorado en los últimos años. Esta historia circular está matando a la Patria.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno

domingo, 23 de octubre de 2022

Escuela nocturna


Por Lee Child

Blatt & Ríos. 418 páginas


Qué caso extraño son los escritores europeos cuya obra policial es tan estadounidense como la comida chatarra (aunque de mejor calidad). Veamos dos ejemplos contemporáneos. El irlandés John Connolly añadió al universo imaginario al detective Charly Parker y se consagró como campeón del thriller metafísico. El otro notable es Lee Child. Nació en Coventry (Inglaterra) el 29 de octubre de 1954, como James Dover Grant. Ha tallado una vasta saga -francamente apasionante- que describe la vida militar, las mafias y la vida cotidiana de la gran nación americana con la precisión de un relojero suizo. Su héroe es el mayor Jack Reacher, una impresionante masa de músculos con el cerebro de Sherlock Holmes, a quien Amazon Prime le ha atribuido, acertadamente, el rostro del actor Alan Ritchson (1).


Que un sello argentino siga traduciendo la obra de Child es una estupenda noticia. Blatt & Ríos trajo ahora Escuela nocturna. Es uno de esos libros que magnetizan los dedos, que sobradamente cumplen la prueba de excelencia que propuso el rabí George Steiner: ser capaces de atrapar nuestra atención un día caluroso de verano en un vagón de ferrocarril de tercera clase.


Viajamos a 1997. Reacher, ésta es la novedad, aún está en el Ejército. Tiene treinta y cinco años cumplidos y acaba de recibir la Legión al Mérito por haberles volado la tapa de los sesos a dos asesinos en serie de Bosnia-Herzegovina. Su siguiente misión es, a priori, decepcionante. Deberá asistir a un curso forense en una instalación secreta de Virginia. Allí se encuentra con un sabueso del FBI y un analista de la CIA. Otros dos ases, tan desconcertados como nuestro chico. La escuela, naturalmente, es una tapadera.


El Consejo de Seguridad de la Casa Blanca recluta al trío para investigar una amenaza que pone los pelos de punta. Una organización terrorista de Medio Oriente está dispuesta a pagar cien millones de dólares a un ciudadano estadounidense ignoto a cambio de un material desconocido. Qué diablos puede valer tanto y ser fácilmente transportado. Qué clase de arma devastadora desea una naciente Al Qaeda.


La transacción se realizará en Hamburgo. Hacia esa ciudad hanseática viajará el mayor Reacher, secundado por la sargento Frances Neagle, otro perro de presa. Hay, aproximadamente, doscientos mil ciudadanos estadounidenses en la Alemania reunificada. La tarea es colosal y tiene los minutos contados.


La trama consiste, pues, en una formidable cacería humana. Reacher siempre apuesta fuerte; es un juego de posibilidades (remotas). No sólo deberá lidiar con sus jefes, los obstáculos diplomáticos, la policía local y lo azaroso; una mafia neonazi se inmiscuye en el asunto tras percibir el irresistible olor del dinero. La obra tiene otro agrado: redondea una denuncia de la locura de la extinta guerra fría.


Podríamos mencionar otras potencias de la novela. La traducción de Aldo Giacometti es correcta; la prosa de Child es absolutamente funcional a la acción trepidante; y aquí y allá aparecen esas metáforas ingeniosas que caracterizan a la novela negra. Una curiosidad: con los dólares del terrorismo islámico, el villano planea comprarse un "rancho" de doscientas cincuenta mil hectáreas en el centro de la Argentina (sí, nos ven como tradicional refugio de delincuentes), incluso el pillo compra pesos argentinos en Hamburgo para gastos menores. ¿Dijimos que estábamos a fines de los años noventa? Con Carlos Saúl Menem en la presidencia, aún teníamos una moneda nacional.


La conclusión inevitable de la novela es ésta: Lee Child es uno de esos escritores que despierta deseos de agotar su obra. Como Raymond Chandler y James Ellroy. Como Bolaño, Sciascia y Guimaraes Rosa. Como Borges, Chesterton y Pynchon. Como Eco, Nabokov y Steiner. ¿Quien más?

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno


(1) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2022/02/reacher.html