martes, 26 de diciembre de 2017

La zona muerta

Si Donald Trump, como tantos temen, arrastra al mundo a una guerra atómica contra Corea del Norte, Rusia, China o quien sea, este libro entregado a la imprenta en 1979 será considerado profético. El protagonista -un buen chico llamado John Smith- adquirió el don de la clarividencia, gracias a dos tremendos accidentes, con sendos golpazos en la cabeza. Le basta tocar un objeto o la piel de una persona para ver lo que le depara el porvenir. Al estrechar la mano del candidato a la Cámara de Representante Greg Stillson -un buscavidas sinvergüenza, falso como un dólar con la imagen de D`Elía- descubre que llegará a la presidencia de Estados Unidos y causará una hecatombe nuclear, por causa de…. Sudáfrica.

Las similitudes entre el personaje de ficción Stillson y el presidente Trump son escalofriantes: ambos surfean sobre el hartazgo popular con el establishment, ambos carecen de escrúpulos y apelan a las malas artes para destruir a sus adversarios, ambos son populistas de manual. Hay una diferencia fundamental, no obstante: al abyecto Stillson, la prensa lo adora y, como establece Stephen King (Maine, 1947), “los trapos sucios de un político lo son tanto como la prensa quiere que sean”.

La zona muerta es, para quien esto escribe, uno de los mejores libros del rey King. La construcción de personajes y escenas, la delicada introducción de un elemento fantástico en la trama (la precognición), el oído para la cultura popular, el suspenso ( el pobre Johnny esperando con un rifle a Stillson en la galería del Palacio Municipal de Jackson, New Hampshire), la claridad de la prosa, salpimentada con metáforas ingeniosas aunque de bajo vuelo, se amalgaman para convertir a la lectura en un acto muy, muy placentero. Las opiniones políticas y metafísicas del señor King (¡Johnny da un apretón de mano al candidato Jimmy Carter!) también son sensatas. El manejo de la voz interior, algo rústico.

El libro encarna lo que Borges llamaba “una fantasía razonada” (son rarísimas en español, notaba el maestro). El señor King se esfuerza para persuadirnos, con argumentos técnicos, de que, en especiales circunstancias, un ser humano puede ver el futuro. John Smith pasó cuatro años en coma y luego se le despertó un sector del encéfalo ubicado dentro del lóbulo parietal, que tiene alguna afinidad con el sentido del tacto. Las corazonadas de Johnny se desatan, justamente, después de un contacto físico. "La zona muerta" son los recuerdos borrados por el trauma cerebral, en el caso del protagonista, los nombres de calles, carreteras y otras localizaciones.

Muchos críticos remilgados -aunque indispensables- como el sublime Harold Bloom se han negado a reconocer el talento literario de Stephen King. Son sensibilidades imperfectas, como la de cualquiera de nosotros: todos, al fin y al cabo, nos negamos a reconocer que puede haber algo allí, en aquello que por alguna misteriosa razón no nos agrada. Este blog, por el contrario, sostiene la tesis de que el rey del terror es uno de los mejores escritores contemporáneos -aunque muy desparejo- que ha hecho más meritos que una Herta Müller o un Le Clezio para el Premio Nobel. La zona muerta es una magnífica puerta de entrada a su vasta creación.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


sábado, 23 de diciembre de 2017

Variaciones postales

Por Kazimierz Brandys

Adriana Hidalgo. 261 páginas. Novela

Polonia es la cultura católica clavada como una especie de larga espada entre la tradición bizantina de Rusia y el paganismo prusiano, escribía admirado G. K. Chesterton en los años treinta. "El elemento religioso es el elemento real. Y si alguien conoce a Irlanda, Italia o Baviera comprenderá con mayor o menor exactitud lo que eso significa", añadió en uno de los magníficos artículos que escribió en favor de una nación triplemente seccionada por invasores (Véase esa magnífica colección de ensayos titulada El fin del armisticio). La polaquidad tiene puntos de contacto con la Argentina resulta inevitable concluir. En efecto, cierto aire de familia se percibe en una gema rara que el sello Adriana Hidalgo -especializada en delicatessen- trajo a la Patria.

Variaciones postales es un recorrido fascinante por doscientos años de historia de Polonia, aunque a vuelo de vencejo. Fue entregada a la imprenta en 1972. Su autor, Kazimierz Brandys, llega por segunda vez a nuestro idioma, confirmando una sospecha: la literatura de Centroeuropa -tiene un valor similar al del oro- es una cornucopia que aún está lejos de haberse agotado para los hablantes de la segunda lengua mundial, el español.

Polígrafo burgués y judío que nació en Lodz en 1906 y logró sobrevivir de milagro a los dos diabólicos totalitarismos del siglo XX (Hitler y Stalin fueron la cumbre del antisemitismo), militante comunista renegado porque el marxismo cuartelero renegó de él, Brandys hizo la evolución más noble para un intelectual tras la Cortina de Hierro: de héroe del realismo socialista a disidente, y de disidente a exiliado. Murió en París en 2000.

Con ingenio estilístico, construyó la segunda obra que llega al español. Cada capítulo es una carta que un padre envía a su hijo más la respuesta filial correspondiente. Comienzan las misivas en 1770 y concluyen dos siglos después. Escuchamos, generación tras generación, a los Zabierski. ¡Qué familia de locos!

Se ha dicho que los pueblos de Europa oriental han sufrido en su piel más Historia de lo que una nación común y corriente puede soportar. Jakub Z. cayó en manos de los turcos y terminó yaciendo con una mona. Michas Z. fue reclutado por la francmasonería. Seweryn Z. acompañó a Napoleón en su ofensiva hasta Moscú y en la catastrófica retirada -hostigado por neviscas, lobos y cosacos- se devoró una pierna para sobrevivir. Jan Nepomucen se arruinó por haberse enemistado con sus compatriotas de la diáspora. El zarismo desterró a Hubert Z. a Siberia. Julián Z. fue manipulado por la Ojrana y años más tarde escandalizó a la Varsovia independiente con un corrompido sanatorio de hidroterapia. ¡Qué clan singular el de los Zabierski!

Además de la ingeniosa arquitectura, la facilidad para acuñar sentencias y la indagación sobre los rasgos de una gran nación, el libro también interesa por su reflexión en torno a la narrativa histórica, impostura que forma parte de lo que los argentinos hemos llamado el relato después de doce años de sistemáticas mentiras oficiales.

"El pasado se hereda en forma de memoria social para un uso general. El momento en el que se convierte en Historia suele ser frívolo", establece Brandys. Canallas o chiflados del pasado -como los Zabierski- llegan al presente en ropajes de héroes. El mito es hijo bastardo de la necesidad política, pero se trata, al fin y al cabo, de una enfermedad universal. En nuestro atribulado arrabal de Occidente, por citar un caso, los asesinos de los años setenta son hoy justificados -y hasta reverenciados- como patriotas o jóvenes idealistas.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

domingo, 3 de diciembre de 2017

Bolaño, ese gran cuentista

La lectura de esta obra -entregada por primera vez a la imprenta hace veinte años- permite concluir que el polígrafo Roberto Bolaño (1953-2003) fue también un magnífico narrador de cuentos. Podría decirse que no hay textos flojos en su primer libro de relatos. Se disfruta de cabo a rabo.

Llamadas telefónicas (Alfaguara, 228 páginas) parece compuesto bajo influencia de la literatura bonaerense, "probablemente la mejor en legua española del siglo XX"", como se declara en la página diecisiete. Bajo la espléndida sombra de Borges se escribieron buena parte de los catorce cuentos. Se percibe esto no sólo en el desapego de la prosa, sino también en el respetuoso plagio de Historia universal de la infamia, apuesta narrativa que proviene en primera instancia de Marcel Schwob y que consiste en persuadir al lector de que la existencia de cualquier mísero farandulero resulta tan interesante como la de William Shakespeare.

Hay que decir, no obstante las influencias, que la escritura hace alarde de la sencillez y el encanto dúctil que caracteriza la obra madura de Bolaño. Esa música envolvente, un ronroneo podría decirse, tiene la cualidad del oro. Queda aquí demostrado que el escritor chileno era un gran contador de historias, incluso con un dejo de John Cheever: esa sensación flotando sobre los textos de que un desastre está por ocurrir de un momento a otro, pero nunca acontece nada extraordinario. "Vida de Anne Moore" ilustra tan feliz procedimiento.

UN HOMENAJE


El primer cuento se titula Sensini. Se ha establecido que uno de los personajes principales es nada menos que el enorme Antonio Di Benedetto, camuflado tras el nombre de Luis Antonio Sensini, literato argentino malviviendo en Madrid, el mejor ""en esa generación intermedia de escritores nacidos en los años veinte después de Cortázar, Bioy y Mujica Laínez"", "autor de una de esas novelas que hacen lectores", llenando la olla y pagando el alquiler con el dinero de los concursos literarios, pues al igual que el narrador sus relatos -con distintos títulos- salen a pelear en las provincias. Los cazarrecompensas (Di Benedetto y Bolaño) forjan una amistad epistolar. Es una historia triste, melancólica con brillantes indagaciones artísticas. "El mundo de la literatura es terrible, además de ridículo", se advierte.

El tono borgeano de Henri Simon Leprince, un escritor fracasado en la Francia de la ocupación nazi, es demasiado evidente. Enrique Martín también retrata a un plumífero de bajo estofa, que quería ser poeta y termina escribiendo para una revista de sucesos paranormales. "Para disfrutar del arte no hace falta hacer el ridículo, no hace falta escribir ni arrastrarse", es un consejo de Bolaño que los aspirantes argentinos al Parnaso no deberían pasar por alto. Una aventura literaria redondea una sátira precisa de los celos que cunden entre literatos colegas ("colega, esa palabra atroz").

Afirma Bolaño que la muerte y el amor son las dos únicas cosas verdaderas de la vida. Quizás por eso atesora el volumen un puñado de conmovedoras aventuras del corazón. Llamadas telefónicas describe con la precisión de un láser la psicología de un enamorado. La nieve es la historia de un exiliado chileno en la Unión Soviética que tiene la mala suerte de enamorarse de la querida de un capo de la mafia. Clara y Compañeros de celda son dos ejemplos cabales de la preferencia del vate chileno por los vínculos contrariados, imposibles, que siempre concluyen en una vía muerta.

Otro eje temático es la superstición verbal, la creencia de la magia de las palabras. En 1941, un soldado sevillano salvó su vida en el Frente Ruso porque sus verdugos confunden "coño" con la ululante "kunst" ("arte" en alemán).  

Detectives está urdido sólo con diálogos. Conversan dos policías en la ruta y a la superficie afloran las iniquidades de 1973 y el dulce habla chilena. ¿Cachai? Joanna Silvestri, monólogo interior de una actriz porno postrada en una Clínica de Nimes, no tiene un sólo punto y aparte. Se trata de otra hermosa exhibición técnica de uno de los pocos autores latinoamericanos esenciales de nuestro tiempo.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Economía de La Prensa

Calificación: Muy bueno