domingo, 30 de agosto de 2009

Gran Sertón: Veredas, en El Fuelle.

Diario de un lector exaltado VIII

Barrio de Almagro (Medrano y Bartolomé Mitre). 1.30 P.M.

Vamos hacia Palermo Viejo en busca de un lugar apacible para leer y almorzayunar, es decir lo que los yanquis llaman un brunch. Las terrazas o las veredas de Baraka son la primera opción. Tengo antojo de sus muffins de nuez o frutos del bosque.

En la esquina, María de los Angeles descubre que no tiene el calzado apropiado para caminar veinticinco cuadras. Colectivo o taxi. Vamos a la parada del 151. Un minuto después, me percato de que los treinta grados y pico a la sombra no son una broma. Mejor nos quedamos en el barrio. Elegimos El fuelle, una nueva confizzería que se ha ganado un lugar en el corazón de los almagreños a fuerza de porciones generosas y precios muy razonables. Las meseras, por lo demás no están nada mal.
Mi pareja encarga una ensalada de arroz blanco, zanahoria, tomate y pollo con agua mineral. Teme las iras de su nutricionista. Yo, animalejo de costumbres perversas, voy con el infaltable café con leche secundado con un sándwich de muzzarella, tomate y aceitunas en pan casero, que aquí tiene el tamaño de una zapatilla de Bauza.

Tengo sobre la mesa una obra de arte. La Argentina intelectualoide, siempre tan pendiente del último rizoma francés o la novedad neoyorcaliforniana, nunca la ha celebrado como corresponde. Cuando publique la reseña en el blog, deberé aplicarle una calificación ad hoc, muy por arriba de “excelente”. Gran Serton: Veredas es un libro im-pres-cin-di-ble. ¿Soy claro?

Es maravilloso que un sello nacional en franco ascenso se haya animado a reimprimir la obra maestra del Brasil. Adriana Hidalgo invirtió, incluso, en una nueva traducción. No me siento capacitado para juzgar la técnica de Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar. A mí me parece magnífico su trabajo. No le he pescado ni un ripio. Doy fe que los traductores han logrado capturar y transmitir la belleza conmovedora del texto.
 
Gran Serton le debe algo -y nada tiene que envidiarle, postulo- a El Quijote, Ulises y Los cuentos de Canterbury. Se trata de un largo e ininterrumpido monólogo de un viejo bandido rural. Nunca aburre, siempre deslumbra. Quisiera detenerme en un solo punto: la exuberancia verbal.
Revela el prólogo de Garramuño y Aguilar que la novela inventó unos ocho mil vocablos. Hay sustantivos que se convierten en verbos (periplear, papagaguear, tempestear) o dos vocablos que se fusionan (ahijadazgo, sagacigato, indacusar). Se atesoran decenas de expresiones del norte pobre y cimarrón: “breve como meada de sapo”, “peor de suerte que una pulga entre dos dedos”, “vigilante como onza que devora carcaza“. Hay muchísimos sobrenombres sabrosos: el Mano de Lija, el Rasga Abajo, el Colmillos de Pez Gato, el Carro de Buey, el Batata Roja, el Zé Bebelo. Aflora lo real maravilloso: flora, fauna, hábitos, naturaleza, mitologías rurales, anécdotas. La escritura esta repleta de palabras fragantes, apetitosas, exóticas, sabias, bellísimas. Joao Guimaraes Rosa (foto) ha alcanzado el grado superlativo del hedonismo literario.

Estoy recorriendo, queridos amigos y amigas, conmovedores castillos de palabras. Disfrutando como nunca antes, creo. Me resulta muy extraño que estas formas alucinadas (palpitan, ¡tienen viva propia!) hayan sido forjadas por un diplomático de carrera que, como refieren sus biografías, era incapaz de cruzar un semáforo en rojo. ¡Ah, el talento en libertad!
Guillermo Belcore

PD: Este blog contiene una reseña de otra obra de Guimaraes Rosa. Sagarana, una espléndida colección de cuentas. Otra joya de Adriana Hidalgo.

PD II: Libros como éste confirman la absurda pérdida de tiempo que es leer novemalitas, cuentejos, ensayillos. ¡Viva la Gran Literatura!

jueves, 27 de agosto de 2009

Un niño prodigio

Irene Némirovsky
Alfaguara. Cuento largo, 100 páginas, edición 2009. Precio aproximado: 40 pesos.

Cuando al fin de los tiempos el nazismo rinda cuentas ante el Altísimo, será condenado también por privar a la humanidad de un talento exquisito y perspicaz. Irene Némirovsky nació en 1903 en Ucrania pero se empeñó en ser una gran escritora francesa. Su patria adoptiva, empero, la traicionó. La entregó a las bestias de Hitler. Hoy -vaya hipocresía- Francia reverencia su memoria y la ha convertido en best seller. La delicada Irene, hija de un banquero, sufrió el mismo destino infame que millones de judíos. En 1942 fue enviada como ganado al matadero de Auschwitz. Otro crimen imperdonable.

Alfaguara reimprimió el primer libro de Némirovsky, un cuento largo a la manera de Tolstoi, un ejercicio elegante de tardo romanticismo. Narra las peripecias de Ismael Baruch, un Orfeo entre hienas y lobos. Creció en el seno de una andrajosa familia hebrea de Odessa. En las callejuelas y los prostíbulos del puerto descubre que tiene la facultad de encantar los oídos de los hastiados. Es un virtuoso del arte popular y la poesía espontánea. Tropieza con un rapsoda caído en desgracia que lo introduce en la corte de una princesa voluptuosa que gustaba de jugar al mecenazgo. Ismael conoce el lujo y la admiración de los poderosos. Pero la molicie y la adolescencia secarán su talento. El niño prodigio degenera en pavote tímido y torpe, como son la mayoría de los de su edad. El final es triste.

La anécdota le sirve a la escritora para reflexionar sobre los complejos engranajes de la creación y el misterio de la página en blanco. Irene se pronuncia a favor de la libre inspiración; las exigencias de los libros eruditos son una peste. Las ideas vienen en alas de una prosa que fluye sin esfuerzo, rica en sensaciones y matices, como el plumaje de un pavo real. El estilo es depuradísimo, raro en un libro primerizo. La traducción no merece sino elogios. Se trata, en síntesis, de una lectura fácil y gratificante.

Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura del diario La Prensa y La Capital de Mar del Plata

Calificación: Muy bueno

martes, 25 de agosto de 2009

Stieg Larsson en el Hotel Touring Club

Diario de un lector exaltado VII

Avda. Fontana 240, Sábado 22 de agosto, 6.30 PM.

Los amantes de los bares con rica prosapia y espíritu vivo, de las tazas enormes de café con leche con sándwiches respetables, de las bebidas espirituosas y precios razonables, tienen una opción maravillosa mil cuatrocientos treinta y seis kilómetros al sur de Buenos Aires. Recomiendo con toda convicción sentarse a leer en la confitería del hotel que congrega a la bohemia de la ciudad de Trelew. Viajero, cuando pases por esta animada ciudad del Chubut no pierdas la oportunidad de conocer el Touring Club.

“Con generosos muros y vastas escaleras, con festivas mayólicas y mágicos espejos, el Touring nos reúne para ser amigos“, escribió alguna vez el historiador Virgilio Zampini. Fundado en 1898, aquí pernoctaron, entre tantos, Antoine de Saint Exupery y Arturo Frondizi. El bar, donde aún se permite fumar (¡ay!), ha conservado en sus muros fotos y publicidades añejas y un cautivante anuncio que ofrece diez mil pesos fuertes por la cabeza de Buch Cassidy (foto). Las mesas con más glamour son las circulares de madera. En esta tarde de sábado, cuando se recuerda una matanza infame que hizo célebre a la ciudad, hay un solo mozo para todo el salón. Se las apaña. Me sorprende que los clientes del hotel deban entregar o pedir la llave de su habitación en la barra del bar, custodiada por espejos y una pared repleta de bebidas. Un televisor vocifera una tediosa disputa entre All Boys y la CAI, el equipo chubutense del Nacional “B”. Los parroquianos la ignoran. Parece que aquí se conocen todos.

Mientras Angeles se entretiene con diarios y revistas, disfruto un par de capítulos del último tomo de la trilogía Millenium, ese espléndido entretenimiento que ha conquistado a millones de personas en todo el mundo. He traído al sur las ochocientas cincuenta y cuatro páginas de La reina en el palacio de las corrientes de aire. ¿Es esto buena literatura o un best seller mejorado?, pregunto al aire cuando me traen mi especial de queso y tomate. Estoy en problemas. Me olvidé de advertir que detesto la mayonesa.

Stieg Larsson combina, en dosis similares, virtudes y defectos. Narra con destreza cuatro historias paralelas que transcurren en la civilizada Suecia, donde la violación de los derechos individuales es un crimen grave. El tema del libro es interesante, un tópico muy explotado por Hollywood: la tensión (¡ah cómo odio esta palabreja puanesca) entre el país constitucional y los servicios de inteligencia. Periodistas de investigación vs. Guerreros de la seguridad nacional. La moral de los principios vs. La realpolitik. Nuevas tecnologías vs. Las viejas artimañas de los policías malvados. Los personajes también resultan atrayentes, pero el maniqueísmo los aplana, los torna muy previsibles. Son títeres, cuyos hilos mueve lo “políticamente correcto“. Al fin y al cabo, Larsson aplica el mismo procedimiento simplón que John Grisham: traza una línea en la arena y va colocando a uno y otro lado a buenos y malos. Los grises, me temo, brillan por su ausencia. No obstante, la novela mantiene la intriga. Es un mamotreto que no aburre ni fatiga. Un buen compañero para estas vacaciones desestresantes.
Guillermo Belcore

PD: Cualquier bar o confitería sobre las avenidas Brown o Roca en Puerto Madryn con amplios ventanales al mar es un lugar paradisíaco para disfrutar un libro. ¡En el Balcarce tienen todos los diarios de Buenos Aires! Allí esperé a mi mujer mientras satisfacía el capricho de bucear. Pienso que un humano jugando a ser pez a cinco o seis metros de profundidad es tan absurdo como un lobo marino saliendo a pasear por la costanera. Cuestión de gustos.
Hay un momento mágico en Madryn al atardecer cuando el mar y el cielo tienen el mismo color. ¡Qué belleza! El horizonte desaparece y uno se queda estupefacto ante una insondable muralla azul, intensamente azul.

lunes, 24 de agosto de 2009

El texto y sus voces

Enrique Pezzoni
Eterna Cadencia. Ensayo de literatura y arte. Edición 2009, 356 páginas.

A la sombra de Pepe Bianco y Victoria Ocampo, surgió en la legendaria Sur una voz singular que Luis Chitarroni describe en el prólogo como amable, histriónica, sabia y atrevida. Enrique Pezzoni (1926-1989) se elevó a paradigma de hiperdidacta. Fue boxeador, ensayista, pedagogo en la vida y docente en la Universidad de Buenos Aires. Tradujo a Nabokov y Eliot. Publicó una sola obra en 1986. Un joven sello editorial la rescata del olvido para gozo del público que ha entendido que la lectura crítica es una tarea tan fecunda como la literatura misma. En este terreno, no existen las supuestas jerarquías.

El libro atesora más de veinte textos, que reflejan tres décadas de especulación creativa. Su aproximación a Borges no tiene desperdicio. Hay un excelente comentario de Otras Inquisiciones que data de 1952. Hay una denuncia muy bien fundada de la “canonización del artefacto”, es decir de la estrategia de convertir “la vanguardia en guardia o guarida” (¿Aira?), que fue escrita en 1970 pero si alguien la publicase la semana que viene nadie se alarmaría. Hay agradables misceláneas, que van desde Eduardo Wilde hasta Truman Capote. Cuatro poetas son examinados con lucidez: Girri, Octavio Paz, Enrique Molina y Pizarnik. Se diseccionan los adversos milagros de Bioy Casares.
El lector notará que los escritos más recientes suelen estar contaminados con la jerga seudotécnica de los claustros. Parece que el maestro se hubiese empachado de Barthes. Pero esos cascajos nunca estropean el todo. Pezzoni comprendió que -tal como sostenía Samuel Johnson- el mejor método de crítica es el yo. Un yo bondadoso y harto inteligente, presto a desconfiar de todas las emociones que en nada se parecen a la buena emoción estética.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Muy bueno

PD: Bien. Aquí estamos de nuevo sugiriendo la compra de una reimpresión. ¿Es mi culpa que el presente sea tan poco interesante? Tres hurras por una editorial que cultiva el arte del prólogo exquisito. Lo echaba de menos.
PS: Leo en el blog de Eterna Cadencia, mientras escucho Rapsodia Bohemia, una muy buena reseña publicada en un diario mexicano:

jueves, 20 de agosto de 2009

The Times eligió 60 novelas

El moscardón imaginario XVI

Los amantes de los rankings hemos encontrado en The Times un paraíso para el solaz y la didáctica. El venerable diario londinense tiene, entre otras maravillas, una sección fija con los “diez más”. Por ejemplo, “las diez estafas más cuantiosas de la historia“. O las diez millonarias más hermosas del mundo, es decir las “diez modelos que hoy más ganan“. Charles Ponzzi y Gisele Bundchen encabezaron estas dos listas.

Semanas atrás, The Times se lanzó a elegir las mejores novelas publicadas en inglés en las últimas seis décadas. La redacción votó para definir una por año. El pretexto fue la celebración del Cheltenham Literary Festival:
http://entertainment.timesonline.co.uk/tol/arts_and_entertainment/books/article6735478.ece
Transcribo la mitad de la eminente clasificación. La aparición de algunos nombres insólitos confirma que es un mito la creencia popular de que los periodistas son, en su gran mayoría, intelectuales que pasan su vida leyendo. Sé de lo que hablo; trabajo en una redacción. Hay una curiosidad en el catálogo del diario inglés. En los últimos treinta años, aparecen dos libros que provienen del castellano. Le he añadido debajo el libro qué habría votado si se hubiesen tomado el trabajo de consultarme:
1979: Smiley’s People. John le Carré
GB: Dejemos hablar al viento. Juan Carlos Onetti.

1980: Earthly Powers. Anthony Burgess
GB: La conjura de los necios. John Kennedy Toole.

1981: Lanark. Alasdair Gray
GB: La guerra del fin del mundo. Mario Vargas Llosa.

1982: The House of the Spirits. Isabel Allende
GB: ?

1983: Waterland. Graham Swift
GB: Un millonario inocente. Stephen Vizinczey.

1984: Money. Martin Amis
GB: La insoportable levedad del ser. Milan Kundera.

1985: Love in The Time of Cholera. Gabriel Garcia Marquez.
GB: La buena terrorista. Doris Lessing.
1986: Tourist Season. Carl Hiaasen
GB: La trilogía de Nueva York. Paul Auster

1987: More Die of Heartbreak. Saul Bellow
GB: La dalia negra. James Ellroy.

1988: Mother London. Michael Moorcock
GB: El péndulo de Foucault. Umberto Eco.

1989: Sexing the Cherry. Jeannette Winterson
GB: Lo que resta del día. Kazuo Ishiguro.

1990: Get Shorty. Elmore Leonard
GB: Vineland. Thomas Pynchon.

1991: The Famished Road. Ben Okri
GB: El fantasma de Harlot. Norman Mailer.

1992: The Secret History. Donna Tartt
GB: Corazón tan blanco. Javier Marías.

1993: Trainspotting. Irvine Welsh
GB: Lituma en los Andes. Mario Vargas Llosa.

1994: How Late it Was, How Late. James Kelman
GB: La vida nueva. Orman Pamuk.

1995: Northern Lights. Philip Pullman
GB: Ensayo sobre la ceguera. José Saramago.

1996: Angela's Ashes. Frank McCourt
GB: Noticia de un secuestro. Gabriel García Márquez

1997: Harry Potter and the Philosopher’s Stone. J. K. Rowling.
GB: Submundo. Don Delillo.

1998: The Wind-up Bird Chronicle. Haruki Murakami
GB: Idem

1999: Disgrace. J. M. Coetzee
GB: El suelo bajo sus pies. Saldman Rusdhie.

2000: The Blind Assassin, Margaret Atwood
GB: La fiesta del chivo. Mario Vargas Llosa.

2001: The Corrections. Jonathan Franzen
GB: La montaña del alma. Gao Xingjiang.

2002: Atonement. Ian McEwan
GB: Una novela real. Minae Mizumura.

2003: The Time Traveler’s Wife. Audrey Niffenegger
GB: Pompeya. Robert Harris.

2004: The Line of Beauty. Alan Hollinghurst
GB: 2666. Roberto Bolaño.

2005: Twilight. Stephenie Meyer
GB: Hasta que te encuentre. John Irving.

2006: The Road. Cormac McCarthy
GB: Todas las familias felices. Carlos Fuentes.

2007: A Thousand Splendid Suns. Khaled Hosseini
GB: Las benévolas. Jonathan Littell

2008: Netherland. Joseph O’Neill
GB: La maravillosa vida breve de Oscar Wao. Junot Díaz.

2009: The Little Stranger. Sarah Waters
GB: La encantadora de Florencia. Saldman Rusdhie.

Le sugiero a quien desee disfrutar de The Times que se apresure. Leí por ahí que Keith Rupert Murdoch, típico magnate insaciable de los medios, sopesa exigir un micropago por todos los contenidos online de sus periódicos. ¡Qué canallada!
Guillermo Belcore

PD: Hay en este blog otro canon de The Times. El diario catalogó "Los libros más influyentes desde la Segunda Guerra Mundial". Ver el 20 de marzo de 2009.

martes, 18 de agosto de 2009

Onetti en El Urbano

Diario de un lector exaltado VI

Barrio de Flores (Rivadavia entre Lafuente y San Pedrito). 3 P.M.

Estoy de vacaciones hasta el 2 de setiembre. Puedo consagrarme a la lectura y a la deliciosa vagancia. Después de compartir un rato con mi hijo (¡ay los adolescentes, colmo de horrores!, me echó de su casa porque tiene que dormir la siesta) voy por lo que los norteamericanos llaman un brunch (breakfast + lunch). Aterrizo en un restaurante de Flores que frecuentamos con mi vástago las tardes o noches de fútbol. El Urbano tiene seis televisores, tres o cuatro camareras jóvenes del conurbano profundo y una tarta de jamón y queso fabulosa. Es una empanada redonda de diez centímetros de alto y el diámetro de un plato mediano. El fiambre es abundante. Como la tarde se ha destemplado, lo acompaño, obviamente, con café con leche. El Urbano, aclaro, es el típico bar de hombres. Por alguna razón, no lo frecuentan mujeres solas. Acaso, porque los baños suelen ser inmundos.

Me desentiendo de TN Noticias y de un tedioso partido de tenis. Tengo en mis manos al mejor novelista que ha forjado el Río de la Plata. Estoy leyendo a Juan Carlos Onetti. Como se cumplen cien años de su nacimiento, vuelve a estar de moda. Me han encargado -loados sean los dioses- comentar Dejemos hablar al viento. Después del genial uruguayo, tengo previsto devorar en estas cortas vacaciones a Stieg Larsson, Guimaraes Rosa y Chefjec o Payró. Tres reimpresiones y un libro nuevo.

Bien, el propósito de esta entrada es compartir un pasaje sublime de Onetti. Declara en la página diecisiete que “un hombre con fe es tan peligroso como una bestia con hambre”. La belleza del pensamiento exige transcribir dos párrafos completos. Yo suscribo, letra por letra, esa suerte de ética para la supervivencia que se esboza allí:

“Desde muchos años atrás yo había sabido que era necesario meter en la misma bolsa a los católicos, los freudianos, los marxistas y los patriotas. Quiero decir: a cualquiera que tuviese fe, no importa en qué cosa; a cualquiera que opine, sepa o actúe repitiendo pensamientos aprendidos o heredados. Un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. La fe obliga a la acción, a la injusticia, al mal; es bueno escucharlos asintiendo, medir en silencio cauteloso y cortés la intensidad de sus lepras y darles siempre la razón. Y la fe puede ser puesta y atizada en lo más desdeñable y subjetivo. En la turnante mujer amada, en un perro, en un equipo de fútbol, en el número de una ruleta, en la vocación de una vida”.

“El leproso se exalta cuando tropieza, suda olores fosfóricos frente a la oposición más pequeña o sospechada, busca afirmarse pisando cabezas o intimidades tiernas, sagradas. Un hombre contaminado con cualquier clase de fe llega velozmente a confundirla consigo mismo; entonces es la vanidad la que ataca y se defiende. Con la ayuda de Dios es mejor no encontrarlos en el camino; con la ayuda propia, es mejor cambiar de vereda”.

Qué bien escribe Onetti, ¿verdad? Y cuánta razón tiene. Si mal no recuerdo, Nietzsche postulaba que una convicción es una tenaza que nos aferra del cuello y no nos permite pensar. Alabar al “hombre de sólidas convicciones” es entonces un error gravísimo. Son seres que no resulta conveniente mirar, sus lacras son peligrosas. Sospecho que a Borges y a Gregory House no le desagradarían estas conclusiones.
Guillermo Belcore

PD: A quien le interese incursionar en el maravilloso universo onettiano, le recomiendo darse una vuelta por: http://www.onetti.net/

lunes, 17 de agosto de 2009

Luis Varela en Las Violetas

Diario de un lector exaltado V

Barrio de Almagro (Medrano y Rivadavia) 1.00 PM

Leo en una confitería con prosapia. Estoy en Las Violetas. Mesas de mármol y un mozo amigo, Luciano. Es uno de los nuestros, es un señor que ama los libros. Le encomiendo café con leche con torta de ricota. Tiene el dulce prisma unos quince centímetros de alto y un baño de glaseado; la ricota está fresquísima. No hay nada similar en todo Buenos Aires. La taza, sin embargo, es pequeña para mi gusto. La rebajaron tiempo ha, al calor de la brutal escalada de precios que nos maltrata a los argentinos desde hace tres años y que entre otras consecuencias selló la derrota del áspero kirchnerismo en las últimas elecciones legislativas.

Hoy es feriado nacional. Poca gente a esta hora en Las Violetas. Gente civilizada que no necesita de gritar para hacerse entender. Frente a la tarta de ricota y con un libro en la mano, me figuro que he alcanzado el Paraíso. Estoy concluyendo una curiosidad del siglo XIX. El sello Adriana Hidalgo, uno de mis favoritos (acabo de contarlos, tengo veintidós de sus libros en mi biblioteca), ha rescatado la candida novela que inaugura en castellano el genero policial. Se titula La huella del crimen, fue escrito por Luis Varela en 1878, quien eligió para ese trance el seudónimo de Raúl Waleis. Me pregunto si sufro de preterofilia. Me temo que desde hace un tiempo las reimpresiones me vienen resultando más seductoras que lo nuevo. La tonta afición podría sintetizarse así: “¡Sara Gallardo, sí; Pola Oloixarac, no!”. Nadie la tome en serio, hay que leer de todo, incluso las fruslerías que nos ofrece -con las excepciones que se remarcan a la derecha en la sección Los recomendados- el flaco presente.

Ya lo he decidido. Comenzaré la reseña que me encargó La Prensa con una reflexión sobre el misterio del tiempo. No sólo cura las heridas del alma y del cuerpo, también mejora los vinos y los libros. Encuentro en La huella del crimen muchos de esos vicios que tanto me fastidian en los libros de hoy. En efecto, las ñoñerías, el afán de decirlo todo, el melodrama, la pésima puntuación, el moralismo, la psicología de pacotilla, todas esas lacras resultan encantadoras en una novela folletinesca del siglo XIX. Qué notable, ¿verdad? Cómo cambia la percepción lectora. Un libro malo se transforma en interesante. Siempre me pareció una sandez la aplicación del concepto de la deconstrucción a la literatura. El hombre que lee a Shakespeare no es Shakespeare. El arte es autónomo y la misión del artista es jugar a ser Dios, agregar objetos sensibles (y bellos) a la Creación. Pero incluso en el caso de las obras medianas, el paso del tiempo puede añadir valores y efectos que los contemporáneos no alcanzaron a disfrutar. O viceversa. Entonces, la tarea del crítico consistirá en desentrañar la forma en que el texto suscita un impacto a sí mismo (la eficacia estética) o a los demás (sociología de la lectura) en el momento en que es leído.


Mientras pido la cuenta, pienso en los nuevos narradores argentinos que me han desagradado ayer y la semana pasada. Aquí no quiero repetir apellidos, búsquenlos en el blog. Puede que el lector curioso del futuro halle primores en esos textos que hoy desdeño. Seguramente, lo divertirán las curiosidades históricas. Me entero en el policial de Luis Varela que hubo nobles que se sumaron a la insurrección comunista de 1871 y que el tétanos se prevenía por entonces dejando caer gotas de agua helada sobre una herida.


¿Habrá reimpresiones en el siglo XXII? Estoy seguro que sí. Como Borges, creo que la condición humana es literaria. Como Umberto Eco, considero que, mientras que el ser humano preserve la actual disposición física, habrá ciertos artefactos que le resultarán insustituibles, como la cuchara o la rueda. Puede que mañana no sea de celulosa (alguna vez se escribió en papiro o en pergamino), pero un libro siempre será un libro. Es otro invento eterno, perfecto en su forma actual. ¡Ah!, una advertencia. La torta de ricota de Las Violetas es impresionante (incluso se puede compartir) pero no es barata.
G.B.


PD: Esta es la entrada número cuatrocientos. Estoy feliz e impresionado. Discúlpese, la jactancia.

domingo, 16 de agosto de 2009

Cartas de una hermandad

Horacio Tarcus (editor)
Emecé. Ensayo de literatura, 326 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 60 pesos.

El pájaro tiene su nido, la araña su tela, el hombre la amistad, escribió William Blake. Este libro demuestra que tan agradable sentimiento puede edificarse sobre una afinidad intelectual. Y que puede sobrevivir a las mezquindades del ego y de las creencias. Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco y Samuel Glusberg fundaron en los años veinte una singular cofradía que -con sus idas y vueltas- se prolongo hasta la muerte. Compartieron una sensibilidad y una estética modernista; los unió el desdén hacia los filisteos y hacia Manuel Gálvez.

Horacio Tarcus (Buenos Aires, 1955) evoca a ese fiero quinteto de la República de los Libros. El historiador reunió ciento setenta y nueve piezas de la correspondencia que intercambiaron durante cinco décadas. Ochenta y ocho son las que el catamarqueño Franco envió a Glusberg, un editor crucial. Las cartas están vivas, palpitan. Dan cuenta de la necesidad de establecer un socialismo libertario o bien de obtener un puñado de pesos a toda costa. Veneran a Lugones, el patriarca del grupo, reservando al nacionalismo y al padre Castellani la apropiación de sus espantosos errores. Queda claro aquí, que el vehemente Don Leopoldo, a pesar de todo, nunca fue una bestia antisemita. Conviene buscarlo, dicho sea de paso, en aquellos lugares de su obra no maculados de polémica, como sugería Borges.

¡Qué maravilla es el género epistolar! Puede que la prosa suene algo pomposa, que se cultive en exceso el floripondio, pero el valor artístico es innegable. También es cautivante comprobar cómo se van filtrando al papel la locura y la Historia. Allí nos deleita Quiroga, el místico alucinado, pontificando sobre la virtud de la reclusión en la selva. Allá, Martínez Estrada, desengañado, se lamenta por una pésima costumbre que comparten Juan Perón y Fidel Castro: "la cacería del cajetilla de las letras". Gran trabajo de Tarcus, pues, con un prólogo acorde con la eminencia de aquella hermandad.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: Tengo para mí que la amistad intelectual es una bendición. Este blog me ha permitido, a Dios gracias, ampliar esa esfera de los afectos, que proviene de un afición compartida: el amor a los libros.

viernes, 14 de agosto de 2009

En el lago

Yasunari Kawabata­
Emecé. Novela 142 páginas. Edición 2009.­ Precio aproximado: 55 pesos.
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Yasunari Kawabata es un autor esencial del siglo XX. Dio al Japón un Nobel de Literatura y a la humanidad una obra exquisita y melancólica, que combina belleza con sordidez, y que refirma que vivimos irremediablemente solos con nuestras obsesiones. Después de testimoniar sus penas, el escritor se suicidó con gas de cocina en 1972.
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Todas las virtudes de Kawabata se encuentran en esta breve novela que se publicó en 1954 por cap¡tulos en la revista Shincho. Al pasar al formato libro -nos explica la traductora Amalia Sato- vio cercenada su última parte. Quedó inconclusa y quedó perfecta. Simplificando mucho, puede defin¡rsela como la precursora oriental de Lolita

Se narran las desdichas de Gimpei Momoi, profesor de idioma japonés en escuelas secundarias. Sufre complejo de inferioridad por sus horrendos pies; va de pueblo en pueblo tras sus manías sexuales. Es capaz de esconderse tarde entera en una zanja para vislumbrar la pantorrilla o el hombro de una adolescente. Lo despidieron cuando se descubrió su amor¡o con una alumna. La dicha fue fugaz y la caída, tremenda. Sufre alucinaciones visuales y auditivas. Nunca se nos permite, empero, observarlo como a un miserable; hay algo profundamente espiritual en sus cacerías fantasmales.
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El libro urde el fluir de una conciencia que evoca. Todo se enlaza por sensaciones con una ilación compleja, apunta el buen prólogo. Nada contiene que desagrade al o¡do o al gusto. Hay un sublime establecimiento de baños, una jovencita que se marchita junto a un viejo que anhela una madre, un descenso a los infiernos, que es el permanecer con una mujer horrible en un bar de ínfima categoría. Kawabata nos persuade de que la delgadez de un tobillo puede dar un toque de astucia al pie femenino. La obra transmite en conjunto la tenue sugestión de un escalofrío. ­
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Economía del diario La Prensa

­Calificación: Bueno
PD: Las librerías de saldo permiten hoy a los argentinos atesorar una pequeña biblioteca de Kawabata, a precio módico. Este blog sentencia que es una magnífica idea.

Las 100 mejores novelas de Time

Moscardón imaginario XV

Comparto con muchos lectores de este blog la superstición de las listas. Soy feliz cuando tropiezo en Internet, en un diario o en una revista con un ranking o un catálogo. Ubiqué en el estante privilegiado El canon occidental del colosal Harold Bloom. Vivo forjando mis propias clasificaciones.

Hace unos días descubrí por casualidad (¡ah, qué maravilla es navegar por la Web) las “Cien mejores novelas contemporáneas en idioma inglés desde 1923” que la revista Time había publicado en 2005. Lo extraordinario de esta lista es que permite acceder a las reseñas originales(http://www.time.com/time/2005/100books/the_complete_list.html). Es decir, puedes leer, por ejemplo, las avaras líneas que un comentarista dedicó en 1939 a la mejor novela de Raymond Chandler (The Big Sleep). O bien la extensa perplejidad que en 1955 generó Lolita, obra maestra de Vladimir Nabokov.

Transcribo la nómina completa de Time. A mí me ha servido no sólo como guía de lectura, sino también para corroborar la vasta ignorancia que me abochorna. ¡Qué poco he leído en realidad!. No me alcanzará la vida, caray, para ponerme al día con la Gran Literatura.
G.B.

A - B
The Adventures of Augie March. Saul Bellow
All the King's Men. Robert Penn Warren
American Pastoral. Philip Roth
An American Tragedy. Theodore Dreiser
Animal Farm. George Orwell
Appointment in Samarra. John O'Hara
Are You There God? It's Me, Margaret. Judy Blume
The Assistant. Bernard Malamud
At Swim-Two-Birds. Flann O'Brien
Atonement. Ian McEwan
Beloved. Toni Morrison
The Berlin Stories. Christopher Isherwood
The Big Sleep. Raymond Chandler
The Blind Assassin. Margaret Atwood
Blood Meridian. Cormac McCarthy
Brideshead Revisited. Evelyn Waugh
The Bridge of San Luis Rey. Thornton Wilder


C - D
Call It Sleep. Henry Roth
Catch-22. Joseph Heller
The Catcher in the Rye. J.D. Salinger
A Clockwork Orange. Anthony Burgess
The Confessions of Nat Turner. William Styron
The Corrections. Jonathan Franzen
The Crying of Lot 49. Thomas Pynchon
A Dance to the Music of Time. Anthony Powell
The Day of the Locust. Nathanael West
Death Comes for the Archbishop. Willa Cather
A Death in the Family. James Agee
The Death of the Heart. Elizabeth Bowen
Deliverance. James Dickey
Dog Soldiers. Robert Stone

F - G
Falconer. John Cheever
The French Lieutenant's Woman. John Fowles
The Golden Notebook. Doris Lessing
Go Tell it on the Mountain. James Baldwin
Gone With the Wind. Margaret Mitchell
The Grapes of Wrath. John Steinbeck
Gravity's Rainbow. Thomas Pynchon
The Great Gatsby. F. Scott Fitzgerald


H - I
A Handful of Dust. Evelyn Waugh
The Heart Is A Lonely Hunter. Carson McCullers
The Heart of the Matter. Graham Greene
Herzog. Saul Bellow
Housekeeping. Marilynne Robinson
A House for Mr. Biswas. V.S. Naipaul
I, Claudius. Robert Graves
Infinite Jest. David Foster Wallace
Invisible Man. Ralph Ellison


L - N
Light in August. William Faulkner
The Lion, The Witch and the Wardrobe. C.S. Lewis
Lolita. Vladimir Naboko
Lord of the Flies. William Golding
The Lord of the Rings. J.R.R. Tolkien
Loving. Henry Green
Lucky Jim. Kingsley Amis
The Man Who Loved Children. Christina Stead
Midnight's Children. Salman Rushdie
Money. Martin Amis
The Moviegoer. Walker Percy
Mrs. Dalloway. Virginia Woolf
Naked Lunch. William Burroughs
Native Son. Richard Wright
Neuromancer. William Gibson
Never Let Me Go. Kazuo Ishiguro
1984. George Orwell


O - R
On the Road. Jack Kerouac
One Flew Over the Cuckoo's Nest. Ken Kesey
The Painted Bird. Jerzy Kosinski
Pale Fire. Vladimir Nabokov
A Passage to India. E.M. Forster
Play It As It Lays. Joan Didion
Portnoy's Complaint. Philip Roth
Possession. A.S. Byatt
The Power and the Glory. Graham Greene
The Prime of Miss Jean Brodie. Muriel Spark
Rabbit, Run. John Updike
Ragtime. E.L. Doctorow
The Recognitions. William Gaddis
Red Harvest. Dashiell Hammett
Revolutionary Road. Richard Yates

S - T
The Sheltering Sky. Paul Bowles
Slaughterhouse-Five. Kurt Vonnegut
Snow Crash. Neal Stephenson
The Sot-Weed Factor. John Barth
The Sound and the Fury. William Faulkner
The Sportswriter. Richard Ford
The Spy Who Came in From the Cold. John le Carre
The Sun Also Rises. Ernest Hemingway
Their Eyes Were Watching God. Zora Neale Hurston
Things Fall Apart. Chinua Achebe
To Kill a Mockingbird. Harper Lee
To the Lighthouse. Virginia Woolf
Tropic of Cancer. Henry Miller


U - W
Ubik. Philip K. Dick
Under the Net. Iris Murdoch
Under the Volcano. Malcolm Lowry
Watchmen. Alan Moore & Dave Gibbons
White Noise. Don DeLillo
White Teeth. Zadie Smith
Wide Sargasso Sea. Jean Rhys.


PD: Sugiero complementar esta lectura con otra clasificación, igualmente apasionante: “En que restaurantes se comen las mejores milanesas de Buenos Aires”. La elaboró la excelente revista Joy: http://www.planetajoy.com/?En_que_restaurantes_se_comen_las_mejores_milanesas_de_Bs_As&page=ampliada&id=441

martes, 11 de agosto de 2009

La caja de los deseos

Günter Grass
Alfaguara. Autobiografía novelada, 251 páginas. Edición 2009

En el primer libro de memorias (Pelando la cebolla), Günther Grass (Danzig, 1927) reveló a la humanidad que fue un soldadito de las SS, un nazi convencido hasta el final. En éste, el segundo tomo, lava al sol trapos sucios de la familia. Nos enteramos que tiene ocho hijos, que fue un padre insuficiente que hizo sufrir a su prole, que incurrió en bigamia. Grass es uno de los escritores esenciales del siglo XX, pero como voz moral de los alemanes ahora resulta claro que es un fraude.

El libro une con delicadeza realidad y pura ficción. El eje de la narración es una amiga de la familia, Mariechen o la tía Marie. Heredó de su esposo una caja omnividente. Tiene la capacidad de hacer fotografías mágicas; percibe el pasado y el futuro de una cosa o una persona. También puede captar los deseos de los retratados. Grass la necesita para suplir sus lagunas de invención.

Como en el volumen anterior, la autocrítica se esboza con un leve distanciamiento: los narradores son aquí los hijos del escritor. Se reúnen para evocar el dolor que les han provocado las miserias y costumbres de papaíto, papuchi, el viejo… un militante con fama de rojo incapaz de sentarse a jugar con sus niños. Por alguna razón, sus mujeres no tienen nombre. Se nos permite espiar el método de trabajo de Grass; contemplar el proceso de sus espléndidas novelas. De paso, cañazo: se saldan viejas cuentas con la crítica (¡ay, el ego de los escritores!), con esos chicos de la prensa.

La memoria tiene, sin duda alguna, valor artístico. Redondea un delicioso cuadro de costumbres, una prosa agradable, historias atractivas, diálogos que palpitan. Es un texto para los admiradores del enorme Günther Grass, cuyos defectos, obviamente, son absueltos por la familia.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

domingo, 9 de agosto de 2009

Pezzoni en El Federal

Diario de un lector exaltado IV

Barrio de San Telmo (Perú y Humberto Primo) 12.15. PM.

El Federal, bar notable de Buenos Aires. Loados sean los dioses, nuestra mesa está libre. Es la mesa que da a la calle Perú, la única que recibe algunas migajas de sol. La mesera es cordial y deslumbra con sus cabellos negros y luminosos que se deslizan hasta la cintura. Ha esculpido con esmero sus largas uñas coloradas. Me decanto por el sándwich número 23. Queso, hongos, aceitunas, choclo y palmitos, en pan casero. Tengo experiencia, me cercioro de que el pan sea del día, caso contrario, se convierte en un mazacote difícil de tragar. Mi mujer opta por la pavita con tomate, también en el descomunal pan casero. Café con leche para dos. Los precios son razonables.


Me gusta imaginar que los lectores empedernidos somos como los navegantes del siglo XVI. Vamos en busca de tesoros. Las bellas letras -nunca el oro- nos provocan exaltación. Nos esforzamos por ampliar nuestra cartografía, por explorar territorios que sólo conocemos de oídas. A veces, encallamos en la mala literatura y proferimos juramentos por haber desperdiciado el tiempo. Nuestras naves son las editoriales. Hay nobles y filisteas; necias y lúcidas. El libre juego de la oferta y la demanda (y la República duramente conquistada) nos garantiza una provisión cuantiosa. Empero, a los argentinos, la degradación de la moneda nacional nos priva de aquéllas que fueron impresas en el extranjero; son para bolsillos privilegiados. Pero me consuelo con el mercado del usado y con la cordura de las nuevos sellos de la Patria que intentan ganar su lugar bajo el sol a fuerza de calidad. Es el caso del libro que tengo en mis manos.

Estoy leyendo a Enrique Pezzoni (1926-1989), un intelectual fascinante. Eterna Cadencia reimprimió su único libro (El texto y sus voces), que data de 1986. ¡Qué maravilla! La edición cultiva el arte del prólogo exquisito. Luis Chitarroni traza un retrato adorable que, sin embargo, Daniel Link encuentra algo desprolijo (http://linkillo.blogspot.com/search?q=Pezzoni).

Navegantes, el libro es un cofre repleto de gemas. Atesora treinta años de artículos y notas. Aun no le he concluido, aclaro, pero ya me he enterado de que Pezzoni (¡Ah, me hubiera gustado tanto conocer a ese señor!) leyó a Borges, Pizarnik, Eduardo Wilde y las vanguardias artísticas con bondad, talento y un gusto delicado. Encuentro aquí otra prueba irrefutable de que la crítica sublime, lejos de ser una actividad parasitaria, es una labor tan creativa como la literatura misma. Es literatura, vamos.

El modelo
Estos son los rasgos primordiales del modelo Pezzoni que el prólogo y algunos ensayos (los de los primeros años, sobre todo) sugieren:
1) El único método consiste en ser muy inteligente.
2) Hay que encontrar el cuentito: descifrar en cualquier conjunto el fragmento que acepta mejor un tratamiento narrativo.
3) El crítico es un lector autorreflexivo y fervoroso que oye las voces del texto, elige unas a expensas de otras, las une por simpatía y diferencias a las que oye surgir de otros textos.
4) El crítico desdeña el lenguaje pseudo técnico.
5) Desconfía de todas esas emociones que en nada se parecen a la buena emoción estética.
6) El requisito esencial de toda obra literaria es su autonomía. Aunque exija lectores activos, estos sólo pueden encontrar en el texto los elementos necesarios para iniciar su productividad.
7) La labor de los autores medianos es superflua.

No digo que la sociología de la literatura, el estructuralismo, o la crítica marxista del arte sean abordajes menos valiosos e interesantes que “la emoción estética”. Confieso que yo -con toda humildad- me identificaré siempre con los Rest o los Pezzoni, a quienes felizmente llegue este año a bordo de Eterna Cadencia.
Guillermo Belcore

sábado, 8 de agosto de 2009

Adios Hemingway

Leonardo Padura
Tusquets. Novela policial, 190 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 48 pesos.

Esta novela policial fue escrita a pedido. Los editores brasileños de Leonardo Padura (1955) lo invitaron a sumarse a una colección que entremezcla literatura y muerte. El autor cubano imaginó entonces la misteriosa aparición de un cadáver en Finca Vigía, la casaquinta de Ernest Hemingway, en las afueras de La Habana. Cuarenta años después de su muerte, aparecen indicios de que el escritor -o una persona de su séquito- ha perpetrado un asesinato. Para colmo, junto a la osamenta aparecen una bala de ametralladora Thompson y una chapa del FBI. ¡Un escándalo en ciernes!

El caso cae en manos del detective que inventó Padura. Mario Conde se ha retirado de la policía e intenta convertirse en escritor. Se gana la vida traficando libros, sufre calambres en el alma por una mujer y por un amigo que partió al exilio, ya no resiste a pie firme los festines y las melopeas. Sólo le queda -como decía Borges- el goce de estar triste. Su visión del mundo tiene el sentido de la justicia arcaico y el conservadurismo típico de los detectives privados, aunque opera bajo un régimen que detesta la actividad privada. Un antiguo camarada le pide auxilio para resolver el entuerto.

La narración va alternando la investigación de Conde con los años finales de Hemingway. Se hurga en las razones que colocaron una escopeta de caza en la boca de ese dios malévolo y violento de la gran literatura. El libro es interesante, porque Hemingway es una figura que siempre resulta interesante. No hay densidades temáticas ni psicológicas, pero el libro sabe atrapar el habla habanera y se las ingenia para denunciar el estalinismo y “el cuasi fascismo” de Estados Unidos. Más benévola es la pintura del telón de fondo, es decir de la Cuba castrista. Para gozo de la platea masculina, cumplen un papel en la trama las bragas negras de Ava Gardner. Con ellas, Hemingway envolvía su revólver calibre 22.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura de La Prensa del domingo 2 de agosto.

Calificación: Regular.

PD: ¿Puede un investigador privado operar en La Habana sin que el régimen dictatorial siquiera lo incomode? Tráguese usted esa patraña y la novela funciona. Se lee fácil y rápido, pero no es más que un entretenimiento decoroso.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Inherent Vice

Diario de un lector exaltado III

Leo The Christian Sciencie Monitor, un diario excelente que ha renunciado al papel por el desplome en las ventas. Sólo se edita en Internet. Leo una reseña de la última obra de Thomas Pynchon (http://features.csmonitor.com/books/2009/08/04/inherent-vice/).

Parece que la novela de detectives no es buena. O al menos, poco tiene que ver con la producción anterior. ¡Qué desilusión! Pynchon es uno de mis autores de referencia. Veremos que escribió Michiko Kakutani sobre Inherent Vice en el The New York Times.

Cuando aparece en la Argentina una obra de un escritor reconocido (digamos un Alan Pauls o un Andrés Rivera) es prácticamente imposible leer en los grandes medios un comentario adverso, aun cuando el libro merezca un par de garrotazos. A lo sumo, se hilvanan minuciosas descripciones o divagaciones que no vienen a cuento, con tal de evitar una sentencia. Prefiero mil veces la crítica anglosajona que suele bordear lo inmisericorde.
G.B.

PS: Rodrigo Fresan ha comentado este libro en Página 12:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3532-2009-08-17.html

martes, 4 de agosto de 2009

Un encuentro

Milan Kundera­
Tusquets. 213 líneas­. Ensayos sobre el arte. Edición 2009
­
La excelencia rige el curso de este libro. El placer deviene no sólo de la magnífica prosa, perfecta en su sencillez. También es agradable tropezar con una idea seductora, una cita virtuosa, una asociación nunca antes percibida. A los ochenta años, Milan Kundera evoca recuerdos, pondera sus aficiones artísticas, indaga en asuntos de la política y de la vida. De paso, nos enseña a los periodistas cómo se elabora la más sublime crítica literaria. A los melómanos advierte que el sentimentalismo es la maldición de la música, su lado tonto.

El método de orfebre es el siguiente: toma con delicadeza un fragmento de alta cultura y lo convierte en una sutil reflexión sobre la naturaleza humana o el estado del mundo. Por ejemplo: De un castillo a otro, de Louis-Ferdinand Celine, le permite inferir que la vanidad no es un vicio, sino un atributo consustancial al hombre. La revelación surge de la muerte de una mascota: “lo que molesta en la agonía de los hombres -escribió Céline- son los fastos... el hombre siempre acaba en un escenario... hasta el más sencillo”.

Contiene el volumen más de veinte ensayos que, además de explorar antiguas querencias de la música, la pintura y el cine, conforman una exquisita guía de lectura. Kundera señala con el dedo autores que no deben ser soslayados por un lector que se precie de tal. Como Rabelais, o Curzio Malaparte, o el islandés Gudbergur Bergsson. Otra cima del libro es la reprobación de las listas negras, es decir los veredictos arbitrarios e inverificables que profieren las modas y los sumos sacerdotes de los salones librescos. Kundera está indignado con Paul Valéry. No tenía derecho a denigrar a Anatole France, el creador “de la cotidianeidad literaria en tiempos de masacre”.­
Guillermo Belcore­
­Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa


Calificación: Muy bueno

sábado, 1 de agosto de 2009

Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales.

Slavoj Zizek
Paidós. 287 páginas. Ensayo de filosofía. Edición de 2009. Precio aproximado: 50 pesos

Tres adolescentes irrumpen en la casa de una pareja de jubilados en las afueras de La Plata. Los muelen a golpes y les roban los ahorros de toda la vida. Condenar esa “violencia subjetiva” -plantea este libro- es una hipocresía; el hombre de bien debe denunciar “la violencia objetiva (simbólica o sistémica)” que subyace detrás de esos espantosos arrebatos. Los pibes chorros no son otra cosa que víctimas del capitalismo global, “monstruo autoengendrado que continúa su rumbo con total indiferencia sobre los efectos que provoca en lo humano o lo ecológico”.

Slavoj Zizek
(Liubliana, 1949) estudió filosofía en Eslovenia y psicología en París. Es un intelectual de moda; en círculos estudiantiles y para algunos snobs tiene una fama similar a la de una estrella de rock. Su prosa es ardua pero muy legible, pues incorpora elementos plebeyos como películas de Hollywood, chistes o libros de Agatha Christie. Demuestra una gran erudición, aunque abusa del psicoanálisis lacaniano. Parece sentirse cómodo con la definición de fascista de izquierda que le ha colgado su colega Peter Sloterdijk. Es un artesano de la “teoría crítica”, desmenuza los mecanismos ideológicos que regulan nuestras vidas. Condena con igual vehemencia el fundamentalismo islámico y la vacuidad de las democracias actuales. Su truco literario es estar en desacuerdo con todo. ¿Quién no tiene un conocido así en la barra, el típico aguafiestas?


En este ensayo asesina en letra impresa a los “comunistas liberales” -como Soros o Bill Gates-, ”enemigos de cualquier lucha progresista”. Reflexiona sobre el miedo al otro, el lenguaje y la tolerancia de cuño liberal. Finalmente, aprueba con entusiasmo la violencia emancipatoria, basada en el odio que ama o en el amor que odia. Hay pasajes esclarecedores, pero otros se hunden en los abismos de la confusión. Lo mejor del libro, originalmente publicado en inglés, está en el primer capítulo y en los últimos dos. En la página 213, el traductor comete un error increíble. Donde debía colocar Job (el personaje bíblico) escribió “trabajo” (“job” en el idioma de Shakespeare).

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa el domingo 2 de agosto

Calificación: Bueno

PD: Un libro que ayuda a pensar. Aún en sus muchos errores, en sus reduccionismos neomarxistas, me ha resultado inspirador.