domingo, 29 de mayo de 2016

El dragón de Shanghái


El socialismo con características chinas ha logrado convertir al Imperio Celeste en una superpotencia global y ha arrancado a millones de personas de la miseria (pobreza que el maoísmo había generado o exacerbado). China ha cambiado y no ha cambiado. El milagro económico tiene sus costados siniestros. Por un lado, la modernización se sustenta en un materialismo despiadado que aplasta a las personas menos competitivas y a ricas tradiciones culturales, y que genera gravísimos problemas ambientales y de salud pública. Por el otro, el modelo totalitario se ha preservado intacto. Machacando a los ciudadanos con la necesidad de mantenerse en el poder por miles de años, el Partido Comunista alega que sólo él puede gobernar China y todo lo que haga está justificado (como los populismos latinoamericanos). Sus intereses están por encima de todo lo demás, incluso del sistema legal ordinario (ídem). Ser funcionario significa tener acceso a todas clases de privilegios. El socialismo con características chinas le teme a una sola cosa: al escándalo en Internet. La segunda fuerza más poderosa para desenmascarar a los corruptos son la esposas y las ernai (amantes) despechadas. El sistema de partido único, con sus bizantinas luchas de poder entre facciones, favorece la venalidad y el cortoplacismo. Los funcionarios viven histéricos porque no saben qué les depara el futuro. Así que se valen de sus cargos para robar y malversar cuánto tengan a mano en el menor tiempo posible. Funcionarios desnudos se denominan aquellos gerifaltes que envían a su mujer y a sus hijos al extranjero, en previsión de su propia fuga. Suman cientos.

 Tan preciso mural del Reino del Medio en el siglo XXI no fue compuesto en las páginas de un ensayo político. Es el telón de fondo de una novela policial que aquí venimos a recomendar. Justifica la lectura de El dragón de Shanghai (Tusquets, 335 páginas) y permite -al interesado en el tema- sobrellevar los ripios, como la lentitud de la trama, los diálogos insulsos, el didactismo y el costumbrismo exagerado.

El autor se llama Qui Xiaolong. Nació en Shanghái en 1953, pero reside desde hace casi treinta años en Estados Unidos. Dicta clases en la Universidad de Saint Louis, es traductor y poeta, y ha ganado fama y fortuna con una serie de novelas policiales protagonizadas por el inspector jefe Chen Cao. En su última aventura, Chen se metió, sin saberlo, en un enorme problema con muy ambiciosos dirigentes comunistas.



QUINGGUAN




El inspector Chen, un cuadro del partido con rango de jefe de brigada, es un policía competente y concienzudo, una especie casi en extinción hoy en día. A personas como él, en China se las llama qingguan, es decir, funcionario incorruptible. Como en nuestra Patria, no es un producto del sistema político sino una aberración de éste. Su padre era un erudito confuciano que cayó en desgracia durante la Revolución Cultural por reprobar la quema de libros que había ordenado el emperador Qin Shihuang (¡doscientos años antes de Cristo!). Resulta que Mao admiraba a Qin. Chen es, como su demiurgo, traductor y poeta. Podría decirse que es un intelectual. Como se dijo, se ha metido en dificultades con el régimen. Lo desplazaron del cargo mediante un ardid, el viejo truco del ascenso fraudulento. Alguien muy poderoso le está jugando sucio, le montan una emboscada con prostitutas. Una fiesta de presentación de un libro en el Mundo Celestial -un burdel camuflado de club nocturno- se convierte en una trampa orquestada desde la altas esferas. Lo único que Chen puede hacer es “provocar a la serpiente“. Como si estuviera jugando al go, el inspector y sus amigos hacen jugadas en busca de respuesta.

La atmósfera de paranoia, el suspenso, la trabajosa pesquisa de Chen, el trasfondo político, los hermosos nombres grandilocuentes ("la calle de las Diez Perfecciones", por ejemplo) son lo mejor de una urdimbre que trae una buen surtido de proverbios y algunos pareados clásicos no sin belleza. A la novela, no obstante, se le notan demasiado las costuras (¡un libro con mensaje!, el colmo de horrores, decía Oscar Wilde). Desea Qiu Xiaolong exponer los problemas de una sociedad pervertida por la frenética acumulación de dinero y denunciar la corrupción enraizada en un sistema sin alternancia en el poder. El declive de los teatros de opera de Suzhou también lo angustia. Los malos son aquellos crápulas que los chinos de a pie, antes de escupir en el piso, llaman Bolsillos Llenos, funcionarios, militantes, hombres de negocios, ratas rojas cargadas de dinero gracias a sus lazos con el partido gobernante. Otra inquietante similitud con la Argentina.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura de La Prensa.


Calificación: Bueno



PD: Quintin aporta aquí una mirada fresca e inteligente sobre la novela de Qui: https://lalectoraprovisoria.wordpress.com/2016/05/25/diario-intermitente-87/#more-26263

sábado, 28 de mayo de 2016

El alma del ateísmo

André Compte-Sponville

Ensayo de filosofía, 211 páginas. Paidós. Edición 2009. 


La humanidad progresó. Hasta el ateísmo ha evolucionado. Ya no es ese rugido intransigente y homicida que proferían cien mil gargantas fanatizadas por la Revolución Francesa, el marxismo o la barbarie nazi. Ahora es una convicción amable que destaca las coincidencias con los creyentes y concluye que lo importante no es la religión ni la irreligiosidad (ni siquiera sería Dios) sino la espiritualidad de cada uno. Aquello que nos une es más importante que lo que nos separa. Uno de los principales escuderos en el combate del ateísmo fiel en favor del laicismo y la tolerancia es el francés André Comte-Sponville.

Hace una década, el pensador francés, que fue educado en el catolicismo, entregó a la imprenta un breviario que defiende tal envite existencial. Una frase la condensa: “¡No por ser ateo me voy a castrar el alma!” Ajá, un ateo que cree en la posibilidad del alma, interesante, ¿verdad? Parafraseando a Schopenhauer, advierte que “el hombre es un animal espiritual”, y sostiene que la espiritualidad es algo demasiado importante como para dejarla en manos de curas, mulás, rabinos y espiritualistas.

Compte-Sponville tiene una virtud infrecuente en la filosofía francesa. Expone con claridad, su pensamiento (o la falta de) no se oculta detrás de una maraña casi ininteligible reservada a los entendidos o a las masoquistas. El librito que trajo el sello Paidós es para cualquier persona que le interese el tema. Y como buen ensayo de filosofía abre la mente para entender la realidad (incluso la Argentina, donde también el dogmatismo ha regresado) y proporciona una guía de conducta. Por ejemplo, ante el nihilismo y los fanatismos, propone a ateos y creyentes “la fidelidad”. ¿Fidelidad a qué? A las enseñanzas de nuestros padres, maestros y a lo mejor que ha generado la cultura occidental, que naturalmente que también incluye las Sagradas Escrituras (Montaigne y la Biblia; no Montaigne o la Biblia). Nadie que persiga esa forma de rectitud podría escribir, por ejemplo, que “la corrupción es una forma espeluznante de democratizar la política” como acaba de hacer un historiador kirchnerista en un periódico de su propio palo para escándalo de las redes sociales. Robar está mal y la política no puede estar nunca por encima de la decencia. ¿No es eso lo que aprendimos en casa?

El ensayo intenta responder tres preguntas: “¿Podemos prescindir de la religión?”, “¿Existe Dios?” y “¿Qué tipo de espiritualidad podemos proponer a los ateos?”. En la primer parte, el autor de ¿El capitalismo es moral? (pincha acá) afirma que de lo que nunca podremos prescindir es de la comunión, de la felicidad ni del amor. En el segundo tramo, expone seis argumentos que lo llevan a no creer en Dios e incluso a considerar que no existe. Personalmente, creo la única refutación que no resulta convincente de las que se hace de la llamada apuesta de Pascal: “Si no se puede probar a Dios, se puede -y se debe- apostar a su existencia”.

Finalmente, en el tercer capítulo (el más original), tras evocar su propia experiencia mística, Comte-Sponville explica que la espiritualidad, el producto más exquisito de Naturaleza, es nuestra relación finita con el infinito o la inmensidad, nuestra experiencia temporal de la eternidad, nuestro acceso relativo al absoluto. Es el amor (es decir, una alegría acompañada de una causa exterior) y no la esperanza lo que hace vivir; es la verdad (es decir lo universal), y no la fe la que libera. Ya estamos en el Reino de los Cielos, la Eternidad es ahora. Lo realmente novedoso de la Buena Nueva sponvilleana es que se puede ser ateo sin necesidad de ser materialista. En Occidente suena extraño, pero en Oriente -y la antigua Grecia y en Roma- se ha practicado con naturalidad.
Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno

domingo, 22 de mayo de 2016

El ratero le birla la mujer al relojero

Con la Alta Literatura ocurre lo mismo que con todo aquello que nos provoca deleite. Hay creaciones o creaturas que uno puede devorar sin respirar siquiera; el placer está en la saciedad. Hay otras, en cambio, que exigen demorarlas en el cuenco de la mano, oler su fragancia, sentir su peso, apreciar la textura y los matices tornasolados, asimilarlas sorbo a sorbo. Los libros de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) entran en la última categoría. Cada una de las partes es tanto o más valiosa que el todo. El capítulo suele refulgir más que la novela; la página más que el capítulo; el párrafo más que la página; la frase más que el párrafo; la expresión más que la frase. Sólo una lectura sin prisas, hedonista, cuidadosa podrá aprehender esa elevada condición. 

La guitarra azul (Alfaguara, 291 páginas, edición 2016) se ajusta a la descripción. Nada hay desagradable al ojo en la novela más reciente de
Banville. Uno se siente tentado a concluir que en la literatura moderna no existe mejor retratista, mejor antropomorfista, mejor forjador de tropos metafóricos que este irlandés, cuya obra pide a gritos el reconocimiento universal de un Nobel. Esto no significa que sea para todos. Aquellos incapaces de conmoverse con una prodigiosa exhibición de estilo puede que se sientan empalagados. La verbosidad -el uso excesivo de palabras- suele irritar. Para quien esto escribe, y en lo que la belleza de la prosa se refiere, Banville es el Nabokov de nuestro tiempo. Súmese las técnicas de complicidad (la narración me habla a mí, le habla a usted) y la sublime erudición que abreva en las mitologías, la zoología y la botánica, las referencias clásicas, la Alta Pintura. En esta oportunidad, hay otro juego interesante: la narración incluye un buen surtido de teorías científicas y se deslizan versos de Keats, Brontë, Byron, Rilke, etc… desnudos de cursivas y referencias, explica al final la traductora Nuria Barrios, que por cierto ha realizado un trabajo impecable, excepto un tremendo error de principiante (Gran Armée de Bonaparte es Gran Ejército, no Gran Armada). En el caso de orfebres como Banville, en los que la forma de expresar es todo, cada palabra cuenta.



Leemos las memorias de un sinvergüenza, un casanova de pacotilla, un recolector de bagatelas, que es una manera elegante de decir que se trata de un ladrón de cosas de escaso valor. Oliver Ormé quiere hacernos testigos de su descenso a los infiernos de la ignominia. Se ganaba la vida como pintor, pero ahora sufre de rigor artis. Está bloqueado, se retuerce en las redes de una crisis artística. No obstante, el elemento rotundo de la esencia de Olly es otra habilidad, su talento para escamotear. Es un duende pelirrojo y rechoncho que ha descubierto el erotismo del hurto, el arte de las manos ligeras:




“…cuando abrace con mi puño aquella pequeña y delicada figura y la introduje en mi bolsillo, el espasmo de placer que recorrió mis venas e hizo que los folículos del cuero cabelludo se contrajeran y hormiguearan fue tan antiguo como Onán. Sí, en aquel instante descubrí la naturaleza de la sensualidad en toda su ardiente, inflamada, acuciante e irresistible intensidad…”


El ratero-artista, vaya caradura. La guitarra azul se vincula, en cierta forma, con otra novela anterior de Banville. Si en el Libro de las pruebas (1989) trabamos ligazón con el asesino banal, aquí nos interpela el ladronzuelo banal, cuyas acciones también generan consecuencias devastadoras y en última instancia recibe su merecido (a su manera, Banville es un moralista). Un acto de repugnante vileza moral precipitó la decadencia del Autólico irlandes: le birla la mujer a Marcus el relojero, su amigo, en la ciudad de mala muerte (diez mil almas) que los vio nacer (“Un sitio que podrían haber soñado los hermanos Grimm”). ¿No es el sitio perfecto para ser un fracasado, se pregunta Olly, el adúltero.

ALTA FILOSOFIA



Las novelas de Banville también fulguran por sus especulaciones; meditan sobre las grandes cuestiones de la vida y así las intuiciones más profundas surgen en lugares inesperados. Son conjeturas, pensamientos sin solidificar, lo única categórico, como se dijo, es la belleza de la expresión. Aquí y allá aparecen llamaradas de lucidez, en forma de sentencias como ésta: “Qué canalla y sinvergüenza es la líbido“. Verdad, ¿no es cierto? En La guitarra azul el autor no piensa en función de la especie, sino más bien del género. Así redondea un pasmo que ha acompañado al hombre desde que descubrió que no estaba solo sobre este valle de lágrimas:

“Comprendí, con rotunda claridad, que no existe tal cosa llamada mujer. La mujer, caí, es una leyenda, un fantasma que sobrevuela el mundo, posándose aquí y allá, en éste o en aquel desprevenido ser femenino al que transforma, de forma breve pero decisiva, en un objeto de deseo, veneración y terror…”

En la página ciento treinta y dos, desarrolla otra antiquísima perplejidad varonil:

“Para mí es un motivo permanente de fascinación y de asombro que bajo la ropa menos atractiva -aquel suéter informe, la falda sin gracia, los zapatos anodinos- se oculte algo tan complejo, rico y misterioso como el cuerpo de una mujer. Que las mujeres sean como son es uno de los milagros seculares, ¿acaso hay otro tipo de milagros? No me refiero a su mente, a su intelecto, a su sensibilidad y sé que por esto seré vilipendiado , pero no me importa. Hablo del hecho visible, táctil, aprehensible de la carnalidad femenina, tan ajustada a su armazón de huesos, de eso estoy hablando. El cuerpo piensa y posee su propia elocuencia, y el cuerpo de la mujer tiene mucho más que decir que el de cualquier otra criatura, infinitamente más, al menos a mi oído o a mi vista”.


La novela avanza a golpes de memoria. Olly es una conciencia atormentada que le da vueltas al pasado. Es un crápula que ha visto morir a una hija de tres años. La traición y sus consecuencias bochornosas causan tristeza, pero la novela -otro mérito- tiene pasajes desopilantes (se trata de humor negro) pues el personaje principal no otra cosa que un narcisista torpe. ¡Y esas magníficas descripciones de personas y situaciones! Así como los esquimales -dicen- tienen más de cincuenta palabras para referirse a las diferentes clases de nieve, el ganador del Premio Booker 2005 demuestra en su novela más reciente que existen infinitas versiones de la lluvia. La prosa de John Banville -suave como el musgo- causa una profunda satisfacción estética.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

domingo, 15 de mayo de 2016

La mano derecha de Goebbels

Madre Noche
Por Kurt Vonnegut
La Bestia Equilátera. Novela, 234 páginas.

Kurt Vonnegut (Indianápolis 1922-2007) es una especie de sabio. Ha escrito algunas de las novelas más inteligentes y más estrafalarias de nuestro tiempo. Si bien ha innovado en la forma, prefirió conservar esa tradición literaria que sostiene que una obra debe tener introducción, nudo y desenlace, y, sobre todo, debe ofrecer al público una moraleja.

En ésta brillante exhibición de estilo narrativo, con elevadísimos pasajes de dramaturgia, quiere establecer que, si bien hay muchas buenas razones para luchar, no existe ninguna para odiar sin reservas, para imaginarse que el mismísimo Todopoderoso odia igual que uno. "¿Donde está el mal? Es esa gran parte de cada hombre que quiere odiar sin límites, que quiere odiar con Dios a su lado. Es esa parte de cada hombre que encuentra atractiva toda clase de fealdades. Es esa parte de un imbécil que castiga y denigra y va a la guerra con gusto", sentencia al final del libro.

Entregada a la imprenta en 1961, el mensaje de Madre Noche no ha perdido un gramo de frescura porque si hay algo que es permanente, inmutable e indestructible no es el ser de Parménides sino la estupidez del humano.

"Toda la gente está loca. Hace cualquier cosa en cualquier momento, y que Dios ayude al que busque un motivo", se nos enrostra. La novela emplea uno de los procedimientos favoritos de Vonnegut: las falsas memorias. Leemos las confesiones de Howard W. Campbell Jr., un escritor estadounidense que se fue a vivir a Berlín y se puso al servicio del Tercer Reich, "un hombre que estuvo muy abiertamente al servicio del mal y muy secretamente al servicio del bien, el crimen de sus tiempos". En efecto, si bien Campbell se hizo famoso por secundar a la astuta hiena de Paul Joseph Goebbels, como responsable de la propaganda nazi destinada a los norteamericanos, en realidad había sido reclutado por la inteligencia del Pentágono. Un coronel estadounidense le salvará el pellejo a Howard (espléndida conciencia cínica) una y otra vez después de la Segunda Guerra Mundial.

Así pues, Vonnegut afronta con solvencia -e incluso con un sentido del humor que jamás resulta insolente- uno de los grandes temas del despiadado siglo XX: la depravación nazi y su consecuencia más terrible, el Holocausto. También desuella al militarismo estadounidense, y a los fascistas entusiastas y malignos que todas las sociedades albergan, agitadores que uno no puede sino preguntarse de qué agujero han salido.

El lector, además, se sentirá tentado a trazar parangones con la historia reciente de la Argentina, con su escalofriante furor militante y tantos hombres y mujeres que no saben distinguir entre lo que está bien y lo que está mal: "Es difícil ser irrisorio en un país donde tantos seres humanos son refractarios a la risa y a la reflexión, y están ansiosos de creer, rugir y odiar".
De la prosa, baste decir que ésta es uno de las novelas mejor escritas por el gran narrador estadounidense. Hay un hábil dominio de la metáfora, cáustica ironía, diálogos fascinantes, sentencias perspicaces por doquier. Internet suma una curiosidad. El libro inspiró un film en 1996. Nick Nolte protagonizó a Howard W. Campbell Jr.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.


Calificación: Muy bueno




domingo, 8 de mayo de 2016

Avenida de los misterios

``De devociones absurdas y santos amargados, líbranos Señor''
Santa Teresa de Avila

POR GUILLERMO BELCORE

Así como Borges jugueteaba con espejos, laberintos y tigres, John Irving (New Hampshire, 1942) ha creado una mitología personal que combina mujeres corpulentas o intimidatorias, el circo, la lucha libre, fantasías sexuales estereotipadas, muertes grotescas, viajes entre continentes, situaciones truculentas con cierto sarcasmo, giros inesperados en la trama, historias tristes de amor, sucesos desbordantes, familias excéntricas. El potaje es casi siempre sabroso.

En Avenida de los misterios (Tusquets, 637 páginas) añade una dimensión religiosa y mística. Su novela más reciente, cuyo título evoca la calzada que desemboca en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, arremete contra el catolicismo tradicional. Es un libro militante, se empeña en transmitir un mensaje. En nombre del humanismo secular ("el eterno enemigo''),  el genial escritor estadounidense ha querido repudiar de la Iglesia su proselitismo permanente (¿no es ésta su misión primordial, la evangelización?), sus intervenciones sociales, sus manipulaciones de la historia, el colonialismo y el comportamiento y ética sexual. "Entre las impracticables reglas de vuestra Iglesia y la naturaleza humana, me quedo con la naturaleza humana'', descerraja un personaje. No obstante, si bien resulta pertinente definir al libro como anticlerical, no es posible catalogarlo como antirreligioso. Irving se encuentra abierto al misterio por excelencia, a los milagros inclusive. Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios, admite. Y reivindica la esencia más pura del mensaje del Ungido: la belleza del sacrificio, incluso con la propia vida, por la salvación de los demás.

TRINACIONAL


El catolicismo es el gran tema del libro porque se trata de una novela trinacional que transcurre en su mayor parte en Mexico y las Filipinas. El protagonista se llama Juan Diego Guerrero, escritor consagrado, gracias a que un seminarista malogrado lo rescató de la miseria de Oaxaca en la pubertad y lo llevó a vivir a Iowa City. Juan Diego era un chico de la basura, superdotado (como su hermana Lupe, la telépata) que aprendió a leer en español e inglés con los libros que rescataba de la quema. En la adultez, durante un viaje a Manila, va reconstruyendo -en alta definición- sus tremendas experiencias formativas, sueños deshilvanados por la ingesta de betabloqueantes (sufre de presión alta) y de Viagra. Con buen católico -nos dice el autor- se tortura con sus recuerdos.

Naturalmente, lo secunda una pléyade de personajes estrafalarios. Irving, ya sabemos, es un avezado forjador de caracteres raros y situaciones exóticas. Lupe, la niña clarividente que mantiene una relación de amor-odio con la Virgen María. El padre Pepe, jesuita, con un caridad tan grande cómo su barrigona. Edward Bonshaw, otra presencia jubilosa, cuya carrera sacerdotal se trunca al enamorarse de Flor, travesti mexicana, de conducta anárquica (a la sazón, se convertirían en padres adoptivos del lector del basural). Esperanza, inverosímil mujer de la limpieza, madre de Juan y de Lupe, de mal vivir y exceso de mezcal. Miriam y Dorothy, gruppies lujuriosas o tal vez dos presencias sobrenaturales. Clark French, escritor católico, tan pelmazo como generoso. Y la lista continua. Aunque esta vez -­ay!- no gozamos de diálogos memorables. Ha llegado el momento de decirlo: no es la novela número catorce de Irving una de las mejor logradas. El clima exagerado de farsa o comedia televisiva, el agobiante exceso de redundancias y sentencias bobas, la proliferación de escenas inanes, y la condescendencia con el realismo mágico (hay fantasmas, súcubos, estatuas que cobran vida) dificultan el tránsito hacia la última página. Si no fuera por esos pequeños misterios que hacen avanzar la trama...

RESENTIDO


Da la impresión de que Irving es una persona resentida con los críticos literarios y los trabajadores de prensa. Lo deben haber tratado muy mal, o al menos -él lo siente así- de manera injusta. Nadie puede vestirse peor que un periodista, sentencia. ­¡Ejem! Y utiliza la boca de Juan Diego Guerrero para defender su apuesta narrativa, un realismo que, según admite, sigue la forma del siglo XIX (debe mucho a la lectura de Hawthorne, Melville, Hardy y Dickens), pero que ha sido forjado básicamente por la imaginación, en lugar de la experiencia: ``La vida real es un modelo demasiado chapucero para la buena literatura''.
Las personas reales -se sostiene en la página cuatrocientos ochenta- tienen demasiadas contradicciones e incógnitas. Las personas reales son demasiado incompletas para servir como personajes de una novelas. El buen escritor es aquél capaz de inventar una historia mejor que las que le han ocurrido a él.

Ese realismo que -como se dijo- en Avenida de los Misterios tiende peligrosamente hacia lo fantástico, hace saltar al tiempo atrás o adelante. Es un tiempo que parece más asociativo que lineal, pero no es exclusivamente asociativo. En el vaivén se percibe la mano maestra del novelista, como minucioso cuidador de los detalles.

Otra idea sugestiva que plantea el narrador es que las mujeres son las verdaderas lectoras. Son las únicas que poseen la capacidad de sentirse afectadas por una historia. Mientras haya lectoras la novela no morir , dice el texto.

Por último, hay una rara referencia a la Argentina, mediante dos acróbatas apasionados. ``Quizás eso del sexo a todas las horas sea una cosa propia de los argentinos'', conjetura Irving. Por lo que uno sabe y ha vivido, la especulación es totalmente inexacta.

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular

Otra campana: Rodrigo Fresán ha ovacionado de pie en Página 12 a Irving por esta novela: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5857-2016-05-23.html