domingo, 31 de mayo de 2015

El gusano de seda

Robert Galbraith

Salamandra. Novela policial, 542 páginas.

La escritura de J.K. Rowling (Robert Galbraith es su seudónimo) tiene un problema: quiere decirlo todo, procedimiento que -como advirtió Voltaire- es el secreto de ser aburrido. Cada giro, incluso el más intrascendente, de su segunda novela policial es minuciosamente explicado, como si la autora volviera a hablarle a esos lectores primerizos que han consagrado a Harry Potter. El problema radica en que ahora esta multimillonaria dama inglesa pretende dirigirse a los adultos (pinche aquí).

Por desgracia, no es la única maca evidente. Déficit de invención, situaciones obvias o grotescas, personajes planos, ausencia de critica social y una prosa sin gracia (las metáforas de Rowling son lamentables; las descripciones, horribles) lastran una novela larga en la que lo único rescatable es la truculenta historia. Uno llega al final gracias al suspenso; a quien no le interesa saber lo que en realidad ha ocurrido.

Investiga Cormoran Strike, 36 años, corpulento ex policía militar que perdió media pierna en Afganistán, hijo no querido de un rockero y una drogadicta, detestado por la policía de Londres. Vive en un cuchitril del tamaño de un armario, se ha aficionado a la comida grasienta y está endeudado hasta las cejas. Pero le resulta atractivo a muchas mujeres. Hace de Watson su secretaria Robin Ellacot.

Cormoran es contratado por la esposa de un escritor de cuarta categoría, un ególatra que se cree lumbrera (parece argentino). Owen Quine se ha marchado con un portazo y nadie sabe dónde está. Se piensa en una desaparición planificada por fines propagandísticos pero pronto aparece su cadáver eviscerado. El asesinato fue un acto extraño, sádico, de inspiración literaria y ejecución despiadada. El suspenso gira en torno al último manuscrito de Quine, titulado Bombyx mori (gusano de seda), producto de una mente enferma y resentida que busca causar estragos para saciar su sed de venganza.

Se atasca el mamotreto en detalles nimios, como los sentimientos confusos de la secretaria o el dolor en la rodilla del investigador que le impide usar la prótesis. Esta es otra tara del libro que, sin aportar alguna originalidad, ni siquiera tiene el tino de apegarse al canon. La anécdota policial viene sazonada con pueriles reflexiones sobre literatura y la industria editorial. La melodía se interpreta siempre en un tono menor, por decirlo con palabras de Rowling.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Regular

PD: Incluye esta novela los peores símiles que he leído en mi vida, incluso peores que los esperpentos de Roberto Arlt. Dice Rowling de un fulano: "tenía la cara de un zorro ártico disoluto" (???)

jueves, 21 de mayo de 2015

Lugones

Leonardo Castellani

Ediciones de la Biblioteca Nacional (2012), ensayo de literatura, 176 páginas.

Atareados con esas nimiedades que año tras año degradan el mercado editorial (casi todas nouvelles, no sea cosa de fatigar a los perezosos), la crítica argentina -hasta dónde yo sé- ha pasado por alto la magnífica Colección Los Raros de la Biblioteca Nacional. De cada una destas joyas de la abuela se han impreso ochocientos ejemplares. Muy poco. En la última Feria del Libro los remataban al precio de costo (¡ochenta pesos!) por lo que uno puede suponer que no cumplieron cabalmente el propósito noble de rescatar del olvido a esos autores y textos que ensancharon el acervo cultural. Una lástima. No merece la omisión, el padre Leonardo Castellani (1899-1981) “la más lúcida y crispada de las plumas de la intelectualidad católica argentina del siglo XX”, según Diego Bentivegna, autor del minucioso estudio preliminar de la edición que aquí se recomendará.

Para quien no lo conozca, digamos que Castellani fue un jesuita enorme de ojos saltones que repudió a la Iglesia Católica Argentina por promocionar escritores melifluos y superficiales como Constancio Vigil (la orden lo expulsó y el Vaticano le impidió por décadas celebrar misa). Su ethos era predominantemente bélico; fue un antimodernista estridente. Abominó del sistema político liberal instaurado por la Constitución de 1953. Abominó de Urquiza, Samiento y Roca. Hay algo conmovedor en su prédica bien razonada a favor de la monarquía cristiana. Es como defender hoy la tracción a sangre. Bentivegna tiene razón: la voz de Castellani nos sigue convocando, sobre todo a aquél que no le interese el “plebeyismo, el floripondio y la cursilería“ (son palabras del sacerdote).

Se rescató pues una obra felicísima del padre Castellani de 1964, a la que se ha enriquecido con el mencionado prólogo (esclarecedor) y dos artículos publicados por el escritor católico en La Nación después del suicidio. El librito se devora, tanto por la forma como por el contenido. Porque Lugones -es momento de decirlo- también resulta sumamente interesante y tampoco merece la amnesia nacional a causa de sus ideas políticas extraviadas del último tramo existencial. Le cedo la palabra a Jorge Luis Borges:

“Entonces aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue callado y solo a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte” 
Leopoldo Lugones, 1955

La crítica castellaniana a las obras poéticas y en prosa del “señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra” es -salvando el abismo descomunal- hermana de la que este blog propone, dirán ustedes con qué suerte: la crítica como práctica lectora. Es decir, el cura transmite, básicamente, experiencias de lectura que examinan tanto la destreza técnica de las expresiones poéticas como las ideas (descabelladas) de la prosa del vate. “Sus versos me convencen más que sus ensayos”, sentencia. Borges, a quien Castellani tacha de “blasfemo oficial de la República”, había escrito algo simular de Lugones:

“…sus razones casi nunca tenían razón, sus epítetos, casi siempre…“. 

El sacerdote es -como Lugones, como casi todos nosotros, los que integramos la despareja fauna de las redes sociales- intensamente argentino en su carácter de curioso insaciable, gran lector improvisador e improvisado, autodidacta en materia literaria, aunque posee una muy sólida formación tomista. Sus juicios son valiosos -destaca Bentivegna- porque se “abstiene de la apología hueca y del rechazo infundado”. Tomen nota los comentaristas dominicales, paradigmas contemporáneos del intelectual esnob (Castellani, por cierto, fue cualquier cosa menos un esnob).

Otra digresión. En 1964, Castellani, azote del fariseísmo, denuncia una ambición de los intelectuales cartabiertistas de su tiempo que ha perdurado incólume medio siglo:

“Hoy día la desdicha del poeta es grande si no consigue un puesto en Teléfonos del Estado, desde el cual se puede tratar a ladridos a todo el mundo”.

Uno no puede dejar de mencionar una ocurrencia gramatical de Castellani, acaso inspirada por el portugués o por el castellano antiquísimo. Ojalá hubiera llegado a prosperar. El jesuita fue un inventor de contracciones: desos, dellas, deste, anoser, apesar. ¿Piensan que es snob apoderase desta lindeza?
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente


PD: La próxima reeimpresión de Leonardo Castellani debe ser Critica literaria.  

miércoles, 13 de mayo de 2015

Pájaro del celda

Kurt Vonnegut

La bestia equilátera. Novela, 253 páginas, edición 2015.


Toda felicidad es religiosa
K. Vonnegut

Lee tus libros tal como un guerrero azteca devoraría el corazón de los enemigos valientes, trata de adueñarte de su magia, sugiere uno de los personajes de esta novela memorable. La magia de Pájaro de celda proviene del formidable sentido crítico del autor (que lo convirtió en su momento en ícono de la contracultura), de las reflexiones metafísicas y de la capacidad para inventar o reproducir historias. Añádase que estamos ante un narrador que siempre intenta ser didáctico, ya sea sobre las reinitas protonotarias (Protonotaria citrea), el idioma urdú (lengua austera y fea inventada en la corte de Gengis Kahn) o la infame ejecución de Sacco y Vanzetti. ¡Vive para aprender!, es uno de sus latiguillos. Y como si no fuese suficiente, el prólogo -escrito también por Kurt Vonnegut- tiene la excelencia de la novela misma.

La obra fue escrita en forma de autobiografía. Oímos a Walter Sturbuck, un pobre diablo, entenado de un millonario, graduado universitario, ex funcionario de F.D. Roosevelt que cayó en picada después de haber acusado de comunista a un amigo que le había robado a su novia. Décadas después, Richard Nixon se apiadó de él y le inventó un trabajo en la Casa Blanca. Fue a prisión, por causa del Watergate. Salió a los pocos años, pobre como una rata y un golpe de suerte lo convirtió en vicepresidente del conglomerado más poderoso de su país. Pero la mala estrella de Walter (la mala estrella de cualquier Don Nadie, mejor dicho) no le permitió triunfar fuera de la cárcel. No es ninguna vergüenza. Hay mucha gente buena que fracasa en el sistema de libre empresa.

Si la trayectoria vital de Sturbuck arma el esqueleto de la trama; la carne -es decir, lo más sabroso- consiste en la denuncia de la plutocracia americana, de una nación donde hacer dinero es la prioridad absoluta para todo el mundo. Vonnegut, un opinador compulsivo, reprueba la ética basada en la películas de vaqueros y se horroriza por los trágicos subproductos del capitalismo (los indigentes). Habla siempre en nombre de la clase trabajadora. Quiere demostrar un punto: los egresados de Harvard -quintaesencia del establishment- son la verdadera hez de la sociedad.

Jailbird fue publicado en 1979. Cinco años después, Vonnegut intentó suicidarse. Estaba deprimido y temía que los críticos “lo aplastaran como a un mosquito”.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

PD: Vonnegut es otro de esos autores que despiertan el apetito, es decir uno se siente obligado a agotar su obra. Un narrador tan exótico como fascinante.

domingo, 10 de mayo de 2015

El metal y la escoria

A diferencia de la Argentina, México ha mantenido una relación errática con la migración de origen hispano. Después de la independencia y como consecuencia del ferviente deseo de construir una identidad nacional, se prohibió el ingreso de los españoles e, incluso, se expulsó a algunos. En 1853 se levantó el veto y comenzaron a llegar los inmigrantes pobres, pero no fue hasta después de la Guerra Civil Española que la legendaria hospitalidad mexicana pudo demostrar a pleno su benevolencia. México, en efecto, se convirtió en el hogar primordial de los republicanos que huyeron para salvar su vida, su libertad o su dignidad de la barbarie franquista. Esa inmigración socialista, agnóstica o atea -anticlerical en todo caso- chocó que la anterior oleada monárquica, conservadora y católica. Ese desencuentro ha sido magníficamente registrado en una novela exótica que acaba de desembarcar en la Argentina. Su autor es un eminente hombre de letras azteca, no muy conocido, ¡ay!, por estos lares, si bien don Gonzalo Celorio (México 1948) tiene una larga trayectoria como catedrático, editor y narrador de depurado estilo, que seduce por sus virtudes clásicas.

Hablemos pues de El metal y la escoria (Tusquets, 315 páginas). El título proviene de un poema de Borges (Everness) que de alguna manera anticipó las nuevas teorías sobre el tiempo del universo atrapado en los agujeros negros:

“Sólo una cosa no hay, es el olvido
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido“.

El metal y la escoria refiere a la familia paterna de Celorio: el padre Miguel, un dechado de virtudes; sus tíos tarambanas que dilapidaron una fortuna y murieron ahogados en alcohol y deudas antes de los cuarenta años. También evoca a los hermanos del autor, los doce peldaños de una esforzada escalera. La siempre complicada fratria, como bien apuntó Noe Jitrik en la presentación de la obra el sábado 2 de mayo en la Feria del Libro. Luisa Valenzuela también vertió elogios sobre Celorio desde el proscenio.

UNA AÑOSA OBSESION

“El libro es una obsesión de cuatro décadas”, explicó el autor mexicano en la bulliciosa Feria del Libro. “Escribí el primer capítulo hace cuarenta años. Lo cual no significa que haya tardado cuatro décadas en terminarla; si así fuera, sería un fracaso como escritor”, bromea. Y reivindica la condición novelesca de su obra más reciente, pues si bien fue edificada sobre hechos reales, la imaginación se encargó de llenar los huecos. “La novela -añade Celorio- es la más sucias de las formas literarias, incorpora toda clase de elementos. Cuando se apega a una forma fija, estricta -caso el naturalismo decimonónico- sufre anorexia, como bien decía Carlos Fuentes“.

Con un procedimiento muy eficaz, Celorio resolvió ese vaivén entre hechos comprobados por un lado, y versiones o mitos familiares o directamente productos de la imaginación, por el otro. Hay una delicada alternancia de las personas verbales. Usa sólo el yo para la propia experiencia y los recuerdos; el cambio la segunda persona la emplea -de manera magistral- para los datos que no ha podido constatar.“Lo que quería saber de mi familia, la novela me lo va revelando; descubro lo que no conocía“, apunta.

La saga comienza con la partida de Emeterio Celorio de una aldea perdida de Vibaño, pequeño caserío de Asturias, trepado en la montaña. En Ciudad de México, labró una pequeña fortuna con la importación y comercio de bebidas alcohólicas después de mil privaciones y trabajo esforzado. Hizo la América, como quien dice. Había llegado, con una mano atrás y otra adelante, como se suele decir también. Pero sus hijos fueron calaveras, estúpidos o alucinados, con la excepción de Miguel, justamente el padre de Gonzalo. Miguel edificó una familia feliz y numerosa, revirtió los daños. Hay un tenue misterio -bien dosificado- sobre la suerte de los tíos del autor. El telón de fondo es, naturalmente, la tumultuosa historia mexicana.

Además de una novela sobre los mayores, estamos pues ante otro caso atractivo de literatura de inmigración, una de las especies más fecundas del continente. Más allá del contenido, la prosa merece elogios. Elegante, clara, con palabras consistentes como las cosas (la frase es de Jitrik) con una cadencia muy seductora y enriquecida con las siempre fragantes voces que vienen del náhuatl: trajineras, escuincle, itacate, sirimique, huacal, merolico, tameme, tezontle, etc. Celorio, por otra parte, es pródigo en listas “para exorcizar la desmemoria, para ejercitar esa especie de erotismo de las neuronas que quieren tocarse, poseerse”.

De lector a lector, un consejo. El metal y la escoria debe ser acompañado por la ingesta con Tres lindas cubanas (Tusquets, 394 páginas, edición 2008, pinche aquí), la novela también autobiográfica en la que discurre la familia materna de Celorio. Una sugerencia al autor. Una sugerencia al autor. Debería completar una trilogía con un texto sobre la tía Luisa, afrancesada, mitómana y caprichosa como toda niña malcriada, gran campeona de las artes en la norteña ciudad de Torreón. ¡Qué personaje tiene allí! No merece lo que Borges dice que no existe, el olvido.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Bueno