sábado, 28 de enero de 2012

Libertad

Jonathan Frazen
Salamandra. Novela, 667 páginas. Edición 2011.

Harold Bloom sostiene que el malestar de la cultura estadounidense es tan descomunal que ningún escritor contemporáneo puede abarcarlo por sí solo. En realidad, lo que el insigne crítico quiere decir es que no existe ningún literato al que le dé la talla para semejante faena (sí, hay uno, se llama Thomas Pynchon). Pero está bueno que los más diestros narradores lo intenten. Como Jonathan Franzen (Illinois, 1959). Por segunda vez en diez años, compone un fresco balzaquiano de una familia típica del Medio Oeste con el propósito de denunciar la podredumbre de una civilización que se basa en consumir en exceso, y que se cree que tiene el derecho universal a más y más.
 
Libertad es algo así como Las correcciones (la obra maestra de Franzen) recargado. El retrato es más minucioso, pero la expresión no ha mejorado ni un ápice. La prosa, dicho de otro modo, no es nada del otro mundo. En lugar de sondear los abismos de una conciencia, se demora en examinar durante décadas las enfermedades mentales y las desdichas en carne viva de los Berglund (papá y mamá, dos hijos) y sus conexiones cercanas. Es una narración, por así decirlo, en plan psicólogo. El problema es que ha absorbido, vaya paradoja, el gigantismo estadounidense que tan bien logra desollar.

¿Eso significa que la novela es mala? No, todo lo contrario. La ambición le otorga alas de gigante. El sinsentido de la existencia moderna, el imperioso llamado del sexo, la apremiante cuestión ambiental, la deliciosa renuncia a la responsabilidad social, la guerras del nefasto George Bush, la epidemia de resentimiento y neurosis son algunos de los cien núcleos temáticos que Franzen, un moralista implacable, aborda con eficacia e inteligencia. Ha creado, además, un héroe para nuestra época: Walter Berglund, el hombre íntegro. El final, dulce y conmovedor, nos permite sacar la conclusión que, en el fondo, se trata de una historia de amor en forma de novelón decimonónico, que nunca carece de tensión dramática y aprendizaje existencial. Aun hoy, en la era del Twitter estupidizante (¿puede redondearse algo que requiera meditación en ciento cuarenta caracteres?) la sombra de Dickens o de Tolstoi resultan una influencia enaltecedora. Sin duda, el amante de la novela oceánica, esa maravilla del universo, agradecerá a Franzen.
Guillermo Belcore
Una versión un poquitito más corta se publicó en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

PD: En la página 460 se afirma que “todo el mundo dice que Buenos Aires es una ciudad fantástica“. Luego Joey Berglund y la despampanante hija de un neocom judío a lo Feith, Perle o Wolfowitz vienen a una estancia de Bariloche a practicar equitación.

PD II: Se estableció que es ésta la gran novela de 2011. De hecho, Franzen ha ganado la tapa de la revista Time. Me temo que no puedo convalidar la sentencia. Yo opino que es muy inferior a Las correcciones, aunque se trata de una obra lúcida, interesante, amena en sus tres cuartas partes (¿qué libro de seiscientos páginas no contiene algún momento aburrido?). Una experiencia de lectura casi siempre agradable, en suma, pero me cuesta compartir el entusiasmo de la gran Michiko Kakutani.

lunes, 23 de enero de 2012

Anatomía de la influencia

Harold Bloom
Taurus. Ensayo sobre arte, 444 páginas. Edición 2011

Harold Bloom, ese polemista formidable, tiene ochenta años y la salud quebrantada. Ha enseñado durante más de medio siglo literatura de la imaginación en Yale. Se considera a sí mismo un gnóstico empedernido y un "formulador crítico de lo sublime''. Predica la shakespearología como la más benigna de las religiones. Es un entusiasta maestro de lecturas. Es un valiente, porque hoy cualquiera que se anime a emitir un juicio sobre el valor estético de un texto -"mejor, peor, igual a"- corre el riesgo de ser tachado sumariamente de aficionado total por la Academia. Antes de que anochezca, Bloom ha querido publicar una reflexión final sobre lo que llama proceso de la influencia. Comenta con pasión y sensualidad (la clave en su procedimiento es "pensar las sensaciones") unos treinta autores extraordinarios del canon occidental.

  Entiende Bloom que en literatura la influencia (como la jerarquía) existe. Consiste en la transmisión de un escritor anterior a uno posterior. Lo único que importa a la hora de interpretar -sostiene- es como un poema revisa aotro, tal como lo manifiestan sus metáforas, sus imágenes, su dicción, su sintaxis, su gramática, su métrica, su postura poética. El quid es "la lectura creativa errónea". Eso sí, la influencia actúa de manera laberíntica, nunca lineal. El agón resulta el rasgo central de las relaciones literarias. El crítico debe comprender la imitación, debe preguntarse de dónde extrae un gran escritor la idea de... y cómo la perfecciona. Que hay de Faulkner en Onetti, por ejemplo.

  El ensayo, pues, es el canto de cisne de Bloom. A pesar de su prosa nerviosa y confusa (por momentos) que propende al aforismo, siempre resulta interesante para el lector que busca la profundidad y la calidad literaria. El texto trabaja con materiales excelsos, como Shakespeare, Whitman, Joyce y Leopardi.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa el domingo pasado

Calificación: Bueno

PD: Harold Bloom -por eso lo considero mi héroe y mi mentor- tiene una fe inquebrantable en la estética. Sigue a Kant en la creencia de que el juicio estético exige una subjetividad profunda que esté más allá de cualquier ideología.

jueves, 19 de enero de 2012

¿Por qué tanto odio?

Elisabeth Roudinesco
Libros del Zorzal. Ensayo de filosofía, 125 páginas. Edición 2011.

"Nuestra época de crisis aguda se traduce en un profundo deseo de historia. Sacando provecho de esa desorientación, los alborotadores menos escrupulosos pueden erigirse en visionarios y servirse de cualquier recurso gracias a la complicidad interesada de los medios. (…) Autores confortablemente ubicados en las cabeceras de las góndolas, pero que representan un verdadero peligro desde el punto de vista de la transmisión del saber".
Guillaume Mazeau
Los medios de comunicación -sobre todo los diarios; en especial, los suplementos de cultura- suelen entronizar a grandes nulidades. Pensadores de moda, escandalosos, irreverentes, refutadores paripatéticos de los saberes oficiales, a quienes no les da la talla más que para danzar sobre la superficie de las cosas (la metáfora es de Nietzsche). El francés Michel Onfray, paladín del ateísmo posmo, pertenece a esta casta superflua y populista asegura el ensayito que Elisabeth Roudinesco, en colaboración con otros cuatro catedráticos, lanzó al ruedo para descalificar un libro de Onfray: El crepúsculo de un ídolo. La fabulación freudiana. ¿Libro dije? Para Roudinesco se trata más bien de "un líbelo delirante y maniqueo", una tentativa de "hacer daño".


Para quien no lo conozca, Onfray es retratado como un pensador extravagante que pretende formar parte de izquierda francesa, quien en su Tratado de Ateología opone a los tres grandes monoteísmos, "centros del odio y la destrucción", una "humanidad atea preocupada por el advenimiento de un mundo higienista, paradisíaco, hedonista: la cual estaría dirigida por un dios solar y pagano, completamente investido por la pulsión de vida y cuyo representante sería el propio Onfray, quien tendría por misión inculcar a sus discípulos la mejor manera de gozar de sus cuerpos y del cuerpo de sus vecinos: a través de la masturbación". 

Pero no es éste el disparate que a Roudinesco y sus colegas le interesa descalabrar, sino las mediáticas y festejadas ocurrencias de Onfray de que Freud es una fuente de pulsión de muerte, y de odio al padre y adoración de la madre (para seducirla mejor sexualmente), y de que la esencia del psicoanálisis nos es más un puro y simple relato autobiográfico de un fundador depravado.

El contraensayo no sólo destaca la falta de rigor científico, la ausencia de fuentes, la arbitrariedad, y los aberraciones metodológicas del pensamiento de Onfray como el llamado principio de la prefiguración que sostiene que "todo ya está en todo incluso antes de ocurra un acontecimiento" (Kant es un precursor de Eichmann, por ejemplo). ¡También somete al apóstol del placer solar a un análisis psicológico! (parece que de niño fue víctima de "malvados sacerdotes salesianos").

Como bonus track, el libro trae un capítulo de Roudinesco que desbarata un rumor famoso: "la relación de Freud con su cuñada", la que la hiel de Onfray (no fue el primero) presenta como una monstruosidad familiar. Me ha resultado muy interesante también, acaso por el peculiar momento que atraviesa la cultura argentina, la denuncia del profesor Guillaume Mazeau sobre "la ruptura del contrato de verdad". Por lo demás, provoca un gran placer estético (y una gran envidia) la forma en que los franceses eminentes procesan sus polémicas intelectuales: la falta de elegancia en la expresión se considera un pecado imperdonable.

Volvamos al título. ¿Por qué tanto odio? En efecto, las enseñanzas, tropos, diagnósticos y terapias que Freud enseñó al mundo son detestados parejamente por nazis, marxistas puros y duros, católicos de misa diaria, antisemitas de toda laya, positivistas a lo Mario Bunge y charlatanes mediáticos como Onfray. Cito a Roudinesco, insigne historiadora: "La historia del odio a Freud es tan antigua como el odio al psicoanálisis. No se toca impunemente el sexo, el secreto de la intimidad, los asuntos de familia, la pulsión de muerte y la barbarie de los regímenes que esclavizan a las mujeres, los homosexuales, los marginados, los anormales, sin tener que pagar un costo".
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

PD: Desde mi punto de vista, Roudinesco es una pensadora esencial, en cuanto que reivindica y encarna la tradición ilustrada contra los ataques premodernos y posmodernos contra la Modernidad sólida.

lunes, 16 de enero de 2012

En busca de April

Benjamin Black
Alfaguara. Novela policial, 327 páginas. Edición 2011

John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) considera a Benjamin Black, su otra identidad, como un hermano menor, un pariente pobre, una mitad vergonzosa. Seguramente, se trata de una coquetería o una falsa modestia. Las tres novelas policiales de Banville son tan Alta Literatura como El intocable, por citar una de sus mejores obras. El tercer volumen de la saga Quirke, en verdad, redondea otra prodigiosa exhibición de estilo: la construcción de escenas es brillante; el acabado de los personajes, incluso el de los de menor importancia, sublime (quizás sólo Dios preste tanta atención a sus criaturas). La evocación de la mezquina Dublín de los cincuenta, el vivificante trasfondo de catolicismo puro y duro, el misterio a resolver (es una historia terrible de oír), las complejidades de un puñado de almas dañadas, en fin, todo nos mantiene aferrados de las solapas hasta la última página. Incluso, relumbran las minuciosas descripciones de un invierno de los mil demonios. O de un automóvil, en este caso un Alvis TC 108 Super Graber Coupé, uno de los mejores que ha fabricado la Gran Bretaña. Banville, por lo demás, es un exquisito elaborador de tropos.


Garret Quirke se llama el protagonista. Patólogo de profesión, es un hombre difícil y turbulento, que no sabe escapar de un ayer que contiene demasiado veneno. Cuando está en espacios cerrados, tiene pinta de toro. A las mujeres les encanta pero el alcohol es su perdición, más precisamente la luz que emana una botella de whisky. Recién salido de la Casa de San Juan de la Cruz, un refugio temporal para adictos de toda clase, el doctor investiga la desaparición de April Latimer, hija de un siniestro héroe de la independencia de Irlanda (“un monstruo de orgullo, determinación y temeridad“, como son casi todos los héroes de la Patria). Lo involucró en el entuerto su hija Phoebe, otra alma descarriada. Cómo decirle que no, después de lo que Quirke le hizo en el pasado. Por cierto, los libros de Banville nos espetan sin rodeos que el pasado nunca suelta a su presa.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Excelente

PD: Como he intentado explicar, este libro eleva el género policial hasta las cimas de la mejor ficción, pero me da la impresión (no puedo asegurarlo, claro está) de que la traducción no está a la altura de las circunstancias. Me figuro que no trasmite la riqueza de vocabulario con que Banville, ese enorme estilista, suele componer. Debería ver el original y consultar a un experto. Quizás Gabrielaa pueda ayudarme.

viernes, 13 de enero de 2012

Sherlock

La segunda temporada de una miniserie británica que sigo con deleite en la Web me impulsó a alargar una entrada del año pasado. El diario La Prensa juzgó que era interesante para sus lectores y lo publicó en la edición de hoy.


Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes -estableció Borges- es una de las pocas buenas costumbres que nos van quedando. Ese caballero, flaco como una excusa pero con una mente filosa como navaja, sigue atrapando la imaginación de las generaciones. La industria del entretenimiento, obviamente, nunca dejar  de explotar el filón, con más o menos suerte. Como antídoto a la mirada hollywoodense de Guy Ritchie -versión degradada por el abuso de explosiones y otros efectos especiales- la BBC de Gales ha revivido a la eterna creatura de sir Arthur Conan Doyle (y a su imprescindible compañero) con una fidelidad asombrosa a los detalles y un enorme ingenio para traer el método deductivo al siglo XXI.

La miniserie Sherlock puede verse en Internet, pero como en España ya ha sido exhibida hasta en televisión abierta, nada cuesta suponer que en poco tiempo más estará disponible para los argentinos, que se encontrarán con un producto de exquisita factura, incluso en la elección de la música de fondo. En 2010, se elaboraron tres episodios de noventa minutos cada uno (Estudio en rosa, El banquero ciego y El gran juego), con gran éxito de público y crítica. Más de nueve millones de aparatos siguieron en el Reino Unido las aventuras (cinco millones de televidentes es la línea del éxito en las islas). El Bafta (mejor serie, mejor actor secundario) y la Royal Televisión Society (mejor drama televisivo) convalidaron su excelencia. Este año, se proyectarán otros tres capítulos. El primero (Escándalo en Belgravia) ya puede encontrarse en la web.

Interpreta a Holmes, Benedict Cumberbatch (Londres, 1976), un respetado actor de teatro que ha comenzado a incursionar con éxito en el cine. Igual que Hugh Laurie en House (que tanto le debe a Conan Doyle), el personaje parece un traje hecho a su medida, factor que siempre delata al actor de fuste. Martin Freeman (Aldershot, 1971) es Watson. Son dos estrellas en ascenso, que han logrado forjar una pareja impecable.

NUEVAS TECNOLOGIAS

El Holmes posmoderno es consultor ad honorem de la policía de Londres y adora las nuevas tecnologías (¡­tiene un blog y una blackberry!). Se confiesa asexuado, aunque en la segunda temporada deja entrever su fascinación por Irene Adler, una chica que se dedica a la prostitución bisexual de altura (incluso en Buckingham Palace), lucrando con el inveterado gusto de los ingleses por el sadomasoquismo, consecuencia, quizás, de los castigos corporales en la infancia. El detective se aplica parches de nicotina (hoy no resulta fácil fumar en público) y consume drogas recreativas. Guarda restos humanos en la heladera de la señora Hudson, en el 221 B de Baker Street. Es gélido como el señor Spock, padece de falta de empatía; quizás sufra de alguna forma de autismo. Toca el violín para aclarar sus ideas y tiene un hermano -Mycroft- que le encarga trabajitos, desde un conspicuo cargo en el servicio de inteligencia británico.

Sherlock es brillante. Puede capaz de deducir toda la historia familiar de su partenaire a partir de unos raspones en el teléfono celular. Lo secunda, en efecto, un médico desempleado, que el British Army se quitó de encima después de ser herido en Afganistán. En la versión BBC, el doctor Watson no es un chambón, es un hueso duro de roer que, como cualquier militar que se precie, tiene un desaforado sentido del honor y es capaz de meterle una bala entre ceja y ceja a un enemigo cuando la ocasión lo demande. Conspira entre las sombras, el temible Doctor Moriarty (Andrew Scott), que aquí se presenta como un yuppie elegante, un psicópata total con una inteligencia terrorífica capaz de rivalizar con la de Holmes.

Los factotum de Sherlock son Mark Gattiss y Steven Moffat, creadores también de la serie Doctor Who. Han logrado la proeza de respetar en lo importante el texto original, añadiéndole los guiños que la sensibilidad contemporánea exige. Las tramas suelen ser deliciosamente retorcidas. Hay muchísimas escenas memorables. Hay humor. Como el lector puede comprobar, la saga ha creado fans por todo el mundo. Steven Spielberg es otro de ellos. Ha definido a Cumberbatch (a quien dirigió en Caballo de guerra como el ``mejor Sherlock Holmes que ha aparecido sobre la pantalla''.
Guillermo Belcore
Publicado en la sección Espectáculos del diario La Prensa.

PD: Insisto, esta serie es extraordinaria. No pueden perdérsela.

viernes, 6 de enero de 2012

Los cuentos siniestros

Kobo Abe
Eterna Cadencia. Cuentos, 156 páginas. Edición 2011

Es difícil imaginar a un hombre sin un perro a su lado. Pero los amantes de los animales deberían asomarse al segundo cuento de este volumen. Uno queda casi persuadido de que los perros reflejan nuestra vulgaridad como ninguna otra criatura; y de que esas personas pretenciosas que los tienen sólo para amarrarlos en el patio de su casa no son sino un síntoma de degeneración humana. Claro, el que narra la historia es nada menos que el amigo del pintor S. que resultó devorado por su propia mascota. Siniestro, ¿verdad? Siniestro es el nombre del juego que anima esta extraordinaria recopilación de relatos breves.
Tres hurras para la decisión de un sello nacional de ampliar la cartografía literaria de los argentinos. Eterna Cadencia, con el apoyo de la Universidad Ferris de Yokohama, nos presenta a un japonés raro, oscuro y fascinante como el mejor producto del Manga. Kobo Abe (1924-1993) escribe sin ningún artificio encantador, no hace concesión alguna al Oriente pintoresco y plantea que la vida es, en el mejor de los casos, una farsa irritante. Somete a los personajes a situaciones desesperadas. Despliega un sugestivo desdén hacia la autoridad y hacia lo que alguna vez se llamó clases ociosas.
Entre los siete relatos, hay un señor que, al regresar del trabajo, encuentra un cadáver de identidad desconocida en su departamento. ¿Usted cómo saldría del trance? Hay un viaje a ochocientos mil años en el futuro donde viven los hombres plantas, los cuales, a pesar de sus exasperantes costumbres, arribaron a la salubérrima conclusión de que un ciudadano sólo puede ser diputado o mandamás por un par de días. Todo es desolador, como el desempleado que cae en garras de una empresa dedicada formalmente al latrocinio, o el boxeador maduro en decadencia, o el fantasma que bebe raticida con una sonrisa en los labios. Pero quizás la situación más escalofriante sea la que se suscita cuando un representante del pueblo suplica a tres señores de "la casta comedora" que pongan fin al canibalismo.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del Diario La Prensa

Calificación: Bueno

jueves, 5 de enero de 2012

La lotería en Babilonia

Proyecto Diez mil Cuentos

Argumento número veinticinco

Jorge Luis Borges
Ficciones. Bruguera. Edición 1985

Todos los hombres en Babilonia fueron procónsul, esclavo, presidiario, sumo sacerdote. Todos sufrieron alguna mutilación o los declararon invisibles. Todos fueron cazadores o fueron cazados. Deben esa variedad casi atroz a una institución que otros pueblos ignoran o que obran en ellos de manera imperfecta: la lotería. En un principio, era un juego plebeyo (similar a nuestro Quini 6) pero fracasó porque se dirigía a una sola de las facultades humanas: la esperanza. Ante la indiferencia popular, la Compañía fue agregando valores eclesiásticos, metafísicos. Elevó la lotería al rango de secreta, gratuita y general. Una nueva era había empezado. Fue lógico que la Compañía obtuviera finalmente la suma del poder público, aunque algunos heresiarcas sostienen que ya no existe, o peor aun: que nunca existió. Pero lo cierto es que los sorteos hoy son infinitos, rigen cada avatar de cada uno de los hombres o mujeres de Babilonia. La lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos. La vida no es otra cosa que un eterno juego de dados.

PD: Releo este magnífico cuento mientras devoro en San Pedro Telmo (Defensa y Pasaje San Lorenzo) un rotundo sándwich de pollo, jamón y queso. Adiós al régimen, estoy harto de rendirle pleitesía a mi estómago maltrecho. Como los lectores saben, soy un Borgéslatra confeso, tengo la necesidad, diría física, de releerlo todos los días. El relato data de mil novecientos cuarenta y cuatro. El sociólogo Zygmunt Bauman, un cartógrafo esencial del presente, sostiene que ningún texto describe mejor el desorden actual (la modernidad líquida) que La Lotería en Babilonia. Las Escritores de Primera, nunca me canso de repetirlo, son las antenas de nuestra especie. John Milton en El Paraíso Perdido también pudo haber anticipado nuestro globalización impiadosa. Véase este fragmento:

”… de juez actúa el Caos,
y con sus decisiones se complica
más la contienda por la cual impera;
junto a él y como arbitro supremo
el Acaso gobierna sobre todo”.

Es deprimente para el ego y es un acicate para nuestros temores, pero el poeta tiene razón, el "Acaso gobierna sobre todo…"