martes, 12 de diciembre de 2023

La auto-sospecha







El personaje literario es viejo como la máquina de vapor. El hombre del subsuelo (¿por qué no hay mujeres cumpliendo este papel en las novelas?). Un añoso viaje, pues, desde Akaki Akákievich hasta Neftalí de Montevideo, que hoy venimos a presentar.

Ana Grynbaum, una de las voces más interesantes de la narrativa uruguaya actual, ha decidido recorrer en su más reciente nouvelle un sendero trillado pero no por eso menos encantador. Es la clásica historia de un patético cero a la izquierda, sin un cobre en el bolsillo ni razones para vivir, que finalmente encuentra un sentido a la existencia. A pesar de su mezquindad en páginas (ya volveremos sobre el punto), podría decirse que La auto-sospecha (180 páginas, Libros del inquisidor) es una especie de bildungsroman. Una diminuta novela de aprendizaje.

Neftalí vive en la casona de una vieja inválida, medio pariente, bajo un régimen de semiesclavitud. Mal atiende a la despótica mujer a cambio de un altillo mugriento para dormir y las sobras de la comida. Se somete también al escrutinio neurótico. Explica con el símil eficaz por qué ha dejado pudrir su talento en la desidia: 

"Preferí no funcionar, devenir bolsa de nylon enredada en la copa de un árbol; por decisión propia no sirvo para nada... hubiera querido ser optimista, pero naufrago en la mierda".

Un día la señora se muere; más rápidos que un vencejo, familiares lejanos se presentan por la casa. Le dan venticuatro horas al inquilino para abandonarla; Neftalí tiene todo preparado para ahorcarse pero finalmente quien se queda con la propiedad es una sobrina nieta. Rocío, una muchacha tan ingenua como lastimada, planea abrir allí un comedero para pibes de la calle. "Por más indeseable que un hombre sea, siempre se le arrima alguna mujer", se establece. Así pues, la trama evoluciona como suelen hacerlo estas historias menudas.

BLOQUECITOS

La urdimbre se construyó en bloquecitos. Hay una agradable alternancia entre el soliloquio de un Don Nadie y la narración en segunda persona del singular. Muestra la autora, además, una formidable destreza para acuñar sentencias. Cómo ésta de la página cuarenta y siente: 

"la verdad es frágil, exige acolchado... Me parece que todos compartimos la idea de que hay algo nuestro que no debemos revelar nunca, bajo ninguna circunstancia, incluso si desconocemos el contenido...".

En el debe podría mencionarse la escasez de páginas. El lector voraz se queda con hambre. Sería necio acusar a la nouvelle de falta de ambición artística, la señora Grynbaum ha creado, nada menos, su propio sello editorial junto a su marido Ércole Lissardi (¡ah!, esos nombres uruguayos) para componer lo que les plazca, en especial para cultivar la literatura erótica, una apuesta sumamente audaz en estos tiempos de hipersexualidad mediática, que no es arte claro está. Hay un par de páginas eróticas, por cierto, en La auto-sospecha que son poesía pura, y muy buena.

Además, un comentarista nunca debería criticar a un perro porque no es un gato. Pero he aquí un chihuahua que tenía todas las condiciones para ser un gran danés, es decir una novela oceánica, con fascinantes personajes secundarios y un contexto de degradación moral y social que Ana Grynbaum prefirió esbozar al paso en lugar de desarrollarlos. Es una lástima, Onetti y Dostoievski están presentes en su escritura y se la da muy bien el retrato de Montevideo, la fea.

Una última extrañeza. Como si se tratara de burbujas ácidas, consignas de izquierda emergen cada tanto. Habla Neftalí de conciencia de clase y hay un par de menciones despectivas de la meritocracia, del consumismo y del descastamiento de las napas inferiores de la burguesía media "a las que todos suponemos pertenecer". Pero la moraleja del libro no proviene de Marx, sino del Nuevo Testamento. Es Corintios 13, 1 al 7.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.

domingo, 3 de diciembre de 2023

Henry Kissinger en tres libros

Henry Kissinger no sólo fue el estadista que condujo la política exterior de Estados Unidos entre 1969 y 1977 (e influyó tras las bambalinas desde entonces) y en ese lapso consiguió la proeza de consolidar la fractura del mundo comunista; también fue un pensador sofisticado que escribió colosales tratados con la Historia sentada en su regazo.

Dos libros del erudito puede recome


ndar el autor de estas líneas. Son esenciales para el interesado en los asuntos mundiales. El primero es Diplomacia, un ensayo majestuoso entregado a la imprenta en 1994 que abarca desde el cardenal Richeliu hasta Ronald Reagan, aunque se centra en los últimos doscientos años. Examina las relaciones internacionales desde el prisma de un teórico (y firme defensor) de la realpolitik y el balance de poder de las grandes potencias.

Kissinger era un amoral. Admiró a Metternich, a Bismark, a Stalin y a Churchill pues siempre consideró que el interés nacional está por encima de cualquier consideración ética. Si es necesario derramar sangre para servir a los intereses de la Nación, se hará.

Naturalmente, hay algo siniestro en la admiración que el señor Kissinger profesaba por los esos hombres de Estado que han demostrado una eficacia extraordinaria (y pocos escrúpulos) para ampliar el poder nacional. Como Mao Zedong. Desde cualquier perspectiva moral, fue un monstruo; sus decisiones causaron la muerte de millones de personas. Pero el apóstol de la revolución permanente sentó las bases para el resurgimiento de China, lo cual es motivo para que el ex secretario de Estado de Richard Nixon justifique, incluso, la infame Revolución Cultural en otro de sus ensayos imprescindibles: China, publicado en español por la editorial Debate hace una década.


El libro narra el auge, la decadencia y el resurgimiento de una Nación-continente que en dieciocho de los últimos veinte siglos fue la más rica del globo. Es muy posible que la obra se convierta en un clásico. Se forjó con una impresionante bibliografía, documentos hasta ayer secretos y la experiencia personal de un hombre público que piloteó algunos de los acontecimientos más trascendentes de los últimos cuarenta años, en particular la sorprendente reconciliación (y alianza flexible y duradera) entre el paraíso del capitalismo y el país con el comunismo más virulento. El colosal caudal de información que aporte el ensayista es tamizado por una visión ideológica que -guste o no- da el conjunto una sólida coherencia. Como dijimos, Kissinger defiende como verdad manifiesta que para el Príncipe no debe existir nada más importante que la Razón de Estado.

Confucio ha vuelto, es la segunda tesis de China, libro que recomendamos con firmeza. Pekín es de nuevo el centro del universo y la civilización oriental despierta, una vez más, respeto y admiración. Hoy, gran parte de la salud económica del mundo depende de los resultados del milenario Reino Medio, un lugar donde el tiempo tiene un significado distinto al de Occidente, nos advertía Kissinger que en los últimos años medió entre Joe Biden y Xi Jinping para que no se destruyese la alianza estratégica que él había forjado en los setenta.


EL TERCER LIBRO


Nos gustaría señalar un tercer libro para explicar al colosal Kissinger, pero desde una perspectiva más pedestre, no despojada de rigor profesional y belleza expresiva. Nos referimos a Entrevista con la historia (1), una galería de retratos de estadistas que compuso la señora Oriana Fallaci (Florencia 1929-1986).

Uno de los capítulos de ese libro extraordinario está dedicado a Superkraut. Consta de una introducción de ocho páginas en las que se describe al personajón y la entrevista que una de las mejores periodistas de Occidente le hizo el jueves 2 de julio de 1972 en la Casa Blanca "a la nodriza mental de Nixon" (publicada íntegra en el semanario New Republic).

Fallaci concluyó que Kissinger "tiene los nervios y el cerebro de un jugador de ajedrez”. Se quejó de su voz monótona que casi no movía la aguja del magnetófono y su obsesión de pesar cada frase hasta el miligramo. Lo despacho con dos frases hermosas: 

"Desde mi punto de vista es el típico héroe de una sociedad donde todo es posible, hasta que un tímido profesor de Harvard, habituado a escribir aburridísimos libros de historia y ensayos sobre el control de la energía atómica, se convierta en una especie de divo que gobierna junto al presidente, una especie de playboy que regula las relaciones entre las grandes potencias e interrumpe las guerras, un enigma que intenta descifrar sin advertir que, probablemente, no hay nada o casi nada que descubrir. Como siempre que la aventura se viste de gris"
.

Guillermo Belcore


(1) Pinche aquí: https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2018/04/entrevista-con-la-historia.html

martes, 14 de noviembre de 2023

La sombra del mamut

Por Fabio Morábito

Cuentos. Edhasa. 235 páginas. Edición 2023




En octubre de 1929, Alberto Einstein declaró a un periodista: 

“La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado pero la imaginación circunda el mundo”.


Si el talento creativo es importante en la ciencia, qué decir del arte. Cuando hay una imaginación poderosa al timón de una obra literaria -y cuando esa imaginación sabe expresarse- los resultados no pueden ser sino magníficos.


Ésta es la impresión que suscita La sombra del mamut un libro con veinte cuentos que acaba de ser impreso en nuestra Patria. Su autor es Fabio Morábito (1955), polígrafo ítalomexicano, aunque nacido en Alejandría, Egipto. Es un escritor que trabaja con una inusual amplitud de estilos y destrezas.


Por ejemplo, cultiva con igual talento tanto los relatos con final abierto como aquéllos con un desenlace redondito que nos deja con la boca abierta. O conmovidos, como Danzón, exquisita reivindicación de las pequeñas comunidades de intereses donde se forjan amistades entrañables; al tiempo que se nos advierte sobre los malos entendidos que envenenan la vida familiar.


La mayoría de los seres humanos lee el diario para informarse, formarse y encontrar argumentos que confirmen su visión del mundo. Morábito se sirve de la realidad en letra impresa para encontrar esos temas que merecen ser amonedados en un relato. Por ejemplo, un accidente de Swiss Air le permite en La hierba de los aeropuertos contar las peripecias de un jardinero obsesionado (podría decirse que éste es el libro de las obsesiones). En La llegada a la Luna se las arregla para unir los primeros pasos de Armstrong con la muerte de la abuela y el debut delictivo de un niño.


EL SEÑOR PENCROFF


La isla misteriosa de Julio Verne fue, al parecer, el libro favorito de la infancia de Morábito. Boris Pencroff aparece varias veces en el volumen. En Dédalo bajo Berlín es un obrero de la construcción enloquecido por los celos en vísperas de la Caída del Muro. En Persecución, una presencia fantasmal que atormenta a un viajante de comercio. Boris, por otra parte, es un músico que interpreta en el flautín o pícolo una sola nota que nos vincula misteriosamente con la Antigua Grecia. También es un marido obsesionado con la supuesta infidelidad de la mujer, aunque el mismo sea el peor de los traidores. En Extras, el apellido Pencroff designa a un comparsa de Hollywood que coloca a los lectores ante la terrible evidencia de que todos nosotros -los hombres a pie, los ciudadanos comunes- somos extras "de innumerables historias que transcurren a nuestro lado sin que seamos conscientes de ello". Somos polvo en el viento, amigos.


Otra clave del libro es la alegoría, es decir la metáfora continuada en la que se representa una cosa para dar a entender otra. El Gran Camino Volado tiene tintes borgeanos. Comienza con una hermosa frase: "No hay nada que no puedan hacer los chinos cuando los manda un rey". Narra la historia de un autócrata que manda construir una obra colosal para no mezclarse con su pueblo harapiento.


Morábito comenzó su carrera profesional como traductor. Esa profesión indispensable colorea varias páginas. En la ciento trece, se establece que "cada idioma, como cualquier ser vivo, tiene su temperamento, sus inclinaciones y sus preferencias". Se reflexiona sobre Ungaretti y las dificultades que presentan los poemas pequeños y transparentes. "Todos los traductores nos preguntamos alguna vez si no somos unos impostores", establece uno de los personajes de un texto quizás con retazos autobiográficos.


También merece ser destacado el cuento que da nombre al volumen. Enlaza dos tiempos remotos. En la era de las cavernas, el antepasado de todos los traductores busca compañía femenina. La tribu sospecha de sus intenciones. En nuestros tiempos, un traductor cuarentón y solitario tiene como distracción el footing y se desespera por vincularse con otros atletas. La sombra del mamut va y viene de la prehistoria al siglo XXI. ¡Vaya imaginación la de este tipo!

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa


Calificación: Bueno


PD: En este blog se comentaron otras obras de Morábito. Pinche aquí:



lunes, 30 de octubre de 2023

De Mitre a Perón. Historia de la Argentina moderna


Hace 34 años, caía el Muro de Berlín y se anunciaba el fin de la historia: la democracia liberal había triunfado para siempre. Sin embargo, un parásito a lo Alien no tardó en aparecer para roer las entrañas del mundo libre, dejando en claro que fue apresurado declarar el ocaso de las ideologías, es decir de los relatos que explican al mundo desde una perspectiva distinta a los triunfadores de 1989. Ese enemigo insidioso es una expresión neocomunista travestida de progresismo, que dos intelectuales de fuste de la Argentina prefieren designar nihilismo moderno.


En Sudamérica, la viscosa corriente de pensamiento fue articulada políticamente en el Foro de San Pablo primero y en el Grupo de Puebla, después, aunque descafeinada después del fracaso del Socialismo del Siglo XXI. El kirchnerismo hizo suyas las tácticas y premisas nihilistas; se abocó de manera minuciosa desde hace veinte años a reescribir la historia nacional con el fin de quebrar los valores sobre los que se construyó la Patria. De ahí, por ejemplo, los ataques furiosos que han recibido próceres como Julio Argentino Roca. De ahí, la embestida indigenista, "con el claro propósito de resaltar minorías étnicas por encima de la nacionalidad argentina".


Sin embargo, puede que las tornas estén cambiando. "A los jinetes del daño y la destrucción", a una generación de intelectuales sin rumbo, le sale al paso, desde una perspectiva alberdiana, un libro de historia, útil para encarrilar un siglo con una profunda crisis de valores: De Mitre a Perón. Historia de la Argentina moderna (Ediciones SB, 358 páginas).


"A la ciencia histórica le ha llegado la hora de una nueva revisión que cuestione al nihilismo moderno", proclaman el investigador Claudio Cháves y el politólogo Miguel Angel Iribarne. Como saben los lectores del diario La Prensa (diario donde trabajo desde hace 35 años), son dos pensadores de probada inteligencia e independencia de criterio.


El ensayo habla en nombre del revisionismo histórico liberal, y por lo tanto es políticamente incorrecto. ¿Existe mejor carta de presentación? El contenido se despliega en dos secciones. En la primera (“Las etapas históricas”), Chaves hilvana el corpus historiográfico entre la batalla de Pavón y el advenimiento del peronismo. En la segunda (“Las culturas políticas”), Iribarne examina el espíritu de la época, el contexto global y local de ideas-fuerza en que se produjeron los hechos.


Se nos advierte que el libro es el primer tomo de un vasto trabajo que llegará hasta nuestros días. Iribarne lo anticipa en el Capítulo XVIII, en el que desmenuza la cultura política del radicalismo desde Alem hasta Alfonsín.


EJE VIRTUOSO


En los primeros siete capítulos, Chaves nos plantea un eje virtuoso de la organización nacional y la integración con el mundo atlántico: Urquiza-Sarmiento-Roca. Conjetura que la antinomia fundamental de nuestro siglo XIX fue el enfrentamiento entre porteños y provincianos. A causa de esa grieta colosal, el General Paz nunca pudo acordar con Lavalle, ni Rosas con el correntino Farré. Doscientas cincuenta páginas más adelante, Iribarne, un erudito del Zeitgeist, establecerá que la creencia fundamental de la generación liberal-conservadora entre 1860-1916 fue la convicción de la excepcionalidad argentina dentro de Latinoamérica; nuestro país tenía condiciones para ser Europa en el Nuevo Continente. Necesitamos, como el agua las plantas, otro mito fundante con similar potencia para revertir la decadencia, uno no puede dejar de pensar.


Dijimos que el abordaje de la obra es alberdiano. En principio, porque sostiene que "toda nuestra historia deviene incompleta si no se estudia enmarcada en el acontecer mundial", tal como realizó el ilustre tucumano. De ahí, la permanente preocupación de los expertos por el contexto. El lector podrá encontrar, además, valiosos pasajes sobre la geopolítica de las personalidades (desde Mitre al Almirante Segundo Storni) y de los países.


Además del nihilismo contemporáneo, el fecundo tándem Chaves-Iribarne quiere refutar otras dos interpretaciones erradas de nuestra historia; a la sazón, las dos caras de una misma moneda: el revisionismo clásico (nacionalista o marxista) y la historiografía clásica del liberalismo iluminista: "...una mirada al pensamiento de Alberdi -se destaca en la página 83- nos abre un camino riquísimo y diferente, el de un liberalismo de arraigo, esto es criollo y popular, por historicista".


Este último adjetivo implica, en la praxis tanto del investigador como del estadista, "pensar el país desde adentro mismo de la historia, como sujetos moldeados por ella, avanzando por ella". Como la grandiosa Generación del Ochenta (heredera de la Generación del Paraná).


Es menester subrayar que no es el libro un mero ejercicio especulativo. Así nos advierte Chaves en otro párrafo luminoso. El futuro de la Patria, nada menos, está en juego: 

"Estas distintas miradas de un período crucial de nuestra historia no son simplemente una discusión teórica o el devaneo intelectual de personas con inclinaciones librescas, de algo que, por otro lado, ya no tiene remedio. Sin dudas que lo pasado no puede modificarse, pero de cómo lo interpretemos estará fundado el presente".


PARANGONES


Otro agrado del libro son los puentes que tiende entre el estudio del pasado y las desventuras del presente. Es decir, se trazan parangones.


La refutación concienzuda de escritos de Fermín Chávez, por ejemplo, que justificaron el asesinato de Justo José Urquiza y sus hijos, desemboca en la conclusión de que José Hernández, otro excusador del sicariado, fue algo así como el Rodolfo Walsh o el Horacio Verbitsky ("el nihilista más lúcido") de fines del siglo XIX, en tanto que unos y otros intelectuales encarnan esas "minorías iluminadas que se arrogan el derecho de administrar justicia", mediante el uso de las armas.


Por esa moral depravada, a Claudio Chaves no le sorprende que Hérnandez haya creado a Martín Fierro:

 "...un personaje que, maltratado y devastado por las injusticias de un Estado arbitrario y una sociedad indolente, deviniera en un gaucho asesino, capaz de alzarse con dos muertes provocadas intencionadamente".


Asimismo, en el excelente capítulo sobre el problema del indio, la inseguridad en la pampa, y la Campaña del Desierto, Chaves también desgrana enseñanzas para un hoy en el que, de nuevo, existen espacios geográficos, en este caso urbanos, en donde el Estado se encuentra ausente: 

"...Ya no son indígenas los que se enseñorean desafiando a los poderes públicos, se trata de bandas dedicadas al delito y al tráfico de drogas que se han apoderado de vastos territorios, en barrios marginales. Hasta el momento, el combate ha sido defensivo. El general Roca es un buen espejo a mirarse para acabar o acorralar a su mínima expresión a los indígenas redivivos, en estos despreciables personajes".


Además de meterse en el barro de la llamada batalla cultural, Chaves e Iribarne quieren formular aquí una propuesta tan metodológica como ética a los investigadores del pasado y del presente: priorizar la dimensión arquitectónica, pues la Patria -enseñó Ortega- es un vasto proceso de incorporación.


Con este llamamiento, cierra un libro excepcional y muy recomendable:

 "Las escuelas que hasta hoy polemizaron se esforzaban en exaltar o demonizar a nuestras personalidades históricas según se conformasen o no a sus respectivos modelos ideológicos. Lo nuestro, por el contrario, debe ser apreciar lo que, más allá y sin mengua de las diversidades, dichas figuras aportaron a la construcción de la casa común".

Guillermo Belcore

Publicado en el diario La Prensa


Calificación: Excelente

lunes, 2 de octubre de 2023

El asunto


Por Lee Child

Blatt & Ríos. 455 páginas


Desde que la musa cantó la cólera de Aquiles, el de los pies ligeros, los lectores occidentales hemos demostrado hasta el cansancio nuestra fascinación por las aventuras de un héroe. La magia continúa en el siglo XXI. Siempre será un gusto rencontrarse con Jack Reacher, la creatura que imaginó el inglés Lee Child (Conventry, 1954). Una combinación de Hércules y Sherlock Holmes, con un dejo de Jason Bourne.


En esta ocasión, disfrutamos la última correría de Reacher como empleado del Tío Sam. Tiene 36 años, intuye que sus días en el Pentágono están contados y la División de Investigación Criminal de la Policía Militar le ordena viajar encubierto a Carter Crossing, una población rural en el profundo sur. Será un viaje trascendente para su espíritu fatigado.


En ese rincón paupérrimo del estado de Mississippi funciona desde los años cincuenta Fort Kelham, una escuela de formación de Rangers. Opera con disimulo, pues allí despachan a los pelotones de irregulares que Washington infiltra en Kosovo, región en disputa entre serbios y albaneses. Estamos en 1997.


Una noche aparece en el poblado una chica ligera de cascos limpiamente degollada, tal como le enseñan a los soldados de elite. Una luz roja se enciende en Washington. El caso puede convertirse en un desastre de relaciones públicas y sacar a la luz secretos militares. Estamos en los años gloriosos de Bill Clinton: los principales enemigos de las Fuerzas Armadas estadounidenses son los tipos que abren y cierran las canillas del presupuesto, entre ellos el senador Carlton Riley, presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, y, para peor, padre del comandante de la Compañía Bravo de Fort Kelham. "Mierda", exclama Reacher cuando se entera del dato.


El asunto narra, pues, los trabajos de Reacher en Mississippi y sus consecuencias. Debe esclarecer crímenes horrorosos. Ha recibido otro mandato perentorio: “Mantenga todo más cerrado que culo de muñeca”.


Deberá lidiar en el terreno con un hueso duro de pelar: la sheriff Elizabeth Deveraux, retirada de la Infantería de Marina después de trece años de servicio. Es hermosa, si es que a usted le gustan las flacas mandonas. No tiene un pelo de tonta. El pendenciero de Jack también tendrá que enfrentar, a puño limpio, a los palurdos locales y a las víboras traicioneras del Departamento de Defensa.


Como siempre, Child cumple con creces un mandato irrevocable de la industria editorial: enséñale algo al lector. Por ejemplo, cómo degollar a un semejante. Uno se entera, además, que el Chevy Caprice era en los noventa el automóvil favorito de los policías.


Datos al margen, la erótica del libro se concentra en la laboriosa búsqueda de la verdad en un ambiente hostil, con trampas a cada paso. Se trata de una esas novelas que magnetizan los dedos.


La prosa es clara y funcional a una trama brillante; no tiene ornamentos, con la excepción de esas comparaciones filosas y esos giros irónicos en los diálogos y en las cavilaciones que caracterizan a la buena novela negra estadounidense. Otro agrado del libro es la narración metódica y fría de las peleas; pero cuando el procedimiento se aplica al sexo, fracasa. Es como si a un profesor de física se le pidiera describir ese torbellino de los sentidos entre un hombre y una mujer.


El asunto fue entregada por primera vez a la imprenta en 2011. Es la novela número dieciséis de la saga; la que explica por qué nuestro héroe perdió la fe en el Ejército y se convirtió en un vagabundo sin amarras. “Presenta el mito de creación de Reacher”, explicaba por entonces entusiasmada la comentarista de The New York Times. El texto resulta ideal para evadirse -aunque sea por un rato- de la desesperación argentina.

Guillermo Belcore


Calificación: Bueno

PD: En este blog hemos elogiados otras novelas de la saga Reacher:






domingo, 24 de septiembre de 2023

Un canon de la Sci-Fi


Las mudanzas, esa experiencia tan desquiciante, obligan a ordenar (o, ¡ay!, a reducir) las bibliotecas personales. Y uno se demora, inevitablemente, con los recuerdos de los libros que nos han hecho felices. Algunos de ellos se incluyen en esa categoría, algo desdeñada por los eruditos, llamada ciencia ficción, aunque sería más correcto decir ficción científica. Viajes en el tiempo y en el espacio, civilizaciones alienígenas, ucronías y distopías conforman una urdimbre maravillosa. Ratifican que no hay géneros literarios mayores o menores, sino buenos o malos escritores. Aquí seleccionamos diez obras de Sci-Fi que corroboran la sentencia.


1) Pavana. Keith Roberts. 1966. Editorial Minotauro.

Quizás sea la mejor ucronía que se ha escrito. El siglo XX vive como en el Medioevo, porque en 1588 un papista fanático asesinó a la reina Isabel I en el palacio real de Greenwich. España invadió, con éxito, las islas británicas, sumidas en la anarquía. La Iglesia militante se hizo con el poder en toda Europa. No hubo Revolución Industrial, pero todo comienza a cambiar de prisa.


2) Hacedor de estrellas. Olaf Stapledon. 1937 Editorial Minotauro.

A Borges, ese crítico infalible, le encantaba esta espléndida novela. Consideraba que la mayoría de las ideas fundamentales de la fantasía moderna proceden de aquí: razas simbióticas, imperios galácticos, nebulosas y estrellas inteligentes. Stapledon, el socialista libertario, relata toda la historia del universo, desde la creación a su fin. Deja una impresión de sinceridad, notaba nuestro querido Borges.


3) El libro del día del juicio final. Connie Willis. 1992. Ediciones B

En 2054 es una práctica común que las universidades de renombre viajen al pasado para investigarlo. Ahora bien, el tiempo se protege a sí mismo: impide acciones, encuentros o colisiones que puedan modificar la Historia. Oxford envía a una estudiante al siglo XIV para estudiar sus hábitos, pero el operador de la máquina comete un tremendo error y la chica cae en plena epidemia de peste bubónica. He aquí una magnífica escenificación de la oscura Edad Media, es decir una gran novela histórica.


4) Diario de las estrellas. Stanislaw Lem. 1971. Edhasa.

La más divertida comedia cósmica y obra maestra de un polaco genial que escribió sobre mundos alienígenas por la misma razón que Góngora eligió el culteranismo: para no tener problemas con la Inquisición. La obra tiene una primera parte de viajes y una segunda de diarios de un tal Ijon Tichy. El humor mana a raudales. La buena filosofía, también.


 5) Dune. Frank Herbert. 1967. Random Mondadori.

Es una de las obras de ficción científica más vendidas. Inspiró una saga, dos películas (la primera versión de David Lynch es casi cómica), videojuegos, canciones, historietas, otras escrituras. Se la considera “la primera gran novela ecológica a escala planetaria de la historia". Viajamos al futuro, al planeta Arrakis, todo desierto, donde el agua es sagrada y se explota una especia crucial para los viajes interestelares. El emperador le regala el dominio de ese mundo a la Casa de Atreides, pero es un regalo envenenado.

Pinche aquí: https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2023/06/dune.html


6) Cell. Stephen King. 2006. Plaza & Janes

Obvio. Algo del rey de lo espeluznante debe incluir este canon provisional. Imagínese que llega a través de los teléfonos celulares un pulso electromagnético (o lo que fuera) que nos resetea y nos transforma en bestias. Esos subhumanos evolucionan en una forma de inteligencia colectiva que intenta captar al resto de la humanidad que no usa móvil. ¡Cómo sobrevivir en tan terrible Apocalípsis! King lo narra con sus frases sencillas y sus agradables expresiones populares.

Pinche aquí: https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2008/04/cell.html


7) El hombre demolido. 1954. Alfred Bester. Minotauro.

Cuando los géneros se besan amorosamente, el resultado no puede ser sino excelente. Bester nos lleva a una Nueva York donde los detectives tienen capacidades telepáticas. Y hay magnates tan siniestros como hoy en día. Es decir, se trata de un policial del siglo XXIV.


8) La mano izquierda de la oscuridad. 1969. Ursula Le Guin. Minotauro.

En el linde del universo habitado, se encuentra el planeta Gueden. Tiene dos características únicas. Primero, las personas son hermafroditas neutros. Durante el ciclo lunar llamado kémmer (26 días al año), los guedenianos desarrollan algunos de los dos sexos y se aparean. Segundo, al planeta se lo conoce también como Invierno pues la humanidad ha tenido que evolucionar bajo un continua Edad de Hielo. Este mundo fascinante es obra una de las imaginaciones más prodigiosas, la de la californiana Ursula Le Guin.

Pinche aquí: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2021/08/la-mano-izquierda-de-la-oscuridad.html


 9) El hombre en el castillo. 1962. Philip Dick. Hyspamérica.

Entre tantas gemas de Dick, el más gnóstico de los escritores de Sci-Fi, elegimos ésta. Se trata de otra ucronía. Estados Unidos capituló en 1947 y ha sido ocupado por el Eje. Los nazis aplican toda su brutalidad calculada en la costa Este y en el sur profundo (Hay campos de concentración en Nueva York). Los japoneses dominan los estados del Pacífico. En California está de moda el uso del I Ching. Hay tensión entre alemanes y asiáticos. Un escritor rebelde imagina un mundo en que los Aliados… ¡ganaron la Segunda Guerra Mundial! Los opresores intentan aplastar a la resistencia. Digamos que tanto o más valiosas que su imaginería, son las disquisiciones filosóficas de Philip Dick.


10) Los guardianes del tiempo. Poul Anderson. 1962. Hyspamérica

¡Ah, los viajes en el tiempo! En el año 19.352 después de Jesucristo (7841 del triunfo Morenniano) los humanos hallan el modo de viajar en el tiempo. Y algunos sinvergüenzas intentan modificar el pasado para alterar la Historia en su beneficio. Se vuelve imprescindible crear una agencia especial con agentes implacables que detecten anomalías y viajen al año que fuese necesario para corregirlas. ¿Por qué debe leerse este libro? Para conocer cómo sería un mundo en que la cultura dominante fuese la celta, gracias a que Aníbal ocupó e incendió Roma. O para ilustrarnos sobre los persas. O para reflexionar sobre la llegada de los mongoles a América antes que Colón.

Guillermo Belcore

domingo, 20 de agosto de 2023

Todo es soneto


De entre toda la diversidad de la poesía en verso cabe destacar una forma, una especie única, por su solidez y belleza. Si hubiera que destacar una sola forma poética de la literatura occidental, elegiríamos el soneto, escribió el estudioso
Eduardo Madrid Cobos. Su origen es italiano. La especie, que consta de catorce líneas, parece haberse originado en el siglo XIII entre la escuela siciliana de poetas de la corte, que fueron influenciados por la poesía amorosa de los trovadores provenzales, arriesga la Enciclopedia Británica.


Otras fuentes atribuyen la invención a Giacomo Da Lentini, también llamado Jacopo Da Lentini, notario en la corte del emperador Federico II del Sacro Imperio Romano Germánico. Festejado en vida, fue aclamado como maestro por los poetas de la siguiente generación, incluido Dante, quien lo recordó en el Purgatorio (XXIV, 55–57).


El crítico y matemático Carlo Frabetti ha conjeturado:

 "El extraordinario éxito del soneto se debe, en buena medida, a su estructura dramática, que lo hace especialmente idóneo para expresar, de forma tan intensa como sucinta, el eterno drama de la pasión, tanto de la espiritual como de la carnal".


En España, los dos cuartetos seguidos de dos tercetos se aclimataron firmemente en el siglo XV y alcanzaron su máximo esplendor en el Siglo de Oro (a Lope de Vega se le atribuyen 3.000 piezas). En nuestras tierras aparecieron dos siglos después y se multiplicaron como el ganado en la "pánica llanura interminable". El poeta colombiano José María Rojas Garrido (1824-1883) ha sentenciado que "la vida es soneto". Lo dijo en un soneto, claro está:


"Hizo Lope de Vega un buen soneto

sin decir nada, de orden Violante;

y así es la vida: en el primero cuarteto

canta la juventud saliendo avante.


En la edad varonil, el hombre inquieto

que lucha en pos del bien, rima incesante

pensando, iluso, conseguir su objeto

y es una octava el porvenir brillante.


Llega la ancianidad y el gran sujeto

de tanta inspiración surge triunfante:

¡es la muerte que asoma en el terceto!

 

Da la vida el reflejo agonizante

y el final de la estrofa es un secreto...

De la cuna al sepulcro es consonante".


El soneto no sólo ha conservado su encanto para los mejores poetas del español durante cinco siglos. También atrajo a los eruditos. En un momento de su vida, Fernando Sorrentino concibió una tarea colosal y quijotesca que merecería ser elogiada en un cuento de Borges: "Compilar una especie de repertorio total de sonetos argentinos". Pronto se dio cuenta que era imposible, pero por varias razones.


Con el fervor de un coleccionista reunió 800 de estas piezas, casi todas magníficas. Llegan hasta 1952 por la delicada cuestión de los derechos de autor. Y -según su propia confesión- gran parte del tiempo invertido en su trabajo fue para averiguar las fechas de nacimiento y de muerte de sus autores.


De aquel total, 300 fueron atesorados en un libro que aquí queremos recomendar: 300 Sonetos por 70 poetas argentinos. De Luis de Tejeda a Ana María Choouhy Aguirre (Losada, 319 páginas, edición 2022). Aquel que se interesa en la poesía y en nuestro acervo cultural no debería ignorar este volumen. Sorrentino -cuentista, ensayista, entrevistador y destacadísimo columnista del diario La Prensa- ha realizado un trabajo formidable.


El repertorio es muy valioso. Arranca en tiempos de la colonia. Ya por entonces, al parecer, había intelectuales lamebotas del poder, una plaga que tendemos a pensar como característica de nuestros tiempos degradados. Juan Baltazar Maciel (1727-1809) llama a Pedro de Ceballos "hijo de Minerva, que la egida (NR: sin acento) blandió mejor que Ulises y Teseo". El soneto al virrey fue motivado por haber frustrado los planes de los arteros portugueses de apoderarse de Colonia de Sacramento.


Entre los prohombres de Mayo, el laborioso Sorrentino ha encontrado una gema. Domingo de Azcuénaga (1758-1821), hermano del vocal de la Primera Junta y primer fabulista de la Patria, atiza al censor de Buenos Aires. Es probable que el remate del poema nunca pierda vigencia por estos lares:


"porque todos sabemos que hay criollos

que se ponen a hacer papel de gallos

sin que puedan hacer papel de criollos".


El último terceto de “A la Ciudad de Buenos Aires” de Fray Cayetano José Rodríguez (1761-1823) también parece haberse escrito hoy a la mañana:


"Los viles sobre ti cantan victorias

y por despojos sólo te han quedado

de tu antiguo esplendor tristes memorias".


Naturalmente, los próceres, los símbolos patrios, los valientes como Quiroga, ciertas almas modélicas de la Iglesia y la Literatura han sido celebrados por la pluma entintada "con vático furor". Vicente López y Planes (1785-1856) compuso el “Soneto elegíaco a la muerte del general Manuel Belgrano”, quien "formó el universo de la nada". Dígame, con una mano en el corazón, si la última invocación del autor del Himno Nacional no es aún relevante:


"¡Compatriotas! ¿Oísteis? ¿Qué dudamos?:

imitando a Belgrano nos salvamos.


DOBLE JUEGO


Hay un par de juegos muy interesantes en el libro. El primero es el vaivén entre el clasicismo y la poesía atorrante que propone el lunfardo. Por ejemplo, entre Gabriel Alejandro Real de Azúa (1803-1889) que venera la dulzura de Petrarca, la constancia de Epitecto, la bondad de Antonino... y Yacaré (1889-1929) que le canta al curdelón de fonda "rey de los grapines", al pechador "tigre viejo en la manga", y a un par de "rechiflaos por una mina... que buscaron verse frente a frente pa' arreglar el asunto en una esquina".


Como siempre ocurre, la variedad temática y la calidad del volumen delatan las cualidades del seleccionador. El lector de La Prensa ya conoce el ingenio, el amor al detalle y la seriedad de Sorrentino que honra ese diario con las columnas “Acuarelas porteñas” y “La belleza de los libros”. Aquí dedica idéntica atención amorosa al consagrado y al poeta ignoto. Están Lugones, Almafuerte, Storni, Carriego y Leopoldo Díaz. Pero también los poco conocidos. Como Claudio Mamerto Cuenca (1812-1852), doctor y poeta que un mercenario español, al servicio de Urquiza, lo mató a sablazos durante la batalla de Caseros por querer proteger a los heridos de un hospital de campaña.


Cuenca nos hace reír a carcajadas con “Inés”. Resulta que Favonio descubre, en el "lecho apetecido", que no sólo todas las redondeces de su amada son falsas sino que también usa dentadura postiza y peluca. ¡Pobre Favonio!


También nos causan gracia los torpes intentos de una de las glorias de nuestra literatura para componer literatura erótica. Qué puede decirse de esta estrofa, además de que causa ternura por ser lamentable:


"Abrióse con erótica eficacia

tu enagua de surá, y el viejo banco

sintió gemir sobre tu altivo flanco

el vigor de mi torva aristocracia".


El peor Leopoldo Lugones tenía otro vicio que a Borges irritaba. El berretín de querer escribir con todo el diccionario por culpa de su empeño en querer ser original. ¿A quién se le ocurre usar "crisoberilo" y "plinto" en un poema sentimental? Son menudencias, claro está. Creemos que nadie puede discutir, seriamente, que Lugones sea un gran poeta.


Una última curiosidad. En “A la América”, Don Bartolomé Mitre comparó las gestas de nuestra independencia con los trajines de Iván Stepánovich Mazepa, un noble cosaco que en el siglo XVIII luchó por restablecer la independencia de Ucrania frente al dominio de Rusia. Vea usted que la gesta de Volodomir Zelensky, ese conmovedor héroe de nuestro tiempo, viene de muy lejos.


Al final de este libro maravilloso, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Siguen escribiendo sonetos los líricos de nuestro tiempo? A priori, podemos suponer que los espléndidos rigores de la rima y de la métrica no se llevan bien con la flojera de la Generación del Milenio.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Muy bueno

miércoles, 26 de julio de 2023

El honorable colegial


George Steiner
, el crítico más delicado del siglo XX, identificó dos elementos fundamentales que hacen que una novela merezca ser leída: la calidad de su poética y la calidad de su filosofía. Básicamente, tiene razón; y además, como decían los romanos, de gustibus non est disputandum, máxime cuando se trata de un paladar tan sofisticado como el del rabí Steiner.

Para no dejar afuera a centenares de joyas de la literatura de género podríamos agregar un tercer factor decisivo para el goce de la lectura: el arte de contar una buena historia.

Es una condición natural al ser humano. Al calor de una lumbre, las buenas historias estaban allí antes de que se inventase la literatura Y seguirán con nosotros si algún día -Dios no lo permita- los libros se extinguen.

Y entre los grandes contadores de historias se encuentra ese inglés que llevó la novela de espionaje a unas cimas más jamás holladas, demostrándole a los comentaristas remilgados que no existen géneros menores sino escritores grandes, medianos o pequeños. Hablamos, naturalmente, de John Le Carré (1931-2020), que en paz descanse.

Vamos a recomendar en este blog una de sus mejores creaciones. Entregada a la imprenta en 1977, aún hoy El honorable colegial (Noguer, 621 páginas) es una notable experiencia de lectura que nos sumerge en las negras técnicas del agente secreto en el campo de operaciones. Un trabajo en solitario al borde de la desesperación, "con periodos de horrible inercia, intercalados con periodos de horrible frenesí".

Se narra, de manera retrospectiva, el llamado Caso Dolphin. Al frente del deshonrado y maltrecho MI6 está George Smiley, una de los personajes entrañables del universo lecarreano. El miope y regordete espía había descubierto —en una novela anterior— al topo moscovita en el Sancta Sanctorum del poder inglés. Son tiempos de restañar las heridas.

Smiley ordena a su círculo íntimo trabajar en la búsqueda de negativos, es decir rastrear aquella información que el traidor Bill Haydon deseaba ocultar a los ojos de Londres. Se descubre finalmente que un magnate chino, irreprochable ciudadano del Imperio Británico, recibe miles de dólares de la KGB. Smiley necesita un eficaz agente de campo para atar cabos en Hong Kong aquella "rica y egoísta roca británica, dirigida por un grupo de mercaderes con papada que no ven más allá de su barriga".

Jerry Westerbey es entonces rescatado del exilio en la Toscana. El protagonista de la novela es un aristócrata corpulento, hijo de un magnate de los medios. Se lo describe como "esa clase de inglés que se encuentra como en casa sólo en Oriente".

En la populosa colonia asiática, Westerby fingirá ser corresponsal de un diario inglés. Sí, amigos, el periodismo es una de las tapaderas de los servicios de inteligencia. 

La historia es inteligente y electrizante. Le Carré se toma su tiempo para narrar, para desenrollar el misterio; hay una amorosa atención por los detalles y todos los personajes lucen verosímiles. Los escenarios son Hong Kong, Londres y las junglas del sudeste asiático donde los militares norteamericanos están en retirada, pero la CIA sigue muy activa, incluso en el tráfico de drogas. Estamos en los setenta, en plena guerra fría: Rusia y China eran enemigos declarados.

Peter Prescott, uno de los más lúcidos críticos del periodismo estadounidense, notó que las novelas de Le Carré avanzan en tres frentes:

a) El estratégico: El gran juego de las potencias que siempre suma cero. Estados Unidos. Rusia China y Gran Bretaña tratan de imporner su propia agenda de intereses.

b) El táctico: Los planes de la burocracia estatal de ambos lados de la trinchera para sacar ventajas. Smiley vs. Carla.

c) Las escaramuzas individuales: El agente Westerbey extorsionando un banquero lujurioso; eludiendo los intentos de asesinato de un piloto mercenario en la Tailandia rural; perdiendo la cabeza por una rubia inglesa que había reclutado el enemigo.

Claro está, no todo en esta novela se subordina el argumento. Usted encontrará, por ejemplo, una sensata reflexión sobre la disputa ancestral entre Oriente y Occidente. El estilo, aunque muy claro, no renuncia a la belleza. No hay frases, ni párrafos, ni capítulos demasiado cortos. 

John Le Carré va a quedar, es la inevitable conclusión a que arriba el lector en la última página de este viaje maravilloso.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy buena


PD: En este blog se aplauden otras obras de Le Carré.

1) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2018/04/la-chica-del-tambor.html

2) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2014/07/un-traidor-como-los-nuestros.html

miércoles, 19 de julio de 2023

Temas de siempre


Por Santiago Kovadloff

Emecé. 212 páginas. Ensayos de filosofía.


Don Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942) ha creído oportuno recopilar en un libro una serie de artículos publicados en el diario La Nación hasta 2021. Es decir, sirve vino viejo en odres nuevos. La iniciativa parece haberle generado una pizca de culpabilidad, pues el erudito se ve obligado a aclarar en el Portal que la mayoría de los textos "han sido ahora retocados y aún sustancialmente modificados, incluso su número fue ampliado con piezas inéditas". No sin pudor rebaja el contenido a "tanteos de un vacilante".


Pensador intrépido, polemista militante al servicio de la causa de la República (la ha encontrado en Juntos por el Cambio), traductor, poeta, maestro en el sentido más amplio de la palabra, Kovadloff expone aquí una volatilidad (el concepto proviene de las finanzas) que no habíamos encontrado en La aventura del pensar (1). Dicho de otra manera, es un volumen muy desparejo. La concentración y tersura de los argumentos conviven con el no muy agradable goteo de frases y la mala poética, como la que degrada la página treinta y uno: 

"La amistad es vínculo de fondo. Como los peces abismales, tiene luz propia para orientarse donde no llega otra luz".


Pero también hay pasajes espléndidos. 'Sobre una mano que escribe' es uno de los artículos memorables. El estudioso medita sobre una agonía: "La escritura manual, es evidente, se encuentra al borde de la desaparición. Desde hace mucho, es una práctica en repliegue, una forma de escribir que se apaga cada día un poco más...". ¿Qué se nos irá con ella?, se pregunta y nos responde. Pero algunos vamos a morir con las botas puestas. El borrador del comentario que usted está leyendo se escribió de puño y letra.


En cuanto al contenido, Temas de siempre aborda tópicos: el amor, la amistad, el odio, el silencio, el ecologismo, el tedio, la alegría, la fe literaria y la fe filosófica, los hijos, la soledad, el mar de las palabras, etc. Nada del otro mundo. El material fue pensado para los apresurados lectores de periódicos. Hay otra cohabitación incómoda en las páginas: solipsismo inane con el virtuosismo de la cita.


Nos dice Kovadloff que quiere ser recordado por una sola condición personal. "No soy sino un escritor", establece en la página ciento cincuenta y ocho. "...no puedo hablar de las palabras si no es con devoción y cautela", añade. 

"Cuento con ellas en cierta medida, pero a la vez nunca estoy seguro de disponer de las que, al escribir, creo imprescindibles. Vivo asediado por el lugar común y por el desacierto para dar con las que me importan por el temor a la obviedad de las ideas o la imprecisión de los términos que encuentro para expresarlas".


En estas páginas, sólo a veces triunfa el Kovadloff ingenioso, asediado por el confortable lecho de la opinión aceptada.

Guillermo Belcore


Calificación: Regular


(1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2022/05/la-aventura-de-pensar.html

domingo, 9 de julio de 2023

Los destrozos

 


Se ha dicho que todas las novelas son de alguna manera —incluso secretamente— autobiográficas (no sólo revelan lo que ha vivido el escritor, sino también lo que ha leído). Pero algunas son más que otras. Como la que aquí venimos a comentar. Un 60% autobiográfica, según el testimonio del autor.


En su madurez creativa y después de 13 años desde su anterior novela, Bret Easton Ellis (Los Angeles, 1964) arroja un desafío al rostro de los lectores y los críticos: adivinen qué es verdad y qué ficción de aquel horripilante otoño boreal de 1981. La nave del tiempo nos lleva a California en el primer tramo de la era imperial de Ronald Reagan. La acción transcurre en el exclusivo colegio secundario Buckley, en las mansiones falso estilo Tudor donde vive la élite vinculada a Hollywood, en carísimos restaurantes de moda y sobre autos de lujo.


El narrador —que es un tal Bret Ellis— declara desde la primera página de Los destrozos (Random House, 674 páginas) su intención de exorcizar demonios. Necesita reconstruir por escrito las cosas espantosas que le sucedieron a él y a sus amigos durante el último año en el instituto. Intentó esa terapia en 1982, 1999, 2006 y 2013, pero no pudo empezar el libro. Debió tomar una distancia de 40 años para lidiar con aquella abundante efusión de sangre e idiotez.


Los hechos nefastos que narra Ellis se conectan con un asesino en serie que operaba por entonces —el Arrastrero— y con la llegada a su curso de un nuevo estudiante, el misterioso Robert Mallory. La mente febril e intoxicada de Bret intenta atar cabos; cree que hay una relación entre ambos o que son la misma persona. Es una cacería demencial y no conviene decir más. El suspenso es una de las virtudes del libro; nos lleva en diligencia veloz hasta la última página, sorteando pesados fragmentos pornográficos -nada más aburrido que el sexo explícito en literatura- o directamente bestiales que pondrán a prueba el estómago del lector.


Hay que reconocer que Brett Ellis ha aprendido algunos trucos del oficio. Muestra destreza para exornar la trama con esos ganchos que mantienen viva nuestra atención.


EL FRESCO


Otra potencia del libro es su condición de mural. Bret Ellis redondeó una minuciosa reconstrucción histórica, en la que describe —mejor dicho "denuncia"— una clase social opulenta, frívola, embotada por las drogas, el alcohol y el consumismo ostentoso. Chicos de 17 años que van al colegio manejando un Porsche 911. Vemos familias adineradas de los Ángeles sumidas en un grado de decadencia e inmoralidad que recuerda a la corte de los Romanov. Ante semejante espectáculo de fin de época, uno no puede dejar de preguntarse cómo ha podido Estados Unidos conservar su estatus de superpotencia hegemónica (¡Son las instituciones, estúpido!).


Y en medio de todo eso, el jovencito Bret, escritor en ciernes, perdido en el laberinto de las pantomimas. Abandonado durante meses por sus padres, sufriendo por no poder declarar su bisexualidad. Claro, eran otros tiempos.


Fiel a su estilo crudamente realista, Bret -el adulto- confirma que no tiene dominio de la metáfora, ni de la poética, ni de la elipsis. Inflige a su público detalladas relaciones sexuales en su mayor parte entre varones, incluso oleadas de lujuria entre un adolescente y un pervertido de cuarenta y pocos años que no duda en seducir al novio de su hija.


Recapitulando. Tenemos aquí burbujas de privilegio, sexo adolescente, drogas a raudales, animales mutilados, chicas secuestradas y desaparecidas, paranoia. Toda la basura expuesta sin ambages. También, un detallado catálogo de las modas y las marcas de los ochenta —otra seña de identidad de la literatura ellisiana—.


Y el escritor como disc jockey. Si el literato tradicional apelaba al recurso de la écfrasis; el postmoderno como Ellis desmenuza canciones y videoclips del crepúsculo del mundo predigital.


Y el cine. Página 42: 

"Las películas eran una religión en aquel momento, podían cambiarte, alterar tu percepción, podías levantarte hacia la pantalla y compartir un momento de trascendencia, todas las desilusiones y temores se borraban durante unas horas en aquella iglesia: las películas actuaban en mí como una droga".


Hay que destacar que la ambición de la novela no merece otra cosa que elogios. Párrafos macizos bien trabajados; situaciones poderosas; personajes de carne y hueso; interesantes cameos de celebridades; una estructura narrativa muy competente; el relato se va a tornado atrapante, con un asesino atroz acechando entre la sombras... Todo eso servido con una prosa clarísima que no plantea dificultades.


A LA MODA


La prensa anglosajona ya ha fallado. Los destrozos es la obra maestra de Ellis. Es posible. Pero no se trata del opus magnum de un genio de la literatura. Es una novela de moda. Veamos. En la constelación estadounidense, por arriba de todos, como la estrella solitaria del Norte, brilla Thomas Pynchon. Más abajo, J. Irving, Stephen King y Don Delillo. Descendemos un poco más y encontramos a J. Franzen, J. Ellroy, Joyce Carol Oates y D. Winslow. Bajamos dos o tres escalones más y ahí aparece Bret Easton Ellis.


Una curiosidad. Ya en sus trabajos escolares, -afirma Bret- mostraba una enfermiza propensión hacia los detalles escabrosos, sangrientos, y repulsivos. El Príncipe de las Tinieblas, en su propias palabras, que escribió American Psycho, la obra más revulsiva de la Generación X.


En la página 106, explica su procedimiento favorito: 

"Lo mío es contar historias y me gusta adornar un incidente por lo demás mundano, que tal vez tenía dos o tres elementos que hacían que en principio fuese interesante contarlo, pero en realidad no tanto, y añadirle uno o dos detalles que elevan a la anécdota a la categoría de algo legítimamente interesante, que produce risa, sorpresa o impresión Y esto es algo que me sale de forma natural Sencillamente prefiero la versión exagerada".


Claro, esas exageraciones no son para todos los mortales.


Otra curiosidad más. Bret dice que descubrió su vocación literaria con la lectura de una novela de Stephen King: El resplandor.


Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Bueno

domingo, 4 de junio de 2023

Dune

 


Dios creo el planeta Arrakis para templar a los fieles.”

Máxima de los Fremen


 Acaba de anunciar Warner Bros que el 3 de noviembre estrenará Dune II, versión cinematográfica de una de las mejores novelas del siglo XX. En la primera película, el director Denis Villeneuve nos deleitaba con imágenes impactantes del Planeta del Desierto y con una trama bastante fiel al texto de Frank Herbert (1920-1986). La segunda parte debe narrar, pues, la rebelión de Arrakis contra el odioso emperador Shaddam IV.


Aquí, venimos a recomendar Dune, el libro (Ramdon Mondadori De Bolsillo, 703 páginas). Fue publicado por primera vez en 1965. Recibió dos de los premios más importantes del género, el Hugo y el Nebula. Es una de las obras de ficción científica más vendidas en el Occidente próspero; inspiró una saga, dos películas (la primera versión de David Lynch es casi cómica), videojuegos, canciones, historietas, otras escrituras. Se la considera “la primera gran novela ecológica a escala planetaria de la historia". El señor Herbert se la dedicó, de hecho, a los ecólogos de las superficies áridas.


La historia ocurre en un futuro remoto. Para ser exactos, diez mil años después de que la Yijab Butleriana eliminara todos los robots, computadoras y máquinas pensantes. La humanidad se ha diseminado por la galaxia y más allá. La civilización se sostiene en un trípode (la más inestable de todas las estructuras) de tipo feudal. La Casa Imperial, en equilibrio con las aristocráticas Casas Federadas del Lansdraad; y entre estos dos la Cofradía, un gremio que tiene el monopolio de los transportes interestelares.


El universo conocido bulle de conjuras políticas, al punto que el Detector de Venenos es un pilar de la vida doméstica. El emperador Shaddam IV recela especialmente de la Casa de Atreides. Le hace un regalo deletéreo y fatal al Duque Leto, señor de Caladán: el infernal Arrakis (también conocido como Dune), de donde proviene la melange, una especia con olor a canela denso y penetrante, esencial para los viajes por el cosmos. La droga, en efecto, permite a los Navegantes plegar el espacio sin usar máquinas, con la sola fuerza de sus cerebros. Estamos en una era fascinante en que los humanos han desarrollado superpoderes mentales, al servicio del bien y del mal. Los Mentats, otro ejemplo, son adiestrados para alcanzar las cotas máximas de la lógica (¿se habrá inspirado Start Trek en el señor Herbert para idear a los vulcanos?).


Como si no faltaran intrigas, hay una secta de mujeres -las Bene Gesserit- que conspira entre las sombras, manipulando hombres poderosos y multitudes, creando mitos religiosos, para imponer un programa de selección genética. La Dama Jessica, concubina-esposa del Duque Leto, pertenece a la organización; un gremio de brujas, gritan sus adversarios.


Jessica es la madre de Paul Atreides, heredero del feudo. El muchacho de catorce años tiene el don de la prescencia, puede ver el rebullir de posibilidades, las grandes corrientes del futuro, el jardín de senderos que se bifurcan.


El núcleo incandescente del libro son los trabajos de Paul Atreides para vengar a su padre y recuperar el control del arenoso planeta, como profeta y líder militar de los Fremen, el elusivo pueblo del desierto. El duque Leto ha sido víctima de una traición de su círculo íntimo, que -con un pavoroso derramamiento de sangre- devolvió Arrakis a sus anteriores administradores, la brutal Casa Harkonnen. El emperador así lo ha querido.


EL DEMIURGO


Vemos pues que el señor Herbert aplica una de las fórmulas más exitosas de la narración fantástica de los últimos sesenta años: la combinación entre estructuras medievales y tecnologías del futuro. Esto es sólo la cáscara. La pulpa, el gran mérito del escritor estadounidense, es haber inventado una una singularísima estructura ecológica en el tercer planeta del sistema Canopus, y, como consecuencia de ello, el surgimiento de una civilización, con sus propias ideas, creencias y tecnologías; una cultura entera adiestrada como un orden militar, por la tremenda necesidad ambiental. "Todo se subordina a la supervivencia de la tribu", repiten los fremen, hombres y mujeres de cuerpos resecos y ojos totalmente azules, sin el menor blanco en ellos, por el consumo de la melange. El autor, al parecer, se inspiró en los bereberes del Sahara.


Arrakis es un planeta sin lluvias, mares, ríos ni lagos. Durante el día, la temperatura supera los 60 grados. Se desatan tormentas jupiterinas a lo largo de 6.000 kilómetros, con vientos de más de 700 km. por hora. Los fremen usan destitrajes que reciclan la transpiración y la orina. Viven bajo tierra. Cabalgan los colosales gusanos de la arena, cuyas bocas tienen hasta ochenta metros de diámetro. Fabrican con los dientes de la criatura las hojas de sus cuchillos sagrados. El valor supremo del lugar es el agua, entremezclada con simbolismos y ritos. Se aprovecha, incluso, la de los cadáveres, cuando aún están calientes. He aquí un pueblo que, como los árabes antes de Mahoma, esperaba un Mesías. Lo encontraron en Paul Atreides, que cumplió con toda la panoplia profética.


Dune, el libro, es rico y retorcido no sólo en sucesos. Hay reflexiones muy interesantes sobre el poder, el arte de la conducción de los hombres y la construcción de los mitos. Hay un sabroso sincretismo religioso. El argumento ha sido narrado como un estudio de la vida de Muad'Dib (el nombre arrakiño de Paul Atreides) escrito por la princesa Irulán, la hija del emperador. Incluye apéndices y un diccionario. Sólo lo exhaustivo es interesante, estableció, con razón, Thomas Mann.


El demiurgo Herbert gastó seis años enteros de su vida para concluir su obra magna, prolongada después con cinco secuelas, pero ya entonces era famoso y adinerado. Pudo investigar minuciosamente y luego componer Dune sin un trabajo regular porque su esposa lo mantuvo a él y a sus dos hijos durante la primera mitad de la década del sesenta como escritora publicitaria. Pero no sólo pagaba las cuentas; también comentaba y editaba el trabajo de su esposo. Que este párrafo sirva de homenaje también para la señora Beverly Ann Stuart, pues sin ella, no tendríamos esta magnífica novela.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa


Calificación: Excelente