Quien mejor ha explorado esas catacumbas hediondas es un ex diplomático de la Gran Bretaña, cuyas novelas -mitad ficción, mitad documentales- han recibido la bendición del público y la crítica. Es decir, son muy entretenidas y no resignan calidad literaria. Hablamos, naturalmente, de John Le Carré (Dorset, 1931).
En 1982, Le Carré publicó La chica del tambor. Encontré un ejemplar en buenas condiciones, con tapa dura (Emecé Editores, 555 páginas) y precio insignificante en el segunda mano del Ejército de Salvación. Qué maravilla. Hoy puedo afirmar que se trata de la mejor novela que le he leído a un autor imprescindible. La traducción de Daniel Zadunaisky, para mejor, es impecable. La erótica de la obra llega intacta a nuestras manos.
La trama encara el sórdido conflicto entre Israel y los palestinos. Volvemos a la década del ochenta. Una célula árabe utiliza chicas occidentales para derramar sangre judía en Europa: entre otras atrocidades, vuelan la casa del agregado laboral israelí en Bonn. El Mossad secuestra a una insensata actriz británica, ‘Charlie La Roja’, y la induce a infiltrarse en el grupo terrorista; debe representar el papel de amante secreta de un joven palestino muerto, con el fin de atrapar al hermano de éste, el cerebro de la banda. “Si quieres atrapar un león, primero debes atar una cabra“, es la premisa del plan, un asombroso mecanismo de relojería, que a primera vista parece inverosímil. El suspenso está bien dosificado.
Es excelente el libro por varias razones. En primer lugar, ofrece información precisa sobre asuntos candentes, muchas veces de primera mano. Se nos ilustra sobre la política interior de Alemania (Le Carré sirvió como funcionario del Foreign Office en Bonn y Hamburgo), el reclutamiento de agentes israelíes en Occidente, la construcción de bombas caseras, los campamentos palestinos en Líbano, las intrigas en Jerusalén el seno de los servicios de inteligencia (la vieja guardia europea vs. el ejército de expertos campamentos origen local), y entre éstos y los políticos que prefieren los bombarderos indiscriminados (en el Líbano ayer, en Gaza hoy) a luchar contra el enemigo usando la sesera. Muy inspiradora es la crítica a los pseudointelectuales que abrazan las causas del izquierdismo radical, producto, por lo general, de un trauma o una carencia psicológica. “Los rebeldes sólo ansían una más cómoda conformidad”, apostilla.
Otra virtud es que si prácticamente todos los personajes son rotundos, los espías israelíes resultan memorables. En primer lugar, Marty Kurtz, “veterano de todas las guerras desde las Termópilas”, director de orquesta en la ‘operación Charlie‘, maestro del engaño, un inquisidor que postula que la tortura es contraria a la ética y al espíritu de su profesión de interrogador. “Esforzaos es utilizar la violencia contra la mente y no contra el cuerpo”, postula.
También atrapa nuestra imaginación, Gary Becker, mítico comando de elite, ángel exterminador entregado a la limpieza de los verdugos de los judíos, con mil cicatrices en el cuerpo y en el alma. En realidad, es un escalador que se ha hartado de las montañas. Construye con la pobre inglesita (pacientemente le lava el cerebro) una tortuosa historia de amor. Los cambios de decorado, por cierto, son frenéticos: Bonn, Munich, Jerusalén, Berlín, la frontera turcogriega, la isla de Mikonos, Atenas, Londres, Tesalónica, Salzsburgo, Beirut, Sidón… ¡la novela no se queda quieta!
JUEGO LIMPIO
Hay que destacar el fair play del Le Carré. Su enfoque moral resulta inexpugnable. Los dos puntos de vista están bien desarrollados. Ambos exhalan angustia. Si por un lado, alguien nos dice esta gran verdad: “si los dejarán en paz, los israelíes no matarían a un solo palestino en lugar alguno”; varias páginas más adelante se nos recuerda que “el acto más cruel y burlesco de los últimos treinta años es que el Estado de Israel ha convertido a los palestinos en los nuevos judíos de la historia”. Saque usted sus propias conclusiones.
De la prosa, algo debemos decir. Tiene dejos de Graham Greene y de Doris Lessing en sus brillantes indagaciones. Tiene profundidad psicológica y emplea la ironía y el sarcasmo, lo que es siempre señal de inteligencia. Le Carré no tiene prisas, se toma todo el tiempo del mundo para los interrogatorios, los estados de ánimo, las entrevistas. Fondo y forma son, en síntesis, un conjunto armonioso que hacen fluida y placentera la lectura. La novela ha superado airosa el paso del tiempo. La guerra en Medio Oriente continúa.
Guillermo Belcore
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