lunes, 25 de octubre de 2021

Studiolo




 Por Giorgio Agamben

Adriana Hidalgo editora. 127 páginas

Designa la palabra écfrasis el ejercicio literario de describir una obra de arte. Esa habilidad es vieja como Homero. En efecto, el canto XVIII de la Ilíada inauguró el procedimiento en la literatura occidental. En aquel pasaje, el vate detallaba los relieves que el dios Hefesto había labrado en el escudo de Aquiles.

Pasaron veintisiete siglos y seguimos disfrutando de una especie que el estudioso James Heffernan resumió de manera magistral en un ensayo de 1991 muy visitado: "Ecfrasis es la representación verbal de una representación visual en un modo literario". Acaba de publicarse en la Argentina otro ejemplo destacadísimo: Studiolo. El autor es nada menos que Giorgio Agamben (Roma, 1942).

En el prólogo, el filósofo italiano advierte que su estudio de una veintena de pinturas y esculturas eminentes pertenece "a la tradición del comentario, no de la crítica o de la historia del arte"". No obstante, en el mismo párrafo se contradice y acepta que su mirada incluye los "aspectos críticos", pero entendidos éstos como el arte "de desbrozar el campo de los obstáculos que impiden la visión".

Las cavilaciones de Agamben son un alarde de buen gusto y sabiduría. Confirman el dictum del rabí George Steiner: escribir mal es sólo el producto de una erudición deficiente. Este libro, pues, es excelente porque derrocha erudición. Con delicadeza une puntos. Por ejemplo, cuando reflexiona sobre El cuerpo de Cristo muerto en la tumba de Holbein el Joven, nos trae a Dostoievski, quien confesó a su mujer que podía perder su fe delante de ese conmovedor óleo y témpera sobre madera. El desollamiento de Marsias (pintura en la que Tiziano se autorretrata como el rey Midas) nos conduce a Aristóteles y la importancia de la educación musical. Al parecer, el estagirita consideraba que aprender a tocar la flauta es inmoral -porque impide el uso de la palabra- y tiene cualidades orgiásticas. Todo clásico puede contener alguna sorpresa instructiva, nos advierte Agamben.

Hay un aspecto de fondo que, en esta era tan crudamente materialista, sorprende gratamente y debe destacarse. La mirada del estudioso no parece profana. Dios es una presencia palpitante en el libro. No es que el pensador reflexione sobre las cosas divinas, sino que el análisis de una pintura lo hace "con Dios", incluso cuando el tema del cuadro es banal como Cobertor y cubrecama, de Sonia Alvarez. Una cama somnolienta no sólo es un paisaje también puede ser "un espíritu puramente metafísico". Se percibe en varias entradas que Agamben es un atento lector del panteísta Spinoza.

En otra Argentina -en una nación más próspera- Studiolo se hubiese publicado en papel ilustración y con páginas más grandes que lo habitual, para poder apreciar y disfrutar mejor la destreza de la composición o de la pincelada que se comenta. Pero éste es un país con salarios miserables. Si bien las fotos no son excelentes, atesoramos los textos, la sublime hermenéutica de Agamben. Pintura es poesía que calla, se establece en la página sesenta.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

viernes, 8 de octubre de 2021

Louvre


Por
Joselin Guillois

Edhasa. 207 páginas

Entre los héroes franceses que resistieron al nazismo, bien merece un homenaje en letra impresa Jacques Jaujard, director de los museos nacionales. Con ingenio y tesón, dispersó por la Francia remota miles de tesoros del Louvre, entre ellos La Gioconda. Impidió así que, después de la derrota, el Gran Arte cayera en las manos ávidas y brutales del enemigo. Una novela escrita en 2020 por el debutante Josselin Guillois (1986) evoca aquella sombra corajuda "que arriesgó su vida por una sonrisa pintada hace cuatrocientos años".

Louvre hilvana los diarios de tres mujeres vinculadas a Jaujard: Marcelle Jaujard, la esposa (París 1939); Carmen Leloup, la sobrina (Castillo de Chambord, 1940); Jeanne Boitel, la amante y agente de la Resistencia (París, 1942). Hay un déficit de invención en el autor: las voces son muy parecidas; la adolescente Carmen reflexiona y escribe como una persona madura. Otro vicio es que el autor sucumbe a la tentación de las listas, le inflige al lector catálogos de obras salvadas o arrebatadas, pero como entremezcla ficción con realidad, uno descubre que una joya atribuida a Matisse en realidad fue compuesta por Picasso (no obstante, hay un agrado en buscar y observar en Internet esos cuadros y esculturas eminentes).
Básicamente, Guillois, profesor de escuela secundaria, ha querido unir la fenomenal Operación Masa Crítica, fuga del patrimonio del Louvre, con las zozobras de tres mujeres. Vale decir, la deriva de La victoria de Samotracia más la angustia por buscar sin suerte el embarazo, por la primera menstruación, por un aborto y el adulterio. El conjunto es desparejo; son las reglas del inexperto.

La prensa francesa ha elogiado la minuciosa documentación, la elegancia y nitidez de la prosa, el delicado erotismo (¡oh!, las modelos de Boucher!). Esta columna cree que Guillois no muestra talento para la écfrasis y reprueba la falta de ambición del autor para edificar una colosal novela histórica (el tema es fascinante), pero aplaude, entre otros aciertos, la reconstrucción de los pérfidos Alfred Rosenberg y Herman Göering como personajes. Definitivamente, el último tercio del libro es el más sabroso.

En la página sesenta y nueve, Guillois aporta una reflexión histórica digna de mención. La Francia que se alzó contra la depredación del invasor teutón es bisnieta de la Francia del pillaje napoleónico. El Emperador saqueó toda Europa (especialmente Italia); como Hitler, deliraba con crear el Museo Más Grande del Mundo. Lo logró. Esa maravilla se llama Louvre. Notable frase: "Puesto que es el vencedor el que mejor sabe gozar de la belleza".

 Guillermo Belcore

Calificación: Regular